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LOS GRITOS DEL CUERPO
Juan David Nasio
»
LOS GRITOS DEL CUERPO
con intervenciones de Pierre Benoit y Jean Guir
Texto establecido por 
Ana María Gómez
PAIDÓS
Buenos Aires 
Barcelona 
México
Traducción de Jorge A. Balmaceda y Sergio Kocchietti 
Cubierta de Gustavo Macri
150.195 Nasio, Juan David
CDD Los gritos del cuerpo : psicosomàtica. - I a ed.
5a reimp. - Buenos Aires: Paidós, 2008.
193 p. ; 22x14 cm.- (Psicologia profunda)
ISBN 978-950-12-4200-3
1. Psicoanálisis I. Título
pedición, 1996 
5q reimpresión, 2008
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares 
del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por 
cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
© de todas las ediciones en castellano, 
Editorial Paidós SAICF.
Defensa 599, Buenos Aires - Argentina 
e-mail: difusion@areapaidos.com.ar 
www.paidosargentina.com.ar
Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
Impreso en Gráfica MPS,
Santiago del Estero 338, Lanús, Buenos Aires, en septiembre de 2008 
Tirada: 1500 ejemplares
ISBN 978-950-12-4200-3
mailto:difusion@areapaidos.com.ar
http://www.paidosargentina.com.ar
INDICE
Introducción................................................................... 9
I
Qué es la realidad para Freud.............................. 18
La realidad a partir de Jacques L acan ................ 23
El esquema R.: el ternario im aginario................. 24
El esquema R.: el ternario simbólico.................... 28
La realidad: insatisfacción y ombligo..................... 32
II
La posición del analista y los preconceptos.
La frontera............................................................... 39
Superación de la polaridad “dentro-fuera” .......... 42
Realidad y pulsión...................................................... 49
Singularidad y ombligo ...,......................................... 50
El esquema R.: plano proyectivo y topología...... 53
Estatutos del objeto a ............................................. 60
III
Las formaciones del objeto a y el hacer..... ......... 63
El objeto a, sus características y estatutos......... 64
Formaciones de objeto a y realidad forclusiva .... 68
Observaciones............................................................. 74
¿Qué es una dolencia psicosomática? ¿Qué es
una lesión de órgano?............................................. 77
Respuestas a preguntas............................................ 80
IV
La realidad del análisis............................................ 85
Forclusión local, realidad local................................. 87
7
El llamado................................................................... 89
La elección de órgano y la lesión objeto
de la pulsión............................................................ 93.
El mimetismo. La relación filiación-lesión.......... 96
V
Afecciones psicosomáticas: inconsciente y goce ... 103
El cuerpo en psicoanálisis...................................... í21
La holofrase. La función del analista................... 124
VI
Las formaciones de objeto a ......................... ......... 131
La transferencia analítica homeomorfa
al inconsciente................................................... 132
La renuncia al goce: el deseo............................. 133
Estatutos del objeto............................................. 135
El espacio: la vía del retorno............................. 137
La posición del analista: la pregunta................ 143
VII
Las lesiones de órgano y el narcisismo................ 147
El llamado.................................................................. 151
El trauma y la disposición a la escucha............... 154
El sujeto “en” la lesión de órgano y el sujeto “de” 
la lesión de órgano................................................. 159
VIII
Las lesiones de órgano y la forclusión
del Nombre del Padre........................................... 167
Las lesiones de órgano y el autoerotismo........... 169
Las determinantes simbólicas e imaginarias
en el esquema R ..................................................... 172
Paranoia, histeria y lesión de órgano.................... 179
8
INTRODUCCIÓN
Los conceptos, pilares y fundamentos de las teorías no 
conocen la diacronía: no envejecen a través del tiempo, 
sino CON el tiempo cuando sincrónicamente, en un corte 
EN ese tiempo, vienen a decirse y llamarse de otro modo. 
Cuando persisten, en tanto designan dinámicamente algo 
semejante a pesar de los calendarios, tienen plena vi­
gencia. Son los pensadores quienes los hacen nacer y 
los nutren al sostenerlos y retomarlos. Es importante 
para quienes siguen de cerca la labor de un autor con­
trastar las variaciones, las persistencias, las modifica­
ciones de sus ideas porque dan noción de la lógica de su 
pensamiento.
En su seminario de 1983, dictado en París y cuyo texto 
se retoma en este libro, Juan David Nasio afirmaba lo 
siguiente:
[...] no creo que las afecciones psicosomáticas y las dolencias en 
general sean las mismas hoy que las de la Edad Media, por ejemplo, 
y que la única diferencia sea que en aquella época no se las descubría. 
Por el contrario, el cuerpo en general y la lesión de órgano en par­
ticular son exactamente correlativos a la aparición del instrumento 
hecho para detectarlas o de los medicamentos destinados a tratarlas. 
Quiero decir que hay una dolencia propia de cada época de la ciencia.
9
Un cáncer de esófago, por ejemplo, constituye, tal vez, una afección 
desconocida de ese mismo órgano mil años atrás. La ciencia no es sólo 
experimentación, cálculo, ecuación, escritura; la ciencia es también 
aparatos, instrumentos, productos, drogas, en una palabra, objetos 
que estorban y violentan el cuerpo y cada cuerpo tiene una época 
correlativa a la época de la ciencia. Piensen, por ejemplo, en los ri­
ñones, en los ojos, en los pulmones artificiales, piensen en las voces 
que inundan el espacio sonoro [...] Quiero decir que el cuerpo está 
como estallado; este cuerpo no es el mismo que aquel de mil años 
atrás. Nuestro cuerpo no es más el mismo, aunque tenga la misma 
forma. Mi idea es que la lesión de órgano hoy, por lo menos para 
determinadas circunstancias, no existía antes; son lesiones propias 
de una determinada época.
Si bien la cronología marca doce años de distancia, elx 
mismo autor, en 1995, afirma lo siguiente:
Ana María Gómez: ¿Cómo plantearíamos hoy las va­
riantes que, a través de las modificaciones del lazo so­
cial y a partir de cien años de psicoanálisis, podrían ha­
berse producido en las manifestaciones de los cuadros 
clínicos? ¿Cuáles serían las diferencias apreciables entre, 
por ejemplo, las histerias de la época de Freud y la expre­
sión fenoménica de una histeria en el mundo actual? 
¿Han variado las patologías a medida que han variado los 
tiempos?
Juan David Nasio: ¿Se han modificado los cuadros, las 
formas clínicas de los grandes cuadros psicopatológicos 
en los últimos cien años? Sí; los cuadros clínicos, las for­
mas clínicas de ellos, se han modificado en este siglo.
A.M.G.: ¿Se mantienen las estructuras o también ellas 
han cambiado?
J.D.N.: Los cuadros clínicos comportan una estructu­
ra y una forma clínica. Ambas se han modificado. Pero 
antes de hablar de ello quisiera ir al campo preponderan- 
temente somático y recordar la referencia de Lacan, muy 
utilizada y jamás profundizada de “falla epistemo- 
somática”.
10
A.M.G.: Comenzaríamos entonces por el cuerpo en lu­
gar de hacerlo por el psiquismo.
J.D.N.: Así es. Lacan decía -yo lo leo así- que las en­
fermedades del cuerpo se modifican según la teoría con 
la que se avanza para conocerlo y curarlo. Esa teoría 
modifica la realidad de ese cuerpo. Desde ya que es la 
teoría y también los instrumentos que la reflejan. Ésta 
es una posición enteramente nominalista, osea que el 
nombre no sólo designa la cosa sino que cambia la cosa 
designada.
A.M.G.: ¿Se trataría de una modificación del cuerpo 
en sí mismo o de la visión del cuerpo?
J.D.N.: Esto es muy importante: no es un cambio sólo 
en la visión. Es que el cambio de las visiones del cuerpo 
ha modificado su realidad concreta, carnal, material. 
Ciertas enfermedades de hoy, tomemos un ejemplo, el 
cáncer de esófago, no existían en la época del Imperio 
Romano. En ese tiempo no había cáncer de esófago. Éste 
corresponde a una época en la que la teoría de la medi­
cina -quizás a principios de este siglo- empieza a cono­
cer el cuerpo en el nivel celular, tisular. Aparecen Ra­
món y Cajal, Pasteur, etcétera.
A.M.G.: Surge un mundo celular y inicroscópico.
J.D.N.: Tal cual. Y esa teoría nueva del cuerpo hará, 
casi como por arte de magia, que se creen las condicio­
nes de una enfermedad celular, como por -ejemplo, el 
cáncer.
A.M.G.: Seríamos nominalistas al punto de decir que 
lo que no se nombraba no existía y a partir del momento 
en que se nombra, existe.
J.D.N.: Exacto. Yo digo “como por arte de magia”. Este 
“arte de magia” sería: existe el objeto, la cosa, y existe 
el nombre de la cosa. Y el nombre cambia la cosa desig­
nada. No sólo la hace existir sino que la cambia, la mo­
difica en su realidad. Es decir que el símbolo es más 
potente que lo real porque es capaz de modificar lo real.
11
A.M.G.: Lo real existe por sí pero el símbolo es el que 
opera sobre lo real.
J.D.N.: Opera y lo modifica. Ésta es una posición psi- 
coanalítica y lacaniana. Pero, aclaremos: ¿por medio de 
qué mecanismo lo simbólico, el nombre de una cosa es 
apto o capaz de modificar la cosa que nombra? Allí es 
necesaria la teoría de la representación. Conocer el cuer­
po, nombrarlo, teorizarlo, producen una teoría interior 
al sujeto. Es decir que la teoría médica, científica, veri- 
ficable...
A.M .G.:... se torna conocimiento personal, individual, 
subjetivo.
J.D.N.: Y se caricaturiza en el interior psíquico del 
sujeto. Hablemos de histología. El nacimiento de la 
histología tiene una cara caricatural, popular, casi gro­
sera, falsa, imprecisa, vaga, que será la que surgirá en 
la psique, en el yo del sujeto.
A.M.G.: Una deformación necesaria: la doxa como una 
caricatura de la episteme.
J.D.N.: Y esto me hace acordar lo que dice Freud sobre 
la representación de partes de cuerpo en la histeria., 
A.M. G.: Que él subraya como la caricatura de una obra 
de arte, que sería la anatomía.
J.D.N.: Una caricatura de la anatomía. Existen dos 
anatomías: una real y una psíquica. De la primera da 
cuenta la ciencia de la época, la medicina, y la otra es la 
que se va formando en la percepción interna del sujeto. 
A.M.G.: Iríamos del rigor de la ciencia a la ficción. 
J.D.N.: Totalmente: del rigor de la ciencia, que toma 
el objeto exterior, a la ficción o a la caricatura, el fantas­
ma, de ese objeto real. Y es subrayable que cada indivi­
duo tendrá, así, su teoría psíquica del objeto-cuerpo, su 
imagen psíquica del objeto que debe seguir una ley, una 
serie de leyes respecto de la estructura-del yo, compuesto 
por un gran conjunto de imágenes psíquicas de valor 
afectivo para ese sujeto.
12
A.M.G.: O sea un mundo constituido.
J.D.N.: Es un mundo constituido de modo caricatural 
respecto de la imagen teórica y científica y, al mismo 
tiempo, es un mundo ficticio, fantasmático y cargado de 
afectividad. Hay que aclarar que esa imagen psíquica 
refleja al objeto de forma parcial, en tanto que la imagen 
científica trata de hacerlo lo mejor posible, de forma to­
tal. La imagen psíquica no sólo no es fiel al objeto sino 
que es parcial: sólo toma un detalle del objeto real.
A.M.G.: Produce un efecto deformante.
J.D.N.: Exacto. Y digo que será la imagen psíquica del 
sujeto la que investida afectivamente crea modificacio­
nes en el cuerpo del sujeto habitado por ella.
A.M.G.: ¿Qué niveles alcanza esa modificación, ana­
tómica, fisiológica, funcional?
J.D.N.: Sería, sobre todo, una modificación de la diná­
mica del cuerpo, de la energía que está funcionando. 
Vuelvo a subrayar la idea de falla epistemosomática de 
Lacan -que me parece una hipótesis esencial y revolu­
cionaria-, pero allí hace falta un intermediario entre la 
teoría científica y el cuerpo para que podamos entender 
cómo ese cuerpo va a modificarse; y ese intermediario es 
la imagen, la representación.
A.M.G.: Al modificarse el cuerpo a través de su repre­
sentación hay un cambio en la economía libidinal.
J.D.N.: Pero, además, esa representación $s impres­
cindible, como si el sufrimiento del cuerpo no pudiera 
existir sino a condición de que el cuerpo fuera represen­
tado.
A.M.G.: Un cuerpo que se da a conocer a partir de ese 
sufrimiento, porque ese “esófago” sólo se toma en cuenta 
en tanto perturba.
J.D.N.: No puede haber sufrimiento de un cuerpo que} 
no sea de un cuerpo representado.
A.M.G.: ¿Estaríamos en condiciones de extender esa 
falla epistemosomática a una “falla epistemopsíquica”?
13
J.D .N .: Empezamos por el cuerpo para llegar a la in- 
venciónde ese término que me había reservado para hoy: 
epistemopsi^uico. O sea la teoría psicoanalítiea de la vida 
anímica está cambiando esa misma vida.
A.M.G.: Y el hito simbólico de ese cambio sería Freud. 
J.D.N.: Sería Freud. El psicoanálisis no sólo revela la
S
a sino que está cambiando el funcionamien- 
ismo. Un ejemplo muy banal es que, desde 
1 psicoanálisis, los lapsus provocan sonrojo 
lo deátacable, enormemente destacable que 
lanálisis, es que todo acto humano no inten­
cional tiene un sentido sexual. Esto es lo más importante 
que dice el psicoanálisis, lo que debería figurar en el fron­
tispicio del gran palacio psicoanalítico. Por allí tenemos 
que entrar. Nos expresamos, decimos, comunicamos, 
hablamos, pero hoy sabemos —todo hombre advertido 
sabe- que no todo lo que decimos es lo que realmente 
decimos y pensamos.
A.M.G.: También el profano reconocería el poder de la 
sobredeterminación.
J.D.N.: Y eso está cambiando nuestra manera de 
vivir, nuestra vida psíquica y ello a causa del psicoa­
nálisis.
A.M. G.: Esto configura una cuestión fundamental por­
que, en consecuencia, las manifestaciones de la patolo­
gía tendrían que encontrar nuevas coartadas para ocul­
tar sentidos ya develados.
J.D.N. : Exactamente. Y aquí se trata de un problema 
de límites: modificar una cosa real es cambiar el lugar 
de los límites. Cuando hablo de la no existencia del cán­
cer de esófago en el Imperio Romano y de su existencia 
en el siglo XX, me refiero a que los límites del cuerpo han 
cambiado, están modificados.
A.M.G.: Lo importante es que a la ve;z que esos límites 
se modifican se mantiene cierto equilibrio. La ciencia 
avanza y elimina patologías y a la vez...
14
J.D.N.: ... aparecen otras.
A.M.G.: Y se mantiene un statu quo. ¿Pero no sería 
esto francamente tanático porque la ciencia avanza, des­
tituye patologías pero a la vez se crean nuevas formas 
patológicas?
J.D.N.: Sí, pero hay también un equilibrio, algo del 
orden de un sistema cerrado con un equilibrio interno.
A.M.G.: Entrópico.
J.D.N.: Y retornando a lo “epistemopsíquico”, habría 
que pensar que el psicoanálisis no sólo ha revelado la 
psique, no sólo ha creado un contexto o elementos psíqui­
cos nuevos, sino que ha creado enfermedades psíquicas 
nuevas. Pienso que la histeria de hoy no es la misma 
histeria de la época de Charcot.
A.M.G.: ¿Sería estructuralmente diferente?
J.D.N.: Estructuralmente es distinta. Y quiero decir 
que el fantasma ha cambiado.
A.M. G.: Por ejemplo, ¿han cambiado los grados de con­
versión en el cuerpo?
J.D.N.: Se han modificado pero siguen existiendo re­
ducciones de campo visual —más que cegueras histéri­
cas—, parestesias —más que parálisis—. Lo que ocurre es 
que en época de Pierre Janet o Charcot ésos eran casos ' 
princeps.
A.M.G.: ¿Y cuáles serían las nuevas vestiduras y 
mascaradas, las diferentes caricaturas que va tomando 
la histeria?
J.D.N.: Primeroque nada, la forma clínica de la his­
teria que vemos en análisis, que viene al consultorio, ya 
es una forma disuelta, impregnada de la problemática 
psicoanalítica. Otro elemento es que la vida sexual de la 
histérica no es la misma. Y aquí tendríamos que diferen­
ciar variedades de la histeria: la histeria depresiva, la 
histeria en la que el sufrimiento está ligado a la vida 
sexual y otra en la que el sufrimiento está ligado al cuer­
po. Tres variedades: conversiva, erótica y depresiva o
15
melancólica. Y en esas tres variantes hay que tener en 
cuenta que la histeria es una entidad clínica camaleónica, 
que se adapta con extraordinario mimetismo al discur­
so, la opinión, los colores, las formas del ambiente y las 
palabras del decir ambiente. Hay dos factores que mo­
difican las patologías psíquicas: uno es la teoría de la 
vida psíquica y otro el factor ambiental en el nivel de la 
palabra, las formas, etcétera.
A.M.G.: ¿Qué es lo esperable, entonces, en este fin de 
milenio, en este contexto de la posmodernidad, en térmi­
no ̂de patologías del psiquismo?
J.D.N.:/Pienso que van a cambiar. Como decía Kant, 
que pablaba de “enfermedades del alma”. Pienso que esas 
enferrhedades del alma de Kant eran diferentes en su 
época, son diferentes hoy y van a ser diferentes en el 
futuro.
16
I
He elegido el tema de la realidad y lo Real como un 
modo de introducirnos en la cuestión, ya delineada an­
teriormente, de las formaciones del objeto que son las 
formaciones psíquicas a las que no se aplican las leyes 
significantes de sucesión y sustitución, en las cuales no 
percibimos las mismas leyes significantes que pueden 
ser aplicadas a las formaciones del inconsciente. Hemos 
intentado antes constatar si el mecanismo de lq forclu- 
sión podía dar cuenta de su lógica, o sea de qué modo se 
constituyen. Así abordamos el tema de la alucinación e 
hicimos mención al caso del síntoma psicosomático.
Pero, ¿por qué el tema de la realidad? Porque parti­
mos del presupuesto, que necesitaré confirmar o no, de 
que cada una de esas formaciones del objetó -como por 
ejemplo el sueño, el acting out, un síntoma psicosomá- 
tico, una alucinación- constituye la creación de una 
realidad nueva y estrictamente local. Supongamos la 
existencia de una psoriasis, y llamémosla “realidad 
psoriasis”. Esta no es la realidad que se instaura a partir 
del momento en que alguien la sufre; no quiero decir 
“realidad psoriasis” en el sentido de las consecuencias 
provocadas por la aparición de esa afección dérmica. 
Cuando decimos “realidad psoriasis” nos referimos, ante
17
todo, a la realidad psíquica que se realiza, se clausura, 
se cierra con la aparición de una psoriasis. La realidad 
es una creación que se cierra con la aparición, por ejem­
plo, de la manifestación psicosomàtica. Queremos decir 
que la formación de objeto a sería la creación de una 
nueva realidad local, pero que ésta irá a cerrarse con la 
aparición de aquella formación. Ello implica y comporta 
la idea de que la realidad es una cuestión de límite^ de 
borde, y agregaríámos que es una cuestión de nudo, no 
en el sentido de un nudo borromeo sino de algo que se 
cierra con un nudo.
Qué es la realidad para Freud
Comenzaremos recordando qué es la realidad para 
Freud; qué es, por lo tanto, la realidad para el psicoaná­
lisis y en qué difiere de lo Real.
| Freud siempre conservó una concepción empírica de 
la realidad, una realidad que estaba por fuera, que cir­
cundaba al sujeto y que, en última instancia, era tangi- 
ble¿Y es así como en el “Proyecto de una psicología para 
neurólogos” Freud comienza a someter la realidad al 
placer. Para él, en aquella época, la realidad no era más 
que el medio necesario, el medio de desvío necesario para 
llegar a la obtención de placer, o sea para llegar a la 
obtención del reposo, y se definía el placer como un re­
torno a la ausencia de tensión. Pero hay una realidad 
anterior a aquélla, una especie de realidad mítica que 
está dada por el hecho de que, en un determinado mo­
mento, el sujeto, el niño, se satisface con un objeto. Por 
lo tanto, para “cronologizar” la situación tendríamos: 
primera realidad, mítica de un objeto real que llegaría a 
producir satisfacción real; segunda ¡concepción de la 
realidad, cuando el sujeto intenta reencontrar esta pri­
mera experiencia de satisfacción con un objeto real y
18
fracasa; recurre entonces a medios indirectos, interme­
dios, para obtener aquella satisfacción. Por lo tanto, la 
realidad primera es objeto primitivo, originario, mítico. 
El segundo sentido de la palabra realidad es que es un 
medio, o sea que el sujeto se sirve de la realidad para 
obtener el placer. El tercer sentido de la palabra reali­
dad es cuando Freud integra el concepto de la realidad 
al sistema percepción-conciencia del yo. Y procediendo 
así pensará todavía que la realidad está sometida al 
principio del placer, porque el yo, como representante de 
la realidad, serk a su vez investido por la libido. Ésas 
son, por lo tanto, las tres acepciones freudianas de la 
palabra realidad” con matices y cambios que más tarde 
retomaremos.
Quisiera ahora agregar que la inclinación por la rea­
lidad en Freud - y él mismo lo dice- es el desprecio por 
la vida. Él dice: “Debo confesarlo - y me incomoda jfiacer- 
lo: aconsejo a los analistas despreciar la realidad; no se 
pregunten si un acontecimiento infantil, traumático, que 
el paciente cuente, es verdadero o falso”.
Al comienzo, Freud pensó que eran acontecimientos 
verdaderos; luego que eran falsos; después, que eran una 
mezcla de verdadero y falso. Finalmente -y esto es lo que 
me interesa- inventa. Del desprecio pasa a una inven­
ción: el concepto de realidad psíquica. No se trata ya de 
una realidad material, que él desprecia. A pesar de todo, 
fija allí una especie de impasse-, de hecho, para él, la 
realidad externa continúa existiendo. Y es como que dis­
tinguirá realidad psíquica y realidad material.
Les leeré una cita de Freud que es muy bella y muy 
clara. Se encuentra en uno de los textos que les aconsejo 
leer este año: “Formulaciones sobre los dos principios del 
funcionamiento mental”. No es éste un texto ordenado 
sino compuesto de varios parágrafos numerados. Es 
apasionante leerlo y he aquí lo que expresa en su última 
parte:
19
Nunca se dejen llevar a introducir el patrón de la realidad en las 
formaciones psíquicas reprimidas. Así se arriesgaría a subestimar 
el valor de las fantasías en la formación de los síntomas, al invocar, 
justamente, que no son realidades, o a hacer derivar de otro origen 
un sentimiento de culpabilidad neurótica; porque no se puede pro­
bar la existencia de un crimen realmente cometido. En otras pala­
bras, no usen el patrón de la realidad para medir las fantasías 
psíquicas.
Freud queda allí capturado en la alternativa de que 
hay una realidad externa al sujeto, porque él dice que 
hay realidad psíquica pero que también hay realidad 
material. La segunda señal de esta impasse es que, a 
pesar de todo, cuando se pregunta de dónde extraen los 
neuróticos la realidad psíquica, da dos respuestas: una 
-ya no se habla de eso pero es una respuesta de Freud- 
que dice que las fantasías constituyen la realidad psí­
quica, en general las tres fantasías principales: la de la 
escena primordial, la de la seducción por un adulto y la 
de castración, o sea la visión del sexo femenino de la 
madre, y dirá que estas tres fantasías son extraídas de 
las fantasías filogenéticas óseas que no se sabe de dónde 
vienen, que provienen del inicio de la historia de la 
humanidad, que los seres humanos transmiten, y no se 
sabe cómo luego, prisioneros de esa impasse, en deter­
minados momentos, al querer procurar una razón, hasta 
se llegará a pensar que ciertas afecciones psíquicas re­
sultan de problemas orgánicos. Y, como ustedes saben, 
Freud, a veces, dice que en el futuro existirán hormonas 
que nos permitirán dar cuenta de afecciones que hoy no 
sabríamos considerar mejor.
Pero surgeuna pregunta: ¿de qué naturaleza está 
hecha esa realidad psíquica? ¿Con qué materia está 
tramada? Pues bien: está hecha de sexo. El material de 
la realidad psíquica es sexual; se trata del deseo. Del 
deseo, pero no sólo de él sino de la insatisfacción. La 
realidad psíquica es como un tejido tramado y envuelto
20
por deseo insatisfecho. No sólo tramado y envuelto por 
el deseo -y esto es lo más difícil de pensar y aceptar— sino 
que es, también, una realidad que es capaz de producir 
efectos.
Es difícil aceptar que haya una fantasía de escena 
primaria, y esta afirmación ya plantea un problema en 
tanto Freud, como nosotros, va a sostener que no sólo 
existe una fantasía de escena primaria sino que ella es 
razón de un sufrimiento actual. Quiero decir que, para 
Freud, la realidad psíquica era también una realidad 
que provocaba efectos a pesar de no ser tangible, o sea 
no material. En lo que concierne al mismo Freud, habría 
muchas más cosas que decir, que dejo para la discusión, 
por ejemplo, la cuestión del principio del placer-princi­
pio de realidad o la concepción que él plantea al final de 
su obra, en tanto la realidad externa es la proyección del 
aparato psíquico, etcétera.
Dejando a Freud, vayamos a la cuestión de cómo se 
piensa hoy la realidad. Hay un libro publicado reciente­
mente, Diez años de psicoanálisis en USA -que es una 
antología de los mejores artículos publicados en el Dia­
rio de la Sociedad Psicoanalítica Norteamericana-, en el 
cual hay un artículo de Roberto Varlenstein, ex presi­
dente de esa sociedad, que se llama “El estudio psicoa- 
nalítico de la realidad”. Pensé que iba a encontrar allí lo 
que los norteamericanos decían sobre la realidad en 1980. 
Es profundamente decepcionante en tanto permite 
ironizar o criticarlos de alguna manera astuta. Para ese 
autor, la realidad es psicosocial, externa y constituida 
por el conjunto de fenómenos sociales actuales. Su pre­
ocupación es que el psicoanálisis esté de acuerdo con las 
modificaciones actuales de la sociedad, esto es, el femi­
nismo, la importancia de la juventud, etcétera. Me hu­
biera gustado haber leído un texto más consistente. 
Parecería que hay uno —que él mismo critica consideran­
do que su autor va muy lejos en relación con el concepto
21
de realidad como realidad interna-, de Lovald, titulado 
“El yo y la realidad”, de 1951, pero no lo pude encontrar.
Después, variando el eje, decidí constatar qué dicen 
los físicos actuales sobre la realidad. Se realizó un colo­
quio sobre el tema “Las implicancias conceptuales de la 
física cuántica”, publicado en la Revista de Física. Extra­
je varias cuestiones, pero lo que me interesa hoy es, 
primero, que para ellos la realidad no es lo tangible. 
Segundo que, para que haya realidad -y es allí donde 
está el talón de Aquiles, porque la realidad no es lo 
tangible ni tampoco lo operatorio, o sea los medios pues­
tos en acción para transformarla- es preciso que exista, 
a pesar de todo, un acuerdo intersubjetivo. Textualmen­
te: “Las dificultades conciernen al acuerdo intersubjeti­
vo”. Uno de los participantes termina diciendo -y me 
complace haber encontrado esta cita porque ello me 
impulsa a decir que no hay un patrón de concepción de 
la realidad a la cual sería preciso adherirse, que dehiera 
seguirse y de ello surge que tenemos, al igual que los 
físicos, el mismo problema, o sea que necesitamos defi­
nir un concepto apropiado de realidad:
La física no parece estar, en absoluto, en vías de proveer una 
descripción de lo real, ni siquiera en el cuadro de un realismo remoto 
-en tanto para los físicos la realidad es siempre algo remoto- y queda 
suspendido hasta tanto no sea capaz de hacerlo. Tal vez fuese nece­
sario concluir que lo real es no físico.
¡Son los físicos quienes dicen que sería preciso con­
cluir que lo real es no físico! En cuanto a nosotros, con 
nuestra intuición llena de preconceptos, siempre pensa­
mos que la realidad es lo físico más puro. Y los físicos 
vienen a decirnos que tal vez esa realidad no sea física. 
Agregaríamos, entonces, que quizá lo real sea no físico 
o, tal vez, que esté velado. En cualquiera de los dos casos 
es un alivio. Convoca a la voluntad de trabajar por cuen­
ta propia, intentando tantear por nosotros mismos, sa-
22
hiendo que hasta los físicos tienen dificultades en des­
cubrir de qué se trata.
La realidad a partir de Jacques Lacan
¿Cuál es entonces nuestro modo de intentar ese tra­
bajo y cómo avanzamos? Proponemos dos acepciones de 
realidad, a partir de la teoría de Jacques Lacan: una, que 
sería una “realidad efectiva”, en el sentido de efectuante, 
y otra, una “realidad superficie”, superficial. Esta dis­
tinción aparece en los años ’60. En aquel tiempo, Jean 
Laplanche presentó en las Jornadas Provinciales de la 
Sociedad Francesa de Psicoanálisis una ponencia sobre 
la realidad que provocó una discusión cuyo testimonio 
traté de procurarme, en el cual Pierre Koffman intervino 
para decir que se ha de conservar una distinción muy 
nítida entre una concepción de realidad efectiva y otra 
como realidad psíquica. El orden de efectividad sería, por 
lo tanto, la primera acepción del término realidad, o sea 
la realidad como el conjunto de los efectos producidos. En 
otras palabras, la realidad es lo que acontece, lo que acon­
tece efectivamente. Mejor, la realidad es el lugar donde 
eso cambia, donde eso se transforma, se modifica.
Destaco aquí que es en relación con esa realidad que 
se planteará la diferencia con respecto a lo .Real como 
aquello que no cambia. Pero efectividad no quiere decir 
materialidad. El psicoanálisis nos demuestra que los 
efectos más decisivos en la historia de un sujeto pueden 
ser producidos por causas no materiales ni tangibles ni 
aparentemente externas.
Para nosotros hay dos órdenes de determinaciones 
fundamentales de la realidad: lo simbólico y lo imagina­
rio. Diría que, hasta nueva orden, ésos son los dos tipos 
de causas que producen efectos: palabras e imágenes. 
Esto quiere decir que, finalmente, el psicoanálisis pien-
23
sa que lo que produce un efecto o es un significante o es 
una imagen. Una imagen que, por más virtual y por más 
pasiva que sea, es capaz de transformar un cuerpo, es 
capaz de matar o de hacer nacer otro cuerpo. Quiero decir 
que la reproducción sexual y, por lo tanto, el nacimiento 
de un ser, comienza con una imagen. Se está en lo ima­
ginario y se termina teniendo un hijo. Y todo esto está 
unido, siempre va junto.
Estas dos determinaciones, simbólico e imaginario, 
constituirán una especie de montaje que define la reali­
dad. La realidad efectiva es, finalmente, como un montaje 
de la dimensión imaginaria y de la dimensión simbólica. 
Pero luego decimos: para que haya realidad es necesario 
algo más que significantes e imágenes. Para que haya 
realidad es preciso que los significantes hayan hecho daño, 
hayan realmente realizado daños en el sujeto. Volvere­
mos a la cuestión de la realidad como superficie.
No nos demoraremos en la dimensión imaginaria y 
en la dimensión simbólica. Simplemente marcaremos 
lo que parece ser la articulación clave para la deter­
minación imaginaria y la articulación clave para la de­
terminación simbólica.
El esquema R.: el ternario imaginario
Esta realidad como un montaje de lo simbólico y lo 
imaginario fue presentada por Jacques Lacan bajo la 
forma del esquema R que encontramos en los Escritos. 
El esquema R - la R no se refiere a Real pero sí a reali­
dad- está destinado, en mi opinión, a comprender no lo 
que es la realidad en la neurosis sino lo que es la realidad 
en la psicosis. En otros términos, se trata de establecer 
el esquema R para luego observar cómo varía en el caso 
de la psicosis. Lo que haremos hoy es sólo el esquema R 
en su estado neurótico o normal.
24
Debemos decir que, para Lacan, este esquema R re­
presenta las condiciones del perceptum. Éste era su len­
guaje en aquella época. Diríamos que el esquema R es 
el conjunto de las condiciones del objetoa. Y esto cons­
tituye la relación clave en la dimensión imaginaria.
Deseo hacer dos observaciones: primero, que para lo 
que decimos con respecto a la dimensión imaginaria en 
Lacan hay dos referencias en Freud, ambas concernien­
tes al yo. Una que piensa al yo definido por Freud como 
cuerpo propio. Al respecto recordamos qu^ el cuerpo 
propio es una expresión del vocabulario relativo a las 
psicosis. Tausk, en su artículo sobre la máquina de in­
fluir, dice que aquello que es proyectado por el sujeto 
psicòtico es el cuerpo propio. Lacan, por lo tanto, se apoya 
en la referencia al yo como cuerpo propio y, además, en 
la referencia al yo como lugar de las identificaciones, 
dejando de lado la tercera referencia de Freud, la tercera 
concepción freudiana del yo, como sistema percepción- 
conciencia. Lacan deja de lado esa tercera referencia y 
se apoya en la primera para establecer la dimensión 
imaginaria.
En relación con lo imaginario sólo destacaremos quq 
el personaje principal del enredo en la escena imagina­
ria no es la imagen ni tampoco el yo. En la dimensión 
imaginaria el personaje principal es la libido. Toda vez 
que se escucha hablar de lo imaginario se debe pensar 
en la libido y no en la imagen. La imagen debe concebirse 
tan sólo como un medio para que la libido circule. Y lo 
decimos para destacar mejor que en lo imaginario no se 
trata de espejo. Considero que la incorporación del espe­
jo en la teoría de Lacan fue más perjudicial que útil, pues 
a partir de allí se creyó que toda la cuestión sucedía en 
el espejo. En lo imaginario, las imágenes se reflejan y se 
refractan en el cuerpo, o sea lo más opaco que tenemos 
frente a nosotros. Ni espejo ni ojos son necesarios: un 
ciego vive absolutamente la dimensión imaginaria sin
25
necesidad de ellos. Basta sentirse visto y él lo siente. 
Esto lo sabemos cuando nos aproximamos a él para 
ayudarlo a cruzar la calle; lo extraordinario es que sien­
te perfectamente nuestra presencia, no sólo el ruido sino 
también que estamos ahí, y eso no le agrada. Lo imagi­
nario se juega, fundamentalmente, en la dimensión de 
las imágenes que no son las vistas o las reflejadas. Y la 
relación entre uno y otra, entre el yo y la imagen, se 
sustenta en la libido.
Lacan establece la relación entre esos tres términos 
-e l yo, la imagen y la libido- a partir del estado, del 
espejo, y en verdad que es en ese texto donde mejor se 
ve cómo surge la libido: como el producto de la discordan­
cia radical que hay entre el cuerpo fragmentado del niño 
y la imagen unificadora. Es por la distancia que existe 
entre un cuerpo disperso y una imagen global que apa­
rece la libido. El mejor ejemplo para entender este pro­
blema es la cuestión de la energía. En ese texto Lacan 
define la libido como energía. Tomaremos un ejemplo 
muy simple de la física: para que haya energía potencial 
es necesario que se pueda transformar en electricidad 
una distancia, una diferencia, una discordancia entre 
dos planos: el plano donde está el agua y el plano donde 
está el suelo. El agua caerá de modo regulado y así se 
produce en la física básica lo que se llama “energía po­
tencial”.
Se trata aquí de la misma cuestión: la diferencia se 
produce entre dos planos: el yo como cuerpo fragmenta­
do y la imagen como elemento unificador. La caída de la 
libido surge como energía en tanto se establezca esa 
discordancia, esa distancia, esa separación.
En el caso del estadio del espejo, la libido toma la forma 
que todos conocemos: el júbilo del niño ante el espejo. En 
cuanto existe esta separación entre la imagen y el cuer­
po propio, la libido tiene un impulso constante como 
aquella energía potencial de la física. Volveremos a este
26
tema a raíz de un teorema de la física -e l teorema de 
Stocks— al cual se refiere Lacan para explicar cómo fun­
ciona el carácter constante de la pulsión. Esto nos inte­
resa para tratar las formaciones de objeto a, en particu­
lar la formación psicosomática, pues allí nos encontra­
remos con la cuestión del impulso no constante de la 
libido.
Tenemos, entonces, un ternario imaginario, la prime­
ra determinación imaginaria que se juega entre tres 
términos: el yo, la imagen y la libido. Pero esa libido es 
también un órgano, al que llamaremos “órgano fálico”, 
que no es el pene sino la libido como órgano fálico. Esto 
lo encontramos en el cuadro siguiente, donde ‘m’ es el yo 
(moi), ‘i’ la imagen unificadora y 9 la libido.
Es necesario precisar que cuando se habla de libido 
fálica, se trata del estadio del espejo: o, en otros térmi­
nos, el decir que el júbilo del niño es sexual, no deja de 
ser una interpretación retroactiva de ese fenómeno. Se 
trata de la incidencia retroactiva del falo.
Debemos recordar que la cuestión del significante
27
fálico se ha de entender como teniendo una incidencia 
retroactiva sobre todas las manifestaciones libidinales 
del sujeto, a partir de los primeros momentos de su vida. 
Así, ese júbilo, para el psicoanálisis, no es otra cosa que 
una manifestación libidinal fálica. De allí que designe­
mos a la libido con la letra cp minúscula. Tenemos, por 
lo tanto, tres términos: ‘m’, el yo, cuerpo fragmentado del 
niño; ‘i’ como imagen unificadora del estadio del espejo, 
y cp como la libido surgida de la discordancia entre el yo 
y la imagen.
El esquema R: el ternario simbólico
Con respecto al ternario simbólico, no basta afirmar 
que la realidad está constituida por significantes orga­
nizados en redes y que el pensamiento es una armadura 
significante. Podemos decirlo y pensarlo, pero esta red 
significante que define la realidad —estamos todavía en 
el nivel de la realidad efectiva- comporta también tres 
personajes entre los cuales uno es el principal. Entre los 
tres personajes del ternario simbólico, la madre se defi­
ne ella misma por tres posiciones: como el primer Otro, 
o sea como el primer elemento que permite al niño, por 
su sola presencia o ausencia, integrar qué es lo simbó­
lico. Basta con que una madre esté o no esté para que, 
desde ya, ella sea el primer objeto primordial simbólico.
En segunda instancia, la madre es también el primer 
pequeño otro, o sea el primer semejante. Es por ello que, 
en el esquema la letra ‘a’ está debajo de la letra ‘M’. Pero, 
por sobre todo, se tratará de una madre deseante. Para 
el psicoanálisis, para nosotros, la madre es, en primer 
lugar, una madre que desea, es decir que no mira hacia 
el niño. Una madre que desea es la que tiene al niño en 
sus brazos y mira para otro lado. ¿Mira qué, a qué lugar? 
No forzosamente a su compañero sino hacia el signifi­
28
cante de su deseo. Y que mire hacia otro lugar significa 
que su deseo está marcado por el falo. Mirar hacia otro 
lugar no significa que mire algo precisamente sino que 
lo que importa es que su mirar, su deseo, se dirigen hacia 
otro lugar, y que este deseo es significado por el falo.
Entonces, con respecto a la madre hay tres posiciones, 
y es por ello que colocamos una recta desde M hacia la 
letra P a lo cual podemos agregar O.
La madre, entonces, es el primer objeto simbólico, el 
primer objeto como semejante y primer otro deseante, lo 
cual significa que es un Otro que mira hacia el signifi­
cante fálico. A partir de la madre como Otro, el trazo va 
a ser marcado. Hay dos modos de concebirlo: uno es que 
la madre en tanto Otro lleva, dentro de sí, el trazo que 
permitirá al sujeto identificarse de forma simbólica, y no 
imaginaria, o sea que se trata de una identificación con 
el ideal del yo. El Otro, diríamos, está marcado por un 
trazo con el cual me identifico. El segundo modo de decirlo 
es que el ideal del yo es el trazo que se mantiene regular 
a pesar de la repetición incesante de lo diferente en la 
vida de un sujeto.
Siempre recurrimos al ejemplo dado por Freud, quien 
dice que, finalmente, en todos los objetos de amor, idos 
o perdidos en la vida de un ser, se encuentra algo en 
común que se desplaza, y que es siempre lo mismo; hay 
un trazo común y propio en todoslos objetos. Es ese trazo 
con el que el sujeto termina por identificarse, y también 
existe algo que procede del yo (moi) que viene, a su vez, 
a regular sus identificaciones imaginarias.
Por lo tanto, tenemos el ternario simbólico constituido 
por M en sus tres posiciones referidas, con el trazo de 
referencia de una identificación simbólica para el sujeto 
que es I, y tendremos también ‘P\ significante del Nom­
bre del Padre, tercer personaje, el más importante. Con 
respecto a este elemento observaremos que su función es 
mantener vivo el deseo de la madre o, si quieren, separar
29
a la madre del hijo o dar la posibilidad de que el deseo 
de la madre sea significado, en tanto es él que lo va a 
nombrar. Por lo tanto, el Nombre del Padre, ese signi­
ficante, está fuera de lo simbólico pero asegura su con­
sistencia. Está fuera del conjunto de la red significante 
y a la vez la torna consistente. Es el significante excluido 
que torna consistente al conjunto. Lo llamaríamos la ex- 
sistencia: un significante ex-siste para hacer que los otros 
consistan. Destacamos que este significante es tan ex­
terno como la libido. Decíamos que la libido es el perso­
naje principal del ternario imaginario. Ahora agrega­
mos que el Nombre del Padre es el personaje principal 
del ternario simbólico. Estos dos protagonistas son los 
que sustentan, dan consistencia, a los dos ternarios y, al 
mismo tiempo, son dos elementos excluidos.
En el esquema R pueden ser unidos por detrás.
¿Por qué subrayamos lo anterior? Explicamos antes 
que la libido no sólo es fundamental en el ternario ima­
ginario sino que también está excluida de él en tanto 
no aparece en el espejo. Sustenta la relación del yo con 
la imagen, pero no aparece en la imagen. La libido np 
tiene imagen, no es especularizable. Y éste es el punto 
al cual quería arribar: la realidad es el montaje de dos 
dimensiones, de dos determinaciones: la imaginaria y 
la simbólica. Esa franja de la realidad, en el esquema, 
es un montaje de imágenes y significantes al cual po­
dríamos dar una circularidad particular, un movimien­
to que partiría de la imagen, i, que podríamos suponer 
como la primera en el espacio del espejo en tanto ima­
gen completa, hasta llegar a la constatación por parte 
del sujeto de la madre como deseante. Luego, otro 
movimiento: el ideal del yo viniendo a regular las iden­
tificaciones imaginarias del yo (moi). En otras palabras, 
podemos identificarnos con el otro semejante sin que 
haya un referente externo, un Otro simbólico que regu­
le esas identificaciones.
30
Tenemos, por lo tanto, el cuerpo del niño, el yo, cuer­
po fragmentado dirigido a la imagen unificadora, imá­
genes que se sucederán hasta llegar al Otro como Otro 
deseante, aquel con el trazo que le permite establecer 
identificaciones simbólicas sobre el término del ideal 
del yo, y finalmente ese ideal del yo que regula las 
relaciones del yo con la imagen. En otras palabras, la 
franja de la realidad es la sucesión de identificaciones 
imaginarias que van constantemente del yo a la ima­
gen. El yo ve la imagen, la imagen transforma al yo, ese 
yo transformado da otra imagen y así sucesivamente 
hasta llegar a comprobar que la madre es un Otro que 
desea.
Ahora que establecimos la naturaleza de esa franja de 
la realidad, agregaríamos que ella no es consistente sino 
en la medida en que hay una exclusión de la libido y del
Nombre del Padre. Y allí se encuentra lo que llamába­
mos “realidad superficie”.
Este es el punto adonde necesitábamos llegar: la rea­
lidad está hecha de significantes que se repiten, de iden­
tificaciones simbólicas y de significantes que determi­
nan el lugar que tenemos. Pensemos en el ejemplo del
31
ministro de “La carta robada”: basta que él posea la carta 
en determinado momento para que ocupe el lugar que 
ella determina. Concretamente, cuando el ministro tie­
ne la carta en sus manos procede como una mujer, toma 
una posición femenina. Es un ejemplo simple para mos­
trar que un significante determina nuestro lugar.
La realidad: insatisfacción y ombligo
Pero la realidad es algo más que eso; también es 
imágenes reflejadas en el Otro que hasta pueden degra­
darnos —por ejemplo, la degradación del amor como lo 
muestra Freud, en la degradación de la vida amorosa, de 
la vida imaginaria-. Todo ello no basta para definir la 
realidad para el psicoanálisis. Es preciso que el complejo 
de imágenes y significantes se trame alrededor de un 
punto decisivo: el de la insatisfacción que el sujeto reen- • 
cuentra cada vez que repite. Cada vez que repite, hay 
insatisfacción y ésta es necesaria para que haya reali­
dad. Diríamos que la propia insatisfacción es un frag­
mento de la realidad.
Nos detenemos en este punto para poder visualizar 
el recorrido que hemos hecho: comenzamos pensando la 
realidad como el objeto que procura satisfacción; con­
tinuamos diciendo que la realidad está constituida por 
los medios para obtener esa satisfacción y ahora termi­
namos por afirmar que la realidad es la insatisfacción 
misma. Es por eso que decía en el inicio que la realidad 
es una cuestión de borde, de límite, de punto terminal. 
Es preciso que el sistema, el montaje de la realidad, 
encuentre un límite bajo la forma del objeto que se le 
escapa. La realidad se mantiene no sólo por la presen­
cia del Nombre del Padre, no sólo porque la libido esté 
excluida, también se sostiene porque hay una pérdida.
' Es preciso perder para que haya realidad. No hay rea­
32
lidad si no existe pérdida, si no hay residuo, si no hay 
resto. Toda realidad comporta una cicatriz, y diríamos 
que no se puede hablar de ella si no se hace referencia 
a la cicatriz de una pérdida. Es por eso que decía que, 
en el principio, en el límite de la realidad, ésta tiene 
forma de nudo, no como agujero sino de algo que sería 
la combinación de ambos, y a esta mezcla de nudo y 
agujero, en anatomía se le da un nombre: ombligo. Para 
hablar de realidad se necesitan ombligos; no hay rea­
lidad sin ellos. Y es por eso que anticipo esta fórmula: 
la realidad se define por el ombligo de lo Real, agregan­
do un término no mencionado hasta ahora. Ese ombligo 
viene, en determinados casos, a clausurar y poner lími­
tes a la realidad; es, en cierto modo, local y casi refe- 
rencial.
Pensemos ahora en los casos de los fenómenos psico- 
somáticos; por ejemplo, cuando el ombligo se apodera 
de toda la realidad. Es como si la clausura de la reali­
dad y la pérdida no se refiriesen a algo local, relativo 
a un orificio propio y natural del cuerpo, sino que toda 
la realidad fuese umbilical, como si un ombligo la 
englobara.
Freud, en el capítulo VII de La interpretación de los 
sueños, habla de algo similar, de la misma imagen: la de 
un tipo de hongo que llega a englobar la base que lo 
sustenta. El ombligo al que nos referimos e& del mismo 
tipo, y configura una “realidad superficie”, realidad 
umbilical, o sea marcada por la pérdida de un objeto.
* * *
Su pregunta toca, exactamente, una de las cuestiones 
que intento tratar: ¿cuál es la diferencia entre un sínto­
ma y lo que llamo “ombligo de lo Real”? Esta expresión 
es una paráfrasis de la de Freud -ombligo del sueño-. 
El síntoma resulta, necesaria y lógicamente, del hecho 
de que un elemento significante remite a otro. Un sín-
33
toma es siempre, desde ese punto de vista, la producción 
de un nuevo significante. Siempre, a pesar del hecho de 
repetirse, es una metáfora, algo nuevo. En el caso del 
objeto es necesario pensarlo como perdido. Pero también 
como la punta de insatisfacción de la cual hablé hace un 
momento.
* * *
¿Se tratará de que la insatisfacción aparece cuando 
los significantes se remiten unos a otros? Siempre lo 
pensé así, ya que la fórmula lacaniana clásica dice que 
el objeto cae cuando hay una relación de significantes; 
por lo tanto, no hay relación entre significantes si no 
existe pérdida o caída del objeto. Sin embargo, quizás 
ahora haría un planteo diferente: en ciertas afecciones 
nose debería pensar en caída de objeto en tanto los sig­
nificantes se articulan, o sea que el objeto, en ciertas 
afecciones aparece sólo en el momento en el que el sig­
nificante excluido, el significante del Nombre del Padre, 
no se produce.
Por lo tanto, encuentro que existe una sutura diferen­
te. En otras palabras, el ser hablante tiene dos medios . 
para defenderse de lo Real: uno es el significante y otro 
el objeto; uno es el síntoma y otro la fantasía. La cuestión 
es que el síntoma no separa, no corta de la misma forma 
que el objeto. La pérdida del objeto implica una separa­
ción. El síntoma implica un corte. El síntoma es el corte. 
La pérdida del objeto es la separación que resulta de ese 
corte. Esto nos lleva a decir que en el síntoma hay siem­
pre algo relativo a la pérdida de objeto. No se puede hacer 
una distinción nítida. Hasta para Freud, detrás del sín­
toma siempre había una fantasía. Sin embargo, debería­
mos hacer una distinción de tipo lógico.
Respondiendo a otra pregunta, hay tres variantes de 
la relación significante-objeto. Dos parten de la premi­
34
sa de que el sistema de sucesión significante es consis­
tente, o sea que el Nombre del Padre está ahí o, en otras 
palabras, que el sistema de los significantes es consis­
tente en tanto hay un significante fuera. En este caso 
pueden tener dos variantes en relación con el objeto: o 
el objeto cae cuando el significante es remitido a otro, 
o el propio objeto es la caída del significante. La tercera 
variante partiría del hecho de que no hay consistencia 
del sistema significante, y es aquí donde colocamos las 
formaciones del objeto a. El objeto no sólo cae sino que 
domina en correlación con el hecho de que el sistema 
significante no es ya consistente, o sea que no se remi­
ten unos a los otros, no hay más significación ni equí­
voco, en tanto que, por naturaleza, el significante es 
siempre equívoco.
En el tercer caso, cuando falta el Nombre del Padre, 
o sea en el caso de la forclusión, los significantes no se 
remiten ya unos a otros, no existe más equívoco signifi­
cante: hay un objeto y luego una llamada significante 
que no obtiene respuesta del mismo tipo significante sino 
una respuesta objeto.
Para retomar el caso de la alucinación -que ya hemos 
tratado en otro tiempo- diremos que ésta es la respuesta 
objeto a una llamada significante. Es porque el Nombre 
del Padre -que daba consistencia al conjunto significan­
te- está excluido, forcluido. Por ejemplo, en la transfe­
rencia de Schreber con Fleschig, aquél no respondía por 
medio de sueños, síntomas, en fin, significantes, sino por 
medio de delirios y alucinaciones. En el lugar del signi­
ficante está el delirio y ya no hay remisión de un signi­
ficante a otro sino de un significante a un delirio o a una 
úlcera o a una psoriasis.
Por ejemplo, para que aparezca una psoriasis es ne­
cesaria una apelación significante que haga responder 
al sujeto a través de una afección dérmica. Esa apelación 
significante no es necesariamente una apelación de un
35
otro, de un tercero. Puede ser un sueño. En el caso de 
Schreber, él piensa, al despertar, qué hermoso sería ser 
una mujer durante el coito. Una apelación puede, per­
fectamente, ser tanto una palabra que se le ocurre al 
sujeto, como un sueño o un acto fallido.
La cuestión no está sólo en la apelación que es siempre 
significante, sino en la respuesta que puede ya no remi­
tir a nada sino quedar congelada, helada. Esta palabra, 
“helada”, pertenece al vocabulario de Winnicott. El de­
seo está helado, congelado, cristalizado, y es allí donde 
la respuesta es otra, no significante. Lo que llamo “for­
maciones de objeto a” son producciones psíquicas donde 
no hay referencia significante.
* * *
[...] Lo que se dice me hace pensar en la cuestión del 
horizonte. En el caso de la realidad entendida como la 
realidad neurótica, hay siempre un horizonte con un 
punto de fuga: una figura del Nombre del Padre. En el 
caso de las formaciones de objeto a siempre hay ,un 
horizonte pero no hay punto de fuga, no hay más destino 
tomado en ese sentido.
Al hablar de horizonte se impone una aclaración: para 
Lacan el esquema R es un plano proyectivo, o sea que 
no es un simple cuadrado sino la representación dibu­
jada de un plano proyectivo topològico, esto es un plano 
tal que a cada punto del borde corresponde un punto 
antípoda. Esos puntos antípodas son los puntos infini­
tos que se agregan a una recta. ¿Por qué esta observa­
ción topològica? Para decir que la realidad tal como es 
definida por el esquema R puede verse de un modo di­
ferente del de un montaje de lo simbólico y lo imagina­
rio. Puede ser vista como una realidad que no tiene 
dentro ni fuera.
Para concluir, diría que la realidad, tal como la hemos
36
trabajado hoy, comporta tres características: es local, 
limitada por un ombligo y no tiene dentro ni fuera. Su 
carácter local no impide que pueda tornarse global e 
invadir toda la realidad del sujeto. Es por ello que hablé 
de la imagen ombligo-hongo. Para retomar el ejemplo 
dado de la psoriasis, ésta se torna toda la realidad del 
sujeto que está, allí, en la psoriasis, vinculado a ese 
fenómeno que aparece en su piel.
37
II
Dividiremos nuestro trabajo en tres partes: primero 
intentaremos distinguir Real y realidad, volviendo al 
esquema R. Luego, retornaremos a los mecanismos de 
las formaciones del objeto a y, por último, haremos al­
gunas observaciones preliminares sobre el tema que me 
ocupa, que es el de las afecciones psicosomáticas.
Se trata de saber dónde trabajamos, en qué lugar ocu­
rren ciertos hechos de la experiencia analítica y hasta 
algunos que no están necesariamente en esa experiencia 
pero sí vinculados a ella. En otras palabras, en qué lugar 
ocurre la cefalea, la jaqueca de un paciente repetida 
durante el transcurso de los años. En qué lugar ocurre 
un suicidio, cuando un paciente, por ejemplo ̂padecien­
do un impulso delirante se arroja por una ventana, y qué 
posición debemos adoptar ante tales acontecimientos.
La posición del analista y los preconceptos.
La frontera
Y esa posición a adoptar como analistas depende de 
muchas cosas y, en mi opinión, entre las más importan­
tes, de dos en especial: del lugar que el paciente deter-
39
mina para nosotros; por ejemplo, si nos pregunta algo, 
si protesta, si nos odia, todo ello determina nuestra po­
sición. Pero no es sólo esto lo que define nuestra posición 
como analistas sino también el conjunto de preconcep­
tos, de presupuestos que constituyen el telón de fondo de 
nuestra acción. En definitiva, si ustedes mismos estu­
diaran sus preconceptos percibirían que están muy 
embargados por sus diferentes tipos, que podríamos 
ubicar como pares de opuestos. Por ejemplo, el precon­
cepto según el cual hay hombres y mujeres; el de que 
existe un paciente que es él y que yo soy el analista, uno 
y el otro; el preconcepto según el cual el cuerpo es una 
cosa y lo psíquico otra; el que indica que la realidad 
material no es la misma que la realidad psíquica; el que 
implica que hay un derecho y un revés, y así en más. En 
definitiva: pienso que el trabajo teórico, a veces arduo, 
abstracto y muy alejado de la experiencia, nos ayuda a 
librarnos, en gran medida, de esos preconceptos o, por 
lo menos, a adquirir otros más favorables para la expe­
riencia del análisis.
Con estos preconceptos no podemos pensar bien cuál 
es el lugar donde trabajamos, porque ese lugar está en 
el límite, en la región del límite, en la zona fronteriza. 
Sin embargo, no somos un control de aduana sino ope­
rarios de la frontera.
Tanto para mí como para un autor que en seguida 
citaré, la frontera es una zona muy ancha, no una línea 
fina. A veces es tan ancha que abarca los terrenos que 
pretende separar. Tenía ya esa idea cuando me enteré 
de que un autor llamado Dulaure había publicado, alre­
dedor de 1805, una serie de trabajos, y entre ellos un 
libro, Las divinidades generatrices -citado por Freud en 
“El tabú de la virginidad”-,que no logré encontrar. Quise 
saber quién era ese autor y qué decía y hallé otro de sus 
libros cuyo título es Los cultos que precedieron y condu­
jeron a la idolatría y adoración de las figuras humanas,
40
sumamente rico en relación con este tema. Dulaure 
estaba interesadísimo en la frontera; decía que todo 
sucede en ella, que es el campo de combate entre ejér­
citos enemigos, que allí están los muertos, que en la fron­
tera se sepultan, que es el lugar donde se llevan a cabo 
los cultos y hasta -y esto se inscribe perfectamente en 
la lógica de lo que hoy desarrollaremos- que si allí hay 
piedras es porque en su origen las montañas fueron 
sagradas y en determinado momento, como los pueblos 
no podían tener la montaña, transportaron sus piedras, 
pedazos de montaña, y los instalaron en las fronteras 
para señalar las murallas. Ésta es su hipótesis, un tanto 
arriesgada pero pienso que valiosa.
Ése sería para él el origen de las murallas, o sea un 
conjunto de representantes de la montaña sagrada.
Leamos lo que dice en relación con lo que ocurre en las 
fronteras:
En la frontera están los principales objetos de culto, los túmulos, 
las instituciones civiles y religiosas. Es el lugar de permanencia de 
las ninfas, los genios, los héroes y los dioses.
Para él, la frontera concierne a un territorio muy 
ancho, estéril, desértico; para mí el análisis es casi del 
mismo orden: trabajamos en la frontera, en el límite, 
pero ese límite es muy ancho y allí pasan cos^s que tie­
nen que ver con el nacimiento y con la muerte. ¿Entre 
qué términos decimos que pasa ese límite respecto a la 
experiencia del análisis? Entre dos términos, entre dos 
instancias: una el sujeto, y otra lo Real, y ese límite es 
la propia realidad.
Tenemos entonces tres términos: el sujeto, lo Real y 
la realidad. Retomo en este punto un texto de Lacan que 
les aconsejo leer y que se encuentra en Scilicet I: “El 
psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. Comien­
za diciendo que “el psicoanálisis es la realidad”.
41
Lo comprenderíamos de este modo: el psicoanálisis es 
la realidad en tanto límite, esa zona fronteriza entre el 
sujeto y lo Real.
Hace un momento hablábamos de preconceptos; Freud 
no escapó de uno de ellos -a l cual hicimos mención la 
última vez- y quedó preso de él a lo largo de toda su obra. 
Ese preconcepto fue pensar que hay un exterior y un 
interior, un adentro y un afuera; y responde perfecta­
mente al modelo de cámara negra, cuando se supone que 
un individuo es una cámara negra agujereada por un 
orificio que corresponde a los ojos. El interior es total­
mente opuesto y diferente del exterior. Habría, enton­
ces, entre lo interno y lo externo una superficie que sería 
la piel. El postulado que sustenta este modelo de cámara 
negra, esa idea de que hay un adentro y un afuera, es el 
siguiente: sólo se puede conocer lo que está fuera de 
nosotros a través de representaciones, y ellas no existen 
fuera sino que sólo pueden estar en nuestra cabeza. Como 
sólo se puede conocer el afuera a través de representa­
ciones, éstas sólo pueden ser internas, pues su natura­
leza y su consistencia son diferentes de las de ese afuera 
que representan. Este postulado tiene una base profun­
damente idealista, detrás del cual está Berkeley, quien, 
con toda fuerza, sustenta que existe un adentro y un 
afuera.
Superación de la polaridad “dentro-fuer a”
En el psicoanálisis, sostenemos lo contrario. No pen­
samos que, en determinados momentos de una cura, 
entre nosotros y el paciente exista un adentro y un afue­
ra sino que ha de aceptarse la idea de que, en determi­
nados momentos del tratamiento, y no siempre, la rela­
ción entre el analista y el analizante no está separada 
por la piel ni por la distancia del espacio intuitivo, que
42
puede considerarse que se produce entre los objetos. Allí 
no hay dentro-fuera.
Decía, empero, que Freud quedó cautivo de ese pre­
concepto. El suponía dos mundos, reales y desconocidos. 
Antes de olvidarlo, debemos tener en cuenta que para 
Freud “real” y “realidad” son una sola cosa en tanto 
cuestión de palabras, de vocabulario. No encontré nin­
gún texto donde haga diferencia entre ambos términos. 
Pero para Lacan esa diferencia es decisiva. Volvamos, 
entonces, al modo como Freud habla de lo real. Para él 
hay dos reales, y los dos son desconocidos. Uno es exter­
no y el otro, psíquico, interno. Apoyándose en Kant, se 
regocijaba al concluir que de los dos reales sólo el interno 
tenía posibilidades de ser cognoscible. La cita exacta se 
puede encontrar en “Lo inconsciente”.
Hay una doble observación realizada por Freud mis­
mo al final de su vida, que modificará el preconcepto del 
adentro y el afuera. La primera es que el aparato psíqui­
co tiene una extensión en el espacio, y dirá, también en 
la misma época, que el espacio es una proyección del 
aparato psíquico. Por lo tanto, comienza a eliminar la 
distancia.
Segunda observación, particularmente hecha en el 
Esquema del psicoanálisis: el real interno es cognoscible, 
más que el externo, pero no es aprehensible por medio 
de conceptos, de palabras ni por una imagen. Ese real 
interno es aprehensible por la experiencia del análisis. 
En otras palabras: el real interno es aprehensible sólo 
por lo real interno del analista.
Luego de plantearse el dispositivo analítico como mo­
do de aprehender el real interno, nos encontramos con 
un tipo de ida y vuelta entre lo real interno del analizan­
te y lo real interno del analista -usando los términos 
freudianos-, lo que hace que la frontera entre uno y otro 
sea empujada, cuestionada, alcanzada.
Diríamos, al respecto, que Lacan conserva perfeeta-
43
mente esa idea. De hecho, para él, y para el trabajo que 
estamos haciendo, hay algo semejante. Lo he dicho e 
insisto en ello: el deseo del analista es el deseo del pa­
ciente, se juntan en un solo y único punto. Imagino el 
deseo del analizante como un triángulo, y el deseo del 
analista como otro triángulo, ambos tocándose por sus 
vértices, como una corbata de moño.
Para Lacan, el problema se ubica de un modo total­
mente distinto. Primero, distingue Real y realidad; se­
gundo, el límite no pasará entre lo interno y lo externo 
ni entre dos instancias referidas al espacio ni al tiempo, 
sino entre dos instancias que no tienen representación 
adecuada en el espacio intuitivo, lo cual quiere decir que 
es difícil que se tornen tangibles. Si me pidiesen que 
demostrase dónde están esas dos instancias -o sea el 
sujeto por un lado y lo Real por el otro- no podría darles 
la más mínima prueba.
Decíamos, entonces, que en Lacan hay una diferencia 
entre lo Real y la realidad, como también que el límite 
nó pasa entre un adentro y un afuera sino entre el sujeto 
y lo Real. Pero ése es un límite que muerde lo Real y que 
muerde al sujeto. Es un límite que abarca los dos térmi­
nos que separa. Y, para dar una explicación más precisa, 
lo veríamos en el esquema R. Allí la realidad asimila 
completamente al sujeto y muerde sólo un poco de la 
playa de lo Real.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre lo Real y la rea­
lidad? Entre las diversas respuestas posibles elegí ésta: 
lo Real es lo que no cambia, lo que siempre queda igual.
Podemos morder la playa de lo Real, pero éste se 
desplaza y queda intacto. Este Real, para los analistas 
-insisto en esta diferencia porque pienso que hay un Real 
para la ciencia, un Real para el análisis, un Real para 
el amo y uno para la Universidad-, ese Real, para el 
análisis es el sexo. Y cuando decimos “sexo” no se trata 
de sexo genital ni de lo que es pregenital, pulsional, sino
44
de un sexo al cual no tenemos acceso, de un sexo que está 
más allá de nuestro cuerpo, que no es sabido ni conocido, 
inaprensible que, además, no somos capaces de tolerar 
ni de conocer en tanto hablamos. Desde el momento en 
que hablamos colocamos tantas intermediaciones entre 
nosotros y ese sexo que no conseguimos ya aprehenderlo. 
Por lo tanto, sexo, en ese sentido, como algo intangible,significa goce. Este es el término que parece más adap­
tado y adecuado.
Si la experiencia del análisis ocurre en el límite; si ese 
límite es la realidad, y si esta realidad separa lo Real del 
sujeto, no habrá Real en esa experiencia del análisis. Lo 
Real en la experiencia del análisis se encuentra afuera. 
Y lo que acabo de decir es redundante en tanto todo Real 
siempre se encuentra afuera. Lo Real es, entonces, lo 
te que siempre se encuentra afuera, lo que no cambia, lo 
que permanece siempre igual.
Por el contrario, la realidad es mutable, pulsátil, se 
abre y se cierra. La realidad es algo -insistiendo en el 
punto de vista psicoanalítico- que se abre con una pa­
labra, con un gesto, con una decisión, con un acto, y que 
se cierra con algo que se pierde. La realidad cambia y, 
a diferencia de lo Real, es local. Lo Real no es local; si no 
fuese abusivo, diría que lo Real es del orden de lo global. 
Por el contrario, la realidad es del orden de lo local y 
luego explicitaremos qué se entiende por “local”. Ade­
más, la realidad es consistente, o sea que es una trama 
bien tejida de significantes e imágenes.
Cuando decimos “bien tejida” se plantea el problema 
de las psicosis, de los pacientes psicosomáticos, de los 
pasajes al acto, de las alucinaciones. No sostendremos la 
hipótesis de que en las psicosis la realidad se pierde. En 
las psicosis o en los pacientes psicosomáticos o, por ejem­
plo, en el caso de una alucinación, la realidad cambia de 
consistencia. No es que se pierda sino que es otra.
El trabajo que debemos hacer en los años venideros
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tal vez sea pensar una teoría de las psicosis y colocar, 
como en un rompecabezas, las diversas concepciones 
sobre la consistencia diferente, nueva, que la realidad 
tiene para un psicòtico. Y cuando digo “psicòtico” es 
necesario distinguir esquizofrénico o paranoico de 
parafrénico, por ejemplo.
Para considerar las cosas de un modo más particular, 
más local, preguntémonos: ¿qué consistencia tiene la 
realidad en el momento de un suicidio? No es que no 
exista realidad. Ésta está allí, pero es otra. Quiero decir 
que tiene otra consistencia y que se cierra de otro modo 
que el de la realidad, tal como la venimos describiendo 
hasta ahora, por ejemplo, con el esquema R.
Para explicarnos mejor: nos hemos detenido antes en 
el concepto de realidad definido, en un primer tiempo 
-y era la primera manera de concebirla-, como la super­
posición de dos triángulos: el imaginario y el simbólico. 
Dijimos que la realidad era el armazón de significantes 
e imágenes, un armazón que se mantiene, que es consis­
tente. Dibujemos en el cuadrángulo el campo sombreado.
En esta primera definición podemos decir que el ar­
mazón de las palabras y las imágenes es una trama bien 
consistente. Pero podríamos hacer vivir esa trama di-
46
ciendo que, de hecho, la realidad es una serie de identi­
ficaciones que se suceden en el transcurso de la vida de 
un sujeto. Serían todos los vaivenes entre el yo y la 
imagen, y todas las modificaciones que se producirán a 
partir de la primera imagen completa, del estadio del 
espejo, hasta aquel lugar de la madre -M -, entendida en 
tres sentidos, uno de los cuales -e l Otro que desea- parece 
ser el más importante. Esto significaría que el yo se 
identificará con una imagen completa, con imágenes 
parciales, hasta encontrar al Otro como un Otro que 
desea. Y podemos decir que la realidad, en la vida de 
alguien, es la sucesión de encuentros identificadores y 
de encuentros de deseo del Otro.
Pero esto no basta para definir la realidad; es preciso 
algo más. Hemos dicho que son necesarias dos condicio­
nes más: primero, que de esta realidad algo caiga, que 
se pierda. O sea que sólo hay realidad después que algo 
se perdió. Para decir “realidad”, es preciso perder algo. 
Y una segunda condición: se necesita algo absolutamen­
te puntual en el exterior de esa realidad. Es necesario 
un punto opaco, excéntrico a esa realidad, algo que sea 
a la vez puntual y externo.
47
En una primera versión lo figuramos con la exclusión, 
la eliminación de la libido -recuerden que dijimos que en 
el triángulo imaginario compuesto por el yo, la imagen 
del espejo y la libido, el personaje principal no era el yo 
ni los ojos que miran ni la imagen en el espejo, pero sí 
la libido que sustenta todo eso—. Ahora, este personaje 
central, la libido, no aparece por estar excluida.
El segundo elemento excluido es el significante Nom­
bre del Padre. Lo habíamos situado como el significante 
SI que ex-siste al conjunto de los significantes S2. Ex- 
siste significa que es exterior al conjunto pero que lo 
hace depender de él.
¿Qué queremos decir? Que la realidad no es sólo pa­
labras e imágenes, aunque éstas nos atraviesen y aqué­
lla comporte, sobre todo, una dimensión pulsional. La 
realidad se sitúa exactamente en lo más íntimo de la 
relación -como decía Freud-, entre lo psíquico y lo orgá­
nico. Éstos son términos de Freud que no usaré por cuen­
ta propia, pero que marcan bien ese carácter íntimo que 
querría que percibiesen.
Tomemos un ejemplo típico de la época de Freud: el 
ataque histérico. ¿Qué es un ataque histérico? ¿Es fan­
tasía? ¿Es realidad? El desmayo histérico es el ejemplo 
de algo profundamente fantasmático, es fantasía incons­
ciente y, al mismo tiempo, de hecho, hay un cuerpo en 
el piso desmayado. Esto quiere decir que estamos delan­
te de una fantasía inconsciente materializada en un 
cuerpo que está tendido, inerte, en el piso.
La fantasía no es una imagen en la cabeza; es algo 
material que se manifiesta por una actividad motora, 
una parálisis, por algo en el cuerpo. La realidad es que 
no fue sólo el significante lo que indujo a desmayarse a 
la histérica, no son sólo las imágenes que sustentan su 
identificación. La realidad, para la histérica, es más que 
todo ese circo que gira en torno de ella, que ella misma 
instala. La realidad para la histérica se sitúa allí donde
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ella cae desmayada. Para hablar de realidad es preciso 
esto.
Realidad y pulsión
En otras palabras, la realidad sigue, acompaña, co­
rresponde, es equivalente al corte que significa el movi­
miento de la pulsión para separar el objeto. En el caso 
de este ataque histérico, el objeto puede tanto ser el mirar 
como la acción motora del músculo. En “Las pulsiones y 
sus destinos”, para constatar la pulsión sádica, Freud 
habla del objeto muscular y sobre todo en relación con 
el dolor. Quiero decir que la realidad es imágenes, es 
significantes, pero también es pulsión, ejercicio de pul- 
sión, es la acción de la trayectoria de la pulsión. Y esta 
trayectoria de la pulsión tiene un movimiento bien des­
crito por Freud bajo la forma de la gramática. Él usaba 
para describir la pulsión la gramática del verbo. Por 
ejemplo, para la pulsión escópica colocaba tres términos 
que describían un movimiento doblemente circular: 
mirar, ser mirado, mirarse.
Hablar de pulsión significa, entre otras cosas, hablar 
de ese movimiento de dos vueltas que ejemplificamos 
con esos tres movimientos. Cómo percibirán, estamos
49
saliendo progresivamente de la idea de que la realidad 
es el exterior. Estamos diciendo que es “exterior en tanto 
significantes e imágenes y al mismo tiempo la estamos 
colocando en lo más íntimo del cuerpo del sujeto.
Singularidad y ombligo
Retornamos a la posible relación externo-interno en 
tanto tiene la forma de un ombligo, o sea de una línea 
y un punto. Es una línea que podríamos suponer que 
horada la superficie pasando por una singularidad tal 
que un organismo-hijo se separa de un organismo-pa- 
rental. Ésta es la definición dada por René Thom en él 
texto que titula “Estabilidad y morfogénesis”. Allí él 
formula la teoría de las catástrofes y se dedica particu­
larmente a la cuestión del ombligo. El ombligo es una 
singularidad, o sea un punto opaco, irrepresentable. En 
relación con la singularidad, no se puede sino girar en 
torno a ella. Expresa ese autor que, pasando por una 
singularidad, osea girando alrededor de la singulari­
dad, un organismo-hijo se separa de un organismo-pa- 
rental. El ombligo, entonces, es una línea más, un punto 
singular, un punto opaco. Este término “ombligo” se 
encuentra en La interpretación de los sueños, en una de 
sus frases más bellas:
Los sueños, por mejor interpretados que sean, conservan, frecuen­
temente, un punto ciego. Se alberga allí un nudo de pensamientos 
que no puede ser deshecho pero que no aportaría nada más al con­
tenido del sueño. Es el ombligo del mismo, el punto en que él se 
vincula a lo desconocido [...]. El deseo del sueño surge de un punto 
más espeso de este tejido, como el hongo de su micelio.
Esta frase merecería un seminario, porque Freud 
plantea esa idea, difícil de hacer entrar en los esquemas 
lógicos, de que el punto de un sueño difícil de interpretar
50
no es nada más que un punto opaco, un racimo, un haz, 
un nudo de pensamientos. Hay allí muchos de ellos, 
entrelazados entre sí y —si entiendo bien— es el punto 
más espeso del tejido. Esto es curioso, a pesar de todo, 
ya que habitualmente se diría que un punto irrepresen- 
table es un punto opaco y singular.
Una singularidad sería un punto irrepresentable en 
torno al cual se gira. Para Freud es diferente. Él dice que 
allí hay muchas cosas dentro, que es muy espeso y que 
no sabemos desenlazarlo. Otra observación interesante 
a propósito de esta frase: es desde ese punto de donde 
surge el deseo del sueño; por lo tanto, está ligado a un 
punto opaco, el punto umbilical del sueño.
¿Dónde estará ese punto en el corte que antes dibuja­
mos? El corte se entiende claramente en tanto los dos 
lazos dibujados, pero no se ve bien dónde está el punto 
opaco. Ese punto opaco podría apenas representarse, de 
modo grosero, por el entrecruzamiento de los dos lazos. 
1 ero insistimos en decir que se trata de una primera 
aproximación grosera, porque este doble lazo, desde el 
punto de vista topològico, corresponde a un círculo. Es 
como un elástico que diese vuelta para formar dos lazos, 
mas no por ello sería necesario que las dos ramas de los 
dos lazos se tocaran. Por lo tanto, no es una buena re­
presentación del punto opaco. Lo retomaremos cuando 
volvamos al esquema R.
Algunos participantes del seminario han mostrado 
interés por el libro de Dulaure. Como a mí también me 
entusiasmó haré dos referencias más a él. Una es anec­
dótica: el texto fue editado en 1805 y habla de forclusión 
al hablar de frontera. Dice que foris, forum, es lo exter­
no, y que estas dos palabras derivan de fur, de la lengua 
tudesca, fors en nuestra antigua lengua y en los dialec­
tos meridionales o fors de la expresión for interieur -fuero 
interior, conciencia-, etcétera. Llega a decir que forus, 
for, significan ley, costumbre municipal, for, four, sedè
51
o extensión de una jurisdicción, de un territorio donde 
son atados los cuerpos de los criminales condenados por 
la justicia. Finalmente, toma las palabras forcluir, for- 
clusión, o excluidos del territorio, de donde provienen 
furbau -renegado- o tal vez fourbe -pillo- que tiene el 
mismo origen. ¡Es curioso que esto ocurriera en 1805!
Después hay otra cita, no anecdótica, que sería una 
representación mítica, completamente intuitiva de lo que 
estamos diciendo, de manera tal vez un poco ardua, 
hablando de doble lazo, de punto opaco de la realidad. 
Ese doble lazo comporta un trazado y un punto opaco 
que no se ve en el esquema que hicimos hace poco. Ese 
punto opaco es, obviamente, el significante del Nombre 
del Padre, o sea un significante externo. Aceptémoslo 
por ahora y más tarde lo precisaremos mejor.
Existiría, por lo tanto, una relación entre el trazado 
pulsional que viene a cortar algo del cuerpo y el Nombre 
del Padre. Verán que más tarde podremos arribar a una 
relación correlativa, proposicional, para entender algu­
nos fenómenos a los que llamo “formaciones de objeto”.
Vayamos ahora a esa cita de Dulaure. Habla de Saturno 
y dice:
Si descomponen las diversas partes de la palabra Saturno encuen­
tran: “Sat” que significa padre, “Ur” que en todas las lenguas de 
Europa y Asia significa borde, derredor, y resta “Anus” que expresa 
el círculo. Saturno podría así ser traducido como: “el padre del borde 
del círculo”,
¿Por qué no usarlo como figura mítica, mitológica de la 
relación que percibimos entre el corte y el punto opaco?
Respondo a una pregunta: no hay interior ni exterior 
tratándose de la realidad desde el punto de vista psicoa- 
nalítico. No digo que un paseo por la calle sea interno o 
externo; no digo que debamos pensar que una revolución 
no sea interna o externa. Digo que para el psicoanálisis, 
a partir de su experiencia, en el trabajo con nuestros
52
pacientes, la realidad en cuestión no tiene interior ni 
exterior. Y esto se verifica en todo momento.
La realidad es local, lo cual quiere decir que es variable: 
se abre en determinados momentos y se cierra en otros. 
Hasta diríamos que en algunos momentos no existe esa 
realidad. Como si no estuviésemos en análisis. Pero, en 
general, la realidad es absolutamente local.
Decía que la realidad es asimilada al corte y que este 
corte es un trazado, que comporta un punto opaco y -diré 
más— que éste regula el trazado. Se representa según la 
versión freudiana como un trazado pulsional: mirar, ser 
mirado, mirarse.
Proponemos, más adelante, otros tipos de corte no a 
la manera de ese doble lazo, y que corresponderían a 
ciertas formaciones o producciones psíquicas de algunos 
momentos de la cura, como, por ejemplo, una lesión, una 
acción inaudita —como un suicidio— o una alucinación. 
Pienso que para ciertos episodios el corte no se produce 
de la misma forma; en otras palabras, la realidad no 
tiene la misma consistencia, o el corte no se traza con dos 
lazos cerrados.
El esquema R: plano proyectivo y topología
Veamos primero el corte normal y retomemos el es­
quema R. A llí tenemos que ubicar dos cuestiones 
topológicas. Lo haremos no ya como dos triángulos con 
una franja de superposición sino como un plano proyec­
tivo. Esta es una propuesta de Lacan en los Escritos, en 
un texto de 1956, antiguo. Diez años después, Lacan, 
en una nota, dirá que ese esquema R es, en verdad, un 
plano proyectivo. Se diría que anima el esquema que 
antes era inerte. Decir que es un plano proyectivo es darle 
vida, movimiento, hacerlo vivir, convertirlo en un ser 
topològico.
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¿Qué es un plano proyectivo? Es un conjunto de pun­
tos en el cual todas las rectas de la misma dirección, o 
sea todas las paralelas, se van juntando para cortarse en 
el infinito. En consecuencia, es un plano con una parti­
cularidad que no tienen otros planos, por esas dos rectas 
paralelas que se van a cortar en el infinito. De ello re­
sulta que toda recta de este plano proyectivo es absolu­
tamente particular, ya que si suponemos que tiene dos 
extremos, éstos se encontrarán en un punto en el infinito 
y se cortarán. Y de allí surge el término “proyectivo”. De 
hecho, al ver dos barcos que se alejan podemos imaginar 
que se van a encontrar en el infinito; en una perspectiva 
vemos el punto de fuga de aquélla como si los dos barcos 
que se alejan fueran a encontrarse en el horizonte. 
Entonces, si consideramos un extremo de la recta lo 
percibirán como cortándose en el infinito y el otro extre­
mo también. Esto hace que ambas rectas de ese plano 
proyectivo no sean rectas rigurosas como ya pueden 
imaginar, sino círculos, líneas que se cierran. Y se cie­
rran en un punto en el infinito.
Este plano no puede representarse tal como es, no 
puede ser figurado. Quiero decir que no se puede dibu­
jar lo que acabamos de describir: no se puede dibujar 
una recta con un punto en el infinito. Esto significa que 
el plano proyectivo es irrepresentable en tres dimensio­
nes; en consecuencia, no se puede representar median­
te un dibujo que pretendiese ilustrar esa supuesta re­
presentación tridimensional. Para llevar a cabo esa re­
presentación se procede por una serie de transforma­

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