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LOS GRITOS DEL CUERPO Juan David Nasio » LOS GRITOS DEL CUERPO con intervenciones de Pierre Benoit y Jean Guir Texto establecido por Ana María Gómez PAIDÓS Buenos Aires Barcelona México Traducción de Jorge A. Balmaceda y Sergio Kocchietti Cubierta de Gustavo Macri 150.195 Nasio, Juan David CDD Los gritos del cuerpo : psicosomàtica. - I a ed. 5a reimp. - Buenos Aires: Paidós, 2008. 193 p. ; 22x14 cm.- (Psicologia profunda) ISBN 978-950-12-4200-3 1. Psicoanálisis I. Título pedición, 1996 5q reimpresión, 2008 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. © de todas las ediciones en castellano, Editorial Paidós SAICF. Defensa 599, Buenos Aires - Argentina e-mail: difusion@areapaidos.com.ar www.paidosargentina.com.ar Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina - Printed in Argentina Impreso en Gráfica MPS, Santiago del Estero 338, Lanús, Buenos Aires, en septiembre de 2008 Tirada: 1500 ejemplares ISBN 978-950-12-4200-3 mailto:difusion@areapaidos.com.ar http://www.paidosargentina.com.ar INDICE Introducción................................................................... 9 I Qué es la realidad para Freud.............................. 18 La realidad a partir de Jacques L acan ................ 23 El esquema R.: el ternario im aginario................. 24 El esquema R.: el ternario simbólico.................... 28 La realidad: insatisfacción y ombligo..................... 32 II La posición del analista y los preconceptos. La frontera............................................................... 39 Superación de la polaridad “dentro-fuera” .......... 42 Realidad y pulsión...................................................... 49 Singularidad y ombligo ...,......................................... 50 El esquema R.: plano proyectivo y topología...... 53 Estatutos del objeto a ............................................. 60 III Las formaciones del objeto a y el hacer..... ......... 63 El objeto a, sus características y estatutos......... 64 Formaciones de objeto a y realidad forclusiva .... 68 Observaciones............................................................. 74 ¿Qué es una dolencia psicosomática? ¿Qué es una lesión de órgano?............................................. 77 Respuestas a preguntas............................................ 80 IV La realidad del análisis............................................ 85 Forclusión local, realidad local................................. 87 7 El llamado................................................................... 89 La elección de órgano y la lesión objeto de la pulsión............................................................ 93. El mimetismo. La relación filiación-lesión.......... 96 V Afecciones psicosomáticas: inconsciente y goce ... 103 El cuerpo en psicoanálisis...................................... í21 La holofrase. La función del analista................... 124 VI Las formaciones de objeto a ......................... ......... 131 La transferencia analítica homeomorfa al inconsciente................................................... 132 La renuncia al goce: el deseo............................. 133 Estatutos del objeto............................................. 135 El espacio: la vía del retorno............................. 137 La posición del analista: la pregunta................ 143 VII Las lesiones de órgano y el narcisismo................ 147 El llamado.................................................................. 151 El trauma y la disposición a la escucha............... 154 El sujeto “en” la lesión de órgano y el sujeto “de” la lesión de órgano................................................. 159 VIII Las lesiones de órgano y la forclusión del Nombre del Padre........................................... 167 Las lesiones de órgano y el autoerotismo........... 169 Las determinantes simbólicas e imaginarias en el esquema R ..................................................... 172 Paranoia, histeria y lesión de órgano.................... 179 8 INTRODUCCIÓN Los conceptos, pilares y fundamentos de las teorías no conocen la diacronía: no envejecen a través del tiempo, sino CON el tiempo cuando sincrónicamente, en un corte EN ese tiempo, vienen a decirse y llamarse de otro modo. Cuando persisten, en tanto designan dinámicamente algo semejante a pesar de los calendarios, tienen plena vi gencia. Son los pensadores quienes los hacen nacer y los nutren al sostenerlos y retomarlos. Es importante para quienes siguen de cerca la labor de un autor con trastar las variaciones, las persistencias, las modifica ciones de sus ideas porque dan noción de la lógica de su pensamiento. En su seminario de 1983, dictado en París y cuyo texto se retoma en este libro, Juan David Nasio afirmaba lo siguiente: [...] no creo que las afecciones psicosomáticas y las dolencias en general sean las mismas hoy que las de la Edad Media, por ejemplo, y que la única diferencia sea que en aquella época no se las descubría. Por el contrario, el cuerpo en general y la lesión de órgano en par ticular son exactamente correlativos a la aparición del instrumento hecho para detectarlas o de los medicamentos destinados a tratarlas. Quiero decir que hay una dolencia propia de cada época de la ciencia. 9 Un cáncer de esófago, por ejemplo, constituye, tal vez, una afección desconocida de ese mismo órgano mil años atrás. La ciencia no es sólo experimentación, cálculo, ecuación, escritura; la ciencia es también aparatos, instrumentos, productos, drogas, en una palabra, objetos que estorban y violentan el cuerpo y cada cuerpo tiene una época correlativa a la época de la ciencia. Piensen, por ejemplo, en los ri ñones, en los ojos, en los pulmones artificiales, piensen en las voces que inundan el espacio sonoro [...] Quiero decir que el cuerpo está como estallado; este cuerpo no es el mismo que aquel de mil años atrás. Nuestro cuerpo no es más el mismo, aunque tenga la misma forma. Mi idea es que la lesión de órgano hoy, por lo menos para determinadas circunstancias, no existía antes; son lesiones propias de una determinada época. Si bien la cronología marca doce años de distancia, elx mismo autor, en 1995, afirma lo siguiente: Ana María Gómez: ¿Cómo plantearíamos hoy las va riantes que, a través de las modificaciones del lazo so cial y a partir de cien años de psicoanálisis, podrían ha berse producido en las manifestaciones de los cuadros clínicos? ¿Cuáles serían las diferencias apreciables entre, por ejemplo, las histerias de la época de Freud y la expre sión fenoménica de una histeria en el mundo actual? ¿Han variado las patologías a medida que han variado los tiempos? Juan David Nasio: ¿Se han modificado los cuadros, las formas clínicas de los grandes cuadros psicopatológicos en los últimos cien años? Sí; los cuadros clínicos, las for mas clínicas de ellos, se han modificado en este siglo. A.M.G.: ¿Se mantienen las estructuras o también ellas han cambiado? J.D.N.: Los cuadros clínicos comportan una estructu ra y una forma clínica. Ambas se han modificado. Pero antes de hablar de ello quisiera ir al campo preponderan- temente somático y recordar la referencia de Lacan, muy utilizada y jamás profundizada de “falla epistemo- somática”. 10 A.M.G.: Comenzaríamos entonces por el cuerpo en lu gar de hacerlo por el psiquismo. J.D.N.: Así es. Lacan decía -yo lo leo así- que las en fermedades del cuerpo se modifican según la teoría con la que se avanza para conocerlo y curarlo. Esa teoría modifica la realidad de ese cuerpo. Desde ya que es la teoría y también los instrumentos que la reflejan. Ésta es una posición enteramente nominalista, osea que el nombre no sólo designa la cosa sino que cambia la cosa designada. A.M.G.: ¿Se trataría de una modificación del cuerpo en sí mismo o de la visión del cuerpo? J.D.N.: Esto es muy importante: no es un cambio sólo en la visión. Es que el cambio de las visiones del cuerpo ha modificado su realidad concreta, carnal, material. Ciertas enfermedades de hoy, tomemos un ejemplo, el cáncer de esófago, no existían en la época del Imperio Romano. En ese tiempo no había cáncer de esófago. Éste corresponde a una época en la que la teoría de la medi cina -quizás a principios de este siglo- empieza a cono cer el cuerpo en el nivel celular, tisular. Aparecen Ra món y Cajal, Pasteur, etcétera. A.M.G.: Surge un mundo celular y inicroscópico. J.D.N.: Tal cual. Y esa teoría nueva del cuerpo hará, casi como por arte de magia, que se creen las condicio nes de una enfermedad celular, como por -ejemplo, el cáncer. A.M.G.: Seríamos nominalistas al punto de decir que lo que no se nombraba no existía y a partir del momento en que se nombra, existe. J.D.N.: Exacto. Yo digo “como por arte de magia”. Este “arte de magia” sería: existe el objeto, la cosa, y existe el nombre de la cosa. Y el nombre cambia la cosa desig nada. No sólo la hace existir sino que la cambia, la mo difica en su realidad. Es decir que el símbolo es más potente que lo real porque es capaz de modificar lo real. 11 A.M.G.: Lo real existe por sí pero el símbolo es el que opera sobre lo real. J.D.N.: Opera y lo modifica. Ésta es una posición psi- coanalítica y lacaniana. Pero, aclaremos: ¿por medio de qué mecanismo lo simbólico, el nombre de una cosa es apto o capaz de modificar la cosa que nombra? Allí es necesaria la teoría de la representación. Conocer el cuer po, nombrarlo, teorizarlo, producen una teoría interior al sujeto. Es decir que la teoría médica, científica, veri- ficable... A.M .G.:... se torna conocimiento personal, individual, subjetivo. J.D.N.: Y se caricaturiza en el interior psíquico del sujeto. Hablemos de histología. El nacimiento de la histología tiene una cara caricatural, popular, casi gro sera, falsa, imprecisa, vaga, que será la que surgirá en la psique, en el yo del sujeto. A.M.G.: Una deformación necesaria: la doxa como una caricatura de la episteme. J.D.N.: Y esto me hace acordar lo que dice Freud sobre la representación de partes de cuerpo en la histeria., A.M. G.: Que él subraya como la caricatura de una obra de arte, que sería la anatomía. J.D.N.: Una caricatura de la anatomía. Existen dos anatomías: una real y una psíquica. De la primera da cuenta la ciencia de la época, la medicina, y la otra es la que se va formando en la percepción interna del sujeto. A.M.G.: Iríamos del rigor de la ciencia a la ficción. J.D.N.: Totalmente: del rigor de la ciencia, que toma el objeto exterior, a la ficción o a la caricatura, el fantas ma, de ese objeto real. Y es subrayable que cada indivi duo tendrá, así, su teoría psíquica del objeto-cuerpo, su imagen psíquica del objeto que debe seguir una ley, una serie de leyes respecto de la estructura-del yo, compuesto por un gran conjunto de imágenes psíquicas de valor afectivo para ese sujeto. 12 A.M.G.: O sea un mundo constituido. J.D.N.: Es un mundo constituido de modo caricatural respecto de la imagen teórica y científica y, al mismo tiempo, es un mundo ficticio, fantasmático y cargado de afectividad. Hay que aclarar que esa imagen psíquica refleja al objeto de forma parcial, en tanto que la imagen científica trata de hacerlo lo mejor posible, de forma to tal. La imagen psíquica no sólo no es fiel al objeto sino que es parcial: sólo toma un detalle del objeto real. A.M.G.: Produce un efecto deformante. J.D.N.: Exacto. Y digo que será la imagen psíquica del sujeto la que investida afectivamente crea modificacio nes en el cuerpo del sujeto habitado por ella. A.M.G.: ¿Qué niveles alcanza esa modificación, ana tómica, fisiológica, funcional? J.D.N.: Sería, sobre todo, una modificación de la diná mica del cuerpo, de la energía que está funcionando. Vuelvo a subrayar la idea de falla epistemosomática de Lacan -que me parece una hipótesis esencial y revolu cionaria-, pero allí hace falta un intermediario entre la teoría científica y el cuerpo para que podamos entender cómo ese cuerpo va a modificarse; y ese intermediario es la imagen, la representación. A.M.G.: Al modificarse el cuerpo a través de su repre sentación hay un cambio en la economía libidinal. J.D.N.: Pero, además, esa representación $s impres cindible, como si el sufrimiento del cuerpo no pudiera existir sino a condición de que el cuerpo fuera represen tado. A.M.G.: Un cuerpo que se da a conocer a partir de ese sufrimiento, porque ese “esófago” sólo se toma en cuenta en tanto perturba. J.D.N.: No puede haber sufrimiento de un cuerpo que} no sea de un cuerpo representado. A.M.G.: ¿Estaríamos en condiciones de extender esa falla epistemosomática a una “falla epistemopsíquica”? 13 J.D .N .: Empezamos por el cuerpo para llegar a la in- venciónde ese término que me había reservado para hoy: epistemopsi^uico. O sea la teoría psicoanalítiea de la vida anímica está cambiando esa misma vida. A.M.G.: Y el hito simbólico de ese cambio sería Freud. J.D.N.: Sería Freud. El psicoanálisis no sólo revela la S a sino que está cambiando el funcionamien- ismo. Un ejemplo muy banal es que, desde 1 psicoanálisis, los lapsus provocan sonrojo lo deátacable, enormemente destacable que lanálisis, es que todo acto humano no inten cional tiene un sentido sexual. Esto es lo más importante que dice el psicoanálisis, lo que debería figurar en el fron tispicio del gran palacio psicoanalítico. Por allí tenemos que entrar. Nos expresamos, decimos, comunicamos, hablamos, pero hoy sabemos —todo hombre advertido sabe- que no todo lo que decimos es lo que realmente decimos y pensamos. A.M.G.: También el profano reconocería el poder de la sobredeterminación. J.D.N.: Y eso está cambiando nuestra manera de vivir, nuestra vida psíquica y ello a causa del psicoa nálisis. A.M. G.: Esto configura una cuestión fundamental por que, en consecuencia, las manifestaciones de la patolo gía tendrían que encontrar nuevas coartadas para ocul tar sentidos ya develados. J.D.N. : Exactamente. Y aquí se trata de un problema de límites: modificar una cosa real es cambiar el lugar de los límites. Cuando hablo de la no existencia del cán cer de esófago en el Imperio Romano y de su existencia en el siglo XX, me refiero a que los límites del cuerpo han cambiado, están modificados. A.M.G.: Lo importante es que a la ve;z que esos límites se modifican se mantiene cierto equilibrio. La ciencia avanza y elimina patologías y a la vez... 14 J.D.N.: ... aparecen otras. A.M.G.: Y se mantiene un statu quo. ¿Pero no sería esto francamente tanático porque la ciencia avanza, des tituye patologías pero a la vez se crean nuevas formas patológicas? J.D.N.: Sí, pero hay también un equilibrio, algo del orden de un sistema cerrado con un equilibrio interno. A.M.G.: Entrópico. J.D.N.: Y retornando a lo “epistemopsíquico”, habría que pensar que el psicoanálisis no sólo ha revelado la psique, no sólo ha creado un contexto o elementos psíqui cos nuevos, sino que ha creado enfermedades psíquicas nuevas. Pienso que la histeria de hoy no es la misma histeria de la época de Charcot. A.M.G.: ¿Sería estructuralmente diferente? J.D.N.: Estructuralmente es distinta. Y quiero decir que el fantasma ha cambiado. A.M. G.: Por ejemplo, ¿han cambiado los grados de con versión en el cuerpo? J.D.N.: Se han modificado pero siguen existiendo re ducciones de campo visual —más que cegueras histéri cas—, parestesias —más que parálisis—. Lo que ocurre es que en época de Pierre Janet o Charcot ésos eran casos ' princeps. A.M.G.: ¿Y cuáles serían las nuevas vestiduras y mascaradas, las diferentes caricaturas que va tomando la histeria? J.D.N.: Primeroque nada, la forma clínica de la his teria que vemos en análisis, que viene al consultorio, ya es una forma disuelta, impregnada de la problemática psicoanalítica. Otro elemento es que la vida sexual de la histérica no es la misma. Y aquí tendríamos que diferen ciar variedades de la histeria: la histeria depresiva, la histeria en la que el sufrimiento está ligado a la vida sexual y otra en la que el sufrimiento está ligado al cuer po. Tres variedades: conversiva, erótica y depresiva o 15 melancólica. Y en esas tres variantes hay que tener en cuenta que la histeria es una entidad clínica camaleónica, que se adapta con extraordinario mimetismo al discur so, la opinión, los colores, las formas del ambiente y las palabras del decir ambiente. Hay dos factores que mo difican las patologías psíquicas: uno es la teoría de la vida psíquica y otro el factor ambiental en el nivel de la palabra, las formas, etcétera. A.M.G.: ¿Qué es lo esperable, entonces, en este fin de milenio, en este contexto de la posmodernidad, en térmi no ̂de patologías del psiquismo? J.D.N.:/Pienso que van a cambiar. Como decía Kant, que pablaba de “enfermedades del alma”. Pienso que esas enferrhedades del alma de Kant eran diferentes en su época, son diferentes hoy y van a ser diferentes en el futuro. 16 I He elegido el tema de la realidad y lo Real como un modo de introducirnos en la cuestión, ya delineada an teriormente, de las formaciones del objeto que son las formaciones psíquicas a las que no se aplican las leyes significantes de sucesión y sustitución, en las cuales no percibimos las mismas leyes significantes que pueden ser aplicadas a las formaciones del inconsciente. Hemos intentado antes constatar si el mecanismo de lq forclu- sión podía dar cuenta de su lógica, o sea de qué modo se constituyen. Así abordamos el tema de la alucinación e hicimos mención al caso del síntoma psicosomático. Pero, ¿por qué el tema de la realidad? Porque parti mos del presupuesto, que necesitaré confirmar o no, de que cada una de esas formaciones del objetó -como por ejemplo el sueño, el acting out, un síntoma psicosomá- tico, una alucinación- constituye la creación de una realidad nueva y estrictamente local. Supongamos la existencia de una psoriasis, y llamémosla “realidad psoriasis”. Esta no es la realidad que se instaura a partir del momento en que alguien la sufre; no quiero decir “realidad psoriasis” en el sentido de las consecuencias provocadas por la aparición de esa afección dérmica. Cuando decimos “realidad psoriasis” nos referimos, ante 17 todo, a la realidad psíquica que se realiza, se clausura, se cierra con la aparición de una psoriasis. La realidad es una creación que se cierra con la aparición, por ejem plo, de la manifestación psicosomàtica. Queremos decir que la formación de objeto a sería la creación de una nueva realidad local, pero que ésta irá a cerrarse con la aparición de aquella formación. Ello implica y comporta la idea de que la realidad es una cuestión de límite^ de borde, y agregaríámos que es una cuestión de nudo, no en el sentido de un nudo borromeo sino de algo que se cierra con un nudo. Qué es la realidad para Freud Comenzaremos recordando qué es la realidad para Freud; qué es, por lo tanto, la realidad para el psicoaná lisis y en qué difiere de lo Real. | Freud siempre conservó una concepción empírica de la realidad, una realidad que estaba por fuera, que cir cundaba al sujeto y que, en última instancia, era tangi- ble¿Y es así como en el “Proyecto de una psicología para neurólogos” Freud comienza a someter la realidad al placer. Para él, en aquella época, la realidad no era más que el medio necesario, el medio de desvío necesario para llegar a la obtención de placer, o sea para llegar a la obtención del reposo, y se definía el placer como un re torno a la ausencia de tensión. Pero hay una realidad anterior a aquélla, una especie de realidad mítica que está dada por el hecho de que, en un determinado mo mento, el sujeto, el niño, se satisface con un objeto. Por lo tanto, para “cronologizar” la situación tendríamos: primera realidad, mítica de un objeto real que llegaría a producir satisfacción real; segunda ¡concepción de la realidad, cuando el sujeto intenta reencontrar esta pri mera experiencia de satisfacción con un objeto real y 18 fracasa; recurre entonces a medios indirectos, interme dios, para obtener aquella satisfacción. Por lo tanto, la realidad primera es objeto primitivo, originario, mítico. El segundo sentido de la palabra realidad es que es un medio, o sea que el sujeto se sirve de la realidad para obtener el placer. El tercer sentido de la palabra reali dad es cuando Freud integra el concepto de la realidad al sistema percepción-conciencia del yo. Y procediendo así pensará todavía que la realidad está sometida al principio del placer, porque el yo, como representante de la realidad, serk a su vez investido por la libido. Ésas son, por lo tanto, las tres acepciones freudianas de la palabra realidad” con matices y cambios que más tarde retomaremos. Quisiera ahora agregar que la inclinación por la rea lidad en Freud - y él mismo lo dice- es el desprecio por la vida. Él dice: “Debo confesarlo - y me incomoda jfiacer- lo: aconsejo a los analistas despreciar la realidad; no se pregunten si un acontecimiento infantil, traumático, que el paciente cuente, es verdadero o falso”. Al comienzo, Freud pensó que eran acontecimientos verdaderos; luego que eran falsos; después, que eran una mezcla de verdadero y falso. Finalmente -y esto es lo que me interesa- inventa. Del desprecio pasa a una inven ción: el concepto de realidad psíquica. No se trata ya de una realidad material, que él desprecia. A pesar de todo, fija allí una especie de impasse-, de hecho, para él, la realidad externa continúa existiendo. Y es como que dis tinguirá realidad psíquica y realidad material. Les leeré una cita de Freud que es muy bella y muy clara. Se encuentra en uno de los textos que les aconsejo leer este año: “Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento mental”. No es éste un texto ordenado sino compuesto de varios parágrafos numerados. Es apasionante leerlo y he aquí lo que expresa en su última parte: 19 Nunca se dejen llevar a introducir el patrón de la realidad en las formaciones psíquicas reprimidas. Así se arriesgaría a subestimar el valor de las fantasías en la formación de los síntomas, al invocar, justamente, que no son realidades, o a hacer derivar de otro origen un sentimiento de culpabilidad neurótica; porque no se puede pro bar la existencia de un crimen realmente cometido. En otras pala bras, no usen el patrón de la realidad para medir las fantasías psíquicas. Freud queda allí capturado en la alternativa de que hay una realidad externa al sujeto, porque él dice que hay realidad psíquica pero que también hay realidad material. La segunda señal de esta impasse es que, a pesar de todo, cuando se pregunta de dónde extraen los neuróticos la realidad psíquica, da dos respuestas: una -ya no se habla de eso pero es una respuesta de Freud- que dice que las fantasías constituyen la realidad psí quica, en general las tres fantasías principales: la de la escena primordial, la de la seducción por un adulto y la de castración, o sea la visión del sexo femenino de la madre, y dirá que estas tres fantasías son extraídas de las fantasías filogenéticas óseas que no se sabe de dónde vienen, que provienen del inicio de la historia de la humanidad, que los seres humanos transmiten, y no se sabe cómo luego, prisioneros de esa impasse, en deter minados momentos, al querer procurar una razón, hasta se llegará a pensar que ciertas afecciones psíquicas re sultan de problemas orgánicos. Y, como ustedes saben, Freud, a veces, dice que en el futuro existirán hormonas que nos permitirán dar cuenta de afecciones que hoy no sabríamos considerar mejor. Pero surgeuna pregunta: ¿de qué naturaleza está hecha esa realidad psíquica? ¿Con qué materia está tramada? Pues bien: está hecha de sexo. El material de la realidad psíquica es sexual; se trata del deseo. Del deseo, pero no sólo de él sino de la insatisfacción. La realidad psíquica es como un tejido tramado y envuelto 20 por deseo insatisfecho. No sólo tramado y envuelto por el deseo -y esto es lo más difícil de pensar y aceptar— sino que es, también, una realidad que es capaz de producir efectos. Es difícil aceptar que haya una fantasía de escena primaria, y esta afirmación ya plantea un problema en tanto Freud, como nosotros, va a sostener que no sólo existe una fantasía de escena primaria sino que ella es razón de un sufrimiento actual. Quiero decir que, para Freud, la realidad psíquica era también una realidad que provocaba efectos a pesar de no ser tangible, o sea no material. En lo que concierne al mismo Freud, habría muchas más cosas que decir, que dejo para la discusión, por ejemplo, la cuestión del principio del placer-princi pio de realidad o la concepción que él plantea al final de su obra, en tanto la realidad externa es la proyección del aparato psíquico, etcétera. Dejando a Freud, vayamos a la cuestión de cómo se piensa hoy la realidad. Hay un libro publicado reciente mente, Diez años de psicoanálisis en USA -que es una antología de los mejores artículos publicados en el Dia rio de la Sociedad Psicoanalítica Norteamericana-, en el cual hay un artículo de Roberto Varlenstein, ex presi dente de esa sociedad, que se llama “El estudio psicoa- nalítico de la realidad”. Pensé que iba a encontrar allí lo que los norteamericanos decían sobre la realidad en 1980. Es profundamente decepcionante en tanto permite ironizar o criticarlos de alguna manera astuta. Para ese autor, la realidad es psicosocial, externa y constituida por el conjunto de fenómenos sociales actuales. Su pre ocupación es que el psicoanálisis esté de acuerdo con las modificaciones actuales de la sociedad, esto es, el femi nismo, la importancia de la juventud, etcétera. Me hu biera gustado haber leído un texto más consistente. Parecería que hay uno —que él mismo critica consideran do que su autor va muy lejos en relación con el concepto 21 de realidad como realidad interna-, de Lovald, titulado “El yo y la realidad”, de 1951, pero no lo pude encontrar. Después, variando el eje, decidí constatar qué dicen los físicos actuales sobre la realidad. Se realizó un colo quio sobre el tema “Las implicancias conceptuales de la física cuántica”, publicado en la Revista de Física. Extra je varias cuestiones, pero lo que me interesa hoy es, primero, que para ellos la realidad no es lo tangible. Segundo que, para que haya realidad -y es allí donde está el talón de Aquiles, porque la realidad no es lo tangible ni tampoco lo operatorio, o sea los medios pues tos en acción para transformarla- es preciso que exista, a pesar de todo, un acuerdo intersubjetivo. Textualmen te: “Las dificultades conciernen al acuerdo intersubjeti vo”. Uno de los participantes termina diciendo -y me complace haber encontrado esta cita porque ello me impulsa a decir que no hay un patrón de concepción de la realidad a la cual sería preciso adherirse, que dehiera seguirse y de ello surge que tenemos, al igual que los físicos, el mismo problema, o sea que necesitamos defi nir un concepto apropiado de realidad: La física no parece estar, en absoluto, en vías de proveer una descripción de lo real, ni siquiera en el cuadro de un realismo remoto -en tanto para los físicos la realidad es siempre algo remoto- y queda suspendido hasta tanto no sea capaz de hacerlo. Tal vez fuese nece sario concluir que lo real es no físico. ¡Son los físicos quienes dicen que sería preciso con cluir que lo real es no físico! En cuanto a nosotros, con nuestra intuición llena de preconceptos, siempre pensa mos que la realidad es lo físico más puro. Y los físicos vienen a decirnos que tal vez esa realidad no sea física. Agregaríamos, entonces, que quizá lo real sea no físico o, tal vez, que esté velado. En cualquiera de los dos casos es un alivio. Convoca a la voluntad de trabajar por cuen ta propia, intentando tantear por nosotros mismos, sa- 22 hiendo que hasta los físicos tienen dificultades en des cubrir de qué se trata. La realidad a partir de Jacques Lacan ¿Cuál es entonces nuestro modo de intentar ese tra bajo y cómo avanzamos? Proponemos dos acepciones de realidad, a partir de la teoría de Jacques Lacan: una, que sería una “realidad efectiva”, en el sentido de efectuante, y otra, una “realidad superficie”, superficial. Esta dis tinción aparece en los años ’60. En aquel tiempo, Jean Laplanche presentó en las Jornadas Provinciales de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis una ponencia sobre la realidad que provocó una discusión cuyo testimonio traté de procurarme, en el cual Pierre Koffman intervino para decir que se ha de conservar una distinción muy nítida entre una concepción de realidad efectiva y otra como realidad psíquica. El orden de efectividad sería, por lo tanto, la primera acepción del término realidad, o sea la realidad como el conjunto de los efectos producidos. En otras palabras, la realidad es lo que acontece, lo que acon tece efectivamente. Mejor, la realidad es el lugar donde eso cambia, donde eso se transforma, se modifica. Destaco aquí que es en relación con esa realidad que se planteará la diferencia con respecto a lo .Real como aquello que no cambia. Pero efectividad no quiere decir materialidad. El psicoanálisis nos demuestra que los efectos más decisivos en la historia de un sujeto pueden ser producidos por causas no materiales ni tangibles ni aparentemente externas. Para nosotros hay dos órdenes de determinaciones fundamentales de la realidad: lo simbólico y lo imagina rio. Diría que, hasta nueva orden, ésos son los dos tipos de causas que producen efectos: palabras e imágenes. Esto quiere decir que, finalmente, el psicoanálisis pien- 23 sa que lo que produce un efecto o es un significante o es una imagen. Una imagen que, por más virtual y por más pasiva que sea, es capaz de transformar un cuerpo, es capaz de matar o de hacer nacer otro cuerpo. Quiero decir que la reproducción sexual y, por lo tanto, el nacimiento de un ser, comienza con una imagen. Se está en lo ima ginario y se termina teniendo un hijo. Y todo esto está unido, siempre va junto. Estas dos determinaciones, simbólico e imaginario, constituirán una especie de montaje que define la reali dad. La realidad efectiva es, finalmente, como un montaje de la dimensión imaginaria y de la dimensión simbólica. Pero luego decimos: para que haya realidad es necesario algo más que significantes e imágenes. Para que haya realidad es preciso que los significantes hayan hecho daño, hayan realmente realizado daños en el sujeto. Volvere mos a la cuestión de la realidad como superficie. No nos demoraremos en la dimensión imaginaria y en la dimensión simbólica. Simplemente marcaremos lo que parece ser la articulación clave para la deter minación imaginaria y la articulación clave para la de terminación simbólica. El esquema R.: el ternario imaginario Esta realidad como un montaje de lo simbólico y lo imaginario fue presentada por Jacques Lacan bajo la forma del esquema R que encontramos en los Escritos. El esquema R - la R no se refiere a Real pero sí a reali dad- está destinado, en mi opinión, a comprender no lo que es la realidad en la neurosis sino lo que es la realidad en la psicosis. En otros términos, se trata de establecer el esquema R para luego observar cómo varía en el caso de la psicosis. Lo que haremos hoy es sólo el esquema R en su estado neurótico o normal. 24 Debemos decir que, para Lacan, este esquema R re presenta las condiciones del perceptum. Éste era su len guaje en aquella época. Diríamos que el esquema R es el conjunto de las condiciones del objetoa. Y esto cons tituye la relación clave en la dimensión imaginaria. Deseo hacer dos observaciones: primero, que para lo que decimos con respecto a la dimensión imaginaria en Lacan hay dos referencias en Freud, ambas concernien tes al yo. Una que piensa al yo definido por Freud como cuerpo propio. Al respecto recordamos qu^ el cuerpo propio es una expresión del vocabulario relativo a las psicosis. Tausk, en su artículo sobre la máquina de in fluir, dice que aquello que es proyectado por el sujeto psicòtico es el cuerpo propio. Lacan, por lo tanto, se apoya en la referencia al yo como cuerpo propio y, además, en la referencia al yo como lugar de las identificaciones, dejando de lado la tercera referencia de Freud, la tercera concepción freudiana del yo, como sistema percepción- conciencia. Lacan deja de lado esa tercera referencia y se apoya en la primera para establecer la dimensión imaginaria. En relación con lo imaginario sólo destacaremos quq el personaje principal del enredo en la escena imagina ria no es la imagen ni tampoco el yo. En la dimensión imaginaria el personaje principal es la libido. Toda vez que se escucha hablar de lo imaginario se debe pensar en la libido y no en la imagen. La imagen debe concebirse tan sólo como un medio para que la libido circule. Y lo decimos para destacar mejor que en lo imaginario no se trata de espejo. Considero que la incorporación del espe jo en la teoría de Lacan fue más perjudicial que útil, pues a partir de allí se creyó que toda la cuestión sucedía en el espejo. En lo imaginario, las imágenes se reflejan y se refractan en el cuerpo, o sea lo más opaco que tenemos frente a nosotros. Ni espejo ni ojos son necesarios: un ciego vive absolutamente la dimensión imaginaria sin 25 necesidad de ellos. Basta sentirse visto y él lo siente. Esto lo sabemos cuando nos aproximamos a él para ayudarlo a cruzar la calle; lo extraordinario es que sien te perfectamente nuestra presencia, no sólo el ruido sino también que estamos ahí, y eso no le agrada. Lo imagi nario se juega, fundamentalmente, en la dimensión de las imágenes que no son las vistas o las reflejadas. Y la relación entre uno y otra, entre el yo y la imagen, se sustenta en la libido. Lacan establece la relación entre esos tres términos -e l yo, la imagen y la libido- a partir del estado, del espejo, y en verdad que es en ese texto donde mejor se ve cómo surge la libido: como el producto de la discordan cia radical que hay entre el cuerpo fragmentado del niño y la imagen unificadora. Es por la distancia que existe entre un cuerpo disperso y una imagen global que apa rece la libido. El mejor ejemplo para entender este pro blema es la cuestión de la energía. En ese texto Lacan define la libido como energía. Tomaremos un ejemplo muy simple de la física: para que haya energía potencial es necesario que se pueda transformar en electricidad una distancia, una diferencia, una discordancia entre dos planos: el plano donde está el agua y el plano donde está el suelo. El agua caerá de modo regulado y así se produce en la física básica lo que se llama “energía po tencial”. Se trata aquí de la misma cuestión: la diferencia se produce entre dos planos: el yo como cuerpo fragmenta do y la imagen como elemento unificador. La caída de la libido surge como energía en tanto se establezca esa discordancia, esa distancia, esa separación. En el caso del estadio del espejo, la libido toma la forma que todos conocemos: el júbilo del niño ante el espejo. En cuanto existe esta separación entre la imagen y el cuer po propio, la libido tiene un impulso constante como aquella energía potencial de la física. Volveremos a este 26 tema a raíz de un teorema de la física -e l teorema de Stocks— al cual se refiere Lacan para explicar cómo fun ciona el carácter constante de la pulsión. Esto nos inte resa para tratar las formaciones de objeto a, en particu lar la formación psicosomática, pues allí nos encontra remos con la cuestión del impulso no constante de la libido. Tenemos, entonces, un ternario imaginario, la prime ra determinación imaginaria que se juega entre tres términos: el yo, la imagen y la libido. Pero esa libido es también un órgano, al que llamaremos “órgano fálico”, que no es el pene sino la libido como órgano fálico. Esto lo encontramos en el cuadro siguiente, donde ‘m’ es el yo (moi), ‘i’ la imagen unificadora y 9 la libido. Es necesario precisar que cuando se habla de libido fálica, se trata del estadio del espejo: o, en otros térmi nos, el decir que el júbilo del niño es sexual, no deja de ser una interpretación retroactiva de ese fenómeno. Se trata de la incidencia retroactiva del falo. Debemos recordar que la cuestión del significante 27 fálico se ha de entender como teniendo una incidencia retroactiva sobre todas las manifestaciones libidinales del sujeto, a partir de los primeros momentos de su vida. Así, ese júbilo, para el psicoanálisis, no es otra cosa que una manifestación libidinal fálica. De allí que designe mos a la libido con la letra cp minúscula. Tenemos, por lo tanto, tres términos: ‘m’, el yo, cuerpo fragmentado del niño; ‘i’ como imagen unificadora del estadio del espejo, y cp como la libido surgida de la discordancia entre el yo y la imagen. El esquema R: el ternario simbólico Con respecto al ternario simbólico, no basta afirmar que la realidad está constituida por significantes orga nizados en redes y que el pensamiento es una armadura significante. Podemos decirlo y pensarlo, pero esta red significante que define la realidad —estamos todavía en el nivel de la realidad efectiva- comporta también tres personajes entre los cuales uno es el principal. Entre los tres personajes del ternario simbólico, la madre se defi ne ella misma por tres posiciones: como el primer Otro, o sea como el primer elemento que permite al niño, por su sola presencia o ausencia, integrar qué es lo simbó lico. Basta con que una madre esté o no esté para que, desde ya, ella sea el primer objeto primordial simbólico. En segunda instancia, la madre es también el primer pequeño otro, o sea el primer semejante. Es por ello que, en el esquema la letra ‘a’ está debajo de la letra ‘M’. Pero, por sobre todo, se tratará de una madre deseante. Para el psicoanálisis, para nosotros, la madre es, en primer lugar, una madre que desea, es decir que no mira hacia el niño. Una madre que desea es la que tiene al niño en sus brazos y mira para otro lado. ¿Mira qué, a qué lugar? No forzosamente a su compañero sino hacia el signifi 28 cante de su deseo. Y que mire hacia otro lugar significa que su deseo está marcado por el falo. Mirar hacia otro lugar no significa que mire algo precisamente sino que lo que importa es que su mirar, su deseo, se dirigen hacia otro lugar, y que este deseo es significado por el falo. Entonces, con respecto a la madre hay tres posiciones, y es por ello que colocamos una recta desde M hacia la letra P a lo cual podemos agregar O. La madre, entonces, es el primer objeto simbólico, el primer objeto como semejante y primer otro deseante, lo cual significa que es un Otro que mira hacia el signifi cante fálico. A partir de la madre como Otro, el trazo va a ser marcado. Hay dos modos de concebirlo: uno es que la madre en tanto Otro lleva, dentro de sí, el trazo que permitirá al sujeto identificarse de forma simbólica, y no imaginaria, o sea que se trata de una identificación con el ideal del yo. El Otro, diríamos, está marcado por un trazo con el cual me identifico. El segundo modo de decirlo es que el ideal del yo es el trazo que se mantiene regular a pesar de la repetición incesante de lo diferente en la vida de un sujeto. Siempre recurrimos al ejemplo dado por Freud, quien dice que, finalmente, en todos los objetos de amor, idos o perdidos en la vida de un ser, se encuentra algo en común que se desplaza, y que es siempre lo mismo; hay un trazo común y propio en todoslos objetos. Es ese trazo con el que el sujeto termina por identificarse, y también existe algo que procede del yo (moi) que viene, a su vez, a regular sus identificaciones imaginarias. Por lo tanto, tenemos el ternario simbólico constituido por M en sus tres posiciones referidas, con el trazo de referencia de una identificación simbólica para el sujeto que es I, y tendremos también ‘P\ significante del Nom bre del Padre, tercer personaje, el más importante. Con respecto a este elemento observaremos que su función es mantener vivo el deseo de la madre o, si quieren, separar 29 a la madre del hijo o dar la posibilidad de que el deseo de la madre sea significado, en tanto es él que lo va a nombrar. Por lo tanto, el Nombre del Padre, ese signi ficante, está fuera de lo simbólico pero asegura su con sistencia. Está fuera del conjunto de la red significante y a la vez la torna consistente. Es el significante excluido que torna consistente al conjunto. Lo llamaríamos la ex- sistencia: un significante ex-siste para hacer que los otros consistan. Destacamos que este significante es tan ex terno como la libido. Decíamos que la libido es el perso naje principal del ternario imaginario. Ahora agrega mos que el Nombre del Padre es el personaje principal del ternario simbólico. Estos dos protagonistas son los que sustentan, dan consistencia, a los dos ternarios y, al mismo tiempo, son dos elementos excluidos. En el esquema R pueden ser unidos por detrás. ¿Por qué subrayamos lo anterior? Explicamos antes que la libido no sólo es fundamental en el ternario ima ginario sino que también está excluida de él en tanto no aparece en el espejo. Sustenta la relación del yo con la imagen, pero no aparece en la imagen. La libido np tiene imagen, no es especularizable. Y éste es el punto al cual quería arribar: la realidad es el montaje de dos dimensiones, de dos determinaciones: la imaginaria y la simbólica. Esa franja de la realidad, en el esquema, es un montaje de imágenes y significantes al cual po dríamos dar una circularidad particular, un movimien to que partiría de la imagen, i, que podríamos suponer como la primera en el espacio del espejo en tanto ima gen completa, hasta llegar a la constatación por parte del sujeto de la madre como deseante. Luego, otro movimiento: el ideal del yo viniendo a regular las iden tificaciones imaginarias del yo (moi). En otras palabras, podemos identificarnos con el otro semejante sin que haya un referente externo, un Otro simbólico que regu le esas identificaciones. 30 Tenemos, por lo tanto, el cuerpo del niño, el yo, cuer po fragmentado dirigido a la imagen unificadora, imá genes que se sucederán hasta llegar al Otro como Otro deseante, aquel con el trazo que le permite establecer identificaciones simbólicas sobre el término del ideal del yo, y finalmente ese ideal del yo que regula las relaciones del yo con la imagen. En otras palabras, la franja de la realidad es la sucesión de identificaciones imaginarias que van constantemente del yo a la ima gen. El yo ve la imagen, la imagen transforma al yo, ese yo transformado da otra imagen y así sucesivamente hasta llegar a comprobar que la madre es un Otro que desea. Ahora que establecimos la naturaleza de esa franja de la realidad, agregaríamos que ella no es consistente sino en la medida en que hay una exclusión de la libido y del Nombre del Padre. Y allí se encuentra lo que llamába mos “realidad superficie”. Este es el punto adonde necesitábamos llegar: la rea lidad está hecha de significantes que se repiten, de iden tificaciones simbólicas y de significantes que determi nan el lugar que tenemos. Pensemos en el ejemplo del 31 ministro de “La carta robada”: basta que él posea la carta en determinado momento para que ocupe el lugar que ella determina. Concretamente, cuando el ministro tie ne la carta en sus manos procede como una mujer, toma una posición femenina. Es un ejemplo simple para mos trar que un significante determina nuestro lugar. La realidad: insatisfacción y ombligo Pero la realidad es algo más que eso; también es imágenes reflejadas en el Otro que hasta pueden degra darnos —por ejemplo, la degradación del amor como lo muestra Freud, en la degradación de la vida amorosa, de la vida imaginaria-. Todo ello no basta para definir la realidad para el psicoanálisis. Es preciso que el complejo de imágenes y significantes se trame alrededor de un punto decisivo: el de la insatisfacción que el sujeto reen- • cuentra cada vez que repite. Cada vez que repite, hay insatisfacción y ésta es necesaria para que haya reali dad. Diríamos que la propia insatisfacción es un frag mento de la realidad. Nos detenemos en este punto para poder visualizar el recorrido que hemos hecho: comenzamos pensando la realidad como el objeto que procura satisfacción; con tinuamos diciendo que la realidad está constituida por los medios para obtener esa satisfacción y ahora termi namos por afirmar que la realidad es la insatisfacción misma. Es por eso que decía en el inicio que la realidad es una cuestión de borde, de límite, de punto terminal. Es preciso que el sistema, el montaje de la realidad, encuentre un límite bajo la forma del objeto que se le escapa. La realidad se mantiene no sólo por la presen cia del Nombre del Padre, no sólo porque la libido esté excluida, también se sostiene porque hay una pérdida. ' Es preciso perder para que haya realidad. No hay rea 32 lidad si no existe pérdida, si no hay residuo, si no hay resto. Toda realidad comporta una cicatriz, y diríamos que no se puede hablar de ella si no se hace referencia a la cicatriz de una pérdida. Es por eso que decía que, en el principio, en el límite de la realidad, ésta tiene forma de nudo, no como agujero sino de algo que sería la combinación de ambos, y a esta mezcla de nudo y agujero, en anatomía se le da un nombre: ombligo. Para hablar de realidad se necesitan ombligos; no hay rea lidad sin ellos. Y es por eso que anticipo esta fórmula: la realidad se define por el ombligo de lo Real, agregan do un término no mencionado hasta ahora. Ese ombligo viene, en determinados casos, a clausurar y poner lími tes a la realidad; es, en cierto modo, local y casi refe- rencial. Pensemos ahora en los casos de los fenómenos psico- somáticos; por ejemplo, cuando el ombligo se apodera de toda la realidad. Es como si la clausura de la reali dad y la pérdida no se refiriesen a algo local, relativo a un orificio propio y natural del cuerpo, sino que toda la realidad fuese umbilical, como si un ombligo la englobara. Freud, en el capítulo VII de La interpretación de los sueños, habla de algo similar, de la misma imagen: la de un tipo de hongo que llega a englobar la base que lo sustenta. El ombligo al que nos referimos e& del mismo tipo, y configura una “realidad superficie”, realidad umbilical, o sea marcada por la pérdida de un objeto. * * * Su pregunta toca, exactamente, una de las cuestiones que intento tratar: ¿cuál es la diferencia entre un sínto ma y lo que llamo “ombligo de lo Real”? Esta expresión es una paráfrasis de la de Freud -ombligo del sueño-. El síntoma resulta, necesaria y lógicamente, del hecho de que un elemento significante remite a otro. Un sín- 33 toma es siempre, desde ese punto de vista, la producción de un nuevo significante. Siempre, a pesar del hecho de repetirse, es una metáfora, algo nuevo. En el caso del objeto es necesario pensarlo como perdido. Pero también como la punta de insatisfacción de la cual hablé hace un momento. * * * ¿Se tratará de que la insatisfacción aparece cuando los significantes se remiten unos a otros? Siempre lo pensé así, ya que la fórmula lacaniana clásica dice que el objeto cae cuando hay una relación de significantes; por lo tanto, no hay relación entre significantes si no existe pérdida o caída del objeto. Sin embargo, quizás ahora haría un planteo diferente: en ciertas afecciones nose debería pensar en caída de objeto en tanto los sig nificantes se articulan, o sea que el objeto, en ciertas afecciones aparece sólo en el momento en el que el sig nificante excluido, el significante del Nombre del Padre, no se produce. Por lo tanto, encuentro que existe una sutura diferen te. En otras palabras, el ser hablante tiene dos medios . para defenderse de lo Real: uno es el significante y otro el objeto; uno es el síntoma y otro la fantasía. La cuestión es que el síntoma no separa, no corta de la misma forma que el objeto. La pérdida del objeto implica una separa ción. El síntoma implica un corte. El síntoma es el corte. La pérdida del objeto es la separación que resulta de ese corte. Esto nos lleva a decir que en el síntoma hay siem pre algo relativo a la pérdida de objeto. No se puede hacer una distinción nítida. Hasta para Freud, detrás del sín toma siempre había una fantasía. Sin embargo, debería mos hacer una distinción de tipo lógico. Respondiendo a otra pregunta, hay tres variantes de la relación significante-objeto. Dos parten de la premi 34 sa de que el sistema de sucesión significante es consis tente, o sea que el Nombre del Padre está ahí o, en otras palabras, que el sistema de los significantes es consis tente en tanto hay un significante fuera. En este caso pueden tener dos variantes en relación con el objeto: o el objeto cae cuando el significante es remitido a otro, o el propio objeto es la caída del significante. La tercera variante partiría del hecho de que no hay consistencia del sistema significante, y es aquí donde colocamos las formaciones del objeto a. El objeto no sólo cae sino que domina en correlación con el hecho de que el sistema significante no es ya consistente, o sea que no se remi ten unos a los otros, no hay más significación ni equí voco, en tanto que, por naturaleza, el significante es siempre equívoco. En el tercer caso, cuando falta el Nombre del Padre, o sea en el caso de la forclusión, los significantes no se remiten ya unos a otros, no existe más equívoco signifi cante: hay un objeto y luego una llamada significante que no obtiene respuesta del mismo tipo significante sino una respuesta objeto. Para retomar el caso de la alucinación -que ya hemos tratado en otro tiempo- diremos que ésta es la respuesta objeto a una llamada significante. Es porque el Nombre del Padre -que daba consistencia al conjunto significan te- está excluido, forcluido. Por ejemplo, en la transfe rencia de Schreber con Fleschig, aquél no respondía por medio de sueños, síntomas, en fin, significantes, sino por medio de delirios y alucinaciones. En el lugar del signi ficante está el delirio y ya no hay remisión de un signi ficante a otro sino de un significante a un delirio o a una úlcera o a una psoriasis. Por ejemplo, para que aparezca una psoriasis es ne cesaria una apelación significante que haga responder al sujeto a través de una afección dérmica. Esa apelación significante no es necesariamente una apelación de un 35 otro, de un tercero. Puede ser un sueño. En el caso de Schreber, él piensa, al despertar, qué hermoso sería ser una mujer durante el coito. Una apelación puede, per fectamente, ser tanto una palabra que se le ocurre al sujeto, como un sueño o un acto fallido. La cuestión no está sólo en la apelación que es siempre significante, sino en la respuesta que puede ya no remi tir a nada sino quedar congelada, helada. Esta palabra, “helada”, pertenece al vocabulario de Winnicott. El de seo está helado, congelado, cristalizado, y es allí donde la respuesta es otra, no significante. Lo que llamo “for maciones de objeto a” son producciones psíquicas donde no hay referencia significante. * * * [...] Lo que se dice me hace pensar en la cuestión del horizonte. En el caso de la realidad entendida como la realidad neurótica, hay siempre un horizonte con un punto de fuga: una figura del Nombre del Padre. En el caso de las formaciones de objeto a siempre hay ,un horizonte pero no hay punto de fuga, no hay más destino tomado en ese sentido. Al hablar de horizonte se impone una aclaración: para Lacan el esquema R es un plano proyectivo, o sea que no es un simple cuadrado sino la representación dibu jada de un plano proyectivo topològico, esto es un plano tal que a cada punto del borde corresponde un punto antípoda. Esos puntos antípodas son los puntos infini tos que se agregan a una recta. ¿Por qué esta observa ción topològica? Para decir que la realidad tal como es definida por el esquema R puede verse de un modo di ferente del de un montaje de lo simbólico y lo imagina rio. Puede ser vista como una realidad que no tiene dentro ni fuera. Para concluir, diría que la realidad, tal como la hemos 36 trabajado hoy, comporta tres características: es local, limitada por un ombligo y no tiene dentro ni fuera. Su carácter local no impide que pueda tornarse global e invadir toda la realidad del sujeto. Es por ello que hablé de la imagen ombligo-hongo. Para retomar el ejemplo dado de la psoriasis, ésta se torna toda la realidad del sujeto que está, allí, en la psoriasis, vinculado a ese fenómeno que aparece en su piel. 37 II Dividiremos nuestro trabajo en tres partes: primero intentaremos distinguir Real y realidad, volviendo al esquema R. Luego, retornaremos a los mecanismos de las formaciones del objeto a y, por último, haremos al gunas observaciones preliminares sobre el tema que me ocupa, que es el de las afecciones psicosomáticas. Se trata de saber dónde trabajamos, en qué lugar ocu rren ciertos hechos de la experiencia analítica y hasta algunos que no están necesariamente en esa experiencia pero sí vinculados a ella. En otras palabras, en qué lugar ocurre la cefalea, la jaqueca de un paciente repetida durante el transcurso de los años. En qué lugar ocurre un suicidio, cuando un paciente, por ejemplo ̂padecien do un impulso delirante se arroja por una ventana, y qué posición debemos adoptar ante tales acontecimientos. La posición del analista y los preconceptos. La frontera Y esa posición a adoptar como analistas depende de muchas cosas y, en mi opinión, entre las más importan tes, de dos en especial: del lugar que el paciente deter- 39 mina para nosotros; por ejemplo, si nos pregunta algo, si protesta, si nos odia, todo ello determina nuestra po sición. Pero no es sólo esto lo que define nuestra posición como analistas sino también el conjunto de preconcep tos, de presupuestos que constituyen el telón de fondo de nuestra acción. En definitiva, si ustedes mismos estu diaran sus preconceptos percibirían que están muy embargados por sus diferentes tipos, que podríamos ubicar como pares de opuestos. Por ejemplo, el precon cepto según el cual hay hombres y mujeres; el de que existe un paciente que es él y que yo soy el analista, uno y el otro; el preconcepto según el cual el cuerpo es una cosa y lo psíquico otra; el que indica que la realidad material no es la misma que la realidad psíquica; el que implica que hay un derecho y un revés, y así en más. En definitiva: pienso que el trabajo teórico, a veces arduo, abstracto y muy alejado de la experiencia, nos ayuda a librarnos, en gran medida, de esos preconceptos o, por lo menos, a adquirir otros más favorables para la expe riencia del análisis. Con estos preconceptos no podemos pensar bien cuál es el lugar donde trabajamos, porque ese lugar está en el límite, en la región del límite, en la zona fronteriza. Sin embargo, no somos un control de aduana sino ope rarios de la frontera. Tanto para mí como para un autor que en seguida citaré, la frontera es una zona muy ancha, no una línea fina. A veces es tan ancha que abarca los terrenos que pretende separar. Tenía ya esa idea cuando me enteré de que un autor llamado Dulaure había publicado, alre dedor de 1805, una serie de trabajos, y entre ellos un libro, Las divinidades generatrices -citado por Freud en “El tabú de la virginidad”-,que no logré encontrar. Quise saber quién era ese autor y qué decía y hallé otro de sus libros cuyo título es Los cultos que precedieron y condu jeron a la idolatría y adoración de las figuras humanas, 40 sumamente rico en relación con este tema. Dulaure estaba interesadísimo en la frontera; decía que todo sucede en ella, que es el campo de combate entre ejér citos enemigos, que allí están los muertos, que en la fron tera se sepultan, que es el lugar donde se llevan a cabo los cultos y hasta -y esto se inscribe perfectamente en la lógica de lo que hoy desarrollaremos- que si allí hay piedras es porque en su origen las montañas fueron sagradas y en determinado momento, como los pueblos no podían tener la montaña, transportaron sus piedras, pedazos de montaña, y los instalaron en las fronteras para señalar las murallas. Ésta es su hipótesis, un tanto arriesgada pero pienso que valiosa. Ése sería para él el origen de las murallas, o sea un conjunto de representantes de la montaña sagrada. Leamos lo que dice en relación con lo que ocurre en las fronteras: En la frontera están los principales objetos de culto, los túmulos, las instituciones civiles y religiosas. Es el lugar de permanencia de las ninfas, los genios, los héroes y los dioses. Para él, la frontera concierne a un territorio muy ancho, estéril, desértico; para mí el análisis es casi del mismo orden: trabajamos en la frontera, en el límite, pero ese límite es muy ancho y allí pasan cos^s que tie nen que ver con el nacimiento y con la muerte. ¿Entre qué términos decimos que pasa ese límite respecto a la experiencia del análisis? Entre dos términos, entre dos instancias: una el sujeto, y otra lo Real, y ese límite es la propia realidad. Tenemos entonces tres términos: el sujeto, lo Real y la realidad. Retomo en este punto un texto de Lacan que les aconsejo leer y que se encuentra en Scilicet I: “El psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”. Comien za diciendo que “el psicoanálisis es la realidad”. 41 Lo comprenderíamos de este modo: el psicoanálisis es la realidad en tanto límite, esa zona fronteriza entre el sujeto y lo Real. Hace un momento hablábamos de preconceptos; Freud no escapó de uno de ellos -a l cual hicimos mención la última vez- y quedó preso de él a lo largo de toda su obra. Ese preconcepto fue pensar que hay un exterior y un interior, un adentro y un afuera; y responde perfecta mente al modelo de cámara negra, cuando se supone que un individuo es una cámara negra agujereada por un orificio que corresponde a los ojos. El interior es total mente opuesto y diferente del exterior. Habría, enton ces, entre lo interno y lo externo una superficie que sería la piel. El postulado que sustenta este modelo de cámara negra, esa idea de que hay un adentro y un afuera, es el siguiente: sólo se puede conocer lo que está fuera de nosotros a través de representaciones, y ellas no existen fuera sino que sólo pueden estar en nuestra cabeza. Como sólo se puede conocer el afuera a través de representa ciones, éstas sólo pueden ser internas, pues su natura leza y su consistencia son diferentes de las de ese afuera que representan. Este postulado tiene una base profun damente idealista, detrás del cual está Berkeley, quien, con toda fuerza, sustenta que existe un adentro y un afuera. Superación de la polaridad “dentro-fuer a” En el psicoanálisis, sostenemos lo contrario. No pen samos que, en determinados momentos de una cura, entre nosotros y el paciente exista un adentro y un afue ra sino que ha de aceptarse la idea de que, en determi nados momentos del tratamiento, y no siempre, la rela ción entre el analista y el analizante no está separada por la piel ni por la distancia del espacio intuitivo, que 42 puede considerarse que se produce entre los objetos. Allí no hay dentro-fuera. Decía, empero, que Freud quedó cautivo de ese pre concepto. El suponía dos mundos, reales y desconocidos. Antes de olvidarlo, debemos tener en cuenta que para Freud “real” y “realidad” son una sola cosa en tanto cuestión de palabras, de vocabulario. No encontré nin gún texto donde haga diferencia entre ambos términos. Pero para Lacan esa diferencia es decisiva. Volvamos, entonces, al modo como Freud habla de lo real. Para él hay dos reales, y los dos son desconocidos. Uno es exter no y el otro, psíquico, interno. Apoyándose en Kant, se regocijaba al concluir que de los dos reales sólo el interno tenía posibilidades de ser cognoscible. La cita exacta se puede encontrar en “Lo inconsciente”. Hay una doble observación realizada por Freud mis mo al final de su vida, que modificará el preconcepto del adentro y el afuera. La primera es que el aparato psíqui co tiene una extensión en el espacio, y dirá, también en la misma época, que el espacio es una proyección del aparato psíquico. Por lo tanto, comienza a eliminar la distancia. Segunda observación, particularmente hecha en el Esquema del psicoanálisis: el real interno es cognoscible, más que el externo, pero no es aprehensible por medio de conceptos, de palabras ni por una imagen. Ese real interno es aprehensible por la experiencia del análisis. En otras palabras: el real interno es aprehensible sólo por lo real interno del analista. Luego de plantearse el dispositivo analítico como mo do de aprehender el real interno, nos encontramos con un tipo de ida y vuelta entre lo real interno del analizan te y lo real interno del analista -usando los términos freudianos-, lo que hace que la frontera entre uno y otro sea empujada, cuestionada, alcanzada. Diríamos, al respecto, que Lacan conserva perfeeta- 43 mente esa idea. De hecho, para él, y para el trabajo que estamos haciendo, hay algo semejante. Lo he dicho e insisto en ello: el deseo del analista es el deseo del pa ciente, se juntan en un solo y único punto. Imagino el deseo del analizante como un triángulo, y el deseo del analista como otro triángulo, ambos tocándose por sus vértices, como una corbata de moño. Para Lacan, el problema se ubica de un modo total mente distinto. Primero, distingue Real y realidad; se gundo, el límite no pasará entre lo interno y lo externo ni entre dos instancias referidas al espacio ni al tiempo, sino entre dos instancias que no tienen representación adecuada en el espacio intuitivo, lo cual quiere decir que es difícil que se tornen tangibles. Si me pidiesen que demostrase dónde están esas dos instancias -o sea el sujeto por un lado y lo Real por el otro- no podría darles la más mínima prueba. Decíamos, entonces, que en Lacan hay una diferencia entre lo Real y la realidad, como también que el límite nó pasa entre un adentro y un afuera sino entre el sujeto y lo Real. Pero ése es un límite que muerde lo Real y que muerde al sujeto. Es un límite que abarca los dos térmi nos que separa. Y, para dar una explicación más precisa, lo veríamos en el esquema R. Allí la realidad asimila completamente al sujeto y muerde sólo un poco de la playa de lo Real. ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre lo Real y la rea lidad? Entre las diversas respuestas posibles elegí ésta: lo Real es lo que no cambia, lo que siempre queda igual. Podemos morder la playa de lo Real, pero éste se desplaza y queda intacto. Este Real, para los analistas -insisto en esta diferencia porque pienso que hay un Real para la ciencia, un Real para el análisis, un Real para el amo y uno para la Universidad-, ese Real, para el análisis es el sexo. Y cuando decimos “sexo” no se trata de sexo genital ni de lo que es pregenital, pulsional, sino 44 de un sexo al cual no tenemos acceso, de un sexo que está más allá de nuestro cuerpo, que no es sabido ni conocido, inaprensible que, además, no somos capaces de tolerar ni de conocer en tanto hablamos. Desde el momento en que hablamos colocamos tantas intermediaciones entre nosotros y ese sexo que no conseguimos ya aprehenderlo. Por lo tanto, sexo, en ese sentido, como algo intangible,significa goce. Este es el término que parece más adap tado y adecuado. Si la experiencia del análisis ocurre en el límite; si ese límite es la realidad, y si esta realidad separa lo Real del sujeto, no habrá Real en esa experiencia del análisis. Lo Real en la experiencia del análisis se encuentra afuera. Y lo que acabo de decir es redundante en tanto todo Real siempre se encuentra afuera. Lo Real es, entonces, lo te que siempre se encuentra afuera, lo que no cambia, lo que permanece siempre igual. Por el contrario, la realidad es mutable, pulsátil, se abre y se cierra. La realidad es algo -insistiendo en el punto de vista psicoanalítico- que se abre con una pa labra, con un gesto, con una decisión, con un acto, y que se cierra con algo que se pierde. La realidad cambia y, a diferencia de lo Real, es local. Lo Real no es local; si no fuese abusivo, diría que lo Real es del orden de lo global. Por el contrario, la realidad es del orden de lo local y luego explicitaremos qué se entiende por “local”. Ade más, la realidad es consistente, o sea que es una trama bien tejida de significantes e imágenes. Cuando decimos “bien tejida” se plantea el problema de las psicosis, de los pacientes psicosomáticos, de los pasajes al acto, de las alucinaciones. No sostendremos la hipótesis de que en las psicosis la realidad se pierde. En las psicosis o en los pacientes psicosomáticos o, por ejem plo, en el caso de una alucinación, la realidad cambia de consistencia. No es que se pierda sino que es otra. El trabajo que debemos hacer en los años venideros 45 tal vez sea pensar una teoría de las psicosis y colocar, como en un rompecabezas, las diversas concepciones sobre la consistencia diferente, nueva, que la realidad tiene para un psicòtico. Y cuando digo “psicòtico” es necesario distinguir esquizofrénico o paranoico de parafrénico, por ejemplo. Para considerar las cosas de un modo más particular, más local, preguntémonos: ¿qué consistencia tiene la realidad en el momento de un suicidio? No es que no exista realidad. Ésta está allí, pero es otra. Quiero decir que tiene otra consistencia y que se cierra de otro modo que el de la realidad, tal como la venimos describiendo hasta ahora, por ejemplo, con el esquema R. Para explicarnos mejor: nos hemos detenido antes en el concepto de realidad definido, en un primer tiempo -y era la primera manera de concebirla-, como la super posición de dos triángulos: el imaginario y el simbólico. Dijimos que la realidad era el armazón de significantes e imágenes, un armazón que se mantiene, que es consis tente. Dibujemos en el cuadrángulo el campo sombreado. En esta primera definición podemos decir que el ar mazón de las palabras y las imágenes es una trama bien consistente. Pero podríamos hacer vivir esa trama di- 46 ciendo que, de hecho, la realidad es una serie de identi ficaciones que se suceden en el transcurso de la vida de un sujeto. Serían todos los vaivenes entre el yo y la imagen, y todas las modificaciones que se producirán a partir de la primera imagen completa, del estadio del espejo, hasta aquel lugar de la madre -M -, entendida en tres sentidos, uno de los cuales -e l Otro que desea- parece ser el más importante. Esto significaría que el yo se identificará con una imagen completa, con imágenes parciales, hasta encontrar al Otro como un Otro que desea. Y podemos decir que la realidad, en la vida de alguien, es la sucesión de encuentros identificadores y de encuentros de deseo del Otro. Pero esto no basta para definir la realidad; es preciso algo más. Hemos dicho que son necesarias dos condicio nes más: primero, que de esta realidad algo caiga, que se pierda. O sea que sólo hay realidad después que algo se perdió. Para decir “realidad”, es preciso perder algo. Y una segunda condición: se necesita algo absolutamen te puntual en el exterior de esa realidad. Es necesario un punto opaco, excéntrico a esa realidad, algo que sea a la vez puntual y externo. 47 En una primera versión lo figuramos con la exclusión, la eliminación de la libido -recuerden que dijimos que en el triángulo imaginario compuesto por el yo, la imagen del espejo y la libido, el personaje principal no era el yo ni los ojos que miran ni la imagen en el espejo, pero sí la libido que sustenta todo eso—. Ahora, este personaje central, la libido, no aparece por estar excluida. El segundo elemento excluido es el significante Nom bre del Padre. Lo habíamos situado como el significante SI que ex-siste al conjunto de los significantes S2. Ex- siste significa que es exterior al conjunto pero que lo hace depender de él. ¿Qué queremos decir? Que la realidad no es sólo pa labras e imágenes, aunque éstas nos atraviesen y aqué lla comporte, sobre todo, una dimensión pulsional. La realidad se sitúa exactamente en lo más íntimo de la relación -como decía Freud-, entre lo psíquico y lo orgá nico. Éstos son términos de Freud que no usaré por cuen ta propia, pero que marcan bien ese carácter íntimo que querría que percibiesen. Tomemos un ejemplo típico de la época de Freud: el ataque histérico. ¿Qué es un ataque histérico? ¿Es fan tasía? ¿Es realidad? El desmayo histérico es el ejemplo de algo profundamente fantasmático, es fantasía incons ciente y, al mismo tiempo, de hecho, hay un cuerpo en el piso desmayado. Esto quiere decir que estamos delan te de una fantasía inconsciente materializada en un cuerpo que está tendido, inerte, en el piso. La fantasía no es una imagen en la cabeza; es algo material que se manifiesta por una actividad motora, una parálisis, por algo en el cuerpo. La realidad es que no fue sólo el significante lo que indujo a desmayarse a la histérica, no son sólo las imágenes que sustentan su identificación. La realidad, para la histérica, es más que todo ese circo que gira en torno de ella, que ella misma instala. La realidad para la histérica se sitúa allí donde 48 ella cae desmayada. Para hablar de realidad es preciso esto. Realidad y pulsión En otras palabras, la realidad sigue, acompaña, co rresponde, es equivalente al corte que significa el movi miento de la pulsión para separar el objeto. En el caso de este ataque histérico, el objeto puede tanto ser el mirar como la acción motora del músculo. En “Las pulsiones y sus destinos”, para constatar la pulsión sádica, Freud habla del objeto muscular y sobre todo en relación con el dolor. Quiero decir que la realidad es imágenes, es significantes, pero también es pulsión, ejercicio de pul- sión, es la acción de la trayectoria de la pulsión. Y esta trayectoria de la pulsión tiene un movimiento bien des crito por Freud bajo la forma de la gramática. Él usaba para describir la pulsión la gramática del verbo. Por ejemplo, para la pulsión escópica colocaba tres términos que describían un movimiento doblemente circular: mirar, ser mirado, mirarse. Hablar de pulsión significa, entre otras cosas, hablar de ese movimiento de dos vueltas que ejemplificamos con esos tres movimientos. Cómo percibirán, estamos 49 saliendo progresivamente de la idea de que la realidad es el exterior. Estamos diciendo que es “exterior en tanto significantes e imágenes y al mismo tiempo la estamos colocando en lo más íntimo del cuerpo del sujeto. Singularidad y ombligo Retornamos a la posible relación externo-interno en tanto tiene la forma de un ombligo, o sea de una línea y un punto. Es una línea que podríamos suponer que horada la superficie pasando por una singularidad tal que un organismo-hijo se separa de un organismo-pa- rental. Ésta es la definición dada por René Thom en él texto que titula “Estabilidad y morfogénesis”. Allí él formula la teoría de las catástrofes y se dedica particu larmente a la cuestión del ombligo. El ombligo es una singularidad, o sea un punto opaco, irrepresentable. En relación con la singularidad, no se puede sino girar en torno a ella. Expresa ese autor que, pasando por una singularidad, osea girando alrededor de la singulari dad, un organismo-hijo se separa de un organismo-pa- rental. El ombligo, entonces, es una línea más, un punto singular, un punto opaco. Este término “ombligo” se encuentra en La interpretación de los sueños, en una de sus frases más bellas: Los sueños, por mejor interpretados que sean, conservan, frecuen temente, un punto ciego. Se alberga allí un nudo de pensamientos que no puede ser deshecho pero que no aportaría nada más al con tenido del sueño. Es el ombligo del mismo, el punto en que él se vincula a lo desconocido [...]. El deseo del sueño surge de un punto más espeso de este tejido, como el hongo de su micelio. Esta frase merecería un seminario, porque Freud plantea esa idea, difícil de hacer entrar en los esquemas lógicos, de que el punto de un sueño difícil de interpretar 50 no es nada más que un punto opaco, un racimo, un haz, un nudo de pensamientos. Hay allí muchos de ellos, entrelazados entre sí y —si entiendo bien— es el punto más espeso del tejido. Esto es curioso, a pesar de todo, ya que habitualmente se diría que un punto irrepresen- table es un punto opaco y singular. Una singularidad sería un punto irrepresentable en torno al cual se gira. Para Freud es diferente. Él dice que allí hay muchas cosas dentro, que es muy espeso y que no sabemos desenlazarlo. Otra observación interesante a propósito de esta frase: es desde ese punto de donde surge el deseo del sueño; por lo tanto, está ligado a un punto opaco, el punto umbilical del sueño. ¿Dónde estará ese punto en el corte que antes dibuja mos? El corte se entiende claramente en tanto los dos lazos dibujados, pero no se ve bien dónde está el punto opaco. Ese punto opaco podría apenas representarse, de modo grosero, por el entrecruzamiento de los dos lazos. 1 ero insistimos en decir que se trata de una primera aproximación grosera, porque este doble lazo, desde el punto de vista topològico, corresponde a un círculo. Es como un elástico que diese vuelta para formar dos lazos, mas no por ello sería necesario que las dos ramas de los dos lazos se tocaran. Por lo tanto, no es una buena re presentación del punto opaco. Lo retomaremos cuando volvamos al esquema R. Algunos participantes del seminario han mostrado interés por el libro de Dulaure. Como a mí también me entusiasmó haré dos referencias más a él. Una es anec dótica: el texto fue editado en 1805 y habla de forclusión al hablar de frontera. Dice que foris, forum, es lo exter no, y que estas dos palabras derivan de fur, de la lengua tudesca, fors en nuestra antigua lengua y en los dialec tos meridionales o fors de la expresión for interieur -fuero interior, conciencia-, etcétera. Llega a decir que forus, for, significan ley, costumbre municipal, for, four, sedè 51 o extensión de una jurisdicción, de un territorio donde son atados los cuerpos de los criminales condenados por la justicia. Finalmente, toma las palabras forcluir, for- clusión, o excluidos del territorio, de donde provienen furbau -renegado- o tal vez fourbe -pillo- que tiene el mismo origen. ¡Es curioso que esto ocurriera en 1805! Después hay otra cita, no anecdótica, que sería una representación mítica, completamente intuitiva de lo que estamos diciendo, de manera tal vez un poco ardua, hablando de doble lazo, de punto opaco de la realidad. Ese doble lazo comporta un trazado y un punto opaco que no se ve en el esquema que hicimos hace poco. Ese punto opaco es, obviamente, el significante del Nombre del Padre, o sea un significante externo. Aceptémoslo por ahora y más tarde lo precisaremos mejor. Existiría, por lo tanto, una relación entre el trazado pulsional que viene a cortar algo del cuerpo y el Nombre del Padre. Verán que más tarde podremos arribar a una relación correlativa, proposicional, para entender algu nos fenómenos a los que llamo “formaciones de objeto”. Vayamos ahora a esa cita de Dulaure. Habla de Saturno y dice: Si descomponen las diversas partes de la palabra Saturno encuen tran: “Sat” que significa padre, “Ur” que en todas las lenguas de Europa y Asia significa borde, derredor, y resta “Anus” que expresa el círculo. Saturno podría así ser traducido como: “el padre del borde del círculo”, ¿Por qué no usarlo como figura mítica, mitológica de la relación que percibimos entre el corte y el punto opaco? Respondo a una pregunta: no hay interior ni exterior tratándose de la realidad desde el punto de vista psicoa- nalítico. No digo que un paseo por la calle sea interno o externo; no digo que debamos pensar que una revolución no sea interna o externa. Digo que para el psicoanálisis, a partir de su experiencia, en el trabajo con nuestros 52 pacientes, la realidad en cuestión no tiene interior ni exterior. Y esto se verifica en todo momento. La realidad es local, lo cual quiere decir que es variable: se abre en determinados momentos y se cierra en otros. Hasta diríamos que en algunos momentos no existe esa realidad. Como si no estuviésemos en análisis. Pero, en general, la realidad es absolutamente local. Decía que la realidad es asimilada al corte y que este corte es un trazado, que comporta un punto opaco y -diré más— que éste regula el trazado. Se representa según la versión freudiana como un trazado pulsional: mirar, ser mirado, mirarse. Proponemos, más adelante, otros tipos de corte no a la manera de ese doble lazo, y que corresponderían a ciertas formaciones o producciones psíquicas de algunos momentos de la cura, como, por ejemplo, una lesión, una acción inaudita —como un suicidio— o una alucinación. Pienso que para ciertos episodios el corte no se produce de la misma forma; en otras palabras, la realidad no tiene la misma consistencia, o el corte no se traza con dos lazos cerrados. El esquema R: plano proyectivo y topología Veamos primero el corte normal y retomemos el es quema R. A llí tenemos que ubicar dos cuestiones topológicas. Lo haremos no ya como dos triángulos con una franja de superposición sino como un plano proyec tivo. Esta es una propuesta de Lacan en los Escritos, en un texto de 1956, antiguo. Diez años después, Lacan, en una nota, dirá que ese esquema R es, en verdad, un plano proyectivo. Se diría que anima el esquema que antes era inerte. Decir que es un plano proyectivo es darle vida, movimiento, hacerlo vivir, convertirlo en un ser topològico. 53 ¿Qué es un plano proyectivo? Es un conjunto de pun tos en el cual todas las rectas de la misma dirección, o sea todas las paralelas, se van juntando para cortarse en el infinito. En consecuencia, es un plano con una parti cularidad que no tienen otros planos, por esas dos rectas paralelas que se van a cortar en el infinito. De ello re sulta que toda recta de este plano proyectivo es absolu tamente particular, ya que si suponemos que tiene dos extremos, éstos se encontrarán en un punto en el infinito y se cortarán. Y de allí surge el término “proyectivo”. De hecho, al ver dos barcos que se alejan podemos imaginar que se van a encontrar en el infinito; en una perspectiva vemos el punto de fuga de aquélla como si los dos barcos que se alejan fueran a encontrarse en el horizonte. Entonces, si consideramos un extremo de la recta lo percibirán como cortándose en el infinito y el otro extre mo también. Esto hace que ambas rectas de ese plano proyectivo no sean rectas rigurosas como ya pueden imaginar, sino círculos, líneas que se cierran. Y se cie rran en un punto en el infinito. Este plano no puede representarse tal como es, no puede ser figurado. Quiero decir que no se puede dibu jar lo que acabamos de describir: no se puede dibujar una recta con un punto en el infinito. Esto significa que el plano proyectivo es irrepresentable en tres dimensio nes; en consecuencia, no se puede representar median te un dibujo que pretendiese ilustrar esa supuesta re presentación tridimensional. Para llevar a cabo esa re presentación se procede por una serie de transforma
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