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Pobreza, desigualdad y religión creencias religiosas y atribuciones causales de la pobreza en México

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Artículo
REVISTA TEMAS SOCIOLÓGICOS N°30, 2022 | ISSN 0719-644X | ISSN 0719-6458 en línea | pp. 253-285 
DOI: 10.29344/07196458.30.3204 
Fecha de recepción: 23/03/2022 · Fecha de aceptación: 17/05/2022 · Fecha de publicación: 31/07/2022
Palabras clave: 
Atribuciones 
causales de la 
pobreza, creencias 
religiosas, pobreza, 
legitimidad 
de la justicia 
distributiva, 
meritocracia.
Pobreza, desigualdad y religión: creencias 
religiosas y atribuciones causales de la 
pobreza en México*1
Poverty, inequality, and religion: religious beliefs and causal 
attributions of poverty in Mexico
Pobreza, desigualdade e religião: crenças religiosas e 
atribuições causais da pobreza no México
David Eduardo Vilchis Carrillo**2
RESUMEN
Las atribuciones causales de la pobreza son las razones subje-
tivas de por qué la gente piensa que hay pobreza. Es importante 
estudiarlas porque permiten comprender la reproducción y legi-
timación de las desigualdades en la medida en que fundamen-
tan actitudes y respuestas ante la pobreza, como la aceptación 
o rechazo de implementación de políticas redistributivas o las 
representaciones sobre el merecimiento y la culpa de los resulta-
dos socioeconómicos de los individuos (Jaramillo-Molina, 2019). 
Considerando la persistencia de los altos porcentajes de pobla-
ción religiosa en México y que las creencias religiosas conforman 
un marco valorativo importante en la configuración de las cos-
movisiones de las personas (Zalpa & Offerdal, 2008), la presente 
investigación pretende explorar las relaciones entre creencias reli-
giosas y atribuciones causales de la pobreza a través de un análisis 
de regresión logística. Los resultados señalan que determinadas 
creencias como el providencialismo o el tradicionalismo tienen 
diferentes efectos sobre las atribuciones causales de la pobreza. 
Esto complejiza la comprensión de la relación entre pobreza, des-
igualdad y religión, al mismo tiempo que da luz para fomentar la 
*1 El presente artículo es parte de una investigación realizada entre junio de 2020 y mar-
zo de 2021, la que es financiada por el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IM-
DOSOC) en el marco del Seminario de Estudios sobre Religión y Desigualdades (ReDes).
**2 Maestro en Ciencia Política. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana. Ciu-
dad de México, México. vilca_eduardo@hotmail.com 
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Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
reflexión sobre la participación e integración de los creyentes en la 
lucha por el abatimiento de la pobreza y las desigualdades.
ABSTRACT
Poverty’s causal attributions are the subjective factors that ex-
plain why people perceive poverty exist. They allow us to un-
derstand the reproduction and legitimization of inequalities to 
underlying attitudes and responses towards poverty. The latter 
includes accepting or rejecting redistributive policies, meritori-
ous representations, and blame for individuals’ socioeconomic 
outcomes (Jaramillo-Molina, 2019). This study explores the re-
lationships between religious beliefs and causal attributions of 
poverty through a logistic regression analysis while considering 
Mexico’s high religious population and the critical value struc-
ture in individuals’ worldviews (Zalpa & Offerdal, 2008). The re-
sults indicate that certain beliefs, such as providentialism or tra-
ditionalism, affect causal attributions of poverty differently. The 
latter complicates the relationship between poverty, inequality, 
and religion while shedding light on devotees’ participation and 
integration in the fight to reduce poverty and inequality.
RESUMO
As atribuições causais da pobreza são as razões subjetivas do 
porquê as pessoas acreditam que a pobreza existe. O estudo 
dessas atribuições é importante porque permite compreender a 
reprodução e legitimação das desigualdades na medida em que 
fundamentam atitudes e respostas com relação à pobreza, como 
aceitar ou rejeitar a implementação de políticas de redistribuição 
ou as representações sobre o merecimento e a culpa pelos resul-
tados socioeconômicos dos indivíduos (Jaramillo-Molina, 2019). 
Considerando a persistência de altas porcentagens de população 
religiosa no México e que as crenças religiosas formam um con-
texto de valores importante na configuração das cosmovisões 
das pessoas (Zalpa & Offerdal, 2008), a presente pesquisa preten-
de explorar as relações entre as crenças religiosas e as atribuições 
causais da pobreza mediante uma análise de regressão logística. 
Os resultados indicam que determinadas crenças, como o provi-
dencialismo ou o tradicionalismo, apresentam diferentes efeitos 
sobre as atribuições causais da pobreza. Isso complica a com-
preensão da relação entre pobreza, desigualdade e religião, ao 
mesmo tempo em que lança luz para promover a reflexão sobre 
a participação e integração dos crentes na luta para reduzir a po-
breza e as desigualdades.
Keywords: Causal 
attributions of 
poverty, religious 
beliefs, poverty, 
legitimacy of 
distributive justice, 
meritocracy.
Palavras-chave: 
Atribuições cau-
sais da pobreza, 
crenças religiosas, 
pobreza, legitimi-
dade da justiça 
distributiva, meri-
tocracia.
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Pobreza, desigualdad y creencias religiosas: una 
introducción
La legitimidad de la justicia distributiva es un tema poco estudiado en 
Latinoamérica, pero es clave para entender las formas en las que se 
reproducen y legitiman las desigualdades, así como la configuración 
de las representaciones sobre el merecimiento y la culpa de los resulta-
dos socioeconómicos de los individuos (Jaramillo-Molina, 2019). Una 
de sus dimensiones es la percepción de la desigualdad (McCall, 2013), 
es decir, el entendimiento subjetivo de la naturaleza y las causas de la 
misma. Ahora bien, aunque desigualdad y pobreza no sin sinónimos 
(El Colegio de México, 2018), las atribuciones causales de la pobreza 
son una forma de aproximarse a las percepciones de desigualdad, pues 
del origen al que se atribuye la pobreza se desprenden las actitudes, 
valoraciones y comportamientos ante ella, los cuales pueden reprodu-
cir o combatir a las desigualdades.
Estas atribuciones causales pertenecen al orden de lo microsocial, 
es decir, al de las ideas, creencias e intereses que se forman e interio-
rizan desde la interacción social (Barozet & Mac-Clure, 2015). En este 
mismo orden también juegan un papel importante las creencias reli-
giosas, en tanto son “proveedoras de marcos de interpretación de las 
situaciones de pobreza y de injusticia social [...] y como generadoras 
de prácticas de transformación o de reproducción de estas situacio-
nes” (Zalpa & Offerdal, 2008, p. 13), es decir, las creencias religiosas 
pretenden dar cuenta del mundo y proporcionan pautas de com-
portamiento que funcionan como esquemas básicos proveedores 
de sentido para la acción social. Por lo tanto, las creencias religiosas 
pueden indicar qué es la pobreza, cómo la debes de valorar y cómo 
debes comportarte ante ella. En este campo, La ética protestante y 
el espíritu del capitalismo de Weber (2011) es la piedra señera, pues 
sugirió cómo los cambios en las creencias religiosas influyeron sobre 
las actitudes, intereses materiales y el comportamiento político-eco-
nómico de los individuos. 
En este sentido, más recientemente, Sandel (2020) señaló cómo en 
la narración de Job se encuentran las raíces religiosas de la meritocra-
cia, es decir, de la idea de que nuestro esfuerzo es suficiente para salir 
de la pobreza. Aunque desde nuestro pensamiento secular y posmo-
derno el relato bíblico del hombre que lo perdió todo por una apuesta 
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Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
cósmica puede parecernos infantil, en la meritocracia moderna preva-
lece la idea “de que el universo moral está organizado de tal modo que 
hace que la prosperidad esté alineada con elmérito y el sufrimiento 
con los actos inmorales” (Sandel, 2020, p. 50).
Así, el objetivo del presente artículo es indagar si las creencias re-
ligiosas pueden influir en que un individuo sostenga determinadas 
atribuciones causales de la pobreza. Para ello, se analizaron los resul-
tados de tres modelos de regresión logística con variables elaboradas 
a partir de los datos de México de la World Value Survey Wave 7. La 
revisión de literatura permitió delimitar tres atribuciones causales de 
la pobreza (individualistas, estructurales y fatalistas) y tres creencias 
religiosas (providencialismo y dos creencias eclesiológicas en cuanto 
a la autopercepción del creyente con respecto a su comunidad reli-
giosa). De esta manera, el texto está estructurado en cinco apartados. 
Tras esta introducción se presenta el marco teórico de la investigación, 
el cual culmina con la presentación de las hipótesis. Posteriormente 
se explica la metodología usada, particularmente en lo referente a la 
construcción de las variables, tras lo cual se presentan los resultados 
de los modelos. Finalmente, el artículo termina con la discusión de los 
resultados a la luz de la literatura y concluye con algunas consideracio-
nes finales respecto a sus alcances y sus límites. 
Atribuciones causales de la pobreza y creencias 
religiosas
Feagin (1972) propuso una tipología tripartita de atribuciones causales 
de la pobreza: individualistas, fatalistas y estructurales. Esta tipología 
se ha convertido en punto de partida para ulteriores estudios y ha sido 
utilizada por gran parte de las investigaciones sobre el tema (Dakduk 
et al., 2010).
Las atribuciones individualistas consideran a la pobreza como un 
problema personal, al considerarla el resultado de cuestiones como la 
flojera, el comportamiento inmoral o la falta de desarrollo de habili-
dades, por lo que guardan estrecha relación con el mérito y la merito-
cracia (Katz, 1989). Esto porque, en primer lugar, históricamente se ha 
buscado distinguir entre el pobre que “merece” la ayuda social y el que 
no la merece. Esta distinción se encuentra incluso entre las mismas 
personas empobrecidas (Narayan et al., 2000). En segundo lugar, es en 
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torno al mérito que se construye el mito o narrativa de la meritocracia, 
la cual “conlleva la idea de que, cualquiera que sea su posición social al 
nacer, la sociedad debe ofrecer suficientes oportunidades y movilidad 
para que el ‘talento’ se combine con el ‘esfuerzo’ para ‘llegar a la cima’” 
(Littler, 2017, p. 1)1. Para la autora, la meritocracia es la principal creen-
cia que legitima la desigualdad en nuestros días (cf. Mijs, 2019). En este 
sentido, Bayón (2015) señala cómo ciertos discursos dominantes basa-
dos en una visión neoliberal consideran a la pobreza como un proble-
ma individual y moral, y cuya interiorización por parte de las personas 
en pobreza explica la aceptación y tolerancia de su situación social en 
un doble proceso de autoestigmatización y de estigmatización de otros 
pobres. El problema de las visiones meritocráticas es que, en última 
instancia, son individualistas y “el enfásis excesivo en el esfuerzo y el 
mérito termina ocultando la inequidad en el campo social, ignorando 
las profundas (des)ventajas de la riqueza del hogar y la posición social” 
(Jaramillo-Molina, 2019, p. 45).
Por su parte, las atribuciones fatalistas son una versión “dura” de 
estimar a la pobreza como un problema personal o moral (Katz, 1989), 
pues incluso se llega a sostener una visión esencialista, incluso biolo-
gicista, sobre la pobreza (Kraus & Keltner, 2013) al considerarla como 
el resultado de cuestiones genéticas o de deficiencias heredadas. Nara-
yan et al. (2000), en su estudio de las definiciones de la pobreza expre-
sadas por quienes la sufren en carne propia, se encuentran recurren-
temente con ideas fatalistas, por ejemplo: “las personas pobres tienen 
que existir para servir a los grandes, a los ricos. Así es como Dios ha he-
cho las cosas” (p. 37). En la misma línea, Paugam (2007) señala cómo lo 
que él llama pobreza integrada hunde a las personas por la convicción 
fatalista de que no se puede hacer nada para salir de ella. El problema 
con las ideas fatalistas es que inhiben todo intento por incidir en la 
disminución de la desigualdad e implican una naturalización plena de 
la permanencia y reproducción de la misma (Jaramillo-Molina, 2015).
En cambio, la principal diferencia entre las atribuciones causales 
mencionadas y las estructurales proviene de su cercanía o no con un 
enfoque de derechos como fundamento de su percepción del modelo 
de justicia social (Banegas, 2015). Este tipo de atribuciones señalan a 
1 Traducción propia.
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Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
las fuerzas estructurales y situacionales sociales como las principales 
causas de la riqueza y la pobreza, independientemente de los rasgos 
individuales de las personas. Desde esta perspectiva, las estructuras 
sociales no ofrecen oportunidades iguales para todas las personas y 
son la causa de arreglos sociales injustos y desiguales. En consecuen-
cia, a través del control de estructuras sociales, políticas y económicas 
(por ejemplo, la educación, la política, el trabajo y el capital), los ri-
cos mantienen y legitiman el control sobre otros segmentos de la po-
blación (Smith & Stone, 1989); y, en este sentido, solo a través de la 
transformación de dichas estructuras es que verdaderamente se podrá 
mitigar la pobreza y la desigualdad.
Ahora bien, y como ya se ha mencionado, la importancia de con-
siderar a las atribuciones causales de la pobreza como percepciones 
subjetivas de desigualdad, independientemente de las mediciones 
objetivas de la misma, radica en que las percepciones que se tienen 
sobre la pobreza influyen sobre nuestra actitud y comportamientos 
hacia esta, pues las prácticas discursivas a las que uno está expuesto 
inciden en la construcción social de la pobreza. De esta manera, la po-
breza puede entenderse como una anomalía socioeconómica o como 
algo natural, lo que contribuye a que las personas visibilicen, objetiven 
u oculten a las personas empobrecidas dentro de sus cosmovisiones 
personales. Por lo tanto, de la concepción de las causas de la pobreza 
se puede inferir lo que se podría hacer para combatirla.
Por ejemplo, se sabe que las percepciones juegan un papel de gran 
importancia al momento de tomar postura en cuestiones de políti-
ca pública social, como lo es la aplicación de impuestos progresivos 
(Campos-Vázquez et al., 2020). De esta forma, las atribuciones causa-
les de la pobreza se relacionan con otras actitudes, posturas y creencias 
en torno a la desigualdad. Por ello, se expone la tabla con la que Jara-
millo-Molina (2015) ejemplifica los tipos ideales sobre representación 
de la pobreza y el modelo de justicia social en México (Tabla 1), la cual 
recupera la visión de McCall (2013) sobre modelos de justicia distribu-
tiva con tres dimensiones íntimamente relacionadas: 1) la percepción 
sobre la desigualdad, 2) las representaciones sobre las oportunidades 
y 3) las percepciones de la política social redistributiva. 
La Tabla 1 muestra asociaciones estadísticas con base en la Encues-
ta Nacional de Pobreza de la UNAM. Puede observarse que, conforme 
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a lo teorizado, los factores individualistas están asociados con culpar a 
los pobres de su pobreza y estigmatizarlos por ser beneficiarios de pro-
gramas sociales. De igual forma, los factores estructurales se vinculan 
con responsabilizar al gobierno de los problemas sociales y en hallar 
en la eficiencia gubernamental y políticas redistributivas la solución a 
la pobreza. En cambio, las creencias fatalistas contrastan con lo teori-
zado, pues en vez depresentar actitudes de resignación o inacción, se 
asocian con políticas redistributivas, aportaciones privadas y aumento 
de impuestos a ricos y la atención a grupos en desventaja.
Tabla 1
Tipos ideales sobre representación de la pobreza y justicia social
Factores que 
explican la 
pobreza
¿Quién es el 
responsable 
de los 
problemas 
sociales?
¿Cómo 
acabar con la 
pobreza?
¿Cómo pagar 
política 
social?
Principios 
que 
deberían 
definir la 
política 
social
Estigma 
sobre el 
pobre
Individualistas Personas 
que no 
quieren 
trabajar
Mayor 
desarrollo 
económico
Que los 
pobres 
trabajen más
Premiar el 
esfuerzo
Sí
Estructurales El gobierno Mayor 
eficiencia del 
gobierno
Que el 
gobierno no 
robe
No se 
identificó 
un solo 
principio
No
Fatalistas La 
[naturaleza 
de la] 
sociedad
Política 
redistributiva
Impuestos 
a ricos/ 
Aportaciones 
privadas
Atender 
grupos en 
desventaja
No
Fuente: Jaramillo-Molina, 2015.
Cabe mencionar que las explicaciones científicas de la pobreza son 
más cercanas a las atribuciones estructurales que a las visiones fatalis-
tas o individualistas de la pobreza. Por ejemplo, Acemoglu y Robinson 
(2012) señalan que los factores institucionales son los que verdade-
ramente explican la desigualdad en el mundo, más que las creencias, 
actitudes o valores. De forma semejante, Banerjee y Duflo (2012) ex-
plican cómo a través de políticas públicas bien diseñadas se puede 
contribuir a combatir la pobreza. Particularmente, señalan cómo la 
falta de información, la sobrerresponsabilidad de las personas empo-
brecidas en muchos aspectos de la vida que las personas privilegia-
das tienen resueltas por beneficios estructurales, la accesibilidad (en 
260
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
igualdad de oportunidades) a los mercados, y la ignorancia, ideologías 
e inercia de los hacedores de política pública son las principales claves 
que permiten comprender la pobreza. , pues dificultan el desarrollo 
de las personas empobrecidas. En este sentido, Piketty (2015) refuta 
la teoría del goteo, que consideraba que la acumulación de la riqueza 
en pocas personas iba a derramarse en las capas inferiores, y propo-
ne la recuperación del Estado social y un impuesto progresivo sobre 
la renta para mitigar las desigualdades. Así, en términos generales, se 
proponen cambios sistémicos en las instituciones y las políticas para 
combatir la pobreza, la meritocracia y la desigualdad (Batthyány & 
Arata, 2022; El Colegio de México, 2018) más que cambios de actitud, 
de mentalidad o la inacción. 
Ahora bien, ¿cuál es el papel de la religión en el sostenimiento de 
las atribuciones causales de la pobreza? Desde la perspectiva compa-
rada, algunos han revelado cierta influencia indirecta de la religión 
en la adopción de determinadas atribuciones causales por medio de 
variaciones culturales. Por ejemplo, se sostiene que la tendencia esta-
dounidense a explicar la pobreza en términos individualistas es reflejo 
de su tradición liberal y puritana. (Smith & Stone, 1989). En contraste, 
se ha señalado que la cultura colectivista del Medio Oriente promueve 
entre los ciudadanos turcos y libaneses una tendencia a creer en atri-
buciones causales de la pobreza (Nasser & Abouchedid, 2001).
De forma semejante, hay un debate sobre la relación entre religión 
y éxito económico. Por un lado, autores como Norris e Inglehart (2004) 
han señalado que la desigualdad tiene una fuerte relación estadística 
con la religiosidad de las poblaciones. Particularmente, descubrieron 
que sociedades con baja religiosidad son sociedades de naciones con 
fuertes estados de bienestar (con sistemas de salud, seguro de desem-
pleo, sistema de pensiones, etc.), mientras que las sociedades más re-
ligiosas se relacionan con países altas tasas de fertilidad y mortalidad 
infantil, así como baja expectativa de vida. Por otro lado, Acemoglu y 
Robinson (2012) consideran que en realidad hay poca o nula relación 
entre religión y éxito económico. Los autores de Por qué fracasan los 
países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, siguiendo 
una interpretación errada de La ética protestante… de Weber (Gil Vi-
llegas, 2013), señalan que países católicos como Francia e Italia tienen 
tanto éxito como sus contrapartes protestantes y que los éxitos econó-
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micos del este de Asia no guardan relación con ningún tipo de religión 
cristiana. Además, en el caso de Medio Oriente, señalan que, si bien 
hay diferencias religiosas importantes entre países ricos y pobres, tam-
bién hay diferencias en su desarrollo institucional, lo cual no solo tiene 
mayor peso al momento de explicar la desigualdad, sino también al 
momento de explicar las diferencias religiosas, por lo que la relación 
entre la religión islámica y la pobreza en Oriente Próximo carece de 
validez.
No obstante, Acemoglu y Robinson (2012) no desestiman del todo 
la hipótesis de la cultura que no solo incluye a la religión, sino también 
a otras creencias y valores. Ellos consideran que es útil para compren-
der la desigualdad en el mundo en la medida que “las normas sociales, 
que están relacionadas con la cultura, importan y pueden ser difíciles 
de cambiar y, en ocasiones, apoyan diferencias institucionales” (p. 43); 
esa es su explicación para la desigualdad mundial.
Por lo demás, aunque las investigaciones politológicas y sociológi-
cas han primado la asistencia religiosa como medición de religiosidad, 
no se puede dejar de lado las creencias religiosas. Así, no hemos de ol-
vidar que la asistencia a los servicios religiosos y la membresía en orga-
nizaciones religiosas no son un proceso aleatorio, sino que responden 
a convicciones religiosas (McKenzie, 2001). No obstante, las creencias 
se suelen dejar de lado, en parte, por lo difícil que resulta medirlas em-
píricamente. Rodney Stark (2001) sugiere que las creencias deberían 
ser estudiadas más extensivamente, pues señala que para el creyente 
Dios es el que importa, no los rituales. Además, las convicciones doc-
trinales tienen repercusión en el medio social donde se desarrollan 
(Blancarte, 1996), es decir, las creencias religiosas tienen consecuen-
cias políticas (Friesen & Wagner, 2012).
Ahora bien, ¿qué creencias religiosas pueden guardar afinidad con 
las atribuciones causales de la pobreza? La revisión de la literatura se-
ñala al providencialismo y las creencias eclesiológicas como las prime-
ras candidatas. 
Por un lado, se sabe que la creencia en el involucramiento de Dios 
en el mundo, en un Dios activo en el mundo, se asocia con una me-
nor participación pública, porque si Dios controla lo que sucede en 
el mundo, entonces el creyente no tiene motivos para involucrarse 
políticamente con la intención de cambiar las cosas (Driskell & Lyon, 
262
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
2011; Omelicheva & Ahmed, 2018). La creencia en este destino inexo-
rable se traduce en comportamientos distintos con respecto a quien 
no comparte estas creencias. Por ejemplo, Barker y Bearce (2013) des-
cubrieron que los cristianos que creen en el fin de los tiempos bíblicos 
son menos propensos a apoyar políticas que buscan frenar el cambio 
climático que el resto de los estadounidenses, pues ¿para qué cambiar 
algo que es inevitable?
En este sentido, hay evidencia que apunta que la religiosidad fun-
ge como amortiguador del impacto en eventos estresantes (como el 
desempleo) y sus consiguientes implicaciones sociales y económicas. 
Así, se ha llegado a la conclusión de que los efectos amortiguadores o 
castigadores de la religión podrían sumarse a los factores que generan 
apoyo a ciertos tipos de sistemas económicos y sociales (Clark & Le-
lkes, 2005, 2009; Scheve & Stasavage, 2006b). Además, se ha encontra-
do que las personas que son religiosas prefieren, en promedio, niveles 
más bajosde seguridad social por parte del Estado que las que no son 
creyentes (Scheve & Stasavage, 2006a).
Si bien estas apreciaciones podrían considerar que el providen-
cialismo apunta hacia las creencias fatalistas, también hay que con-
siderar su relación histórica con las individualistas: el mérito y la 
meritocracia. Así como bien señala Sandel (2020), la discusión actual 
por el mérito y el éxito terrenal hunde sus raíces en las discusiones 
teológicas reformadas sobre el mérito y la salvación. Actualmente, 
también se ha señalado que la mal llamada teología de la prosperi-
dad genera y promueve una ética meritocrática al exaltar la respon-
sabilidad individual ante la vida, lo que es gratificante en condiciones 
favorables, pero desmoralizadora y hasta punitiva en situaciones ad-
versas (Bowler, 2016).
En esta visión, la salvación es un logro personal y, además, se con-
sidera que el éxito, la salud y la riqueza se pueden conseguir con el em-
peño y la fe suficientes (Sandel, 2020). En contraposición, la miseria es 
considerada una maldición, una condición pecaminosa despreciada 
por Dios, pero que es consecuencia de la irresponsabilidad individual. 
En esta cosmovisión, la pobreza y la enfermedad se entienden como 
señales de que no se ha cumplido con las obligaciones para con Dios, 
pues no solo no se ha hecho nada con los talentos (Biblia El Libro del 
Pueblo de Dios, 1990, Mt. 25:14-30), sino que incluso se han perdido. 
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(Zalpa & Offerdal, 2008) Así, la voz del pobre “ni siquiera merece ser 
escuchada, porque en realidad ni si quiera es” (Coto & Salgado, 2008, 
p. 106) en la medida es un pecador despreciado por Dios.
Esta visión trasciende el espacio meramente religioso, pues se ha 
mostrado que ha influido en la cultura empresarial (Hutchinson, 2014) 
y la académica (Winslow, 2015). Además, se ha señalado el proceso de 
secularización de la meritocracia, el cual parte de la educación de las 
conciencias con la que la Iglesia católica pretendía provocar la caridad 
en la feligresía, pero que en realidad fundamentó una posterior califi-
cación del pobre en forma peyorativa bajo términos que implicaban 
carestía, miseria, debilidad e indeseo (Mollat, 1988; Morell, 2002), lo 
que ocasionó rápidamente en la separación entre los pobres merece-
dores y los no merecedores. (Barrientos, 2008).
Así, el providencialismo parece guardar una relación histórica con 
la meritocracia, la cual está fuertemente asociada con las atribuciones 
individualistas de la pobreza al considerarla, en última instancia, como 
el resultado de la responsabilidad personal. Considerando lo anterior, 
se formula la siguiente hipótesis:
Hipótesis 1: Las creencias providencialistas serán más propensas a 
asociarse con atribuciones individualistas de la pobreza. 
Por otro lado, también se ha señalado que las creencias sobre la 
dimensión social de las comunidades religiosas influyen sobre actitu-
des y el comportamiento público de los creyentes (Driskell, Embry & 
Lyon, 2008). Esto se explica en que las creencias religiosas influyen en 
la composición final de la pirámide axiológica del creyente, configu-
rando su cosmovisión social. Particularmente, en la conformación de 
estas creencias juega un papel importante la concepción que se tenga 
de la Iglesia o comunidad religiosa y de su propia pertenencia a esta, en 
tanto que media dicha relación.
De esta forma, se puede inferir que, en la medida que estas creen-
cias regulan las relaciones del creyente con los otros creyentes, tam-
bién constituyen identidades eclesiales o, mejor dicho, tipos ideales 
de identidades eclesiales. Ahora bien, actualmente las identidades no 
pueden entenderse como entidades estables, “sino [como] entidades 
sumamente dinámicas, pero por eso mismo, frágiles y problemáticas” 
(Legorreta, 2006, p. 9). Por ejemplo, en México se puede observar, par-
264
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
ticularmente en las zonas urbanas, un tránsito de una configuración 
religiosa tradicional, “de certezas y seguridades, [y] poco abierta a los 
cambios y procesos del mundo moderno” a una de corte moderno, “in-
dividual y abierta a lo plural” (Sota García, 2005, p. 172).
En este sentido, hay que considerar lo que Hervieu-Léger denomi-
na como “desregulación institucional”, concepto que hace referencia a 
la conformación de un marco de creencias independientemente de lo 
que enseña la institución. Su surgimiento por la crisis de legitimidad 
de la autoridad clerical y la caída de la civilización parroquial ha provo-
cado el cese del imaginario de continuidad, es decir, del armazón sim-
bólico que provee de sentido y del cual los miembros del grupo extraen 
las “razones para creer en su propia perennidad” (Hervieu-Léger, 2005, 
p. 266). Durante mucho tiempo, la materialización de este imaginario 
fue la parroquia, pues en torno a esta se articulaba la memoria de la 
comunidad y se delimitaba el espacio de esta, así como se evidenciaba 
quiénes pertenecían a ella, todo bajo la influencia del clero. Su caída 
significó la desvinculación con la tradición que regía férreamente el 
dogma. 
De esta manera, el creyente contemporáneo construye su propio 
sistema de creencias a modo de collage y bricolaje con total libertad 
ante la tradición y a la cual puede sentirse perteneciente, mas no re-
gulado. Sin embargo, en estos nuevos sistemas de creencias también 
cabe “el retorno a la tradición” (Hervieu-Léger, 2004, p. 125, el cual se 
da usualmente entre quienes se han reencontrado con su propia tra-
dición.
Así, se pueden concebir dos figuras: el creyente tradicionalista y el 
desregulado. En este sentido, se ha encontrado que la afiliación y parti-
cipación religiosa no moldea significativamente las actitudes hacia las 
políticas de redistribución, pero que la identificación con la derecha 
religiosa e interpretaciones específicas de las escrituras sí influyen en 
la forma en que se piensa la redistribución. De este modo, la percep-
ción de que las iglesias deben trabajar para preservar las creencias tra-
dicionales se relaciona con personas menos partidarias de las políticas 
redistributivas y la creencia de que Jesús fomentó la justicia social es-
tán relacionadas positivamente con el apoyo a las políticas de redis-
tribución económica (McCarthy et al., 2016). En este sentido, también 
existe evidencia empírica de que las actitudes y el comportamiento 
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público varían según haya adhesión a un extremo u otro de lo que se 
ha denominado espectro teológico, en cuya izquierda se encuentran 
posiciones que dan mayor importancia a la justicia social y a la separa-
ción de la Iglesia y el Estado, mientras que en la derecha se enarbolan 
posturas como el compromiso a la verdad revelada y la necesidad de la 
influencia cristiana sobre la sociedad (Friesen & Wagner, 2012).
De forma semejante, hay que considerar la tradicional concep-
ción cristiana de la caridad como limosna. Más allá de su fundamen-
to teológico, su ejercicio llegó a tener un efecto circular divergente al 
mandato evangélico, pues le confirió a la pobreza una connotación de 
debilidad ante la que el privilegiado debía responder de forma asis-
tencialista y paternalista (Mollat, 1988). La necesidad y obligatoriedad 
del ejercicio de la caridad entendida como limosna se sustentaba en la 
idea de que la riqueza y la pobreza eran realidades perennes que, se-
gún el mismo Cristo (Biblia El Libro del Pueblo de Dios, 1990, Jn. 12:8) 
no se podían suprimir, solo mitigar (Barrientos, 2008; Mollat, 1988). 
Ahora bien, la cosmovisión que sostiene esta concepción de la caridad 
no es un vestigio histórico pues, por ejemplo, sigue prevaleciendo en la 
pastoral social de muchas parroquias católicas, generando un trabajo 
asistencialistay paternalista que reproduce esquemas de desigualdad 
(Barrientos, 2008).
Con respecto al creyente desregulado, en la presente investigación se 
utilizará como criterio de selección para la construcción de la variable el 
apoyo al aborto o a la adopción homoparental en tanto que son actitu-
des expresamente condenadas por la mayoría de los líderes religiosos. 
Por ello, conviene aclarar dos cosas: 1) se le ha de entender como una 
expresión del creyente desregulado institucionalmente que agrega a su 
repertorio de creencias y valores que la jerarquía rechaza; 2) esta opera-
cionalización no agota el concepto de desregulación institucional. Otra 
expresión del concepto lo hallamos en creyentes que creen en la reen-
carnación o el horóscopo, por ejemplo; sin embargo, se emplean tales 
mediciones tanto porque sus datos son más asequibles como porque 
están insertos en movimientos de lucha por la justicia social contra las 
causas estructurales que generan y perpetúan las desigualdades.
En resumen, por un lado, el creyente tradicionalista puede enten-
der la caridad como limosna y concebir una respuesta paliativa ante 
un fenómeno que es entendido como perenne y natural. Esto parece 
266
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
guardar cierta afinidad con las atribuciones fatalistas y, además, puede 
explicar por qué en el caso de México estas no se asocian con la inac-
ción, como la teoría sugiere (Tabla 1). Por otro lado, el creyente desre-
gulado, por cuestiones de derechos sexuales y reproductivos, al estar 
inserto en luchas sociales puede tener una visión más estructural de la 
pobreza, por lo que se formulan las siguientes dos hipótesis:
Hipótesis 2: Los creyentes tradicionalistas serán más propensos a 
guardar afinidad con atribuciones fatalistas de la pobreza. 
Hipótesis 3: Los creyentes desregulados serán más propensos en 
sostener atribuciones estructurales de la pobreza. 
El método y lo datos
Para este trabajo, se utilizaron los datos de la séptima ola de la Encues-
ta Mundial de Valores (2017-2022). La mayoría de las encuestas, reco-
lectadas en 57 países, se completaron en 2017 y aunque la ola 7 cerró 
oficialmente el 31 de diciembre de 2021, la pandemia del coronavirus 
retrasó la aplicación de algunas encuestas, por lo que la presentación 
final no se efectuó hasta abril de 2022 (Haerpfer et al., 2022). Cabe 
mencionar que la presente investigación utilizó los datos disponibles 
en marzo de 2021. 
En México, la aplicación del instrumento de la ola 7 (2017-2022) 
estuvo a cargo del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). 
A continuación, se describe la metodología empleada por las y los res-
ponsables para la recolección de los datos. El muestreo probabilístico 
se utilizó en el proceso general de selección, incluido el encuestado en 
cada hogar. Para llegar a ello, se utilizaron las secciones electorales como 
unidades primarias de muestreo, provenientes de la lista de secciones 
válidas para las elecciones presidenciales de 2018. Este marco muestral 
cubre a toda la población votante del país. En etapas posteriores, en cada 
sección electoral se seleccionaron bloques, hogares y encuestados (uno 
en cada hogar). Finalmente, las y los investigadores escogieron un total 
de 496 unidades muestrales durante un trabajo de campo que duró poco 
más de tres meses, concentrando la mayor parte de las entrevistas los 
fines de semana (Haerpfer et al., 2022).
De esta forma, se reportaron 1.739 observaciones para México, de las 
cuales se trabajó sobre 1.403 tras la eliminación de los valores perdidos. 
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Atendiendo las consideraciones teóricas, las variables se agruparon en 
cinco categorías: atribuciones causales de la pobreza (dependientes), 
creencias religiosas y religiosidad (independientes), y percepciones de 
desigualdad y percepciones sociodemográficas (control). 
Las variables dependientes son tres: atribuciones estructurales, 
individuales y fatalistas. La variable “atribuciones estructurales” se 
construyó dicotómicamente con las observaciones que tenían un ma-
yor grado de acuerdo con “considerar que el Estado debe igualar los 
ingresos de la población” o que “se deba cobrar a los ricos y subsidiar 
a los pobres” son características democráticas, y que se considere que 
el gobierno debiera de asumir una mayor responsabilidad para garan-
tizar que todas y todos tengan seguridad social (de cara a que esta res-
ponsabilidad recaiga en los individuos).
La variable “atribuciones individuales” se construyó dicotómica-
mente a partir de cuán de acuerdo se estaba con considerar que los indi-
viduos deberían asumir más responsabilidad sobre su propia seguridad 
o que el éxito se debe al esfuerzo y trabajo duro (que se debe a la suerte). 
Por su parte, se hizo lo propio con la variable “atribuciones fata-
listas” según cuán de acuerdo se estaba con considerar que el trabajo 
duro generalmente no trae el éxito, sino que es más una cuestión de 
suerte o que sienten que lo que hacen no tiene un efecto real sobre lo 
que les sucede, lo que puede interpretarse como una sensación de no 
tener control ni libertad sobre la propia vida.
La construcción dicotómica de las variables dependientes requirió 
la elaboración de modelos de regresión logística, los cuales se utilizan 
para estimar la propensión de que la variable dependiente presente 
uno de los dos valores posibles en función de diferentes valores que 
adoptan el conjunto de las variables independientes (Jovell, 1995).
En la Figura 1 se observa la correlación entre las variables depen-
dientes. Según la literatura, las atribuciones estructurales guardan una 
fuerte correlación negativa con las individualistas y una débil con las 
fatalistas. Ello indica la pertinencia de la construcción de las variables, 
pues la responsabilidad individual o falta de responsabilidad (por atri-
buirse a fuerzas superiores más allá de nuestro control) se contrapo-
nen con la creencia en una responsabilidad social orientada al cambio 
de estructuras a través de la política. 
268
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
Figura 1
Correlaciones de las atribuciones causales de la pobreza
Fuente: Elaboración propia.
Con respecto a las variables independientes, para “providencialis-
mo” se utilizaron los valores reportados a la pregunta por la importancia 
de Dios en la vida en una escala de 1 a 10, donde 1 es nada importante 
y 10 muy importante. Por su parte, “tradicionalismo” se construyó con 
aquellas personas que consideraron que la religión es muy importante 
en la vida o que la religión es principalmente seguir normas o ritos, o 
que la propia religión es la única aceptable y que reportaron creer que 
la sociedad debe ser defendida valientemente contra las fuerzas sub-
versivas. En cambio, la variable “desregulado” hizo lo propio con los 
valores que señalaban que una persona era religiosa y que consideraba 
que el aborto es siempre justificable o que las personas del mismo sexo 
son tan buenos padres como las parejas heterosexuales. 
De las variables de control, vale la pena mencionar que, por un 
lado, se consideró la asistencia a los servicios religiosos en cuanto es la 
medida usual de religiosidad en los estudios politológicos y sociológi-
cos cuantitativos. Para facilitar la interpretación, se construyó de forma 
dicotómica asignando un 1 a la asistencia de una o más veces por se-
mana a tales servicios. Además, en consideración con investigaciones 
que han dado cuenta de la importancia del capital social para explicar 
el comportamiento político de los creyentes (Vilchis, 2019), se incluyó 
la membresía activa en organizaciones religiosas. 
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Por otro lado y en atención a la literatura de percepción de desigual-
dades, se incluyeron la clase socialsubjetiva (es decir, en qué clase social 
se considera el encuestado, independientemente de su ubicación social 
real) (Jaramillo-Molina, 2015, 2016), la movilidad social (Mijs, 2019), el 
ingreso (Bucca, 2016) y la ausencia de experiencia de desigualdad(Mijs, 
2019; Piff et al., 2018). Esta última se construyó con los valores de quie-
nes reportaban que en el último año nunca se había experimentado al-
guna de las siguientes situaciones: no tener dinero suficiente para co-
mer, sentirse inseguro del crimen en el propio hogar, no tener acceso a 
medicina o tratamiento médico requerido, no tener ingresos y no tener 
refugio seguro para pasar la noche. En la Tabla 2 se pueden observar los 
estadísticos descriptivos de las variables empleadas.
Tabla 2
Estadísticos descriptivos
Variables R N S
Atribuciones 
causales
Estructurales 1-0 1.403 0,37  
Individualistas 1-0 1.403 0,41  
Fatalistas 1-0 1.403 0,4  
Creencias religiosas
Providencialismo 1-10 1.403 8,54 2,29
Tradicionalista 1-0 1.403 0,14  
Desregulado 1-0 1.403 0,31  
Control: religiosidad
Asistencia a los 
servicios religiosos
1-0 1.403 0,44  
Membresía en 
organizaciones 
religiosas
1-0 1.403 0,27  
Control: 
percepciones de 
desigualdad
Clase social media 
alta 
1-0 1.403 0,64  
Movilidad social 1-0 1.403 0,57  
Privilegiado 1-0 1.403 0,16  
Ideología política 1-10 1.403 5,66 2,77
Control: 
sociodemográficas
Edad 18-90 1.403 42,83 16,3
Ser mujer 1-0 1.403 0,48  
Ingresos 1-10 1.403 4,26 2,37
Estudios 
universitarios
1-0 1.403 0,09  
Trabajo remunerado 1-0 1.403 0,58  
Fuente: Elaboración propia.
270
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
Resultados
Por cada una de las variables dependientes se elaboró un modelo de 
regresión logística, cuyos resultados se reportan en la tabla 3. En tér-
minos generales, se encontró que aún con las variables de control se-
ñaladas por la literatura, la relación entre el conjunto de variables de 
religiosidad y atribuciones causales de la pobreza guarda efectos sig-
nificativos. 
De las variables sociodemográficas, edad, escolaridad y ocupación 
no registraron efecto estadísticamente significativo alguno. En cambio, 
el ingreso mostró un efecto constante en los tres modelos, cuyos re-
sultados señalan que entre mayor sea el ingreso, menor será la pro-
pensión a creer en atribuciones estructurales (9%), pero mayor será la 
propensión a tener atribuciones individualistas (15%) y fatalistas (4%). 
Además, ser mujer aumentará en un 26% la propensión de creer en 
atribuciones estructurales y un 31% el tener atribuciones fatalistas. Por 
su parte, con respecto a las variables de control asociadas a las percep-
ciones de desigualdad, acercarse a posiciones político-ideológicas de 
derecha aumenta levemente en un 5% y 3% la propensión a sostener 
atribuciones individuales y fatalistas, respectivamente. Particularmen-
te, haber experimentado movilidad social, es decir, percibir que se vive 
mejor que como lo hicieron los respectivos padres, disminuye en un 
28% la propensión a creer en atribuciones fatalistas de la pobreza. 
Lo resultados señalan que la medida clásica de religiosidad, esto es, 
la asistencia a los servicios religiosos, no presenta un patrón ni signifi-
cancia estadística en los efectos. En cambio, se reporta que la membre-
sía a los servicios religiosos tiene un efecto positivo en las atribuciones 
estructurales y negativo tanto para las individuales como las fatalistas, 
aunque ciertamente no significativo considerando el conjunto de va-
riables de control. Además, el efecto tiene significancia estadística res-
pecto a la atribución fatalista, donde ser miembro activo de organiza-
ciones religiosas disminuye un 21% la propensión a sostener ese tipo 
de atribución causal de la pobreza. 
Cabe mencionar que inicialmente también se construyeron mo-
delos de regresión logística únicamente con las variables de creencias 
religiosas y religiosidad con pocas diferencias en los resultados con los 
modelos completos, salvo que en este primer ejercicio, la membresía 
activa a los servicios religiosos tiene un aumento de un 24% de en la 
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propensión a creer en atribuciones estructurales. Sin embargo, la sig-
nificancia estadística desaparece al considerar el resto de las variables 
de control, lo cual señala que si bien hay una relación entre asociación 
religiosa y atribuciones causales estructurales de la pobreza, su poder 
explicativo se pierde ante el resto de las variables consideradas en su 
conjunto, entre las que destacan el ingreso y el sexo.
Tabla 3
Modelos de regresión logística
Categoría Variables
A. Estructurales A. Individualistas A. Fatalistas
Β SE RM β SE RM Β SE RM
Creencias 
religiosas
Providencialismo -0,05 0,03 0,95 ** 0,06 0,03 1,06 ** 0,03 0,03    
Tradicionalista 0,29 0,16 1,33 * -0,18 0,17     -0,33 0,17 0,72 *
Desregulado 0,11 0,12     -0,10 0,12     0,03 0,12    
Control: 
Religiosidad
Asistencia a 
los servicios 
religiosos
0,03 0,12     -0,07 0,12     0,04 0,12    
Membresía en 
organizaciones 
religiosas
0,21 0,13     -0,02 0,13     -0,23 0,13 0,79 *
Control: 
Percepción 
de Desigual-
dades
Clase social 
media alta 
-0,08 0,12     -0,04 0,12     0,00 0,12    
Movilidad social 0,18 0,11     0,03 0,11     -0,33 0,11 0,72 **
Privilegiado -0,05 0,15     -0,05 0,15     -0,14 0,15    
Ideología política -0,01 0,02     0,05 0,02 1,05 ** 0,03 0,02 1,03 *
Control: 
Socio demo-
gráficas
Edad 0,00 0,00     0,00 0,00     0,00 0,00    
Ser mujer 0,23 0,12 1,26 * -0,04 0,12     0,27 0,12 1,31 **
Ingresos -0,09 0,03 0,91 ** 0,14 0,03 1,15 ** 0,04 0,02 1,04 *
Estudios 
universitarios
-0,26 0,21     0,12 0,19     -0,26 0,20    
Trabajo 
remunerado
0,08 0,12     0,01 0,12     0,04 0,12    
AIC       1.844,10     1.875,90     1.882,70
McFadden 0,019 0,026 0,02
p < 0,1 *
p < 0,05 **
Fuente: Elaboración propia.
De forma semejante, considerando un valor de confianza estadís-
tica de un 90%, el ser creyente tradicionalista tiene un patrón recono-
cible de propiciar las atribuciones estructurales y repele las individua-
listas y fatalistas. Particularmente, aumenta en un 33% la propensión a 
las primeras y disminuye en un 28% la de las terceras. En cambio, el ser 
creyentes desregulado, si bien tiene efecto positivo a las estructurales 
y negativo a las fatalistas, estos no son significativos estadísticamente. 
272
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
Finalmente, la relación entre providencialismo y atribuciones es-
tructurales e individualistas de la pobreza sostiene efectos significati-
vos con un nivel de confianza estadística de un 95%. Específicamente, 
disminuye en un 5% la propensión a creer en las atribuciones estruc-
turales y aumenta en un 6% a sostener las atribuciones individualistas. 
Cabe mencionar que los modelos cumplen con el supuesto de no co-
linealidad, ya que ningún coeficiente entre variables independientes 
registró un grado elevado de correlación. Los más altos se reportaron 
en la correlación entre asistencia a los servicios religiosos y provi-
dencialismo (r = 0,22) y membresía en organizaciones religiosas (r = 
0,26). Además, es importante mencionar que muchas de las variables 
no eran categóricas, lo que implica que su dicotomización conllevó la 
pérdida de varianza. No obstante, se procedió de tal modo tanto por las 
críticas de usar modelos de regresión lineal con variables con valores 
limitados como por las dimensiones de diferentes preguntas utilizadas 
en la construcción de las variables finales. 
Discusión y consideraciones finales
Los resultados de las variables de control sociodemográficas y de per-
cepción de desigualdades son acordes con la evidencia presentada en 
la literatura, lo que abona a considerar que los modelos se constru-
yeron adecuadamente y cuyos resultados son un buen primer acerca-
miento a las relaciones estudiadas.La relación entre los altos ingresos con la ausencia de atribuciones 
estructurales y presencia de individualistas está totalmente en la línea 
de las discusiones académicas sobre el tema. En esto, Bucca (2016) se-
ñala que la evidencia muestra una tendencia a esperar que las perso-
nas de un nivel socioeconómico más alto sean más propensas a favore-
cer las creencias individualistas, mientras que las personas de un nivel 
socioeconómico más bajo serán más propensas a promover creencias 
estructuralistas. Las razones que se arguyen son variadas. Por el lado 
de quienes sostienen la perspectiva de la legitimación (Kreidl, 2000), 
se argumenta que las personas de alto nivel socioeconómico tienen 
creencias individualistas sobre la desigualdad porque desean legitimar 
su superioridad económica con una narrativa meritocrática. Además, 
se ha complejizado esa explicación y se ha señalado que los ingresos, 
en conjunción con otros elementos relacionados, como la educación, 
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las redes sociales y la ubicación de la vivienda, llevan a una segregación 
territorial, estratificación escolar y homogamia social que disminuyen 
las posibilidades de conocer a alguien de un origen socioeconómico 
diferente y, con ello, las de desarrollar una comprensión del privilegio 
o la difícil situación de otra persona (Mijs, 2019; Piff et al., 2018). Lo que 
explica la justificación de las creencias individualistas porque la expe-
riencia personal sobreestima el propio esfuerzo (“mérito”), fluidez y 
disponibilidad de oportunidades en la sociedad.
La propensión de ser mujer y sostener tanto atribuciones estruc-
turales como fatalistas se explica, por un lado, con “el principio de los 
desvalidos” y las teorías relacionadas que dicen que las mujeres, en 
tanto grupo históricamente desaventajado, tienden a desarrollar una 
mayor conciencia de la opresión y la desigualdad estructural (Schna-
bel, 2018); por otro lado, porque la religión continúa siendo una fuer-
za social ambivalente con respecto a la violencia contra el cuerpo y la 
sexualidad de las mujeres, lo que ha llevado a muchas mujeres a inte-
riorizar formas de violencia simbólica y a asumir como justas o peren-
nes formas de discriminación, desigualdad e incluso violencia en su 
contra (Servitje Montull, 2021).
Ahora, si bien los resultados no reportaron que la edad tuviese un 
efecto significativo alguno en las variables independientes, dadas las 
condiciones de vulnerabilidad y desigualdad que padecen las juven-
tudes, una categoría en intersección con otras desigualdades (ingreso, 
escolaridad, falta oportunidades laborales, precarización laboral, falta 
de seguridad social, etc.), conviene explorar las percepciones de des-
igualdad de este grupo etario. Este, además, ha sido construido social-
mente como una categoría difusa, de transición y en clara perspectiva 
adultocéntrica que ha dificultado la realización de estudios adecuados.
Respecto de la movilidad social, aunque no se muestra con la misma 
claridad que en los casos anteriores, el efecto negativo presentado sobre 
las atribuciones fatalistas está relacionado con la discusión académica 
sobre su papel explicativo en la adopción de una u otra creencia sobre 
las atribuciones causales de la pobreza. Así pues, en términos generales, 
se arguye que una experiencia positiva de movilidad social ascendente 
contribuye a la atribución de factores individualistas en la pobreza por la 
tendencia a extrapolar su experiencia al resto de la sociedad (Mijs, 2019). 
Además, si bien la explicación continúa señalando que las experiencias 
274
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
negativas de movilidad social tenderán a contribuir con factores estruc-
turales porque se han encontrado sistemáticamente con las desigualda-
des estructurales de la sociedad, en realidad no hay razones para pensar 
que no podrían propiciar atribuciones fatalistas al no poder encontrar 
razones que expliquen la falta de movilidad fuera del infortunio o la fa-
talidad. Esto es particular y tristemente razonable en el contexto mexi-
cano, donde la evidencia apunta a que “origen es destino”, pues 74 de 
cada 100 mexicanos que nacen en la base de la escalera social no logran 
superar la condición de pobreza (Centro de Estudios Espinosa Yglesias, 
2019). Así, en México la movilidad social es baja y las probabilidades de 
ascender socialmente están directamente relacionadas con las caracte-
rísticas sociodemográficas del hogar de origen.
El efecto negativo de la membresía activa en organizaciones religio-
sas sobre las atribuciones fatalistas no implica que este tipo de asocia-
ciones promuevan atribuciones estructurales o individualistas per se, 
y mucho menos considerando otras variables de alto valor predictivo. 
Esto, por un lado, señala que la ambigua relación de la religión con la 
pobreza (en el sentido que puede dar elementos tanto para combatirla 
como para reproducirla y legitimarla) se mantiene en el seno de sus 
asociaciones. Pero, por otro lado, su reproducción y legitimación no 
necesariamente va en el sentido de imprimir una visión fatalista de la 
pobreza y la desigualdad. 
Esto va de la mano con la naturaleza social de muchas de las aso-
ciaciones religiosas que en varias ocasiones las ha llevado a la arena 
política en la lucha por los derechos (Blancarte, 2007) y más reciente-
mente también de la mano de los llamados movimientos antiderechos 
en materia de políticas morales (por ejemplo, aborto, matrimonio y 
adopción homoparental) (Díez, 2018; Vera, 2018). Lo anterior también 
está en relación con que, como se explicó anteriormente y al menos en 
el cristianismo, un trasfondo fatalista de la pobreza no se traduce en la 
inacción sino que históricamente ha impulsado una serie de acciones 
que, aunque asistencialistas, paternalistas y que devinieron en con-
cepciones de criminalidad de la pobreza y merecimiento de asistencia 
social, estaban dirigidas a la atención social de las personas empobre-
cidas y vulnerables.
La falta de efecto de la desregulación institucional había sido repor-
tada con anterioridad en el caso de la participación política (Vilchis, 
275
REVISTA TEMAS SOCIOLÓGICOS N° 30, 2022 | | ISSN 0719-644X | ISSN 0719-6458 en línea | 
2020). En este caso, si bien el apoyo a políticas morales (Díez, 2018) 
está relacionado con la lucha por la reivindicación de derechos, la jus-
ticia social y transformación de estructuras de opresión y desigualdad 
en realidad no se traduce en ni en un apoyo activo ni en una acepta-
ción total. Por ello, en vez de optar por la pregunta de si se considera-
ba la homosexualidad justificable se eligió la pregunta de considerar 
que las parejas homosexuales podrían ser tan buenas en la paternidad 
como las parejas heterosexuales, porque ello implica un apoyo más 
marcado y profundo que el considerar justificable o no la homosexua-
lidad. No obstante, tal operación no arrojó efectos significativos, lo que 
contraviene la hipótesis 3. Ello puede explicarse por dos razones, no 
necesariamente excluyentes. 
Por un lado, distanciarse de la postura oficial en temas polémicos 
no implica ningún compromiso con ellos. La aceptación del aborto o 
el matrimonio igualitario puede deberse a la consideración de que las 
acciones tomadas por otros grupos no son vistas como buenas ni ma-
las, desmarcándose así del juicio negativo que la jerarquía pronuncia 
sobre esos temas. Por otro lado, rechazar la postura oficial en asuntos 
de sexualidad y de políticas morales no implica oponerse a otros prin-
cipios religiosos y seculares, lo cual es consistente con las creencias de 
collage y bricolaje señaladas por Hervieu-Léger, así como con la tesis 
de Berger (2016) de que el creyente puede actuar como creyente en 
algunos casos, pero secularmente en otros. En este sentido, el creyen-
te desreguladopuede ser reflejo de “los muchos creyentes ordinarios 
que logran ser tanto seculares como religiosos” (Berger, 2016, p. 14) o 
lo que García Canclini (1990) señaló como el uso de estrategias para 
entrar y salir de la modernidad, en lo que denominó como culturas hí-
bridas, lo que dificultaría identificar su relación con alguna atribución 
causal de la pobreza.
Los resultados señalan que sí hay efecto del ser creyente tradicio-
nalista sobre las atribuciones causales, pero en el sentido contrario al 
enunciado en la hipótesis 2, pues disminuye la propensión a tener atri-
buciones fatalistas y tiene el efecto contrario sobre las estructurales. 
Esto puede deberse tanto a la razón antes argüida de que, cuando me-
nos en el cristianismo, una visión fatalista de la pobreza no se traduce 
en la inacción sino en la asistencia social. En este sentido, y en el caso 
del catolicismo, Blancarte (1992) señalaba que era un error considerar 
276
Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
a los integristas (grupos religiosos diversos cuyo común denominador 
es el apego a la tradición) totalmente alejados de cuestiones popu-
lares, pues tanto tienen acercamiento con las devociones populares, 
muchas de las cuales impulsan o abrevan de ellas, como son quienes 
más resguardan la tradición caritativa de la Iglesia. Además, y de nuevo 
siguiendo en el caso del catolicismo, desde la segunda mitad del siglo 
pasado, tanto la doctrina social de la Iglesia como grupos más o me-
nos revolucionarios afines a las teologías de la liberación, del pueblo 
y populares, han propugnado una visión estructural de la pobreza, lo 
cual bien podría haber permeado en el grueso de la feligresía. Aquello 
puede tener fundamento histórico en el señalamiento de la fuerza so-
cial de los grupos laicales; no obstante, esta nueva hipótesis ha de ser 
indagada empíricamente y más allá del catolicismo. 
Los resultados abonan a la aceptación de la primera hipótesis. Con-
forme a lo teorizado, en el caso mexicano las creencias providencialis-
tas son hasta cierto punto incompatibles con atribuciones causales y 
afines con las individualistas. Este hallazgo es similar al de Scheve & 
Stasavage (2006b), quienes encontraron que en los países con mayor 
religiosidad, entendida en términos de grado de importancia de Dios 
en la vida y asistencia a los servicios religiosos (r = 0,22 en este estudio), 
se destinaba menos porcentaje del gasto social del PIB. Los autores lle-
garon a la conclusión de que la religiosidad era una fuente que proveía 
–subjetivamente– seguridad, amortiguando así los efectos adversos de 
la falta de política social. En este sentido, Díaz (2010) encontró que en 
Latinoamérica los factores religiosos tienen más peso al momento de 
explicar el apoyo al libre comercio, pese a las consecuencias que tiene 
en el crecimiento de la desigualdad de los países y las comunidades.
Además, está la ya clásica argumentación de Weber al respecto. Por 
un lado, señala que el ascetismo religioso intramundano, caracterís-
tico del calvinismo, justificó la profesión (en el sentido de vocación) 
del empresario y su afán de lucro –siempre y cuando su conciencia se 
hallase en estado de gracia–, así como “la seguridad tranquilizadora 
de que la desigual repartición de los bienes de este mundo es obra 
especialísima de la Providencia Divina” (Weber, 2011, p. 243). Así, se 
estableció una analogía entre la “injusta” predestinación de algunos y 
la igualmente “injusta”, pero ambas queridas por Dios, distribución de 
los bienes. Es injusta desde la perspectiva humana, pero que debemos 
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confiar en que persigue finalidades divinas ocultas, desconocidas para 
nosotros, pero con una razón de ser en el plan divino de salvación.
Por otro lado, Weber señala las diferencias entre el providencialis-
mo católico y puritano en la valoración de la pobreza. Mientras que 
el primero no solo había tolerado la mendicidad, sino que la había 
llegado a glorificar, el segundo no la admitía en su seno. Esta aversión 
puritana a la pobreza, según señala Weber, fue la causante de la dura 
legislación inglesa sobre los pobres de la época, pues es vista como 
un síntoma de pereza culpable, e incluso de condenación. Así, y 
como ya se ha indicado, en esta concepción providencialista, la pros-
peridad es una bendición otorgada por Dios a quienes lo obedecen 
y que incluye a la riqueza material, la cual es concebida como una 
señal de la bendición de Dios o como una especie de compensación 
o retribución por ser fiel al plan divino de salvación. En contraparte, 
la miseria, la pobreza y la enfermedad es considerada una maldición, 
pero no en sentido fatalista, sino como una consecuencia del pecado 
personal e individual, como una condición pecaminosa despreciada 
por Dios. 
No obstante, y en virtud de los resultados presentados tanto en este 
estudio como en Vilchis (2020), es conveniente precisar y mejorar la 
consulta por el providencialismo en las encuestas, pues la pregunta 
por la importancia de Dios en la vida no refleja enteramente el concep-
to de providencialismo −el cual implica la creencia en un plan divino 
de salvación e incluso el propio papel en su ejecución. La formulación 
actual de la pregunta también guarda las distancias sobre el involucra-
miento de Dios tanto en la vida como en el mundo, es decir, que Dios 
sea importante para mí o en mi vida no implica necesariamente que 
Dios actúe en mi vida o en el mundo y mucho menos que lo haga de 
acuerdo a un plan divino de salvación, elementos que supone la cons-
trucción teórica del concepto. 
En este sentido, vale la pena recordar que la importancia de atender 
las percepciones subjetivas de la desigualdad bajo la forma concreta 
de las atribuciones causales de la pobreza radica en que son el mar-
co valorativo desde el que los ciudadanos legitiman o deslegitiman la 
desigualdad. Esto puede traducirse en reproducciones o erradicacio-
nes de relaciones y modelos de opresión e injusticia, así como en la 
aceptación o no de políticas de redistribución. 
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Pobreza, desigualdad y religión | Vilchis
De esta forma, el presente estudio abona a la comprensión del pa-
pel de las creencias religiosas en la presentación de tal o cual tipo de 
atribuciones causales de la pobreza. Así, los hallazgos muestran la per-
tinencia de estudiar tres líneas de investigación: 
1) Continuar reflexionando sobre el mecanismo causal donde las 
creencias religiosas se relacionan con las atribuciones causales. 
Mientras ambas operan en el nivel microsocial y conforman la 
cosmovisión de las y los ciudadanos, quizá convenga recuperar la 
propuesta metodológica weberiana de las afinidades electivas para 
iluminar este tipo de relaciones. 
2) Explorar la relación inversa: cómo las percepciones subjetivas de 
desigualdad influyen y conforman nuevas creencias y actitudes re-
ligiosas. Por ejemplo, si bien el magisterio y gran parte de la acción 
social católica organizada acompaña a las personas migrantes y lu-
cha contra las injusticias estructurales que las obligan a dejar sus 
lugares de origen y les impiden la integración en los lugares de paso 
y destino, muchos católicos se han mostrado escépticos ante tal si-
tuación (Guerrero, 2019). 
3) Indagar, sin descuidar los marcos regulativos vigentes, sobre meca-
nismos y estrategias de integración de los creyentes en la lucha con-
tra la reproducción y legitimidad de las desigualdades. 
Finalmente, la investigación tiene limitaciones similares a las 
de otros estudios empíricos basados en la aplicación de encuestas, 
pero las principales radican en que no ahonda en la naturaleza cua-
litativa de las relaciones entre los fenómenos y, dada la naturaleza 
transversal de los datos, no se puede precisar relación causal. Ade-
más, si bien este trabajo pretendió no tratar a los creyentesen ge-
neral, centrándose en creencias religiosas concretas indistintamente 
de la religión profesada, tanto la distribución de los datos como la 
construcción teórica de los conceptos han inclinado la balanza final 
hacia el cristianismo y, para la explicación de los resultados, hacia 
el catolicismo. El panorama religioso cada vez más diverso exige la 
profundización del estudio de las relaciones aquí exploradas en otras 
confesiones cristianas y en otros credos religiosos. No obstante, a pe-
sar de estas limitaciones, el presente análisis ofrece datos relevantes 
y una mirada panorámica a la relación entre creencias religiosas y 
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atribuciones causales de la pobreza en México. De igual forma, abre 
derroteros para futuros estudios en un contexto donde lo religioso 
vuelve a irrumpir con fuerza en el espacio público. 
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