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Análisis Santa de Ferico Gamboa

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Análisis de Santa de Federico Gamboa
Literatura Mexicana II
Docente: Mtro. Francisco Javier Larios Medina
Alumno: Raúl Martín Hernández Juárez
Segundo Semestre Sección: 2
Escuela de Lengua y Literaturas Hispánicas
Facultad de Letras
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
Federico Gamboa nos presenta en su obra cumbre, Santa, una manera de retratar la vida tan peculiar como no se había venido realizando en la época; fue uno de los principales representantes de la corriente del naturalismo mexicano, pues en las páginas de Santa plasma con una maestría los más mínimos detalles que están presentes en la realidad cotidiana y que, por el ritmo de vida o el desinterés de las personas que a través de ella transitan, pueden llegar a pasar completamente desapercibidos; detalles con los cuales logra zambullir al lector en la obra, hacerlo que se mezcle con las hojas y que se traslade hacia los paisajes más recónditos que en su obra se presentan, sentirse parte del ambiente y llegar prácticamente a conocer los lugares que la protagonista de la obra, de nombre homónimo, transitó a través de su turbulenta vida.
La novela fue publicada en 1903, sin embargo está ambientada en el siglo XIX, cuando México ya ha pasado por la ruptura con España y se encamina hacia el rumbo de ser una nación independiente, podemos interpretar que puede ser hacia la segunda mitad del siglo, puesto que las instituciones ya están más establecidas que lo que estaban en la etapa armada y de reestructuración que trajo consigo el movimiento de Independencia como lo muestran las instituciones penales que toman parte en el juicio de aquel que comete un asesinato contra un pretendiente de la protagonista de la novela, así como las instituciones médicas que se presentan en la obra, y las culturales que ya se encuentran en posición de albergar eventos y cantidad considerable de personas en sus recintos. Uno de los rasgos sociales más importantes que podemos percibir dentro del texto es la organización en la que todavía existen ambientes cortesanos, donde se dedican la mayor parte del tiempo a asistir a bailes, funciones de teatro, veladas organizadas por la gente de más prestigio y mejor posición económica. Justamente en estos ambientes es donde se desenvuelve Santa, una joven de no más de veinticinco años que por azares del destino fue a caer en la profesión más vieja del mundo: la prostitución. De origen humilde y pobre, fue echada de su casa a corta edad y sin tener las más mínimas herramientas para poder incorporarse al mundo laboral de su época, pues siempre había sido una niña consentida por sus dos hermanos mayores y su madre. La razón del desprecio de su familia fue que un día se percataron que había quedado embarazada de un militar que partió con su batallón al pueblo siguiente sin dejar aviso, dejándola sola y con una criatura en el vientre, la cual abortó en un esfuerzo por realizar sus labores diarias extrayendo agua del pozo más cercano a su hogar; su madre se percató de semejante situación y no dudó en llenarla de regaños, aunque como madre no dejó de auxiliarla a que recuperara su salud, pero solo hasta estar lo suficientemente bien para echarla de su casa diciendo pestes de ella, junto con sus hermanos, augurándole la más grandes desgracias en la vida por haber manchado el honor de la familia. 
¿Qué habrá pasado por la mente de Santa cuando decidió asistir a la casa de una señora de apariencia grotesca, que le ofreció trabajo bien pagado y sin demasiado esfuerzo en una de las ferias del pueblo? Las respuestas podrían inclinarse probablemente más a que por el abandono del hombre a quien había entregado su virginidad y al aborto repentino que sufrió, pero contrario a lo que podría pensarse, a mí parecer ese no fue el factor determinante para que Santa decidiera tomar ese camino, ya que muchas mujeres se ven, desafortunadamente, en situaciones semejantes y logran salir adelante, ya sea con un crío o no de por medio, todo con la ayuda de sus familiares y amigos que están ahí para tenderle una mano cuando la necesite; eso, la falta de apoyo por parte de la familia fue lo que a mi juicio terminó por desembocar en el fatal destino de Santa, pues si hubiera tenido una palabra de aliento a tiempo, talvez hubiera sufrido el abandono y la decepción amorosa, por la que todo ser humano debe pasar en algún momento de su vida, pero hubiera salido avante de ella y seguido con su vida lo más normal posible; y todo eso aunado a la falta de preparación laboral que tenía, pues, en esa época el papel de la mujer estaba relegado a no ser más que sirvientas, y como ella había sido una niña que no se vio obligada a aprender ese oficio, sus oportunidades estaban reducidas drásticamente. Así fue como Santa se vio envuelta en el mundo de la prostitución, al principio tuvo un fuerte miedo y pensó en tirar la toalla, pues todavía tenía una pizca de decencia y buen juicio en su cuerpo, que la hacían sentirse avergonzada de estar tomando ese camino, pero no fue más muerte el honor que las ganas de comer. Pasado el tiempo, Santa se fue asentando más en su modo de vida, cada vez hablaba con más soltura en las tertulias cortesanas a las que era invitada, cada vez se sentía mejor en los carruajes en que era trasladada de la casa de citas hasta el teatro en que se presentaría una obra de gran renombre; todas estas características nos dejan ver cómo la obra está recreada en un ambiente en que la gente de buena posición social solía pasar su tiempo en eventos de índole cultural, transitaba por calles aún empedradas, al más puro estilo colonial, debido a que la urbanización todavía no hacía estragos en la ciudad y se le podía apreciar en su más pura esencia, sin que tantos factores externos, como actualmente sucede, opacaran su belleza. Otro de los aspectos que no deben quedar a un lado es la presencia de la costumbre tan arraigada que nos legó el pueblo español: las corridas de toros; a estas nos lleva el autor a través de un personaje que es mayormente conocido como “el jarameño”, por el río cercano a su ciudad de origen, vale mencionar que esta tradición estaba mucho más difundida entre estratos sociales más bajos, aunque los de posiciones más altas no quedaban exentos de asistir a estos eventos. 
Federico Gamboa en su obra no pretende realizar un juicio positivo o negativo del andar de sus personajes, pues el narrador no emite expresiones que nos pueden indicar que estaba a favor o en contra de la prostitución, en cambio, los personajes sí llegan a hacer juicios de las mujeres que se dedican a esta “profesión”, lo cual es un recurso utilizado para manifestar la perspectiva que se tenía en su momento de esa actividad. La sociedad siempre ha sido de una doble moral desvergonzada y esa época no iba a dejar de serlo, tal es el caso de los parroquianos que se presentan a los prostíbulos a saciar sus necesidades carnales, pero que a la luz de la sociedad satanizan a estas mujeres por vender su cuerpo al mejor postor; su misma madre y hermanos al enterarse que Santa se había entregado al vicio y mala vida la tacharon por la peor persona que habitara en este mundo, de igual manera en la escena donde llega por vez primera a la casa de Elvira, la encargada del negocio, Santa busca esconderse de la gente que pueda notar su presencia y entrada a dicha casa, pues ella misma es consciente de la bajeza que está a punto de cometer; en resumidas cuentas el negocio de la prostitución era percibido como lo peor en lo que podía caer una mujer y las hacía despreciables. Al pasar de los años podemos notar que esta perspectiva ha cambiado un poco, o mejor dicho se ha ido atenuando, pues al transcurrir del tiempo, más entrado el siglo XXI que el XX, la mujer ha sido partícipe de una liberación en su desenvolvimiento social que la ha hecho visible en la sociedad, de modo que muchos cargos que antes ni se pensaba mínimamente pudiera ocupar, ahora los desempeña con gran eficiencia, incluso mejor que muchos hombres; esto provoca un desenvolvimiento más amplio de su sexualidad,pues ya no se tiene tanto el pensamiento de que la mujer debe llegar virgen al matrimonio y se permite explorar más los mundos que antes solo estaban reservados para los hombres, razón por la cual la sociedad ha dejado de “tachar” un poco el andar de ese tipo de mujeres, no con un entendimiento total, sino con una tolerancia a que cada quien lleva el barco de su vida como mejor le convenga, y cabe mencionar que ya en nuestras fechas también los hombre se ven envueltos en esa profesión, con lo que se ha equilibrado un poco el asunto de la percepción, pero sin dejar de haber personas que creen que tienen el dedo para poder señalar y enjuiciar a cuanto se les antoje.
Gamboa, al final de su obra, nos deja entrever lo que se podía percibir como una pequeña moraleja o enseñanza religiosa, ya que después de todas las vicisitudes en las que se vio envuelta Santa y su fiel compañero Hipólito, –un pianista ciego, poco más grande de edad que ella y de una vida mísera y pobre –nunca dejaron de creer en Dios, y mantuvieron una fe que muchos, con menos penurias que ellos, habrían perdido al primer intento, con lo que se puede percibir un ligero tinte religioso, pues pone de manifiesto la misericordia de Dios para con las personas que le han faltado hasta en su más alto grado, y del lado de los personajes, manifiesta un arrepentimiento que, si bien no termina en redención, logra darle un aire nostálgico a la obra. 
Los personajes de Gamboa son muy peculiares, pues a diferencia de muchos otros, como sucedió en el Barroco, donde eran de moral doble y fingida, con intenciones retorcidas y pensamientos no muy claros, hasta parecía que estaban disfrazados por una capa que encubría su personalidad real, como sucede con el protagonista de la comedia La Verdad Sospechosa de Don Juan Ruiz de Alarcón, que va por la vida propagando mentiras a diestra y siniestra, mientras que sus verdaderas intenciones se esconden tras ellas; los de Gamboa se muestran sin máscaras, tal y como son, sin mentiras de por medio, sin pretensiones dañinas, o al menos no encubiertas, simplemente son personas de la vida real y cotidiana, aquellos que simplemente van luchando por salir adelante día a día, y aunque parecen ser a primera instancia demasiado mártires y se puede pensar que el autor ha exagerado en su creación por lo mísera de su vida, lo verdadero de las cosas es que la vida siempre se encarga de sorprendernos y demostrarnos que la más de las veces la ficción se queda corta en relación a la vida, pues a fin de cuentas la literatura surge de algún punto en la mente del creador y este creador pertenece, aunque a veces se ausente, al mundo real; así creo que los personajes que ahí se encuentran son completamente factibles de aparecer en la vida y no dudo que más de alguno de nosotros ya se haya topado con un Hipo mendingando dinero, o una Santa de esquina que le haya ofrecido sus malbaratados servicios.
Final alternativo
[…] Sonaban las diez de la noche cuando el simón se detenía en la casa de Hipólito; por lo que el ferrado y arcaico zaguán estaba cerrado ya, circunstancia que no desagradó al pianista, pues le ahorraba la curiosidad de los vecinos que, seguramente, excitaríanse muchísimo si lo vieran entrar a su domicilio acompañado de una mujer […]
Jenaro, el lazarillo de Hipo, los acompañó hasta el cuarto en que iban a descansar; Santa llegó arrastrando los pies, se veía muy desmejorada, no era para menos, los estragos de su viciosa vida ahora se hacían presentes a manera de achaques, dolores de piernas, pequeñas punzadas constantes en las sienes que ni con la gran cantidad de pastillas que tomaba lograba disminuir; apenas tuvo fuerza para mantenerse en pie hasta llegar a la cama, si se le puede llamar cama, era más bien un catre con colchón roído por el animal más feroz, el tiempo; pero aun en esas condiciones Santa no pudo más que agradecer las atenciones que los dos tenían para con ella:
· ¡Hombre Hipo, cuán maravillosa es tu casa! Nunca imaginé que vivieras en un lugar tan bonito, se respira un aire de tranquilidad inmejorable, que dichoso debes de sentirte…— no pudo terminar su discurso de adulación hacia la casa, pues lo vio con un semblante serio, sombrío e incluso tenebroso.
· ¡Calla, Santa! no tienes por qué echar flores al desierto, puede que no vea lo que es mi hogar, pero sí sé que no es nada de todo eso que tú estás diciendo, y más cuando has estado acostumbrada a lugares tan lujosos.
· No, Hipo, no es mentira —interrumpió Santa al momento —tu casa es muy bonita, no lo digo por compromiso ni por tratar de hacerte sentir bien, pero es que si hubieras visto los lugares por los que tuve que andar vagando antes de que me encontraras enferma y convaleciente en esa última casa, estaría de acuerdo conmigo que esta es la gloria…
· ¡Enferma! Cómo fui a olvidarlo y dejarlo pendiente, olvida ya el tema de la casa y ayúdame a marcarle a mi amigo del hospital para que venga a verte lo más rápido posible, anda, de aquel lado de la cabecera de la cama hay una pequeña libreta café, me la regaló Jenaro en mi último cumpleaños, ahí tengo anotados todos mis contactos conocidos.
Santa se dirigió a donde le había indicado Hipo, levanto los tiliches que ahí se encontraban, sacudió el polvo de la libreta, y se dispuso a abrirla para buscar el teléfono del médico; cinco contactos eran los que en esa libreta estaban malas escritos por Jenaro: dabid, el portero: 5378905, doña elbira 5124768, juaqin, el del carruaje, 5437890, pepa, la ayudante de elbira, 5873256 y por último el del doctor que de tantos apuros lo había sacado doc pepe, 5234765. La muchacha no pudo resistir la tentación de seguir hojeando el pequeño tesoro de Hipo, cuando de pronto vio que unas fotografías se deslizaron y cayeron al suelo, sonido que inmediatamente reconoció Hipo:
—Santa, ¿Qué anda usted haciendo?
—Perdóname, Hipo, pero me entró la tentación ¿es tu madre? Era muy guapa
—Sí, fue lo único que me dejó cuando me abandonó en aquel convento de ciegos, atrás trae un mensaje que me dejó en braille para que yo pudiera leerlo
— ¿Y qué dice, Hipo? Anda dime 
—A ver pásamela, tengo tanto que no la toco que ya ni me acuerdo de cuáles son las palabras últimas que me dejó mi madre —A tientas, el ciego comenzó a pasear sus amaestrados dedos musicales por la espalda de la foto y empezó a pronunciar a modo de sílabas aisladas lo que en esa foto decía “Perdóname, angelito, perdóname tú, porque Dios ni de broma, espero alguien pueda apiadarse de ti, te ama, tu madre”. Una lágrima comenzó a rodar por la mejilla del ciego, brotando de sus ojos blancuzcos que tanto miedo daban si se les veía de frente, pero a los que Santa ya se había acostumbrado de tanto mirar; no hizo más que contemplarlo, compadecerse y brindarle un fraternal abrazo para poder sanar un poco las heridas que la vida le había causado. 
—Vamos, vamos, ya sin tanto lloriqueo que hay cosa más importantes, saca el número del doc y unas monedas que están en el cajón de la repisa —ni tarda ni perezosa Santa obedeció al mandato del ciego, tuvieron que encaminarse ellos solos al teléfono público que estaba a una cuadra de la casa, pues Jenaro se había quedado dormido en el sillón de tan ajetreado día que había tenido, y no quisieron despertarlo.
Ya en la cabina de teléfono, Santa comenzó a marcar el teléfono, introdujo las monedas y esperó a que se hiciera presente el timbre para pasarle la bocina a Hipo.
—Bueno —contestó el doctor un poco amodorrado por la hora en que llamaban.
—Qué tal pepe, soy yo, Hipo, ¿me recuerdas?— el doctor tuvo que hacer un esfuerzo descomunal entre el largo periodo que había transcurrido desde la última vez que se habían visto y la somnolencia que lo poseía para poder acordarse de él.
— ¡Hipo, sí ya recuerdo! El ciego de aquel lugar donde tocan la mejor música de arrabal ¿qué te lleva a marcarme a estas horas y con semejante apuro? 
—Una disculpa, pero es que es urgente, una de las damas de ahí, Santa, se ha venido a vivir conmigo y quiero que la veas, está mus desmejorada y con un mar de dolores,¿puedes mañana?
— ¡Santa, cómo olvidarla! ¿Vive contigo? Bueno, ya mañana me cuentas con calma, estaré ahí a primera hora.
—Gracias, Pepe, no sabes cuánto lo agradezco, por aquí te espero mañana.
Las horas transcurrieron más lentas que de costumbre, apenas y pudieron pegar los ojos, Santa por la presencia de sus dolencias, e Hipo por el nerviosismo de estar por vez primera en la cama junto a una mujer que no fuera su madre y por la incertidumbre de saber qué era lo que tenía su amada. 
Eran las 8 de la mañana cuando sonó el portón de fierro, salió Jenaro apurado a abrir la puerta:
—Pase, pase doc, la enferma está esperando, ayer tuvo una calentura de mil demonios, le pusimos lienzos de agua fría para que se pudiera controlar y parece que hoy amaneció mejor, pero quién sabe cuánto dure —el doctor se dirigió hacia el cuarto donde estaba Hipo, cruzado de brazos y simulando un rezo para poder, en su impotencia, ayudar a Santa; inmediatamente se percató de su presencia:
—Doctor, qué bueno que pudo venir, pase, está usted en su humilde casa, mire, ¿Cómo la ve? ¿Cree que la pueda ayudar? —El doctor, al verla, se puso con semblante serio, pues la veía bastante demacrada y muy débil 
—No lo sé, tendría que hacer estudios, pero salen un poco caros, y no creo que tú Hipo…
— ¡Basta! que cuesten lo que cuesten, yo pago por mi compañera lo que sea necesario —interrumpió al doctor y se dirigió a un cajón debajo de la cama de donde extrajo un puño de billetes que había ido guardando a lo largo de su carrera.
— Está bien, Hipo, si quieres no la podemos llevar enseguida para poder hacerlos de una vez y ganar tiempo al tiempo si es que es algo muy grave.
Ni tardos ni perezosos, ambos ayudantes de Santa prepararon las cosas para trasladarla de inmediato al hospital donde se le realizarían los estudios, tomaron el transporte más cercano y se dirigieron a la clínica. Una vez dentro, el nerviosismo inundó a los tres por igual, santa por el miedo de saber qué era lo que le producía los achaques, Hipo por el miedo de perder a su amada ahora que ya la tenía con él, y Jenaro porque no sabría qué haría si un funesto destino acompañara a Santa, y su amo se viera una vez más lastimado por la vida, no sabría si se iba a poder reponer de esta.
—Vamos, ya está todo preparado, hay que moverla a la silla de ruedas para que la lleven a internar y preparen todo para los estudios
Jenaro, junto con las enfermeras y el doctor fue el único que pudo ayudar, pues Hipo no podía ni con él mismo, el traslado no presentó problemas de ninguna índole, las enfermeras eran muy atentas y trataban de que Santa se sintiera lo más relajada posible antes de la exploración de la que iba a ser producto.
Afuera, en la sala de espera, Hipo se carcomía las uñas de los dedos por saber qué era lo que estaba sucediendo, el proceso duró solamente una hora, pero a él le parecieron miles.
— ¡Hipo!— gritó el doctor quitándose los guantes un poco ensangrentados —ya tenemos los resultados de la exploración y los análisis de sangre y temo decirte una cosa…—el ambiente se heló por completo con las palabras que profirió el doctor, Hipo tuvo que sentarse, pues sus débiles pies y su diezmado carácter no podría aguantar una fúnebre noticia
— Santa tiene sida— dijo, tratándole de hacer la noticia un poco menos pesada y más digerible —Esas palabras cayeron como balde de agua fría en los oídos del ciego, inmediatamente Jenaro le tendió una mano a señal de consuelo, pero Hipo se encontraba ensimismado, por su mente pasaban todas las historias que había escuchado sobre mujeres que han tenido ese padecimiento y que han tenido tan trágico desenlace, en condiciones tan deplorables.
—Y ¿Cuánto tiempo le queda de vida?—preguntó el ciego armándose de valor y ahogando en un sollozo las lágrimas que surgían de su pecho, subían por sus pulmones desairados, pasaban por la garganta donde se ahogaban y llegaban disminuidas en forma de dos simples gotas hasta los ojos tenebrosos que se empeñaba en cerrar con más fuerza para impedirles el paso.
—No podría decirte, Hipo, actualmente hay muchas investigaciones para poder tratar la enfermedad, pero no existe cura, podemos alargar y hacer que su vida sea llevadera, pero va a necesitar de mucho apoyo y de infinitos cuidados.
— ¿Cuándo la podré ver? —preguntó resignado y secándose la lágrima necia que había brotado y ahora resbalaba por su mejilla
· En un par de horas, Hipo, ahorita está dormida descansando, espera un par de horas.
El ciego y su lazarillo salieron del hospital para buscar algo de comida y tomar un respiro de tan ajetreada mañana, en la que se les revelaba un destino, todavía lleno de penurias y problemas. 
Santa iba despertando de la anestesia cuando se percató de ello Jenaro que avisó a Hipo y dio un salto del sillón para ir a abrazarla.
—Con calma, señorita, no hay prisa por que se levante —advirtió un tanto molesto el doctor a Santa en cuanto vio que buscaba levantarse de su silla apresuradamente
— ¿Cuánto llevo aquí dormida? —preguntó desorientada
—Un par de horas, Santita, es que ha de haber sido muy cansado eso que te hicieron —respondió Hipo muy a la carrera y sin pedir permiso al doctor para intervenir en la conversación.
—Señorita Santa, ya tenemos los resultados de los estudios que le realizamos hace un par de horas —agregó Pepe retomando el hilo de la conversación después de la interrupción de Hipo
— ¿Es muy grave, doctor, dígame de una buena vez, me voy a morir? —preguntó santa, más resignada que preocupada, sabedora de la vida de riesgos que había llevado y de la infinidad de enfermedades a la que se había visto expuesta en sus tantas noches con los compradores de caricias.
—Morirnos todos, señorita, el problema es cuándo.
—No es eso a lo que me refiero, doctor, usted sabe, mañana, pasado, más pronto que ustedes pues —agregó ella un tanto indignada con el comentario sarcástico del médico
—Usted, mi estimada joven —aquí se notó un cambio en la voz del médico completamente drástico, el ambiente se sintió un tanto tétrico, pues la ocasión lo ameritaba, no se dan este tipo de noticias muy a menudo —usted, mi estimada Santa —repitió el doctor tratando de aminorar el dolor que estaba a punto de causarle, pues una cosa son los síntomas y otra muy diferente es la conciencia de la enfermedad, el saber que tus días están contados y que poco o nada puedes hacer para contrarrestarlo —Usted ha contraído sida —terminó el doctor con estas perturbantes palabras.
Santa quedó completamente fuera de este mundo, en su interior sentía un cúmulo de sentimientos, no sabía que decir, qué hacer, si mal decir a ese Dios que tanto le había quitado de un tiempo para acá, si agachar la cabeza y saber que lo merecía por tantas cosa malas que había hecho, si mal decir al maldito bastardo que se había atrevido a meterse con ella, aun a sabiendas de que era portador de la incurable enfermedad, si es que lo sabía, y no andaba por ahí inconscientemente metiéndose con quien su cartera se lo permitiera.
—No me imagino cómo se siente, pero es mi deber avisarle, desafortunadamente no existe cura para esta enfermedad, pero hay muchos estudios y medicamentos que nos permiten ofrecerle una mejor calidad de vida, aminorar las dolencias; pero eso sí, va a tener que alejarse, por obvias razones sanitarias, de su actividad laboral y va a tener que someterse a un régimen completamente rígido de cuidados y de alimentación si es que quiere tener un nivel de vida decente.
—Muchas gracias, doctor, agradezco su completa sinceridad —dijo Santa después de secarse un par de lágrimas que habían rodado por sus mejilla, pues a pesar de todo, había soportado el golpe de palabras que, aunque seguían taladrando en su mente, y probablemente lo seguirían haciendo, no habían logrado derrumbarla —¿cuándo me podré ir? Ya me siento mejor
—Si usted quiere en este mismo instante, ya hicimos lo que teníamos que hacer, ya le administramos los medicamentos que debíamos, ahora solo queda llevar el tratamiento y seguir las indicaciones que le vayamos dando, ¿tiene usted familia que sepueda hacer cargo de usted?
—Sí, sí, sí, en Chimalistac —respondió con una mentira para evitar cuestionamientos sobre con quién se iba a ir, mientras terminaba de guardar sus cosas, pues no pensaba irse con Hipo, ya bastantes problemas le había causado como para que también tuviera que cuidarla el resto de sus días como a un bebé.
Se esperó a que Jenaro e Hipo se distrajeran pagando la cuenta en la recepción para escabullirse rápidamente detrás de las enfermeras y lograr que no la vieran, bueno, solo Jenaro, pues el otro era imposible que la viera; con una habilidad casi felina logró salir del hospital sin ser vista y se dirigió a tomar el transporte que la iba a llevar a quién sabe qué lugar. Mientras tanto, todavía en el hospital, Hipo y su lazarillo fueron al cuarto de Santa para informarle que todo estaba listo, que ya llevaban sus medicamentos y que debían irse a su casa, se llevaron una sorpresa al no encontrar más que la indumentaria del cuarto, vacío. Jenaro presintió el abandono de la chica y corrió rápidamente a la salida, temiendo que ya se hubiera ido y los hubiera dejado ahí sin ninguna explicación 
—Espéreme aquí, amo, deje voy a ver si está allá afuera, a lo mejor fue a comprar algo de comer.
— ¡Santa!, ¿A dónde crees que vas? —Gritó completamente fúrico al encontrarla dirigiéndose al carruaje más próximo — ¿A caso piensas irte así y abandonar a mi amo sin darle ninguna explicación?, no creí que fueras tan malagradecida, a parte ¿a dónde vas a ir? En casa de Elvira te van a sacar a patadas peor que a un perro, tus hermanos te odian, tu madre está muerta…— al decir estas últimas palabras Jenaro supo que había sido demasiado duro con Santa y que no le había dado oportunidad de réplica —discúlpame, Santa, pero es que me agarró el coraje, anda, ven, vamos, mi amo estará súper contento con servirte de por vida, y yo no tengo ningún problema en ayudarle, me has ayudado un montón y te debo muchas cosas.
Después de este regaño, volvieron los dos al hospital donde estaba Hipo que, al escucharlos llegar, se tiró a los brazos de Santa como un niño pequeño que busca los brazos de sus padres
—Santa, ¿a dónde pensabas ir? ¿Por qué no nos avisaste?
—Es que —Jenaro volteó a verla con unos ojos amenazadores que le advertían que no insinuara que estaba pretendiendo escapar —es que tenía hambre, Hipo, y fui a buscar un poco de comida, pero olvide que no traigo dinero y regresé a ver si me podían prestar un poco para un pan —mintió Santa, haciendo caso a las amenazas-consejos del lazarillo, para evitarle penurias al pobre ciego.
Después de comprar algo de comer para Santa, los tres partieron rumbo a casa de Hipo, instalaron las cosas de santa, que esta vez llegaba para quedarse, medianamente acomodaron un pequeño cuarto para que Santa pudiera tener un espacio en el cual refugiarse. Ahora comenzaba una nueva vida para todos, Hipo seguiría tocando en la casa de citas de Elvira para todos los malvivientes que buscaban aprovecharse de la necesidad de unas cuantas, Jenaro seguiría acompañando a su amo de por vida, pues ya no era su amo, ya había traspasado esa línea, ya eran más que amigos, pero menos que familia, solo ellos sabían lo que eran, solo ellos se entendían como si hubieran vivido juntos toda una vida; y Santa se retiraría de la vida de vicios, pues su salud se lo exigía, de ahí en adelante únicamente se preocuparía en servir a Hipo, lograría aprender las tareas domésticas que realizaría de buena manera, muy a pesar de su enfermedad que habían logrado controlar, pero que no pasaba desapercibida; y muy de vez en cuando asistiría a un grupo de alcohólicos anónimos, donde podría expresarse de manera libre y sin que nadie la juzgara, sería un lugar que le permitiría servir de espejo a las demás personas que todavía no habían cometido tantos errores en su vida y que aún estaban a tiempo de corregirla, solo bastaba que se vieran reflejados en ella para que aprendieran o experimentaran un poco en cabeza ajena y no tuvieran que caminar con sus propios pies por el infierno que son las adicciones y la enfermedad del SIDA. Esas actividades eran las que ocuparían a Santa el resto de su vida, vida que terminaría solo un par de años después del diagnóstico, pero vida que al final había logrado redimirse, pues había brindado un poco de felicidad a un pobre diablo del que hasta Dios se había olvidado. 
Anexo
La única novela con la que Carlos Fuentes incursionó en el género policial fue La cabeza de la hidra publicada en 1978; en esta novela aborda los problemas de corrupción en que se ve envuelto el país, al no existir ya, después de la nacionalización del petróleo por Lázaro Cárdenas, una forma legal de extraer el petróleo por parte de gobiernos internacionales, lo que lleva a crear una red de tráfico marítimo que un detective, ayudado de un colega buscará desenmascarar. La obra de desenvuelve en la década de los 70’s del siglo XX; el mismo Fuentes dijo sobre esta obra que había terminado bastante cansado de Terra Nostra y que necesitaba divertirse con algo, por lo que decidió experimentar con ella, teniendo por resultado un producto que, si bien no fue lo suficientemente valorado, marcó un saltó en su carrera literaria hacia otro género.

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