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El hombre postorganico resumen

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Paula Sibilia
EL HOMBRE POSTORGANICO
Paula Sibilia en “El hombre postórganico”, aborda la transición de la sociedad industrial a la sociedad postindustrial .También hace referencia a los avances que ha producido la “tecnociencia” y como ha influido ésta en la sociedad.
En cuanto a la filosofía de la tecnociencia, Sibilia plantea dos tipos de tradiciones: la prometeica y la fáustica. La primera, hace referencia a Prometeo que fue quién proporcionó fuego a los hombres y en consecuencia fue castigado por los dioses. En esta tradición se sostiene que se ha doblegado técnicamente a la naturaleza para quebrantarla, pero apuntando al bien común y a la emancipación de la especie. Esta perspectiva prometeica pone énfasis en la ciencia “como conocimiento puro”. 
En cambio, la segunda hace referencia a que Fausto hace un pacto con el diablo, ya que busca el poder y transcender sus límites como hombre. Desde esta perspectiva, los procedimientos no tienen como meta la verdad o el conocimiento íntimo de las cosas, sino una comprensión a cerca de los fenómenos para poder ejercer un control total. A su vez, también la misma se basa en superar la condición humana. Mediante esta tradición se derriba cualquier argumento proteico.
La tecnociencia contemporánea constituye un saber Fáustico, el cual pretende ejercer un control total sobre la vida, tanto humana como no humana y desea superar las limitaciones, en cuanto al carácter material del cuerpo humano. Uno de esos límites que presenta es el eje temporal de la existencia. Lucha contra el envejecimiento y la eliminación de muerte. Para lograr la inmortalidad, la biotecnología recurre al instrumental informativo. Otra limitación que se intenta superar es eje del ámbito espacial del hombre. La autora plantea que estamos ante un mundo donde las barreras espaciales empiezan a dejarse de lado, como consecuencia de la utilización de nuevos dispositivos y servicios informáticos. Éstos permiten superar las distancias geográficas sin necesidad de que el cuerpo se desplace. Ésto trae aparejado, la aparición de un nuevo cuerpo virtualizado y conectado las 24 horas del día por medio de las redes de telecomunicaciones. Todas estas transformaciones producidas en la posmodernidad dieron lugar al “hombre postorgánico”.
La autora argumenta que la meta del proyecto tecnocientífico actual no sólo busca mejorar la condición de vida de la mayoría de los hombres, sino la dominación total de la naturaleza, tanto desde el exterior como el interior del cuerpo humano.
Hombre Postorgánico: Es la ambición de reprogramar el código genético de cada individuo en particular (como si fueran programas de computación), con el fin de corregir sus “fallas” o “errores”, es un componente fundamental del sueño de trascender nuestra condición biológica “demasiado humana” con la ayuda de las herramientas tecnocientíficas. 
Todo esto ocurre bajo un horizonte digitalizante que engloba estos saberes tan privilegiados hoy en día (tanto las nuevas ciencias de la vida como la teleinformática), que pretenden recurrir a la “evolución postbiológica” o “postevolución” para crear un tipo de hombre “postorgánico”.
De acuerdo con la visión de Paula Sibilia el Hombre postorgánico es un ser consumidor, el cual se encuentra en una constante lucha por superar sus limitaciones naturales donde el cuerpo humano se estaría volviendo obsoleto y se apoya en la tecnociencia actual para superar dichas limitaciones, pues las entiende como obstáculos orgánicos que limitan su potencialidad y ambiciones.
Para llegar a proponer la existencia de un Hombre postorgánico se debe entender la evolución de la especie desde la revolución industrial hasta nuestros días teniendo en cuenta dos proyectos: el prometeico y el fáustico anteriormente mencionados. 
Las soc. industriales desarrollaron toda una serie de dispositivos destinados a modelar los cuerpos y las subjetividades de sus ciudadanos. Entre estos cabe destacar la arquitectura panóptica, la técnica de la confesión y la reglamentación del tiempo de todos los hombres a lo largo de toda su vida.
Estos mecanismos promovieron una autovigilancia generalizada, cuyo objetivo era la “normalización” de los sujetos.
Se trata de tecnologías de biopoder, un poder que apunta directamente a la vida, administrándola y modelándola para adecuarla a la normalidad.
El contexto actual difiere bastante del escenario de la soc. industrial. Están emergiendo nuevos modos de subjetivación. El nuevo capitalismo se erige sobre el inmenso poder de procesamiento digital. Los modos de ser constituyen mercaderias muy especiales, que son adquiridas y de inmediato descartadas por los diferentes targets a los cuáles se dirigen, alimentando una espiral de consumo en aceleración constante. Así, la ilusión de una identidad fija y estable, tan relevante en la soc. industrial, va cediendo terreno a los “Kits de perfiles estandarizados”. Se trata de modelos subjetivos efímeros descartables vinculados a las caprichosas propuestas y a los volátiles intereses del mercado.
La lógica de funcionamiento del régimen disciplinario, opera con moldes y busca la adecuación a las normas, porque es al mismo tiempo masificante e individualizante. En un bloque único y homogéneo (la masa) se moldean los cuerpos y las subjetividades de cada individuo en particular, en cambio, en la soc. contemporanea tanto la noción de masa como la de individuo han mutado. Emergen otras figuras en lugar de aquellas. El papel del consumidor por ejemplo ha ido adquiriendo una relevancia cada vez mayor. En lugar de integrarse en una masa, el consumidor forma parte de diversas muestras, nichos de mercado, segmentos de público, tarjets y bancos de datos.
Por otro lado el sujeto de la soc. contampóranea posee un sinnúmero de tarjetas de crédito y códigos de acceso; todos dispositivos digitales. La identificación del consumidor pasa por su perfil: una serie de datos sobre su condición, sus hábitos y preferencias de consumo. Todas estas informaciones mediante formularos de encuestas y se procesan digitalmente; luego se almacenan en bases de datos con acceso a través de redes, para ser consultadas, vendidas, compradas y utilizadas por las empresas en sus estrategias de marketing. De ese modo, el propio consumidor pasa a ser un producto en venta.
Los muros de las empresas también se derrumban, los empleados están cada vez más pertrechados por un conjunto de dispositivos de conexión permanente, que desdibujan los límites entre espacio de trabajo y lugar de ocio, tiempo de trabajo y tiempo libre.
Esos “collares electrónicos como los llamo Deleuze, constituyen sólo una de las varias formas sociotécnicas de control, en una era que pregona la digitalización total y en la cual todo y todos pueden ser rastreados (o deberian poder serlo). Porque todos deben estar constantemente disponibles.
Lo que cuenta cada vez más no es tanto la posesión de los bienes en el sentido tradicional, sino la capacidad de acceder a su utilización como servicios.
En vez de comprar un producto específico y concreto, el consumidor adquiere el derecho a utilizar un bien siempre actualizado, mediante el pago de una cuota mensual a las instituciones financieras que operan como intermediarias. En un clima que mezcla las tendencias virtualizantes con una preocupación creciente por la seguridad física, proliferan las contraseñas, tarjetas magnéticas, cifras y códigos que permiten acceder a los diversos servicios ofrecidos por el capitalismo de la propiedad volatilizada.
Hoy no sólo están en alta los servicios más diversos sino también (y sobre todo) el marketing y el consumo. Éstos son explotados con tecnologías nuevas sofisticadas; toda una serie de saberes y herramientas se desarrollan en torno a una retórica propia, o bien apropiada de otros campos.
El diagnóstico de Marx acerca del fetichismo de la mercancía parece alcanzar su ápice, puesto que el consumo pasó a regir prácticamente todos los hábitos socioculturales.
En este contexto la tecnología adquiere una importancia fundamental, pasando de lasantiguas leyes mecánicas y analógicas a los nuevos órdenes informáticos y digitales. La economía global recibe un fuerte impulso de las computadoras, la telefonía móvil, las redes de comunicación los satélites y toda la miríada de gadgets teleinformáticos que abarrotan los escaparates contribuyendo de forma oblicua a la producción de cuerpos y subjetividades del siglo XXI.

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