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Memorias en Transición
Manifestaciones y usos sociales, 
estéticos y políticos en las 
representaciones de las 
memorias del pasado violento
Santiago de Cali, 2019
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Memorias en Transición
Manifestaciones y usos sociales, 
estéticos y políticos en las 
representaciones de las 
memorias del pasado violento
Freddy A. Guerrero, Nohra Palacios Trujillo, Ana Guglielmucci, Adrián 
Serna-Dimas, Juan Sebastián Blandón, Sandra Milena Páez, Sandra Eliana 
Patiño, Cristhian Heyler Bedoya, Gabriela Eraso Villota, Melissa Quintana, 
Olga L. Ochoa, Daniela Salcedo Nissen y Valeria Olave Corrales Pontificia 
Universidad Javeriana Cali
Universidad de Buenos Aires 
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Editores
Freddy A. Guerrero y Nohra Palacios
Santiago de Cali, 2019
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Universidad de Buenos Aires
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
Departamento de Ciencias Sociales
Memorias en Transición
Manifestaciones y usos sociales, estéticos y políticos en las representaciones de las memorias 
del pasado violento
Autores:
© Freddy A. Guerrero
© Nohra Palacios Trujillo
© Ana Guglielmucci
© Adrián Serna-Dimas 
© Juan Sebastián Blandón
© Sandra Milena Páez
© Sandra Eliana Patiño
© Cristhian Heyler Bedoya
© Gabriela Eraso Villota
© Melissa Quintana
© Olga L. Ochoa
© Daniela Salcedo Nissen
© Valeria Olave Corrales
Editores:
© Freddy A. Guerrero y Nohra Palacios
Asistentes Comité editorial:
© Margarita María Vargas
© Gissel Garcia Garcia
ISBN: 978-958-5119-36-9 
ISBN (e): 978-958-5119-37-6 
Formato: 17 cm x 24 cms
Coordinacion editorial: Claudia Lorena González González
Asistente del proyecto: Daniela Moreno Rojas 
Diseño y Diagramación: Andres Julian Tabares Rojas 
Corrección de estilo: Comunicaciones Creativas 
Impresión: Carvajal Soluciones de Comunicación S.A.S
Fotografía de contraportada: Mural No me olvides. A la desaparición forzada. Casa Social Cultural y Memoria
Pontificia Universidad Javeriana Cali
Calle 18 No. 118 - 250 
Teléfonos (57-2) 3218200
Santiago de Cali, Colombia, 2019
El contenido de esta publicación es responsabilidad absoluta de su autor y no compromete el pensamiento de la 
institución. Este libro no podrá ser reproducido por ningún medio impreso o de reproducción sin permiso escrito de 
los titulares del copyright.
Memorias en transición : manifestaciones y usos sociales, estéticos y políticos en las representaciones de las memorias del pasado violento / Ana Guglielmucci [y 10 más] ; editores Freddy 
A. Guerrero, Nohra Palacios. – Primera edición. -- Santiago de Cali : Pontificia Universidad Javeriana, Sello Editorial Javeriano, 2019.
269 páginas : 24 cm. 
Incluye referencias bibliográficas. 
ISBN: 978-958-5119-36-9
ISBN (ePub): 978-958-5119-38-3
1. Conflicto armado -- Aspectos sociales -- Colombia 2. Desplazamiento forzado -- Colombia 3. Víctimas de la violencia -- Colombia 4. Memoria colectiva -- Colombia 5. Memoria histórica 
-- Colombia 6. Verdad, justicia y reparación I. Guglielmucci, Ana II. Serna-Dimas, Adrián III. Blandón, Juan Sebastián IV. Páez, Sandra Milena V. Patiño, Sandra Eliana VI. Bedoya, Cristhian 
Heyler VII. Eraso Villota, Gabriela VIII. Quintana, Melissa IX. Ochoa, Olga L. X. Salcedo Nissen, Daniela XI. Olave Corrales, Valeria XII. Guerrero, Freddy A., editor XIII. Palacios 
Trujillo, Nohra, editora XV. Pontificia Universidad Javeriana (Cali). Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Departamento de Ciencias Sociales.
SCDD 303.6209861 ed. 23 CO-CaPUJ 
 lmc/2019
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Contenido
MEMORIAS EN TRANSICIÓN Y OTRAS HISTORIAS
Freddy A. Guerrero, Nohra Palacios..........................................................9
USOS DE LA MEMORIA.......................................................................35
Memoria, olvido y reconciliación en contextos transicionales: 
entre pasados y futuros posibles
Ana Guglielmucci........................................................................................37
Cuando la memoria es prestada. Una reflexión sobre el 
monumento, el memorial y el contramonumento
Adrián Serna-Dimas....................................................................................63
MEMORIAS DE LA DESAPARICIÓN FORZADA....................81
Memoria social como una respuesta a la desaparición forzada: 
el caso de Mujeres Caminando por la Verdad, de la 
Comuna 13 de Medellín (Colombia)
Juan Sebastián Blandón-Ramírez..............................................................83
La desaparición forzada transfronteriza como expresión de la 
violencia en Norte de Santander. Análisis de esta práctica y de 
las acciones de denuncia como estrategia para la construcción 
de memoria.
Sandra Milena Páez, Sandra Eliana Patiño.............................................129
MEMORIAS A TRAVÉS DEL ARTE Y LA FIESTA.................175
Emocionalidad producida por la memoria histórica en víctimas 
de la obra teatral “Tocando la Marea” en Buenaventura 
Cristhian Heyler Bedoya...........................................................................177
La memoria del Grupo Arlequín, una visión adolescente y 
teatral sobre el conflicto y la construcción de paz 
Gabriela Eraso Villota...............................................................................199
Comunicar la memoria para la reparación simbólica 
de la Universidad de Córdoba, Colombia
Melissa Quintana F., Olga Liliana Ochoa L...........................................225
REFLEXIONES DESDE LOS ESTUDIANTES.......................253
Puentes símbolos de memoria y reconciliación
Daniela Salcedo Nissen y Valeria Olave Corrales................................255
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Índice de Figuras
Figura 1. Artículo publicado por un periódico local de Cúcuta, 
el 14 de mayo de 2018, en el cual se relatan los hechos de 
desaparición de un joven cucuteño en la frontera con 
San Antonio del Táchira…......................................................................155
Figura 2. Fotografía de pendón ubicado en el puente 
internacional Simón Bolívar, con información de joven 
desaparecido el 8 de mayo de 2018........................................................155
Figura 3. Mapa de presencia de actores armados ilegales en 
Buenaventura.............................................................................................185
Figura 4. Radio Universidad Minuto de Dios (Fotógrafo) (2015). 
Lanzamiento de la obra Tocando la Marea (Fotografía). 
Buenaventura, Valle del Cauca................................................................187
Figura 5. Andrés Giraldo (Fotógrafo). 2018. Doble función de 
Tocando la marea. (Fotografía). Centro Nacional de Memoria 
Histórica [CNMH]. Buenaventura, Valle del Cauca.............................193
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Memorias en transición y otras historias
Freddy A. Guerrero1 y Nohra Palacios2 
Introducción 
Hacer referencia a las memorias en transición es otorgarles múltiples 
significados con la intención de ubicarlasen contextos definidos. 
Inicialmente, los aportes en este libro sitúan a la memoria en el campo 
de la justicia transicional, lo cual presupone que las formas en las que la 
memoria se manifiesta están ancladas a una red conceptual y de prácticas 
que dan determinado sentido a los esfuerzos de rememoración. Así, el 
cruce con las memorias sociales y colectivas remite tanto a sus anclajes 
culturales o gregarios, como a ubicar a las víctimas en el centro de 
las mismas (como identidad de referencia); por lo tanto, sitúa a las 
memorias en una gramática que las vincula a la triada de verdad, justicia 
y reparación, así como a las garantías de no repetición, como reza el 
mantra jurídico de la justicia transicional. 
Sumado a lo anterior, otro significado que se incorpora en la noción 
de memorias en transición apela a la intersección y el encuentro entre 
las iniciativas y prácticas de memoria de orden local y regional con la 
institucionalidad estatal o con organismos nacionales e internacionales. 
Esto permite expandir el carácter público de las memorias que 
inicialmente emergen con sus propias lógicas y sentidos en el mundo 
privado, comunitario y organizativo, reformando el lenguaje de tal forma 
1 Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, magíster en Estudios Políticos de la Pontificia 
Universidad Javeriana Cali, docente del departamento de Ciencias Sociales de misma universidad, y 
miembro del grupo de investigación BITACUS. faguerrero@javerianacali.edu.co
2 Historiadora de la Universidad del Valle, magíster en Ciencias Sociales con mención en estudios políticos 
de la EHESS; doctora en Estudios Políticos de la EHESS; docente del Departamento de Ciencias jurídica 
y Política; directora de la Maestría de Derechos Humanos y Cultura de Paz de la Pontificia Universidad 
Javeriana Cali; y miembro del grupo de investigación DEIS. nohra.palacios@javerianacali.edu.co
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que comunique las prácticas tradicionales con los ámbitos jurídicos, 
de convivencia y reconciliación; es decir, posibilita la transformación 
de espacios y lenguajes que traducen e interpretan el sentido de las 
evocaciones del pasado bárbaro. 
Para el caso colombiano, la memoria no parece ubicarse como cierre 
simbólico de ese pasado bárbaro, sino que se localiza en un punto 
liminal en el que ese pasado se resiste a ser pretérito y, por el contrario, 
actualiza el daño, el dolor y el miedo. De hecho, los diferentes autores 
que participan en este libro comunican su preocupación por los 
entornos que describen, mostrando cierto sentimiento ambiguo en el 
que reivindican las prácticas comunitarias, organizativas e individuales 
alrededor de la construcción de memorias, y un contexto que se resiste 
a trascender las circunstancias que han hecho posible la desaparición, 
las ejecuciones extrajudiciales, el desplazamiento y otra serie de daños 
individuales y colectivos; aquí, la transicionalidad remite a las memorias 
e que no han llegado a ser recursos del pasado y menos actualización 
desde el presente
En efecto, el contexto colombiano reaviva la disputa en el contenido 
de las narrativas sobre el pasado; basta pensar en los cambios en la 
perspectiva del Centro Nacional de Memoria Histórica, que desde su 
creación en 2010 por la Ley 1424 o Ley de víctimas y Restitución de 
Tierras, guardó una cercanía sobre las víctimas y planteó la memoria 
más como un crisol de voces, diferente a la segunda dirección de la 
misma institución que, bajo las banderas políticas del nuevo ejecutivo 
nacional, ha ideologizado y modificado contenidos de lo que será el 
Museo de la Memoria de Colombia (o lo que debe ser recordado y 
negado). De esta manera, las memorias en transición toman cierto 
derrotero hegemónico y reaccionario, pero al que interpelan iniciativas 
como las representadas por la Red de Lugares de Memoria de Colombia 
(cuya centralidad sobre las víctimas se reivindica), o bien las iniciativas 
de memorias comunitarias y organizacionales, académicas, entre otras 
que en su diversidad de enfoques apelan a una mirada particular sobre 
el pasado, proponiendo y siendo críticas sobre qué, quién y a través de 
qué este pasado se representa. En este caso, la transición alude a un 
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tránsito aún inacabado sobre el decantamiento de lo que Stern (1998) 
denomina memorias emblemáticas, una matriz en la que las memorias 
sueltas encuentran un lugar narrativo compartido.
Por lo tanto, las memorias en transición nos sitúan en varios escenarios: 
por un lado, en incertidumbres sobre las apuestas y consolidación de la 
institucionalidad de la memoria en Colombia en cuanto a si reproduce 
el statu quo, partiendo de las agencias que dinamizan la comprensión 
del pasado e interpelan precisamente a las condiciones que han 
hecho posible el conflicto y la violencia; y por otra parte, desde las 
certezas sobre lo que se ha hecho con los statu quo y poderes locales y 
comunitarios existentes, así como con la posibilidad de construcción de 
ciudadanía desde una memoria que apela a los derechos, a las propias 
formas de evocar y colocar el sentido y la acción sobre un pasado que 
pretende pasar del dolor a otros escenarios más garantistas de la vida 
individual, familiar, comunitaria, organizativa y social. 
Así, este libro es un registro de esas memorias en transición, de su 
manifestaciones y usos en diversos escenarios sociales, estéticos y 
políticos que intentan representar el pasado y darle sentido y acción a 
las prácticas de memoria, las cuales en sus liminalidades contextuales, 
en su circulación y expansión en la esfera pública, en sus encuentros 
y desencuentros con las institucionalidades, configuran un paisaje de 
memorias diverso; sin embargo, es un proceso inacabado, con esfuerzos 
y voliciones individuales y colectivas que indican los sentimientos, lógicas, 
estéticas y el sentido político que implica la construcción de memorias.
Antes de describir los contenidos del libro en relación con los 
diferentes capítulos que lo nutren, se hará una reflexión del para qué y 
cómo de la memoria; para ello, se parte de su papel educador y de sus 
tensiones y cercanías con otras disciplinas que apelan al pasado como 
objeto o escenario de comprensión. Posteriormente, se describirá la 
relación entre la memoria y la justicia transicional, marco en el que se 
incorpora un sentido particular de las memorias, para finalmente hacer 
la descripción de los capítulos y esgrimir unas breves conclusiones.
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I. La relación entre historia y memoria en la 
historiografía del conflicto en Colombia 
¿Quiénes deben contar el pasado reciente del conflicto en Colombia?: 
¿los académicos, los políticos o las víctimas?; ¿cómo esta narración del 
pasado se relaciona con la justicia transicional?; ¿cómo narrar y enseñar 
ese pasado violento en el espacio público? Estas son algunas de las 
preguntas que intenta responder este libro colectivo, cuestionamientos 
que se hacen cada vez más ineludibles mientras la sociedad colombiana 
se encuentra dividida ante las preguntas: ¿cómo solucionar el conflicto 
en Colombia?, ¿mediante la solución armada o por vía pacífica? Y si 
es la segunda opción, ¿qué acuerdo de paz implementar? En relación 
con lo anterior, los resultados electorales del plebiscito del 2016 sobre 
el Acuerdo de Paz muestran la marcada polarización del país: el “No” 
ganó con el 50,23 % de los votos (6.424.385), contra el “SÍ” con el 49,76 
% (6.363.989), y con el 62.59 % de abstención (Registraduría Nacional, 
2016). Estas cifras son indicadores sobre las representaciones del 
conflicto y las experiencias que la sociedad colombiana posee en torno 
al mismo, así como del lugar de las víctimas en esas representaciones. 
Entre losinstrumentos de la justicia transicional se encuentra la 
educación; al respecto, los trabajos de Martha Minow (1998), señalan 
la importancia de la memoria como un mecanismo educador en 
sociedades en periodo de posconflicto, pues la enseñanza del pasado 
violento en las escuelas y en escenarios públicos y privados permitiría 
elaborar una nueva representación de la solución de los conflictos de 
manera pacífica, enseñar a los futuros ciudadanos la importancia de 
procesos de reconciliación y construir una nación más incluyente, como 
lo muestran las diversas experiencias que recoge este libro. Sin embargo, 
la educación sumergida en la institucionalidad o bien en las prácticas 
cotidianas y culturales parecen entrar en disputa cuando el objeto de 
la educación es el pasado, apareciendo una arena de debate entre la 
historia y la memoria, ambas con el mismo objeto pero sobre formas 
de abordaje que pueden señalarse como diferentes o complementarias
.
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Por su parte, las reflexiones sobre la relación entre historia y memoria 
han estado permeadas por la búsqueda de la construcción científica 
desde diferentes orillas: durante su profesionalización como disciplina 
científica, la historia buscó diferenciarse de la memoria, esta última 
entendida como una construcción individual y subjetiva (Candau, 
2002); también otras disciplinas como la antropología debieron darle 
peso a la oralidad que, volcada a los “pueblos sin historia”, recuperaba 
la comprensión de las estructuras sociales e instituciones familiares, 
políticas y culturales en forma de mitos, tradiciones rituales que 
podrían bien traducirse en referentes a la memoria colectiva a partir de 
sus supervivencias o nachleben, supervivencias, concepto fundamental 
en la tradición antropológica y en su reavivamiento en la historia del 
arte (Freedberg, 2013).
En esa búsqueda de la escritura científica de la historia, la historiografía 
ha creado elaborados discursos científicos con un alto desarrollo en las 
técnicas de recopilación y procesamiento de los archivos, a tal punto 
que la discusión intelectual de los años 60 y 70 del siglo XX sobre la 
historiografía, el tiempo y la narración en la historia, hoy ha quedado en 
segundo plano. Las preguntas que se hicieron Michel de Certeau, Paul 
Ricoeur, Paul Veyne y Michel Foucault en torno al tiempo, al relato y a 
la práctica de la historia como constructora de discursos; a la veracidad 
de la narración de un acontecimiento del pasado, reconstituido en 
un tiempo y en un espacio distinto en el cual ocurrió, han quedado 
relativamente resueltas.
Así, se ha llegado al consenso de que la historia como disciplina es 
una práctica determinada por un lugar de producción y constreñida a 
una narrativa científica (Certeau, 2007); pero también se encuentra la 
versión de Paul Veyne (1971), para quien la historia es una construcción 
y comprensión de intrigas y los hechos no existen separadamente; en 
este sentido:
el tejido de la historia es eso que llamaremos una intriga, una mezcla 
muy humana y muy poco “científica” de causas materiales, de fines y 
de suerte; una tajada de la vida, en una palabra, que el historiador corta 
a su agrado y donde los hechos tienen sus relaciones objetivas y su 
importancia relativa (p.95). 
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Al respecto, en el caso de los historiadores la palabra “explicación” puede ser 
entendida en dos sentidos (Veyne, 1971): el primero es la ilusión a determinar 
de manera científica las causas, como lo hace la física; y el segundo, más 
modesto, es que la explicación histórica debe buscar la comprensión del 
tejido de la historia, es decir, la comprensión de la intriga, o en palabras de 
Michel de Certeau (2012), hacer inteligible el pasado. 
En relación con la memoria, un giro importante desde la sociología 
lo establece la obra La mémoire collective (Halbwachs, 1997), donde se 
evidencia que la memoria individual se sitúa en el cruce de caminos 
de varias memorias colectivas, de manera que la conciencia individual 
del pasado o de los recuerdos de los sujetos sobre el pasado, se 
construye a partir de la interacción entre la memoria individual y la 
memoria colectiva; en cierto sentido la memoria y la reminiscencia son 
aprendizajes gregarios relacionados con la interacción con otros. 
Una vez aclarada la búsqueda de cientificidad de la historia y la 
objetivación de la memoria desde la fenomenología (Ricoeur, 2004), 
nos interesa establecer ese punto de sutura entre la fenomenología de 
la memoria y la epistemología de la historia en las narraciones sobre 
el conflicto en Colombia. Sin embargo, además de objeto subjetivo 
u objetivo de la historia, la antropología o la memoria, el pasado es 
también un escenario de disputas; ya Reyes-Mate (2009), evocando 
la obra de Walter Benjamin, señala cómo la historia es el pasado de 
los vencedores y la memoria es el pasado de los vencidos (p.21), sin 
duda una evidencia visible en los manuales de historia o en los mitos 
fundacionales de estados, grupos étnicos o de grupos armados. 
Ante este panorama, el caso colombiano es una ilustración entre 
tantas otras en el mundo, argumento que también se hace presente 
en los estudios subalternos sobre la historiografía (Guha, 2002) y nos 
obliga a preguntarnos por las voces de la historia que predominan (o 
han predominado) en la historiografía colombiana sobre los diversos 
conflictos desde 1810 hasta la actualidad. 
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En el estado del arte sobre la historiografía de la guerra en Colombia 
durante el siglo XIX (Borja, 2015), se pone en evidencia la predominancia 
de la historia narrativa; una “primera oleada de investigadores, fue 
básicamente de herederos de una escritura surgida en las memorias de la 
guerra” (p.174). Esas memorias de la guerra fueron las de los vencedores, 
las cuales presentan a sus diversos dirigentes, las principales acciones 
bélicas, las dinámicas de las fuerzas enfrentadas, la composición de los 
gobiernos y la dirección de la guerra. La memoria en estos relatos es la 
base para la construcción, la comprensión y la explicación del pasado, 
pero es una memoria que excluye otras voces que también participaron 
en los enfrentamientos de manera directa o indirecta: las de las víctimas 
del conflicto. Uno de los pocos trabajos que ha intentado romper con 
esa construcción del pasado desde arriba, ha sido Los guerrilleros del 
novecientos (Jaramillo, 1991), el cual toma como fuentes las memorias 
de los soldados, viudas y campesinos que participaron en el conflicto o 
que fueron víctimas del mismo.
¿Pero por qué privilegiar una historia en detrimento de otros actores 
de la sociedad? A lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX, 
los Estados-nación de América Latina transformaron la historia en 
vehículo de legitimación de las revoluciones y en instrumento para 
educar cívicamente; este uso público de la historia se convirtió en un 
modelo de “exaltar el patriotismo”. En el caso colombiano, el ejemplo 
más claro fue la creación de la Academia Colombiana de Historia en 
1902; formada en medio de la devastadora Guerra de los Mil Días, la 
Academia tenía por misión ser una institución de saber que reafirmara 
el imaginario de la nación creada en la regeneración y en periódicos 
como el Papel Periódico Ilustrado en 1880 (Jimenez, 2012). La nueva 
institución académica debía sentar las bases de la concordia y la 
reconciliación, invalidando el estilo de gobierno intolerante y excluyente 
que se había presentado durante el Olimpo Radical; para el gobierno 
era necesario materializar el espíritu de reconciliación y crear una visión 
promisoria y optimista de progreso a través de la instrucción histórica 
y de lugares simbólicos, cuya pedagogía públicay religiosa resaltara 
no solo la reconciliación sino el juego de lógicas entre el olvido y la 
memoria, como bien lo representa la construcción de la Basílica del 
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Sagrado Corazón, símbolo tutela dentro del imaginario de la nación 
colombiana (Guerrero, 2016).
Así, la Academia pretendió pacificar el escenario político y crear un 
espíritu de paz y concordia, en consonancia con la idea nacional de 
alejarse de un pasado marcado por el desorden e intolerancia vividas 
en el siglo anterior; a pesar del esfuerzo, esta iniciativa condujo a la 
invisibilización de numerosos actores. Pese a la profesionalización de la 
historia como disciplina en los años 50, este problema no logró resolverse 
dada la imposibilidad de tener un papel relevante en la formación de 
los currículos de historia y en la elaboración de los manuales y guías 
educativas; de esta manera, la enseñanza de la historia se dividió entre 
la historia que se aprende en los colegios y la que se produce en las 
universidades (y no se transmite en los colegios), existiendo:
una distancia abismal entre lo que se produce desde las disciplinas 
científicas y lo que se enseña, es decir, entre la historia del historiador y 
la historia que se enseña. Evidentemente no todo lo que producen las 
disciplinas sociales es objeto de su enseñanza (Aguilera, 2017, p. 19). 
Esta brecha ha creado una dualidad en la manera de acercarse a la 
historia nacional: en la historia enseñada en los colegios predomina la 
visión historicista de los héroes patrios, de la historia acontecimental 
narrada en los límites del Estado; se deja de lado la comprensión de los 
hechos históricos a partir del uso de conceptos teóricos que permitan 
asimilar la realidad social y sus complejidades. Como lo muestra Aguilera 
(2017), “históricamente la enseñanza y la didáctica de los saberes han 
sido conocimientos institucionalizados en el ámbito escolar, los procesos 
que no se han adelantado en contextos escolares no han sido rastreados” 
(p. 25). Y aun así quedan las memorias, que en espacios menos formales 
interpretan el pasado de las violencias con los recursos orales y 
experienciales disponibles, particularmente las más recientes; se erige así 
una brecha práctica entre la memoria y la historia.
Recientemente la historia ha sido asimilada como una “historia 
que establece hechos, juzga a individuos. Los juegos televisados, 
las biografías populares, las películas político-policíacas, las 
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recreaciones aproximadas de “atmósferas”: todo empuja al hombre 
de la calle a pensar la historia sentimentalmente, moralmente, en 
función de individuos” (Vilar, 2004). A través de esta crítica, se 
plantea la necesidad de enseñar a pensar históricamente, lo que 
implica “captar y esforzarse en hacer captar los fenómenos sociales 
en la dinámica de sus secuencias” (p. 67). Es en esa necesidad de 
descolonizar los estudios históricos sobre el conflicto colombiano, 
donde los historiadores deben recurrir a los avances planteados por 
esas memorias que hemos denominado en transición; memorias que 
nos permiten escuchar las voces que han sido excluidas del relato, 
las cuales nos permitirían tener otra comprensión de las dinámicas 
del conflicto y ampliar el debate sobre ese pasado desconocido. 
Pero, ¿por qué privilegiar la mirada del que sufre?, ¿qué tiene de 
particular o de sobresaliente? Estos interrogantes planteados por 
Reyes Mate (2009, p. 23) hacen alusión al compromiso que tienen 
los historiadores con la memoria de los vencidos; para el historiador 
esbozado por Walter Benjamin (1989), la memoria es ese potente 
ojo revelador de lo que fue posible entonces y no pudo ser, ese ojo 
que permitiría comprender que para los oprimidos su historia es un 
permanente estado de excepción, lo que implica reconocer que la 
democracia de los Estados democráticos es solo para algunos. Si esta 
afirmación es cierta, el llamado a los historiadores colombianos es 
a cambiar las epistemes con las cuales se ha estudiado el conflicto 
armado colombiano, pues el centro del debate historiográfico 
no puede continuar alrededor del Estado nación, la economía o 
la política como centro de las explicaciones del conflicto y las 
consecuencias en la democracia, categorías pensadas desde Europa 
para explicar otras realidades sociales diferentes a las nuestras. 
Entonces, ¿de quién es la memoria que ha predominado en los relatos 
históricos del conflicto en Colombia?, y con ello ¿Qué y a quiénes se ha 
invisibilizado? (Ricoeur, 2004). Uno de esos elementos que se ha ocultado 
en el relato sobre el conflicto colombiano es la paz, especialmente aquellos 
procesos que permitieron pensar en algún momento que otro futuro era 
posible. En particular la denominada paz criolla entre 1959 y 1962 (Karl, 
2018), esa paz olvidada y excluida de los manuales de historia que pone en 
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evidencia que “las memorias contra el olvido o contra el silencio, esconden 
lo que en realidad es una oposición entre distintas memorias rivales” (Jelin, 
2002, p. 6). Al excluir ese proceso que no se logró materializar en una paz 
de larga duración, sino que, por ejemplo, condujo a la formalización de 
las FARC, se despoja a los ciudadanos de la posibilidad de aprender de 
los errores del pasado; un ejemplo de ello es la publicación del informe 
de la comisión creada por Lleras Camargo para comprender el conflicto, 
publicado en 1962 con el título de Violencia en Colombia y cuya recepción 
incomodó a las distintas élites políticas y económicas del país. “Los políticos 
conservadores presentaron vigorosamente un contrarrelato del siglo XX, 
articulado sobre la República Liberal de la década de los 30, en la que el 
conservatismo ubicaba el verdadero origen de la violencia política” (Karl, 
2018, p. 226). Estas versiones de la memoria contra el olvido, creadas por las 
élites desde el centro del país, son las que han prevalecido en el imaginario 
de los ciudadanos y las que han alimentado esa comunidad políticamente 
imaginada que es la nación colombiana. 
En efecto, es necesario retornar a ese pasado y, como alegorizaría 
Benjamin, recoger sus fragmentos y reconstruirlos; entonces, allí 
la tarea de la historia no es hegemónica sino articulada a formas 
interdisciplinarias (Guerrero, 2016) e interculturales de reconstruir 
el sentido de los fragmentos dispersos en nuestra historia social del 
conflicto armado de más de 50 años y del cual puede dar razón, 
comprensión, sentido y pedagogía la memoria histórica, recurriendo al 
testimonio en su subjetividad e interpelándolo con los instrumentos de 
la historia (Centro Nacional de Memoria Histórica [CNMH], 2018). Allí, 
las voces como testimonios de estas experiencias directas y aprendidas 
nos llevarán a conocer y saber, pero sobre todo nos animarán a actuar 
sobre otros escenarios imaginados y posibles; este libro constituye un 
ejercicio en este sentido.
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II. La Justicia Transicional y su énfasis en la 
construcción de memoria 
Además de la importante contribución y disputas alrededor del 
cómo, para qué y quién debe abordar el pasado violento, es necesario 
aproximarnos al marco de producción de los textos aquí presentados (el 
de la justicia transicional) y fundamentados en formas de construcción 
de memoria histórica. 
En Colombia, la Justicia Transicional (JT) permite abrirse a los relatos de 
las víctimas, así como el surgimiento de cierta apertura desde la historia; 
sin embargo, esta no entra de manera consensuada, sino a partir de las 
disputas que desata su colocación en las agendas nacionales, regionales, 
organizativas y comunitarias. A saber,la JT presenta situaciones 
emblemáticas en diferentes latitudes, destacables por los procesos 
políticos y sociales en su interior, pero también por la creatividad de los 
mecanismos utilizados en relación con la confrontación de los hechos 
del pasado; son ellos los casos de Sudáfrica, Irlanda, Centro América, 
Cono sur y países de Europa del Este. Estos se suman a experiencias que 
recogen a más de 52 países, siendo evidente un fenómeno considerado 
por Teitel (2003) como la normalización de la JT (tercera fase de la 
JT contemporánea), traducida en la normalización de un derecho a la 
violencia basado en condiciones de conflicto permanente (p. 2).
En todos los casos aparecen consideraciones y tensiones alrededor de la 
reconciliación, la definición y límites del estatuto de las víctimas, además 
de tensiones sustentadas en el sentido y valor atribuido a la verdad 
y la memoria, tanto en mecanismos judiciales como extrajudiciales. 
De acuerdo con López y Guerrero (2018), la justicia transicional en 
Colombia ha tenido tres momentos de inflexión importantes que han 
configurado la noción y estatuto de las víctimas: el primero, con el 
surgimiento normativo del concepto en el marco de la Ley 975 de 2005; 
el segundo, con lo que los autores señalan como una apropiación de 
la categoría desde la perspectiva local; y el tercero, relacionado con la 
institucionalización y reconocimiento político de la víctima, establecido 
en el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción 
de una Paz Estable y Duradera.
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Esta configuración de la víctima mantiene un correlato con sus 
derechos, entre ellos el asociado con la memoria y el deber del Estado 
de garantizarlo (tanto a las víctimas como a la sociedad en general). En 
todo caso, ha de señalarse que estas formas de acceder a la memoria 
recorren un camino desde la institucionalidad, pero de forma paralela 
emergen iniciativas de organizaciones, comunidades y la sociedad civil 
que, aunque a manera de tipos ideales, permiten comprender las formas 
de configuración de esa explosión de prácticas y discursos alrededor de 
la memoria entrado el siglo XXI.
En relación con iniciativas de memoria desde abajo, o bien 
cuya génesis no está determinada por la institucionalidad estatal 
colombiana, la memoria, o mejor el registro de los acontecimientos 
victimizantes y resultado de la guerra, simultáneo a los procesos 
de movilización por los derechos humanos, dio lugar a la denuncia 
de las violaciones de derechos humanos que se orientaron a la 
concientización social desde los años 60 (Sánchez, 2019). Así, en 
los años 90 la paz se convirtió en discurso predominante, celebrada 
como derecho en la Constitución Colombiana de 1991 y disputando 
(tal vez) el olvido y la memoria prevaleciente en la consagración del 
país al Sagrado Corazón. La Constitución, como diseño normativo 
del Estado, fue una suerte de mecanismo de excepción, transición 
y pretendida consolidación de la democracia en Colombia y la 
fórmula deseada en la resolución de los desajustes estructurales del 
país, con la legitimidad dada por la participación de representantes 
de guerrillas desmovilizadas en aquel entonces: el Ejército Popular 
de Liberación (EPL), Movimiento 19 de abril (M19), la guerrilla 
indígena Quintín Lame, así como la participación en el diseño de la 
nueva Carta Magna por parte de los representantes de los partidos 
políticos tradicionales. 
Para aquella década comienza a emerger la importancia de las víctimas, 
aunque de manera muy tímida y por presiones de agencias y organismos 
internacionales relacionados con los DDHH o la atención de conflictos, 
así como por las acciones de incidencia nacional de organizaciones 
religiosas, comunidades y sectores de la sociedad civil que hicieron 
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visible el fenómeno generalizado y sistemático del desplazamiento 
forzado en todo el territorio nacional. Además de lo anterior estaban 
los casos de masacres, entre ellas la del municipio de Trujillo en el 
Valle del Cauca, configurándose un abordaje inicial de las víctimas con 
respuestas humanitarias que hacían mixturas entre los mecanismos de 
atención de desastres naturales y los procesos de migración no forzada 
con el desplazamiento (Vidal, 2013), o bien la respuesta del Estado 
sobre las reparación material y moral a familiares de desaparición y 
asesinatos generalizados. La preocupación por los derechos a la verdad, 
la justicia, la reparación y la no repetición, incluyendo el derecho a 
saber y a la memoria de las víctimas, así como el deber del Estado de 
garantizar dichos derechos como compromiso de carácter nacional e 
internacional, hasta ese momento estaban en ciernes. 
Fue la Ley 975 de 2005, específicamente en los proyectos de ley 
presentados ante el Congreso de la República, la que generó el escenario 
jurídico, político y social ideal para poner en juego varias disputas, 
entre ellas la que Pollak (2006) denomina “disputa por la memoria”. 
Bajo la óptica de una reconciliación que sacrificaba gran parte de la 
verdad judicial y de la memoria posible para las víctimas del país, se 
gestó un ejercicio contencioso de posturas que daban mayor o menor 
favorabilidad bien a las víctimas, bien a los victimarios; así, colisionan 
movilizaciones jurídicas y sociales que apelaron a colocar el peso de 
la JT en la garantía de los derechos de las víctimas, emergiendo de 
esa discusión, a criterio de los entendidos, una de las sentencias más 
robustas y mejor argumentadas en materia de justicia transicional: la 
Sentencia C370 de 2005.
Dicha sentencia recoge las posiciones que criticaban los precarios 
incentivos del sistema de JT para que los desmovilizados, tanto 
comandantes como guerreros de base, expresaran sus versiones sobre 
los hechos cometidos en el marco de su accionar; esto en tanto los 
beneficios penales sustantivos no se retribuían con la entrega de la 
verdad sobre lo sucedido. También se expresaban críticas a la reserva 
de documentos oficiales asociados a violaciones de derechos humanos 
e infracciones al DIH por razones de seguridad, sin que primasen 
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las víctimas en su derecho a la verdad; además de la demanda contra 
otras condiciones de diseño en los procesos judiciales que limitaban la 
participación de las víctimas a momentos particulares (incidentes de 
reparación), sin poder interpelar a los beneficiarios de las concesiones 
de la Ley 975.
Sobre la base de estas demandas, se reestructuran los condicionantes 
de los mecanismos y se les entrega un peso mayor a las víctimas como 
centro del proceso transicional. En ese marco, se materializa la creación 
de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación de la que surge 
a su interior el Grupo de Memoria Histórica (GMH), un espacio que 
a pesar de su raíz institucional posicionó su autonomía investigativa, 
situación respetada desde el gobierno a pesar de las críticas sobre 
sus diversos informes en los que el Estado se presenta como actor 
responsable por acción u omisión en muchos de los hechos violentos 
durante el conflicto.
De igual forma, con la Ley 1424 de 2010 se creó un mecanismo de 
contribución a la verdad para desmovilizados rasos que en principio no 
eran cobijados por la 975, dada la no participación en crímenes de guerra 
o lesa humanidad, pero sí a quienes, según la ley arriba citada, les eran 
aplicables el concierto para delinquir, la utilización ilegal de uniformes 
e insignias, equipos transmisores o receptores y el porte ilegal de armas 
o municiones de uso privativo de las fuerzas armadas; todo ello como 
consecuencia de su participación en los grupos paramilitares.
Tal mecanismo es recogido en la otra institución representativa 
de las políticasde memoria en Colombia: el Centro Nacional de 
Memoria Histórica (CNMH), que hereda el trabajo del GMH, así 
como da continuidad a gran parte de su equipo de académicos 
y profesionales, con Gonzalo Sánchez como su director. Se crea 
entonces en el CNMH, la Dirección de Acuerdos de la Verdad, 
cuyo trabajo pretendió recoger las contribuciones a la verdad de 
más de 15.000 desmovilizados de las extintas Autodefensas Unidas 
de Colombia y que ya ha venido entregando resultados del accionar 
y consecuencias de algunas estructuras paramilitares en las regiones 
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(Bloque Calima, Bloque Tolima y Autodefensas Campesinas del 
Meta y Vichada).
Así, desde la Ley 1448 de 2010 (segundo momento de inflexión), 
el CNMH se constituye en un escenario garante de la memoria de 
organizaciones y comunidades de víctimas, tal vez con mayores 
resultados que los procesos judiciales, acercando equipos de trabajo 
a las regiones; aunque no está exento de tensiones, sí permite un 
ejercicio dialéctico construyendo procesos en diversos territorios y con 
diferentes poblaciones en el país. Resultado de ello son los más de 80 
informes construidos desde aquella época, que en parte constituyen 
los insumos para un gran informe publicado en 2013 y conocido como 
Basta Ya (CNMH, 2013).
Dicho documento intenta recoger explicaciones de las causas del 
conflicto armado interno en Colombia y sus transformaciones, así 
como comprender la perspectiva de las víctimas sobre sus experiencias 
de dolor, resistencia y superación de los hechos de los que fueron objeto. 
Si bien no se pretendía que esta fuese una narrativa totalizante, en parte 
por el principio de reconocer la memoria como múltiple y diversa, y 
pese a ser un producto de carácter institucional, sí está cubierta de un 
aspecto simbólico (casi hegemónico) respecto a diferentes posturas 
sobre las comprensiones del conflicto. A partir de esto, se entiende 
la reacción de algunas organizaciones de víctimas que no sentían 
representadas sus experiencias, o bien de actores económicos y políticos 
que, por el contrario, se veían sobrerrepresentados en términos de 
responsabilidades.
A la sazón de la producción de Basta Ya y en simultáneo con los 
diálogos entre el Estado colombiano y las FARC-EP, se consideraría 
que la carencia de ciertos hechos derivados de la violencia partidista 
de mediados de siglo, debían complementarse para identificar las 
causas originarias del conflicto, tal vez en un esfuerzo de enfatizar en 
justificaciones o en aquel complejo escenario de identificación de las 
causas justas que poseen todos los actores embarcados en acciones 
bélicas (Guerrero, 2014).
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A partir de estos vacíos entendidos por la entonces guerrilla y en acuerdo 
con el Gobierno nacional en la denominada Mesa de Diálogos, se crea la 
Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (CHCV), cuya misión 
era identificar los orígenes y las múltiples causas del conflicto, así como 
los factores y condiciones para su persistencia y los efectos e impactos 
sobre las poblaciones (CHCV, 2015). Este informe sería una suma de 
reflexiones ya decantadas en las perspectivas de los comisionados y 
comisionada designados para su creación y un ejercicio de edición 
académica de sus relatores, más que una comisión articulada y en diálogo 
para abordar un contenido distinto o revelador alrededor del conflicto.
El punto de inflexión del Acuerdo de paz entre el Gobierno y la 
guerrilla de las FARC-EP, incorporó el resarcimiento de las víctimas 
como punto central; en ese marco, se genera un Sistema Integral de 
Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, del que se deprenden 
instituciones relacionadas con los procesos judiciales, la búsqueda 
de desaparecidos, las medidas de reparación y la Comisión para el 
Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición; esta 
última, es un órgano de carácter temporal (tres años) y extrajudicial, 
cuya misión se orienta a
…conocer la Verdad de lo ocurrido y contribuir al esclarecimiento de las 
violaciones e infracciones y ofrecer una explicación amplia a toda la sociedad 
de la complejidad del conflicto; promover el reconocimiento de las víctimas y 
de las responsabilidades de quienes participaron directa e indirectamente en el 
conflicto armado; y promover la convivencia en los territorios para garantizar 
la no repetición. (Presidencia de la República y FARC-EP, 2016, p. 129).
Todos estos procesos institucionales de la memoria y la verdad sobre el 
pasado del conflicto y sus consecuencias, dieron un impulso importante entre 
diversas poblaciones y en diferentes contextos. Si bien podría caracterizarse 
a esta institucionalización como “desde arriba”, también es justo aclarar que 
todos estos procesos tuvieron una fuerte incidencia “desde abajo”, tal vez 
haciendo evidente la presencia de redes sociales y organizativas en las que 
los actores objeto de dichas políticas, las víctimas, así como sus aliados en el 
orden nacional e internacional, movilizaron sus recursos para una suerte de 
agendas y gobernanza sobre la memoria.
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Este interregno de la verdad y la memoria enmarcado en el movedizo campo 
de la justicia transicional, condujo (como en cualquier arena política) a disputas 
importantes y evidentes en los cambios de gobierno: en el gobierno de Iván 
Duque (2018-2022), el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y 
No Repetición encontró férreos opositores en partidos que, también en la 
oposición durante la negociación de los Acuerdos con las FARC, ganaron 
el Poder Ejecutivo en las elecciones de 2018 y, por lo tanto, movilizaron 
sus recursos para deteriorar financieramente el sistema y disponer de los 
cargos en sus direcciones. Por ejemplo, el CNMH tuvo varios candidatos 
para manejar su dirección, todos ellos empáticos a las ideas opositoras al 
Acuerdo; estos fueron rápidamente asociados a visiones negacionistas 
o revisionistas del pasado del conflicto en Colombia por buena parte de 
organizaciones sociales, de víctimas y de intelectuales del país, situación 
que genera incertidumbre y doble institucionalización de la memoria y la 
verdad: aquella constituida por el actual direccionamiento del CNMH, y por 
la Comisión de la Verdad.
Aunque estas miradas se tornan extremas, sí han mermado la legitimidad 
que la memoria, como discurso y práctica en disputa por significados 
y sentidos más o menos abiertos, se había construido desde estos 
espacios institucionales. Al respecto, es necesario señalar que gran 
parte de esa institucionalidad enraizada en académicos e intelectuales 
expertos en el análisis y comprensión del conflicto, se mantiene en 
estos escenarios como enganche necesario de la institucionalidad con 
los procesos regionales; otros han circulado hacia el Sistema Integral 
acordado en las negociaciones de paz en la Habana (Cuba), lo que en 
principio permitiría cierto tipo de sostenibilidad y capitalización de las 
experiencias aprendidas, pero también dudas sobre el valor, más allá de 
lo simbólico del informe generado por la Comisión de la Verdad.
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III. Los aportes de los capítulos del libro a la discusión 
de memorias en transición desde los territorios
Teniendo en cuenta lo anterior, las memorias en transición 
entran en un campo de disputa académico, disciplinar, político y 
jurídico que correlaciona a la víctima con un pasado que intenta 
ser visible como apuesta objetiva o imaginada de transformación 
de las condiciones que han permitido la barbarie. Ahora bien, 
la contribución de los diferentes capítulos que constituyen este 
libro, gira en torno a cómo la memoria ha permitidoser un 
lugar de encuentro que permite, no solo el abordaje del pasado 
intelectualizado, sino también sus formas de manifestación 
estéticas, religiosas (Guerrero y López, 2020), sus construcciones 
políticas y las formas en que se establecen sentidos y prácticas 
diversas. A continuación, se describen los principales aspectos de 
los aportes que los autores comparten en este libro.
Inicialmente, el apartado Usos de la memoria, recoge los textos de Ana 
Guglielmucci y Adrián Serna: la primera, investigadora argentina 
vinculada al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y 
Técnicas de Argentina - CONICET y con amplia experiencia de 
trabajo con el Estado argentino y organizaciones de víctimas, nos 
trae unas reflexiones en su capítulo “Memoria, olvido y reconciliación 
en contextos transicionales: entre pasados y futuros posibles”. Estas 
reflexiones abordan las articulaciones entre memoria y olvido, cuyas 
relaciones no se quedan en el antagonismo, sino que resultan más 
diversas de lo que parece. De esta manera, acude a mostrar la pluralidad 
de articulaciones y sentidos en los diversos contextos en los que se 
relaciona, con la idea de su buen o mal uso; luego se expande hacia 
las consecuencias de la reconciliación como orientación estatal, para 
finalizar con una perspectiva de la memoria que plantea sus sentidos y 
creatividad sobre los horizontes de futuro presentes y la reivindicación 
de las utopías frustradas.
Por su parte, Adrián Serna, docente de la Universidad Distrital, 
nos trae su texto “Cuando la memoria es prestada, una reflexión 
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sobre el monumento, el memorial y el contramonumento”. Aquí, 
inicialmente nos deja una advertencia necesaria a los postulados 
universalizantes y descontextualizados sobre la memoria de otros 
escenarios y situaciones respecto a los que, como en Colombia, 
transfieren sin filtro ese arsenal de conceptos e interpretaciones 
ajenas; posteriormente, nos presenta una serie de posturas alrededor 
de la concepción sobre los memoriales en su correspondencia o 
disimilitud con el monumento histórico y el contramonumento, 
así como las condiciones de posibilidad que hacen estos sobre las 
agencias del recuerdo y el olvido, resultado de procesos, relaciones 
y fuerzas sociales que dan alcance a los objetos de la discusión. 
Luego, el autor pone en discusión la relación entre memoriales, 
monumentos y patrimonio que se juega con la imposición categorial 
de los lugares de memoria expresados por Pierre Nora (2008); de 
esta manera, Serna señala una sentencia con una densidad que 
desencanta la ilusión de los lugares: el lugar de la memoria termina 
sepultando la memoria del lugar. Con ello, invita a una reflexión en 
nuestro contexto colmado de reiteraciones acerca de la violencia, 
planteando que, sin haber trascendido las contradicciones de la 
violencia, los monumentos o memoria solo pueden ser sepulturas 
donde los muertos no pueden aparecer para enseñar a los vivos. 
Ante estas condiciones de reiteración de la violencia irresuelta, 
el autor apela a la función del contramonumento como forma de 
denuncia e imposibilidad de la creencia sobre el mundo social.
La segunda parte Memorias de la Desaparición Forzada, recoge dos textos 
cuya descripción de los procesos de memoria desarrollada por familiares 
de víctimas, tiene como referencia esta forma de victimización. Por 
un lado, Juan Sebastián Blandón-Ramírez busca comprender cómo 
las familias víctimas por desaparición forzada, deciden afrontar esta 
situación y organizarse alrededor de relatos construidos colectivamente 
en un contexto condicionado por estructuras culturales y de poder, 
las cuales pretenden desconocer el acontecimiento de estos hechos, 
y ante una sociedad que no siempre se ha mostrado receptiva y 
solidaria ante los padecimientos de las víctimas de la violencia. Para 
este trabajo, Blandón-Ramírez partió del estudio del caso del grupo 
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Mujeres Caminando por la Verdad de la Comuna 13 de la ciudad de 
Medellín, colectivo conformado por madres, abuelas, hermanas, hijas 
y viudas de desaparición forzada (entre otras violencias), acontecida 
durante los operativos militares realizados en la Comuna 13; esto como 
intento de comprender cómo las prácticas de memoria social se han 
presentado como una respuesta para su recuperación como individuos 
(especialmente como mujeres), y en lo colectivo (incidiendo en procesos 
de recomposición cultural y política).
Por su parte, el trabajo de investigación de Sandra Milena Páez 
y Sandra Eliana Patiño intitulado “Construcción de memoria de 
la desaparición forzada transfronteriza en Norte de Santander”, 
asume un fenómeno poco explorado en el país en el ámbito 
académico: la desaparición transfronteriza, que no se reduce a los 
clásicos tratamientos de la desaparición como práctica de estados 
dictatoriales o de la guerra sucia. El trabajo toma otro lugar de 
Colombia: Norte de Santander (en frontera con Venezuela), donde 
la desaparición forzada transfronteriza debe observarse sobre las 
condiciones generadas por el narcotráfico, el contrabando y otros 
aspectos que permiten dar a esta práctica un carácter particular 
que interpela las formas de analizarlo a la luz de normatividades 
nacionales e internacionales, además de ser una muestra de 
cómo las estrategias de memoria son un recurso importante en 
la construcción de las agencias de los familiares de las víctimas. 
Aquí la memoria es transición, pues los componentes espaciales 
y simbólicos de la desaparición se encuentran en una condición 
doblemente liminal: por la de la desaparición misma y por las 
nuevas interpretaciones que requiere esta problemática.
Una tercera parte del libro, Memorias a través del arte y la fiesta, presenta 
manifestaciones desde lo estético de la evocación: el teatro en 
Buenaventura y Pasto, o el Festival de la Memoria en Montería, como 
escenarios para la recreación de la memoria y para resignificar el pasado 
y hacerlo comprensible. Por esta línea, el trabajo de Cristhian Bedoya 
“Emocionalidad producida por la memoria histórica en víctimas, de 
la obra teatral Tocando la Marea en Buenaventura”, busca identificar el 
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efecto emocional que tiene dicha obra de teatro en sus participantes, 
en el marco de sus vivencias como víctimas del conflicto armado; así, 
se evidencia que la rabia, el dolor, la tristeza, indignación e impotencia, 
son algunas de las emociones individuales y colectivas a partir de las 
vivencias que se recuerdan y reviven motivadas por el conflicto armado, 
convirtiéndose en memoria histórica pero también política.
Por otro lado, la investigación de Gabriela Erazo Villota también se 
pregunta por la relación entre memoria, teatro y conflicto. En el capítulo 
intitulado “La memoria del Grupo Arlequín, una visión adolescente y 
teatral sobre el conflicto y la construcción de paz”, esta tropa teatral 
de la ciudad de Pasto, en el departamento de Nariño, conformada por 
niñas, niños y adolescentes que han crecido en medio del conflicto 
armado colombiano y la violencia urbana, le permiten comprender a la 
autora que la metodología de la improvisación en el teatro hace posible 
ejercer el derecho a la memoria colectiva desde un enfoque de curso de 
vida. De igual manera, la recolección de historias familiares, escolares, 
barriales y cercanas sobre el conflicto armado permite reconstruir, desde 
el grupo de teatro, el tejido social y plantear retos para la construcción 
de la paz y la reconciliación desde las artes escénicas. 
Por esta misma línea, Melissa Quintana F. y Olga Liliana Ochoa L. en 
el capítulo “Comunicar la memoria para la reparación simbólica de la 
Universidad de Córdoba”, dan cuenta del análisis delos procesos de 
comunicación desarrollados en la iniciativa Festival de la Memoria, que 
se realiza en la Universidad de Córdoba desde el año 2015 a partir de 
la relación entre tres categorías de análisis que posibilitan comprender 
el aporte de la memoria histórica a la reparación simbólica en un sujeto 
de reparación colectiva. En este sentido, los ejercicios de memoria 
apuntan a la reconstrucción colectiva de los hechos vividos con ocasión 
al conflicto armado interno, visibilizando las voces acalladas por cuenta 
de la violencia y que narran el dolor de las víctimas y la significación 
alrededor de sus historias y relatos. 
El libro termina con una reflexión de estudiantes, en este caso de 
Daniela Salcedo Nissen y Valeria Olave Corrales con el texto intitulado 
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“Puentes símbolos de memoria y reconciliación”; en este capítulo, 
se pretende reflexionar sobre los puentes desde dos perspectivas 
diferentes: una más estructural y otra desde un enfoque histórico 
y cultural. Las autoras comienzan el texto con una recopilación de 
datos y conceptos que ha tenido la figura del puente a lo largo de 
la historia, tanto en Colombia como diferentes partes del mundo. 
También se exponen diferentes puentes, de los cuales algunos son 
testigos y testimonios de la historia de Colombia y que tienen un 
gran valor a nivel estructural, cultural y patrimonial. Finalmente, se 
presenta la relación de los puentes con su significado.
Conclusiones 
Los trabajos presentados en este libro nos evocan que las estrategias, 
prácticas o iniciativas de memoria descritas y analizadas, son producto 
de unas condiciones nacionales, regionales y locales, no solo como una 
determinación espacial, sino como fragmentos de comprensión de 
unos escenarios donde el conflicto responde a lógicas observadas en 
lo nacional, pero también resultan de la particularidad de su ejercicio 
de poder violento y simbólico sobre diversos grupos poblacionales en 
diferentes zonas del país; a su vez, ese pasado evocado se hace desde un 
presente que alude necesariamente a los procesos de justicia transicional 
de las últimas dos décadas, por lo tanto, se enuncian desde los derechos 
de las víctimas consagrados y reconocidos por los procesos y normas 
ya citados. Otro aspecto de dicha memoria es el interregno entre el 
llamado a la reconciliación que los Acuerdos de Paz de la Habana 
proponían luego de su firma entre el Estado y la guerrilla de las FARC 
y las condiciones políticas del nuevo gobierno iniciado en 2018, donde 
la burocracia asociada a las políticas de memoria se intuye y evidencia 
por lo revisionista y negacionista. 
Así, la memoria no solo se nos presenta abierta, sino en permanente 
estado de transición: el enmarcado en el diseño institucional de las 
justicias transicionales y el de los vaivenes de orden político y social, 
lo que marca que el presente desde el que se convoca a la memoria 
como mediación del pasado, sea fluctuante y en cierto sentido clave de 
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lectura sobre el sentido de ese pasado y de las posibilidades para que 
las demandas de justicia, verdad, y reconciliación varíen y posibiliten 
un horizonte de futuro diferente, en ocasiones esperanzador, y otras en 
riesgo y con el temor de repetición.
De esta manera, los autores han desarrollado los capítulos considerando 
el contexto en el cual emerge la práctica de memoria, identificando 
la localización espacial y los grupos poblacionales insertados en las 
tramas de su construcción, además del vínculo entre estos marcos de 
la memoria cuyos referentes son constituidos por actos de violencia 
y victimización en medio del conflicto. Además, no solo se incluye 
el proceso de victimización, que nos cerraría a una concepción 
vulnerabilizante y subordinada de las víctimas, sino también esas 
prácticas llenas de resistencia o de estrategias a través de las cuales su voz, 
las representaciones del dolor o sus expectativas, las presentan como 
agentes con poder de decisión aun en condiciones donde el conflicto o 
las nuevas violencias mantendrían incertidumbre e inseguridad.
Finalmente, las víctimas han ganado en las dos últimas décadas, como lo 
muestran los trabajos empíricos y las reflexiones teóricas aquí contenidas, 
un escenario de expresión de sus propias racionalidades, de sus verdades 
y formas de manifestación y uso del pasado a través de la memoria, 
constituyendo una interpelación a los sectores dominantes en el orden 
político, pero también a la comunidad académica desde la cual hablar del 
pasado no agota sus fuentes en los referentes hegemónicos, sino que, 
como bien señalara Benjamin, se puede comprender desde las imágenes 
dialécticas que las víctimas y sus formas de memoria ponen como 
confrontación y evidencia. Es pues todo esto una invitación a transitar y 
aprender por las memorias transicionales que aquí se presentan.
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USOS DE LA MEMORIA
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Memoria, olvido y reconciliación en 
contextos transicionales: entre pasados y 
futuros posibles
Ana Guglielmucci3 
UBA (ICA)-CONICET
Centro de Estudios sobre conflictos y 
paz de la universidad del Rosario (CECP-UR)
Introducción 
En este trabajo, en primer lugar, se distingue la forma disímil en 
que puede ser postulada la relación entre memoria y olvido, ya sea 
como antagónica u opuesta, o como imbricada y complementaria; 
para luego abordar de qué manera estas premisas sobre la memoria 
y el olvido se relacionan con el problema de su buen o mal uso en 
contextos donde se debaten social e institucionalmente formas de 
transición política, ya sea de dictaduras a democracias o de la guerra 
a procesos de construcción de paz y la aplicación de mecanismos de 
Justicia Transicional (en adelante JT), con la disposición de revisar y 
superar pasados de violencia masiva4. En segundo lugar, se explora 
3 Docente del Departamento de Antropología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos 
Aires. Investigadora adjunta del Instituto de Ciencias Antropológicas, CONICET. Profesora adjunta del 
Centro de Paz y Conflictos de la Universidad del Rosario. mucciana74@gmail.com
4 La llamada Justicia Transicional propone mecanismos judiciales, administrativos y políticos para abordar 
los procesos de pasaje desde un orden dado (ya sea un régimen dictatorial, un conflicto armado interno 
o una guerra internacional) hasta un orden deseado (ya sea un régimen democrático, la paz, entre otros 
posibles), en los que es necesario calibrar las exigencias jurídicas (garantía de los derechos de las víctimas a 
la verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición) y políticas para garantizar la convivencia.
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cómo este problema sobre el uso y abuso de la memoria y el olvido 
puede hacerse extensivo a la reconciliación, sobre todo cuando se lo 
comprende e impulsa como un mandato institucional a nivel nacional. 
Y, finalmente, se revisa el rol de la memoria no tanto como un proceso 
de reconstrucción del pasado desde el presente, sino como acción 
creativa para imaginar futuros cargados de pasado y recuperar pasados 
cargados de futuro o utopías que fueron truncadas.
I. Memoria y olvido o memoria contra olvido
La perspectiva aquí desarrollada parte de la premisa de que toda 
memoria implica olvido y viceversa; de igual forma, los olvidos están 
cargados de memoria, pues el trabajo de recordar (como ya han postulado 
numerosos autores5) es selectivo, es decir, no equivale a traer todo el 
pasado al presente, sino aquello que es significativo para el aquí y ahora de 
quienes hacen memoria. Incluso, como analiza Andreas Huyssen (2000), 
hay olvidos recuperables en ciertas circunstancias, cuando hay un trabajo 
de anamnesis colectiva (Ricoeur, 2004), así como olvidos fundacionales, 
que (valga la redundancia) se olvida que fueron olvidados y que jamás 
podrían ser mencionados por su potencia disruptiva. 
Respecto a este segundo tipo de olvido, en su conferencia Qué es una 
nación, Renan (2000) cita como ejemplo el caso de Francia para ilustrar 
de qué manera el olvido, e incluso el “error histórico”6, han sido 
factores esenciales en la creación de una nación como la francesa. Según 
5 Desde los trabajos pioneros de Maurice Halbwachs ([1925] 2004) sobre los marcos sociales de la 
memoria, varios son los autores (Bastide, 1970; Jelin, 2002; Lavabre, 2007) que han retomado algunas 
de sus premisas mostrando cómo al recordar no solo conservamos el pasado sino que, sobre todo, lo 
reconstruimos. En este sentido, los recuerdos serían selectivos dependiendo de las relaciones sociales 
establecidas por cada persona y la variación de los grupos que integra.
6 En sus obras, el historiador Marc Bloch se ha explayado sobre el desafío de perseguir la mentira y el error 
histórico. Según este autor, la mentira sobre la autenticidad de un documento puede constituir un problema 
que conduzca a un error histórico, pero también puede ser considerada como un testimonio que abre 
una amplia perspectiva histórica sobre su falsificación. En definitiva, la pregunta es cuáles son las razones 
históricas y culturales para mentir y, a su vez, para creer esas mentiras; por ejemplo, en su investigación 
sobre los Reyes taumaturgos, beneficiarios de la credulidad popular que durante siglos consideró que los 
reyes de Francia e Inglaterra tenían el poder de curar a los escrofulosos, Bloch “enumera minuciosamente 
las condiciones históricas de los tipos de sociedades sujetas, como la del occidente medieval, a creer no 
lo que se veía en realidad sino lo que, en cierta época, se consideraba natural ver” (Le Goff, 2001, p. 26)..
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Renan (2000), la unidad de las naciones siempre fue consumada de 
modo brutal; el enlace de la Francia del norte con la del sur (la 
región del Mediodía) resultó de una exterminación y de un terror 
continuados durante cerca de un siglo (siglo XVII). Es por ello que 
con frecuencia el progreso de los estudios históricos e incluso la 
enseñanza histórica pueden ser considerados como peligrosos para 
la nación, pues entre otras razones, podrían promover la edificación 
de una ciudadanía crítica. 
Al respecto, la investigación histórica consigue sacar a la luz hechos de 
violencia que acontecieron en los orígenes de todas las formacionespolíticas, aún de aquellas que tuvieron las más bienhechoras 
consecuencias. Trayendo un ejemplo más cercano, puede resultar 
interesante reflexionar acerca de por qué algunos gobiernos en Chile (de 
manera semejante a lo que ha sucedido en Colombia), han establecido en 
determinadas épocas que la enseñanza histórica no sea obligatoria en las 
escuelas medias, así como analizar los debates que estas medidas suelen 
suscitar entre diversos actores7, en especial por parte de historiadores 
críticos que destacan la importancia actual de la historia pública8 
 en contextos institucionales donde se suele promover la “memoria sin 
historia” (Schuster, 2010; 2017).
Continuando con las diversas formas de comprender y asumir 
políticamente el olvido, es pertinente aludir a la obra de Nicole Loraux 
(2008), quien ha investigado lo que supuso el fin de una guerra civil para 
una polis democrática en Grecia (siglo V a. C.). Así, la autora descubre 
que, a diferencia de los modernos, el olvido era la forma habitual de 
cerrar aquellos episodios abominables; estos acontecimientos eran 
borrados de la memoria de la ciudad para siempre y por ley, es decir, 
no era solo un juramento (no recordar) sino también una prescripción 
(prohibido recordar). No obstante, la prohibición se daba porque la 
7 En Colombia fue en 1984 y en Chile fue en 2015. Al respecto, Colombia regresa a la enseñanza de la 
historia en los colegios a partir del 2016. Para algunos de estos debates sobre la enseñanza de la historia en 
las escuelas véase Ortega et al. (2014) y Pagès Blanch y Marolla (2018); en cuanto al debate actual en Chile 
véase Freixas (2019).
8 La historia pública (public history) comprende un amplio rango de actividades llevadas a cabo por 
historiadores, por fuera del ámbito estrictamente académico.
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gente aún recordaba, pues lo que no se recuerda no hay necesidad de 
que sea interdicto. Asimismo, Loraux afirma que, a diferencia de nuestra 
época, esta restricción tenía una función política ligada a la democracia: 
los griegos pensaban que en una guerra fratricida no solo se daba muerte 
al igual o al semejante, sino que se generaba una relación de desigualdad 
que solo podía ser subsanada si quienes conseguían la victoria no se 
ponían por encima de sus hermanos o conciudadanos. Es decir, si no 
imponían la memoria de los vencedores por sobre la memoria de los 
vencidos, evitando así romper con el equilibrio necesario para la vida 
política democrática.
Con base en estas reflexiones previas, consideramos que la reconciliación 
entre perspectivas sociales y políticas disímiles sobre el conflicto o la 
guerra no puede ser planteada en términos binarios, contraponiendo 
memoria a olvido, pues desde la perspectiva de numerosos estudios 
sociales sobre la memoria individual y colectiva (Halbwachs, [1925] 
2004; Bastide, 1970; Jelin, 2002; Pollak, 2006; Lavabre, 2007), ya se ha 
expuesto cómo recordar u olvidar no son procesos antagónicos sino 
más bien complementarios; en palabras más coloquiales, dos caras 
de una misma moneda. El problema parece ser entonces, no tanto el 
peligro que conlleva recordar en vez de olvidar cuando el conflicto no 
ha cesado o las memorias de la guerra siguen vivas, sino de qué manera 
elaborar una “buena memoria” o una “memoria justa” (Ricoeur, 2004); 
no solo para las víctimas de hechos considerados atroces o que han 
vulnerado la dignidad de las personas y de su entorno, sino también para 
toda la sociedad, incluso para los victimarios (quienes en general suelen 
ser considerados los vencedores, al menos en el campo de batalla). 
Pasemos a especificar a qué nos referimos cuando hablamos de “buena 
memoria” o una “memoria justa” en su uso. Ricoeur (2004) plantea que 
“el ejercicio de la memoria es su uso”, pero el uso implica la posibilidad 
del abuso; de este modo, entre uso y abuso se deslizaría el espectro de la 
“mala memoria” (Ricoeur, 2004; Todorov, 2002). Por su parte, Todorov 
considera que el mal uso estaría dado por la “literalidad” de la memoria, 
que se regocija en su exclusividad y que no permite aprender de los 
errores pasados; en cambio, el buen uso estaría dado por su capacidad 
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“ejemplar”, es decir, su potencialidad para prevenir situaciones de 
vulneración masiva de derechos o generar garantías de no repetición9.
 
Ricoeur (2004) profundiza esta última idea (la capacidad ejemplar) 
al sostener que el deber de la memoria es hacer justicia mediante 
el recuerdo a otro distinto de sí, y a su vez analiza de qué modo 
las vicisitudes de la memoria ejercida pueden afectar también a su 
ambición veritativa, detectando “malas memorias” en al menos tres 
planos de análisis. En primer lugar, está el nivel patológico-terapéutico, 
al que corresponden los trastornos de la “memoria impedida”; una 
memoria que reactualiza el pasado en el presente (trauma) pero 
que no permite su elaboración o trabajo de duelo, y por lo tanto la 
sanación de quien reproduce el pasado sin procesarlo, enfoque que 
pone en juego categorías clínicas (y eventualmente terapéuticas) 
tomadas principalmente del psicoanálisis.
 
En segundo lugar, encontramos el nivel práctico, donde se identifican 
malos usos asociados a la “memoria manipulada”; esto se refiere a 
formas concertadas de manipulación o de instrumentalización de la 
memoria, propias de la crítica de las ideologías. Se trata entonces de 
la manipulación concertada de la memoria y del olvido por quienes 
tienen poder, haciendo referencia a una “memoria instrumentalizada” 
más que a una “memoria herida”. Es en este plano en el que se puede 
hablar de “abusos de memoria” con más legitimidad, los cuales son 
también “abusos del olvido”, siendo el cruce entre la problemática de 
la memoria y de la identidad (tanto colectiva como personal) lo que 
constituye la especificidad de este segundo enfoque. De esta forma, la 
memoria es erigida como criterio de identidad, por lo cual el centro del 
9 La memoria tiene un uso ejemplar para Todorov (2002) cuando, sin negar la propia singularidad del 
suceso, decidimos utilizarlo (una vez recuperado) como una manifestación, entre otras, de una categoría 
más general, y nos servimos de él como de un modelo para comprender situaciones nuevas con agentes 
diferentes. Así, la operación es doble: por una parte, como en un trabajo de psicoanálisis o un duelo, 
neutralizamos el dolor causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo; por otra parte (y es 
entonces cuando nuestra conducta deja de ser privada y entra en la esfera pública), abrimos ese recuerdo a 
la analogía y a la generalización, construyendo un exemplum y extrayendo una lección. Por lo tanto, el pasado 
se convierte en principio de acción para el presente; en este caso, las asociaciones que acuden a nuestras 
mentes dependen de la semejanza y no de la contigüidad, y más que asegurar nuestra propia identidad, 
intentamos buscar explicación a nuestras analogías.
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problema es la movilización de la memoria al servicio de la búsqueda, 
del requerimiento y de la reivindicación identitaria. 
En tercer lugar, está el nivel ético-político, donde la memoria puede 
ser convocada abusivamente, cuando conmemoración rima con 
rememoración y la memoria es dirigida opresivamente. En este plano 
de análisis, el enfoque adopta un punto de vista normativo (claramente 
ético-político), asociado al problema del “deber de memoria”; estas 
múltiples formas de mal uso o abuso de la memoria, hacen resaltar la 
vulnerabilidad fundamental de la memoria, que resulta de la relación 
entre la ausencia de la cosa recordada y su presencia según el modo de 
la representación actual (Ricoeur, 2004).
Ante este hiato existente entre el pasado (lo ausente) y el

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