Logo Studenta

Homero - Ilíada [Edición de Antonio López Eire]

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Homero es el poeta griego por antonomasia, el poeta 
divino que influyó decisivamente en el arte, ¡a 
literatura, la lengua, la religión y la filosofía griegas. 
Su obra, memorizada por los escolares, ha dejado a 
través de los siglos una huella indeleble en la vida 
de los griegos.
Homero llegó a Occidente de la mano de Petrarca, 
cuando este humanista adquirió los manuscritos de 
los dos inigualables poemas homéricos que, con gran 
dolor, no supo descifrar. E l mensaje de la lliada está, 
sin embargo, ahora claro para nosotros: aunque los 
héroes hagan frente al inexorable hado que pesa 
sobre los mortales cosechando la gloria, nada hay 
sobre la tierra más miserable que el hombre. La 
presente edición restituye la obra a sus orígenes 
ofreciendo una traducción muy literal en verso.
LETRAS UNIVERSALES
© © © ©
HOMERO
©
®
| Ilíada
Edición de Antonio López Eire
©
®
® ©
® ©
® ©
® ®
® ©
© C A T E D R A ©
^ LETRAS UNIVERSALES ^
® ®www.FreeLibros.org
Homero es el poeta griego por antonomasia, el poeta 
divino que influyó decisivamente en el arte, ¡a 
literatura, la lengua, la religión y la filosofía griegas. 
Su obra, memorizada por los escolares, ha dejado a 
través de los siglos una huella indeleble en la vida 
de los griegos.
Homero llegó a Occidente de la mano de Petrarca, 
cuando este humanista adquirió los manuscritos de 
los dos inigualables poemas homéricos que, con gran 
dolor, no supo descifrar. E l mensaje de la lliada está, 
sin embargo, ahora claro para nosotros: aunque los 
héroes hagan frente al inexorable hado que pesa 
sobre los mortales cosechando la gloria, nada hay 
sobre la tierra más miserable que el hombre. La 
presente edición restituye la obra a sus orígenes 
ofreciendo una traducción muy literal en verso.
LETRAS UNIVERSALES
© © © ©
HOMERO
©
®
| Ilíada
Edición de Antonio López Eire
©
®
® ©
® ©
® ©
® ®
® ©
© C A T E D R A ©
^ LETRAS UNIVERSALES ^
® ®www.FreeLibros.org
L e t r a s U n i v e r s a l e s
HOMERO
Ilíada
E d ic ión de A ntonio L óp ez E ire 
T rad u cción de A n to n io L óp ez Eire
NO VENA EDICIÓN
C A T E D R A 
LETR A S UNIVERSALESwww.FreeLibros.org
com to remove the watermark
http://www.a-pdf.com/?pc-demo
L e t r a s U n i v e r s a l e s
HOMERO
Ilíada
E d ic ión de A ntonio L óp ez E ire 
T rad u cción de A n to n io L óp ez Eire
NO VENA EDICIÓN
C A T E D R A 
LETR A S UNIVERSALESwww.FreeLibros.org
I * Edición, 1989 
9 .* Edición. 2 0 0 3
Diseño de cubierta: Diego Lara 
Ilustración de cubierta: Dionisio Simón
i í Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S.A.), 1989 , 2 0 0 3 
Madrid
Printed in Spain 
Impreso en 1 lucrtas, S.A. 
I'uenlabrada (Madrid)
IN TR O D U C C IÓ N
www.FreeLibros.org
I * Edición, 1989 
9 .* Edición. 2 0 0 3
Diseño de cubierta: Diego Lara 
Ilustración de cubierta: Dionisio Simón
i í Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S.A.), 1989 , 2 0 0 3 
Madrid
Printed in Spain 
Impreso en 1 lucrtas, S.A. 
I'uenlabrada (Madrid)
IN TR O D U C C IÓ N
www.FreeLibros.org
H om ero
H o m e r o y i .a l i t e r a t u r a o c c i d e n t a l
Si es verdad, como lo es sin duda, que Homero fue 
modelo de Virgilio quien a su vez lo fue de Dante y Milton; 
que la literatura latina se inaugura con la traducción que 
hizo Livio Andrónico de la Odisea; que en F.nnio alentaba, 
al menos metafóricamente, el alma de Homero; y que este 
eximio poeta griego inspiró ya en tiempos modernos a 
Tennyson, Kazantzakis y James Joyce, podemos afirmar sin 
hipérbole que la literatura occidental de alguna manera 
comienza con Homero y ya no le abandona nunca. En 
cualquier caso, y esta vez sin restricción alguna, la literatura 
griega comienza con Homero, que vale tanto como decir 
con la \liada y la Odisea. Pero Homero no es sólo un 
importante capítulo de la historia de la literatura griega, no 
es sólo un excelente poeta que fue capaz en remotos tiem­
pos, en la Grecia del siglo vm a.C., de mantener la atención 
de oyentes que escuchaban la recitación de dos poemas 
épicos monstruosos por sus inusitadas dimensiones, sino 
que además es el poeta por antonomasia de los griegos, el 
poeta divino (que así lo calificaron Demócrito, Aristófanes 
y Platón ') que influyó decisivamente en el arte, la literatura, 
la lengua, la religión y la filosofía griegas. La obra de 
Homero, en la antigua Grecia, era memorizada por los 
escolares en el momento más decisivo de su formación 
cultural, y así, naturalmente, recordaban los griegos cultos 
ya para siempre las singulares palabras de la épica, los
1 Demócrito... B 21 D -K . Aristófanes, L as Ranas... 1054; Platón, Jon... 
550 b; Fedón 9 ; a; Las Leyes... 682 a.
[9 ]www.FreeLibros.org
H om ero
H o m e r o y i .a l i t e r a t u r a o c c i d e n t a l
Si es verdad, como lo es sin duda, que Homero fue 
modelo de Virgilio quien a su vez lo fue de Dante y Milton; 
que la literatura latina se inaugura con la traducción que 
hizo Livio Andrónico de la Odisea; que en F.nnio alentaba, 
al menos metafóricamente, el alma de Homero; y que este 
eximio poeta griego inspiró ya en tiempos modernos a 
Tennyson, Kazantzakis y James Joyce, podemos afirmar sin 
hipérbole que la literatura occidental de alguna manera 
comienza con Homero y ya no le abandona nunca. En 
cualquier caso, y esta vez sin restricción alguna, la literatura 
griega comienza con Homero, que vale tanto como decir 
con la \liada y la Odisea. Pero Homero no es sólo un 
importante capítulo de la historia de la literatura griega, no 
es sólo un excelente poeta que fue capaz en remotos tiem­
pos, en la Grecia del siglo vm a.C., de mantener la atención 
de oyentes que escuchaban la recitación de dos poemas 
épicos monstruosos por sus inusitadas dimensiones, sino 
que además es el poeta por antonomasia de los griegos, el 
poeta divino (que así lo calificaron Demócrito, Aristófanes 
y Platón ') que influyó decisivamente en el arte, la literatura, 
la lengua, la religión y la filosofía griegas. La obra de 
Homero, en la antigua Grecia, era memorizada por los 
escolares en el momento más decisivo de su formación 
cultural, y así, naturalmente, recordaban los griegos cultos 
ya para siempre las singulares palabras de la épica, los
1 Demócrito... B 21 D -K . Aristófanes, L as Ranas... 1054; Platón, Jon... 
550 b; Fedón 9 ; a; Las Leyes... 682 a.
[9 ]www.FreeLibros.org
nombres, hazañas y aventuras de los héroes de la epopeya, 
todo ello envuelto en el ropaje del hexámetro dactilico. De 
este modo se comprende que la épica homérica haya dejado 
a lo largo de los siglos una indeleble huella en la literatura, 
el arte, las lenguas literarias, la filosofía, la educación y la 
vida de los griegos. Ese mundo poblado de héroes, tan 
típico de la riquísima mitología griega que Homero convir­
tió para siempre en constante tema literario, esa representa­
ción humanizada de los dioses que es propia de la religión 
griega, esa fusión de lo divino y de lo humano (Helena, que 
era originariamente una diosa de la vegetación, pasa a ser la 
esposa de Menelao seducida por Paris), ese ensamblamiento 
perfecto de lo histórico con lo mítico, de lo antiguo con lo 
moderno (los héroes homéricos usan normalmente armas de 
bronce pero a veces también armas de hierro), de lo mágico 
con lo real (los feacios de la Odisea, por ejemplo, son un 
pueblo fantástico, pero los fenicios son un pueblo históri­
co), todo esto aparece por primera vez en Homero, donde 
realmente todo es humano, tanto lo real, como lo fingido: 
los dioses y las diosas; por supuesto, los hombres y las 
mujeres; los monstruos y las fuerzas de la naturaleza, y el 
perro Argo que antes de morir reconoce a su amo Odiseo, y 
el héroe Aquiles que llora ante Priamo, y hasta el utópico 
país de los feacios. Este primerísimo poeta configura un 
capítulo inconcluso en la historia de la literatura griega y su 
prestigio se hace notar en otras literaturas. En efecto, a 
partir de él, en las letras helénicas los autores son más o 
menos «homéricos», incluso muyhoméricos, como Sófocles 
y Heródoto. Y en el trasvase de la literatura griega a la 
¡atina, Horacio le considera el más alto poeta y Ovidio lo 
define como la fuente en que el numeroso gremio de los 
poetas bebe el entusiasmo o inspiración2.
Más modernamente, Goethe fue un fervoroso y apasiona­
do admirador de Homero cuya grandeza, según él, ningún 
otro poeta podría emular: ésa es la razón por la que tanto en 
Los sufrimientos del joven Werther como en su Viaje a Italia 
acuden constantemente a su memoria pasajes y escenas de 
los poemas homéricos. Y para Schiller la vida merece la
2 Horacio, Epístolas... I , 2, i y ss.; Ovidio, Amores... III, 9, 25
pena ser vivida aunque sólo sea para llevar a cabo en ella 
la lectura del Canto X X III de la llíada.
Homero fue desde el siglo vm a.C., fecha de la composi­
ción de los poemas homéricos, patrimonio del mundo 
cultural greco-latino. Ya en el siglo vi a.C. Teágenes de 
Regio por vez primera interpretó los poemas homéricos 
alegóricamente. En el siglo iv a.C. Platón atacó a Homero 
como poeta autor de una obra que era, en su opinión, 
nociva para la educación de los jóvenes, por lo que se vio 
forzado a expulsarlo de su ideal república. Y al siglo iv a.C. 
pertenecen también tanto el gran detractor de Homero. 
Zoilo de Anfipolis, apodado «El Azote de Homero», como 
Aristóteles, que fue, por el contrario, gran admirador del 
poeta épico. En el siglo iv a.C. lo estudian, comentan y 
editan en Alejandría estudiosos y filólogos, entre los que 
destacan Zenódoto, Aristófanes de Bizancio y Aristarco. Es 
objeto de fervorosa admiración y aun de imitación por parte 
de los más distinguidos talentos literarios de las letras 
latinas, y de inigualable estimación goza también en el 
imperio romano de Oriente. En el Bizancio del siglo xu, 
cuando Eustacio de Tesalónica (que murió el año 1194) 
compila largos comentarios de la litada y la Odisea, Ana 
Comnena en su A lexiada cita a Homero tantas veces como a 
la Biblia, y Tzetzes, el autor de las (judiadas (una mina de 
datos e informaciones sobre el mundo clásico), compuso, 
siguiendo fielmente a los alegoristas estoicos, unas Alegorías 
de la llíada y de la Odisea a través de las cuales intentaba 
penetrar y analizar estos poemas y así superar las dificulta­
des de Homero.
En Occidente, contrariamente, las cosas fueron distintas: 
el Homero verdadero tardó en llegar a nuestro mundo 
occidental, pues el que conoció el hombre medieval del 
Oeste de Europa no equivalía exactamente a los poemas 
homéricos, sino a versiones más o menos libres, vertidas al 
latín, de historias de la guerra de Troya noveladas, extraídas 
en su mayoría del Ciclo épico, que había sido, también él, 
una épica farragosa y un tanto romancesca, cargada de 
detalles superfluos por causa de un insensato afán historicis- 
ta y una desmedida afición a lo romántico, fantástico y 
patético. Y así, entre las versiones latinas de la llíada hay 
que contar con la Ilias Latina, obra del siglo 1 d.C., que es
[ 1 1 ]www.FreeLibros.org
nombres, hazañas y aventuras de los héroes de la epopeya, 
todo ello envuelto en el ropaje del hexámetro dactilico. De 
este modo se comprende que la épica homérica haya dejado 
a lo largo de los siglos una indeleble huella en la literatura, 
el arte, las lenguas literarias, la filosofía, la educación y la 
vida de los griegos. Ese mundo poblado de héroes, tan 
típico de la riquísima mitología griega que Homero convir­
tió para siempre en constante tema literario, esa representa­
ción humanizada de los dioses que es propia de la religión 
griega, esa fusión de lo divino y de lo humano (Helena, que 
era originariamente una diosa de la vegetación, pasa a ser la 
esposa de Menelao seducida por Paris), ese ensamblamiento 
perfecto de lo histórico con lo mítico, de lo antiguo con lo 
moderno (los héroes homéricos usan normalmente armas de 
bronce pero a veces también armas de hierro), de lo mágico 
con lo real (los feacios de la Odisea, por ejemplo, son un 
pueblo fantástico, pero los fenicios son un pueblo históri­
co), todo esto aparece por primera vez en Homero, donde 
realmente todo es humano, tanto lo real, como lo fingido: 
los dioses y las diosas; por supuesto, los hombres y las 
mujeres; los monstruos y las fuerzas de la naturaleza, y el 
perro Argo que antes de morir reconoce a su amo Odiseo, y 
el héroe Aquiles que llora ante Priamo, y hasta el utópico 
país de los feacios. Este primerísimo poeta configura un 
capítulo inconcluso en la historia de la literatura griega y su 
prestigio se hace notar en otras literaturas. En efecto, a 
partir de él, en las letras helénicas los autores son más o 
menos «homéricos», incluso muy homéricos, como Sófocles 
y Heródoto. Y en el trasvase de la literatura griega a la 
¡atina, Horacio le considera el más alto poeta y Ovidio lo 
define como la fuente en que el numeroso gremio de los 
poetas bebe el entusiasmo o inspiración2.
Más modernamente, Goethe fue un fervoroso y apasiona­
do admirador de Homero cuya grandeza, según él, ningún 
otro poeta podría emular: ésa es la razón por la que tanto en 
Los sufrimientos del joven Werther como en su Viaje a Italia 
acuden constantemente a su memoria pasajes y escenas de 
los poemas homéricos. Y para Schiller la vida merece la
2 Horacio, Epístolas... I , 2, i y ss.; Ovidio, Amores... III, 9, 25
pena ser vivida aunque sólo sea para llevar a cabo en ella 
la lectura del Canto X X III de la llíada.
Homero fue desde el siglo vm a.C., fecha de la composi­
ción de los poemas homéricos, patrimonio del mundo 
cultural greco-latino. Ya en el siglo vi a.C. Teágenes de 
Regio por vez primera interpretó los poemas homéricos 
alegóricamente. En el siglo iv a.C. Platón atacó a Homero 
como poeta autor de una obra que era, en su opinión, 
nociva para la educación de los jóvenes, por lo que se vio 
forzado a expulsarlo de su ideal república. Y al siglo iv a.C. 
pertenecen también tanto el gran detractor de Homero. 
Zoilo de Anfipolis, apodado «El Azote de Homero», como 
Aristóteles, que fue, por el contrario, gran admirador del 
poeta épico. En el siglo iv a.C. lo estudian, comentan y 
editan en Alejandría estudiosos y filólogos, entre los que 
destacan Zenódoto, Aristófanes de Bizancio y Aristarco. Es 
objeto de fervorosa admiración y aun de imitación por parte 
de los más distinguidos talentos literarios de las letras 
latinas, y de inigualable estimación goza también en el 
imperio romano de Oriente. En el Bizancio del siglo xu, 
cuando Eustacio de Tesalónica (que murió el año 1194) 
compila largos comentarios de la litada y la Odisea, Ana 
Comnena en su A lexiada cita a Homero tantas veces como a 
la Biblia, y Tzetzes, el autor de las (judiadas (una mina de 
datos e informaciones sobre el mundo clásico), compuso, 
siguiendo fielmente a los alegoristas estoicos, unas Alegorías 
de la llíada y de la Odisea a través de las cuales intentaba 
penetrar y analizar estos poemas y así superar las dificulta­
des de Homero.
En Occidente, contrariamente, las cosas fueron distintas: 
el Homero verdadero tardó en llegar a nuestro mundo 
occidental, pues el que conoció el hombre medieval del 
Oeste de Europa no equivalía exactamente a los poemas 
homéricos, sino a versiones más o menos libres, vertidas al 
latín, de historias de la guerra de Troya noveladas, extraídas 
en su mayoría del Ciclo épico, que había sido, también él, 
una épica farragosa y un tanto romancesca, cargada de 
detalles superfluos por causa de un insensato afán historicis- 
ta y una desmedida afición a lo romántico, fantástico y 
patético. Y así, entre las versiones latinas de la llíada hay 
que contar con la Ilias Latina, obra del siglo 1 d.C., que es
[ 1 1 ]www.FreeLibros.org
una paráfrasis libre del poema homérico, que consta de 
1.070 versos y fue compuesta probablemente por un poeta 
épico menor llamado Silio Itálico, el cual reduce toda la 
carga dramática del argumento del original a una lucha 
entre amantes apasionados y amantes fracasados, así como al 
conflictoentre la pasión y la virtud, todo ello envuelto en el 
ropaje de la retórica amatoria ovidiana. Surge de este modo 
una ¡liada «sui generis», un importante poema porque será 
libro de texto en la Edad Media a partir del siglo IX, que su 
autor elaboró recreándose con fruición en las escenas de 
amor, pero movido, al mismo tiempo, por un propósito 
moralizante. Y en cuanto a obras en prosa que recogen 
leyendas de la guerra de Troya, como antes hicieran los 
poemas épicos del Ciclo, hay que mencionar el Excidium 
Troiae, relato novelesco en prosa que, basado en un original 
griego, hay que datar entre los siglos iv y vi, y sobre todo 
dos obras también en prosa que fueron importantísimas en 
el Medievo: la Ephemeris belli Troiani atribuida a Dictis 
(nombre de un monte cretense, pero que como nombre de 
persona correspondería al de un supuesto hombre de armas 
natural de Creta que habría acompañado a Idomeneo en la 
expedición contra Troya y escrito un diario en que narraba 
las vicisitudes y sucesos de la campaña, dando así lugar a 
una obra que, trasliterada del alfabeto fenicio al griego en 
tiempos de Nerón, fue traducida al latín en el siglo iv por 
Lucio Septimio) y la De excidio Troiae Historia, de la que 
pasaba por autor un tal Dares, insignificante personaje de la 
epopeya homérica, sacerdote de Hefesto en Troya, que 
había escrito una obra sobre la destrucción de Ilion, que en 
el siglo vi fue traducida al latín, traducción falsamente 
atribuida a Cornelio Nepote, que, bajo el título Daretis 
Phrjgii de Excidio Troiae Historia, se convirtió en semillero 
de creaciones literarias a lo largo de la Edad Media.
Pues bien, para hacernos una idea de lo libres que en 
realidad eran estas versiones de la guerra de Troya, he aquí 
un ejemplo: Mientras el sedicente Dictis, que se presenta 
como historiador fiable de la guerra que sostuvieron ante la 
ciudad de Príamo los griegos contra ¡os bárbaros, acepta y, 
así lo transmite, la explicación tradicional de los orígenes 
del conflicto bélico, el supuesto Dares, que relata los acon­
tecimientos de la campaña vistos desde el bando troyano.
utilizando como fuente a O vidio o a la fuente de éste, 
expone como causa de la guerra de Troya, no el rapto de 
Helena que perpetrara Paris, sino la expedición naval de 
Jasón y los Argonautas.
L o cierto es que la crónica de Dares fue libro favorito en 
la Edad Media y manantial de creaciones literarias. Dio 
lugar, por ejemplo, a la elaboración del De bello Troiano, 
poema en seis libros y 3.673 hexámetros de sabor a Lucano 
y Estado, compuesto en la Inglaterra de finales del siglo XII 
por Jo sé de Exeter (losephus Iscanus) quien declara haber 
tomado su material de la obra de Dares el frigio (nam vati 
Phrygio M ar te m certissimus iudex / explicuit preseas oculus). En 
el mismo siglo, pero en Francia, la crónica del frigio Dares 
proporcionó la materia con que Benoit de Saint-Maure 
compuso en pareados de versos octosílabos y en francés 
medieval (como el propio autor dice: en romane )̂ el famoso 
Román de Troie, que por sus reminiscencias clásicas está más 
cerca de O vidio que de Homero, poema en el que por 
primera vez en la literatura francesa aparece el fin e amor que 
se profesan Medea y Jasón, quienes, respectivamente, se 
tratan de «vasallo» y «dama». En la obra de Benoit aparecen 
Medea con una túnica forrada de armiño, Hécuba llamando 
Satanás a Eneas, Calcante tratado de obispo y Príamo 
fundando un monasterio para honrar la memoria de su 
heroico hijo Héctor. En Alemania, a comienzos del siglo 
xiii Herbort von Fritzlar hizo una versión del R ornan de 
Troie en su L iet von Troje (Poema de Troja) y el año 1287 
moría sin acabar su Bucb von Troje (Libro de T roja), asimis­
mo basado en el Román, el poeta Konrad von Würzburg; y 
este mismo año, pero en Sicilia, el juez Guido delle Colonne 
compuso una paráfrasis en prosa de la obra de Benoit, que 
llevaba por título Historia Destructionis Troiae y que, unas 
veces más fiel y otras veces menos al Román de Troie, 
discurre entre la novela y la historia. Además, aprovecha el 
autor la ocasión para apropiarse de los magníficos héroes 
troyanos del parcial Dares, convirtiéndolos en fundadores 
de patrias italianas: a Anténor, de Venecia; a Diomedes, de 
Calabria, y a Sicano, de Sicilia. Pero lo más importante de la 
obra de Guido fue que, por haber tratado éste el tema de la 
guerra de Troya con seriedad, en latín, y con intención 
moralizante, y por haberlo aderezado con comentarios
[>3]
www.FreeLibros.org
una paráfrasis libre del poema homérico, que consta de 
1.070 versos y fue compuesta probablemente por un poeta 
épico menor llamado Silio Itálico, el cual reduce toda la 
carga dramática del argumento del original a una lucha 
entre amantes apasionados y amantes fracasados, así como al 
conflicto entre la pasión y la virtud, todo ello envuelto en el 
ropaje de la retórica amatoria ovidiana. Surge de este modo 
una ¡liada «sui generis», un importante poema porque será 
libro de texto en la Edad Media a partir del siglo IX, que su 
autor elaboró recreándose con fruición en las escenas de 
amor, pero movido, al mismo tiempo, por un propósito 
moralizante. Y en cuanto a obras en prosa que recogen 
leyendas de la guerra de Troya, como antes hicieran los 
poemas épicos del Ciclo, hay que mencionar el Excidium 
Troiae, relato novelesco en prosa que, basado en un original 
griego, hay que datar entre los siglos iv y vi, y sobre todo 
dos obras también en prosa que fueron importantísimas en 
el Medievo: la Ephemeris belli Troiani atribuida a Dictis 
(nombre de un monte cretense, pero que como nombre de 
persona correspondería al de un supuesto hombre de armas 
natural de Creta que habría acompañado a Idomeneo en la 
expedición contra Troya y escrito un diario en que narraba 
las vicisitudes y sucesos de la campaña, dando así lugar a 
una obra que, trasliterada del alfabeto fenicio al griego en 
tiempos de Nerón, fue traducida al latín en el siglo iv por 
Lucio Septimio) y la De excidio Troiae Historia, de la que 
pasaba por autor un tal Dares, insignificante personaje de la 
epopeya homérica, sacerdote de Hefesto en Troya, que 
había escrito una obra sobre la destrucción de Ilion, que en 
el siglo vi fue traducida al latín, traducción falsamente 
atribuida a Cornelio Nepote, que, bajo el título Daretis 
Phrjgii de Excidio Troiae Historia, se convirtió en semillero 
de creaciones literarias a lo largo de la Edad Media.
Pues bien, para hacernos una idea de lo libres que en 
realidad eran estas versiones de la guerra de Troya, he aquí 
un ejemplo: Mientras el sedicente Dictis, que se presenta 
como historiador fiable de la guerra que sostuvieron ante la 
ciudad de Príamo los griegos contra ¡os bárbaros, acepta y, 
así lo transmite, la explicación tradicional de los orígenes 
del conflicto bélico, el supuesto Dares, que relata los acon­
tecimientos de la campaña vistos desde el bando troyano.
utilizando como fuente a O vidio o a la fuente de éste, 
expone como causa de la guerra de Troya, no el rapto de 
Helena que perpetrara Paris, sino la expedición naval de 
Jasón y los Argonautas.
L o cierto es que la crónica de Dares fue libro favorito en 
la Edad Media y manantial de creaciones literarias. Dio 
lugar, por ejemplo, a la elaboración del De bello Troiano, 
poema en seis libros y 3.673 hexámetros de sabor a Lucano 
y Estado, compuesto en la Inglaterra de finales del siglo XII 
por Jo sé de Exeter (losephus Iscanus) quien declara haber 
tomado su material de la obra de Dares el frigio (nam vati 
Phrygio M ar te m certissimus iudex / explicuit preseas oculus). En 
el mismo siglo, pero en Francia, la crónica del frigio Dares 
proporcionó la materia con que Benoit de Saint-Maure 
compuso en pareados de versos octosílabos y en francés 
medieval (como el propio autor dice: en romane )̂ el famoso 
Román de Troie, que por sus reminiscencias clásicas está más 
cerca de O vidio que de Homero, poema en el que por 
primera vez en la literaturafrancesa aparece el fin e amor que 
se profesan Medea y Jasón, quienes, respectivamente, se 
tratan de «vasallo» y «dama». En la obra de Benoit aparecen 
Medea con una túnica forrada de armiño, Hécuba llamando 
Satanás a Eneas, Calcante tratado de obispo y Príamo 
fundando un monasterio para honrar la memoria de su 
heroico hijo Héctor. En Alemania, a comienzos del siglo 
xiii Herbort von Fritzlar hizo una versión del R ornan de 
Troie en su L iet von Troje (Poema de Troja) y el año 1287 
moría sin acabar su Bucb von Troje (Libro de T roja), asimis­
mo basado en el Román, el poeta Konrad von Würzburg; y 
este mismo año, pero en Sicilia, el juez Guido delle Colonne 
compuso una paráfrasis en prosa de la obra de Benoit, que 
llevaba por título Historia Destructionis Troiae y que, unas 
veces más fiel y otras veces menos al Román de Troie, 
discurre entre la novela y la historia. Además, aprovecha el 
autor la ocasión para apropiarse de los magníficos héroes 
troyanos del parcial Dares, convirtiéndolos en fundadores 
de patrias italianas: a Anténor, de Venecia; a Diomedes, de 
Calabria, y a Sicano, de Sicilia. Pero lo más importante de la 
obra de Guido fue que, por haber tratado éste el tema de la 
guerra de Troya con seriedad, en latín, y con intención 
moralizante, y por haberlo aderezado con comentarios
[>3]
www.FreeLibros.org
extraídos de indiscutibles autoridades, como Isidoro de 
Sevilla y Bcda el Venerable, se convirtió su Historia en 
material indispensable para el estudio y la recreación históri­
ca y literaria de tan importante pasaje de la antiquísima 
historia de Grecia, y, por ello, en fuente inagotable de 
literatura. En España, por ejemplo, se hacen traducciones 
de la Historia de Guido al catalán (completa) y al castellano 
(incompleta: L a crónica troyana). A finales del siglo xiv, en 
Alemania, Hans Mair von Nórdlingen vertió al alemán la 
obra del juez siciliano, de quien tradujo hasta el apellido, 
llamándole «Guido von der Colum». Y en Inglaterra de 
comienzos del siglo xv se hicieron dos famosas traducciones 
de la obra de Guido: el Troj Book de John Lydgate y el 
Recuyell o f the Histories o f Troje de William Caxton; la 
primera está compuesta en pareados de versos decasílabos, y 
la segunda -que fue el primer libro impreso en inglés, 
hecho que no debe pasarnos desapercibido— es, en reali­
dad, traducción de la traducción al francés que de la obra 
original hizo Raoul Lefévre.
Homero llegó a Occidente el año 1354, cuando Petrarca 
adquirió del griego Nicolás Sigeros el manuscrito que 
contenía los dos inigualables poemas homéricos que el 
humanista italiano, con gran dolor, no consiguió descifrar, 
ocultos como estaban bajo la lengua griega, para él clave 
impenetrable. Pero pronto se hizo la primera versión latina 
de la llíada y de casi toda la Odisea (la hizo por encargo de 
Boccaccio el monje Leoncio Pilato), luego salen a la luz la 
primera edición de Homero (la de Demetrio Calcóndilas, 
Florencia 1488) y la Aldina (1504), y no tardaron en apare­
cer a partir dei siglo xvi traducciones de Homero en espa­
ñol, francés, alemán e inglés, y a partir de entonces el autor 
de la litada y la Odisea, será sometido sin piedad a la alegoría 
y a la crítica, como ya lo había sido siglos antes en Grecia, 
cuando Teágenes de Regio lo interpretaba alegóricamente, y 
Platón y Zoilo de Anfipolis lo censuraban, y Jenón y 
Helanico, dos estudiosos de la época helenística, considera­
ban que Homero no era autor de la Odisea, por lo que 
ambos críticos eran apodados khón\ontes («excluidores», o 
«apartadores»). En cuanto a la interpretación alegórica de 
Homero en el Occidente europeo, citar el caso de la Jerusa- 
lén liberada de Torcuato Tasso, poema épico del siglo xvi,
[ 1 4 ]
que es un Homero pasado por el tamiz de la interpretación 
alegórica y trasplantado al año 1099, fecha de la Primera 
Cruzada: Troya pasa a ser Jerusalén, Agamenón se convier­
te en Goffredo, Aquiles en Rinaldo, y Circe y Calipso en 
Ismeno y Armida.
L a c u e s t ió n h o m é r ic a
La antigua tesis de los ¡¡horizontes o «separadores» y los 
continuos ataques que desde antiguo sufrieron los poemas 
homéricos se reprodujeron en los tiempos modernos. Para 
el «Aristóteles del Renacimiento», Ju lio César Escalígero, 
autor de Poetices libri septem, la descripción de Eris («la 
Discordia») que aparece en el Canto IV de la llíada era 
«ridicula, estúpida, homérica», porque, en su opinión, el 
pobre Homero era muy inferior al autor de la Eneida, a 
«nuestro poeta», al «rey de los poetas», al «divino poeta».
A finales del siglo x v ii y comienzos del x v m , cuando, en 
Francia, en la sesión de la Academia Francesa celebrada el 
27 de enero de 1687, Perrault deploró que Homero, «padre 
de todas las artes», no hubiera nacido en el ilustrado siglo a 
la sazón en curso, y , luego, un año más tarde comenzaba a 
publicar uno de los cuatro volúmenes de sus ParallUes des 
anciens et des modernes, se estaba iniciando la «Querelle des 
anciens et des modernes». Esta acalorada disputa, que tenía 
como precedente el ataque dirigido contra el neoclasicismo 
por Du Bellay en su Déjense et illustration de la langue fram¡aise, 
trajo consigo toda una incesante y larga serie de arremetidas 
contra Homero que, si ya había sido víctima de los huma­
nistas italianos, ahora lo iba a ser de los eruditos y literatos 
franceses que heredaron de aquellos junto con la admiración 
por la Eneida una actitud de menosprecio hacia el poeta 
griego, cuyas obras ellos sin el menor recato infravaloraban 
y subestimaban, porque — como veremos— no las enten­
dían. Bien es verdad que el gran poeta épico contó con 
defensores de la talla de La Fontaine y Boileau, pero de la 
«querelle» día a día iban resultando vencedores los moder­
nos, que veían en los poemas excesivas e innecesarias 
repeticiones, detalles sin importancia, temas poco claros, 
retórica sobreabundante, epítetos desprovistos de vigor,
[ D iwww.FreeLibros.org
extraídos de indiscutibles autoridades, como Isidoro de 
Sevilla y Bcda el Venerable, se convirtió su Historia en 
material indispensable para el estudio y la recreación históri­
ca y literaria de tan importante pasaje de la antiquísima 
historia de Grecia, y, por ello, en fuente inagotable de 
literatura. En España, por ejemplo, se hacen traducciones 
de la Historia de Guido al catalán (completa) y al castellano 
(incompleta: L a crónica troyana). A finales del siglo xiv, en 
Alemania, Hans Mair von Nórdlingen vertió al alemán la 
obra del juez siciliano, de quien tradujo hasta el apellido, 
llamándole «Guido von der Colum». Y en Inglaterra de 
comienzos del siglo xv se hicieron dos famosas traducciones 
de la obra de Guido: el Troj Book de John Lydgate y el 
Recuyell o f the Histories o f Troje de William Caxton; la 
primera está compuesta en pareados de versos decasílabos, y 
la segunda -que fue el primer libro impreso en inglés, 
hecho que no debe pasarnos desapercibido— es, en reali­
dad, traducción de la traducción al francés que de la obra 
original hizo Raoul Lefévre.
Homero llegó a Occidente el año 1354, cuando Petrarca 
adquirió del griego Nicolás Sigeros el manuscrito que 
contenía los dos inigualables poemas homéricos que el 
humanista italiano, con gran dolor, no consiguió descifrar, 
ocultos como estaban bajo la lengua griega, para él clave 
impenetrable. Pero pronto se hizo la primera versión latina 
de la llíada y de casi toda la Odisea (la hizo por encargo de 
Boccaccio el monje Leoncio Pilato), luego salen a la luz la 
primera edición de Homero (la de Demetrio Calcóndilas, 
Florencia 1488) y la Aldina (1504), y no tardaron en apare­
cer a partir dei siglo xvi traducciones de Homero en espa­
ñol, francés, alemán e inglés, y a partir de entonces el autor 
de la litada y la Odisea, será sometido sin piedad a la alegoría 
y a la crítica, como ya lo había sido siglos antes en Grecia, 
cuando Teágenes de Regio lo interpretaba alegóricamente, y 
Platón y Zoilo de Anfipolis lo censuraban,y Jenón y 
Helanico, dos estudiosos de la época helenística, considera­
ban que Homero no era autor de la Odisea, por lo que 
ambos críticos eran apodados khón\ontes («excluidores», o 
«apartadores»). En cuanto a la interpretación alegórica de 
Homero en el Occidente europeo, citar el caso de la Jerusa- 
lén liberada de Torcuato Tasso, poema épico del siglo xvi,
[ 1 4 ]
que es un Homero pasado por el tamiz de la interpretación 
alegórica y trasplantado al año 1099, fecha de la Primera 
Cruzada: Troya pasa a ser Jerusalén, Agamenón se convier­
te en Goffredo, Aquiles en Rinaldo, y Circe y Calipso en 
Ismeno y Armida.
L a c u e s t ió n h o m é r ic a
La antigua tesis de los ¡¡horizontes o «separadores» y los 
continuos ataques que desde antiguo sufrieron los poemas 
homéricos se reprodujeron en los tiempos modernos. Para 
el «Aristóteles del Renacimiento», Ju lio César Escalígero, 
autor de Poetices libri septem, la descripción de Eris («la 
Discordia») que aparece en el Canto IV de la llíada era 
«ridicula, estúpida, homérica», porque, en su opinión, el 
pobre Homero era muy inferior al autor de la Eneida, a 
«nuestro poeta», al «rey de los poetas», al «divino poeta».
A finales del siglo x v ii y comienzos del x v m , cuando, en 
Francia, en la sesión de la Academia Francesa celebrada el 
27 de enero de 1687, Perrault deploró que Homero, «padre 
de todas las artes», no hubiera nacido en el ilustrado siglo a 
la sazón en curso, y , luego, un año más tarde comenzaba a 
publicar uno de los cuatro volúmenes de sus ParallUes des 
anciens et des modernes, se estaba iniciando la «Querelle des 
anciens et des modernes». Esta acalorada disputa, que tenía 
como precedente el ataque dirigido contra el neoclasicismo 
por Du Bellay en su Déjense et illustration de la langue fram¡aise, 
trajo consigo toda una incesante y larga serie de arremetidas 
contra Homero que, si ya había sido víctima de los huma­
nistas italianos, ahora lo iba a ser de los eruditos y literatos 
franceses que heredaron de aquellos junto con la admiración 
por la Eneida una actitud de menosprecio hacia el poeta 
griego, cuyas obras ellos sin el menor recato infravaloraban 
y subestimaban, porque — como veremos— no las enten­
dían. Bien es verdad que el gran poeta épico contó con 
defensores de la talla de La Fontaine y Boileau, pero de la 
«querelle» día a día iban resultando vencedores los moder­
nos, que veían en los poemas excesivas e innecesarias 
repeticiones, detalles sin importancia, temas poco claros, 
retórica sobreabundante, epítetos desprovistos de vigor,
[ D iwww.FreeLibros.org
digresiones inoportunas e impertinencias de todo género, 
amén de otros muchos imperdonables defectos. Y fue en 
medio de esta discusión entre partidarios de antiguos y 
partidarios de modernos donde el abate de Aubignac, 
Fran§ois Hédelin, trataba de explicar los defectos que se 
traslucían a lo largo de la Ilíada (el ensayo del abate, 
publicado en 17 15 , se titulaba Conjectures académiques ou 
dissertation sur l’ l/iade) por el hecho de que el poema, lejos de 
ser unitario, era el resultado de la compilación de varios 
poemas independientes llevada a cabo por un incompetente 
compilador. Así se explicarían las incoherencias, contradic­
ciones, la inmoralidad, el mal gusto, el pésimo estilo y, en 
general, los muchísimos fallos y defectos que D ’ Aubignac 
- un antihomerista más que añadir a la lista en que figura­
ban ya Platón y F.scalígero— percibía en la ¡liada. Para el 
abate de Aubignac Homero no habria existido nunca y sus 
poemas serían el resultado de la fusión o amalgama de otros 
poemas anteriores diversos que habrían sido refundidos por 
Licurgo y más tarde por Pisístrato. Según Bentley ( 17 13 ) 3, 
la ¡liada, concretamente, fue resultado de una compilación 
que tuvo lugar en tiempos de Pisístrato.
Años más tarde, Fríedrich August W olf, volviendo a 
tomar los argumentos del abate de Aubignac y apoyándolos 
en rigurosas observaciones filológicas, aunque basadas en 
datos discutibles, inició con sus Prolegómeno ad Homerum la 
«Cuestión homérica» e inauguró, de este modo, la línea de 
investigación analítica del siglo x ix , en la cual se considera 
que la ¡Hada y la Odisea, poemas compuestos en una época 
en que se desconocía la escritura, resultaron, no de la 
inspiración de un único poeta, sino a partir de obras meno­
res compuestas por diferentes autores. La inexistencia de 
escritura en la Grecia primitiva y la tradición recogida por 
Cicerón (D e oratore III 137) según la cual Pisístrato fue el 
primero que hizo una recensión de los poemas homéricos, 
hasta entonces desordenadamente dispuestos, de la que 
resultaron fijados sus respectivos textos tal como hoy se nos 
ofrecen (...prim us Homeri libros confusos antea sic disposuisse
' R . B en tle y , R em arks upon a Late Discourst 0/ Free-Tbinking?. L o n d re s, 
«757-
[ 16 ]
dicitur ut nunc habemus), eran los dos pilares en que se 
asentaba la argumentación wolfiana; los cuales, por cierto, 
no eran nada firmes, pues, primeramente, en el siglo vm 
a.C ., fecha de composición de los poemas (aunque no, 
ciertamente, hacia el año 930 a.C., fecha asignada por W olf 
a la composición oral de los poemas homéricos), existía 
escritura alfabética en Grecia y, en segundo lugar, la redac­
ción de Pisístrato no es, tal vez, más que un ente de ficción.
A n a l i s t a s y u n i t a r i o s
Pero lo cierto es que las ideas de W olf cayeron en campo 
tan bien abonado que no tardaron en echar raíces y aun 
troncos y ramajes: en pleno Romanticismo era apetitoso y 
muy oportuno que en la ¡liada hubiera pequeños poemas 
prim itivos excelentes, espléndidas muestras de la poesía 
popular del pasado (y para los románticos todo tiempo 
pasado fue mejor), muestras inigualables del genuino Volk- 
sgeist («espíritu nacional») del pueblo griego, y que junto a 
ellas existiesen también elementos recientes, partes menos 
logradas por ser más modernas, y una compilación también 
de novísimo cuño que por ello es responsable de un cúmulo 
de defectos, faltas y errores que en la ¡liada la mente del 
analista de inmediato detecta. El analista se convierte, así, 
en rastreador de partes recientes, admirador de gloriosos 
pasajes primitivos y en crítico feroz de las contradicciones 
internas, de los cambios de estilo, de las repeticiones y de 
las digresiones que, al igual que antes los humanistas italia­
nos y luego los eruditos anticlasicistas franceses, siguen 
ahora los románticos alemanes sin entender. Según la inter­
pretación de los analistas, la ¡liada y la Odisea resultaron bien 
de la compilación o aglutinación de distintas baladas (K. 
Lachmann, A. Kirchhoff), bien de la expansión, desarrollo 
o amplificación de un prim itivo poema épico de corta 
extensión (W. Müller, G . Hermann), bien de la alteración 
experimentada por éste mediante interpolaciones (G . W. 
Nitzsch), o bien por la incorporación de distintos poemas a 
un tema central o núcleo (la cólera de Aquiles en el caso de 
la ¡liada y la venganza cobrada por Ulises en los pretendien­
tes en el caso de la Odisea), teoría esta última que se debe.
[ 1 7]www.FreeLibros.org
digresiones inoportunas e impertinencias de todo género, 
amén de otros muchos imperdonables defectos. Y fue en 
medio de esta discusión entre partidarios de antiguos y 
partidarios de modernos donde el abate de Aubignac, 
Fran§ois Hédelin, trataba de explicar los defectos que se 
traslucían a lo largo de la Ilíada (el ensayo del abate, 
publicado en 17 15 , se titulaba Conjectures académiques ou 
dissertation sur l’ l/iade) por el hecho de que el poema, lejos de 
ser unitario, era el resultado de la compilación de varios 
poemas independientes llevada a cabo por un incompetente 
compilador. Así se explicarían las incoherencias, contradic­
ciones, la inmoralidad, el mal gusto, el pésimo estilo y, en 
general, los muchísimos fallos y defectos que D ’ Aubignac 
- un antihomerista más que añadir a la lista en que figura­
ban ya Platón y F.scalígero—percibía en la ¡liada. Para el 
abate de Aubignac Homero no habria existido nunca y sus 
poemas serían el resultado de la fusión o amalgama de otros 
poemas anteriores diversos que habrían sido refundidos por 
Licurgo y más tarde por Pisístrato. Según Bentley ( 17 13 ) 3, 
la ¡liada, concretamente, fue resultado de una compilación 
que tuvo lugar en tiempos de Pisístrato.
Años más tarde, Fríedrich August W olf, volviendo a 
tomar los argumentos del abate de Aubignac y apoyándolos 
en rigurosas observaciones filológicas, aunque basadas en 
datos discutibles, inició con sus Prolegómeno ad Homerum la 
«Cuestión homérica» e inauguró, de este modo, la línea de 
investigación analítica del siglo x ix , en la cual se considera 
que la ¡Hada y la Odisea, poemas compuestos en una época 
en que se desconocía la escritura, resultaron, no de la 
inspiración de un único poeta, sino a partir de obras meno­
res compuestas por diferentes autores. La inexistencia de 
escritura en la Grecia primitiva y la tradición recogida por 
Cicerón (D e oratore III 137) según la cual Pisístrato fue el 
primero que hizo una recensión de los poemas homéricos, 
hasta entonces desordenadamente dispuestos, de la que 
resultaron fijados sus respectivos textos tal como hoy se nos 
ofrecen (...prim us Homeri libros confusos antea sic disposuisse
' R . B en tle y , R em arks upon a Late Discourst 0/ Free-Tbinking?. L o n d re s, 
«757-
[ 16 ]
dicitur ut nunc habemus), eran los dos pilares en que se 
asentaba la argumentación wolfiana; los cuales, por cierto, 
no eran nada firmes, pues, primeramente, en el siglo vm 
a.C ., fecha de composición de los poemas (aunque no, 
ciertamente, hacia el año 930 a.C., fecha asignada por W olf 
a la composición oral de los poemas homéricos), existía 
escritura alfabética en Grecia y, en segundo lugar, la redac­
ción de Pisístrato no es, tal vez, más que un ente de ficción.
A n a l i s t a s y u n i t a r i o s
Pero lo cierto es que las ideas de W olf cayeron en campo 
tan bien abonado que no tardaron en echar raíces y aun 
troncos y ramajes: en pleno Romanticismo era apetitoso y 
muy oportuno que en la ¡liada hubiera pequeños poemas 
prim itivos excelentes, espléndidas muestras de la poesía 
popular del pasado (y para los románticos todo tiempo 
pasado fue mejor), muestras inigualables del genuino Volk- 
sgeist («espíritu nacional») del pueblo griego, y que junto a 
ellas existiesen también elementos recientes, partes menos 
logradas por ser más modernas, y una compilación también 
de novísimo cuño que por ello es responsable de un cúmulo 
de defectos, faltas y errores que en la ¡liada la mente del 
analista de inmediato detecta. El analista se convierte, así, 
en rastreador de partes recientes, admirador de gloriosos 
pasajes primitivos y en crítico feroz de las contradicciones 
internas, de los cambios de estilo, de las repeticiones y de 
las digresiones que, al igual que antes los humanistas italia­
nos y luego los eruditos anticlasicistas franceses, siguen 
ahora los románticos alemanes sin entender. Según la inter­
pretación de los analistas, la ¡liada y la Odisea resultaron bien 
de la compilación o aglutinación de distintas baladas (K. 
Lachmann, A. Kirchhoff), bien de la expansión, desarrollo 
o amplificación de un prim itivo poema épico de corta 
extensión (W. Müller, G . Hermann), bien de la alteración 
experimentada por éste mediante interpolaciones (G . W. 
Nitzsch), o bien por la incorporación de distintos poemas a 
un tema central o núcleo (la cólera de Aquiles en el caso de 
la ¡liada y la venganza cobrada por Ulises en los pretendien­
tes en el caso de la Odisea), teoría esta última que se debe.
[ 1 7]www.FreeLibros.org
entre otros, a Ulrich von Wilamowitz-Moellendorf. Pero 
frente a esta corriente analítica por la que discurrieron 
estudiosos dispuestos a entender los poemas homéricos 
como conglomerados, compilaciones de baladas de diferen­
tes autores, hubo también quienes defendieron la unidad de 
composición de cada uno de los poemas. Son éstos los 
unitarios (Nietzsch, Müller, Lehrs, Blass, etc..., en el siglo 
x ix , y Roth, Miilder, Drerup, Peters, Schadewaldt y otros, 
en el xx), que, haciendo caso omiso de las incongruencias y 
contradicciones que se observan en los poemas, destacan la 
unidad estructural de éstos, los rasgos de simetría que se 
observan en la construcción de los distintos cantos, las leyes 
del paralelismo, contraste y gradación (comparables a las del 
estilo geométrico de la cerámica del siglo vm a.C.) que rigen 
la composición de estas obras de Homero (no de un autor 
anónimo y colectivo) dotadas de una altura poética que 
aflora aquí y allá incesantemente a lo largo de ellas.
L a P O l-SlA O R A L
La verdad es que ni analistas ni unitarios dieron en el quid 
de la poesía homérica, porque, aunque en cada pasaje y en 
cada verso de ella hay ecos de anteriores poemas y huellas 
indudables de reelaboraciones; aunque la 1 liada y la Odisea 
pertenecen a un tipo de poesía tradicional, razón por la cual 
en ambas coexisten los arcaísmos, arrastrados por la propia 
técnica de esa peculiar poesía, con las innovaciones y los 
elementos artificiales resultantes de adaptar material lingüís­
tico moderno a esquemas antiguos; a pesar de todo eso, 
decimos, detrás de la lliada y de la Odisea hay un poeta de 
cuerpo entero, que concibió en cada caso un argumento 
unitario bien estructurado que él mismo desarrolló con 
tiento y tino y dispuso armónicamente. Ahora bien, la trama 
unitaria de cada poema la convirtió en versos, haciendo uso, 
efectivamente, de una técnica tradicional, de un procedi­
miento de composición oral. Justamente, la grandeza del 
poeta que compone de esta guisa consiste, primeramente, en 
su capacidad para adaptar el material tradicional (las fórmu­
las, los motivos, las escenas, los temas, anteriormente acuña­
dos y ya listos para ser empleados) a una trama que él con
[ 1 8]
su individual talento ha concebido, y, en segundo lugar, en 
su poder de innovación que le permite generar material 
nuevo por analogía con el ya existente.
El carácter oral de la poesía homérica, puesto de relieve 
por Milman Parry 4, es indispensable requisito para entender 
los poemas homéricos. Implica que el poeta o los poetas 
que compusieron la ¡liada y la Odisea y los primeros oyentes 
de los poemas épicos eran iletrados. Homero, para expresar­
se hizo uso de un acervo de fórmulas que se había ido 
formando a lo largo de los siglos; empleó, consiguiente­
mente, un material elaborado por generaciones de aedos o 
poetas que componían y cantaban poemas épicos. Las fór­
mulas son expresiones fijas (frases o miembros de frase) que 
se repiten adaptadas al hexámetro (ajustadas a un esquema 
métrico determinado que se encuentra dentro del hexáme­
tro), que encajan con otras similares y son parte de un 
grupo de frases o miembros de frase parecidos y métrica­
mente equivalentes aunque provistos de un significado 
totalmente distinto en virtud de un criterio de economía 
según el cual una fórmula no puede ser sustituida por otra 
cualquiera en un lugar determinado del verso, sin que 
cambie con ello el sentido expresado. He aquí dos fórmulas 
métricamente equivalentes (ambas cubren el espacio métrico 
que va desde la cesura trocaica hasta el fin de verso), 
pertenecientes al mismo grupo (el de caracterización de 
personajes) e integradas por las mismas categorías gramati­
cales (dos adjetivos epítetos y un nombre propio), y, sin 
embargo, muy distintas por su contenido: II. I 12 1 poddrk.es 
dios Akhilleús e 11. V III, 97 polútlas dios Odusseús: «el divino 
Aquiles que con sus pies socorre» y «el divino Odiseo muy 
sufrido».
El poeta oral aprende de oído a manejar el repertorio de 
fórmulas que debe dominar, a combinar expresión y conte­
nido de su poesía, a emplear expresiones fijas que alcanzan 
la dimensión de un verso entero y que pueden emplearse sin 
más en numerosos y muy variados contextos (la puesta de 
sol, la alborada, la ruidosa caída de uncombatiente, la 
invocación a Zeus, Atenea y Apolo, la acción de lavarse y
4 M . P arry , U épithéte traditionnel dans Homére, P arís, 1928.
[ 1 9]www.FreeLibros.org
entre otros, a Ulrich von Wilamowitz-Moellendorf. Pero 
frente a esta corriente analítica por la que discurrieron 
estudiosos dispuestos a entender los poemas homéricos 
como conglomerados, compilaciones de baladas de diferen­
tes autores, hubo también quienes defendieron la unidad de 
composición de cada uno de los poemas. Son éstos los 
unitarios (Nietzsch, Müller, Lehrs, Blass, etc..., en el siglo 
x ix , y Roth, Miilder, Drerup, Peters, Schadewaldt y otros, 
en el xx), que, haciendo caso omiso de las incongruencias y 
contradicciones que se observan en los poemas, destacan la 
unidad estructural de éstos, los rasgos de simetría que se 
observan en la construcción de los distintos cantos, las leyes 
del paralelismo, contraste y gradación (comparables a las del 
estilo geométrico de la cerámica del siglo vm a.C.) que rigen 
la composición de estas obras de Homero (no de un autor 
anónimo y colectivo) dotadas de una altura poética que 
aflora aquí y allá incesantemente a lo largo de ellas.
L a P O l-SlA O R A L
La verdad es que ni analistas ni unitarios dieron en el quid 
de la poesía homérica, porque, aunque en cada pasaje y en 
cada verso de ella hay ecos de anteriores poemas y huellas 
indudables de reelaboraciones; aunque la 1 liada y la Odisea 
pertenecen a un tipo de poesía tradicional, razón por la cual 
en ambas coexisten los arcaísmos, arrastrados por la propia 
técnica de esa peculiar poesía, con las innovaciones y los 
elementos artificiales resultantes de adaptar material lingüís­
tico moderno a esquemas antiguos; a pesar de todo eso, 
decimos, detrás de la lliada y de la Odisea hay un poeta de 
cuerpo entero, que concibió en cada caso un argumento 
unitario bien estructurado que él mismo desarrolló con 
tiento y tino y dispuso armónicamente. Ahora bien, la trama 
unitaria de cada poema la convirtió en versos, haciendo uso, 
efectivamente, de una técnica tradicional, de un procedi­
miento de composición oral. Justamente, la grandeza del 
poeta que compone de esta guisa consiste, primeramente, en 
su capacidad para adaptar el material tradicional (las fórmu­
las, los motivos, las escenas, los temas, anteriormente acuña­
dos y ya listos para ser empleados) a una trama que él con
[ 1 8]
su individual talento ha concebido, y, en segundo lugar, en 
su poder de innovación que le permite generar material 
nuevo por analogía con el ya existente.
El carácter oral de la poesía homérica, puesto de relieve 
por Milman Parry 4, es indispensable requisito para entender 
los poemas homéricos. Implica que el poeta o los poetas 
que compusieron la ¡liada y la Odisea y los primeros oyentes 
de los poemas épicos eran iletrados. Homero, para expresar­
se hizo uso de un acervo de fórmulas que se había ido 
formando a lo largo de los siglos; empleó, consiguiente­
mente, un material elaborado por generaciones de aedos o 
poetas que componían y cantaban poemas épicos. Las fór­
mulas son expresiones fijas (frases o miembros de frase) que 
se repiten adaptadas al hexámetro (ajustadas a un esquema 
métrico determinado que se encuentra dentro del hexáme­
tro), que encajan con otras similares y son parte de un 
grupo de frases o miembros de frase parecidos y métrica­
mente equivalentes aunque provistos de un significado 
totalmente distinto en virtud de un criterio de economía 
según el cual una fórmula no puede ser sustituida por otra 
cualquiera en un lugar determinado del verso, sin que 
cambie con ello el sentido expresado. He aquí dos fórmulas 
métricamente equivalentes (ambas cubren el espacio métrico 
que va desde la cesura trocaica hasta el fin de verso), 
pertenecientes al mismo grupo (el de caracterización de 
personajes) e integradas por las mismas categorías gramati­
cales (dos adjetivos epítetos y un nombre propio), y, sin 
embargo, muy distintas por su contenido: II. I 12 1 poddrk.es 
dios Akhilleús e 11. V III, 97 polútlas dios Odusseús: «el divino 
Aquiles que con sus pies socorre» y «el divino Odiseo muy 
sufrido».
El poeta oral aprende de oído a manejar el repertorio de 
fórmulas que debe dominar, a combinar expresión y conte­
nido de su poesía, a emplear expresiones fijas que alcanzan 
la dimensión de un verso entero y que pueden emplearse sin 
más en numerosos y muy variados contextos (la puesta de 
sol, la alborada, la ruidosa caída de un combatiente, la 
invocación a Zeus, Atenea y Apolo, la acción de lavarse y
4 M . P arry , U épithéte traditionnel dans Homére, P arís, 1928.
[ 1 9]www.FreeLibros.org
untarse el cuerpo con aceites perfumados, la de saciar la sed 
y el apetito, etc.), a emplear el epíteto debido con cada 
nombre propio según el caso gramatical en que se encuentre 
éste, a combinar unas fórmulas con otras (gran parte del 
poema épico está constituido por fórmulas) y a tratar temas 
enteros y escenas típicas mediante las frases hechas y los 
versos formulares correspondientes.
Homero creó, valiéndose de poesía oral preexistente, dos 
obras que nada tienen que ver con la anterior épica de 
tradición oral, es decir: engendró unas criaturas anormales 
desde el punto de vista de las mucho más reducidas dimen­
siones que lógicamente requiere un poema oral. Homero, en 
efecto, ensambló, reestructuró y recreó poemas breves que 
en torno a la guerra de Troya venían cantando los aedos 
desde el siglo xn a.C. en los palacios de los nobles descen­
dientes de los señores micénicos que no sufrieron las conse­
cuencias de la insurrección de los dorios, a saber: en los 
palacios de la nobleza asentada en zonas en que se hablaban 
dialectos eólicos y jónicos tanto del continente como de 
ultramar; ésta es la razón por la que al lado de los inevita­
bles arcaísmos en general y aqueismos o micenismos en 
particular, conviven en la lengua homérica eolismos y 
jonismos. Y esos nuevos y singulares poemas Homero los 
elaboró en Jonia; más concretamente, en la Jonia del Este 
del Egeo; ésta es la razón por la que predominan en la 
lengua homérica los jonismos.
En b u s c a d e H o m e r o
Al siglo vi a.C. se remontan las más antiguas tradiciones 
acerca de Homero que luego fueron a parar a las varias 
Vidas de Homero de época helenística. En ellas se nos refiere 
que Homero nació en Esmirna, pasó la mayor parte de su 
vida en la isla de Quíos y murió en la islita de los; que era 
hijo del río Meles y la ninfa Creteide y que en realidad se 
llamaba Melesígenes; y que estaba emparentado con Orfeo y 
con Hesíodo, de quien fue contemporáneo y al que se 
enfrentó en un torneo poético celebrado en la isla de Eubea, 
en la ciudad de Cálcide, con motivo de los juegos funerales 
que tuvieron lugar en honor de Anfidamante, rey de Eubea,
que habían sido organizados por Ganíctor, hijo del difunto. 
Incidentalmente diremos que este Anfidamante fue un per­
sonaje histórico que murió en la famosa guerra de Lelanto 
en que se enfrentaron las ciudades eubeas de Cálcide y 
Eretria a fines del siglo vm a.C. y en la que, según se decía, 
se estrenó la táctica de hoplitas; y que fue el hermano del 
fallecido, llamado Panedes, el que otorgó el premio del 
«Certamen» poético entre Homero y Hesíodo a este último. 
Dos centurias más tarde, en el siglo vi a.C., existía en Quíos 
un gremio de rapsodas que se tenían por descendientes de 
Homero y se hacían llamar «Homéridas». Y un siglo más 
tarde los poetas Simónides y Píndaro relacionan a Homero 
con Esmirna y el historiador Helanico de Lesbos discutía, 
según Harpocración, la genealogía fantástica que la tradi­
ción atribuía al gran poeta épico. De nuevo en el siglo vi 
a.C., el recitador del Himno a Apolo, que se jactaba, sin 
duda, de ser un Homérida, en el verso 172 (por tanto, 
todavía en la parte que desde Ruhnken y luego Jacoby se 
llama «parte delia» en oposición a la «parte pítica») describe 
al autor del poema como «un hombre ciego que habita en la 
escarpada Quíos». Según unescolio a un verso de la Segun­
da Nemea de Píndaro, el Himno delio a Apolo fue com­
puesto por Cineto de Quíos y atribuido por él mismo a 
Homero. E s, por consiguiente, seguro que al insigne vate 
autor de la litada y la Odisea hay que situarlo en un siglo 
anterior al vi a.C., fecha en que ya Teágenes de Regio 
compuso un tratado alegórico sobre esos poemas. Heródoto 
en su Historia (II 53, 2) estableció que Homero le precedió 
a él mismo en unos cuatrocientos años, es decir: situaba a 
Homero a mediados del siglo IX a.C. A nosotros esta 
datación nos parece remota en exceso y preferimos encua­
drar cronológicamente a Homero en el siglo vm a.C., un 
poco antes del 725 a.C., año en que, aproximadamente, se 
puede datar la copa encontrada en Isquia sobre la que está 
grabado un dístico que alude a la copa de Néstor (cfr. II. XI 
632 y ss.). Es el siglo de la adopción del alfabeto, de la 
gigantesca ánfora del Dipilón y del templo de Hera en 
Samos llamado Hekatómpedon por sus cien pies de largo. El 
ánfora del Dipilón, gigantesca, majestuosa, proporcionada 
en sus partes, aunque enraizada en la tradición artística de! 
Geométrico, revela ya la delicada imaginación del artista
[2 1 ]www.FreeLibros.org
untarse el cuerpo con aceites perfumados, la de saciar la sed 
y el apetito, etc.), a emplear el epíteto debido con cada 
nombre propio según el caso gramatical en que se encuentre 
éste, a combinar unas fórmulas con otras (gran parte del 
poema épico está constituido por fórmulas) y a tratar temas 
enteros y escenas típicas mediante las frases hechas y los 
versos formulares correspondientes.
Homero creó, valiéndose de poesía oral preexistente, dos 
obras que nada tienen que ver con la anterior épica de 
tradición oral, es decir: engendró unas criaturas anormales 
desde el punto de vista de las mucho más reducidas dimen­
siones que lógicamente requiere un poema oral. Homero, en 
efecto, ensambló, reestructuró y recreó poemas breves que 
en torno a la guerra de Troya venían cantando los aedos 
desde el siglo xn a.C. en los palacios de los nobles descen­
dientes de los señores micénicos que no sufrieron las conse­
cuencias de la insurrección de los dorios, a saber: en los 
palacios de la nobleza asentada en zonas en que se hablaban 
dialectos eólicos y jónicos tanto del continente como de 
ultramar; ésta es la razón por la que al lado de los inevita­
bles arcaísmos en general y aqueismos o micenismos en 
particular, conviven en la lengua homérica eolismos y 
jonismos. Y esos nuevos y singulares poemas Homero los 
elaboró en Jonia; más concretamente, en la Jonia del Este 
del Egeo; ésta es la razón por la que predominan en la 
lengua homérica los jonismos.
En b u s c a d e H o m e r o
Al siglo vi a.C. se remontan las más antiguas tradiciones 
acerca de Homero que luego fueron a parar a las varias 
Vidas de Homero de época helenística. En ellas se nos refiere 
que Homero nació en Esmirna, pasó la mayor parte de su 
vida en la isla de Quíos y murió en la islita de los; que era 
hijo del río Meles y la ninfa Creteide y que en realidad se 
llamaba Melesígenes; y que estaba emparentado con Orfeo y 
con Hesíodo, de quien fue contemporáneo y al que se 
enfrentó en un torneo poético celebrado en la isla de Eubea, 
en la ciudad de Cálcide, con motivo de los juegos funerales 
que tuvieron lugar en honor de Anfidamante, rey de Eubea,
que habían sido organizados por Ganíctor, hijo del difunto. 
Incidentalmente diremos que este Anfidamante fue un per­
sonaje histórico que murió en la famosa guerra de Lelanto 
en que se enfrentaron las ciudades eubeas de Cálcide y 
Eretria a fines del siglo vm a.C. y en la que, según se decía, 
se estrenó la táctica de hoplitas; y que fue el hermano del 
fallecido, llamado Panedes, el que otorgó el premio del 
«Certamen» poético entre Homero y Hesíodo a este último. 
Dos centurias más tarde, en el siglo vi a.C., existía en Quíos 
un gremio de rapsodas que se tenían por descendientes de 
Homero y se hacían llamar «Homéridas». Y un siglo más 
tarde los poetas Simónides y Píndaro relacionan a Homero 
con Esmirna y el historiador Helanico de Lesbos discutía, 
según Harpocración, la genealogía fantástica que la tradi­
ción atribuía al gran poeta épico. De nuevo en el siglo vi 
a.C., el recitador del Himno a Apolo, que se jactaba, sin 
duda, de ser un Homérida, en el verso 172 (por tanto, 
todavía en la parte que desde Ruhnken y luego Jacoby se 
llama «parte delia» en oposición a la «parte pítica») describe 
al autor del poema como «un hombre ciego que habita en la 
escarpada Quíos». Según un escolio a un verso de la Segun­
da Nemea de Píndaro, el Himno delio a Apolo fue com­
puesto por Cineto de Quíos y atribuido por él mismo a 
Homero. E s, por consiguiente, seguro que al insigne vate 
autor de la litada y la Odisea hay que situarlo en un siglo 
anterior al vi a.C., fecha en que ya Teágenes de Regio 
compuso un tratado alegórico sobre esos poemas. Heródoto 
en su Historia (II 53, 2) estableció que Homero le precedió 
a él mismo en unos cuatrocientos años, es decir: situaba a 
Homero a mediados del siglo IX a.C. A nosotros esta 
datación nos parece remota en exceso y preferimos encua­
drar cronológicamente a Homero en el siglo vm a.C., un 
poco antes del 725 a.C., año en que, aproximadamente, se 
puede datar la copa encontrada en Isquia sobre la que está 
grabado un dístico que alude a la copa de Néstor (cfr. II. XI 
632 y ss.). Es el siglo de la adopción del alfabeto, de la 
gigantesca ánfora del Dipilón y del templo de Hera en 
Samos llamado Hekatómpedon por sus cien pies de largo. El 
ánfora del Dipilón, gigantesca, majestuosa, proporcionada 
en sus partes, aunque enraizada en la tradición artística de! 
Geométrico, revela ya la delicada imaginación del artista
[2 1 ]www.FreeLibros.org
que la fabricó, pues si bien su ornamentación es simple y 
repetitiva, dispuesta en franjas horizontales separadas una 
de otra por tres lineas, deja ver, sin embargo, claras y sutiles 
variaciones en la anchura de las mencionadas franjas y un 
equilibrio entre los motivos de decoración deliberadamente 
buscado. También Homero, enraizado en la tradición de la 
poesía oral, emplea con profusión, reiteración y redundancia 
los materiales y procedimientos propios de esa secular 
tradición, pero asimismo los usa, novedosa e innovadora- 
mente, para ponerlos al servicio de unas obras poéticas 
nuevas, excepcionales y, sobre todo originales, concebidas 
por él con una mentalidad que ya no era la que se habían ve­
nido transmitiendo hereditariamente los aedos desde tiem­
pos micénicos. Homero, ciertamente, se halla afincado en la 
poesía tradicional de los tiempos oscuros, pero él no sólo 
hizo uso de esa tradición, sino que además sobrepasó sus 
limites: dio nuevas funciones a fórmulas, versos y escenas 
típicas preexistentes, alteró el concepto de narración épica, 
amplió notablemente las dimensiones de los poemas épicos, 
que pasaron a ser monumentales, gigantescos, reformó la 
figura del héroe y cambió el viejo procedimiento de la 
improvisación por el de la composición dirigida según una 
sabia y previa planificación. Pero, además, en la forma y en 
el contenido de los poemas hay indicios, pistas que nos 
conducen al siglo vm a.C. En efecto, aunque en la lengua 
homérica hay restos de un grupo dialectal del segundo 
milenio que sobrevivió en Arcadia y Chipre por lo menos, y 
hay eolismos, y aticismos que se introdujeron en la fase 
ática de la transmisión del texto de los poemas, y elementos 
artificiales como, por ejemplo, el alargamiento métrico o 
híbridos dialectales de tema jonio y desinencia eolia (ne- 
essi), pese a todo ello hay una última fase jónica en la lengua 
homérica que con su paso d e *a a e ya cum plido, su 
metátesis de cantidad, sus esporádicas contracciones vocáli­
cas y su pérdida de *u>, apunta inequívocamente al siglo vm 
a.C. Y en cuanto al contenido, si hemos de situar los 
poemas con posterioridad a la guerra de Troya, a fines del 
segundo milenio a.C., yantes del 700 a.C., fecha en que los 
•poemas homéricos ya se conocen, y si, además, hemos de 
fijar un siglo en que estén bien asentados en ambas epope­
yas los elementos modernos frente a los antiguos (los
[ « ]
fenicios navegando por el Egeo —-pos! 900 a.C.— frente a la 
«Micenas rica en oro» del segundo milenio; la táctica de 
hoplitas, que probablemente se ensayó antes de la guerra de 
Lelanto, frente al combate singular de los héroes; el hierro 
frente al bronce, etc.) el siglo vm es el ideal. Por otro lado, 
la isla de Quíos, que está situada frente a la F.ólide y en la 
que se hablaba un dialecto jónico fuertemente impregnado 
de rasgos eólicos, bien pudo haber sido la cuna del autor de 
la litada, que conoce personalmente los alrededores de 
Troya y toda la costa del Egeo oriental, casi tan bien como 
los materiales lingüísticos de una fase eólica de la epopeya 
que sin duda precedió a la jónica, si bien en una época en 
que aún no se ha producido el resultado de los tratamientos 
de *-ns, *-ns recientes (lesbio lúkois, phéroisa), ambas tradi­
ciones coexisten y los dos dialectos se entremezclan en los 
versos.
L a « I l Ia d a »
La 1 liada no es la narración épica de una ininterrumpida 
serie de batallas ni de las nefastas consecuencias de la cólera 
de Aquiles. Es la grandiosa epopeya en que, ante el telón de 
fondo de una guerra, destaca poderosísima la idea de la 
debilidad del hombre, efímera criatura sometida a poderes 
superiores, pero, pese a todo, capaz de alcanzar el renombre 
del heroísmo a fuerza de valor, coraje, sufrimientos y 
renuncias. La litada es un poema de contenido pesimista, 
que culmina en tragedia, mientras que la Odisea es un poema 
optimista, provisto de happy end como las comedias.
El décimo año de la guerra de Troya estalla la cólera de 
Aquiles, joven rey tesalio, enfrentado violentamente al rey 
de reyes Agamenón. Tras la disputa está Apolo y, por 
supuesto, la voluntad de Zeus. El sacerdote de Apolo, 
Crises, había acudido al campamento de los aqueos a resca­
tar a su hija Criseida y Agamenón le había expulsado de él 
con palabras de tono desapacible y descompuesto. A instan­
cias del sacerdote, Apolo castiga a los aqueos enviándoles 
una peste cuya causa hace pública, a petición de Aquiles, el 
vate Calcante no sin miedo a que se enfade Agamenón. 
Este, en efecto, se encoleriza y accede a devolver a Criseida
[*J]
www.FreeLibros.org
que la fabricó, pues si bien su ornamentación es simple y 
repetitiva, dispuesta en franjas horizontales separadas una 
de otra por tres lineas, deja ver, sin embargo, claras y sutiles 
variaciones en la anchura de las mencionadas franjas y un 
equilibrio entre los motivos de decoración deliberadamente 
buscado. También Homero, enraizado en la tradición de la 
poesía oral, emplea con profusión, reiteración y redundancia 
los materiales y procedimientos propios de esa secular 
tradición, pero asimismo los usa, novedosa e innovadora- 
mente, para ponerlos al servicio de unas obras poéticas 
nuevas, excepcionales y, sobre todo originales, concebidas 
por él con una mentalidad que ya no era la que se habían ve­
nido transmitiendo hereditariamente los aedos desde tiem­
pos micénicos. Homero, ciertamente, se halla afincado en la 
poesía tradicional de los tiempos oscuros, pero él no sólo 
hizo uso de esa tradición, sino que además sobrepasó sus 
limites: dio nuevas funciones a fórmulas, versos y escenas 
típicas preexistentes, alteró el concepto de narración épica, 
amplió notablemente las dimensiones de los poemas épicos, 
que pasaron a ser monumentales, gigantescos, reformó la 
figura del héroe y cambió el viejo procedimiento de la 
improvisación por el de la composición dirigida según una 
sabia y previa planificación. Pero, además, en la forma y en 
el contenido de los poemas hay indicios, pistas que nos 
conducen al siglo vm a.C. En efecto, aunque en la lengua 
homérica hay restos de un grupo dialectal del segundo 
milenio que sobrevivió en Arcadia y Chipre por lo menos, y 
hay eolismos, y aticismos que se introdujeron en la fase 
ática de la transmisión del texto de los poemas, y elementos 
artificiales como, por ejemplo, el alargamiento métrico o 
híbridos dialectales de tema jonio y desinencia eolia (ne- 
essi), pese a todo ello hay una última fase jónica en la lengua 
homérica que con su paso d e *a a e ya cum plido, su 
metátesis de cantidad, sus esporádicas contracciones vocáli­
cas y su pérdida de *u>, apunta inequívocamente al siglo vm 
a.C. Y en cuanto al contenido, si hemos de situar los 
poemas con posterioridad a la guerra de Troya, a fines del 
segundo milenio a.C., y antes del 700 a.C., fecha en que los 
•poemas homéricos ya se conocen, y si, además, hemos de 
fijar un siglo en que estén bien asentados en ambas epope­
yas los elementos modernos frente a los antiguos (los
[ « ]
fenicios navegando por el Egeo —-pos! 900 a.C.— frente a la 
«Micenas rica en oro» del segundo milenio; la táctica de 
hoplitas, que probablemente se ensayó antes de la guerra de 
Lelanto, frente al combate singular de los héroes; el hierro 
frente al bronce, etc.) el siglo vm es el ideal. Por otro lado, 
la isla de Quíos, que está situada frente a la F.ólide y en la 
que se hablaba un dialecto jónico fuertemente impregnado 
de rasgos eólicos, bien pudo haber sido la cuna del autor de 
la litada, que conoce personalmente los alrededores de 
Troya y toda la costa del Egeo oriental, casi tan bien como 
los materiales lingüísticos de una fase eólica de la epopeya 
que sin duda precedió a la jónica, si bien en una época en 
que aún no se ha producido el resultado de los tratamientos 
de *-ns, *-ns recientes (lesbio lúkois, phéroisa), ambas tradi­
ciones coexisten y los dos dialectos se entremezclan en los 
versos.
L a « I l Ia d a »
La 1 liada no es la narración épica de una ininterrumpida 
serie de batallas ni de las nefastas consecuencias de la cólera 
de Aquiles. Es la grandiosa epopeya en que, ante el telón de 
fondo de una guerra, destaca poderosísima la idea de la 
debilidad del hombre, efímera criatura sometida a poderes 
superiores, pero, pese a todo, capaz de alcanzar el renombre 
del heroísmo a fuerza de valor, coraje, sufrimientos y 
renuncias. La litada es un poema de contenido pesimista, 
que culmina en tragedia, mientras que la Odisea es un poema 
optimista, provisto de happy end como las comedias.
El décimo año de la guerra de Troya estalla la cólera de 
Aquiles, joven rey tesalio, enfrentado violentamente al rey 
de reyes Agamenón. Tras la disputa está Apolo y, por 
supuesto, la voluntad de Zeus. El sacerdote de Apolo, 
Crises, había acudido al campamento de los aqueos a resca­
tar a su hija Criseida y Agamenón le había expulsado de él 
con palabras de tono desapacible y descompuesto. A instan­
cias del sacerdote, Apolo castiga a los aqueos enviándoles 
una peste cuya causa hace pública, a petición de Aquiles, el 
vate Calcante no sin miedo a que se enfade Agamenón. 
Este, en efecto, se encoleriza y accede a devolver a Criseida
[*J]
www.FreeLibros.org
sólo a cambio de quitarle a Aquiles (en quien el rey de reyes 
ve a un rey rebelde) su cautiva Briseida. Así lo hace, y 
Aquiles, ultrajado, pide a su divina madre Tetis venganza 
por esa ofensa. F.lla acepta el ruego y consigue de Zeus la 
promesa de favorecer a los troyanos. Aquiles se retira a sus 
naves y la guerra de Troya continúa. Pero cuando los dos 
ejércitos, aqueo y troyano, están a punto de medir sus 
fuerzas, Héctor propone a los dos bandos resolver el con­
flicto mediante combate singular entre Paris y Menelao. El 
troyano, también llamado Alejandro, es salvado milagrosa­
mente por Afrodita, que lo hace desaparecer cuando estaba 
a punto de perecer a manos de su adversario. Este le busca 
inútilmente por el campo de batalla y recibe en la cintura el 
impacto de una flecha lanzada por Pándaro, que de este 
modo rompe la tregua convenida por los dos ejércitos antes 
de dar paso al recién finalizado desafío. Entonces da co­
mienzo una encarnizada batallaentre aqueos y troyanos, y 
entre los primeros se luce y se señala Diomedes, capaz de 
hacer huir a los mismísimos dioses (Ares y Afrodita), y 
entre los segundos, Héctor, que luego regresa a la ciudad de 
Troya para ordenar a las mujeres que se congracien con 
Atena a base de plegarias y de ofrendas. Y justamente 
cuando regresa al campo de batalla, se encuentra el héroe 
defensor de Troya, junto a las puertas F.sceas, a su esposa 
Andrómaca y a su hijo Astianacte, aún un tierno niño, y se 
despide de ellos en una muy emotiva y conmovedora esce­
na. Una vez en la liza, propone Héctor un desafío al que él 
personalmente invita a los héroes aqueos. Estos, echando 
suertes, designan a Áyax como contrincante. La llegada de 
la noche pone fin al duelo. Se concluye un armisticio que 
los aqueos aprovechan para enterrar a sus muertos y rodear 
de una muralla su campamento. Al día siguiente se reanuda 
la feroz batalla, desfavorable a los aqueos hasta tal punto, 
que los troyanos, al atardecer, acampan cerca de la recién 
construida muralla de los griegos. Agamenón, arrepentido y 
lamentando su disputa con Aquiles, por consejo de su 
anciano y prudente asesor Néstor, despacha a Odiseo, Áyax 
y al viejo Fénix como embajadores ante el caudillo tesalio, 
para solicitar su ayuda, provistos de plenos poderes para 
prometerle en su nombre la devolución de Briseida y, 
además, abundantes regalos compensadores de la afrenta
[ 24]
sufrida por él. Pero Aquiles se mantiene obstinado e inflexi­
ble. De este modo, se acrecientan los éxitos de los troyanos, 
que desbordan ya la muralla del campamento argivo y 
amenazan las naves aqueas. Es ésta la tercera batalla de la 
llíada, sin duda la más larga. Posidón y Hera ayudan a los 
griegos, sus favoritos, cuando se hallan en situación muy 
apurada. Zeus se entera de tan parcial y descarado socorro 
por parte de los dioses y devuelve la victoria a manos 
troyanas. Es entonces cuando Patroclo, el fiel escudero y 
buen amigo de Aquiles, obtiene de su señor y camarada la 
autorización para vestir las armas de éste, y ya en pleno 
combate, no haciendo ningún caso de los consejos del 
caudillo tésalo, se lanza tras los troyanos y muere a manos 
de Héctor al pie de las murallas de Troya. Una encarnizada 
batalla se libra en torno del cadáver de Patroclo, con el que 
al fin logran hacerse los aqueos. A l enterarse de la muerte 
de su amigo, Aquiles, el feroz Pelida, se acerca a las mura­
llas aqueas y, preso de un frenético y rabioso dolor, lanza 
un sañudo y vesánico grito capaz de desatar todas las 
Furias. A partir de este momento, el rencoroso y contumaz 
héroe, cuya cólera ha producido víctimas en ambos bandos 
enfrentados, sólo piensa en vengar a quien en vida fuera su 
devoto amigo. Pertrechado de una armadura de divina 
hechura que le había fabricado Hefesto, llena de cadáveres 
el lecho del río Janto. Los troyanos supervivientes escapan 
al estrago que va sembrando el caudillo griego sediento de 
venganza.- Sólo Héctor aguarda fuera de los muros, obser­
vado desde éstos por sus padres y sus conciudadanos. Al 
llegar Aquiles a las murallas, el defensor de Ilion emprende 
la huida. Perseguidor y perseguido dan tres vueltas a la 
ciudad de Troya. Por fin, engañado por Atenea, Héctor se 
enfrenta a Aquiles y — se trataba ya de una muerte anuncia­
da— sucumbe a sus manos. Los padres de la víctima con­
templan tan luctuoso desenlace y Andrómaca ve cómo el 
cadáver de su esposo, atado al carro del vencedor, es 
arrastrado. Luego, Aquiles celebra espléndidos funerales en 
honor de Patroclo, mientras que inflige al cuerpo de Héc­
tor, con gran disgusto por parte de los dioses, un afrentoso 
trato. Por último, el viejo Príamo acude a la tienda del 
violento caudillo tésalo con el fin de obtener el cadáver de 
su hijo a cambio de un rescate. El inconmovible corazón de
[ *5]www.FreeLibros.org
sólo a cambio de quitarle a Aquiles (en quien el rey de reyes 
ve a un rey rebelde) su cautiva Briseida. Así lo hace, y 
Aquiles, ultrajado, pide a su divina madre Tetis venganza 
por esa ofensa. F.lla acepta el ruego y consigue de Zeus la 
promesa de favorecer a los troyanos. Aquiles se retira a sus 
naves y la guerra de Troya continúa. Pero cuando los dos 
ejércitos, aqueo y troyano, están a punto de medir sus 
fuerzas, Héctor propone a los dos bandos resolver el con­
flicto mediante combate singular entre Paris y Menelao. El 
troyano, también llamado Alejandro, es salvado milagrosa­
mente por Afrodita, que lo hace desaparecer cuando estaba 
a punto de perecer a manos de su adversario. Este le busca 
inútilmente por el campo de batalla y recibe en la cintura el 
impacto de una flecha lanzada por Pándaro, que de este 
modo rompe la tregua convenida por los dos ejércitos antes 
de dar paso al recién finalizado desafío. Entonces da co­
mienzo una encarnizada batalla entre aqueos y troyanos, y 
entre los primeros se luce y se señala Diomedes, capaz de 
hacer huir a los mismísimos dioses (Ares y Afrodita), y 
entre los segundos, Héctor, que luego regresa a la ciudad de 
Troya para ordenar a las mujeres que se congracien con 
Atena a base de plegarias y de ofrendas. Y justamente 
cuando regresa al campo de batalla, se encuentra el héroe 
defensor de Troya, junto a las puertas F.sceas, a su esposa 
Andrómaca y a su hijo Astianacte, aún un tierno niño, y se 
despide de ellos en una muy emotiva y conmovedora esce­
na. Una vez en la liza, propone Héctor un desafío al que él 
personalmente invita a los héroes aqueos. Estos, echando 
suertes, designan a Áyax como contrincante. La llegada de 
la noche pone fin al duelo. Se concluye un armisticio que 
los aqueos aprovechan para enterrar a sus muertos y rodear 
de una muralla su campamento. Al día siguiente se reanuda 
la feroz batalla, desfavorable a los aqueos hasta tal punto, 
que los troyanos, al atardecer, acampan cerca de la recién 
construida muralla de los griegos. Agamenón, arrepentido y 
lamentando su disputa con Aquiles, por consejo de su 
anciano y prudente asesor Néstor, despacha a Odiseo, Áyax 
y al viejo Fénix como embajadores ante el caudillo tesalio, 
para solicitar su ayuda, provistos de plenos poderes para 
prometerle en su nombre la devolución de Briseida y, 
además, abundantes regalos compensadores de la afrenta
[ 24]
sufrida por él. Pero Aquiles se mantiene obstinado e inflexi­
ble. De este modo, se acrecientan los éxitos de los troyanos, 
que desbordan ya la muralla del campamento argivo y 
amenazan las naves aqueas. Es ésta la tercera batalla de la 
llíada, sin duda la más larga. Posidón y Hera ayudan a los 
griegos, sus favoritos, cuando se hallan en situación muy 
apurada. Zeus se entera de tan parcial y descarado socorro 
por parte de los dioses y devuelve la victoria a manos 
troyanas. Es entonces cuando Patroclo, el fiel escudero y 
buen amigo de Aquiles, obtiene de su señor y camarada la 
autorización para vestir las armas de éste, y ya en pleno 
combate, no haciendo ningún caso de los consejos del 
caudillo tésalo, se lanza tras los troyanos y muere a manos 
de Héctor al pie de las murallas de Troya. Una encarnizada 
batalla se libra en torno del cadáver de Patroclo, con el que 
al fin logran hacerse los aqueos. A l enterarse de la muerte 
de su amigo, Aquiles, el feroz Pelida, se acerca a las mura­
llas aqueas y, preso de un frenético y rabioso dolor, lanza 
un sañudo y vesánico grito capaz de desatar todas las 
Furias. A partir de este momento, el rencoroso y contumaz 
héroe, cuya cólera ha producido víctimas en ambos bandos 
enfrentados, sólo piensa en vengar a quien en vida fuera su 
devoto amigo. Pertrechado de una armadura de divina 
hechura que le había fabricado Hefesto, llena de cadáveres 
el lecho del río Janto. Los troyanos supervivientes escapan 
al estrago que va sembrando el caudillo griego sediento de 
venganza.- Sólo Héctor aguarda fuera de los muros, obser­
vado desde éstos por sus padres y sus conciudadanos. Al 
llegar Aquiles a las murallas, el defensor de Ilion emprende 
la huida. Perseguidor

Continuar navegando

Materiales relacionados