Logo Studenta

El saber psiquiátrico entre los pliegues de la arqueología Prof. Colombani Resumen

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

1 
AFHIC 
 
El saber psiquiátrico: entre los pliegues de la arqueología y las sendas de la genealogía 
 
María Cecilia Colombani. 
Facultad de Filosofía, Ciencias de la Educación y Humanidades. Universidad de Morón. 
Facultad de Humanidades. Universidad de Mar del Plata. 
mcolombani@unimoron.edu.ar 
 
a. La instalación arqueológica 
La arqueología lleva a la consideración foucaultiana de la nueva episteme, 
surgida en el siglo XIX, allí donde el autor lee la constitución de las ciencias del 
hombre. Es a ese Foucault que queremos arribar para leer en ese topos el nacimiento de 
una nueva forma de ver y nombrar la locura. 
Es necesario recuperar al Foucault arqueólogo; pasar por ese intersticio para ver 
cómo desde esa originaria preocupación por el saber y los discursos se llega a la nueva 
episteme que signa la emergencia de las ciencias del hombre. 
Foucault hace ontología. Una ontología de nosotros mismos en relación al saber, 
al poder y al deseo. Por la primera, nos constituimos como sujetos de conocimiento y la 
ontología histórica es en relación con la verdad. 
 Pero esta ontología carece de un a priori trascendental, al modo del sujeto 
kantiano. El a priori se funde en la historia. Es un a priori histórico porque es la propia 
historia la condición de posibilidad de todo constructo. En ella están las condiciones 
posibilitantes de los sujetos, los objetos, los saberes, los poderes, los discursos, las 
prácticas. No hay un topos reservado a un a priori no histórico. El a priori hace posible 
toda materialidad de los enunciados, esto es, su propia positividad, existencia, 
transformación, desviación, irrupción, desaparición. 
Las palabras y las cosas, publicado en 1966, es un libro emblemático de la 
preocupación arqueológica, al tiempo que resultara una obra polémica en más de un 
sentido. Es precisamente en este libro donde Foucault vuelca a un grupo de saberes los 
resultados obtenidos en sus anteriores análisis sobre la psiquiatría y la medicina. Dice 
Foucault sobre él: “Era un trabajo ubicado en una dimensión específica y concebido 
para dar cabida a una serie de temas. Por supuesto, no resolví todos mis interrogantes en 
ese libro, especialmente los metodológicos; sin embargo, justo al final, reafirmé que era 
mailto:mcolombani@unimoron.edu.ar
 2 
esencialmente un análisis realizado dentro del campo de la transformación del saber y 
del conocimiento”1. En efecto, en él Foucault desarrolla un análisis de los métodos, los 
procedimientos y las clasificaciones según el esquema del saber científico que 
caracteriza a Occidente. Según Foucault se trataba de un libro muy específico, destinado 
a los especialistas en filosofía de la ciencia. 
Foucault analiza las formas en que una determinada sociedad “ve” y “nombra”, 
la forma en que se establece el nexo que anuda las palabras y las cosas, las traba, las 
organiza, las ordena, las jerarquiza, dando cuenta de ese ver y de ese decir. Foucault se 
dirige exactamente al corazón de la producción de saber, al espacio de las identidades, 
de las semejanzas, de las analogías que permiten cierta ordenación de cosas diferentes o 
parecidas. El Foucault arqueólogo recorre los espacios sobre los cuales pueden aparecer 
las semejanzas y las diferencias en la instauración de un determinado orden, 
arquitectura indispensable para conocer. Dice Foucault: “El orden es, a la vez, lo que se 
da en las cosas como su ley interior, la red secreta según la cual se miran en cierta forma 
unas a otras, y lo que no existe a no ser a través de la reja de una mirada, de una 
atención, de un lenguaje; y sólo en las casillas blancas de este tablero se manifiesta en 
profundidad como ya estando ahí, esperando en silencio el momento de ser enunciado”2. 
Su intención es efectuar un estudio para hallar ese topos a partir del cual los 
conocimientos y las teorías han sido posibles; se trata de rastrear ese orden que los 
posibilitó, sobre qué espacio de positividades han aparecido las ideas. No es su tarea la 
de quien recorre una historia de los conocimientos en progreso, sino, por el contrario de 
quien escruta la superficie donde se instala la posibilidad de ver, conocer y nombrar. 
Foucault transita campos, no ideas; regiones posibilitantes de emergencias; su 
trabajo es en la profundidad, no en la superficie. La dualidad de topoi, de capas, entre la 
profundidad y la superficie es la distancia entre un Foucault historiador y un Foucault 
arqueólogo. Cuando Foucault explica su tarea dice: “lo que se intentará sacar a luz es el 
campo epistemológico, la episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de 
cualquier criterio que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su 
positividad y manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la 
de sus condiciones de posibilidad; en este texto lo que debe aparecer son, dentro del 
espacio del saber, las configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del 
 
1 Foucault, M., El yo minimalista, p. 25 
2 Foucault, M., Las palabras y las cosas, Prefacio, p. 5 
 3 
conocimiento empírico”3. En este marco, Foucault analiza dos grandes momentos de 
discontinuidad en la episteme de la cultura de Occidente. Por un lado, la que inaugura la 
época clásica, alrededor de mediados del siglo XVII y la que inaugura nuestra 
modernidad, a comienzos del XIX. Esa discontinuidad plasma un nuevo orden, una 
nueva manera de ver y de nombrar, una nueva trabazón entre las palabras y las cosas. 
Foucault rompe entonces con la ilusión del progreso indefinido e ininterrumpido de una 
misma ratio desde el Renacimiento hasta nuestros días. Foucault lee ciertas 
subversiones en el modo de ver y nombrar; acompaña el juego de tensiones al interior 
de los órdenes posibilitantes. Entre el Renacimiento y la modernidad algo se ha 
subvertido; así, “no se trata de que la razón haya hecho progresos, sino de que el modo 
de ser de las cosas y el orden que, al repartirlas, las ofrece al saber se ha alterado 
profundamente”4. Nada más alejado que las teleologías sosegantes de la vieja 
metafísica, exenta de discontinuidades y heterogeneidades. Pensamiento abrupto que 
descree de los órdenes definitivos para encontrarlos y hacerlos jugar en un suelo 
movedizo de pugnas, apariciones y desapariciones. Al mismo tiempo, Foucault analiza 
qué es lo que permite el umbral de una nueva positividad, qué movimientos y 
mutaciones se han dado para que el umbral de un nuevo orden aparezca. 
 Las palabras y las cosas es un libro que se ocupa de lo Mismo, a diferencia de 
otros libros del mismo período, por ejemplo, La Historia de la locura, donde la 
preocupación recae sobre lo Otro. Lo Mismo analizado recae sobre el orden de las cosas 
y del pensamiento de aquello que Occidente consideró racional, vale decir aquello que 
encaja sin contradicciones en el orden constituido. Racionalidad y Mismidad son el 
territorio de análisis. 
 
b. La instalación discursiva 
 
El Foucault arqueólogo se pregunta por el saber y esta pregunta abre la inquietud 
por el discurso. Los temas propios del período son la locura, la enfermedad y la 
constitución de las ciencias del hombre. Pero, antes incluso de dar lugar a las 
investigaciones sobre los campos específicos, Foucault se topa con una cuestión 
metodológica, con la preocupación de lo que significa la arqueología como modelo de 
instalación-abordaje y allí aparece la Arqueología del Saber como texto propedéutico. 
 
3 Foucault, M., Las palabras y las cosas, Prefacio, p. 7 
4 Foucault, M., Las palabras y las cosas, Prefacio, p. 8 
 4 
Texto sin concesiones, árido, como suelen ser los textos donde un autor delinea 
cartografías, presenta conceptos, contornea rutas de investigación. Allí precisamente 
Foucault se topa con la problemática del discurso. ¿Cuál es el estatuto deldiscurso que 
una determinada época considera verdadero? Los discursos son prácticas que responden 
a ciertas reglas de formación que los constituyen y posibilitan. Instalarse en el estatuto 
del discurso es instalarse en el archivo, como el conjunto de enunciados que hace 
posible toda emergencia discursiva. Los acontecimientos y las cosas sólo se dan a partir 
de ese entramado que constituye la condición de posibilidad de su irrupción. Es el 
discurso el que abre la posibilidad de enfrentarse a ellos. Rastrear ese topos de 
posibilidad es rastrear el a priori histórico y navegar allí para comprender las reglas de 
formación de esos discursos, articuladores de los distintos estratos de saber. Esas reglas 
no se hallan en la superficie, explícitamente visibles, sino que reposan anónimamente en 
lo invisible. Este es el campo de trabajo de la arqueología, donde no existe algo así 
como un discurso originario, un discurso madre, a partir del cual surgen los demás 
discursos, ni un sujeto de la enunciación que ose apropiarse de las reglas de formación 
del mismo. Dice Foucault: “ni comunicación de un sentido, sino exposición del lenguaje 
en su ser bruto, pura exterioridad desplazada; [...] el sujeto que habla no es tanto el 
responsable del discurso [...] como la inexistencia en cuyo vacío se prolonga sin 
descanso el derramamiento indefinido del lenguaje”5. El sujeto ha perdido su soberanía, 
ha dejado de ser el amo del discurso y del sentido, el que se arroga la arquitectura del 
mismo, sintiéndose el responsable de las reglas de su formación. Todo se ha 
desvanecido tras la caída del sujeto de la metafísica tradicional y con ella las marcas 
impresas en el sujeto. 
Este es el terreno a preparar. Si Foucault va a dirigirse al discurso de la locura, 
de la enfermedad o de aquellos tópicos propios del segmento arqueológico, se impone 
establecer el terreno exacto donde se da la producción discursiva. 
Foucault atiende a las irrupciones; la irrupción del conjunto de enunciados, 
prácticas y discursos que una determinada época valida como verdaderos porque se 
aglutinan y organizan conforme a una cierta coherencia. Aquello que irrumpe rompe, 
desde su singularidad, toda la lógica de la continuidad y la regularidad. 
 
5 Foucault, M., El pensamiento del afuera, p. 11 
 5 
Recortar un objeto cualquiera, la locura, la enfermedad, supone llegar a 
visibilizar las condiciones materiales que posibilitaron un discurso que, a su vez, se 
materializa como el resultado de un conglomerado de saberes, enunciados y prácticas. 
El análisis de un determinado campo discursivo implica situarse en el momento 
de irrupción y singularidad de su propia emergencia, no para hallar un sentido oculto, 
sino para captar sus condiciones posibilitantes, sus relaciones con otras emergencias, 
sus afinidades y diferencias, formas de coexistencias y de divergencias. 
Así la psicopatología, la psiquiatría, la clínica, la medicina devuelven unidades 
discursivas constituidas por el plexo de enunciados que obedecen a cierta lógica y 
organización interna, siendo la unidad discursiva la que indica el criterio de unidad que 
atraviesa a todo discurso. 
Así, la unidad del discurso sobre la locura emerge a partir de cómo juegan las 
reglas que posibilitan que el objeto “locura” emerja en una determinada configuración 
epocal. No hay objeto sino a partir de la interacción dinámica y móvil de ciertos factores 
y es en el campo de esa tensión donde la unidad discursiva se recorta. 
El arqueólogo indaga bajo qué condiciones logran conformarse los objetos que 
caracterizan ciertos discursos, por ejemplo el psiquiátrico. No hay objetos en sí, sino 
objetos que sólo pueden constituirse bajo ciertas condiciones. Los objetos de los cuales 
es posible hablar distan del concepto de “cosa en sí”, sino que se habla de ellos, se los 
clasifica, se los enuncia, sólo en la medida en que se recortan de un fondo que posibilita 
su emergencia histórica. Las relaciones que se juegan en ese fondo son la preocupación 
arqueológica. Un objeto determinado se aísla de otros objetos, se delimita y se inserta 
en un discurso que lo abarca, de modo tal que el objeto es enunciado a partir de las 
reglas del discurso que lo abarca. Así las operaciones arqueológicas aplicadas a los 
discursos apuntan a visibilizar sus reglas de formación, mostrando la singularidad de lo 
que una determinada época dice, enuncia, escribe. 
Sólo un breve apunte de la instalación arqueológica para saber porqué Foucault 
comienza por allí su empresa. Al identificar la espesura de la sin-razón y su instalación 
en el encierro, se logra su localización y la percepción de su presencia concreta. 
 Al tenerla localizada y cernida en su presencia concreta, se tiene ya la 
perspectiva necesaria para convertirla en objeto de percepción. El gran mundo de la 
observación-clasificación se avecina y con ello la constitución de los saberes en torno a 
las unidades observables-clasificables. Localización y presencia concreta, permiten 
 6 
convertirla en objeto de observación. De esta manera, la sin-razón toma "el aspecto de 
un hecho humano, de una variedad espontánea en el campo de las especies sociales"6. 
 Aislada, recluida, localizada, concretizada, espacializada, territorializada, 
reconocida, la sin-razón brinda el marco necesario para ser observada, estudiada, 
categorizada, en fin, para la constitución de un saber sobre ella. Para ello deberá 
emerger una nueva sensibilidad que, en medio de esa experiencia homogénea que 
enfrenta rostros prisioneros, sea capaz de descubrir que había toda una serie de gestos 
singulares, todo un orden de gritos vinculados a otro horizonte, la cólera, la violencia. 
Será la sensibilidad médica, sobre finales del siglo XVIII, la que diferencie la locura de 
aquella masa indiferenciada que se encuentra en los Hospitales Generales y la convierte 
en objeto de preocupación médico-terapéutica. 
 En el momento en que la locura es identificada y diferenciada, ya no ocupará el 
Hospital General, se separará de ese encierro indiferenciado, para pasar a poblar al 
Hospital psiquiátrico, concebido como estructura médico-curativa. Así, la locura habrá 
hallado su logos epistémico y su topos institucional. 
 Dice Foucault: "Es así como se instituye la función del hospital psiquiátrico del 
siglo XIX; lugar de diagnóstico y de clasificación, rectángulo botánico en el que las 
especies de las enfermedades son distribuidas en pabellones cuya disposición hace 
pensar en un vasto huerto; pero también espacio cerrado para un enfrentamiento, lugar 
de lidia, campo institucional en el que está en cuestión la victoria y la sumisión"7. 
 El Hospital psiquiátrico será un lugar que permitirá descubrir la verdad de la 
enfermedad mental. Lugar epistémico en tanto se inaugura un saber y lugar pedagógico 
en tanto se pretende una regularización. Regular, curar al enfermo, consiste, 
precisamente en hacerlo retornar a sus justos límites, a sus pasiones mesuradas, a sus 
vínculos primarios y a recuperar sus viejos hábitos. Nada hay más regular que los 
hábitos que nos ubican en el terreno de la mesura. 
 El médico será el gran dueño de la verdad, también de la locura; será quien, 
gracias a su saber, pueda lograr que la locura se muestre tal cual es, será él quien la 
domine, la aplaque y la disuelva. Definitivamente la locura se ha constituido en el 
objeto de estudio de un saber positivo que nutre el vasto campo de la ciencia médica. 
 
6 Foucault, M., La Historia de la locura en la Época Clásica, p. 163 
7 Foucault, M. La vida de los hombres infames, p. 72 
 7 
 El poder del loco quedará neutralizado por el poder del psiquiatra, respaldado 
por la fuerte estructura manicomial. La estructura manicomial responde, por un lado, a 
las exigencias del orden social de ser preservado de la perturbaciónde los locos; y, por 
el otro lado, a las necesidades de la terapéutica que recomienda el aislamiento de los 
locos. La locura, definitivamente territorializada al interior del logos que pasa a 
nombrarla, definirla y dominarla, es hija del mundo disciplinar. 
 
c. La instalación genealógica 
 
 Es este el núcleo de un cruce interseccional: la arqueología cede paso a la 
genealogía, sobre todo a partir de la alianza entre saber y poder, saber y disciplina, saber 
y orden. He aquí un eje de la intersección. La primera inquietud por los saberes se 
bifurca en un nueva dirección que hace pie en las tecnologías de control, en el horizonte 
de un poder de policía, funcional al sueño epistémico. 
 El segundo eje de intersección necesariamente nos remite al relato del cuerpo. 
Un cuerpo que cobra un nuevo registro de visibilidad, un nuevo orden de discursividad. 
El cuerpo del loco, el cuerpo del leproso, el cuerpo monstruoso pasan a inscribirse en un 
relato de normalización, eje que arroja el poder de policía, constituyendo, precisamente, 
una verdadera obsesión controladora sobre los cuerpos. 
 La locura ha encontrado otro logos que la nombra. Dice Foucault: “La 
enfermedad mental ha estado constituida por el conjunto de lo que ha sido dicho en el 
grupo de todos los enunciados que la nombraban, la recortaban, la describían, la 
explicaban, contaban sus desarrollos, indicaban sus diversas correlaciones, las juzgaban, 
y eventualmente le prestaban la palabra, articulando en su nombre discursos que debían 
pasar por ser los suyos. Pero hay más: ese conjunto de enunciados está lejos de referirse 
a un solo objeto, formado de una vez para siempre, y de conservarlo de manera 
indefinida como su horizonte de idealidad inagotable; el objeto que se pone, como su 
correlato, por los enunciados médicos del siglo XVII o del siglo XVIII no es idéntico al 
objeto que se dibuja a través de las sentencias jurídicas o de las medidas policíacas”8. 
 Entonces se comprende porqué no existe un objeto “locura”, una “locura 
sustancial”, que permanezca idéntica más allá de los saberes y discursos que se apropian 
de ella, una “locura-unidad” inconmovible a través de la linealidad del tiempo. Más vale 
 
8 Foucault, M., La arqueología del saber, p. 52 
 8 
hay que pensar que la unidad de los discursos sobre ella no se funda en la existencia de 
una “locura-objeto”, sino, más bien, es el resultado “del juego de las reglas que hacen 
posible durante un período determinado la aparición de objetos. […] la unidad de los 
discursos sobre la locura sería el juego de las reglas que definen las transformaciones de 
esos diferentes objetos, su no identidad a través del tiempo, la ruptura que se produce en 
ellos, la discontinuidad interna que suspende su permanencia”9. 
 Nada más lejos que la lenta curva de una evolución, que el sosegante y optimista 
progreso hacia formas cada vez más perfectas de apropiación epistémica. La historia de 
la locura es la historia de una dispersión, de una discontinuidad, de fracturas e 
intersticios, de cortes y brechas, de desviaciones, de sustituciones, por donde se han 
filtrado nuevas formas de verla y nombrarla. Historia de grietas por donde no cesa de 
colarse esa multiplicidad de discursos. 
 Para que en el siglo XIX emerja un objeto de discurso antes impensable, deben 
darse ciertas condiciones posibilitantes. Sólo así se podrá decir algo de él, podrá 
inscribirse en un topos de relación con otros objetos, estableciendo relaciones de 
semejanza o de diferencia, de proximidad o de alejamiento. Un nuevo objeto no surge 
de la noche a la mañana por voluntad de quien mira con atención y busca algo nuevo. 
Un objeto surge a partir del suelo que posibilita su aparición: “el objeto no aguarda en 
los limbos el orden que va a liberarlo y a permitirle encarnarse en una visible y gárrula 
objetividad; no se preexiste a sí mismo, retenido por cualquier obstáculo en los primeros 
bordes de la luz. Existe en las condiciones positivas de un haz complejo de 
relaciones”10. 
 Definitivamente, el discurso psiquiátrico del siglo XIX no se constituye porque 
privilegia, voluntaria y deliberadamente, ciertos objetos preexistentes que esperan ser 
apropiados. Por el contrario, surge por ciertas condiciones que posibilitan la 
constitución de tales objetos. “Así, las formas de clasificación de los objetos, su 
horizonte de significación, las prácticas administrativas, sanitarias, su umbral de 
cientificidad, los procesos económicos y sociales, determinan las condiciones de 
positivas y materiales de su emergencia”11. Así el reticulado clasificatorio que el nuevo 
discurso psiquiátrico en sus categorías de diagnóstico arroja en el siglo XIX sólo puede 
ser captado en su vecindad con la praxis clasificatoria del lenguaje y de las 
 
9 Foucault, M., La arqueología del saber, p. 53 
10 Foucault, M., La arqueología del saber, p. 73 
11 Albano, Sergio, Michel Foucault. Glosario epistemológico, p.45 
 9 
sistematizaciones propias de la Gramática General. Es en ese topos de vecindad con 
prácticas administrativas transidas por la voluntad de apropiarse de la diferencia, como 
modo de acotar la dispersión y de ordenar el horizonte confuso que las multiplicidades 
pueden ocasionar, que el discurso psiquiátrico emerge. Esta vecindad determina el 
paisaje nosográfico y clasificatorio: un mismo suelo posibilita el plexo de prácticas, 
saberes y discursos. Sólo desde la taxonomía y los grandes sistemas de clasificación se 
establece el mapa de categorías que la psicopatología del siglo XIX utiliza en su 
proceder diagnóstico; pensando en la psicosis, por ejemplo, no sólo las categorías que 
permiten su diagnóstico, sino también los procedimientos y operaciones terapéuticas. 
 Foucault no analiza cómo se descubre un objeto discursivo, sino cómo aparece. 
No se trata del análisis de las operaciones que un sujeto lleva a cabo para des-cubrir un 
objeto, sino, por el contrario, se trata de indagar las reglas de emergencia, a partir de las 
cuales se determinan su aparición: “De ahí que la relación entre las palabras y las cosas 
impone necesariamente tratar a los discursos, no ya como un conjunto de reglas 
lexicales, linguísticas o significativas que reenvían a un conjunto de representaciones, 
sino como prácticas que generan y producen los objetos a los que se aplican. El objeto 
no es el referente de un discurso sino un momento lógico por medio del cual alcanza su 
delimitación y emergencia”12 
 
d. Intersecciones 
 
Juguemos en el espacio de la intersección, anudando nuestras reflexiones 
precedentes con la utopía disciplinaria, para ver qué relación existe entre la constitución 
de un saber y el sueño epocal de una sociedad normalizada. El poder es siempre 
productor de saber y de verdad. Saber y verdad son las dos caras de una misma moneda 
y conceptos imposibles de disociar. El poder de policía produce un tipo de saber-verdad 
que ubica la normalización del cuerpo en el epicentro del dispositivo. Esto lleva a 
Foucault a concentrar su mirada en la producción, no ya de un saber a secas, sino de un 
saber incardinado en un sueño epocal. 
 Hemos visto cómo la historia de la locura es, clásicamente, la historia de una 
exclusión, de aquello que no entra en el orden del discurso, hasta que tardíamente lo 
alcanza, más allá de lo cual el discurso del loco siempre queda territorializado a un más 
 
12 Albano, Sergio, Michel Foucault. Glosario epistemológico, p.51 
 
 10 
allá de cierta línea de cesura. La historia de la locura es la historia de lo diferente, de lo 
otro, de lo desordenado que no encaja en el terreno de lo mismo y que, por lo tanto, 
debe ser excluido. La locura no tiene lugar en el corazón interior de la mismidad. 
 El loco es un extraño en el interior de la mismidad,forma parte de lo otro, de lo 
que no se adecua a lo mismo, por lo tanto debe ser amurallado para preservar el orden 
de lo mismo. El loco es un peligro que perturba el orden, y por lo tanto, habrá que 
encerrarlo para mantener intacto el territorio de la mismidad. 
 Este es el punto de intersección. Para que el loco aparezca como un extraño, 
como un otro que rompe cierto orden, tiene que haberse inaugurado una nueva 
sensibilidad directamente vinculada a la noción de disciplina y al concepto de poder que 
produce esa disciplina. 
 Diferenciados quiénes ocupan uno y otro espacio, diferenciados quiénes ocupan 
un espacio entre lo mismo y quienes forman parte de lo otro, diferenciados los 
territorializados de los desterritorializados, es el dispositivo disciplinario el que se 
encargará de trabajar sobre las semejanzas, tratando de fijar los sujetos a distintos 
aparatos de saber. 
 La intersección nos conduce entonces al siglo XVIII, el gran siglo de la 
ortopedia social; los sujetos serán vigilados, controlados, calificados, distribuidos según 
cualidades y calidades y fijados a aparatos de regulación como la escuela, la fábrica, la 
prisión, el hospital, cuyo fin consistirá en fijar a los sujetos y volverlos regulables, 
observables, controlables. Para ello es necesario acompañar lo que Foucault denomina 
la "gran mutación tecnológica del poder en Occidente" y desplazar la mirada en torno a 
la naturaleza del poder.

Continuar navegando