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Homero es el poeta griego por antonomasia, el poeta divino que influyó decisivamente en el arte, ¡a literatura, la lengua, la religión y la filosofía griegas. Su obra, memorizada por los escolares, ha dejado a través de los siglos una huella indeleble en la vida de los griegos. Homero llegó a Occidente de la mano de Petrarca, cuando este humanista adquirió los manuscritos de los dos inigualables poemas homéricos que, con gran dolor, no supo descifrar. E l mensaje de la lliada está, sin embargo, ahora claro para nosotros: aunque los héroes hagan frente al inexorable hado que pesa sobre los mortales cosechando la gloria, nada hay sobre la tierra más miserable que el hombre. La presente edición restituye la obra a sus orígenes ofreciendo una traducción muy literal en verso. LETRAS UNIVERSALES © © © © HOMERO © ® | Ilíada Edición de Antonio López Eire © ® ® © ® © ® © ® ® ® © © C A T E D R A © ^ LETRAS UNIVERSALES ^ ® ®www.FreeLibros.org Homero es el poeta griego por antonomasia, el poeta divino que influyó decisivamente en el arte, ¡a literatura, la lengua, la religión y la filosofía griegas. Su obra, memorizada por los escolares, ha dejado a través de los siglos una huella indeleble en la vida de los griegos. Homero llegó a Occidente de la mano de Petrarca, cuando este humanista adquirió los manuscritos de los dos inigualables poemas homéricos que, con gran dolor, no supo descifrar. E l mensaje de la lliada está, sin embargo, ahora claro para nosotros: aunque los héroes hagan frente al inexorable hado que pesa sobre los mortales cosechando la gloria, nada hay sobre la tierra más miserable que el hombre. La presente edición restituye la obra a sus orígenes ofreciendo una traducción muy literal en verso. LETRAS UNIVERSALES © © © © HOMERO © ® | Ilíada Edición de Antonio López Eire © ® ® © ® © ® © ® ® ® © © C A T E D R A © ^ LETRAS UNIVERSALES ^ ® ®www.FreeLibros.org L e t r a s U n i v e r s a l e s HOMERO Ilíada E d ic ión de A ntonio L óp ez E ire T rad u cción de A n to n io L óp ez Eire NO VENA EDICIÓN C A T E D R A LETR A S UNIVERSALESwww.FreeLibros.org com to remove the watermark http://www.a-pdf.com/?pc-demo L e t r a s U n i v e r s a l e s HOMERO Ilíada E d ic ión de A ntonio L óp ez E ire T rad u cción de A n to n io L óp ez Eire NO VENA EDICIÓN C A T E D R A LETR A S UNIVERSALESwww.FreeLibros.org I * Edición, 1989 9 .* Edición. 2 0 0 3 Diseño de cubierta: Diego Lara Ilustración de cubierta: Dionisio Simón i í Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S.A.), 1989 , 2 0 0 3 Madrid Printed in Spain Impreso en 1 lucrtas, S.A. I'uenlabrada (Madrid) IN TR O D U C C IÓ N www.FreeLibros.org I * Edición, 1989 9 .* Edición. 2 0 0 3 Diseño de cubierta: Diego Lara Ilustración de cubierta: Dionisio Simón i í Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S.A.), 1989 , 2 0 0 3 Madrid Printed in Spain Impreso en 1 lucrtas, S.A. I'uenlabrada (Madrid) IN TR O D U C C IÓ N www.FreeLibros.org H om ero H o m e r o y i .a l i t e r a t u r a o c c i d e n t a l Si es verdad, como lo es sin duda, que Homero fue modelo de Virgilio quien a su vez lo fue de Dante y Milton; que la literatura latina se inaugura con la traducción que hizo Livio Andrónico de la Odisea; que en F.nnio alentaba, al menos metafóricamente, el alma de Homero; y que este eximio poeta griego inspiró ya en tiempos modernos a Tennyson, Kazantzakis y James Joyce, podemos afirmar sin hipérbole que la literatura occidental de alguna manera comienza con Homero y ya no le abandona nunca. En cualquier caso, y esta vez sin restricción alguna, la literatura griega comienza con Homero, que vale tanto como decir con la \liada y la Odisea. Pero Homero no es sólo un importante capítulo de la historia de la literatura griega, no es sólo un excelente poeta que fue capaz en remotos tiem pos, en la Grecia del siglo vm a.C., de mantener la atención de oyentes que escuchaban la recitación de dos poemas épicos monstruosos por sus inusitadas dimensiones, sino que además es el poeta por antonomasia de los griegos, el poeta divino (que así lo calificaron Demócrito, Aristófanes y Platón ') que influyó decisivamente en el arte, la literatura, la lengua, la religión y la filosofía griegas. La obra de Homero, en la antigua Grecia, era memorizada por los escolares en el momento más decisivo de su formación cultural, y así, naturalmente, recordaban los griegos cultos ya para siempre las singulares palabras de la épica, los 1 Demócrito... B 21 D -K . Aristófanes, L as Ranas... 1054; Platón, Jon... 550 b; Fedón 9 ; a; Las Leyes... 682 a. [9 ]www.FreeLibros.org H om ero H o m e r o y i .a l i t e r a t u r a o c c i d e n t a l Si es verdad, como lo es sin duda, que Homero fue modelo de Virgilio quien a su vez lo fue de Dante y Milton; que la literatura latina se inaugura con la traducción que hizo Livio Andrónico de la Odisea; que en F.nnio alentaba, al menos metafóricamente, el alma de Homero; y que este eximio poeta griego inspiró ya en tiempos modernos a Tennyson, Kazantzakis y James Joyce, podemos afirmar sin hipérbole que la literatura occidental de alguna manera comienza con Homero y ya no le abandona nunca. En cualquier caso, y esta vez sin restricción alguna, la literatura griega comienza con Homero, que vale tanto como decir con la \liada y la Odisea. Pero Homero no es sólo un importante capítulo de la historia de la literatura griega, no es sólo un excelente poeta que fue capaz en remotos tiem pos, en la Grecia del siglo vm a.C., de mantener la atención de oyentes que escuchaban la recitación de dos poemas épicos monstruosos por sus inusitadas dimensiones, sino que además es el poeta por antonomasia de los griegos, el poeta divino (que así lo calificaron Demócrito, Aristófanes y Platón ') que influyó decisivamente en el arte, la literatura, la lengua, la religión y la filosofía griegas. La obra de Homero, en la antigua Grecia, era memorizada por los escolares en el momento más decisivo de su formación cultural, y así, naturalmente, recordaban los griegos cultos ya para siempre las singulares palabras de la épica, los 1 Demócrito... B 21 D -K . Aristófanes, L as Ranas... 1054; Platón, Jon... 550 b; Fedón 9 ; a; Las Leyes... 682 a. [9 ]www.FreeLibros.org nombres, hazañas y aventuras de los héroes de la epopeya, todo ello envuelto en el ropaje del hexámetro dactilico. De este modo se comprende que la épica homérica haya dejado a lo largo de los siglos una indeleble huella en la literatura, el arte, las lenguas literarias, la filosofía, la educación y la vida de los griegos. Ese mundo poblado de héroes, tan típico de la riquísima mitología griega que Homero convir tió para siempre en constante tema literario, esa representa ción humanizada de los dioses que es propia de la religión griega, esa fusión de lo divino y de lo humano (Helena, que era originariamente una diosa de la vegetación, pasa a ser la esposa de Menelao seducida por Paris), ese ensamblamiento perfecto de lo histórico con lo mítico, de lo antiguo con lo moderno (los héroes homéricos usan normalmente armas de bronce pero a veces también armas de hierro), de lo mágico con lo real (los feacios de la Odisea, por ejemplo, son un pueblo fantástico, pero los fenicios son un pueblo históri co), todo esto aparece por primera vez en Homero, donde realmente todo es humano, tanto lo real, como lo fingido: los dioses y las diosas; por supuesto, los hombres y las mujeres; los monstruos y las fuerzas de la naturaleza, y el perro Argo que antes de morir reconoce a su amo Odiseo, y el héroe Aquiles que llora ante Priamo, y hasta el utópico país de los feacios. Este primerísimo poeta configura un capítulo inconcluso en la historia de la literatura griega y su prestigio se hace notar en otras literaturas. En efecto, a partir de él, en las letras helénicas los autores son más o menos «homéricos», incluso muyhoméricos, como Sófocles y Heródoto. Y en el trasvase de la literatura griega a la ¡atina, Horacio le considera el más alto poeta y Ovidio lo define como la fuente en que el numeroso gremio de los poetas bebe el entusiasmo o inspiración2. Más modernamente, Goethe fue un fervoroso y apasiona do admirador de Homero cuya grandeza, según él, ningún otro poeta podría emular: ésa es la razón por la que tanto en Los sufrimientos del joven Werther como en su Viaje a Italia acuden constantemente a su memoria pasajes y escenas de los poemas homéricos. Y para Schiller la vida merece la 2 Horacio, Epístolas... I , 2, i y ss.; Ovidio, Amores... III, 9, 25 pena ser vivida aunque sólo sea para llevar a cabo en ella la lectura del Canto X X III de la llíada. Homero fue desde el siglo vm a.C., fecha de la composi ción de los poemas homéricos, patrimonio del mundo cultural greco-latino. Ya en el siglo vi a.C. Teágenes de Regio por vez primera interpretó los poemas homéricos alegóricamente. En el siglo iv a.C. Platón atacó a Homero como poeta autor de una obra que era, en su opinión, nociva para la educación de los jóvenes, por lo que se vio forzado a expulsarlo de su ideal república. Y al siglo iv a.C. pertenecen también tanto el gran detractor de Homero. Zoilo de Anfipolis, apodado «El Azote de Homero», como Aristóteles, que fue, por el contrario, gran admirador del poeta épico. En el siglo iv a.C. lo estudian, comentan y editan en Alejandría estudiosos y filólogos, entre los que destacan Zenódoto, Aristófanes de Bizancio y Aristarco. Es objeto de fervorosa admiración y aun de imitación por parte de los más distinguidos talentos literarios de las letras latinas, y de inigualable estimación goza también en el imperio romano de Oriente. En el Bizancio del siglo xu, cuando Eustacio de Tesalónica (que murió el año 1194) compila largos comentarios de la litada y la Odisea, Ana Comnena en su A lexiada cita a Homero tantas veces como a la Biblia, y Tzetzes, el autor de las (judiadas (una mina de datos e informaciones sobre el mundo clásico), compuso, siguiendo fielmente a los alegoristas estoicos, unas Alegorías de la llíada y de la Odisea a través de las cuales intentaba penetrar y analizar estos poemas y así superar las dificulta des de Homero. En Occidente, contrariamente, las cosas fueron distintas: el Homero verdadero tardó en llegar a nuestro mundo occidental, pues el que conoció el hombre medieval del Oeste de Europa no equivalía exactamente a los poemas homéricos, sino a versiones más o menos libres, vertidas al latín, de historias de la guerra de Troya noveladas, extraídas en su mayoría del Ciclo épico, que había sido, también él, una épica farragosa y un tanto romancesca, cargada de detalles superfluos por causa de un insensato afán historicis- ta y una desmedida afición a lo romántico, fantástico y patético. Y así, entre las versiones latinas de la llíada hay que contar con la Ilias Latina, obra del siglo 1 d.C., que es [ 1 1 ]www.FreeLibros.org nombres, hazañas y aventuras de los héroes de la epopeya, todo ello envuelto en el ropaje del hexámetro dactilico. De este modo se comprende que la épica homérica haya dejado a lo largo de los siglos una indeleble huella en la literatura, el arte, las lenguas literarias, la filosofía, la educación y la vida de los griegos. Ese mundo poblado de héroes, tan típico de la riquísima mitología griega que Homero convir tió para siempre en constante tema literario, esa representa ción humanizada de los dioses que es propia de la religión griega, esa fusión de lo divino y de lo humano (Helena, que era originariamente una diosa de la vegetación, pasa a ser la esposa de Menelao seducida por Paris), ese ensamblamiento perfecto de lo histórico con lo mítico, de lo antiguo con lo moderno (los héroes homéricos usan normalmente armas de bronce pero a veces también armas de hierro), de lo mágico con lo real (los feacios de la Odisea, por ejemplo, son un pueblo fantástico, pero los fenicios son un pueblo históri co), todo esto aparece por primera vez en Homero, donde realmente todo es humano, tanto lo real, como lo fingido: los dioses y las diosas; por supuesto, los hombres y las mujeres; los monstruos y las fuerzas de la naturaleza, y el perro Argo que antes de morir reconoce a su amo Odiseo, y el héroe Aquiles que llora ante Priamo, y hasta el utópico país de los feacios. Este primerísimo poeta configura un capítulo inconcluso en la historia de la literatura griega y su prestigio se hace notar en otras literaturas. En efecto, a partir de él, en las letras helénicas los autores son más o menos «homéricos», incluso muy homéricos, como Sófocles y Heródoto. Y en el trasvase de la literatura griega a la ¡atina, Horacio le considera el más alto poeta y Ovidio lo define como la fuente en que el numeroso gremio de los poetas bebe el entusiasmo o inspiración2. Más modernamente, Goethe fue un fervoroso y apasiona do admirador de Homero cuya grandeza, según él, ningún otro poeta podría emular: ésa es la razón por la que tanto en Los sufrimientos del joven Werther como en su Viaje a Italia acuden constantemente a su memoria pasajes y escenas de los poemas homéricos. Y para Schiller la vida merece la 2 Horacio, Epístolas... I , 2, i y ss.; Ovidio, Amores... III, 9, 25 pena ser vivida aunque sólo sea para llevar a cabo en ella la lectura del Canto X X III de la llíada. Homero fue desde el siglo vm a.C., fecha de la composi ción de los poemas homéricos, patrimonio del mundo cultural greco-latino. Ya en el siglo vi a.C. Teágenes de Regio por vez primera interpretó los poemas homéricos alegóricamente. En el siglo iv a.C. Platón atacó a Homero como poeta autor de una obra que era, en su opinión, nociva para la educación de los jóvenes, por lo que se vio forzado a expulsarlo de su ideal república. Y al siglo iv a.C. pertenecen también tanto el gran detractor de Homero. Zoilo de Anfipolis, apodado «El Azote de Homero», como Aristóteles, que fue, por el contrario, gran admirador del poeta épico. En el siglo iv a.C. lo estudian, comentan y editan en Alejandría estudiosos y filólogos, entre los que destacan Zenódoto, Aristófanes de Bizancio y Aristarco. Es objeto de fervorosa admiración y aun de imitación por parte de los más distinguidos talentos literarios de las letras latinas, y de inigualable estimación goza también en el imperio romano de Oriente. En el Bizancio del siglo xu, cuando Eustacio de Tesalónica (que murió el año 1194) compila largos comentarios de la litada y la Odisea, Ana Comnena en su A lexiada cita a Homero tantas veces como a la Biblia, y Tzetzes, el autor de las (judiadas (una mina de datos e informaciones sobre el mundo clásico), compuso, siguiendo fielmente a los alegoristas estoicos, unas Alegorías de la llíada y de la Odisea a través de las cuales intentaba penetrar y analizar estos poemas y así superar las dificulta des de Homero. En Occidente, contrariamente, las cosas fueron distintas: el Homero verdadero tardó en llegar a nuestro mundo occidental, pues el que conoció el hombre medieval del Oeste de Europa no equivalía exactamente a los poemas homéricos, sino a versiones más o menos libres, vertidas al latín, de historias de la guerra de Troya noveladas, extraídas en su mayoría del Ciclo épico, que había sido, también él, una épica farragosa y un tanto romancesca, cargada de detalles superfluos por causa de un insensato afán historicis- ta y una desmedida afición a lo romántico, fantástico y patético. Y así, entre las versiones latinas de la llíada hay que contar con la Ilias Latina, obra del siglo 1 d.C., que es [ 1 1 ]www.FreeLibros.org una paráfrasis libre del poema homérico, que consta de 1.070 versos y fue compuesta probablemente por un poeta épico menor llamado Silio Itálico, el cual reduce toda la carga dramática del argumento del original a una lucha entre amantes apasionados y amantes fracasados, así como al conflictoentre la pasión y la virtud, todo ello envuelto en el ropaje de la retórica amatoria ovidiana. Surge de este modo una ¡liada «sui generis», un importante poema porque será libro de texto en la Edad Media a partir del siglo IX, que su autor elaboró recreándose con fruición en las escenas de amor, pero movido, al mismo tiempo, por un propósito moralizante. Y en cuanto a obras en prosa que recogen leyendas de la guerra de Troya, como antes hicieran los poemas épicos del Ciclo, hay que mencionar el Excidium Troiae, relato novelesco en prosa que, basado en un original griego, hay que datar entre los siglos iv y vi, y sobre todo dos obras también en prosa que fueron importantísimas en el Medievo: la Ephemeris belli Troiani atribuida a Dictis (nombre de un monte cretense, pero que como nombre de persona correspondería al de un supuesto hombre de armas natural de Creta que habría acompañado a Idomeneo en la expedición contra Troya y escrito un diario en que narraba las vicisitudes y sucesos de la campaña, dando así lugar a una obra que, trasliterada del alfabeto fenicio al griego en tiempos de Nerón, fue traducida al latín en el siglo iv por Lucio Septimio) y la De excidio Troiae Historia, de la que pasaba por autor un tal Dares, insignificante personaje de la epopeya homérica, sacerdote de Hefesto en Troya, que había escrito una obra sobre la destrucción de Ilion, que en el siglo vi fue traducida al latín, traducción falsamente atribuida a Cornelio Nepote, que, bajo el título Daretis Phrjgii de Excidio Troiae Historia, se convirtió en semillero de creaciones literarias a lo largo de la Edad Media. Pues bien, para hacernos una idea de lo libres que en realidad eran estas versiones de la guerra de Troya, he aquí un ejemplo: Mientras el sedicente Dictis, que se presenta como historiador fiable de la guerra que sostuvieron ante la ciudad de Príamo los griegos contra ¡os bárbaros, acepta y, así lo transmite, la explicación tradicional de los orígenes del conflicto bélico, el supuesto Dares, que relata los acon tecimientos de la campaña vistos desde el bando troyano. utilizando como fuente a O vidio o a la fuente de éste, expone como causa de la guerra de Troya, no el rapto de Helena que perpetrara Paris, sino la expedición naval de Jasón y los Argonautas. L o cierto es que la crónica de Dares fue libro favorito en la Edad Media y manantial de creaciones literarias. Dio lugar, por ejemplo, a la elaboración del De bello Troiano, poema en seis libros y 3.673 hexámetros de sabor a Lucano y Estado, compuesto en la Inglaterra de finales del siglo XII por Jo sé de Exeter (losephus Iscanus) quien declara haber tomado su material de la obra de Dares el frigio (nam vati Phrygio M ar te m certissimus iudex / explicuit preseas oculus). En el mismo siglo, pero en Francia, la crónica del frigio Dares proporcionó la materia con que Benoit de Saint-Maure compuso en pareados de versos octosílabos y en francés medieval (como el propio autor dice: en romane )̂ el famoso Román de Troie, que por sus reminiscencias clásicas está más cerca de O vidio que de Homero, poema en el que por primera vez en la literatura francesa aparece el fin e amor que se profesan Medea y Jasón, quienes, respectivamente, se tratan de «vasallo» y «dama». En la obra de Benoit aparecen Medea con una túnica forrada de armiño, Hécuba llamando Satanás a Eneas, Calcante tratado de obispo y Príamo fundando un monasterio para honrar la memoria de su heroico hijo Héctor. En Alemania, a comienzos del siglo xiii Herbort von Fritzlar hizo una versión del R ornan de Troie en su L iet von Troje (Poema de Troja) y el año 1287 moría sin acabar su Bucb von Troje (Libro de T roja), asimis mo basado en el Román, el poeta Konrad von Würzburg; y este mismo año, pero en Sicilia, el juez Guido delle Colonne compuso una paráfrasis en prosa de la obra de Benoit, que llevaba por título Historia Destructionis Troiae y que, unas veces más fiel y otras veces menos al Román de Troie, discurre entre la novela y la historia. Además, aprovecha el autor la ocasión para apropiarse de los magníficos héroes troyanos del parcial Dares, convirtiéndolos en fundadores de patrias italianas: a Anténor, de Venecia; a Diomedes, de Calabria, y a Sicano, de Sicilia. Pero lo más importante de la obra de Guido fue que, por haber tratado éste el tema de la guerra de Troya con seriedad, en latín, y con intención moralizante, y por haberlo aderezado con comentarios [>3] www.FreeLibros.org una paráfrasis libre del poema homérico, que consta de 1.070 versos y fue compuesta probablemente por un poeta épico menor llamado Silio Itálico, el cual reduce toda la carga dramática del argumento del original a una lucha entre amantes apasionados y amantes fracasados, así como al conflicto entre la pasión y la virtud, todo ello envuelto en el ropaje de la retórica amatoria ovidiana. Surge de este modo una ¡liada «sui generis», un importante poema porque será libro de texto en la Edad Media a partir del siglo IX, que su autor elaboró recreándose con fruición en las escenas de amor, pero movido, al mismo tiempo, por un propósito moralizante. Y en cuanto a obras en prosa que recogen leyendas de la guerra de Troya, como antes hicieran los poemas épicos del Ciclo, hay que mencionar el Excidium Troiae, relato novelesco en prosa que, basado en un original griego, hay que datar entre los siglos iv y vi, y sobre todo dos obras también en prosa que fueron importantísimas en el Medievo: la Ephemeris belli Troiani atribuida a Dictis (nombre de un monte cretense, pero que como nombre de persona correspondería al de un supuesto hombre de armas natural de Creta que habría acompañado a Idomeneo en la expedición contra Troya y escrito un diario en que narraba las vicisitudes y sucesos de la campaña, dando así lugar a una obra que, trasliterada del alfabeto fenicio al griego en tiempos de Nerón, fue traducida al latín en el siglo iv por Lucio Septimio) y la De excidio Troiae Historia, de la que pasaba por autor un tal Dares, insignificante personaje de la epopeya homérica, sacerdote de Hefesto en Troya, que había escrito una obra sobre la destrucción de Ilion, que en el siglo vi fue traducida al latín, traducción falsamente atribuida a Cornelio Nepote, que, bajo el título Daretis Phrjgii de Excidio Troiae Historia, se convirtió en semillero de creaciones literarias a lo largo de la Edad Media. Pues bien, para hacernos una idea de lo libres que en realidad eran estas versiones de la guerra de Troya, he aquí un ejemplo: Mientras el sedicente Dictis, que se presenta como historiador fiable de la guerra que sostuvieron ante la ciudad de Príamo los griegos contra ¡os bárbaros, acepta y, así lo transmite, la explicación tradicional de los orígenes del conflicto bélico, el supuesto Dares, que relata los acon tecimientos de la campaña vistos desde el bando troyano. utilizando como fuente a O vidio o a la fuente de éste, expone como causa de la guerra de Troya, no el rapto de Helena que perpetrara Paris, sino la expedición naval de Jasón y los Argonautas. L o cierto es que la crónica de Dares fue libro favorito en la Edad Media y manantial de creaciones literarias. Dio lugar, por ejemplo, a la elaboración del De bello Troiano, poema en seis libros y 3.673 hexámetros de sabor a Lucano y Estado, compuesto en la Inglaterra de finales del siglo XII por Jo sé de Exeter (losephus Iscanus) quien declara haber tomado su material de la obra de Dares el frigio (nam vati Phrygio M ar te m certissimus iudex / explicuit preseas oculus). En el mismo siglo, pero en Francia, la crónica del frigio Dares proporcionó la materia con que Benoit de Saint-Maure compuso en pareados de versos octosílabos y en francés medieval (como el propio autor dice: en romane )̂ el famoso Román de Troie, que por sus reminiscencias clásicas está más cerca de O vidio que de Homero, poema en el que por primera vez en la literaturafrancesa aparece el fin e amor que se profesan Medea y Jasón, quienes, respectivamente, se tratan de «vasallo» y «dama». En la obra de Benoit aparecen Medea con una túnica forrada de armiño, Hécuba llamando Satanás a Eneas, Calcante tratado de obispo y Príamo fundando un monasterio para honrar la memoria de su heroico hijo Héctor. En Alemania, a comienzos del siglo xiii Herbort von Fritzlar hizo una versión del R ornan de Troie en su L iet von Troje (Poema de Troja) y el año 1287 moría sin acabar su Bucb von Troje (Libro de T roja), asimis mo basado en el Román, el poeta Konrad von Würzburg; y este mismo año, pero en Sicilia, el juez Guido delle Colonne compuso una paráfrasis en prosa de la obra de Benoit, que llevaba por título Historia Destructionis Troiae y que, unas veces más fiel y otras veces menos al Román de Troie, discurre entre la novela y la historia. Además, aprovecha el autor la ocasión para apropiarse de los magníficos héroes troyanos del parcial Dares, convirtiéndolos en fundadores de patrias italianas: a Anténor, de Venecia; a Diomedes, de Calabria, y a Sicano, de Sicilia. Pero lo más importante de la obra de Guido fue que, por haber tratado éste el tema de la guerra de Troya con seriedad, en latín, y con intención moralizante, y por haberlo aderezado con comentarios [>3] www.FreeLibros.org extraídos de indiscutibles autoridades, como Isidoro de Sevilla y Bcda el Venerable, se convirtió su Historia en material indispensable para el estudio y la recreación históri ca y literaria de tan importante pasaje de la antiquísima historia de Grecia, y, por ello, en fuente inagotable de literatura. En España, por ejemplo, se hacen traducciones de la Historia de Guido al catalán (completa) y al castellano (incompleta: L a crónica troyana). A finales del siglo xiv, en Alemania, Hans Mair von Nórdlingen vertió al alemán la obra del juez siciliano, de quien tradujo hasta el apellido, llamándole «Guido von der Colum». Y en Inglaterra de comienzos del siglo xv se hicieron dos famosas traducciones de la obra de Guido: el Troj Book de John Lydgate y el Recuyell o f the Histories o f Troje de William Caxton; la primera está compuesta en pareados de versos decasílabos, y la segunda -que fue el primer libro impreso en inglés, hecho que no debe pasarnos desapercibido— es, en reali dad, traducción de la traducción al francés que de la obra original hizo Raoul Lefévre. Homero llegó a Occidente el año 1354, cuando Petrarca adquirió del griego Nicolás Sigeros el manuscrito que contenía los dos inigualables poemas homéricos que el humanista italiano, con gran dolor, no consiguió descifrar, ocultos como estaban bajo la lengua griega, para él clave impenetrable. Pero pronto se hizo la primera versión latina de la llíada y de casi toda la Odisea (la hizo por encargo de Boccaccio el monje Leoncio Pilato), luego salen a la luz la primera edición de Homero (la de Demetrio Calcóndilas, Florencia 1488) y la Aldina (1504), y no tardaron en apare cer a partir dei siglo xvi traducciones de Homero en espa ñol, francés, alemán e inglés, y a partir de entonces el autor de la litada y la Odisea, será sometido sin piedad a la alegoría y a la crítica, como ya lo había sido siglos antes en Grecia, cuando Teágenes de Regio lo interpretaba alegóricamente, y Platón y Zoilo de Anfipolis lo censuraban, y Jenón y Helanico, dos estudiosos de la época helenística, considera ban que Homero no era autor de la Odisea, por lo que ambos críticos eran apodados khón\ontes («excluidores», o «apartadores»). En cuanto a la interpretación alegórica de Homero en el Occidente europeo, citar el caso de la Jerusa- lén liberada de Torcuato Tasso, poema épico del siglo xvi, [ 1 4 ] que es un Homero pasado por el tamiz de la interpretación alegórica y trasplantado al año 1099, fecha de la Primera Cruzada: Troya pasa a ser Jerusalén, Agamenón se convier te en Goffredo, Aquiles en Rinaldo, y Circe y Calipso en Ismeno y Armida. L a c u e s t ió n h o m é r ic a La antigua tesis de los ¡¡horizontes o «separadores» y los continuos ataques que desde antiguo sufrieron los poemas homéricos se reprodujeron en los tiempos modernos. Para el «Aristóteles del Renacimiento», Ju lio César Escalígero, autor de Poetices libri septem, la descripción de Eris («la Discordia») que aparece en el Canto IV de la llíada era «ridicula, estúpida, homérica», porque, en su opinión, el pobre Homero era muy inferior al autor de la Eneida, a «nuestro poeta», al «rey de los poetas», al «divino poeta». A finales del siglo x v ii y comienzos del x v m , cuando, en Francia, en la sesión de la Academia Francesa celebrada el 27 de enero de 1687, Perrault deploró que Homero, «padre de todas las artes», no hubiera nacido en el ilustrado siglo a la sazón en curso, y , luego, un año más tarde comenzaba a publicar uno de los cuatro volúmenes de sus ParallUes des anciens et des modernes, se estaba iniciando la «Querelle des anciens et des modernes». Esta acalorada disputa, que tenía como precedente el ataque dirigido contra el neoclasicismo por Du Bellay en su Déjense et illustration de la langue fram¡aise, trajo consigo toda una incesante y larga serie de arremetidas contra Homero que, si ya había sido víctima de los huma nistas italianos, ahora lo iba a ser de los eruditos y literatos franceses que heredaron de aquellos junto con la admiración por la Eneida una actitud de menosprecio hacia el poeta griego, cuyas obras ellos sin el menor recato infravaloraban y subestimaban, porque — como veremos— no las enten dían. Bien es verdad que el gran poeta épico contó con defensores de la talla de La Fontaine y Boileau, pero de la «querelle» día a día iban resultando vencedores los moder nos, que veían en los poemas excesivas e innecesarias repeticiones, detalles sin importancia, temas poco claros, retórica sobreabundante, epítetos desprovistos de vigor, [ D iwww.FreeLibros.org extraídos de indiscutibles autoridades, como Isidoro de Sevilla y Bcda el Venerable, se convirtió su Historia en material indispensable para el estudio y la recreación históri ca y literaria de tan importante pasaje de la antiquísima historia de Grecia, y, por ello, en fuente inagotable de literatura. En España, por ejemplo, se hacen traducciones de la Historia de Guido al catalán (completa) y al castellano (incompleta: L a crónica troyana). A finales del siglo xiv, en Alemania, Hans Mair von Nórdlingen vertió al alemán la obra del juez siciliano, de quien tradujo hasta el apellido, llamándole «Guido von der Colum». Y en Inglaterra de comienzos del siglo xv se hicieron dos famosas traducciones de la obra de Guido: el Troj Book de John Lydgate y el Recuyell o f the Histories o f Troje de William Caxton; la primera está compuesta en pareados de versos decasílabos, y la segunda -que fue el primer libro impreso en inglés, hecho que no debe pasarnos desapercibido— es, en reali dad, traducción de la traducción al francés que de la obra original hizo Raoul Lefévre. Homero llegó a Occidente el año 1354, cuando Petrarca adquirió del griego Nicolás Sigeros el manuscrito que contenía los dos inigualables poemas homéricos que el humanista italiano, con gran dolor, no consiguió descifrar, ocultos como estaban bajo la lengua griega, para él clave impenetrable. Pero pronto se hizo la primera versión latina de la llíada y de casi toda la Odisea (la hizo por encargo de Boccaccio el monje Leoncio Pilato), luego salen a la luz la primera edición de Homero (la de Demetrio Calcóndilas, Florencia 1488) y la Aldina (1504), y no tardaron en apare cer a partir dei siglo xvi traducciones de Homero en espa ñol, francés, alemán e inglés, y a partir de entonces el autor de la litada y la Odisea, será sometido sin piedad a la alegoría y a la crítica, como ya lo había sido siglos antes en Grecia, cuando Teágenes de Regio lo interpretaba alegóricamente, y Platón y Zoilo de Anfipolis lo censuraban,y Jenón y Helanico, dos estudiosos de la época helenística, considera ban que Homero no era autor de la Odisea, por lo que ambos críticos eran apodados khón\ontes («excluidores», o «apartadores»). En cuanto a la interpretación alegórica de Homero en el Occidente europeo, citar el caso de la Jerusa- lén liberada de Torcuato Tasso, poema épico del siglo xvi, [ 1 4 ] que es un Homero pasado por el tamiz de la interpretación alegórica y trasplantado al año 1099, fecha de la Primera Cruzada: Troya pasa a ser Jerusalén, Agamenón se convier te en Goffredo, Aquiles en Rinaldo, y Circe y Calipso en Ismeno y Armida. L a c u e s t ió n h o m é r ic a La antigua tesis de los ¡¡horizontes o «separadores» y los continuos ataques que desde antiguo sufrieron los poemas homéricos se reprodujeron en los tiempos modernos. Para el «Aristóteles del Renacimiento», Ju lio César Escalígero, autor de Poetices libri septem, la descripción de Eris («la Discordia») que aparece en el Canto IV de la llíada era «ridicula, estúpida, homérica», porque, en su opinión, el pobre Homero era muy inferior al autor de la Eneida, a «nuestro poeta», al «rey de los poetas», al «divino poeta». A finales del siglo x v ii y comienzos del x v m , cuando, en Francia, en la sesión de la Academia Francesa celebrada el 27 de enero de 1687, Perrault deploró que Homero, «padre de todas las artes», no hubiera nacido en el ilustrado siglo a la sazón en curso, y , luego, un año más tarde comenzaba a publicar uno de los cuatro volúmenes de sus ParallUes des anciens et des modernes, se estaba iniciando la «Querelle des anciens et des modernes». Esta acalorada disputa, que tenía como precedente el ataque dirigido contra el neoclasicismo por Du Bellay en su Déjense et illustration de la langue fram¡aise, trajo consigo toda una incesante y larga serie de arremetidas contra Homero que, si ya había sido víctima de los huma nistas italianos, ahora lo iba a ser de los eruditos y literatos franceses que heredaron de aquellos junto con la admiración por la Eneida una actitud de menosprecio hacia el poeta griego, cuyas obras ellos sin el menor recato infravaloraban y subestimaban, porque — como veremos— no las enten dían. Bien es verdad que el gran poeta épico contó con defensores de la talla de La Fontaine y Boileau, pero de la «querelle» día a día iban resultando vencedores los moder nos, que veían en los poemas excesivas e innecesarias repeticiones, detalles sin importancia, temas poco claros, retórica sobreabundante, epítetos desprovistos de vigor, [ D iwww.FreeLibros.org digresiones inoportunas e impertinencias de todo género, amén de otros muchos imperdonables defectos. Y fue en medio de esta discusión entre partidarios de antiguos y partidarios de modernos donde el abate de Aubignac, Fran§ois Hédelin, trataba de explicar los defectos que se traslucían a lo largo de la Ilíada (el ensayo del abate, publicado en 17 15 , se titulaba Conjectures académiques ou dissertation sur l’ l/iade) por el hecho de que el poema, lejos de ser unitario, era el resultado de la compilación de varios poemas independientes llevada a cabo por un incompetente compilador. Así se explicarían las incoherencias, contradic ciones, la inmoralidad, el mal gusto, el pésimo estilo y, en general, los muchísimos fallos y defectos que D ’ Aubignac - un antihomerista más que añadir a la lista en que figura ban ya Platón y F.scalígero— percibía en la ¡liada. Para el abate de Aubignac Homero no habria existido nunca y sus poemas serían el resultado de la fusión o amalgama de otros poemas anteriores diversos que habrían sido refundidos por Licurgo y más tarde por Pisístrato. Según Bentley ( 17 13 ) 3, la ¡liada, concretamente, fue resultado de una compilación que tuvo lugar en tiempos de Pisístrato. Años más tarde, Fríedrich August W olf, volviendo a tomar los argumentos del abate de Aubignac y apoyándolos en rigurosas observaciones filológicas, aunque basadas en datos discutibles, inició con sus Prolegómeno ad Homerum la «Cuestión homérica» e inauguró, de este modo, la línea de investigación analítica del siglo x ix , en la cual se considera que la ¡Hada y la Odisea, poemas compuestos en una época en que se desconocía la escritura, resultaron, no de la inspiración de un único poeta, sino a partir de obras meno res compuestas por diferentes autores. La inexistencia de escritura en la Grecia primitiva y la tradición recogida por Cicerón (D e oratore III 137) según la cual Pisístrato fue el primero que hizo una recensión de los poemas homéricos, hasta entonces desordenadamente dispuestos, de la que resultaron fijados sus respectivos textos tal como hoy se nos ofrecen (...prim us Homeri libros confusos antea sic disposuisse ' R . B en tle y , R em arks upon a Late Discourst 0/ Free-Tbinking?. L o n d re s, «757- [ 16 ] dicitur ut nunc habemus), eran los dos pilares en que se asentaba la argumentación wolfiana; los cuales, por cierto, no eran nada firmes, pues, primeramente, en el siglo vm a.C ., fecha de composición de los poemas (aunque no, ciertamente, hacia el año 930 a.C., fecha asignada por W olf a la composición oral de los poemas homéricos), existía escritura alfabética en Grecia y, en segundo lugar, la redac ción de Pisístrato no es, tal vez, más que un ente de ficción. A n a l i s t a s y u n i t a r i o s Pero lo cierto es que las ideas de W olf cayeron en campo tan bien abonado que no tardaron en echar raíces y aun troncos y ramajes: en pleno Romanticismo era apetitoso y muy oportuno que en la ¡liada hubiera pequeños poemas prim itivos excelentes, espléndidas muestras de la poesía popular del pasado (y para los románticos todo tiempo pasado fue mejor), muestras inigualables del genuino Volk- sgeist («espíritu nacional») del pueblo griego, y que junto a ellas existiesen también elementos recientes, partes menos logradas por ser más modernas, y una compilación también de novísimo cuño que por ello es responsable de un cúmulo de defectos, faltas y errores que en la ¡liada la mente del analista de inmediato detecta. El analista se convierte, así, en rastreador de partes recientes, admirador de gloriosos pasajes primitivos y en crítico feroz de las contradicciones internas, de los cambios de estilo, de las repeticiones y de las digresiones que, al igual que antes los humanistas italia nos y luego los eruditos anticlasicistas franceses, siguen ahora los románticos alemanes sin entender. Según la inter pretación de los analistas, la ¡liada y la Odisea resultaron bien de la compilación o aglutinación de distintas baladas (K. Lachmann, A. Kirchhoff), bien de la expansión, desarrollo o amplificación de un prim itivo poema épico de corta extensión (W. Müller, G . Hermann), bien de la alteración experimentada por éste mediante interpolaciones (G . W. Nitzsch), o bien por la incorporación de distintos poemas a un tema central o núcleo (la cólera de Aquiles en el caso de la ¡liada y la venganza cobrada por Ulises en los pretendien tes en el caso de la Odisea), teoría esta última que se debe. [ 1 7]www.FreeLibros.org digresiones inoportunas e impertinencias de todo género, amén de otros muchos imperdonables defectos. Y fue en medio de esta discusión entre partidarios de antiguos y partidarios de modernos donde el abate de Aubignac, Fran§ois Hédelin, trataba de explicar los defectos que se traslucían a lo largo de la Ilíada (el ensayo del abate, publicado en 17 15 , se titulaba Conjectures académiques ou dissertation sur l’ l/iade) por el hecho de que el poema, lejos de ser unitario, era el resultado de la compilación de varios poemas independientes llevada a cabo por un incompetente compilador. Así se explicarían las incoherencias, contradic ciones, la inmoralidad, el mal gusto, el pésimo estilo y, en general, los muchísimos fallos y defectos que D ’ Aubignac - un antihomerista más que añadir a la lista en que figura ban ya Platón y F.scalígero—percibía en la ¡liada. Para el abate de Aubignac Homero no habria existido nunca y sus poemas serían el resultado de la fusión o amalgama de otros poemas anteriores diversos que habrían sido refundidos por Licurgo y más tarde por Pisístrato. Según Bentley ( 17 13 ) 3, la ¡liada, concretamente, fue resultado de una compilación que tuvo lugar en tiempos de Pisístrato. Años más tarde, Fríedrich August W olf, volviendo a tomar los argumentos del abate de Aubignac y apoyándolos en rigurosas observaciones filológicas, aunque basadas en datos discutibles, inició con sus Prolegómeno ad Homerum la «Cuestión homérica» e inauguró, de este modo, la línea de investigación analítica del siglo x ix , en la cual se considera que la ¡Hada y la Odisea, poemas compuestos en una época en que se desconocía la escritura, resultaron, no de la inspiración de un único poeta, sino a partir de obras meno res compuestas por diferentes autores. La inexistencia de escritura en la Grecia primitiva y la tradición recogida por Cicerón (D e oratore III 137) según la cual Pisístrato fue el primero que hizo una recensión de los poemas homéricos, hasta entonces desordenadamente dispuestos, de la que resultaron fijados sus respectivos textos tal como hoy se nos ofrecen (...prim us Homeri libros confusos antea sic disposuisse ' R . B en tle y , R em arks upon a Late Discourst 0/ Free-Tbinking?. L o n d re s, «757- [ 16 ] dicitur ut nunc habemus), eran los dos pilares en que se asentaba la argumentación wolfiana; los cuales, por cierto, no eran nada firmes, pues, primeramente, en el siglo vm a.C ., fecha de composición de los poemas (aunque no, ciertamente, hacia el año 930 a.C., fecha asignada por W olf a la composición oral de los poemas homéricos), existía escritura alfabética en Grecia y, en segundo lugar, la redac ción de Pisístrato no es, tal vez, más que un ente de ficción. A n a l i s t a s y u n i t a r i o s Pero lo cierto es que las ideas de W olf cayeron en campo tan bien abonado que no tardaron en echar raíces y aun troncos y ramajes: en pleno Romanticismo era apetitoso y muy oportuno que en la ¡liada hubiera pequeños poemas prim itivos excelentes, espléndidas muestras de la poesía popular del pasado (y para los románticos todo tiempo pasado fue mejor), muestras inigualables del genuino Volk- sgeist («espíritu nacional») del pueblo griego, y que junto a ellas existiesen también elementos recientes, partes menos logradas por ser más modernas, y una compilación también de novísimo cuño que por ello es responsable de un cúmulo de defectos, faltas y errores que en la ¡liada la mente del analista de inmediato detecta. El analista se convierte, así, en rastreador de partes recientes, admirador de gloriosos pasajes primitivos y en crítico feroz de las contradicciones internas, de los cambios de estilo, de las repeticiones y de las digresiones que, al igual que antes los humanistas italia nos y luego los eruditos anticlasicistas franceses, siguen ahora los románticos alemanes sin entender. Según la inter pretación de los analistas, la ¡liada y la Odisea resultaron bien de la compilación o aglutinación de distintas baladas (K. Lachmann, A. Kirchhoff), bien de la expansión, desarrollo o amplificación de un prim itivo poema épico de corta extensión (W. Müller, G . Hermann), bien de la alteración experimentada por éste mediante interpolaciones (G . W. Nitzsch), o bien por la incorporación de distintos poemas a un tema central o núcleo (la cólera de Aquiles en el caso de la ¡liada y la venganza cobrada por Ulises en los pretendien tes en el caso de la Odisea), teoría esta última que se debe. [ 1 7]www.FreeLibros.org entre otros, a Ulrich von Wilamowitz-Moellendorf. Pero frente a esta corriente analítica por la que discurrieron estudiosos dispuestos a entender los poemas homéricos como conglomerados, compilaciones de baladas de diferen tes autores, hubo también quienes defendieron la unidad de composición de cada uno de los poemas. Son éstos los unitarios (Nietzsch, Müller, Lehrs, Blass, etc..., en el siglo x ix , y Roth, Miilder, Drerup, Peters, Schadewaldt y otros, en el xx), que, haciendo caso omiso de las incongruencias y contradicciones que se observan en los poemas, destacan la unidad estructural de éstos, los rasgos de simetría que se observan en la construcción de los distintos cantos, las leyes del paralelismo, contraste y gradación (comparables a las del estilo geométrico de la cerámica del siglo vm a.C.) que rigen la composición de estas obras de Homero (no de un autor anónimo y colectivo) dotadas de una altura poética que aflora aquí y allá incesantemente a lo largo de ellas. L a P O l-SlA O R A L La verdad es que ni analistas ni unitarios dieron en el quid de la poesía homérica, porque, aunque en cada pasaje y en cada verso de ella hay ecos de anteriores poemas y huellas indudables de reelaboraciones; aunque la 1 liada y la Odisea pertenecen a un tipo de poesía tradicional, razón por la cual en ambas coexisten los arcaísmos, arrastrados por la propia técnica de esa peculiar poesía, con las innovaciones y los elementos artificiales resultantes de adaptar material lingüís tico moderno a esquemas antiguos; a pesar de todo eso, decimos, detrás de la lliada y de la Odisea hay un poeta de cuerpo entero, que concibió en cada caso un argumento unitario bien estructurado que él mismo desarrolló con tiento y tino y dispuso armónicamente. Ahora bien, la trama unitaria de cada poema la convirtió en versos, haciendo uso, efectivamente, de una técnica tradicional, de un procedi miento de composición oral. Justamente, la grandeza del poeta que compone de esta guisa consiste, primeramente, en su capacidad para adaptar el material tradicional (las fórmu las, los motivos, las escenas, los temas, anteriormente acuña dos y ya listos para ser empleados) a una trama que él con [ 1 8] su individual talento ha concebido, y, en segundo lugar, en su poder de innovación que le permite generar material nuevo por analogía con el ya existente. El carácter oral de la poesía homérica, puesto de relieve por Milman Parry 4, es indispensable requisito para entender los poemas homéricos. Implica que el poeta o los poetas que compusieron la ¡liada y la Odisea y los primeros oyentes de los poemas épicos eran iletrados. Homero, para expresar se hizo uso de un acervo de fórmulas que se había ido formando a lo largo de los siglos; empleó, consiguiente mente, un material elaborado por generaciones de aedos o poetas que componían y cantaban poemas épicos. Las fór mulas son expresiones fijas (frases o miembros de frase) que se repiten adaptadas al hexámetro (ajustadas a un esquema métrico determinado que se encuentra dentro del hexáme tro), que encajan con otras similares y son parte de un grupo de frases o miembros de frase parecidos y métrica mente equivalentes aunque provistos de un significado totalmente distinto en virtud de un criterio de economía según el cual una fórmula no puede ser sustituida por otra cualquiera en un lugar determinado del verso, sin que cambie con ello el sentido expresado. He aquí dos fórmulas métricamente equivalentes (ambas cubren el espacio métrico que va desde la cesura trocaica hasta el fin de verso), pertenecientes al mismo grupo (el de caracterización de personajes) e integradas por las mismas categorías gramati cales (dos adjetivos epítetos y un nombre propio), y, sin embargo, muy distintas por su contenido: II. I 12 1 poddrk.es dios Akhilleús e 11. V III, 97 polútlas dios Odusseús: «el divino Aquiles que con sus pies socorre» y «el divino Odiseo muy sufrido». El poeta oral aprende de oído a manejar el repertorio de fórmulas que debe dominar, a combinar expresión y conte nido de su poesía, a emplear expresiones fijas que alcanzan la dimensión de un verso entero y que pueden emplearse sin más en numerosos y muy variados contextos (la puesta de sol, la alborada, la ruidosa caída de uncombatiente, la invocación a Zeus, Atenea y Apolo, la acción de lavarse y 4 M . P arry , U épithéte traditionnel dans Homére, P arís, 1928. [ 1 9]www.FreeLibros.org entre otros, a Ulrich von Wilamowitz-Moellendorf. Pero frente a esta corriente analítica por la que discurrieron estudiosos dispuestos a entender los poemas homéricos como conglomerados, compilaciones de baladas de diferen tes autores, hubo también quienes defendieron la unidad de composición de cada uno de los poemas. Son éstos los unitarios (Nietzsch, Müller, Lehrs, Blass, etc..., en el siglo x ix , y Roth, Miilder, Drerup, Peters, Schadewaldt y otros, en el xx), que, haciendo caso omiso de las incongruencias y contradicciones que se observan en los poemas, destacan la unidad estructural de éstos, los rasgos de simetría que se observan en la construcción de los distintos cantos, las leyes del paralelismo, contraste y gradación (comparables a las del estilo geométrico de la cerámica del siglo vm a.C.) que rigen la composición de estas obras de Homero (no de un autor anónimo y colectivo) dotadas de una altura poética que aflora aquí y allá incesantemente a lo largo de ellas. L a P O l-SlA O R A L La verdad es que ni analistas ni unitarios dieron en el quid de la poesía homérica, porque, aunque en cada pasaje y en cada verso de ella hay ecos de anteriores poemas y huellas indudables de reelaboraciones; aunque la 1 liada y la Odisea pertenecen a un tipo de poesía tradicional, razón por la cual en ambas coexisten los arcaísmos, arrastrados por la propia técnica de esa peculiar poesía, con las innovaciones y los elementos artificiales resultantes de adaptar material lingüís tico moderno a esquemas antiguos; a pesar de todo eso, decimos, detrás de la lliada y de la Odisea hay un poeta de cuerpo entero, que concibió en cada caso un argumento unitario bien estructurado que él mismo desarrolló con tiento y tino y dispuso armónicamente. Ahora bien, la trama unitaria de cada poema la convirtió en versos, haciendo uso, efectivamente, de una técnica tradicional, de un procedi miento de composición oral. Justamente, la grandeza del poeta que compone de esta guisa consiste, primeramente, en su capacidad para adaptar el material tradicional (las fórmu las, los motivos, las escenas, los temas, anteriormente acuña dos y ya listos para ser empleados) a una trama que él con [ 1 8] su individual talento ha concebido, y, en segundo lugar, en su poder de innovación que le permite generar material nuevo por analogía con el ya existente. El carácter oral de la poesía homérica, puesto de relieve por Milman Parry 4, es indispensable requisito para entender los poemas homéricos. Implica que el poeta o los poetas que compusieron la ¡liada y la Odisea y los primeros oyentes de los poemas épicos eran iletrados. Homero, para expresar se hizo uso de un acervo de fórmulas que se había ido formando a lo largo de los siglos; empleó, consiguiente mente, un material elaborado por generaciones de aedos o poetas que componían y cantaban poemas épicos. Las fór mulas son expresiones fijas (frases o miembros de frase) que se repiten adaptadas al hexámetro (ajustadas a un esquema métrico determinado que se encuentra dentro del hexáme tro), que encajan con otras similares y son parte de un grupo de frases o miembros de frase parecidos y métrica mente equivalentes aunque provistos de un significado totalmente distinto en virtud de un criterio de economía según el cual una fórmula no puede ser sustituida por otra cualquiera en un lugar determinado del verso, sin que cambie con ello el sentido expresado. He aquí dos fórmulas métricamente equivalentes (ambas cubren el espacio métrico que va desde la cesura trocaica hasta el fin de verso), pertenecientes al mismo grupo (el de caracterización de personajes) e integradas por las mismas categorías gramati cales (dos adjetivos epítetos y un nombre propio), y, sin embargo, muy distintas por su contenido: II. I 12 1 poddrk.es dios Akhilleús e 11. V III, 97 polútlas dios Odusseús: «el divino Aquiles que con sus pies socorre» y «el divino Odiseo muy sufrido». El poeta oral aprende de oído a manejar el repertorio de fórmulas que debe dominar, a combinar expresión y conte nido de su poesía, a emplear expresiones fijas que alcanzan la dimensión de un verso entero y que pueden emplearse sin más en numerosos y muy variados contextos (la puesta de sol, la alborada, la ruidosa caída de un combatiente, la invocación a Zeus, Atenea y Apolo, la acción de lavarse y 4 M . P arry , U épithéte traditionnel dans Homére, P arís, 1928. [ 1 9]www.FreeLibros.org untarse el cuerpo con aceites perfumados, la de saciar la sed y el apetito, etc.), a emplear el epíteto debido con cada nombre propio según el caso gramatical en que se encuentre éste, a combinar unas fórmulas con otras (gran parte del poema épico está constituido por fórmulas) y a tratar temas enteros y escenas típicas mediante las frases hechas y los versos formulares correspondientes. Homero creó, valiéndose de poesía oral preexistente, dos obras que nada tienen que ver con la anterior épica de tradición oral, es decir: engendró unas criaturas anormales desde el punto de vista de las mucho más reducidas dimen siones que lógicamente requiere un poema oral. Homero, en efecto, ensambló, reestructuró y recreó poemas breves que en torno a la guerra de Troya venían cantando los aedos desde el siglo xn a.C. en los palacios de los nobles descen dientes de los señores micénicos que no sufrieron las conse cuencias de la insurrección de los dorios, a saber: en los palacios de la nobleza asentada en zonas en que se hablaban dialectos eólicos y jónicos tanto del continente como de ultramar; ésta es la razón por la que al lado de los inevita bles arcaísmos en general y aqueismos o micenismos en particular, conviven en la lengua homérica eolismos y jonismos. Y esos nuevos y singulares poemas Homero los elaboró en Jonia; más concretamente, en la Jonia del Este del Egeo; ésta es la razón por la que predominan en la lengua homérica los jonismos. En b u s c a d e H o m e r o Al siglo vi a.C. se remontan las más antiguas tradiciones acerca de Homero que luego fueron a parar a las varias Vidas de Homero de época helenística. En ellas se nos refiere que Homero nació en Esmirna, pasó la mayor parte de su vida en la isla de Quíos y murió en la islita de los; que era hijo del río Meles y la ninfa Creteide y que en realidad se llamaba Melesígenes; y que estaba emparentado con Orfeo y con Hesíodo, de quien fue contemporáneo y al que se enfrentó en un torneo poético celebrado en la isla de Eubea, en la ciudad de Cálcide, con motivo de los juegos funerales que tuvieron lugar en honor de Anfidamante, rey de Eubea, que habían sido organizados por Ganíctor, hijo del difunto. Incidentalmente diremos que este Anfidamante fue un per sonaje histórico que murió en la famosa guerra de Lelanto en que se enfrentaron las ciudades eubeas de Cálcide y Eretria a fines del siglo vm a.C. y en la que, según se decía, se estrenó la táctica de hoplitas; y que fue el hermano del fallecido, llamado Panedes, el que otorgó el premio del «Certamen» poético entre Homero y Hesíodo a este último. Dos centurias más tarde, en el siglo vi a.C., existía en Quíos un gremio de rapsodas que se tenían por descendientes de Homero y se hacían llamar «Homéridas». Y un siglo más tarde los poetas Simónides y Píndaro relacionan a Homero con Esmirna y el historiador Helanico de Lesbos discutía, según Harpocración, la genealogía fantástica que la tradi ción atribuía al gran poeta épico. De nuevo en el siglo vi a.C., el recitador del Himno a Apolo, que se jactaba, sin duda, de ser un Homérida, en el verso 172 (por tanto, todavía en la parte que desde Ruhnken y luego Jacoby se llama «parte delia» en oposición a la «parte pítica») describe al autor del poema como «un hombre ciego que habita en la escarpada Quíos». Según unescolio a un verso de la Segun da Nemea de Píndaro, el Himno delio a Apolo fue com puesto por Cineto de Quíos y atribuido por él mismo a Homero. E s, por consiguiente, seguro que al insigne vate autor de la litada y la Odisea hay que situarlo en un siglo anterior al vi a.C., fecha en que ya Teágenes de Regio compuso un tratado alegórico sobre esos poemas. Heródoto en su Historia (II 53, 2) estableció que Homero le precedió a él mismo en unos cuatrocientos años, es decir: situaba a Homero a mediados del siglo IX a.C. A nosotros esta datación nos parece remota en exceso y preferimos encua drar cronológicamente a Homero en el siglo vm a.C., un poco antes del 725 a.C., año en que, aproximadamente, se puede datar la copa encontrada en Isquia sobre la que está grabado un dístico que alude a la copa de Néstor (cfr. II. XI 632 y ss.). Es el siglo de la adopción del alfabeto, de la gigantesca ánfora del Dipilón y del templo de Hera en Samos llamado Hekatómpedon por sus cien pies de largo. El ánfora del Dipilón, gigantesca, majestuosa, proporcionada en sus partes, aunque enraizada en la tradición artística de! Geométrico, revela ya la delicada imaginación del artista [2 1 ]www.FreeLibros.org untarse el cuerpo con aceites perfumados, la de saciar la sed y el apetito, etc.), a emplear el epíteto debido con cada nombre propio según el caso gramatical en que se encuentre éste, a combinar unas fórmulas con otras (gran parte del poema épico está constituido por fórmulas) y a tratar temas enteros y escenas típicas mediante las frases hechas y los versos formulares correspondientes. Homero creó, valiéndose de poesía oral preexistente, dos obras que nada tienen que ver con la anterior épica de tradición oral, es decir: engendró unas criaturas anormales desde el punto de vista de las mucho más reducidas dimen siones que lógicamente requiere un poema oral. Homero, en efecto, ensambló, reestructuró y recreó poemas breves que en torno a la guerra de Troya venían cantando los aedos desde el siglo xn a.C. en los palacios de los nobles descen dientes de los señores micénicos que no sufrieron las conse cuencias de la insurrección de los dorios, a saber: en los palacios de la nobleza asentada en zonas en que se hablaban dialectos eólicos y jónicos tanto del continente como de ultramar; ésta es la razón por la que al lado de los inevita bles arcaísmos en general y aqueismos o micenismos en particular, conviven en la lengua homérica eolismos y jonismos. Y esos nuevos y singulares poemas Homero los elaboró en Jonia; más concretamente, en la Jonia del Este del Egeo; ésta es la razón por la que predominan en la lengua homérica los jonismos. En b u s c a d e H o m e r o Al siglo vi a.C. se remontan las más antiguas tradiciones acerca de Homero que luego fueron a parar a las varias Vidas de Homero de época helenística. En ellas se nos refiere que Homero nació en Esmirna, pasó la mayor parte de su vida en la isla de Quíos y murió en la islita de los; que era hijo del río Meles y la ninfa Creteide y que en realidad se llamaba Melesígenes; y que estaba emparentado con Orfeo y con Hesíodo, de quien fue contemporáneo y al que se enfrentó en un torneo poético celebrado en la isla de Eubea, en la ciudad de Cálcide, con motivo de los juegos funerales que tuvieron lugar en honor de Anfidamante, rey de Eubea, que habían sido organizados por Ganíctor, hijo del difunto. Incidentalmente diremos que este Anfidamante fue un per sonaje histórico que murió en la famosa guerra de Lelanto en que se enfrentaron las ciudades eubeas de Cálcide y Eretria a fines del siglo vm a.C. y en la que, según se decía, se estrenó la táctica de hoplitas; y que fue el hermano del fallecido, llamado Panedes, el que otorgó el premio del «Certamen» poético entre Homero y Hesíodo a este último. Dos centurias más tarde, en el siglo vi a.C., existía en Quíos un gremio de rapsodas que se tenían por descendientes de Homero y se hacían llamar «Homéridas». Y un siglo más tarde los poetas Simónides y Píndaro relacionan a Homero con Esmirna y el historiador Helanico de Lesbos discutía, según Harpocración, la genealogía fantástica que la tradi ción atribuía al gran poeta épico. De nuevo en el siglo vi a.C., el recitador del Himno a Apolo, que se jactaba, sin duda, de ser un Homérida, en el verso 172 (por tanto, todavía en la parte que desde Ruhnken y luego Jacoby se llama «parte delia» en oposición a la «parte pítica») describe al autor del poema como «un hombre ciego que habita en la escarpada Quíos». Según un escolio a un verso de la Segun da Nemea de Píndaro, el Himno delio a Apolo fue com puesto por Cineto de Quíos y atribuido por él mismo a Homero. E s, por consiguiente, seguro que al insigne vate autor de la litada y la Odisea hay que situarlo en un siglo anterior al vi a.C., fecha en que ya Teágenes de Regio compuso un tratado alegórico sobre esos poemas. Heródoto en su Historia (II 53, 2) estableció que Homero le precedió a él mismo en unos cuatrocientos años, es decir: situaba a Homero a mediados del siglo IX a.C. A nosotros esta datación nos parece remota en exceso y preferimos encua drar cronológicamente a Homero en el siglo vm a.C., un poco antes del 725 a.C., año en que, aproximadamente, se puede datar la copa encontrada en Isquia sobre la que está grabado un dístico que alude a la copa de Néstor (cfr. II. XI 632 y ss.). Es el siglo de la adopción del alfabeto, de la gigantesca ánfora del Dipilón y del templo de Hera en Samos llamado Hekatómpedon por sus cien pies de largo. El ánfora del Dipilón, gigantesca, majestuosa, proporcionada en sus partes, aunque enraizada en la tradición artística de! Geométrico, revela ya la delicada imaginación del artista [2 1 ]www.FreeLibros.org que la fabricó, pues si bien su ornamentación es simple y repetitiva, dispuesta en franjas horizontales separadas una de otra por tres lineas, deja ver, sin embargo, claras y sutiles variaciones en la anchura de las mencionadas franjas y un equilibrio entre los motivos de decoración deliberadamente buscado. También Homero, enraizado en la tradición de la poesía oral, emplea con profusión, reiteración y redundancia los materiales y procedimientos propios de esa secular tradición, pero asimismo los usa, novedosa e innovadora- mente, para ponerlos al servicio de unas obras poéticas nuevas, excepcionales y, sobre todo originales, concebidas por él con una mentalidad que ya no era la que se habían ve nido transmitiendo hereditariamente los aedos desde tiem pos micénicos. Homero, ciertamente, se halla afincado en la poesía tradicional de los tiempos oscuros, pero él no sólo hizo uso de esa tradición, sino que además sobrepasó sus limites: dio nuevas funciones a fórmulas, versos y escenas típicas preexistentes, alteró el concepto de narración épica, amplió notablemente las dimensiones de los poemas épicos, que pasaron a ser monumentales, gigantescos, reformó la figura del héroe y cambió el viejo procedimiento de la improvisación por el de la composición dirigida según una sabia y previa planificación. Pero, además, en la forma y en el contenido de los poemas hay indicios, pistas que nos conducen al siglo vm a.C. En efecto, aunque en la lengua homérica hay restos de un grupo dialectal del segundo milenio que sobrevivió en Arcadia y Chipre por lo menos, y hay eolismos, y aticismos que se introdujeron en la fase ática de la transmisión del texto de los poemas, y elementos artificiales como, por ejemplo, el alargamiento métrico o híbridos dialectales de tema jonio y desinencia eolia (ne- essi), pese a todo ello hay una última fase jónica en la lengua homérica que con su paso d e *a a e ya cum plido, su metátesis de cantidad, sus esporádicas contracciones vocáli cas y su pérdida de *u>, apunta inequívocamente al siglo vm a.C. Y en cuanto al contenido, si hemos de situar los poemas con posterioridad a la guerra de Troya, a fines del segundo milenio a.C., yantes del 700 a.C., fecha en que los •poemas homéricos ya se conocen, y si, además, hemos de fijar un siglo en que estén bien asentados en ambas epope yas los elementos modernos frente a los antiguos (los [ « ] fenicios navegando por el Egeo —-pos! 900 a.C.— frente a la «Micenas rica en oro» del segundo milenio; la táctica de hoplitas, que probablemente se ensayó antes de la guerra de Lelanto, frente al combate singular de los héroes; el hierro frente al bronce, etc.) el siglo vm es el ideal. Por otro lado, la isla de Quíos, que está situada frente a la F.ólide y en la que se hablaba un dialecto jónico fuertemente impregnado de rasgos eólicos, bien pudo haber sido la cuna del autor de la litada, que conoce personalmente los alrededores de Troya y toda la costa del Egeo oriental, casi tan bien como los materiales lingüísticos de una fase eólica de la epopeya que sin duda precedió a la jónica, si bien en una época en que aún no se ha producido el resultado de los tratamientos de *-ns, *-ns recientes (lesbio lúkois, phéroisa), ambas tradi ciones coexisten y los dos dialectos se entremezclan en los versos. L a « I l Ia d a » La 1 liada no es la narración épica de una ininterrumpida serie de batallas ni de las nefastas consecuencias de la cólera de Aquiles. Es la grandiosa epopeya en que, ante el telón de fondo de una guerra, destaca poderosísima la idea de la debilidad del hombre, efímera criatura sometida a poderes superiores, pero, pese a todo, capaz de alcanzar el renombre del heroísmo a fuerza de valor, coraje, sufrimientos y renuncias. La litada es un poema de contenido pesimista, que culmina en tragedia, mientras que la Odisea es un poema optimista, provisto de happy end como las comedias. El décimo año de la guerra de Troya estalla la cólera de Aquiles, joven rey tesalio, enfrentado violentamente al rey de reyes Agamenón. Tras la disputa está Apolo y, por supuesto, la voluntad de Zeus. El sacerdote de Apolo, Crises, había acudido al campamento de los aqueos a resca tar a su hija Criseida y Agamenón le había expulsado de él con palabras de tono desapacible y descompuesto. A instan cias del sacerdote, Apolo castiga a los aqueos enviándoles una peste cuya causa hace pública, a petición de Aquiles, el vate Calcante no sin miedo a que se enfade Agamenón. Este, en efecto, se encoleriza y accede a devolver a Criseida [*J] www.FreeLibros.org que la fabricó, pues si bien su ornamentación es simple y repetitiva, dispuesta en franjas horizontales separadas una de otra por tres lineas, deja ver, sin embargo, claras y sutiles variaciones en la anchura de las mencionadas franjas y un equilibrio entre los motivos de decoración deliberadamente buscado. También Homero, enraizado en la tradición de la poesía oral, emplea con profusión, reiteración y redundancia los materiales y procedimientos propios de esa secular tradición, pero asimismo los usa, novedosa e innovadora- mente, para ponerlos al servicio de unas obras poéticas nuevas, excepcionales y, sobre todo originales, concebidas por él con una mentalidad que ya no era la que se habían ve nido transmitiendo hereditariamente los aedos desde tiem pos micénicos. Homero, ciertamente, se halla afincado en la poesía tradicional de los tiempos oscuros, pero él no sólo hizo uso de esa tradición, sino que además sobrepasó sus limites: dio nuevas funciones a fórmulas, versos y escenas típicas preexistentes, alteró el concepto de narración épica, amplió notablemente las dimensiones de los poemas épicos, que pasaron a ser monumentales, gigantescos, reformó la figura del héroe y cambió el viejo procedimiento de la improvisación por el de la composición dirigida según una sabia y previa planificación. Pero, además, en la forma y en el contenido de los poemas hay indicios, pistas que nos conducen al siglo vm a.C. En efecto, aunque en la lengua homérica hay restos de un grupo dialectal del segundo milenio que sobrevivió en Arcadia y Chipre por lo menos, y hay eolismos, y aticismos que se introdujeron en la fase ática de la transmisión del texto de los poemas, y elementos artificiales como, por ejemplo, el alargamiento métrico o híbridos dialectales de tema jonio y desinencia eolia (ne- essi), pese a todo ello hay una última fase jónica en la lengua homérica que con su paso d e *a a e ya cum plido, su metátesis de cantidad, sus esporádicas contracciones vocáli cas y su pérdida de *u>, apunta inequívocamente al siglo vm a.C. Y en cuanto al contenido, si hemos de situar los poemas con posterioridad a la guerra de Troya, a fines del segundo milenio a.C., y antes del 700 a.C., fecha en que los •poemas homéricos ya se conocen, y si, además, hemos de fijar un siglo en que estén bien asentados en ambas epope yas los elementos modernos frente a los antiguos (los [ « ] fenicios navegando por el Egeo —-pos! 900 a.C.— frente a la «Micenas rica en oro» del segundo milenio; la táctica de hoplitas, que probablemente se ensayó antes de la guerra de Lelanto, frente al combate singular de los héroes; el hierro frente al bronce, etc.) el siglo vm es el ideal. Por otro lado, la isla de Quíos, que está situada frente a la F.ólide y en la que se hablaba un dialecto jónico fuertemente impregnado de rasgos eólicos, bien pudo haber sido la cuna del autor de la litada, que conoce personalmente los alrededores de Troya y toda la costa del Egeo oriental, casi tan bien como los materiales lingüísticos de una fase eólica de la epopeya que sin duda precedió a la jónica, si bien en una época en que aún no se ha producido el resultado de los tratamientos de *-ns, *-ns recientes (lesbio lúkois, phéroisa), ambas tradi ciones coexisten y los dos dialectos se entremezclan en los versos. L a « I l Ia d a » La 1 liada no es la narración épica de una ininterrumpida serie de batallas ni de las nefastas consecuencias de la cólera de Aquiles. Es la grandiosa epopeya en que, ante el telón de fondo de una guerra, destaca poderosísima la idea de la debilidad del hombre, efímera criatura sometida a poderes superiores, pero, pese a todo, capaz de alcanzar el renombre del heroísmo a fuerza de valor, coraje, sufrimientos y renuncias. La litada es un poema de contenido pesimista, que culmina en tragedia, mientras que la Odisea es un poema optimista, provisto de happy end como las comedias. El décimo año de la guerra de Troya estalla la cólera de Aquiles, joven rey tesalio, enfrentado violentamente al rey de reyes Agamenón. Tras la disputa está Apolo y, por supuesto, la voluntad de Zeus. El sacerdote de Apolo, Crises, había acudido al campamento de los aqueos a resca tar a su hija Criseida y Agamenón le había expulsado de él con palabras de tono desapacible y descompuesto. A instan cias del sacerdote, Apolo castiga a los aqueos enviándoles una peste cuya causa hace pública, a petición de Aquiles, el vate Calcante no sin miedo a que se enfade Agamenón. Este, en efecto, se encoleriza y accede a devolver a Criseida [*J] www.FreeLibros.org sólo a cambio de quitarle a Aquiles (en quien el rey de reyes ve a un rey rebelde) su cautiva Briseida. Así lo hace, y Aquiles, ultrajado, pide a su divina madre Tetis venganza por esa ofensa. F.lla acepta el ruego y consigue de Zeus la promesa de favorecer a los troyanos. Aquiles se retira a sus naves y la guerra de Troya continúa. Pero cuando los dos ejércitos, aqueo y troyano, están a punto de medir sus fuerzas, Héctor propone a los dos bandos resolver el con flicto mediante combate singular entre Paris y Menelao. El troyano, también llamado Alejandro, es salvado milagrosa mente por Afrodita, que lo hace desaparecer cuando estaba a punto de perecer a manos de su adversario. Este le busca inútilmente por el campo de batalla y recibe en la cintura el impacto de una flecha lanzada por Pándaro, que de este modo rompe la tregua convenida por los dos ejércitos antes de dar paso al recién finalizado desafío. Entonces da co mienzo una encarnizada batallaentre aqueos y troyanos, y entre los primeros se luce y se señala Diomedes, capaz de hacer huir a los mismísimos dioses (Ares y Afrodita), y entre los segundos, Héctor, que luego regresa a la ciudad de Troya para ordenar a las mujeres que se congracien con Atena a base de plegarias y de ofrendas. Y justamente cuando regresa al campo de batalla, se encuentra el héroe defensor de Troya, junto a las puertas F.sceas, a su esposa Andrómaca y a su hijo Astianacte, aún un tierno niño, y se despide de ellos en una muy emotiva y conmovedora esce na. Una vez en la liza, propone Héctor un desafío al que él personalmente invita a los héroes aqueos. Estos, echando suertes, designan a Áyax como contrincante. La llegada de la noche pone fin al duelo. Se concluye un armisticio que los aqueos aprovechan para enterrar a sus muertos y rodear de una muralla su campamento. Al día siguiente se reanuda la feroz batalla, desfavorable a los aqueos hasta tal punto, que los troyanos, al atardecer, acampan cerca de la recién construida muralla de los griegos. Agamenón, arrepentido y lamentando su disputa con Aquiles, por consejo de su anciano y prudente asesor Néstor, despacha a Odiseo, Áyax y al viejo Fénix como embajadores ante el caudillo tesalio, para solicitar su ayuda, provistos de plenos poderes para prometerle en su nombre la devolución de Briseida y, además, abundantes regalos compensadores de la afrenta [ 24] sufrida por él. Pero Aquiles se mantiene obstinado e inflexi ble. De este modo, se acrecientan los éxitos de los troyanos, que desbordan ya la muralla del campamento argivo y amenazan las naves aqueas. Es ésta la tercera batalla de la llíada, sin duda la más larga. Posidón y Hera ayudan a los griegos, sus favoritos, cuando se hallan en situación muy apurada. Zeus se entera de tan parcial y descarado socorro por parte de los dioses y devuelve la victoria a manos troyanas. Es entonces cuando Patroclo, el fiel escudero y buen amigo de Aquiles, obtiene de su señor y camarada la autorización para vestir las armas de éste, y ya en pleno combate, no haciendo ningún caso de los consejos del caudillo tésalo, se lanza tras los troyanos y muere a manos de Héctor al pie de las murallas de Troya. Una encarnizada batalla se libra en torno del cadáver de Patroclo, con el que al fin logran hacerse los aqueos. A l enterarse de la muerte de su amigo, Aquiles, el feroz Pelida, se acerca a las mura llas aqueas y, preso de un frenético y rabioso dolor, lanza un sañudo y vesánico grito capaz de desatar todas las Furias. A partir de este momento, el rencoroso y contumaz héroe, cuya cólera ha producido víctimas en ambos bandos enfrentados, sólo piensa en vengar a quien en vida fuera su devoto amigo. Pertrechado de una armadura de divina hechura que le había fabricado Hefesto, llena de cadáveres el lecho del río Janto. Los troyanos supervivientes escapan al estrago que va sembrando el caudillo griego sediento de venganza.- Sólo Héctor aguarda fuera de los muros, obser vado desde éstos por sus padres y sus conciudadanos. Al llegar Aquiles a las murallas, el defensor de Ilion emprende la huida. Perseguidor y perseguido dan tres vueltas a la ciudad de Troya. Por fin, engañado por Atenea, Héctor se enfrenta a Aquiles y — se trataba ya de una muerte anuncia da— sucumbe a sus manos. Los padres de la víctima con templan tan luctuoso desenlace y Andrómaca ve cómo el cadáver de su esposo, atado al carro del vencedor, es arrastrado. Luego, Aquiles celebra espléndidos funerales en honor de Patroclo, mientras que inflige al cuerpo de Héc tor, con gran disgusto por parte de los dioses, un afrentoso trato. Por último, el viejo Príamo acude a la tienda del violento caudillo tésalo con el fin de obtener el cadáver de su hijo a cambio de un rescate. El inconmovible corazón de [ *5]www.FreeLibros.org sólo a cambio de quitarle a Aquiles (en quien el rey de reyes ve a un rey rebelde) su cautiva Briseida. Así lo hace, y Aquiles, ultrajado, pide a su divina madre Tetis venganza por esa ofensa. F.lla acepta el ruego y consigue de Zeus la promesa de favorecer a los troyanos. Aquiles se retira a sus naves y la guerra de Troya continúa. Pero cuando los dos ejércitos, aqueo y troyano, están a punto de medir sus fuerzas, Héctor propone a los dos bandos resolver el con flicto mediante combate singular entre Paris y Menelao. El troyano, también llamado Alejandro, es salvado milagrosa mente por Afrodita, que lo hace desaparecer cuando estaba a punto de perecer a manos de su adversario. Este le busca inútilmente por el campo de batalla y recibe en la cintura el impacto de una flecha lanzada por Pándaro, que de este modo rompe la tregua convenida por los dos ejércitos antes de dar paso al recién finalizado desafío. Entonces da co mienzo una encarnizada batalla entre aqueos y troyanos, y entre los primeros se luce y se señala Diomedes, capaz de hacer huir a los mismísimos dioses (Ares y Afrodita), y entre los segundos, Héctor, que luego regresa a la ciudad de Troya para ordenar a las mujeres que se congracien con Atena a base de plegarias y de ofrendas. Y justamente cuando regresa al campo de batalla, se encuentra el héroe defensor de Troya, junto a las puertas F.sceas, a su esposa Andrómaca y a su hijo Astianacte, aún un tierno niño, y se despide de ellos en una muy emotiva y conmovedora esce na. Una vez en la liza, propone Héctor un desafío al que él personalmente invita a los héroes aqueos. Estos, echando suertes, designan a Áyax como contrincante. La llegada de la noche pone fin al duelo. Se concluye un armisticio que los aqueos aprovechan para enterrar a sus muertos y rodear de una muralla su campamento. Al día siguiente se reanuda la feroz batalla, desfavorable a los aqueos hasta tal punto, que los troyanos, al atardecer, acampan cerca de la recién construida muralla de los griegos. Agamenón, arrepentido y lamentando su disputa con Aquiles, por consejo de su anciano y prudente asesor Néstor, despacha a Odiseo, Áyax y al viejo Fénix como embajadores ante el caudillo tesalio, para solicitar su ayuda, provistos de plenos poderes para prometerle en su nombre la devolución de Briseida y, además, abundantes regalos compensadores de la afrenta [ 24] sufrida por él. Pero Aquiles se mantiene obstinado e inflexi ble. De este modo, se acrecientan los éxitos de los troyanos, que desbordan ya la muralla del campamento argivo y amenazan las naves aqueas. Es ésta la tercera batalla de la llíada, sin duda la más larga. Posidón y Hera ayudan a los griegos, sus favoritos, cuando se hallan en situación muy apurada. Zeus se entera de tan parcial y descarado socorro por parte de los dioses y devuelve la victoria a manos troyanas. Es entonces cuando Patroclo, el fiel escudero y buen amigo de Aquiles, obtiene de su señor y camarada la autorización para vestir las armas de éste, y ya en pleno combate, no haciendo ningún caso de los consejos del caudillo tésalo, se lanza tras los troyanos y muere a manos de Héctor al pie de las murallas de Troya. Una encarnizada batalla se libra en torno del cadáver de Patroclo, con el que al fin logran hacerse los aqueos. A l enterarse de la muerte de su amigo, Aquiles, el feroz Pelida, se acerca a las mura llas aqueas y, preso de un frenético y rabioso dolor, lanza un sañudo y vesánico grito capaz de desatar todas las Furias. A partir de este momento, el rencoroso y contumaz héroe, cuya cólera ha producido víctimas en ambos bandos enfrentados, sólo piensa en vengar a quien en vida fuera su devoto amigo. Pertrechado de una armadura de divina hechura que le había fabricado Hefesto, llena de cadáveres el lecho del río Janto. Los troyanos supervivientes escapan al estrago que va sembrando el caudillo griego sediento de venganza.- Sólo Héctor aguarda fuera de los muros, obser vado desde éstos por sus padres y sus conciudadanos. Al llegar Aquiles a las murallas, el defensor de Ilion emprende la huida. Perseguidor
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