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El cerebro que late 2 Jorge Tartaglione El cerebro que late El misterioso diálogo entre el corazón y el cerebro 3 Índice de contenido Portadilla Legales Dedicatoria Prólogo por Facundo Manes Prólogo por Carlos Tajer Introducción I. El origen del misterio II. Un puente entre dos órganos vitales (del amor al odio) III. Cuando no hay diálogo o se torna tormentoso IV. Una conversación de amigos V. El arte de mejorar la relación Epílogo Bibliografía 4 Tartaglione, Jorge El cerebro que late / Jorge Tartaglione. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2015. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-4906-0 1. Neurociencias. 2. Cardiología. I. Título. CDD 616.12 © 2015, Jorge Tartaglione Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Todos los derechos reservados © 2015, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Primera edición en formato digital: noviembre de 2015 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. Digitalización: Proyecto451 Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-4906-0 5 Fiorella, mi hija, que me llena de alegría el corazón. Graciela, que hace vibrar mi corazón y que, junto a mi hijo Joaquín, me hacen pensar en el corazón. 6 Prólogo por Facundo Manes (*) Todos lo sabemos. El corazón fue la máxima pasión del doctor René G. Favaloro. Pero no fue la única. Uno de sus sueños era reunir los estudios del cerebro y el corazón. Por eso, cuando en 2006 me convocaron desde la Fundación Favaloro para el inmenso desafío de desarrollar el Instituto de Neurociencias, me sentí honrado. Así, empezamos a trabajar conjuntamente con los especialistas del corazón ahí donde su fundador lo había pensado, lo había sentido. Esta novedad de «asociación» de especialidades, a las que muchas veces y erróneamente se las consideró apartadas, ha generado la oportunidad para el desarrollo de un laboratorio interdisciplinario Corazón-Cerebro en nuestro país, que hoy se replica en otros centros médicos de la región. Hoy sabemos que no podemos entender el corazón y el cerebro por separado. Y El cerebro que late es una prueba más de ello. Como leeremos en este libro, los vínculos entre el corazón y el cerebro son múltiples, complejos y fascinantes. Por ejemplo, el estrés, la ansiedad y la depresión están íntimamente relacionados con la enfermedad cardiovascular. A su vez, la depresión puede surgir como consecuencia de la enfermedad vascular cerebral. Por otro lado, la enfermedad vascular es hoy considerada un factor convergente en la enfermedad de Alzheimer. Por otra parte, los recientes avances en neurociencias han proporcionado nuevos conocimientos sobre la comprensión de la interacción y la comunicación Corazón- Cerebro. Uno de los estudios de nuestro laboratorio, «The man who feels two hearts: the different pathways of interoception» (Soc Cogn Affect Neurosci. 2014 Sep; 9(9):1253- 60), demostró el impacto que las señales del cuerpo tienen en nuestro cerebro. La información cardíaca al cerebro se basa en dos vías, que terminan en la corteza cerebral a nivel insular y en la corteza del cíngulo anterior, junto a la corteza somatosensorial. Se ha demostrado que la interocepción (la percepción interna de nuestro cuerpo) que depende de estas vías neuroanatómicas modula la cognición social (la capacidad para comprender las relaciones sociales). Un paciente con dos corazones, uno endógeno y otro artificial, fue una oportunidad única para explorar modelos de interocepción e interacción Corazón-Cerebro. Estudiamos a una persona a la que le habían implantado un corazón artificial y que sentía con mayor predominancia el latido del órgano mecánico más que su corazón endógeno. Como consecuencia de esta percepción y del desequilibrio en las vías interoceptivas cardíacas tenía alterada ciertas habilidades sociales, empáticas y la toma de decisiones. Un hallazgo en línea con la idea de que las decisiones se toman con el cerebro, pero influenciadas por las señales del cuerpo, y de que nuestra mente se extiende más allá del cerebro. La propia percepción del cuerpo 7 influye en la manera en que decidimos, nos sentimos e interactuamos. Los dos órganos (el corazón y el cerebro) interactúan en la construcción de nuestras emociones. Estas y otras investigaciones, así como su difusión, tienen un alto impacto científico y social. Conocer es una manera de ayudar a vivir mejor. Por último, antes de dejarle paso a lo más importante, este libro, quiero referirme a su autor. Estas páginas de Jorge Tartaglione, además de representar un abordaje al fascinante diálogo del Corazón y el Cerebro, también pueden leerse como el diario íntimo de un cardiólogo: aquí se confiesa el amor por el corazón. Aunque a muchos esto le suene redundante, no lo es, porque se trata de un arte con especial dedicación, sacrificio, estado de alerta, empatía con el paciente y mucho conocimiento. Y justamente de esa pasión quiero terminar hablando en estas breves palabras iniciales, porque deseo que vayan como agradecimiento a él por este libro que enseña, pero aún más por su tarea, como la de tantos cardiólogos, que todos los días hacen posible que los corazones sigan latiendo. * Facundo Manes es neurólogo y neurocientífico. PhD en ciencias (Cambridge University). Es rector de la Universidad Favaloro y Presidente de la Fundación INECO para la Investigación en Neurociencias. Es investigador de CONICET y del Australian Research Council (ACR) Centre of Excellence in Cognition and its Disorders. Profesor de la Universidad Favaloro, University of California, San Francisco, University of South Carolina (USA) y Macquarie University (Australia). 8 Prólogo por Carlos Tajer (**) Las enfermedades cardiovasculares son comunes y parte ineludible de nuestra cultura. La tradición popular ha vinculado los ataques cardíacos a intensas emociones negativas. «Le va a dar» o «me va a dar un infarto» son usos metafóricos frecuentes referidos a la posibilidad de que emociones que no podremos controlar hagan estallar de alguna manera nuestro corazón. La ciencia médica, con aportes de la fisiología, la patología, la neurociencia, el psicoanálisis, ha ayudado a acercar un poco la comprensión de cómo nuestra vida emocional se vincula y se traduce en enfermedades, pero estamos lejos de entender sus mecanismos finos. La cardiología ha hecho avances revolucionarios en las últimas décadas, ha incorporado complejísimas tecnologías y dispositivos y a su vez ha contribuido a evitar o postergar enfermedades cardiovasculares a través de la prevención con medidas sencillas, como combatir el tabaquismo, reducir el colesterol y controlar la presión arterial. Sabemos que las emociones negativas o el denominado estrés tienen relación con las enfermedades, pero en este campo los avances han sido más difíciles. No tenemos la pastilla de la felicidad ni ninguna fórmula para lograrla que pueda ser aplicable, aunque como siempre en medicina pululan los aventurados que presumen soluciones mágicas. Explorar desde un enfoque amplio y abarcativo la relación entre corazón y cerebro constituye así un gran desafío. El abordaje de Jorge Tartaglione permite, a través de un lenguaje cuidado para evitar el complejo léxico médico pero que mantiene rigurosidad científica, ayudar al lector a comprender qué son las enfermedades cardiovasculares más comunes, como la angina de pecho o el infarto, y a través de la paciencia del artesano tejer una red de comprensión de las conductas de riesgo, nuestras vivencias sociales y personales y la posibilidad de enfermar. Todos los temas, la rica interacción entre nuestra experiencia de vida y las posibles enfermedades cardiovasculares sonexpuestos con detenimiento, apoyado en fuentes científicas actualizadas y sólidas, y orientados a que todo aquel con inquietudes por su salud cardiovascular encuentre claves para prevenirla y, además, en forma más relevante, para vivir mejor. El libro aporta guías para la alimentación, el ejercicio, hábitos sanos, así como reflexiones sobre aspectos negativos de nuestra relación con el mundo que en la interacción cerebro-corazón nos llevan a enfermarnos pero que podemos cambiar si partimos de la conciencia de la necesidad de hacerlo. Nos acerca también a disipar el prejuicio predominante que asocia riqueza y enfermedad cardiovascular. Por el contrario, nos muestra con datos sólidos cómo son los grupos desaventajados económica y culturalmente los más expuestos a enfermar en 9 edades tempranas, con el trasfondo no sólo de la pobreza sino de la inequidad. Lo más enriquecedor de este aporte es su construcción desde la reflexión vivencial, desde los pensamientos que surgen inevitablemente en cada experiencia dramática de las emergencias cardiovasculares, de las muertes inexplicables que exigen una explicación. A través de pequeñas pero jugosas referencias a su trabajo como médico podemos reconstruir cómo se fueron configurando, en la mirada de un joven ávido por ayudar y comprender, las preguntas que fueron generando a través de décadas los conocimientos maduros que aporta. Y esa explicación se va construyendo a través de las lecturas, del trabajo conjunto e incesante de la comunidad profesional y de la reflexión personal. Las preguntas sin respuesta van madurando a una mejor comprensión y en la práctica médica a una mejor relación médico-paciente y la posibilidad de influir positivamente en la evolución, mejorando el escenario metafórico de la enfermedad que transmitimos. Años en cuidados intensivos, visitas a domicilio, dirección de programas de prevención, interacción en sociedades científicas y el particular enriquecimiento de la experiencia periodístico-médica que le abrieron las puertas a circunstancias socioculturales muy diversas han ayudado a conjugar reflexiones lúcidas y orientadoras con un lenguaje comprensible pero con conceptos cuestionadores. Me congratulo por la publicación de esta obra tan documentada, simple para leer y con recomendaciones maduras de un profesional activo y comunicador social que seguramente ayudará a muchas personas a mejorar su calidad de vida y prevenir la enfermedad del corazón. ** Ex presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología. Director del Grupo de Estudio Docencia e Investigación Clínica GEDIC. Coordinador del Departamento Cardiovascular del Hospital El Cruce. Jefe del Departamento Cardiovascular del Instituto Alexander Fleming. 10 Introducción Decidí ser cardiólogo apenas ingresé a la carrera de medicina porque me fascinó cómo trabaja el corazón. Un misterio con cámaras, presiones y corriente eléctrica. Me resultó increíble apoyar el estetoscopio en el pecho de un paciente y poder oír los latidos o el rugir de un soplo. Llevo más de treinta años en la especialidad, toda una vida: de residente a jefe de un área dedicada a la prevención de enfermedades cardiovasculares. Por eso me propuse escribir El cerebro que late, para explicar esta increíble máquina que late de manera ininterrumpida sin que nos demos cuenta. La cardiología es apasionante y me permitió tratar y escuchar a muchísimos pacientes, cuyas historias me enseñaron que no puedo mirar un solo lado del corazón ni puedo separar el cuerpo de la mente, ni viceversa. Quiero plasmar estas experiencias y transmitir la estrecha relación entre cerebro y corazón, un camino que los médicos recién empezamos a transitar. Cuando empecé aún no había estallado la enorme revolución tecnológica que cambió la cardiología, así como las neurociencias lo hicieron con la neurología. El aporte resultó fundamental para conocer los mecanismos que producen las enfermedades, porque permitió desarrollar nuevos tratamientos y reducir el riesgo de padecer una enfermedad coronaria o cerebrovascular entre un 40 o 50 por ciento. El cambio ha sido abismal. Y aunque todos los recursos tecnológicos estén al servicio del paciente, el médico todavía es clave porque debe decidir qué camino tomar, el instrumento a utilizar y qué tratamiento seguir. Podemos tener imágenes extraordinarias, pero se necesita alguien que las interprete. La mejor herramienta todavía es la relación médico-paciente, ese diálogo entre dos personas que buscan el mismo objetivo. Y atender pacientes con problemas cardíacos es especial, con momentos muy gratificantes y otros de frustración extrema. Uno pasa muchas noches a las corridas por el hospital al grito de «Paro en el octavo piso», y sube escaleras con la certeza de que cada minuto que pasa es vital. O encuentra en la calle a un joven tirado y ya no se puede hacer nada, y trata de explicarle a la familia que la enfermedad cardíaca es así: estás bien y de golpe no estás. Nunca olvidaré a José, un inmigrante español dueño de una pizzería, que vino al consultorio para un chequeo médico. Todos los estudios estaban bien y no había ningún indicio de enfermedad. Nos saludamos y se fue a la casa. A las tres horas me llamó la mujer porque José no había llegado. El hombre había tenido una muerte súbita en la parada del colectivo. Me pregunté qué había hecho mal, pero no encontré nada en el examen físico —todos los estudios estaban bien— ni él me había referido síntoma ni dolencia. Así es la cardiología: misteriosa, inquietante, un desafío permanente en cada decisión 11 que tomamos. Me llevó años de médico asistencial comprender que la cardiología tampoco es matemática. Se pueden hacer muchas cosas, salvar vidas y tener tiempo para ofrecer el mejor tratamiento, pero a veces no alcanza, uno no tiene «la mano de Dios». La experiencia hace que uno se vuelva más crítico, desconfiado, que pregunte más y que le dé importancia hasta a lo más mínimo. Por otro lado, la alegría no tiene medida. Cuando atiendo a una persona que se ahoga por falta de aire y luego de tratarlo puede caminar con normalidad o cuando decido enviar a un paciente a realizarle un bypass y que a la semana está en la casa, eso genera sensaciones gratificantes inigualables. Cuando alguien viene por un chequeo médico sabemos que estamos ante un futuro candidato a estar enfermo y que la prevención es el único tratamiento. Esto se debe a que, a diferencia de lo que ocurría a principios del siglo XX, cuando la mayoría de las muertes era de origen infeccioso, hoy las enfermedades son el resultado de conductas sociales que impulsan los factores de riesgo. Nuestra tarea es trabajar en prevenirlas. A este cambio en las causas de por qué nos enfermamos se lo denomina transición epidemiológica. Pasar del hambre a la abundancia, de caminar kilómetros para conseguir alimentos a la entrega a domicilio, adquirir nuevos hábitos, como el tabaquismo o vivir en conglomerados urbanos donde nos impactan los factores psicosociales, todo eso tiene costo. Hemos logrado en los últimos años un leve descenso en el número de muertes de las personas que sufren un infarto o un accidente cerebrovascular, pero perdemos por goleada en prevención. La mala alimentación y la falta de actividad física elevan el número de obesos y esto empuja la cantidad de personas que desarrollan diabetes, una enfermedad que tiene una relación directa con el corazón y el cerebro. En este libro voy a contarles sobre algo crucial que me fascina y creo que todos deberíamos conocer más: la relación cerebro-corazón. Es un tema actual con impredecible futuro, vital en la relación médico-paciente. Antes necesitamos entender qué es ateroesclerosis, angina de pecho e infarto y qué conductas los predisponen. Porque tampoco podemos simplificar que el infarto es el producto de una calentura. Hay algo emocional, pero a eso se le suma una constelación de factores. Durante mucho tiempo no les dimos a las emociones y los sucesos de la vida la importancia que tienen en el desarrollo de estasenfermedades. Las emociones estaban lejos del corazón y el cerebro. Nos ocupábamos por entender qué pasaba dentro del vaso sanguíneo, cómo detectar precozmente la enfermedad y cuáles eran los estudios que nos podían hacer suponer que un determinado paciente tenía riesgo de padecerla. Recién en la década del ochenta empezamos a darle importancia a la prevención, aparecieron los trabajos científicos que relacionaban fuerte tabaquismo, sedentarismo, obesidad, colesterol alto o diabetes con estas enfermedades cardíacas. Luego incorporamos un término utilizado en forma muy amplia, el estrés, que es un síndrome general de adaptación cuya magnitud es diferente en cada ser humano. Los eventos estresantes pueden ser agudos y desencadenar un tipo de consecuencia, o 12 crónicos, como los que nos generan una carga. Eso nos permite entender cómo desgasta el estrés psicosocial. El impacto del estrés es de tal magnitud que en las mujeres hablamos de que su corazón puede llegar a romperse. Ante situaciones de estrés agudo pueden presentar un cuadro que todo hace pensar que es un infarto, y no lo es. La llegada de la psiconeuroinmunoendocrinología permitió comprender la conexión entre las emociones y los sucesos de la vida con la enfermedad. Hay un diálogo entre el cerebro y el corazón. Y ese vínculo es más que una conexión. Así fue que además de preguntarles a los pacientes si fumaban o tenían presión alta nos interesamos en conocer si meses antes de llegar al hospital habían tenido algún problema emocional que hubiera desencadenado la enfermedad. En muchas ocasiones es vital prestarles atención a las historias de situaciones conflictivas que nos cuentan los pacientes que ingresan a las unidades coronarias. A estos acontecimientos negativos los llamamos pródromos emocionales: separaciones, divorcios, pérdidas económicas, de trabajo o de familiares cercanos. Hoy no tenemos dudas de que estas situaciones conflictivas se asocian con mayor riesgo de enfermarse. Empezamos a encontrar cierta concordancia de situaciones emocionales que ocurrían en las horas previas a comenzar con el dolor o sentirse mal, como un ataque de ira, bronca o emoción violenta. Escuché historias sorprendentes. Una tarde recibí en la unidad coronaria a Martín con un ataque de ira que se generó al retrasarse la entrega de un automóvil 0 km. La bronca fue tal que, luego de descargarse en la concesionaria, comenzó con un dolor de pecho que terminó en un gran infarto. Algo que se suponía una situación agradable terminó en un gran problema. O la historia de Dimitri, un almacenero de barrio que tuvo que cerrar el negocio luego de cuarenta años. La crisis económica y la instalación de un hipermercado a una cuadra fueron letales para él: comenzó con un cuadro depresivo que ayudó a que padeciera un accidente cerebrovascular. Hoy sabemos que la ira, el mal humor, el temperamento, la depresión, un divorcio o un simple partido de fútbol pueden dificultar esta conexión entre el cerebro y el corazón. Y enfermar. Es increíble analizar cómo en el Mundial de Alemania 2006, cada vez que jugaba la selección local aumentaba tres veces la cantidad de personas que ingresaban a las unidades coronarias. Y más interesante es cómo en un día feliz, como cuando Francia ganó el Mundial 98, bajó la cantidad de muertos por infarto. Vivir en un barrio desfavorecido, una niñez con una situación económica ajustada o las crisis económicas y políticas también alteran esta conversación. El misterio se acrecienta cuando nos preguntamos: ¿qué determina que de gozar pasemos a estar muertos? ¿Qué es lo que ocasiona que de golpe a una arteria del corazón se le ocurra taparse? ¿Cuál es el dedo que presiona el gatillo? Por otro lado contamos con herramientas que nos ayudan a mejorar la relación entre cerebro y corazón. En los últimos años creció el interés por las emociones positivas — 13 felicidad, amor, risa, bienestar—, que podrían contrarrestar las negativas y protegernos de la enfermedad. Un estado placentero que genere felicidad, alegría, entusiasmo y satisfacción puede tener un efecto positivo, y bajar la cantidad de infartos y muertes súbitas. La risa es una de las mejores medicinas, hoy sabemos que ver una película cómica aumenta el flujo sanguíneo y si vemos una de terror disminuye. Solo el hecho de rodearnos con personas felices nos hace sentir mejor. También la personalidad nos afecta: el mal humor o ser pesimistas daña la salud. El apoyo psicológico es muy importante, consultar con un terapeuta cuando consideramos que el diálogo está alterado es imprescindible, y luego de un infarto es tan importante como un buen control de la presión arterial. La actividad física es un excelente medicamento sin drogas, mucho más divertido y económico, y se ha transformado en la vacuna para las enfermedades que no se contagian. La meditación o el mindfulness, como concepto psicológico en la concentración de la atención y la conciencia, basados en la meditación budista son eficaces, en particular para la reducción de la ansiedad, depresión y estrés. En el inicio de la medicina se curaba con una mezcla de experiencia previa, intuición y observación, en cambio hoy pasamos a la medicina basada en la evidencia. Es como los partos: antiguamente, las matronas decían que los bebés nacían con luna llena y hoy los obstetras cuentan con sofisticados métodos de diagnóstico. Gracias a la evidencia médica confirmada a través de numerosos estudios podemos afirmar que un infarto de miocardio se relaciona con afectos, condiciones y sucesos de la vida. Existe una fluida conversación entre cerebro y corazón que como todo diálogo puede ser armonioso con palabras cariñosas o agradables que dan confort, bienestar y salud o tornarse turbulento o agresivo y llegar a causar enfermedad o muerte. Más de la mitad de mi vida se la he dedicado a la cardiología, he pasado por todas sus etapas, de pensar solamente en lo científico a ser más humanista. De creer que todo pasaba por la tecnología y la medicación a comprender la importancia que tiene cada emoción que siente una persona antes de ser paciente. Por eso este libro, porque quiero compartir este apasionante camino de los misterios que existen en el diálogo entre corazón y cerebro. 14 1 El origen del misterio 15 Génesis La palabra corazón proviene del sánscrito hrid, que significa saltador, por esa sensación que nos genera dentro del pecho. También quiere decir ciervo: los hindúes representaban el chakra del corazón con una imagen de este animal. Esta relación entre corazón, saltador y ciervo se mantiene en las lenguas germánicas: en inglés corazón es heart y ciervo hert, y en alemán herz y ciervo hirsch. En griego pasó por krid, kridía, kirdía y kardias, y recaló en el latín cor. Llamamos cardias a la parte superior del estómago, cercana al corazón, y muchas palabras de uso diario están vinculadas a este vocablo, como miocardio, electrocardiograma o cardiología. Del latín cor pasó al francés coeur, al italiano cuore y en español lo agrandamos y lo llamamos corazón, un cor grande. El vínculo con el corazón también está presente en otras palabras cotidianas, como cuando los corazones se ponen de acuerdo o coinciden. Lo mismo cuando hablamos de concordia o corazones que laten en simultáneo, lo contrario de discordia, corazones que se separan. Podemos ser cordiales, misericordiosos, llenarnos de coraje, o ponernos melancólicos y recordar algo trayendo un recuerdo al corazón. Se relaciona con la mujer que ama y con el hombre que es valiente. Antiguamente a la epilepsia se la llamaba gota coral porque se suponía que afectaba el corazón y coralera también una bebida alcohólica que, se creía, mejoraba el ánimo porque estimulaba el corazón. Es curioso el nexo que existe en los idiomas entre cerebro, memoria y corazón. Aprender de memoria se dice en francés apprendre par coeur y en inglés to learn by heart, es decir, literalmente, «aprender por corazón». En español esta relación no es evidente, pero la palabra recordar deriva de ladenominación de corazón en latín (cor, cordis), precedida del prefijo re-. Una corazonada implica una intuición, y cuando no queremos olvidarnos de alguien decimos que «queremos tenerlo para siempre en el corazón». En el antiguo Egipto se consideraba que el corazón era el asiento de la conciencia moral y lo representaban como una vasija donde se hallaba la esencia de las experiencias vividas. Por ese motivo, en la preparación para la momificación se extraían de los cadáveres las vísceras y el cerebro, que se guardaban en los vasos canopos, pero el corazón se volvía a colocar en el interior del cadáver «para devolver al difunto su memoria», como reza el capítulo XXV de El libro de los muertos. Otro origen que se postula es que del sánscrito ker salen las palabras cerebro y corazón, ker se vincula con el fuego y esa raíz está también presente en el término griego keramos que significa arcilla, barro, y de ahí viene cerámica. Es poético pensar que siendo el corazón la sede de los sentimientos y el cerebro la sede de la razón ambos nombres tengan un origen común que surge del barro. Del polvo venimos y al polvo vamos. 16 Una máquina increíble Para poder transitar los caminos del diálogo cerebro-corazón es importante saber que el cuerpo humano es una máquina increíble que, por día y sin que lo percibamos, parpadea diez mil veces y respira otras veinte mil, mientras el corazón registra cien mil latidos. Este funcionamiento extraordinario y misterioso para algunos nace de un fragmento de polvo de estrellas más un poco de oxígeno, carbono e hidrógeno, al que si se le suma un puñado de elementos al alcance en cualquier almacén, lo mezclamos y dejamos marinar 3.800 millones de años, evoluciona en un hombre. Para otros esto no podría suceder sin una acción divina. Dentro de ese desarrollo surge el sistema circulatorio por el que viajan cinco litros de sangre por minuto a través de 96.000 kilómetros de arterias y venas, dos veces la distancia alrededor de la Tierra. El corazón, un órgano de 280 gramos, es el encargado de bombear la sangre con oxígeno que le llega de los pulmones. La genialidad de esta maravilla muscular radica en millones de células cardíacas que laten en armonía y logran que el 60 por ciento de la sangre que le entra pueda salir. Pero no sólo necesitamos de una buena bomba para llevar oxígeno a las células, sino también de mejores tuberías. Estas «cañerías» se hacen cada vez más pequeñas hasta llegar a una red de capilares tan delgados que los glóbulos rojos de 2,5 micrones de ancho deben pasar en fila. El cuerpo cuenta con diez mil millones de capilares por donde el dióxido de carbono y las toxinas salen e ingresan a las venas que elevan la sangre de vuelta al corazón y los pulmones. Esta acción se logra gracias a que el corazón posee un sistema eléctrico que controla la frecuencia de los latidos. Entre sesenta a cien por minuto son los latidos considerados normales, mientras que con el ejercicio pueden llegar a doscientos. De esta manera, el corazón, ante la mayor demanda de oxígeno y nutrientes, bombea más sangre que en reposo. Cuatro válvulas internas se encargan de que la sangre circule en la dirección adecuada. La sangre oxigenada es bombeada del lado izquierdo del corazón hacia la aorta, que la distribuye por todo el organismo. La misión es llevar oxígeno y nutrientes a cada una de las 140.000 millones de células. La sangre viaja por las venas de regreso a la parte derecha del corazón, con los desechos celulares. De aquí es bombeada a través de la arteria pulmonar a los pulmones donde toma oxígeno, y luego retorna al lado izquierdo del corazón para ser bombeada de nuevo a todo el cuerpo. Imaginemos el corazón como un dúplex con dos habitaciones arriba (aurículas) y dos abajo (ventrículos), comunicados entre sí por una válvula. Al lado izquierdo llega la sangre oxigenada proveniente de los pulmones, que es enviada hacia el cuerpo a través de la arteria aorta que posee una válvula que evita el retorno de la sangre. A las habitaciones del lado derecho llega por el sistema venoso la sangre sin oxígeno y 17 nutrientes para ser enviada a los pulmones. La «llave» que regula el sistema eléctrico y determina la frecuencia de latidos está en la habitación superior (aurícula derecha). Todo este maravilloso y coordinado funcionamiento es acompañado por cambios de presiones. Cuando el corazón se contrae y la sangre es enviada a los vasos, la presión llega a tope y se denomina sistólica, y a la inversa, cuando se relaja y baja al mínimo, diastólica. En el transcurso del día la presión varía de manera intensa y es más elevada en las horas de actividad y baja durante el sueño. A la mañana tenemos valores más altos y existe un aumento durante el invierno y descenso durante el verano. Para que esto suceda sin problemas, todo el tiempo, sin que lo percibamos, debe existir un funcionamiento correcto de muchos órganos. Pero es de vital importancia la unión del cerebro, que es el órgano que dicta nuestra actividad, y del corazón, el principal aliado y encargado de nutrirlo. Desde la antigüedad, el corazón es considerado el rey del cuerpo porque se conocía la importancia como bomba para impulsar la sangre. Y como todo rey tiene corona, a las arterias que nutren sus paredes las bautizaron coronarias. Para poder latir 100.000 veces por día, las paredes requieren sangre y oxígeno, que aportan las arterias coronarias que salen de la aorta y cursan sobre la superficie del corazón enviando pequeños vasos dentro del músculo cardíaco. Son como dos brazos que rodean al corazón, el derecho y el izquierdo, y este último se divide en dos, la arteria descendente anterior y la circunfleja. Estas pueden ir estrechándose paulatinamente por un proceso arterioesclerótico, y ello ocasionará que los pacientes presenten dolor de pecho, o un coágulo puede ocluirla en forma repentina y causar un infarto o muerte súbita por arritmia letal. Línea directa Cerebro y corazón tienen una relación simbiótica, no pueden vivir uno sin el otro. El corazón le lleva sangre con oxígeno y nutrientes al cerebro para que despliegue la fabulosa función como una de las estructuras más complejas del universo. El cerebro inerva al corazón por intermedio de señales nerviosas que transmiten funciones, como incrementar la frecuencia de latidos, o comunicarle estados de ánimo, como ira, depresión, hostilidad, euforia o alegría. Esto ha generado que el corazón se transforme, a lo largo de la historia de la humanidad, en la sede de las emociones. Las vías de comunicación entre estos dos órganos vitales para la superveniencia son la sangre y los nervios. Por la sangre viajan moléculas químicas neurotransmisoras, como las citoquinas, con mensajes en forma bidireccional entre el cerebro y el corazón. Por la vía nerviosa se comunican por intermedio del sistema nervioso autónomo, encargado de regular funciones corporales involuntarias, como la frecuencia cardíaca o 18 la respiración. El sistema nervioso autónomo tiene dos ramas, la simpática implicada en actividades que requieren gasto de energía y preparación del cuerpo para reaccionar ante una situación de estrés; y otra parasimpática que mantiene al cuerpo en situaciones normales, luego de haber pasado la situación de estrés. Ambas ramas trabajan como las riendas de un caballo, deben estar parejas para que funcionen de manera correcta. Por otro lado, son curiosas las conexiones que existen entre marcadores bioquímicos que acercan las células del cerebro con las del corazón, ambas tienen una particularidad, son células especializadas porque están diseñadas para realizar funciones específicas y con capacidad de despolarizarse. La creatinkinasa (CK) es una enzima que tiene dos subunidades, la B, de «brain» (cerebro) y M, de «músculo»; se llaman así porque se encuentran preferentemente en el cerebro y los músculos. Pero existe una tercera subunidad de composición mixta, la CK-MB, que se localiza casi exclusivamente en el músculo cardíaco. Parece que el corazón se encontrara enzimáticamentea medio camino entre el cerebro y los demás músculos. Otro componente bioquímico que también tiene una estrecha relación es el llamado péptido natriurético cerebral (brain natriuretic peptide, BNP), que está presente en el cerebro humano, pero se encuentra en mayor cantidad en corazón. Se eleva cuando el corazón engorda, proceso que se llama hipertrofia ventricular, y cuando el corazón se agranda y se torna insuficiente, manifestándose como una insuficiencia cardíaca. El BNP no puede entrar al cerebro, no cruza la barrera llamada hematoencefálica, que se encarga de decidir quién entra y quién no. Por lo tanto el cerebro también lo produce para poder realizar las tareas que tiene que hacer en su interior. Existe una curiosa relación entre corazón y cerebro, por cuanto ambos sintetizan independientemente BNP. La conversación entre estos dos sistemas amigos e inseparables es muy fluida y un problema que padezca uno de ellos afectará al otro de inmediato. Un accidente cerebrovascular va a cambiar el funcionamiento cardíaco, y una alteración del ritmo cardíaco, como una arritmia llamada fibrilación auricular, puede afectar la llegada de sangre o formar coágulos que impacten en el cerebro. Esta conexión puede generar diferentes tipos de diálogo: turbulento, en presencia de mal humor, estrés agudo o crónico, emociones negativas o depresión o factores psicosociales desfavorables, como crisis económicas, inequidad social, tragedias o pesimismo. También puede haber conversaciones agradables que generen bienestar y salud, como la risa, la alegría, el amor y el optimismo. Una transición que enferma El corazón es un órgano vulnerable y en las últimas décadas nos hemos encargado de maltratarlo. Con los avances que logró la humanidad adquirimos conductas inéditas que generaron nuevas enfermedades. Y aunque se han logrado acelerados progresos en la 19 cardiología, las enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares son un problema para toda la humanidad, con enormes repercusiones económicas. Constituyen el mayor azote en los países desarrollados, golpean sin aviso y causan un gran número de personas con incapacidad. Tienen la misma magnitud que otras grandes plagas que padeció el hombre, como la peste bubónica, la fiebre amarilla o la viruela. Hace cien años sólo una persona de diez moría por una enfermedad del corazón, en cambio hoy más de la mitad la padece. Esto es consecuencia de un profundo cambio en la salud de los seres humanos: en 1900, las enfermedades infecciosas y la malnutrición eran la causa de muerte más habitual. Mi abuelo falleció a comienzos de siglo XX por tuberculosis, antes del descubrimiento de los antibióticos, y mi padre a fin del mismo siglo como consecuencia del tabaquismo. Dos enfermedades frecuentes en cada época, iconos de esta transición. Hoy las enfermedades crónicas, como la enfermedad cardíaca o el cáncer, ocupan el primer puesto en los decesos y son ocasionadas en gran parte por conductas sociales que hemos adquirido. Ese cambio en el tipo de enfermedad que causa gran parte de los fallecimientos recibe el nombre de transición epidemiológica. Esta variación tiene una estrecha relación con los cambios en la riqueza, la estructura de la sociedad y la demografía. Es distinto de un país a otro, por ejemplo, la esperanza de vida en Japón es alrededor de 80 años, en Argentina de 76 y en Sierra Leona de 37. Es interesante comparar las diferencias que existen en la cantidad de personas que padecen un infarto o un accidente cerebrovascular dentro de una misma región del mundo. En Europa, por ejemplo, es más prevalente en el norte y disminuye a medida que se acerca al mar Mediterráneo. Japón es un caso único, a principios del siglo XX disminuyeron las enfermedades infecciosas y se dispararon las cardiovasculares con una tasa de las más altas del mundo. Pero desde los años 60 se han reducido en un 60 por ciento y hoy disfruta de la mayor esperanza de vida del mundo. Es probable que hayan influido factores genéticos en este descenso, pero a esto se le asoció la dieta tradicional que contiene muy pocas grasas, lo que conlleva a que tengan bajos niveles de colesterol en sangre. Todos estos cambios en la forma de vivir han mejorado la calidad de vida, pero también generaron nuevas enfermedades. Del hambre al exceso de colesterol El ser humano, en su evolución, ha vivido bajo la amenaza del hambre, epidemias y afectado por numerosas enfermedades infecciosas. Como consecuencia, padeció durante siglos una elevada mortalidad infantil y una esperanza de vida que rondaba los treinta años. La desnutrición lo diezmó durante milenios. El cerebro fue uno de los órganos más afectados ya que es el que más rápido crece y el que más necesita alimentos en el primer año de vida. De 35 gramos que pesa al nacer 20 pasa a 900 a los catorce meses, y es cuando se interconectan las neuronas, la época del cableado neurológico. Este desarrollo depende en gran medida de la alimentación. Luego aparecieron las epidemias, y las poblaciones que las superaron tardaron años en llegar a la Revolución Industrial que trajo aparejada abundancia de alimentos. Pero también la proliferación de enfermedades infecciosas, como la tuberculosis, el cólera, la diarrea y la gripe, asociadas a la concentración en poblaciones y ciudades. La llegada para una parte del mundo del fin de la escasez de los alimentos disminuyó la mortalidad infantil por malnutrición y la susceptibilidad a las infecciones. A esto se le sumó la aparición de medidas efectivas de salud pública que incrementaron la esperanza de vida. Las mejoras económicas y el fenómeno urbano alteraron el modo de vida, con cambios en la dieta y el ejercicio físico, pero se adoptaron nuevos comportamientos, como el tabaquismo. Se empezaron a consumir alimentos de bajo precio pero más ricos en grasa de animales. Se mecanizó la industria y hoy se queman menos calorías con el consiguiente aumento de peso, niveles de colesterol, presión arterial y azúcar en sangre. Luego de este punto emergen las enfermedades creadas por el hombre, como la hipertensión arterial, la diabetes tipo II y la ateroesclerosis. Los adelantos tecnológicos, como las unidades coronarias, la cirugía de bypass y el éxito de las estrategias de prevención como las medidas antitabaco o el control de la tensión arterial lograron retrasar la muerte y disminuir la mortalidad cardiovascular. Hemos transitado un proceso en el que sufrimos hambre y el cerebro fue el más afectado; luego le tocó el turno a las enfermedades infecciosas, y hoy las conductas propias vuelven a tener como blanco al cerebro, pero se le agrega un aliado: el corazón. Argentina, ni tan rica, ni tan pobre Esta inequidad en el grado de calidad de vida de las personas de pasar hambre a sufrir por exceso, hoy está presente en muchos lugares del mundo, incluso en la Argentina, donde algunos sufren por escasez de alimentos y otros por abundancia. Es interesante analizar lo que sucede en un mismo país donde segmentos de la población pueden evolucionar a un ritmo distinto a otros como consecuencias de variables económicas, sociales y culturales. Los cambios comienzan en los de mayor nivel socioeconómico y se extienden a grupos menos favorecidos. Las clases privilegiadas son las que primero dejan de padecer malnutrición y enfermedades infecciosas, pero las primeras en adquirir comportamientos de riesgo que derivan en afecciones cardiovasculares o accidente cerebrovascular. La Argentina en términos de transición epidemiológica está en una situación intermedia, entre los países industrializados, como Estados Unidos, Canadá y Australia y los países en desarrollo como China, África subsahariana y el Caribe. El 70 por ciento de la mortalidad en la Argentina está vinculado a enfermedades no 21 transmisibles, como las cardiovasculares, cerebrovasculares y el cáncer. La obstrucción de las arterias coronarias por un proceso ateroesclerótico que desencadenan los infartos representa una de cuatro muertes. Aunque en los últimos años logramosbajar la cantidad de muertes de origen cardíaco todavía representan el 35 por ciento. La causas de esta reducción, de las cuales he sido testigo, se debe en un 60 por ciento a la prevención y la corrección de los factores de riesgo que desencadenan. Esta reducción fue notable en las décadas de los 80 y 90 pero sufrió una desaceleración a partir de 2000 porque hay factores de riesgo descontrolados, como la obesidad y la diabetes. A esto hay que sumarle la dificultad para implementar medidas que sabemos que son efectivas, como bajar el uso de sal en la elaboración de alimentos procesados. Una deuda que tenemos es la alta incidencia de la enfermedad de Chagas. He tenido la oportunidad de trabajar con médicos rurales de Chaco, Formosa y Misiones y compartir la preocupación por la gran cantidad de pacientes que recibían a diario con las complicaciones que ocasiona esta enfermedad. Es una realidad muy preocupante porque afecta a casi dos millones de argentinos y 700.000 tienen dañado el corazón, lo que constituye una marca a fuego de la pobreza. Hay análisis ecológicos recientes que demuestran una correlación muy clara entre la enfermedad cardiovascular y tres factores de riesgo: el tabaquismo, el colesterol elevado y la hipertensión arterial, y a esto debemos sumarle sedentarismo, obesidad, diabetes y los factores psicosociales a los cuales haremos hincapié en este libro. Inventos médicos Ante el enorme crecimiento de las enfermedades que se relacionan con las conductas sociales que afectan en gran medida al cerebro y corazón, no nos hemos quedado con los brazos cruzados. En los últimos treinta años los médicos hemos retrasado la muerte de los pacientes que padecen una enfermedad cardíaca en un promedio de seis años. Ha contribuido el bypass —la creación de René Favaloro—, que es un «puente» arterial o venoso más allá de la obstrucción en una arteria coronaria. Otro invento argentino —esta vez del radiólogo Julio Palmaz— que salva cada vez más vidas en todo el mundo fue la angioplastia con la colocación de un stent. Se trata de una malla metálica expandible y cilíndrica que se introduce en las arterias, venas u otros órganos huecos, cuando están obstruidos. Esta oclusión se debe por lo general a placas de ateroma producidas por el colesterol y otras grasas y el stent sostiene la pared de la arteria desde adentro. Otro avance fue la aparición de drogas para el tratamiento del colesterol, como las llamadas estatinas, que disminuyen el colesterol, y además tienen la virtud de estabilizar y desinflamar las placas de ateroesclerosis; o las llamadas antitrombóticas y antiagregantes —la más conocida es la aspirina—, que impiden la formación del coágulo que obstruye una arteria. 22 El control efectivo se logra con estas drogas que se adaptan a cada paciente y la verificación de la hipertensión arterial. A los avances del laboratorio se les sumaron equipos tecnológicos como los desfibriladores y marcapasos. Los desfibriladores emiten una descarga eléctrica cuando el corazón se detiene por alguna causa. Pueden colocarse debajo de la piel en los pacientes que tienen riesgo de tener muerte súbita o externos en lugares como canchas de fútbol, aeropuertos o shoppings, donde concurre gran cantidad de personas y son vitales en la reanimación cardiopulmonar. El marcapaso fue creado en 1932 por el cardiólogo Albert Hyman, a quien entonces tildaron de hereje porque decían que no era natural revivir a los muertos. Hoy más de tres millones de personas caminan por el mundo con uno. Todos estos avances en la detección, el tratamiento y la prevención de la enfermedad han permitido prolongar la vida de los pacientes y reducir el riesgo de padecer una enfermedad coronaria o cerebrovascular en un 40-50 por ciento. Aun con estos logros perdemos por goleada en prevenir las enfermedades cardíacas y es probable —como remarca la Organización Mundial de la Salud— que en pocos años ocupen el primer puesto de mortalidad y enfermedad a nivel mundial. Esto es ocasionado por el aumento de la edad media de la población y el de personas que adquieren el hábito de fumar. También colabora la urbanización, que lleva a una disminución de la actividad física, aumento del consumo de grasas y un importante estrés psicosocial. Un rol fundamental juega el mayor número de personas obesas, lo que constituye uno de los problemas más importantes de la salud pública mundial y determina que una mayor cantidad de gente padece diabetes e hipertensión arterial. El factor GPS El diálogo cerebro-corazón y la posibilidad de enfermarse que tienen ambos es diferente según donde vivas y el nivel social y cultural al que pertenezcas. Tomemos como ejemplo la Argentina, un país de cuarenta millones de habitantes, con una expectativa de vida de alrededor de 76 años y donde el 23 por ciento fallece por enfermedad cardíaca y el 8 por ciento por accidente cerebrovascular. Existen grandes diferencias entre las causas de enfermedad y muerte según la región del país. Si se relacionan las condiciones de salud con las de vida podemos dividir el país en cuatro estratos según el ingreso per cápita. El estrato 1 lo conforman las zonas más ricas del país, como Buenos Aires, La Pampa y Neuquén y el estrato 4 las más desaventajadas, como Jujuy, Chaco y Formosa donde encontramos la mayor cantidad de años de vida potencialmente perdidos. En el estrato 1, a diferencia del 4, es mayor el número de muertes por enfermedad cardíaca sobre el número de accidentes cerebrovasculares. En cambio es más alta la cantidad de pacientes que sufren ataques cerebrales en las zonas más desfavorecidas. 23 En las zonas con mayor ingreso per cápita y urbanas predominan las enfermedades que afectan el corazón, probablemente por el impacto del estrés y donde el estrés psicosocial sea de mayor relevancia. En cambio en las zonas con menor ingreso per cápita y rurales predomina el accidente cerebrovascular por mala alimentación y falta de control de uno de los factores de riesgo que más influye en su desarrollo: la hipertensión arterial. Junto a una médica rural recorrí un área desértica del centro del país donde vivían familias que criaban animales, en especial, cabras. Me llamó la atención que la mayoría tenía presión elevada y varios padecían secuelas de accidentes cerebrovasculares. Al terminar la recorrida y comentar los casos, la doctora me explicó que la alimentación de esa gente era a base de carne conservada en sal (charqui), ya que no había electricidad y era la única forma de mantenerla. Una mala alimentación sumada a la falta de información explican estas diferencias. Sube y baja El área de vigilancia epidemiológica del Ministerio de Salud realiza desde 2005 y cada cinco años una encuesta nacional de factores de riesgo. Estos relevamientos mostraron que los argentinos somos muy conscientes de que el tabaco hace mal. Desde 1989 unas de mis tareas como médico de hospital es brindar a las personas que fuman, técnicas para dejar el hábito. Hoy tenemos herramientas conductuales y farmacológicas que los ayudan, sumadas a las medidas antitabaco, como restringir las áreas para fumar, que lograron que en diez años un millón de argentinos deje de hacerlo. Pero se ha incrementado el número de habitantes con obesidad, diabetes y sedentarios. Además, consumimos mucha sal y pocas verduras y frutas. Con los conocimientos actuales y las estrategias de prevención que disponemos tal vez sea posible alterar el curso natural de esta transición epidemiológica y así reducir la carga global de las enfermedades cardíacas y cerebrales en los argentinos. El crecimiento de las naciones mejora ciertos aspectos en la calidad de vida de sus habitantes, pero son inevitables algunas consecuencias sobre la salud. Según la OMS se prevé un aumento en estos países de las enfermedades no transmisibles, en especial de los infartos y accidentes cerebrovasculares. El aumento en la expectativa de vida, las mejoras en la economía y las políticas de salud disminuyeron las enfermedades infecciosas y la mortalidadinfantil. Pero se adquirieron hábitos de vida poco saludables, como la falta de actividad física, la obesidad y el consumo de tabaco. Los costos económicos que generan las enfermedades cardíacas y cerebrales son enormes, y una parte considerable de los gastos que representa la enfermedad es posible aminorarlos mediante estrategias poblacionales. Para que el desarrollo vaya de la mano de la salud considero que el reto en los 24 próximos veinte años es hablar de promoción de la salud, además de enfocar el esfuerzo en la prevención de la enfermedad mediante la corrección de los factores de riesgo. Un ejemplo de esto es comenzar desde la niñez, para que los niños adquieran hábitos saludables como, por ejemplo, la actividad física y una alimentación sana y que eviten comenzar a fumar. Esto es más fácil que luego ayudarlos a dejar el tabaquismo o tratar las consecuencias de la obesidad y la diabetes. Aunque es excepcional la enfermedad cardíaca en los niños y adolescentes, los hábitos de riesgo que promueven el desarrollo de la ateroesclerosis comienzan muy temprano en la infancia y se arrastran durante toda la vida. El concepto actual es lograr una «salud cardiovascular ideal», incentivando cuatro hábitos: no fumar, hacer actividad física, tener el peso ideal y consumir una dieta saludable. Si a esto le sumamos tres indicadores biológicos, como presión arterial, azúcar y colesterol normal, lograremos el objetivo. Creo que el concepto es hablar de salud y no de enfermedad para que las personas sanas sigan sanas. Muchas veces hablar de los factores que generan una enfermedad tiene una connotación negativa. El objetivo es estar un paso delante de la enfermedad. Conductas que enferman Es interesante comprender cómo empezamos a darnos cuenta de que ciertas conductas enfermaban a corazón y cerebro. Las enfermedades cardíacas se describieron a principios del siglo XX y en un comienzo todos los esfuerzos se centraron en los aspectos curativos de la enfermedad. Pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta del peso de la medicina preventiva, especialidad a la que desde la Antigüedad ya los chinos le daban mucha importancia, porque le pagaban al médico cuando estaban sanos y dejaban de hacerlo cuando se enfermaban. Comenzaron a publicarse estudios que demostraron que los ataques cardíacos ocurrían en algunas poblaciones y en otras no, identificando ciertas conductas que llamamos factores de riesgo para padecer enfermedades del corazón y cerebro. Se comenzó a darle importancia a la alimentación cuando descubrieron que los esquimales de Groenlandia no padecían enfermedades secundarias a la ateroesclerosis, como resultado de su alimentación baja en carbohidratos y alta en grasas y proteínas de origen animal proveniente del pescado. Debido a que el clima polar es poco adecuado para la agricultura y carece de tierra fértil durante gran parte del año, la dieta tradicional Inuit es a base de focas. Lo mismo sucedía con los japoneses, pero lo interesante fue cuando observaron que aquellos que emigraban a California pasaban a tener la misma cantidad de enfermedades cardíacas que los norteamericanos. Esto descartó la teoría genética y consolidó la importancia de las conductas sociales, 25 ya que los japoneses que se mudaban a Occidente cambiaban de hábitos y también el porqué se enfermaban. Luego se destacó la importancia de la actividad física con estudios que mostraron que los carteros ingleses, en la época pre-Internet que repartían las cartas a pie, o los cuidadores de camellos de Somalia, que caminaban largas distancias, tenían menos infartos que el resto de la población. Y en la última mitad del siglo XX, pese al esfuerzo de la industria tabacalera por ocultarlo, aprendimos que el tabaco es letal para los pulmones, corazón y cerebro. Las enfermedades cardíacas no se deben a una causa única como las infecciosas, su origen es multifactorial y contribuyen a provocarlas factores genéticos y conductas adquiridas. Han sido identificados varios factores que por sí solos o en combinación facilitan el desarrollo de enfermedades ateroescleróticas. Por lo tanto podemos definir a los factores de riesgo como costumbres o hábitos adquiridos que predisponen a un aumento de la incidencia de estas enfermedades y cuya corrección mejora no sólo la calidad de vida sino que prolongan la sobrevida. Se dividen en aquellos que se pueden modificar y en aquellos donde no podemos actuar. Los NO modificables son la edad, a medida que crecemos el riesgo es mayor; el sexo, porque los hombres tenemos más riesgo que las mujeres, hasta que estas llegan a una edad determinada de la vida, y los antecedentes familiares, si nuestros padres padecieron una enfermedad cardíaca o cerebral antes de los cincuenta años no lo podemos modificar. Conocer estos factores no modificables nos permite poder realizar acciones de prevención más enérgicas sobre las personas que los tienen. Y los modificables son aquellos sobre los cuales podemos actuar en forma directa para disminuir el riesgo y son tabaquismo, obesidad, sedentarismo, diabetes, estrés y factores psicosociales. Hoy podemos asegurar que estas conductas que los seres humanos hemos adquirido en los últimos cien años se relacionan en un 90 por ciento con la probabilidad de sufrir un infarto o accidente cerebrovascular. El estudio más grande del mundo de factores de riesgo de accidente cerebrovascular, llamado interstroke, en el cual se incluyeron más de 27.000 pacientes de 32 países, demostró que son los mismos que para padecer un infarto. Si a esto le sumamos que consumimos pocas verduras y frutas, el riesgo es mayor de que se nos tape una arteria, que nos puede causar una de estas enfermedades o la muerte. Lo que se puede saber Cuando atendemos a una persona sana o que ya tuvo un infarto y queremos saber qué riesgo tiene de complicarse, los médicos contamos con tablas que nos permiten 26 cuantificar el riesgo. En las personas que tienen riesgo elevado o ya se han enfermado, estas tablas nos permiten implementar un tratamiento adecuado y a tiempo, con gran repercusión sobre la salud. Hoy podemos evaluar el riesgo que tenemos de sufrir una enfermedad cardiovascular en los próximos diez años a través de los llamados scores de riesgo. Estos se basan en el seguimiento de muchas personas durante mucho tiempo. El más importante es el realizado en un pueblo llamado Framingham (Massachusetts) al norte de los Estados Unidos, que se inició en 1948, y desde esa fecha los participantes son estudiados con una historia médica detallada cada dos años. Ya se han incluido tres generaciones. Las tablas de riesgo y las guías que nos dicen cómo tratar a los pacientes son publicadas por las grandes sociedades científicas y constituyen herramientas de suma utilidad para el diagnóstico y tratamiento. Pero nos representan un desafío médico, ya que es una ingenuidad creer que todos los pacientes están dentro de estas tablas de riesgo o las guías que nos dicen cómo tratarlos. Siempre debemos tener en cuenta que todos los seres humanos tenemos una individualidad. Si confiamos plenamente en estos cálculos matemáticos sin tener en cuenta la historia del paciente, corremos el riesgo de incluir a personas enfermas como sanas o subestimar a quienes en los cálculos nos dan sanas y el riesgo es elevado. Hacia la muerte súbita La arterioesclerosis es una enfermedad de la pared de los vasos sanguíneos, que se desarrolla lenta y silenciosamente desde la niñez hasta la vejez. La mayoría de las personas mayores de cuarenta años ya tenemos arteroesclerosis en las arterias coronarias. Genera un engrosamiento en el interior de los vasos, estrechando su luz, y ante una mayor demanda de oxígeno y nutrientes de parte de las paredes del corazón, no se puede cumplir con el flujo sanguíneo requerido. Por factores como la presión arterial alta o el consumo de cigarrillos se lastima la pared interior de la arteria y en este punto se forma la placa ateroesclerótica, que es como un grano que crece dentro de suinterior y puede llegar a taparla. Partículas de colesterol llegan y reducen la posibilidad de su caudal. A veces, esto puede complicarse, provocando que la placa se rompa en el interior del vaso y, para remediarlo, concurren moléculas que empeoran la situación y cierran en forma abrupta toda la arteria. Además del concepto del depósito de grasas en el interior de los vasos hoy sabemos que también intervienen mecanismos de inflamación, que vinculan los factores de riesgo con el desarrollo de ateroesclerosis. En el corazón se lesionan las arterias coronarias que se encargan de llevar sangre para nutrir sus paredes. Al comenzar a taparse, ocasionan dolor en el pecho. Es la llamada angina de pecho. 27 Angina en griego es ankhon, que significa estrangular, y se relaciona con angustia y angosto. Puede ocurrir que se tape toda la luz del vaso, y al pasar un tiempo determinado se muere la zona nutrida por esa arteria y produce el temible infarto. Si el infarto es muy grande o se acompaña de una arritmia llamada fibrilación ventricular, puede desencadenar una de las formas más dramáticas de presentación de la enfermedad cardíaca: la muerte súbita. La mayoría de nosotros conoce alguien que perdió la vida repentinamente y en los últimos años hemos escuchado con mayor frecuencia casos de personas conocidas que sufrieron una muerte súbita. Mientras comía en la casa se empezó a sentir mal y sin dar tiempo a nada se murió; o lo fueron a despertar y no se despertó; recibió un llamado telefónico en el que le dijeron que secuestraron al hijo, se infartó y murió. Noticias que nos impactan, y nos cuesta creer que una persona estaba en perfecto estado y de golpe perdió la vida. Para nosotros los médicos es una enfermedad sin enfermo. Son situaciones de características dramáticas difíciles de explicar a los seres queridos de las personas que la padecen. Pero es más frecuente de lo que uno piensa, en la Argentina se producen 40.000 muertes por año, cuatro por hora, una cada quince minutos. Se define como aquella que ocurre por causas naturales dentro de la primera hora de iniciados los síntomas y no se debe a un accidente, un suicidio, o un envenenamiento. En el 90 por ciento de los casos es de origen cardíaco, en particular después de los 35 años. La incidencia real varía de un país a otro dependiendo de la cantidad de gente que sufre enfermedades cardiovasculares o cerebrovasculares. Más nos cuesta entender cuando le pasa a atletas de elite, deportistas de alto rendimiento o a una persona joven. Se desplomó luego de recibir una distinción por una competencia de veintiún kilómetros; un estudiante en un colegio se desplomó mientras participaba en la clase de educación física y no supieron qué hacer; o se empezó a sentir mal en el medio de un partido de fútbol y murió. La muerte súbita en el deporte es cuando ocurre durante la práctica o hasta una hora después de finalizada. Es muy poco frecuente, pero vemos futbolistas, basquetbolistas o rugbiers que durante un partido se desploman. En estos casos la diferencia entre la vida y la muerte es saber qué hacer. Dos ejemplos. Muamba, jugador del Bolton del fútbol inglés que sufrió un paro cardíaco en el medio del partido y salvó la vida gracias a que los médicos le realizaron maniobras de reanimación cardiopulmonar y tenían desfibrilador. Piermario Morosini, centrocampista del Livorno, de 25 años, tuvo una muerte súbita sobre el césped del Adriático, el estadio del Pescara, tardaron en reanimarlo, no había desfibrilador y cuando llegó la ambulancia ya era tarde. Los seres humanos podemos estar alrededor de cuarenta y cinco días sin comer, siete días sin agua y solo algunos minutos sin respirar. Por eso el tiempo es oro. Todos podemos aprender qué debemos hacer ante un caso de muerte súbita. Todos. No nos lleva mucho tiempo, no hace falta ser médico ni estar relacionado con la salud. Pero es muy importante prevenir la muerte súbita para no llegar a tenerla mediante la 28 corrección de los factores de riesgo y realizar los chequeos médicos correspondientes sobre todo antes de realizar actividad física. La hora del infarto Un característica llamativa es que la muerte súbita y los infartos son más frecuentes por la mañana, entre las 7 y 11. Esto tendría una explicación. Todos los animales tenemos un reloj biológico que determina ritmos circadianos, son tiempos para dormir, despertar o tener hambre, controlados por un reloj biológico que se encuentra en el hipotálamo del cerebro. Esta área mide el tiempo y nos dice qué hora es. El ciclo circadiano afecta muchas hormonas y entre ellas la del estrés, llamada cortisol. El cortisol es una hormona producida por la glándula suprarrenal y su función entre otras es aumentar los niveles de azúcar. Por la mañana necesitamos más combustible para estar alertas. Se produce un pico en su libración que desencadena una importante respuesta cardiovascular. Esta respuesta puede favorecer la aparición de arritmias cardíacas o la obstrucción de una arteria. Los factores de riesgo que podemos modificar son el tabaquismo, la hipertensión arterial, el colesterol elevado, la obesidad, el estrés y el sedentarismo. Hoy ya no tenemos dudas de que esa planta nativa de las Américas llamada tabaco — acerca de la cual el filósofo inglés Francis Bacon observó que las personas que la probaban no podían dejarla— es letal para el corazón y el cerebro. La adicción es generada por la nicotina, una de las sustancias más difíciles de abandonar. El cigarrillo además tiene cuatro mil componentes químicos, de los cuales doscientos son venenosos, como el DDT (Dicloro Difenil Tricloroetano), el mismo que las abuelas utilizaban para matar los pulgones de los rosales. La nicotina llega al cerebro, pasa de neurona a neurona y forma como un cable de conexión entre ellas. Los adictos tienen un supercable, como de alta tensión, y romperlo es lo que dificulta abandonar el hábito. Luego de dejar de fumar queda una huella entre las neuronas. Si se enciende un cigarrillo luego de mucho tiempo, la huella se transforma en autopista y vuelve la adicción. Para el corazón y el cerebro no importa la cantidad de cigarrillos que fumemos, una bocanada de humo sobre las arterias ejerce la misma presión que poner un pie en una manguera de bombero llena. Cada vez que damos una pitada, los vasos se contraen como si les diéramos un pisotón. Además, ninguna parte del cuerpo está bien oxigenada, porque el humo del tabaco compite con el oxígeno que respiramos. La buena noticia es que siempre hay una buena razón para dejar de fumar. Y que hoy contamos con tratamientos conductuales y medicamentos muy efectivos. 29 El asesino silencioso La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre contra la pared de los vasos, que al volverse elevada y permanecer en el tiempo puede dañar las arterias y órganos del cuerpo. La presión alta o hipertensión arterial es una enfermedad de la pared arterial, en el 95 por ciento de los casos no atribuible a una causa, porque existe un componente genético o hereditario que provoca que se desarrolle en algún momento de la vida. Puede comenzar en la niñez y debe ser detectada de manera precoz, ya que el riesgo de ser hipertenso de adulto aumenta un 70 por ciento si la padecías de niño. En los mayores de dieciocho años lo normal es hasta 140 mmHg o 14 o para la presión arterial máxima sistólica y hasta 90 mmHg o 9 de mínima o diastólica. Toda cifra por encima de estos valores cualquiera sea la edad o sexo se considera presión arterial elevada. Pocas enfermedades son padecidas por tantas personas. Casi nueve millones de argentinos son hipertensos. Y lo más alarmante es que la mitad no lo sabe. Se considera una epidemia contemporánea y es el factor de riesgo más importante para el desarrollo de un ataque cerebral y un determinante para sufrir un infarto de miocardio. Si una enfermedad ocurre en forma masiva uno puede pensar que se debe a algo cultural. Los cambios culturales, como el excesivo consumo de sal, la inactividad física y el tabacopredisponen a que esta enfermedad ocurra en forma masiva. A esto hay que sumar las demandas de la vida cotidiana que producen un síndrome con un amplio rango de efectos biológicos, que incluyen la enfermedad. Las personas que vivimos en países en desarrollo estamos expuestas a estrés psicosocial y generamos mecanismos adaptativos para poder sobrevivir. Tenemos siempre las alarmas encendidas porque el cerebro produce en forma permanente la hormona del estrés: el cortisol. Múltiples investigaciones relacionan al estrés psicosocial con uno de los factores que más afecta corazón y cerebro: la hipertensión arterial. Se relaciona en forma directa con las personas que tienen un trabajo estresante, como los controladores de vuelos, o están desempleadas hace mucho tiempo. Lo mismo ocurre con personas de bajos recursos o con déficit educacional. Un dato muy interesante es que no todas las personas reaccionamos igual ante estas situaciones. Hay personas que se enfrentan exitosamente al estrés o a la adversidad, incluso salen fortalecidos luego de una experiencia adversa o dolorosa. Se las denomina «resilientes» y su respuesta al estrés es probable que esté definida por una habilidad genética que las ayuda a mantener una actividad basal apropiada en respuesta a estímulos. Las personas con baja resiliencia y expuestas a estrés psicosocial presentan el doble de riesgo de ser hipertensos. 30 Ese malvado misterioso Para que una película de terror funcione bien, siempre necesita de un malvado misterioso. Y en la película de la vida moderna no hay un villano más misterioso que el colesterol. Está allí, acechando: alto, bajo, malo o bueno, obliga a cambiar la comida o a tomar medicación. En realidad el colesterol no es el malo absoluto de la película. Cumple muchas funciones dentro del organismo porque está en todas las membranas de las células del cuerpo, en especial en el sistema nervioso central. Además se usa para fabricar ácidos biliares indispensables en el proceso de digestión de la comida y en la producción de hormonas sexuales como los estrógenos y andrógenos. Por lo tanto, si no existiera no podríamos pensar, comer y, aun peor, tampoco reproducirnos. Si bien el tipo de alimentación tiene una importante influencia en los niveles de colesterol, también existen factores genéticos que predisponen a tener más o menos colesterol. Muchos pacientes me dicen: «Doctor, sólo como verduras y tengo colesterol alto». Es porque están predispuestos genéticamente. Usemos una metáfora para entenderlo. El colesterol no sabe nadar, ya que es una grasa y no puede circular libremente en la sangre, necesita que lo transporten. Para esto, se une a proteínas y forma las lipoproteínas, a las que llamaremos los «barcos del colesterol». Estos varían según el tamaño del barco, la cantidad, el tipo de carga que lleven y la función que cumplan. La tripulación del barco está formada por las proteínas que se llaman apoproteínas, de las cuales tenemos desde el capitán hasta los marineros, dependiendo de la tarea que se designe. La carga de los «barcos» está formada por el colesterol y otras grasas, como los triglicéridos. Los «malos» son los LDL, que poseen más carga de colesterol que el resto, y tienen un tripulante que lo ancla a la pared interior de los vasos y forma la ateroesclerosis. Los buenos son HDL, que tienen un tripulante que se encarga de sacar el colesterol de la sangre para transportarlo al hígado, donde se elimina. Sería algo así como un Pacman que limpia. Se consideran valores normales de colesterol aquellos que están por debajo de 200 mg/l, pero desconocemos hasta cuál es su límite inferior y si llega un punto en el cual el beneficio de bajarlo se pierde. Un ejemplo es en la presión arterial, cuando la bajamos mucho el beneficio desaparece, incluso puede ser perjudicial y producir complicaciones. Tal vez los valores que consideramos «normales» estén todavía muy por encima de los valores biológicamente aceptables. Estudios en poblaciones aborígenes de cazadores/recolectores registraron valores de colesterol entre 100 y 150 mg/dl, muy por debajo de los niveles considerados aceptables en los países occidentales. Otros ejemplos son los recién nacidos sanos, en quienes el colesterol se ubica en el rango de entre 30 y 70 mg/dl, y en los primates adultos sanos el promedio es entre 40 y 80 mg/dl. Lo mismo pasa con los mamíferos como el caballo, el jabalí, el rinoceronte o el elefante, en los cuales ronda en 110 mg/dl. Probablemente sea por ello que al partir de valores ya de por sí altos, cualquier descenso del colesterol que hagamos se traduzca en beneficios clínicos. 31 Una epidemia del siglo XXI La Encuesta Nacional de Factores de Riesgo reveló que en los últimos años aumentó la cantidad de personas con sobrepeso. Hoy más de la mitad de los argentinos no tiene un peso normal y el 18 por ciento es obeso. Constituye un factor de riesgo cardiovascular que actúa en forma independiente y además favorece el desarrollo de hipertensión arterial, colesterol elevado, ataque cerebral, diabetes, muerte súbita e infarto. Tener un poco de panza dejó de ser sólo un problema estético, y la grasa que se encuentra entre las vísceras reflejo de un buen pasar. Hoy sabemos que esa grasa cumple la función de un órgano que produce sustancias que actúan en forma local y a distancia. Les envía información a través de las llamadas adipokinas al hígado, páncreas, cerebro y los músculos, con algunos mensajes muy buenos y otros muy malos. Así que cuando vemos a alguien con un poco de abdomen y le medimos el perímetro de cintura sabemos que tiene un riesgo aumentado, que podemos modificar con el simple hecho de que descienda de peso. La epidemia de obesidad también podemos considerarla como consecuencia de un cambio cultural. La humanidad tiene 80.000 generaciones y en las últimas doscientas hemos cambiado sustancialmente el estilo de vida. Somos más sedentarios, pasamos horas frente al televisor o la computadora y cambiamos la forma en que nos alimentamos. Hoy las porciones son enormes, consumimos gran cantidad de azúcar y harinas. La obesidad fue identificada por mucho tiempo como consecuencia de falta de voluntad y autocontrol del paciente, se le echaba la culpa al gordo. Las investigaciones científicas demostraron que es una enfermedad crónica con una variedad de causas subyacentes. El tratamiento debe tener como pilar el cambio de los hábitos alimentarios, la actividad física y de ser necesario podemos contar con medicamentes y cirugía que constituyen herramientas que permiten el control. Un diálogo con el cerebro El control del peso se encuentra en el cerebro, más precisamente en el núcleo arcuato del hipotálamo, y si tengo hambre se activa el lóbulo frontal, el poder ejecutivo del cerebro. Cuando comemos se produce la liberación de muchas hormonas y neurotransmisores en diferentes órganos del cuerpo, hormonas como insulina, grelina y leptina, cada una con funciones específicas. La insulina la libera el páncreas y regula el nivel de azúcar en sangre y disminuye el apetito. La grelina la produce el estómago e informa al cerebro cuándo el estómago está vacío, constituyéndose en un estimulante del apetito. Y la leptina la produce el tejido adiposo y transmite al cerebro la cantidad de grasa que tenemos en el cuerpo. Esta última disminuye el apetito y aumenta el gasto de energía, por eso se la denomina hormona antiobesidad. 32 Muchos autores consideran a la obesidad como un desorden en el aprendizaje, una alteración del sistema de recompensa. Comer es algo fisiológico y no puede ser una conducta adictiva porque respondemos a una necesidad del organismo, y el placer que encontramos en comer conforma una respuesta natural. Comer da recompensa y calma el estrés porque interviene un neurotransmisor llamado dopamina, descubierto por los químicos suecos Arvid Carlsson y Nils-Åke Hillarp. Es responsable de las sensaciones placenteras y se libera en respuesta a una recompensa: si pienso en algo bueno se libera dopamina. Un ejemplo escómo entrenan a los animales como las focas, que repiten la acción porque saben que obtendrán de premio un pescado. Pensemos que comemos un chocolate que se funde en la boca: esa sensación de placer produce la liberación de dopamina. Para los que consideran a la obesidad como un desorden de aprendizaje y no una adicción, esta reacción es la misma que le permitió sobrevivir a la humanidad. Sin dopamina cuando tenemos sed o hambre no buscaríamos agua ni comida y no hubiésemos sobrevivido. Una teoría es que las personas obesas tendrían menos receptores de dopamina en su cerebro y, por lo tanto, necesitan comer más cantidad para compensar ese déficit y sentir la misma satisfacción que el común de los mortales. Los niveles de dopamina basal tienen que ver con la vida que tuve (infancia, logros). Hay personas que tienen bajo nivel de dopamina y la pasan mal, son los pesimistas. Existen publicaciones científicas que muestran que las personas hostiles, pesimistas y los que están sometidos a un estrés crónico tienen más grasa visceral y por ende más enfermedad cardiocerebrovascular. Hay un movimiento gastronómico llamado Mood Food que propone incluir en el menú cotidiano los alimentos que activan neurotransmisores cerebrales ligados a la felicidad, el buen humor y el placer. Estos alimentos promueven la producción de endorfinas y serotoninas, sustancias que generan sensaciones de felicidad y de bienestar y son claves para tener mayor concentración, sueño reparador y además actúan como analgésicos naturales. Los alimentos que promueven la producción de serotonina son leche, yogurt, queso, banana, pastas, avena, cereales, pan y la vitamina C. Además del chocolate existen otros alimentos que generan la dopamina, como banana, palta, carne, leche, almendras, huevos y porotos de soja. Una vieja historia El hombre primitivo ya intuía la importancia que tiene el corazón: en las pinturas rupestres de Altamira y El Pindal en España, y Lascaux y Niaux en Francia, que datan de 25.000 años atrás, se han encontrado mamuts o bisontes con el corazón marcado, signo del sitio más vulnerable del animal. El corazón era considerado por la civilizaciones china, hindú, egipcia, hebrea, griega y romana como el centro del entendimiento, del valor y del amor. Médicos griegos en el siglo IV a.C. estudiaron la circulación de la 33 sangre y resaltaron la importancia del pulso en reflejar la actividad del corazón. Cuenta la leyenda que Erasístrato (300 a.C.) fue llamado por el septuagenario rey de los sirios para que cure al hijo que se moría. Después de un examen atento, el médico pidió que todas las mujeres que vivían en la corte desfilaran frente al enfermo. Al pasar la esposa del rey, muy joven y bella, notó que el pulso del joven comenzó a latir en forma rápida e irregular. Comunicó el diagnóstico al rey y este resolvió separarse de la esposa para que se casara con el hijo, quien se curó definitivamente. Es la primera vez que se pone en evidencia la relación del ritmo cardíaco y las emociones amorosas. Quizás a partir de ese hecho el corazón es estrechamente relacionado con el amor. Los egipcios conocían las características anatómicas del corazón por la extracción de las vísceras que hacían a las momias, y lo consideraban el órgano donde se localizaba el pensamiento, los sentimientos y desde donde partían vasos huecos que tenían como función conducir los «alimentos». Según ellos, el corazón era capaz de guardar todos los hechos buenos y malos que en el transcurso de la vida una persona puede acumular. Al fallecer, el corazón era pesado en una balanza contra una pluma y si era más liviano se ganaban la felicidad eterna. La medicina no puede ser considerada como tal hasta que no se disoció de la magia y de la religión. Con el médico griego Hipócrates se inició el período de la medicina racional empírica, y es considerado el padre de la medicina. En la Grecia antigua uno de los requisitos que le pedían al médico era que le informara al paciente de su dolencia; tenía la responsabilidad de comunicarle al enfermo su estado. Y definían a un buen médico mediante la metáfora del navegante: uno puede estar arriba de un barco y la mayor parte de las veces no sabe si el que maneja es un experto, porque no sucede nada. Pero en el momento que se está en medio de una tormenta sabemos si estás con un navegante experto porque los resultados aparecen inmediatamente. Luego Galeno, nacido en Pérgamo, y que vivió en Roma durante gran parte del siglo II, propuso que por las arterias circulaba la sangre —que era producida por el hígado— y no aire, como se sostenía hasta entonces. Al médico ingles William Harvey le debemos la compresión científica del corazón. En 1628 en su libro Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus, describe correctamente la circulación de la sangre y dice que era bombeada alrededor del cuerpo por el corazón en un sistema circulatorio. Un avance importantísimo en el desarrollo de la cardiología fue la invención del estetoscopio por René Laennec en 1819 y la descripción de los sonidos cardíacos en su famoso De l’Auscultation médiate. Pasaron muchos años hasta que la cardiología surgió como especialidad a comienzos del siglo XX, como consecuencia de los adelantos científicos que permitieron estudiar el corazón y despertar la inquietud en los médicos. El descubrimiento de los RX por Wilhelm Roentgen en 1895 fue uno de esos avances, luego se describió un método para medir la presión arterial con una cámara de bicicleta de 4 a 5 centímetros de ancho que se colocaba en el brazo como manguito, se inflaba con una pera, y se palpaba el pulso y se obtenía sólo la presión máxima. 34 Poco tiempo después, en 1904, el médico militar ruso Nikolai Korotkov puso un estetoscopio y describió los ruidos de Korotkov y posibilitó de esa manera medir la presión mínima. Método que perdura hasta la actualidad. Un hecho fundamental en la historia de la cardiología fue cuando descubrieron que el corazón generaba electricidad y Eithoven la registró desde el exterior del cuerpo, dando nacimiento al electrocardiograma. En 1929 un joven médico alemán, Werner Forssman, planteó en un artículo de una revista científica alemana que si el francés Claude Bernard había introducido un delgado tubo dentro del corazón de un caballo, por la vena del cuello, ese método podría ser muy útil para administrar drogas durante una emergencia en la sala de operaciones. Después de practicar la técnica en un cadáver, decidió realizar el experimento en sí mismo. Se introdujo un catéter uretral en la vena de su brazo y lo llevó hasta el corazón, controlando la introducción por radioscopia con la ayuda de un espejo, luego se dirigió al Servicio de Radiología para obtener una placa que demostrara la experiencia. Repitió lo mismo en cinco oportunidades antes de enviar el trabajo a publicación. Cuando apareció el artículo el jefe lo echó del hospital con estas palabras: «Con esto no se puede empezar nada en cirugía. Con estos números se presenta uno en un circo y no en una respetable universidad alemana. Retírese de mi departamento inmediatamente». En 1956 Forssman recibiría el Premio Nobel de Medicina. En 1932, los doctores Pedro Cossio e Isaac Berconsky realizaron en Buenos Aires el primer cateterismo cardíaco de América y el tercero en el mundo, luego de los efectuados por Forssman y Carlos Jiménez Díaz en Madrid. El cateterismo cardíaco, que consiste en llegar por intermedio de un catéter al corazón e inyectarle material de contraste, en un comienzo permitía medir las presiones internas, ver el tamaño, los volúmenes y el movimiento de las paredes cardíacas. En una sesión por casualidad encontraron las salidas de las arterias coronarias y al inyectarle material de contraste observaron el recorrido por las paredes del corazón. Sin este descubrimiento-diagnóstico René Favaloro no habría podido revolucionar la cardiología a través del perfeccionamiento de la técnica del bypass. En los últimos cincuenta años los avances en el diagnóstico y
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