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Diálogo entre lo trans-queer y lo transpersonal

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UN DIÁLOGO DE LO TRANS-QUEER CON LO TRANS-PERSONAL
Las clases en las que hemos tratado los postulados del feminismo post-estructuralista sobre la no-natural correspondencia entre género, sexo y sexualidad, así como lo inter, y lo trans como una no-identidad, me han generado una experiencia sensorial que encuentro particularmente interesante. Intento aquí presentarla, evidenciarla, pero las palabras se desbordan al intentar capturar la idea. Miedo, ansiedad, angustia, vértigo, todas estas sensaciones con las que me acerco a su descripción, pero sé que tal experiencia es previa a todas estas, las numeradas resultan de resistirme a la original. Un hormigueo incómodo que baja por mi abdomen, que revuelve el estómago. Incluso ahora, mientras escribo, y antes, mientras planeaba qué escribir, la sensación permanece presente, sin dejarme articular tranquilamente mis pensamientos, me lo impide, me susurra que tal articulación no puede ser puesta en papel. No puedo más que reírme nerviosamente. El plan era comenzar esta introducción exponiendo de donde surgió el título del ensayo, aunque creo que puedo ir deshaciéndome de todo plan, con el vértigo no funcionan.
La experiencia sensorial no sólo me la producen, así de tangiblemente, éstas clases, también el tema de investigación en que trabajamos, del que llevo ya meses intentando sujetarme sin aun entender nada. Y comienzo a creer que de eso se trata, de no entender y trabajar desde ahí. En esto de ir “más allá”, del género, del sexo, del cuerpo, de la identidad, de la materialidad, de uno mismo (o de quien uno cree ser), es donde inevitablemente encuentro un fuerte vínculo entre los postulados de este feminismo y lo que han llamado “psicologías transpersonales”. Así, todo el texto (pretendo) será un ir y venir entre lo uno y lo otro, partiendo del texto “Trans”, referido en la bibliografía, para pensar esta perspectiva que tan poco domino.
Desplazamiento trans
Comencemos, pues, por insistir en un aparente sinsentido, ¿de qué consta más (no) concretamente tal experiencia sensorial? La reflexión intelectual me obliga a fragmentar la experiencia en partes para representarla linealmente, aunque hay que entender que la experiencia misma no transcurre así, es multidireccional, ocurre simultáneamente, no hay tal cosa como “los elementos de la experiencia” en la experiencia misma. En primera desprendamos al sujeto del núcleo identitario, entendamos que no son lo mismo; el sujeto histórico que han hecho de uno es una imagen que representa la suma de aquellos elementos con los que uno se identifica, mientras que el núcleo identitario es para lo que esta imagen funge como intento de tapadera, supuestamente solapando el “agujero”. Lo que el desplazamiento trans hace es, según observo, empujar al sujeto fuera del núcleo identitario, más allá de la norma y al borde del lenguaje, jugueteando sobre la delgada línea entre el mundo simbólico y lo que (no) está más allá: la misma materia que constituye el propio núcleo identitario y que el desplazamiento del sujeto deja a la luz de la experiencia, una experiencia ante la que se presenta una resistencia (miedo, ansiedad, angustia, vértigo) para defender la identidad, para evitar el aniquilamiento, lo que produce un retorno identitario, la negación de la experiencia, se vuelve a cubrir el sol con una palma, ocultándolo de los ojos y convenciéndonos de que el son ha desaparecido, o que incluso, nunca ha estado ahí, y ésta (no) es la experiencia sensorial que produce en mí la escucha atenta puesta sobre el discurso trans-queer. El vértigo que deja de serlo al enunciarlo, volviéndose vértigo.
De lo anterior me surgen una serie de preguntas con las que continuar, ¿existe una identidad trans?, la respuesta pronta es “no”, pero ¿qué pretende aquel que se enuncia como tal?, ¿no pretende sujetarse a la identidad de la no-identidad?, ¿la negación de una identidad conlleva necesariamente a la afirmación de otra?, ¿valdría de algo preguntarse por aquello que (no) está más allá? Los prejuicios occidentales dirían que no, aunque los taoístas hablan de conocimiento convencional cuando nosotros de mundo simbólico, “no creemos saber nada a menos de poder representárnoslo por medio de palabras o por algún otro sistema de signos”, aparecería en el segundo texto que se integra al diálogo (apuntado igualmente en la bibliografía). Nos resulta ya incluso evidente el hecho de que el uso de palabras para señalar los distintos elementos de la experiencia es un convencionalismo, un acuerdo colectivo (que la palabra “árbol” no comparte nada sustancial, esencial, con el árbol), pero menos evidente es la forma en que la cultura ha aceptado separar las cosas unas de otras, marcar límites entre los elementos de la experiencia cotidiana. En este sentido, la separación misma entre “yo”, por un lado, y “el mundo”, por otro, es un convencionalismo que recurrentemente pasa al lado nuestro, pero sigilosamente ocultado (ignorado), ¿qué son, sino convencionalismos, todas aquellas imágenes de las que se sostiene la identidad?, tecnologías de producción de subjetividades: ocupación, nacionalidad, género, corporalidad, subjetividad, sensación de individualidad y/o autonomía.
Conocimiento situado
¿Qué significa, entonces, situar el conocimiento?, ¿cómo situar, en su producción, un discurso trans cuando lo que hace es negar aquello que se supone que es?, ¿cómo situar cualquier producción de conocimiento?, ¿será que el situar es siempre un “permanecer oculto” aun haciéndose visible? Me era necesario exponer estas cuestiones para entonces sí, situarme, compartiendo qué es lo que mueve mi interés por lo transpersonal, copiando y pegando, descaradamente, un párrafo de otro ensayo:
Estos paradigmas que están haciendo estudios rigurosos desde la observación y la experiencia de que la consciencia no es producto ni de un proceso neuroelectroquímico del cerebro, ni de la sujeción de un cuerpo a un mundo simbólico, sino que todo esto es sólo un medio que posibilita su manifestación, su manifestación como el espacio vacío que posibilita que el mundo se manifieste; la consciencia como el continente entre cuyos contenidos se encuentran el propio cuerpo material, físico, biológico, así como el sujeto histórico que se ha hecho de ese cuerpo, contenido con el que la consciencia se identifica erróneamente. Si tanto el cuerpo como el sujeto (ego) con los que nos identificamos pueden ser observados por uno mismo, es porque hay algo que los observa. No podemos mirar directamente nuestros propios ojos, el ojo no forma parte del campo de visión, pero es absolutamente necesario para que tal fenómeno visual se produzca. Esta es otra forma con la que me gusta ejemplificarlo: entre la proyección y la pantalla donde se proyecta hacen la película, así como entre lo observado y el observador hacen al mundo, la proyección es el contenido que requiere de un espacio para manifestarse, la pantalla es el continente, el espacio vacío que posibilita su manifiestan, ese espacio vacío es el observador, la consciencia, y no el sujeto ni el cuerpo. Aquí sucede algo curioso con nuestra tendencia a la identificación, a sujetarnos de algo para tapar el agujero: si me identifico erróneamente con la consciencia, entendida en estos términos, dos afirmaciones contradictorias se afirman simultáneamente, la dualidad comienza a fracturarse: o todo es un “afuera” de mí (incluso aquello que creo que soy), mi cuerpo, mis emociones, mis pensamientos, así como los árboles, el suelo, los otros, pues “soy” distinto de todo lo que observo; o todo es un “adentro” de mí, pues “soy” la condición que posibilita todo contenido, toda manifestación. Pero no es un adentro ni un afuera, el observador y lo observado no son elementos distintos, lo uno no puede ser sin lo otro, el observador es lo observado, pero como fijamos (¿“fijamos” quién?) nuestra identidad en un punto de lo observado, vivimos cotidianamente ensimismados, encerrados en una figura egoica que no es más que una imagen, un fragmento.
En este punto podemos indicarsin asustarnos (o sí): que toda identidad es, efectivamente, (y para no decir "una ficción", pues cuando se encarna en el cuerpo y en la mente, la experiencia identitaria es muy real, y a simple vista no se entiende como ficticia) una convención; que vale la pena preguntarse por aquello que está más allá de lo simbólico; que la experiencia cotidiana es absolutamente irrepresentable en todo momento, no sólo la experiencia que hemos llamado en la investigación como “transpersonal”, inefable, mística. Toda experiencia, en todo momento, es transpersonal, va más allá de uno, pero es una experiencia que no transcurre conscientemente, el vértigo lo impide, nuestra identidad lo impide, nuestra no-creencia en algo más que en lo simbólico, lo convencional, lo impide. No creemos en la experiencia directa siendo que mantenemos nuestro organismo en funcionamiento sin pensar siquiera en respirar. ¿En verdad procesamos linealmente el acto de beber de un vaso, representándolo, para que luego el acto suceda?
***
¿Cómo aproximarme a un movimiento sin identidad?, ¿es tal cosa posible?, ¿habrá que aprender a tomarle el gusto al vértigo?, ¿cómo dejar de desconfiar tanto en la inteligencia espontánea que mantiene al cuerpo haciendo sus funciones sin siquiera prestar atención?, habrá que dejarse aniquilar entonces, no hacer el retorno identitario para volver a tapar el agujero, permanecer con la herida abierta.
¿Qué es la experiencia de muerte subjetiva (subjetiva considerando lo que implica, siendo que como occidentales no creemos en nada más allá de lo simbólico), la muerte del ego de la que habla “lo transpersonal”, sino una entrega absoluta a lo desconocido?, ¿qué es el ejercicio deconstructivo si no una experiencia sutil de muerte, paulatina, impulsada por la reflexión intelectual y guiada por la angustia, por el vértigo, del que tanto desconfiamos?
Desidentificación, supuesta locura, ¿y qué si es locura?, el mundo se miente fingiendo estar demasiado cuerdo, prefiero ser honesto. ¿Qué pretendía con este escrito?, ¿“pretendía” quién?, ¿la institución, la convención, la tecnología de producción de subjetividad?, y entre este revoltijo ¿dónde quedo yo?, fui borrado, pero quieren hacerme creer que yo soy ese revoltijo, háganse bolas ustedes… ¿“ustedes” yo?, me estoy haciendo bolas.
Quiero dejar de preguntarme por el “yo” de la convención, me interesa experimentar el yo (creo que empiezo a abusar del recurso, no me importa) que deja de ser yo cuando lo enuncio.
¿Hay una identidad trans?, ¿tiene algún sentido decir que mi identidad es una identidad trans, transpersonal?, para mí no es algo convencional, consiste en algo íntimo, recae exclusivamente en mi experiencia de vida, no en visibilizarla, no en ser reconocida, pero sí me interesa que se le reconozca, no como aprobación o confirmación de mí (¿o sí?), sino como transmisión, interés por que tal transformación no se quede en mí, quiero compartir que el vértigo no está tan mal.
Bibliografía
Pons A., Garosi E., “Trans”, en Conceptos clave en los estudios de género, Volumen 1, UNAM, 2016.
Watts, A., “La filosofía del Tao”, en El camino del zen, Ediciones perdidas.
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