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Burns, George - El empleo de metaforas en psicoterapia

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F OKAS e 
rÍSlÉAElA
101 Historias curativas
GEORGE W. BURNS
m MASSON
El empleo 
de metáforas 
en psicoterapia
101 historias curativas
El empleo 
de metáforas 
en psicoterapia
101 historias curativas
GEORGE W. BURNS
Psicólogo clínico 
Director del Milton H. Erickson Institute 
of Western Australia
m MASSON
Barcelona - Madrid - París - Milano - Asunción - Bogotá - Buenos Aires - Caracas 
Lima - Lisboa - México - Montevideo - Panamá - Quito - Rio de Janeiro 
San José de Costa Rica - San Juan de Puerto Rico - Santiago de Chile
MASSON, S.A.
Avda. Diagonal, 427 bis-429 - 08036 Barcelona 
Teléfono: (34) 93 241 88 00
MASSON, S.A.
120, Bd. Saint-Germain - 75280 París Cedex 06 
MASSON S.PA.
Via Muzio Attendolo detto Sforza, 7/9 - 20141 Milano 
MASSON DOYMA MÉXICO, S A.
Santander, 93 - Colonia Insurgentes Mixcoac - 03920 México DF 
Traducción
Dr. Femando Fontán Fontán
Revisión científica
Cristina Ruiz Coloma
Licenciada en Psicología Clínica,
Máster en Terapia Cognitivo-Conductual,
Centro Médico Teknon, Barcelona 
Docente de Psicología Clínica y Psicogeriatría,
Col legi Oficial de Psicólegs de Catalunya (COPC),
Institut Superior d’Estudis Psicológics (ISEP), Barcelona
Reservados todos los derechos.
No puede reproducirse, almacenarse en un sistema de recuperación 
o transmitirse en forma alguna por medio de cualquier procedimiento, 
sea éste mecánico, electrónico, de fotocopia, grabación o cualquier otro, 
sin el previo permiso escrito del editor.
© 2003 MASSON, S.A.
Avda. Diagonal, 427 bis-429 - Barcelona (España)
ISBN 84-458-1164-9 Edición española 
Versión española de la obra original en lengua inglesa 101 Healing Stories de George W. Burns 
publicada por John Wiley & Sons, Nueva York
Copyright © 2001 by John Wiley & Sons. All rights reserved.
ISBN 0-471-39589-7 Edición original
Depósito Legal: B. 49.066 - 2002
Composición y compaginación: A. Parras - Av. Meridiana, 93-95 - Barcelona (2003) 
Impresión: Liberdúplex, S.L. - Constitució, 19 - Barcelona (2003)
Printed in Spain
D edico este libro con am or, recuerdo y agradecim iento a: 
m i padre, Reg, que m e enseñó sus historias de la vida;
mi m adre, M arge, que cada noche se sentaba en el borde de m i cam a y m e leía historias; 
mis hijos, Leah y Jurien, que crearon y m e enseñaron a explicar historias de Fred M ouse, 
y mi nieto, T hom as, que continúa las historias para una nueva generación.
Tam bién dedico el libro a la m em oria de m i querido amigo, 
el Dr. Lok W ah (Ken) W oo,
cuya historia vital estuvo llena de com pasión, capacidad para curar y sabiduría.
Agradecimientos
En este mundo nada sucede de forma aislada y, en consecuencia, nuestro entorno está 
lleno de metáforas de relaciones e interacciones. El ordenador en el que escribo es pro­
ducto de la creatividad imaginativa de muchas personas y de sus expertas habilidades téc­
nicas, y aunque no conozco a todas esas personas, me beneficio de su contribución. Las 
historias que reproduzco en esta obra han sido escritas gracias al ánimo que me han pres­
tado mis amigos, compañeros y colegas. A medida que las lea, irá surgiendo una relación 
entre usted y yo, con mis pensamientos y las cosas que he aprendido, recopilado o expe­
rimentado en mi viaje por la vida.
Esta interrelación que he descubierto la he tenido muy presente mientras escribía este 
libro. Esta labor, al igual que cualquier otra actividad de la vida, no es una acción aislada, 
sino el resultado de la interacción de muchas personas, muy especiales y queridas.
Julie Nayda: ¡como secretaria, encantadora recepcionista de mis pacientes en mi 
consulta, y querida amiga, eres la mejor! Tu paciente labor al mecanografiar mis palabras, 
tu talento creativo y tu gran sentido del hum or han contribuido enormemente a disfru­
tar de mi trabajo... y de mi vida.
A Michael Yapko, PhD, quiero decirle «Gracias» por prestarse a escribir el Prólogo, 
incluso antes de ver el texto. Esta confianza por parte de un colega es alentadora. Valoro 
el apoyo que me has prestado a lo largo de los años, el estilo pragmático de tu pensa­
miento y el placer de nuestra camaradería.
Leah Burns, MSc, Rob Me Neilly, MBBS, Peter Moss, MBBS, Graham Taylor, MA, 
Pam Wooding, BEd, y Michael Yapko, PhD (por orden alfabético): todos vosotros sois 
algo más que compañeros revisores. Sois adorables colegas y amigos, puesto que sólo a 
unos amigos muy especiales un autor les entregaría su precioso manuscrito y les pediría 
— y esperaría— la crítica tan honesta que generosamente me habéis brindado. Gracias 
por vuestro tiempo, buena disposición, esfuerzos y honestidad. En el texto encontraréis 
incorporados los fragmentos de vuestros consejos gramaticales, la utilización de expre­
siones más elocuentes y el reto de las ideas que me habéis planteado. Gracias.
Tracey Belmont (y todo el personal de John Wiley & Sons y de la composición grá­
fica): realmente he disfrutado trabajando contigo como editor. Me has ayudado a plas­
mar mis ideas y a estructurarlas de forma que sean fácilmente asequibles para los lecto­
res. Me encanta la manera en que compartimos nuestra particular visión de este mara­
villoso mundo.
VII
Agradecimientos
Ian Byrheway, PhD: por tus ánimos, tus correcciones y tu contribución creativa, gra­
cias y bienvenido a la familia.
Claire Ash: ¿cómo puedo expresarte mi gratitud por ser una parte tan maravillosa e 
integral de mi vida? Aprecio tu apoyo, el ánimo que me has prestado y la forma desinte­
resada con que has soportado mi «otra» relación (con el ordenador) durante los últimos 
meses. Mi historia es muy plena teniéndote a ti como personaje principal.
Me considero afortunado de haberme sentado junto a narradores muy cualificados, 
desde las playas de Fiji hasta las plantaciones de café en Vietnam y las pequeñas aldeas del 
Himalaya. Ellos me han permitido tener el excepcional privilegio de acceder a viejos rela­
tos llenos de sabiduría, y a interesantísimos procesos de comunicación.
También quiero dar las gracias a mis pacientes, quienes con tan buena predisposición, 
han compartido conmigo las historias íntimas de sus vidas y me han dado permiso para 
reproducirlas aquí. Deliberadamente, he distorsionado estas historias para proteger la 
intim idad de las personas, conservando la integridad del mensaje. Los familiares y los 
amigos también se encontrarán en estas páginas, a menudo de una forma que sólo ellos 
reconocerán. A todos agradezco no sólo que seáis parte de este libro, sino también parte 
de vida.
Al igual que escribir un libro es un acto que subraya nuestras interacciones con los 
demás, tam bién las historias son procesos de relación. A m edida que cada historia se 
cuenta y se vuelve a contar, su mensaje se extiende, y las ondas de salud, curación y feli­
cidad se expanden, de forma muy similar a lo que sucede cuando se arroja una piedra a 
un estanque.
VIII
Prólogo
Llovía y llovía, y a continuación llovía un poco más, com o si el cielo se hubiera 
abierto y un océano de lluvia cayera sobre la tierra. A medida que la riada crecía, el Hom ­
bre Sagrado miraba a su alrededor y se preguntaba si esa lluvia era una señal de Dios. 
Estaba seguro de que, aunque así fuera, no tenía nada que temer. Se colocó frente a la 
puerta y, cuando el agua empezaba a inundar su casa, un hombre en un bote de remos se 
acercó a donde estaba y le dijo: «Hombre Sagrado, ¡sálvese!, ¡súbase al bote conmigo!» Y 
el Hom bre Sagrado le replicó: «Soy un hombre de Dios, y Dios no perm itirá que me 
ahogue. Ofrece el lugar de tu barca a alguna otra alma digna.» Y el hombre se marchó 
remando.
El nivel del agua siguió creciendo y alcanzó el primer piso de su casa, y el Hom bre 
Sagrado subió al dormitorio en el segundo piso, y esperaba y miraba. Pronto otro hom ­
bre en un bote de remos navegó hasta su ventana y dijo: «Hombre Sagrado, ¡está en 
peligro! Por favor, súbase a mi barca, si no se ahogará.» Y el Hom bre Sagrado, una vez 
más declinó el ofrecimiento, y dijo: «Dios no permitirá que me ahogue.Yo soy Su sir­
viente. Su voz. Ofrece el lugar en tu bote a alguien que merezca ser salvado.» Y el hom ­
bre se marchó remando.
La lluvia continuó cayendo, y el nivel que alcanzó el agua obligó al Hombre Sagrado 
a subir al tejado. El agua subió hasta cubrir toda su casa, y tuvo que encaramarse a la chi­
menea. Entonces llegó un helicóptero y permaneció inmóvil en el aire encima de él, al 
tiempo que resonaba una voz a través de un altavoz que decía: «Hombre Sagrado. Le 
arrojaré una cuerda y le izaré desde la chimenea. Agárrese a la cuerda y sálvese.» A lo 
que el Hombre Sagrado contestó: «Dios no permitirá que me ahogue. Váyanse y resca­
ten a otra persona que necesite su ayuda.» Y el helicóptero se marchó volando.
La lluvia continuó, el agua siguió creciendo... y el Hombre Sagrado se ahogó.
Cuando se encontró a Dios en los Cielos, le preguntó: «Dios mío, ¿cómo has permi­
tido que me ahogue? ¿Acaso no te he servido fielmente todos estos años? ¿No he sido 
devoto toda mi vida a tu grandeza y no te he traído a otros siervos para que conocieran 
tu palabra? No lo entiendo, ¿por qué has permitido que me ahogara?»
Y Dios replicó: «¡Idiota! ¡He enviado dos barcas y un helicóptero!»
En ocasiones, las soluciones están justo enfrente de nosotros, pero somos demasiado 
cerrados de mente o no estamos lo suficientemente concentrados como para percatarnos
IX
Prólogo
de ellas o para aplicarlas. Por ejemplo, a diario, a nuestro alrededor hay personas mara­
villosas que pueden mostrarnos su forma de ser, su manera de solucionar los problemas, 
de relacionarse con los demás de una forma positiva y eficaz, y de tratar los complejos 
aspectos de la vida. Cualquier persona posee algunas técnicas, algunos recursos que 
pueden servir de modelo a los demás cuando intentam os aprender qué posibilidades 
tenemos en la vida. La vida de cada persona constituye una historia digna de ser conta­
da, bastaría pues con que dedicásemos un tiempo a conocerla y a explicarla.
George Burns, al com partir a lo largo de este libro su gran cantidad de recursos y 
técnicas con nosotros, nos ofrece la maravillosa oportunidad de aprender y de benefi­
ciarnos de su sabiduría. Burns es un agudo observador de las personas, y su sensibilidad 
y percepción se ponen inmediatamente de manifiesto en la forma amable de dirigirse a 
nosotros a través de las historias que explica. Proporciona a los lectores una estructura 
para entender el motivo por el que la narración de historias es un medio valiosísimo para 
com unicar ideas y enseñar técnicas, y ofrece soluciones a las personas víctimas de la 
desesperación y atadas con unas cadenas que, la mayoría de veces, ellas mismas han crea­
do. Liberar a las personas para que vivan de forma plena es uno de los claros objetivos 
de Burns, y sus historias son herramientas que proporcionan la ayuda necesaria para 
abordar los aspectos más importantes de los cambios que deben emprenderse; en con­
creto, Burns analiza los problemas desde diversas perspectivas y ofrece soluciones a muy 
distintos niveles. Burns fortalece al lector-oyente, y al hacerlo, posibilita vislumbrar la 
sabiduría inherente incluso en las experiencias más rutinarias de la vida.
El empleo de metáforas en la psicoterapia, especialmente entre quienes practican la 
hipnosis clínica, se ha convertido en un componente central del tratamiento. Hay toda­
vía mucho que aprender acerca de los motivos por los que una persona que oye una his­
toria se inspira y llega a transformar algunos aspectos de su vida, y por qué otra persona, 
al oír la misma historia, queda indiferente. ¿Qué factores influyen en el valor potencial 
de las experiencias de otros como herramientas didácticas? Burns aborda ésta y otras 
importantes cuestiones, y nos ofrece algunas ideas valiosas y directrices sobre cómo hacer 
que el arte de la narración sea un medio más dirigido y efectivo de intervención tera­
péutica.
Burns nos envía algunas barcas metafóricas y un helicóptero, y por la oportunidad 
que nos brinda, debemos estarle agradecidos.
M i c h a e l D. Y ap k o , PhD
Solana Beach, California
Introducción
Érase una vez... Cuando, al finalizar el día, mi madre se sentaba a un lado de mi cama 
y pronunciaba estas palabras, yo quedaba embelesado. Estas tres sencillas y consabidas 
palabras captaban mi atención y eran un preludio de lo que venía a continuación. 
¿Adonde conducirían? ¿Me transportarían con la fantasía a algún lugar remoto, o per­
mitirían que mi imaginación volara libre? ¿Me guiarían a través de tierras desconocidas? 
¿Abrirían frente a mí nuevos horizontes inexplorados? ¿Me harían evocar sentimientos de 
miedo, tristeza, júbilo o emoción? Entonces, me acurrucaba entre las ropas de la cama, 
cerraba los ojos y disfrutaba de la expectativa de emprender un viaje a lo desconocido.
Eran momentos muy especiales. En ese espacio temporal en el que compartíamos un 
cuento surgía una relación muy íntima. Entre narrador y oyente se establecía un víncu­
lo especial, igual que el que surgiría entre dos exploradores árticos que se encontraran ais­
lados en un m undo propio, un lazo surgido de com partir unas experiencias exclusivas.
Aunque el contenido de los cuentos, que por aquel entonces mi madre me leía, está 
perdido en lo más remoto de la memoria, aún recuerdo aquellas vivencias como unos 
momentos llenos de felicidad que estrechaban nuestra relación y que me hacían sentir un 
ser especial. M i madre amaba la literatura. A mi herm ana y a mí nos leía los clásicos 
infantiles, historias que se desarrollaban en todos los continentes, desde América hasta 
Europa y Australia. Cuando fuimos algo mayores nos llevó a ver pantomimas y repre­
sentaciones teatrales donde, además de escuchar los relatos, podíamos apreciarlos visual­
mente.
Las historias de mi padre eran distintas. Eran extraídas de la vida. Sus manos estaban 
hechas para manejar herramientas, y no libros. Nacido antes de que los hermanos Wright 
se elevaran sobre el terreno por primera vez, navegó por medio mundo a una edad en la 
que la mayoría de los adolescentes de la actualidad todavía acude al colegio. Faenó en los 
campos del interior de Australia, trabajó como peón en las carreteras, desolló serpientes 
para hacer cinturones de piel y perdió su escaso atractivo en un virulento incendio 
forestal. Explicaba historias de tragedias y triunfos, de logros y desengaños, de desafíos 
y determinación. Sus relatos, de una forma sutil que yo por aquel entonces no lograba 
comprender, me reportaban enseñanzas sobre los recursos internos y la maravillosa capa­
cidad del espíritu humano.
De mis progenitores aprendí mucho acerca de los cuentos, y parte de ese aprendizaje 
fue que los cuentos o las historias no son un dom inio exclusivo de la infancia. Han
XI
Introducción
enriquecido mi vida como adulto, padre y persona social. Me han ayudado a consolidar 
los vínculos afectivos con mi pareja, mis hijos y mis nietos. Desempeñan un rico, impor­
tante y poderoso papel en mi trabajo como terapeuta. Todos nos empobreceríamos sin 
los cuentos, y es difícil imaginar cómo desarrollaríamos las técnicas y los conocimientos 
necesarios para sobrevivir.
En la novela de Salman Rushdie The Moors Last Sigh* uno de sus personajes comen­
ta que, cuando todos morimos, lo único que quedan son las historias. Desde nuestro 
nacimiento estamos inmersos en los relatos. Cuando nuestra madre nos sostiene en sus 
brazos por primera vez, meciéndonos suavemente y susurrándonos, aprendemos una his­
toria de amor. Al crecer leemos cuentos que nos enseñan valores, principios y normas 
sociales. Los relatos que vamos escuchando van modelando nuestras vidas, y por su par­
te, las historias que empezamos a explicar definen quiénes somos. Cuando, al final del 
día, llegamos a casa después de asistir al colegio, contamos historias sobre nuestra clase 
o las experiencias que hemos tenido jugando. Sin embargo, a medida que dejamos atrás 
la niñez y vamos asumiendo las responsabilidades de la edad adulta, no olvidamos recu­rrir a las historias; y así, de forma muy parecida a como hacíamos cuando éramos cole­
giales, explicamos en casa las vivencias de nuestro trabajo cotidiano.
Estas historias tienen diversas funciones. No sólo son relatos fácticos de lo sucedido, 
sino que también ponen de manifiesto diversos aspectos sobre nosotros mismos, sobre 
nuestras experiencias, percepciones, y sobre la perspectiva que tenemos del mundo. Y 
si, a lo largo de toda la vida, las historias determinan el modo que tenemos de percibir las 
cosas y de interactuar, y ponen de manifiesto aspectos esenciales de nuestra persona, en 
los últimos años de nuestra existencia sirven para recordar vivencias y son el reflejo de 
todas las inquietudes y triunfos experimentados. Incluso cuando desaparecemos, nues­
tros relatos permanecen.
¿Qué ofrece este libro?
El desarrollo de la utilización efectiva de las metáforas en terapia debe tener en cuen­
ta dos elementos principales. El primero es la técnica. Al igual que un artista necesita 
conocer las leyes de la perspectiva, el color y la tonalidad, el narrador debe conocer los 
principios para elaborar una historia terapéutica que atraiga al oyente, facilite la identi­
ficación con el problema y sirva para buscar una solución.
El segundo de los elem entos es el arte. Lo que hace que un determ inado cuadro 
sobresalga del resto y cree una impresión duradera es el arte. De forma similar, las histo­
rias que serán más útiles para el cliente son aquellas que están específicamente concebi­
das para sus necesidades, y que se relatan de tal manera que hacen posible una implica­
ción, y ofrecen un significado.
Este libro responde a las solicitudes que he recibido de los alumnos en prácticas en los 
talleres que imparto sobre el recurso a las metáforas. Estas peticiones se refieren al aprendi­
zaje tanto de la técnica como del arte de una comunicación terapéutica efectiva. Dos de 
las preguntas más frecuentes con las que me he encontrado son «¿Cómo debe explicarse
*N. deT. E l último suspiro del moro, traducción española publicada por Plaza & Janés Editores, Barcelo­
na, 1995.
XII
Introducción
una historia de manera que el cliente se involucre de una forma efectiva?», y «¿Dónde se 
encuentran los materiales o los medios para crear historias adecuadas?»
Los capítulos siguientes ofrecen los pasos prácticos para contestar a estas preguntas. 
En ellos se le mostrará la forma de explicar historias de una forma eficaz, cómo hacer que 
sean metafóricas y dónde encontrar los recursos para elaborar historias terapéuticas. Se 
trata de directrices para explicar historias y para un empleo eficaz del discurso del narra­
dor, de forma que el cliente se involucre y empiece a recorrer el camino hacia la curación. 
El libro le guiará progresivamente a través de estos procesos pragmáticos y le indicará 
cuáles son los métodos para crear historias metafóricas extraídas de sus propias expe­
riencias y de otras fuentes.
A lum nos y colegas me han anim ado a que incluya varias historias de las que he 
empleado en terapia. En cierto modo, pienso en m í m ism o como un coleccionista de 
relatos, puesto que desde siempre me ha intrigado tanto el poder que tienen como su 
sutil capacidad para enseñar y facilitar la curación. Por ello, a lo largo de mis viajes por 
Asia, Europa, África, Australia y América, me he dedicado a recopilarlas. He escuchado 
muchas historias, tanto trágicas como triunfantes, de mis pacientes, y he aprendido de 
sus experiencias vitales. He tenido ocasión de oír los relatos creativos e imaginativos de 
mis hijos y mi nieto, el cual desconoce las restricciones y las estructuras propias del m un­
do de los adultos. Me he sentado junto a narradores en infinidad de minúsculos pueblos, 
desde las islas del Pacífico hasta las alturas del Himalaya, observando su arte y asimilan­
do su mensaje. He descubierto historias con brillantes metáforas en antologías literarias, 
relatos tradicionales y cuentos infantiles, y también en mi correo electrónico. Espero, 
igual que cualquier otro coleccionista, haber aprendido a descartar aquellas historias 
que no son valiosas, y a obtener enseñanzas de aquéllas que tienen un mérito intrínseco 
(un proceso que le animo a seguir, no sólo con las historias que lea en este libro, sino con 
cualquier otra que encuentre en el futuro).
A los terapeutas experimentados, esta obra les dará a conocer una gran variedad de 
nuevas ideas con las que elaborar metáforas terapéuticas llenas de significado. Se propor­
cionan técnicas para mejorar la destreza narrativa, realzando la comunicación y propi­
ciando una mayor eficacia en su trabajo, de forma que éste mejorará y será más grato.
Para los terapeutas de la metáfora noveles, que acaban de descubrir el poder que tie­
nen las metáforas terapéuticas, este libro ofrece procedimientos analizados paso a paso, 
ejemplos prácticos y una abundante selección de historias terapéuticas que permiten una 
aplicación inmediata en el ejercicio profesional, independientemente de cuál sea el cau­
dal teórico. Este libro le ayudará a cultivar sus habilidades en el arte de la comunicación 
terapéutica y en los procesos de cambio, y con él obtendrá la gratificación de conseguir 
resultados, al tiempo que se aprenden los métodos para aplicar las metáforas.
Unas palabras sobre el título
Al denominar a estos relatos metafóricos historias curativas empleo el término curación 
en un sentido amplio. Aunque quizás en nuestra cultura occidental el concepto cura­
ción se emplea en el contexto del tratamiento de una enfermedad física, o bien aludien­
do a un problema físico, no deseo limitar el término a esa acepción reduccionista. De 
acuerdo con los conocimientos que tenemos sobre psicobiología (Pert, 1985, 1987; Rossi y 
Cheek, 1998), se puede plantear como hipótesis que las historias que modifican núes-
Introducción
tro modo de pensar o de sentir sobre algo también pueden modificar de alguna manera 
el proceso mente-cuerpo. Si observamos a alguien escuchar embelesado una historia, 
veremos signos manifiestos de los cambios mente-cuerpo, como alteraciones en la respi­
ración, en el tono muscular y en el ritmo cardíaco. En la Historia 2 se ofrece la versión 
de un relato transm itido de generación en generación por ilustres nativos de las islas 
Fiji, para conferir a quienes lo escuchan las capacidades psicofisiológicas necesarias para 
lograr la proeza de andar sobre las brasas, y ello a través del control m ental sobre el 
cuerpo.
En el título y en el contenido de este libro, curación tam bién significa restableci­
m iento, consolidación o m ejora m ental y bienestar emocional. Las historias que se 
recogen tratan principalm ente sobre el ajuste o la modificación de las actitudes, las 
emociones y las pautas conductuales que facilitan nuestra adaptación a las circunstancias 
de la vida y que, en consecuencia, aseguran nuestro bienestar. Extrínsecamente, las his­
torias no tratan sólo de reparar deterioros o de curar síntomas, sino que versan (como 
siempre ha sucedido con las historias) sobre una forma de vivir, una filosofía de la vida 
y una existencia que está en armonía con las relaciones dinámicas entre mente, cuerpo, 
alma y entorno.
Por lo tanto, las historias no se limitan a fijar los problemas, sino que hablan sobre la 
salud y la curación de forma preventiva. Las historias pueden servir para mejorar, enri­
quecerse y fortalecerse. Pueden presentar al oyente experiencias o retos que éste todavía 
no se haya planteado y ofrecer consejos o medios para afrontar una determinada situa­
ción en el momento en que se presenta.
La terapia de la metáfora no es para todo el m undo, tanto si hablamos de pacientes 
como de facultativos, y no pretende constituirse en el único modo de hacer terapia. Aun­
que las historias poseen un atractivo universal y su eficacia como herramienta didáctica 
está ampliamente demostrada, hay pacientes que no aprecian o no se benefician de este 
enfoque indirecto del tratamiento, porque tal vez lo vencomo un modo evasivo, con­
descendiente o irrelevante de afrontar sus necesidades. Hay quienes responden mejor a 
intervenciones directas, e incluso se pueden llegar a enfadar, pues tienen la sensación que 
no está justificado pagar un dinero, que tanto les ha costado ganar, para oír a un tera­
peuta divagando sobre alguna historia abstracta. Conviene que preste especial atención a 
este tipo de respuestas, pues proporcionan una información vital, indicativa de que sus 
relatos no son aplicables a las necesidades de esas personas, o bien de que el enfoque 
que se proporciona a través de la metáfora no es el pertinente.
Cuantos más recursos terapéuticos tenga usted, mejor se podrá adaptar a estos pacien­
tes y a sus particulares necesidades. La terapia a través de la metáfora constituye simple­
mente un recurso terapéutico más, y no tiene por qué ser el mejor, ni tampoco el único, 
al que se pueda recurrir para conseguir un objetivo.
Historias orales frente a historias escritas
Puesto que tanto la tradición como la credibilidad de las historias se transm iten a 
través de la narración, he tenido dudas respecto a dejar constancia escrita de muchas de 
ellas. Una vez que quedan plasmadas por escrito, las historias tienden a adquirir una cier­
ta inmutabilidad, como si siempre hubieran sido así y debieran continuar siendo así. La 
realidad es que las historias son dinámicas. Evolucionan, cambian, y los narradores las
XIV
Introducción
van modificando, de igual manera que varían de un oyente a otro. De hecho, a menu­
do, la fuerza de una historia depende de su flexibilidad y capacidad de adaptación a las 
necesidades del oyente y de las circunstancias.
No puedo garantizar que las historias que aparecen en esta obra sean exactamente 
iguales a la versión que originalmente oí. Tampoco puedo garantizar que el relato que 
usted lea se corresponda fielmente al que transm ití al último de mis pacientes, ni a la 
narración que efectuaré a mis futuros pacientes. Lo importante es que las historias no se 
valoran desde la perspectiva de las palabras utilizadas, sino más bien desde su temática o 
significado. Intente buscar en cada historia el mensaje terapéutico en lugar de tratar de 
memorizarla o reproducirla a su paciente de forma literal. No se trata de historias con­
cebidas para ser explicadas una y otra vez, como un actor memorizaría un guión, palabra 
por palabra, o como alguien que se estuviera adiestrando en la hipnoterapia recitaría de 
manera precisa un determinado texto ideado al efecto.
Deje que las historias evolucionen, y de forma paralela, permita que su propia histo­
ria se vaya modificando. Las historias emergen de nuestro interior, son transmisoras de 
nuestras propias experiencias y nos ayudan a definirnos como personas. A través de las 
historias es posible, para nosotros mismos y para nuestros pacientes, encontrar la felici­
dad y el bienestar, al tiempo que proporcionan un medio para crear y mantener unos 
estados emocionales positivos.
Estructura del libro
El libro se divide en cuatro partes para permitir una rápida visualización de las sec­
ciones que puede ser necesario consultar cuando se está trabajando con un paciente 
durante la terapia. En la Primera parte, La terapia de la metáfora, se examina el poder que 
tienen las historias sobre la autodisciplina, así como para evocar emociones, servir de ins­
piración, cambiar comportamientos, crear hazañas mente-cuerpo y conducir a la cura­
ción. Esta sección contiene tam bién una serie de directrices para una narración eficaz 
de la historia, y para el empleo adecuado de la voz. El último capítulo de esta sección tra­
ta sobre las aplicaciones de las historias en la terapia.
La Segunda parte, Historias curativas, se divide en diez capítulos, cada uno de los cua­
les contiene diez historias relevantes desde la perspectiva de los resultados terapéuticos 
del tema del capítulo correspondiente. Cada capítulo se inicia con una breve descripción 
de la naturaleza de los resultados del tema y finaliza con un ejercicio sobre los resultados 
que constituyen el objetivo.
Los temas que se desarrollan en cada capítulo a través de las historias conforman un 
objetivo terapéutico común. Se trata de temas seleccionados de un estudio no publica­
do que realicé entre los asistentes a un congreso, para determ inar cuales eran los diez 
objetivos terapéuticos principales. Los resultados de este estudio los puse en relación con 
mis propias experiencias como terapeuta, y de ello extraje una lista de los diez temas tera­
péuticos más frecuentes, los cuales proporcionan una base sobre la que usted puede desa­
rrollar sus propias metáforas. Sin embargo, los seleccionados no constituyen los únicos 
resultados terapéuticos posibles, y conviene utilizarlos como una guía para extraer ideas, 
más que como un conjunto de objetivos exhaustivo y concluyente.
La Tercera parte, Creando sus propias metáforas, le guiará a través de los procesos de 
creación de sus propias historias orientadas a los resultados. En ella se expone lo que debe
XV
Introducción
evitarse, y se proporcionan ejemplos de cómo se han elaborado en este libro varias de las 
historias de curación. A continuación se ofrecen diversos procesos prácticos para crear, 
estructurar y elaborar metáforas terapéuticas efectivas.
En esta obra, el énfasis recae en la forma en que deben explicarse historias, cómo 
encontrar ideas para construir metáforas y cómo estructurar las historias terapéuticas, y 
no tanto en la exposición de la investigación subyacente a la terapia de la metáfora. Pues­
to que en la terapia de la metáfora son importantes tanto el arte como la ciencia, en la 
Cuarta parte proporciono una relación detallada de Recursos, de manera que los lectores 
interesados puedan ampliar sus conocimientos sobre la naturaleza de las metáforas como 
forma de lenguaje, la investigación efectuada sobre su eficacia, y la variedad de aplica­
ciones terapéuticas. Sirve también como medio de localización de otras historias tera­
péuticas (desde cuentos tradicionales hasta páginas web en Internet).
Cómo utilizar este libro como obra de futura consulta
Escribir este libro me planteó un dilema, puesto que deseaba ser claro, práctico y 
asequible sin mostrarme demasiado normativo. Para que una metáfora sea relevante ha 
de ser personal, se tiene que desarrollar en colaboración con el paciente y debe tener en 
cuenta tanto a ese paciente como sus problemas, sus recursos y los resultados pretendi­
dos. Algunos de los pasos que se pueden seguir para lograr este objetivo son:
1. Utilizar el problema que presenta el paciente como guía o indicación para empe­
zar a buscar unos objetivos adecuados de acuerdo con los resultados pretendidos:
En primer lugar, debe ver el problema como un medio para conseguir un determi­
nado fin. Recurra a la investigación y a las pruebas clínicas referentes a ese trastorno y a 
su tratamiento como base para definir las áreas en las que profundizar con la colabora­
ción del paciente, para de este modo poder determinar unos objetivos terapéuticos rele­
vantes. La comprensión de la naturaleza de los problemas del paciente le ayudará a for­
mular una metáfora apropiada de acuerdo con el enfoque PRR (que son las siglas de: 
problemas, recursos, resultados) (v. cap. 15).
No utilice este sistema de referencia como una formula que establezca: «Si piensa en 
depresión, recurra al Prozac», o «Si piensa en problemas de relación, recurra a la Historia 
X». Puede ser más útil ver el problema inicial como un indicador que le señale el tipo 
de ideas que podrían estimular los procesos que desarrollar cuando se formulen las metá­
foras.
2. D efina con claridad los objetivos terapéuticos de cada uno de sus pacientes 
siguiendo los pasos señalados para una evaluación orien tada a los resultados
(según se define en el capítulo 15):
Una vez que haya definido esos objetivos, le resultará más sencillo escoger las carac­
terísticas terapéuticas de una metáfora que mejor faciliten el tránsitodel paciente hacia 
el resultado deseado.
XVI
Introducción
3. Escoja una metáfora relevante:
La mejor opción es escoger una metáfora basándose en sus propias ideas, en los casos 
de sus pacientes o en sus experiencias personales. Si tiene dificultades para conseguir ideas, 
busque entonces en los capítulos 4 a 13, localice los objetivos terapéuticos que mejor se 
adapten a las necesidades de su paciente, y a continuación, examine el Ejercicio que apa­
rece al final del capítulo correspondiente para evaluar las ideas que usted ha tenido. Si 
todo esto falla, vuelva a repasar las historias que presento, recordando siempre que su 
única finalidad es la de ofrecer ideas y ejemplos. En sí mismas no contienen ninguna fór­
mula mágica, ni tampoco se exponen aquí de una manera singular que aumente su rele­
vancia. Para que sean útiles deben servir para estim ular sus propias ideas y poderse 
adaptar de forma creativa al trabajo que hay que desarrollar con los objetivos individua­
les de cada paciente.
XVII
Historia 1
La importancia 
de las historias
Debido a que las historias son un medio tan im portante para transm itir sabiduría, 
principios morales y filosofía de la vida, algunas culturas incluso tienen historias sobre 
la narración de historias. El siguiente ejemplo está basado en un cuento tradicional del 
Nepal. Nos explica que algunas historias son tan importantes que es imperativo escu­
charlas. Su conocimiento es una cuestión de vida o muerte.
La utilización de un rey como personaje principal subraya el hecho de que todo el 
mundo, aun las personas más poderosas y que gozan de mayor consideración, necesitan 
escuchar el mensaje de las historias. Éstas son tan fundamentales para nuestra felicidad 
y bienestar, así como para los propósitos de la vida, que los nepalíes han encomendado 
su pervivencia a una deidad específica.
Este relato com ienza en el reino de un m onarca que adoraba los cuentos con tal 
pasión que traía a su corte los narradores más famosos originarios de todos los rincones 
del mundo. El rey y su corte escuchaban cada noche sus relatos, algunos ya conocidos y 
otros nuevos. Como puede imaginar, tratar con los asuntos de estado a lo largo de todo 
el día resulta una actividad tediosa, y escuchar un cuento por la noche ayudaba al rey a 
relajarse, pero ahí radicaba el problema. Tanto se relajaba que inevitablemente caía dor­
mido antes de que el cuento finalizara. Como todo el m undo sabe, esto es una señal de 
falta de respeto y un indicio de malos augurios.
Este hábito del rey enfureció a la Diosa de los cuentos, que se sintió humillada e insul­
tada por esa actitud de incum plir de forma habitual con el protocolo de escuchar los 
cuentos. ¿Cómo podían el monarca o su gente ser felices si no se terminaban de explicar 
los relatos?
En consecuencia, con la intención de advertir al monarca, la Diosa de los cuentos se 
apareció en sueños al primer ministro para prevenirle de que el rey debía bien escuchar 
los cuentos completos, bien prescindir de ellos. El primer ministro le explicó al rey su 
sueño, y éste juró permanecer despierto. Sin embargo, durante la narración de esa mis­
ma noche, su mente empezó a dispersarse, sentía los párpados pesados y pronto cayó 
dormido.
El primer ministro, deseando anticiparse a la cólera de la Diosa de los cuentos, pidió 
a los narradores que, ante la más mínima señal de que el soberano se iba a quedar dor­
mido, aceleraran el desenlace de sus relatos, que elevaran el volumen de su voz o que
XIX
La importancia de las historias
incrementaran su grado de entusiasmo; no obstante, todos los esfuerzos resultaron bal­
díos, ya que el rey se durmió de nuevo. A la Diosa de los cuentos le enfureció que el rey 
desoyera sus advertencias. Ella había sido generosa y tolerante, lo cual hacía que el agra­
vio fuese mayor.
Una vez más, la Diosa se apareció en sueños al primer ministro. «El rey continúa sien­
do poco respetuoso con los cuentos», le indicó. «No escucha sus mensajes y, en conse­
cuencia, no puede incorporar las enseñanzas de los relatos a su vida, ni puede brindar un 
buen ejemplo a sus súbditos. Si persiste en su actitud de insultar a los cuentos, debe 
morir, y como Diosa de los cuentos mi deber es castigarlo. Si se duerme durante un 
cuento, a la mañana siguiente envenenaré su desayuno. En caso de que quedara indem­
ne, haré que la rama de un árbol caiga sobre él, le golpee y le produzca la muerte. Y si por 
cualquier motivo sale bien parado, enviaré una serpiente venenosa para que lo ataque.»
Pero las advertencias de la Diosa no acabaron aquí. Dado que el rey ya había recibi­
do suficientes avisos, si el primer ministro le prevenía respecto al inminente destino que 
le aguardaba, entonces el fiel vasallo sería convertido en piedra.
¡Qué gran dilema! ¡Su muerte o la de su amado rey! Pero él tenía la esperanza de poder 
evitar ambas amenazas. De forma que recurrió a todas las tácticas para m antener al 
monarca despierto. Sin embargo, esa noche, una vez más, el rey se durmió antes de que 
acabara el cuento.
Por la mañana, el primer ministro cambió discretamente su desayuno por el del rey, 
y salvó la vida del soberano. Por la tarde intentó de nuevo que el rey no sucumbiera al 
sueño, pero sus esfuerzos fueron vanos. Al día siguiente, mientras el rey estaba sentado 
en una mesa del jardín, el primer ministro observaba con atención el árbol que pendía 
sobre su cabeza. Tan pronto como una rama se quebró y empezó a caer, se abalanzó sobre 
el rey empujándolo para evitar el accidente, y una vez más salvó su vida. El rey estaba 
muy agradecido, pero el primer ministro no podía explicarle sus acciones ni advertir al 
rey de la amenaza que todavía le aguardaba.
Aquella noche, cuando el incorregible rey empezó a dorm itar durante el relato del 
cuento, el primer ministro se introdujo con sigilo en el dormitorio real y se ocultó tras 
una cortina. El leal servidor continuó velando cuando el rey y la reina se retiraron a su 
estancia. Como había vaticinado la Diosa de los cuentos, una serpiente mortal se desli­
zó hacia el interior del aposento real y trepó por la cama del monarca. El animal se irguió 
sobre sí mismo presto para atacar, pero el prim er m inistro consiguió abatir antes a la 
serpiente. Con un certero golpe de espada le cortó la cabeza.
En ese momento el rey se despertó, vio al primer ministro con la espada desenvainada 
e interpretó la acción como un intento de asesinato. El ministro fue condenado a muer­
te, y mientras estaba sentado en su celda esperando la ejecución, se dio cuenta de que su 
muerte era ya inevitable hiciera lo que hiciera. Por ello, deseando morir con la reputa­
ción de su lealtad intacta, le explicó al monarca el verdadero sentido de sus acciones. 
Apenas hubo terminado de pronunciar la última palabra quedó convertido en piedra.
El rey quedó invadido de tristeza y sentimiento de culpa. Hizo entonces la promesa 
de que nunca se dormiría durante un cuento ni interrumpiría su relato. Animó a sus súb­
ditos a ser respetuosos con los cuentos, con los narradores, y en consecuencia, con la 
Diosa de los cuentos. Los relatos merecían atención, y ello significaba no simplemente 
escuchar las palabras, sino captar el mensaje; por ello, de la misma forma que el relato 
merecía un respeto era necesario también aplicar al devenir diario el mensaje de los cuen­
tos de forma respetuosa.
índice de capítulos
Primera Parte La terapia de la metáfora i
Capítulo 1 El poder de las historias 3 
Capítulo 2 La narración efectiva 13 
Capítulo 3 Las historiaç en terapia 31
Segunda Parte Historias curativas 39
Capítulo 4 Potenciación de la fortaleza 41
Historia 2 Una tradición de potenciación de la relación 
mente-cuerpo, 42 
H istoria 3 La asunción de responsabilidades, 44 
H istoria 4 La confianza en uno mismo, 46 
H istoria 5 La importancia de aceptar cumplidos, 48 
Historia 6 Jim y el libro de chistes: una historia de 
autopotenciación, 50 
Historia 7 Fortalecimiento a través de la autoafirmación, 52H istoria 8 El agradecimiento a los propios síntomas, 54 
Historia 9 Un modelo de fortalecimiento, 56 
Historia 10 El fortalecimiento de Joe, 57 
Historia 11 Elevarse a nuevas alturas, 60
C apítu lo 5 El proceso de aceptación 65
Historia 12 La aceptación de la vida tal como se presenta, 65 
Historia 13 Aprendiendo a aceptar las propias circunstancias, 67 
Historia 14 Recordando lo que no se debe olvidar, 70
XXI
índice de capítulos _
Capítulo 5 El proceso de aceptación
(cont.) Historia 15 Todos somos distintos, 72
Historia 16 El deseo final, 73
Historia 17 La aceptación de lo que la vida trae consigo, 75
Historia 18 La aceptación de una pérdida, 77
Historia 19 Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?, 78
Historia 20 La búsqueda de la perfección, 80
Historia 21 La vida no es lo que debería ser, 81
Capítulo 6 La reformulación de las actitudes negativas
Historia 22 Mirar hacia arriba, 8 6
Historia 23 La ley de la naturaleza, 87
Historia 24 El bien sigue al mal, 89
Historia 25 Regular las velas, 91
Historia 26 La elección de un modelo, 93
Historia 27 El olvido del pasado, 94
Historia 28 Un viaje con unas enseñanzas inesperadas, 96
Historia 29 Cuando ya no puedes más, 98
Historia 30 Somos lo que nosotros creemos, 100
Historia 31 Mi padre: de los problemas a las soluciones, 102
65
Capítulo 7
Capítulo 8
85
El cambio en las pautas de comportamiento 105
Historia 32 Cuando sólo lo mejor es posible, 105
Historia 33 El principio del conocimiento, 107
Historia 34 El reconocimiento y el empleo de lo absurdo, 110
Historia 35 Un gesto que cambió a todo un pueblo, 111
Historia 36 Cuando siempre se hace lo que siempre se ha hecho, 112
Historia 37 Vivir el momento, 114
Historia 38 Lo que se siembra, 116
Historia 39 Cuando las acciones dicen más que las palabras, 118
Historia 40 La vida no es tan mala, 119
Historia 41 ¿Es usted mejor de lo que era?, 121
El aprendizaje a partir de la experiencia 123
Historia 42 Utiliza lo que tienes, 124
Historia 43 Enfrentándose y trabando amistad con los propios 
fantasmas, 125 
Historia 44 Aprender a amar el malestar, 127 
Historia 45 Los problemas pueden dar paso a nuevas 
posibilidades, 129 
Historia 46 El descubrimiento de riquezas en la tragedia, 131 
Historia 47 Encontrando la paz, 132 
Historia 48 Trazando los límites, 134 
Historia 49 Entrando y saliendo de lugares equivocados, 136 
Historia 50 La confianza en las propias capacidades, 138 
Historia 51 La conversión del dolor en placer, 140
XXII
C apítu lo 9
C apítu lo 10
C apítu lo 11
C apítu lo 12
Indice de capítulos
La consecución de objetivos 145
Historia 52 Alcanzando el objetivo final, 146
Historia 53 Volando libre de la relación mente-cuerpo, 148
Historia 54 Cambiar las cosas, 150
Historia 55 Asumiendo un compromiso, 151
Historia 56 Escribiendo un libro, 153
Historia 57 Escalando todas las montañas, 155
Historia 58 Infinidad de caminos, 157
Historia 59 Construyendo una nueva vida, 159
Historia 60 Los secretos del éxito, 161
Historia 61 Cada cosa a su tiempo, 163
La búsqueda de la compasión 167
Historia 62 La inutilidad de las discusiones, 168
Historia 63 La relación mente-cuerpo, 169
Historia 64 Amar y dejar marchar, 171
Historia 65 Amor, versión 4.0, 173
Historia 66 El mutuo reconocimiento, 176
Historia 67 Aprendiendo a cuidar, 177
Historia 68 Aprendiendo a dar más, 180
Historia 69 Cogiendo su mano, 182
Historia 70 La historia de la compasión, 184
Historia 71 Dando lo que se necesita, 186
El desarrollo de la sabiduría 189
Historia 72 El río de la vida, 190
Historia 73 Creando alternativas, 192
Historia 74 Expectativas de los demás, 193
Historia 75 Creando alternativas para sobrevivir, 195
Historia 76 El conocimiento frente a la acción, 197
Historia 77 Adoptar un nuevo punto de vista, 198
Historia 78 Utilizando la sabiduría de una forma amplia, 200
Historia 79 Si sólo se dispusiera de tiempo, 202
Historia 80 El abandono de la búsqueda, 204
Historia 81 El encuentro de la fuente de la sabiduría, 206
El cuidado de uno mismo 
Historia 82 Lo que se da es lo que se recibe, 212 
Historia 83 Dar lo mejor de uno mismo, 213 
Historia 84 Cargando las reservas, 214 
Historia 85 Aprender a cuidar de uno mismo, 216 
Historia 86 Ir a favor de la corriente, 218 
Historia 87 El reflujo de la marea, 219 
Historia 88 El reconocimiento y el empleo de las propias 
capacidades, 222 
Historia 89 Dar lo que se quiere recibir, 225
211
XXIII
índice de capítulos _
Capítulo 12 
(cont.)
Capítulo 13
El cuidado de uno mismo 211
Historia 90 La formación y el cambio de creencias, 227 
Historia 91 Negociando disponer de tiempo para uno mismo, 229
La mejora de 
Historia 92 
Historia 93 
Historia 94 
Historia 95 
Historia 96 
Historia 97 
Historia 98 
Historia 99 
Historia 100
la felicidad 233
El secreto que nunca será conocido, 234
Dar y recibir, 236
Intentar simplificar las cosas, 238
Cuando se siente la felicidad, 240
Las cosas pueden ir peor, 241
El problema de buscar problemas, 242
La coherencia frente a todas las situaciones, 244
La utilización de lo que la vida ofrece, 245
La relación mente-cuerpo, 246
Tercera Parte La creación de sus propñas metáforas 251
Capítulo 14 Qué es lo que se debe hacer y lo que no 251 
Capítulo 15 Utilización de un enfoque PRR para crear sus 
propias historias de curación 269 
Historia 101 ¿Por qué enseñas a través de historias^ 251 
Recursos 251 
Indice alfabético de materias 251
XXIV
Primera Parte
La terapia
Capítulo 1
El poder de las historias 
Capítulo 2
La narración efectiva 
Capítulo 3
Las historias en terapia
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Capítulo 1
El poder de las historias
¿Por qué se deben explicar historias?
Era el año 1794 cuando un pequeño niño se sometió a una intervención quirúrgi­
ca para que le extirparan un tum or. Me estremece pensar qué ideas me hubieran 
pasado por la cabeza si, situándome en el pasado 200 años atrás, y con sólo 9 años de 
edad, me hubiera tenido que enfrentar a la perspectiva del bisturí de un cirujano. 
Todavía no se habían descubierto los antibióticos. Louis Pasteur aún no había ilustra­
do a la comunidad médica sobre la necesidad de la esterilización, y las anestesias quí­
micas para controlar el dolor no se descubrieron hasta un siglo y medio después. Todo 
lo que se le podía ofrecer al niño era un cuento. Para ayudar a distraer su atención le 
explicaron una historia tan fascinante que posteriormente juró no haber sentido nin­
gún tipo de molestia.
¿Es posible que un relato sea tan poderoso? ¿Puede prolongarse ese poder? Para ese 
niño ciertamente así fue. Dieciocho años más tarde ese mismo niño le entregó a un 
editor uno de sus propios cuentos. Ese muchacho se llamaba Jacob Grimm. ¿Cuál era 
esa historia? Blancanieves. Al cabo de los años llegó a ser el autor de cuentos de hadas 
más famoso del m undo y sus relatos todavía hoy, transcurridos dos siglos, se conti­
núan explicando y se transm iten a través de la tradición oral e impresos en libros, 
representados en obras teatrales o en las pantallas cinematográficas.
¿Es esta experiencia que tuvo Jacob Grimm tan excepcional? ¿No es ésta acaso una 
característica implícita a todas las historias que se nos ofrecen y que conocemos todos? 
¿Recuerda usted lo que sentía cuando, siendo niño, uno de sus padres o abuelos se sen­
taba en el regazo de su cama por la noche y le leía un cuento que le permitía viajar en 
el mundo de la fantasía? O más recientemente, ¿ha compartido durante alguna comi­
da historias que le han hecho evocar emociones de alegría o de tristeza? Es posible 
que haya estado tan absorbido por una historia en el cine o en el teatro que, durante 
un lapso de tiempo, se haya olvidado de todos sus problemas del estrés cotidiano, del 
dolor de cabeza que tenía o de las discusiones con su cónyuge.
Personalmente, he olvidado el contenido de estas historias de la infancia; sin embar­
go, es difícil olvidar la experiencia y la intimidad que conlleva el proceso de explicar­
las,cuando el narrador está sentado en el borde de la cama y el niño permanece embe­
3
La terapia de la metáfora
lesado. Dado que los cuentos tienen un poder especial de transmisión, entre narrador 
y oyente se crea una relación única y una afinidad especial.
Este tipo de vínculo se remonta a los orígenes de la historia de la humanidad. En 
algún momento de un remoto pasado, alguien, en algún lugar, empezó a explicar his­
torias. Desde entonces las historias han formado parte de la sociedad humana. Con 
independencia de cuál sea nuestra lengua, religión, cultura, sexo o edad, las historias 
forman parte de nuestras vidas. Y es gracias a esas historias que nuestra lengua, reli­
gión, ciencia y cultura existen. Las historias pueden colmar los sueños, y de hecho, 
los sueños no son sino historias.
A lo largo del tiempo y en todas las culturas se han transmitido historias a través 
de la palabra, la música y el movimiento. Los narradores (religiosos, actores, titiriteros, 
bailarines, padres, m úsicos...) han sido los encargados de contarlas. Esas historias se 
han recogido en libros, cintas, películas y se han interpretado con instrum entos 
musicales. Los relatos tienen el poder de estrechar vínculos, entretener y enseñar. En el 
pasado se solía dar cobijo y alimento al cuentista del pueblo por el placer de escuchar 
sus historias. En la actualidad convertimos a nuestras estrellas cinematográficas, que 
son los cuentistas modernos, en héroes populares y multimillonarios.
En el Nepal, las madres utilizan las historias de miedo en lugar del castigo físico 
para controlar a sus hijos. A lo largo de la cordillera del Himalaya, en el T íbet, se 
recurre a las historias y a los narradores para conseguir el estímulo de respuestas emo­
cionales intensas. En tiempos de guerra las historias han servido para fom entar la 
bravura de los soldados. En las islas Fiji una antigua historia, transmitida de genera­
ción en generación, otorga a determinadas personas, escogidas por la autoridad, la 
capacidad de controlar los procesos mente-cuerpo para curar o para andar sobre las 
brasas. En las profesiones médicas se emplean historias a modo de metáforas para ayu­
dar a los pacientes a conseguir los objetivos deseados y para facilitar la curación.
El poder de las historias para conseguir disciplina
En Nepal no se recurre a medios físicos para disciplinar a los niños, puesto que las 
madres no desean ver a sus vástagos infelices o llorosos. Gritar o escandalizar a un niño 
cuando se equivoca está muy mal visto. En lugar de esto se intenta controlar el com­
portamiento de los hijos explicándoles historias. Para mantener a los niños quietos o 
reprimirlos se emplean historias de miedo con terribles personajes, que pueden ser 
humanos, animales, espíritus o entidades demoníacas. Aunque podemos considerar 
algo cruel e incluso un abuso emocional explicar a los niños cuentos de terror, expon­
go esta práctica no para debatir si es adecuada o no (desde nuestra perspectiva cultu­
ral), sino para ilustrar dos aspectos. El primero es describir la forma como se utilizan 
tradicionalmente las historias en culturas distintas a la nuestra. El segundo es subra­
yar el poder que tienen para controlar el com portamiento, lo cual es un factor rele­
vante para su utilización terapéutica.
El poder de las historias para suscitar emociones
El Sr. Volk fue mi profesor de inglés durante la enseñanza secundaria. Era un hom ­
bre al que le apasionaba la literatura australiana, motivo por el cual le estoy profun­
damente agradecido. Quedarán siempre grabados en mi memoria los momentos en
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El poder de las historias
los que leía las historias de Dad y Dave del libro On Our Selection, de Steele Rudd. 
Apenas podía term inar las historias debido a que se desternillaba de risa, hasta el 
punto de que se le caían las lágrimas. Incluso aquellos compañeros que menos devo­
ción profesaban por la literatura no podían evitar estallar en carcajadas. Muchos alum­
nos se retorcían literalmente en sus asientos, con los brazos doblados sobre sus estó­
magos, como temiendo reventar de un ataque de risa. El Sr. Volk no ponía ningún 
reparo a esas muestras de alegría. El alborozo se extendía por el aula como si se tratara 
de una enfermedad contagiosa, y la consecuencia de todo ello era que los estudiantes 
se abalanzaban sobre la biblioteca para pedir a gritos uno de los pocos ejemplares de la 
obra, y así poder term inar de leer las historias cuyo final desconocían a causa del 
acceso de risa experimentado.
Es posible que todos hayamos sentido el poder que tienen las historias para suscitar 
determinadas emociones. Así por ejemplo, esto es lo que sucede si nos sentamos en el 
bosque alrededor de una hoguera y dejamos que nos expliquen historias sobre espíri­
tus. Como bien saben las madres nepalíes, estas historias a menudo provocan el mie­
do de los niños. D e la m isma forma, esos relatos explicados al lado del fuego nos 
asustan y perturban nuestro sueño a lo largo de toda la noche.
Enclavado en las alturas, en la vertiente de sotavento de la cordillera del Himala- 
ya, el país del Tíbet durante muchos siglos disfrutó de una situación de aislamiento 
geográfico pocas veces perturbado. Este hecho, combinado con un deliberado aisla­
cionismo político y religioso, hizo que ese pueblo permaneciera al margen de los desa­
rrollos tecnológicos que tenían lugar en el resto del m undo (y en gran medida, todavía 
continúa así). Esto permitió que los tibetanos gozaran de una singular libertad para 
centrarse en el desarrollo espiritual. La narración de historias se convirtió en un medio 
para transmitir las enseñanzas religiosas, pero también cumplió una importante fun­
ción secular, como principal forma de entretenimiento. Tradicionalmente, los abue­
los asumían el rol de explicar, sentados frente a una hoguera, historias populares al res­
to de la familia. De esta manera transmitían los conocimientos de la historia del país y 
de los valores de su sociedad a las generaciones más jóvenes.
Además de estos narradores familiares, existían personas que se dedicaban profe­
sionalmente a contar historias y a quienes se les regalaba comida a cambio de sus rela­
tos. A estos personajes, a quienes se les llamaba lama-manis, explicaban leyendas épi­
cas de batallas y héroes, así como relatos en los que se evocaban sentimientos. Norbu 
Chophel (1983), que ha intentado conservar algunas de las historias tradicionales tibe- 
tanas, explica cómo los nativos se sentaban durante cuatro horas seguidas a escuchar al 
lama-mani, enjugándose las lágrimas y, a continuación, sin ningún rubor, se dirigían a 
sus casas con los ojos enrojecidos.
El poder de las historias como fuente de inspiración
Un ejemplo de cómo las historias tienen el poder de inspirar y de motivar es el rela­
to auténtico del capitán Falcon Scott, oficial naval y explorador de la Antártida. En 
1900, y a la edad de 32 años, Falcon fue escogido para dirigir la primera expedición 
oficial británica a la Antártida. Después de regresar de su viaje pionero fue ascendido 
de teniente a capitán. Al igual que la mayoría de los exploradores de las Grandes Tie­
rras del Sur, quedó cautivado y enamorado de sus encantos, y planeó volver a la pri­
mera oportunidad. Cinco años más tarde la Tierra Incógnita volvió a reclamarle, y en
5
La terapia de la metàfora
1909 entró en la carrera por la conquista del Polo Sur. Se trataba de una lucha de exal­
tación del orgullo nacional y de supremacía colonial. El Reino Unido, dominador de 
los mares, también intentaba conseguir la soberanía de este vasto y árido continente 
helado.
Después de navegar por medio mundo surcando algunos de los mares más peligro­
sos a bordo de un barco ballenero de madera reformado el capitán Scott se dispuso a 
cruzar el continente blanco utilizando como medio de transporte ponies siberianos. 
Pero, incluso estos equinos, especialmenteadiestrados y aclimatados al frío, no pudie­
ron soportar las condiciones tan adversas existentes, y los que no murieron tuvieron 
que ser sacrificados de un disparo. Esta circunstancia forzó a la expedición a tirar 
m anualm ente de los trineos. El 18 de enero de 1912, Scott y cuatro compañeros 
alcanzaron el Polo Sur. Es imposible imaginar, después de un año de luchar contras las 
adversidades, cómo se debieron sentir (ni tan siquiera la anotación recogida en su 
diario, «Lo peor ha sucedido», deja constancia de la verdadera entidad de sus emocio­
nes), cuando vieron cómo el viento antàrtico hacía ondear la bandera noruega en el 
centro del Polo. Scott se vio privado del honor de ser el primero en llegar a los 90° de 
latitud sur por una diferencia de sólo un mes, al anticipársele una expedición liderada 
por Roald Amundsen.
Lamentablemente ésta no fue la única tragedia a la que tuvieron que enfrentarse, 
pues tuvieron que soportar la fatiga física y las inclemencias del clima polar a lo largo 
de todo el trayecto de regreso a través del continente helado. Un miembro del grupo 
falleció en ese viaje de vuelta, y otro, el capitán Oates, que sufría una grave congela­
ción, prefirió huir del refugio de su tienda para ir a buscar la muerte en una tormenta 
polar, antes que retrasar la expedición y poner en peligro las vidas de sus camaradas. Su 
acto de autosacrifìcio de poco valió. Dos meses y medio después de su partida desde el 
Polo, Scott y los otros dos miembros del grupo quedaron atrapados en una tormenta 
de nieve. Murieron a tan sólo 16 kilómetros del lugar preestablecido, donde había un 
depósito con alimentos y un refugio. Más de un año después una expedición de res­
cate encontró sus cuerpos, con todos los documentos y diarios intactos.
Scott fue pronto ascendido al rango de héroe nacional que había ofrecido su vida al 
servicio de su país. La historia de Scott y Oates, ilustrada por una película del fotó­
grafo de la expedición, inspiró a miles de soldados y a sus oficiales en las intrincadas 
trincheras europeas durante la Gran Guerra. Las tropas se sentían identificadas con 
aquellas penurias, el patriotismo de los expedicionarios les servía de motivación, y 
encontraban consolador su autosacrificio final. Desde el frente se enviaron docenas de 
cartas a la viuda de Scott en las que se aseguraba que la historia de su m arido les 
había fortalecido frente a las penalidades de la guerra.
El poder de las historias para cambiar
Jessica tenía sólo seis años cuando su madre me la trajo para que la visitara, sin 
embargo ella me enseñó algo sobre el poder de las historias. Se le había diagnosticado 
m udez selectiva. Ella escogía a quién hablar, y en sus pocos años de vida nunca se 
había dirigido a un adulto que no fuera un familiar directo, y raramente hablaba con 
otros niños. Cuando se encontraba entre un grupo de compañeros no pronunciaba 
palabra, de forma que los otros niños sólo la podían escuchar, y aún de forma muy 
tenue, cuando jugaban de forma individual con ella.
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El poder de las historias
Para sus padres esta circunstancia no constituía una preocupación, puesto que en 
casa se expresaba con desenvoltura, y el vocabulario, la estructura de las frases y la flui­
dez del habla les parecían similares a las de sus compañeros. Su madre explicó que 
Jessica en ocasiones era tan habladora que deseaba que se callara.
Los profesores contemplaban la cuestión desde una perspectiva distinta. Estaban 
profundamente inquietos. Dado que había permanecido absolutamente muda duran­
te todo el año (al igual que había sucedido durante el curso de preescolar doce meses 
antes) no disponían de elementos de juicio para valorar su capacidad lectora o sus 
habilidades verbales. El sistema escolar exigía responsabilidad y una evaluación, y era 
imposible determinar estos aspectos si Jessica se negaba a seguir las reglas del juego.
La niña acudió a un psicólogo escolar que no pudo lograr que hablara ni medir su 
progreso en tests verbales estándar. El psicólogo recomendó al profesor de Jessica la 
utilización de un programa comportamental. N o quedó claro si el programa era ina­
decuado o si no se aplicó de manera correcta. La cuestión fue que Jessica continuó 
siendo muda selectiva.
Recibí a Jessica y a su m adre en la sala de espera y charlé de form a distendida 
durante un rato antes de pedirle a la madre hablar a solas con ella. Si Jessica no se 
dirigía a los adultos no tenía ningún sentido entrevistarme primero con la niña y crear 
una situación similar a la que se daba cotidianam ente con otros adultos no perte­
necientes al círculo familiar. Además, cuando tengo que visitar a niños me gusta hablar 
con los padres a solas, para evitar así que se puedan hacer comentarios que puedan 
resultar incómodos para el niño, lo cual no haría sino reforzar el problema o abordar 
de manera negativa el enfoque terapéutico adecuado.
Le di a Jessica un pedazo de papel y unos cuantos lápices de colores y le pedí que 
dibujara algo mientras yo hablaba con su madre. No había transcurrido mucho rato 
cuando sonaron unos golpes suaves en la puerta de mi despacho. Jessica entró con 
dos dibujos, uno de su madre y otro mío. Me los ofreció en silencio y yo le di las gra­
cias al tiempo que le pedía que hiciera algún otro dibujo mientras acababa de hablar 
con su madre. La niña se sentó en el suelo con un papel y los lápices y aparentemente 
absorbida por la tarea. Yo sabía que estaba escuchando todo lo que decíamos. Esto 
me dio la oportunidad de dirigirme a ella de forma indirecta hablando con su madre. 
Mi enfoque terapéutico tenía dos objetivos: en primer lugar, transmitir tanto a Jessica 
como a su madre la idea de que el lenguaje selectivo es algo normal; y en segundo 
lugar, que existe una expectativa de cambio. En ese momento yo no esperaba que tras 
seis años de absoluta mudez la situación cambiara repentinamente.
Centrándom e en mi primer objetivo, le hablé a la madre sobre cómo todos esco­
gemos con quién hablar o con quién no. Hay personas que nos gustan y a ellas nos 
dirigimos de forma abierta y espontánea, y hay otras con las que no deseamos entablar 
una conversación. Entre el grupo de personas con el que hablamos, hay con quienes 
nos extendemos y con quienes no. M i intención era tranquilizar a Jessica de forma 
indirecta y transmitirle la idea de que tenía la posibilidad, si lo deseaba, de ser selecti­
va, y de que las decisiones que adoptaba eran normales. Éste era un aspecto im por­
tante, dado que otros adultos (profesores y psicólogos escolares, el médico de la fami­
lia y su abuela) la habían tratado como si su comportamiento fuera anormal, y era evi­
dente que esta forma de abordar el problema no había dado resultado.
Para establecer una expectativa de cambio le conté a la madre una historia verídi­
ca, extraída de mis propios recuerdos de cuando era estudiante de primaria. En mi cla-
7
La terapia de la metáfora
se había un muchacho llamado Billy a quien nadie en el colegio había oído nunca una 
sola palabra, ni los profesores ni sus compañeros. De alguna forma corrió el rumor de 
que podía hablar y que en su casa se explicaba con normalidad, aunque en el colegio 
permanecía en silencio. Billy era objeto de burlas, pero ni aún así hablaba. Finalmen­
te, sus compañeros y profesores aceptaron su silencio, y así permaneció Billy durante 
varios años. Pero un día las cosas cambiaron.
En este punto del relato, Jessica dejó de dibujar y dirigió la mirada hacia mí. Yo 
continué dirigiéndome a su madre y seguí con la historia.
Era un lunes por la mañana y estábamos todos entrando en fila en la clase después 
de una asamblea. Las personas encargadas de la limpieza habían pasado por el aula, y 
debían de haber hecho su trabajo de una forma un tanto apresurada puesto que la puer­
ta del armario que estaba situado al fondo de la estancia estaba entreabierta y se podía 
observaruna fina capa de polvo. A medida que Billy avanzaba por el pasillo en direc­
ción a su pupitre se dio cuenta de la suciedad existente y sin poderse reprimir exclamó: 
«Señor, hay una gallina en el armario.» Todo el m undo se rió y después de ese día Billy 
habló con normalidad en el colegio.
Jessica había dejado de dibujar y había estado escuchando la historia. Cuando ter­
miné apartó el papel donde había garabateado y reemprendió su actividad en una nue­
va hoja. Yo continué hablando con su madre. Unos instantes después me entregó un 
dibujo de un pájaro.
«¿Qué es esto?», pregunté.
«Piolín», contestó.
«¿Quién es Piolín?», inquirí.
«Mi canario», respondió.
Su madre observaba la escena atónita. Era el primer adulto no perteneciente a la 
familia al que Jessica había hablado en sus seis años de vida. Como Jessica me enseñó, 
el poder para cambiar, inherente a un relato, puede provenir también de su narración 
indirecta, cuando ésta vaya claramente dirigida a otro interlocutor.
El poder de las historias para propiciar hazañas mente-cuerpo
Al igual que pueden cambiar un comportamiento, las historias tienen el poder de 
propiciar hazañas físicas asombrosas. Mi hija antropóloga estudió el creciente impac­
to del turismo (durante un período de tres años) en una pequeña isla del Pacífico per­
teneciente a Fiji (Burns, 1996). Beqa es el enclave del que provienen originariamente 
las personas que caminan sobre las brasas. Mi hija, sabedora de mi interés por la mate­
ria, tuvo la consideración de aplazar la entrevista con el sumo sacerdote de quienes se 
dedicaban a esa práctica hasta que yo tuviera la oportunidad de asistir a la misma. El 
beti, como es denom inado en Fiji, me permitió asistir al ritual de preparación para 
caminar sobre las brasas. La perspectiva de observar estas prácticas me tenía intrigado 
e ilusionado. Tras haber pasado 30 años de mi carrera estudiando y trabajando la hip­
nosis esperaba ver inducciones hipnóticas que facilitaran la capacidad de esas personas 
para controlar el dolor, como por ejemplo el empleo de técnicas para propiciar el 
estado de trance, las cuales serían similares a la hipnosis y a la meditación a las que se 
recurre para otras prácticas que desafían las experiencias dolorosas visuales.
Los preparativos para andar sobre las brasas consistían en tomar un preparado con 
unos ligeros efectos anestésicos locales, en una charla impartida por el sumo sacerdo­
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El poder de las historias
te sobre los motivos de la práctica y en la narración de una historia que fortalecía a 
esa singular tribu para la realización de la proeza. A continuación se cavó un hoyo, lo 
rellenaron con piedras y lo cubrieron con troncos. Prendieron fuego a estos troncos y 
los dejaron arder hasta que las piedras estuvieron candentes. Entonces apartaron los 
troncos y los colocaron formando un paso por encima de las piedras.
No me quedó ninguna duda sobre la temperatura que alcanzaron las piedras, pues­
to que una explotó, arrojando un fragmento que cayó junto a mi pie. Inmerso en la 
conversación y sin pensar en las consecuencias de mi proceder, me agaché para coger 
el fragmento y volverlo a echar al fuego, como se haría si en la chimenea de nuestra 
casa cayera un tizón sobre la alfombra. En sólo una fracción de segundo la piedra que­
mó mis dedos.
Los nativos caminaban lentamente sobre esas mismas piedras, lo hacían de forma 
pausada, deteniéndose y sonriendo, como si se deleitaran de su poder sobre el fuego. 
Algunos de los más experimentados permanecían entre 5 y 6 segundos sobre cada pie­
dra. Examiné sus pies al salir de las brasas y no pude observar ningún signo de que­
madas ni ampollas, y de hecho, sus pies estaban relativamente fríos.
En la historia 2 de este libro, Una tradición de potenciación de la relación mente-cuer- 
po, se reproduce la historia que el beti explicó a sus discípulos y que, transmitida de 
generación en generación, ha posibilitado estas hazañas del control mente-cuerpo.
El poder de las historias para sanar
Phillipa era una de las personas más fóbicas que he encontrado a lo largo de 30 
años de ejercicio como psicólogo clínico. Le aterrorizaba quedarse sola en casa, y sin 
embargo, era incapaz de salir a la calle porque le asustaban la gente, el ruido, los espa­
cios abiertos y cualquier experiencia desconocida que pudiera aguardarle. Cuando su 
marido se marchaba al trabajo, un pánico desmedido se apoderaba de ella. Para Phi­
llipa, el único lugar seguro en todo el planeta era el césped que tenía frente a su casa. 
Cada día permanecía en él durante cuatro horas, refugiada entre un m uro alto de 
ladrillo que separaba su casa de la calle, y las paredes de madera de su casa, que deli­
mitaban el espacio carcelario que era su hogar. Le asustaba por igual salir que entrar en 
su casa. Una historia que le expliqué durante la terapia sirvió para que Phillipa cam­
biara su manera de proceder y comenzara a vivir.
Inicialmente, su marido preguntó si yo haría visitas a domicilio. «No», contesté, 
consciente de que si Phillipa no se animaba a abandonar su zona de seguridad no exis­
tiría para ella ningún incentivo para cambiar o apartarse de esos límites estrechos e ina­
propiados en los que se sentía protegida. «Si ella desea hacer algo para vencer esta 
situación», expliqué, «debe acudir aquí». El marido dudó que ella accediera, incapaz de 
recordar la última vez que había salido de casa, pero poco después acudió para su pri­
mera visita.
Al principio, a Phillipa le asustaba demasiado consultarme sin que su marido estu­
viera presente, y durante las primeras visitas ni tan siquiera fui capaz de deducir qué 
aspecto tenía. Se sentaba con la cabeza baja, con su mata de pelo cayendo sobre la cara, 
cubriéndola como si se tratara de un velo. Sus respuestas a mis preguntas eran escuetas 
y a base de monosílabos, y permanecía en guardia más por la incertidumbre del mie­
do que por una resistencia debida al enfado o al desinterés propio de una depresión.
La terapia de la metáfora
Con esta ausencia de respuestas por su parte y esa sensación de temor que mani­
festaba, quizá de forma no m uy distinta a la que hubiera empleado cualquier otro 
extraño que intentara invadir su vida y tuviera ciertas expectativas respecto a ella, deci­
dí explicarle una historia. Mi razonamiento estuvo motivado por diversos factores. 
En primer lugar, si hubiera empleado algún tipo de presión perceptible para forzar la 
comunicación cuando ella se mostraba reacia al diálogo, es probable que la situación 
se hubiera hecho incómoda para ambos y pudiera haberse sentido aún más intimida­
da. El relato de una historia no exigía en absoluto ninguna respuesta verbal o mani­
fiesta. Tenía libertad para no expresarse si así lo deseaba.
En segundo lugar, al asumir los roles de narrador y oyente estábamos constituyen­
do una relación. Era una actividad que estábamos compartiendo, una experiencia que 
teníamos juntos. Dejaríamos de ser dos individuos con objetivos dispares, puesto 
que el proceso de participación alteraría la relación y facilitaría la vinculación emocional.
En tercer lugar, mi objetivo terapéutico era que la historia se asociara con mi com­
prensión del problema y expresara un objetivo realista para su resolución. Estos pro­
cesos se exponen también más adelante en los capítulos 14 y 15.
En esa fase de la terapia sabía muy pocas cosas sobre ella. Desconocía su amor por 
los animales, aunque era obvio que le asustaban, e incluso que le aterrorizaban, los 
seres humanos. Una historia sobre animales parecía menos intimidatoria que una en la 
que participaran personajes humanos desconocidos. Y todavía había que tener pre­
sente algo más, el animal debía sentir el miedo y la ambivalencia, igual que ella cuan­
do permanecía en el césped de su casa, temerosa de salir al exterior o de entrar en su 
casa. Debía aferrarse a algo, a alguna circunstancia que guardara un paralelismo con elcésped, el cual ofrecía una inadecuada y disfuncional sensación de seguridad. El per­
sonaje también debía ser capaz de desprenderse de sus miedos e inseguridades, al tiem­
po que encontraba unos métodos nuevos y más adecuados para controlar su vida.
Entonces me vino a la mente un pulpo. Sus numerosos tentáculos indicaban que 
podía aferrarse con tenacidad a objetos inapropiados. Sus experiencias podían guardar 
un paralelismo con las de mi paciente. De esta forma, en torno a este personaje, a lo 
largo de las sucesivas visitas se fue desarrollando una historia. La lenta evolución del 
relato se debió en parte al hecho de que en ese momento yo estaba empezando a tra­
bajar con metáforas terapéuticas. La inventiva se me agotaba y necesitaba dedicar un 
tiempo entre las visitas para pensar cómo continuar. Esta circunstancia, de hecho, 
demostró ser beneficiosa desde un punto de vista terapéutico, y propició que aumen­
tara mi confianza respecto a la utilización de las metáforas, pues pude constatar que no 
precisaba una receta mágica que me permitiera disponer de una historia maravillosa en 
el preciso momento en que la situación lo requiriera. Y antes pensaba que esto era un 
requisito necesario. La experiencia también me enseñó a desarrollar las metáforas en 
colaboración con el paciente, un hecho que, sólo posteriormente, he descubierto que 
mejora los resultados terapéuticos (Martin, Cummings y Hallberg, 1992).
A medida que la historia progresaba de sesión a sesión, Phillipa empezó a erguir la 
cabeza y a sentirse más cómoda sin que su marido estuviera presente. Llegaba con más 
entusiasmo a las visitas y comenzó a conversar diciendo: «Sé lo que le sucedió des­
pués al pulpo», y se m ostraba m uy anim ada a debatir las siguientes aventuras 
de nuestro amigo común. Nadie le había dicho cómo solucionar sus problemas, pero de 
una forma creativa estaba diseñando sus propios resultados. La historia de un peque­
ño pulpo se convirtió en nuestro relato, no simplemente en el mío.
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El poder de las historias
□ EJERCICIO 1.1
Deténgase durante unos instantes a reflexionar qué historias han tenido un impacto 
significativo en su vida.
1. ¿Qué historia era? ¿Qué impacto tuvo en usted? ¿Qué fuerza tenía? ¿Le enseñó algo?
2. ¿Influenció su comportamiento?
3. ¿Evocó ciertas emociones?
4. ¿Le facilitó los cambios mente-cuerpo?
5. ¿Favoreció algunos aspectos de curación?
6. ¿Realzó sentimientos de fortaleza?
La comprensión del impacto de las historias en usted mismo le ayudará a entender y a 
valorar su influencia en la terapia.
Pocas semanas después de haber comenzado la historia, Phillipa, de forma espon­
tánea, realizó una serie de dibujos empleando rotuladores, representando el tema de 
nuestra historia, y que eran el reflejo de un oculto sentido artístico. La animé a desa­
rrollar su habilidad, y aunque todavía se sentía temerosa de emprender un proyecto 
sola, se propuso asistir a clases de arte con su hija. El profesor quedó impresionado por 
sus capacidades, y de entre todos los alumnos del curso, eligió a Phillipa para mostrar su 
trabajo en una exposición individual.
Phillipa me envió una invitación para la inauguración y su marido me telefoneó 
para asegurarse de que asistiría. Cuando llegué corrió hacia mí, me cogió de la mano y 
me condujo entusiasmada por la galería, describiéndome todas sus obras. Su cabeza 
permanecía alta, su rostro brillaba con deleite, y aunque ante el ojo avezado mostraba 
sutiles (y quizá normales) signos de ansiedad, com parativam ente parecía sentirse 
cómoda fuera de su hogar, entre una congregación de personas.
Phillipa ha utilizado su talento artístico para ganarse una amplia aceptación. Des­
de entonces la he visto fotografiada en los periódicos junto a sus trabajos, y he tenido 
la oportunidad de ver cómo la entrevistaban en la televisión por sus generosos dona­
tivos para ayudar a instituciones infantiles. La historia que compartimos fue un pun­
to de apoyo. Le permitió modificar el equilibrio de su vida y la fortaleció para iniciar 
un proceso de curación determinante, aunque esto no fue todo lo que sucedió. El final 
podía haber sido distinto sin el talento de Phillipa y su deseo de cambiar. Nuestra 
historia, Elevarse a nuevas alturas, que fue una parte de este proceso, se relata en el capí­
tulo 4 (historia 11). En el capítulo 14 se ofrecen más detalles sobre el caso de Phillipa 
y la manera cómo construimos nuestra metáfora.
Capítulo 2
La narración efectiva
En el autobús de enlace entre mi hotel y el aeropuerto de Phoenix no pude evitar 
oír una conversación que mantenían dos personas que estaban sentadas justo detrás de 
mí. Todos regresábamos a casa después de asistir a una conferencia sobre psicoterapia 
ericksoniana e hipnosis. Era evidente que la pareja, un hombre y una mujer que char­
laba detrás, no se conocía previamente, lo cual no era un hecho excepcional, puesto 
que al congreso habían asistido más de 1.000 personas provenientes de 25 países.
La mujer le preguntó qué le había traído a la conferencia, y la respuesta de él me 
resultó conocida, pues la he oído muchas veces en los seminarios que he dirigido sobre 
metáforas. Él contestó: «Quería aprender más sobre cómo explicar metáforas. Obser­
var a los expertos.» Y continuó: «¡Ellos las exponen con tanta facilidad! De alguna 
forma parecen escoger con sumo acierto la historia adecuada para cada paciente. ¡Sus 
ideas son tan creativas! Las integran en relatos llenos de imaginación y las explican de 
una forma que dejan a sus pacientes embelesados. A m í me cuesta mucho empezar. 
No sé de dónde extraer el material para las metáforas, o cómo explicarlas de forma 
efectiva.»
En el capítulo anterior examinamos el poder de las historias como forma de comu­
nicación e instrum ento de cambio. Dado que gran parte de ese poder radica en la 
manera en que se narra el relato, así como en la relevancia del mismo, este capítulo se 
centra en la narración efectiva. Se pone el énfasis en las historias en general, más que 
en las historias terapéuticas en particular. Si usted puede comunicarse de forma cohe­
rente a través de las historias, independientemente de que se trate de acontecimientos 
cotidianos, chistes, cuentos para antes de acostarse, etc., dispondrá de las técnicas 
narrativas necesarias para utilizar las metáforas en la terapia.
Una narración efectiva consta de tres variables: el narrador, el oyente (u oyentes) y 
el proceso de comunicación. Este capítulo se centra en la primera de estas variables, el 
narrador, y en los instrumentos que puede utilizar para transmitir un relato de forma 
efectiva y metafórica. Examinaremos las fases básicas para una narración eficaz y cómo 
emplear la herramienta de comunicación predominante: la voz.
En el análisis de este proceso empezaremos desde el principio. La conversación en 
el autobús de enlace al aeropuerto de Phoenix me hizo recordar que es bueno observar 
cómo trabajan los maestros, pero para reproducir ese trabajo es necesario aprender a
13
La terapia de la metáfora
desarrollar las técnicas de quienes llevan años y años de práctica. Aunque estas técni­
cas se pueden aprender con facilidad, su ejecución también es, en parte, un arte.
Diez directrices para una narración efectiva
1. TODOS SOMOS NARRADORES
Todos explicamos historias. Les contamos a los demás cómo nos ha ido el día y les 
pedim os que nos cuenten sus vivencias. Inquirim os: «¿Cómo va en el colegio?» o 
«¿Qué tal hoy el trabajo?». Nuestros relatos son un medio de mantener el contacto con 
las personas que conocemos y queremos. Constituyen una forma de llenar los vacíos, 
de establecer las relaciones necesarias para salvar los espacios de tiempo en los que esta­
mos separados.
Las historias, además de servir para volver a conectar con las personas próximas, 
también son un modo de contactar con gente nueva. Cuando conocemos a alguien 
podemos preguntar

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