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Teo 2 Resumen Final

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Teo 2 Resumen Final
1er tema: La libertad, la ley y la conciencia
La libertad humana plena posee un gran valor porque solo ella hace posible el amor
La libertad de coacción es la que goza la persona que puede realizar externamente lo que ha decidido hacer, sin imposición ni impedimentos de agentes externos.
La libertad de elección o libertad psicológica significa la ausencia de necesidad interna para elegir una cosa u otra, se refiere a la posibilidad de decidir no de hacer.
En el sentido moral, la libertad se refiere a la capacidad de afirmar y amar el bien, que es el objeto de la voluntad libre, sin estar esclavizado por las pasiones desordenadas y por el pecado.
Dios ha querido la libertad humana para que el hombre busque sin condiciones a su creador.
La libertad humana plena posee un gran valor porque solo ella hace posible el amor a Dios, acto con el que el hombre imita el amor divino y alcanza el fin para el que fue creado.
La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre.
Para ser libres, nos liberó Cristo, del pecado que nos tenía en esclavitud.
Se llama ley eterna al plan de sabiduría divina para conducir toda la creación a su fin.
Dios conduce a cada criatura a su fin de acuerdo a su naturaleza.
La ley moral natural es la participación de la ley eterna en la criatura racional. Es la misma ley eterna ínsita en los seres dotados de razón, que los inclina al acto y al fin que les conviene.
El designio salvífico divino es de completo conocimiento solo por la Revelación.
Propiedades de la ley moral natural: universal, es inmutable y permanente, obligatoria (ya que para tender a Dios el hombre debe hacer libremente el bien y evitar el mal, esto gracias a la luz de la razón natural)
El elemento principal de la ley de Cristo es la gracia del Espíritu Santo, tb la ley escrita, que se puede resumir en el mandamiento del amor. 
La iglesia es intérprete auténtico de la ley natural. 
Las leyes civiles son las disposiciones normativas emanadas por las autoridades estatales. 
La virtud de la justicia comporta la obligación de cumplir las leyes civiles justas 
Las leyes eclesiásticas originan una verdadera obligación moral. 
El comportamiento libre lo regula cada persona según el conocimiento que tiene del bien y del mal, libremente realiza el bien contenido en la ley moral y libremente evita el mal conocido mediante la misma ley. Entonces lo opuesto a la ley moral es el pecado, que es la negación al bien conocido.
La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona reconoce la cualidad moral de un acto en concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. Tiene para la persona un carácter último ineludible. 
Conciencia recta o verdadera: juzga con verdad la cualidad moral de un acto
Conciencia errónea: no alcanza la verdad, estimando como buena una acción que es mala o viceversa. 
La causa del error de conciencia es la ignorancia, que puede ser invencible e inculpable si domina a la persona y no hay posibilidad de reconocerla y alejarla o vencible si se puede superar. 
La conciencia culpable errónea no excusa de pecado, y aun puede agravarlo. 
La conciencia es cierta si emite juicio con la seguridad moral de no equivocarse, es probable cuando la probabilidad de equivocarse es menor a acertar, dudosa si es es mayor y perpleja si no se atreve a juzgar porque piensa que es pecado tanto realizar un acto como omitirlo. 
Solo se debe seguir la conciencia cierta y verdadera. No se debe obrar con la dudosa, sino que se debe salir de la duda rezando, estudiando o preguntando. 
Para la formación de la conciencia son especialmente importantes la humildad, que se adquiere viviendo la sinceridad ante Dios, y la dirección espiritual. 
2do tema: La moralidad de los actos humanos	
La moralidad de los actos humanos depende: del objeto elegido, del fin que se busca o la intención y de las circunstancias de la acción. Estas son las fuentes o elementos constitutivos. 
El objeto moral es el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto de querer de la persona que actúa. Hay actos que son intrínsecamente malos porque son malos siempre y por sí mismos. 
El proporcionalismo y el consecuencialismo son teorías erróneas sobre la noción y la formación del objeto moral de una acción. 
La intención es un movimiento de la voluntad hacia un fin. 
Una intención buena no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado. El fin no justifica los medios. 
Las circunstancias contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos. 
Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer. 
La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida que éstos son voluntarios.
En todo acto libre, de alguna manera aceptamos o rechazamos la voluntad de Dios.
La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la u advertencia, la violencia, el temor, los hábitos, las afecciones desordenadas y otros factores psíquicos sociales.
Mérito es la retribución debida por parte de una comunidad o sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena o mala, digna de recompensa o de sanción.
3er tema: 4to Mandamiento, honrar al padre y a la madre	
La diferencia entre los primeros 3 mandamientos y los otros 7, es que los primeros enseñan el amor a Dios y los demás, tienen como objeto el bien del prójimo y personal. En el nuevo testamento se resumieron en dos los mandamientos.
El 4to mandamiento se refiere principalmente a la familia cristiana, que es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión de la Stma. Trinidad.
La familia es la célula original de la vida social. Y la sagrada familia es modelo de toda familia: modelo de amor y de servicio, de autoridad y de obediencia, en el seno de la familia.
El respeto filial se manifiesta en la docilidad y obediencia. La obligación de obedecerles cesa con la emancipación de los hijos, pero nunca cesa el respeto.
Si los padres mandaran algo opuesto a la Ley de Dios, los hijos estarían obligados a anteponer la voluntad de Dios a los deseos de sus padres, teniendo presente que «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Dios es más Padre que nuestros padres: de Él procede toda paternidad (cfr. Ef 3,15).
Entre los deberes de los padres, además de cuidar de las necesidades materiales de sus hijos, tienen la grave responsabilidad de darles una recta educación humana y cristiana. Tienen la responsabilidad de la creación de un hogar, donde se viva el amor, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado, aquí es donde se educa en valores. Se enseña con el ejemplo y la palabra.
Los padres han de tener un gran respeto y amor a la libertad de los hijos, enseñándoles a usarla bien, con responsabilidad. Fundamental es el ejemplo de su propia conducta.
Los cristianos hemos de tener un verdadero espíritu filial respecto a la iglesia, para con quienes la gobiernan. Esto se demuestra en la fiel adhesión y unión con el Papa.
Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de la virgen María, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el Santo Padre.
También Dios nos ordena a honrar a todos los que han recibido de Dios una autoridad en la sociedad, nos exige respetar las leyes justas y cumplir los legítimos mandatos de la autoridad, ejercitar los derechos y cumplir los deberes ciudadanos, y a intervenir responsablemente en la vida social y política. No es lícito apoyar a quienes programan un orden social contrario a la doctrina cristiana. El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio, esto tiene justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política: Dadal César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
El ejercicio de la autoridad ha de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos. Los gobernantes deben velar para que no se favorezca el interés personal de algunos en contra del bien común.
4to tema: 5to Mandamiento, no matarás	
La vida humana es sagrada, porque es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador.
El quinto precepto manda no matar. Condena también golpear, herir o hacer cualquier daño injusto a uno mismo y al prójimo en el cuerpo, ya por sí, ya por otros; así como agraviarle con palabras injuriosas o quererle mal. En este mandamiento se prohíbe igualmente darse a sí mismo la muerte (suicidio).
Así, el homicidio que es sin excepción gravemente inmoral es aquél que responde a una elección deliberada y se dirige a una persona inocente. Por tanto, la legítima defensa y la pena de muerte no se incluyen en esta formulación absoluta, y son objeto de un tratamiento específico.
El aborto: «La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción » (Catecismo, 2270). «Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano» (Catecismo, 2274).
La eutanasia: «Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor (...). Es una grave violación de la ley de Dios, en cuanta eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. 
«La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el encarnizamiento terapéutico. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla» (Catecismo, 2278).
En cambio, «aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona no pueden ser legítimamente interrumpidos» (Catecismo, 2279). La alimentación e hidratación artificiales son, en principio, cuidados ordinarios debidos a todo enfermo.
El suicidio: «Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella» (Catecismo, 2280). «El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mimo. Preferir la propia muerte para salvar la vida de otro no es suicidio, antes bien, puede constituir un acto de extrema caridad.
La pena de muerte: «Para conseguir estas finalidades la medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la eliminación del reo salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo (...). Estos casos son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes».
Los cristianos estamos obligados a procurar la vida y la salud sobrenatural del alma del prójimo, además de la del cuerpo.
El escándalo es lo contrario: «es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo (...). Se puede causar escándalo por comentarios injustos, por la promoción de espectáculos, libros y revistas inmorales, por seguir modas contrarias al pudor, etc.
El respeto al propio cuerpo es una exigencia de la caridad, pues el cuerpo es templo del Espíritu Santo.
«La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables» ( Catecismo, 2290).
La investigación científica no puede legitimar actos que en sí mismos son contrarios a la dignidad de las personas y a la ley moral. Ningún ser humano puede ser tratado como un medio para el progreso de la ciencia (cfr. Catecismo, 2295). Atentan contra este principio prácticas como la procreación artificial sustitutiva o el uso de embriones con fines experimentales.
«La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana» (CIC, can. 1176).
«Ama a tu patria: el patriotismo es una virtud cristiana. Pero si el patriotismo se convierte en un nacionalismo que lleva a mirar con desapego, con desprecio —sin caridad cristiana ni justicia— a otros pueblos, a otras naciones, es un pecado».
5to tema: 6to Mandamiento, no cometerás adulterio	
«Dios es amor» (1Jn 4, 8), y su amor es fecundo. De esta fecundidad ha querido que participe la criatura humana, asociando la generación de cada nueva persona a un específico acto de amor entre un hombre y una mujer. Por esto, «el sexo no es una realidad vergonzosa, sino una dádiva divina que se ordena limpiamente a la vida, al amor, a la fecundidad».
Siendo el hombre un individuo compuesto de cuerpo y alma, el acto amoroso generativo exige la participación de todas las dimensiones de la persona: la corporeidad, los afectos, el espíritu.
La virtud de la castidad no es, por tanto, simplemente un remedio contra el desorden que el pecado origina en la esfera sexual, sino una afirmación gozosa, pues permite amar a Dios, y a través de Él a los demás hombres, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cfr. Mc 12, 30).
«La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza» (Catecismo, 2341) y «significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual» (Catecismo, 2337).
En el estado actual, el hombre no puede vivir la ley moral natural, y por tanto la castidad, sin la ayuda de la gracia. Esto no implica la imposibilidad de una virtud humana que sea capaz de conseguir un cierto control de las pasiones en este campo, sino la constatación de la magnitud de la herida producida por el pecado, que exige el auxilio divino para una perfecta reintegración de la persona.
En la lucha por vivir la virtud de la castidad, son medios importantes: la oración, el trabajo intenso (evitar el ocio), la moderación entre la comida y la bebida, el cuidado de los detalles de pudor y de modestia, evitar lo inmoral, ser sinceros en la dirección espiritual, olvidarse de sí mismo y tener una gran devoción a la virgen María.
Las manifestaciones concretas con las que se configura y crece esta virtud serán distintas dependiendo de la vocación recibida. «Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia» (Catecismo, 2349).
La castidad en el celibato: Dios llama a algunos a que vivan su vocación al amor de un modo particular, en el celibato apostólico. El modo de vivir la vocación cristiana en el celibato apostólico supone la continencia. La donación que se hace libremente a Dios de una posible vida conyugal, capacita la persona para amar y donarse a muchos otros hombres y mujeres, ayudándoles a su vez a encontrar a Dios, que es la razón de dicho celibato.
Este modo de vida ha de ser considerado y vivido siempre como un don, pues nadie puede arrogarse la capacidad de ser fiel al Señor en este camino sin el auxilio de la gracia.
Los pecados contra la castidad solo pueden ser leves si falta advertencia o perfecto consentimiento.
A la castidad se opone la lujuria, que es «un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión» (Catecismo, 2351).
El vicio de la lujuria tiene muchas y graves consecuencias: la ceguera de la mente, porla que se oscurece nuestro fin y nuestro bien; la debilitación de la voluntad, que se hace casi incapaz de cualquier esfuerzo, llegando a la pasividad, a la desgana en el trabajo, en el servicio, etc.; el apego a los bienes terrenos que hace olvidar los eternos; y finalmente se puede llegar al odio a Dios, que aparece al lujurioso como el mayor obstáculo para satisfacer su sensualidad.
La masturbación, la fornicación, el adulterio, la pornografía, la prostitución, la violación y los actos homosexuales son otros pecados contra la castidad.
6to tema: 7mo Mandamiento, no hurtarás	
«Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cfr. Gn 1, 26-29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano» (Catecismo, 2402).
Sin embargo, «la apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo».
El socialismo marxista y en particular el comunismo, al pretender, entre otras cosas, la subordinación absoluta del individuo a la sociedad, niega el derecho de la persona a la propiedad privada de los bienes de producción (los que sirven para producir otros bienes, como la tierra, ciertas industrias, etc.), afirmado que sólo el Estado puede poseer esos bienes, como condición para instaurar una sociedad sin clases. Por otra parte, ha rechazado en la práctica del capitalismo el individualismo y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano»
«En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad» (Catecismo, 2407).
Parte de la templanza es la virtud de la pobreza, que no consiste en no tener, sino en estar desprendido de los bienes materiales, en contentarse con lo que basta para vivir sobria y templadamente, y en administrar los bienes para servir a los demás. Nuestro Señor nos dio ejemplo de pobreza y desprendimiento desde su venida al mundo hasta su muerte.
La justicia, como virtud moral, consiste en el hábito mediante el cual se da con voluntad constante y firme a cada uno lo que le es debido. La justicia entre personas singulares se llama conmutativa (por ejemplo, el acto de pagar una deuda); la justicia distributiva «regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus necesidades» (Catecismo, 2411); y la justicia legal es la del ciudadano hacia la comunidad (por ejemplo, pagar los impuestos justos).
Se comete hurto o robo cuando se toman ocultamente los bienes del prójimo. La rapiña es el apoderarse violentamente de las cosas ajenas. El fraude es el hurto que se lleva a cabo engañando al prójimo con trampas, documentos falsos, etc., o reteniendo el justo salario. La usura consiste en reclamar mayor interés del lícito por la cantidad prestada (generalmente, aprovechándose de una situación de necesidad material del prójimo).
El conjunto de estas enseñanzas sobre principios que deben regular la vida social se llama Doctrina social y forma parte de la doctrina moral católica.
Algunas enseñanzas fundamentales de la Doctrina social de la Iglesia son: 1) la dignidad trascendente de la persona humana y la inviolabilidad de sus derechos; 2) el reconocimiento de la familia como célula básica de la sociedad fundada en el verdadero matrimonio indisoluble, y la necesidad de protegerla y fomentarla a través de las leyes sobre el matrimonio, la educación y la moral pública; 3) las enseñanzas acerca del bien común y de la función del Estado.
El trabajo es, por tanto, un deber: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3, 10; cfr. 1 Ts 4, 11). El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Puede ser también redentor».
El trabajo es medio de santificación de las personas y de las realidades terrenas, informándolas con el Espíritu de Cristo.
La caridad –forma virtutum, forma de todas las virtudes–, que es de nivel superior a la justicia, no se manifiesta sólo o principalmente en dar más de lo que se debe en estricto derecho. Consiste sobre todo en darse uno mismo –pues esto es amor–, y debe acompañar siempre a la justicia, vivificándola desde dentro. Esta unión entre justicia y caridad se manifiesta, por ejemplo, en dar lo que se debe con alegría, en preocuparse no sólo de los derechos de la otra persona sino también de sus necesidades, y en general en practicar la justicia con suavidad y comprensión.
7mo tema: 8vo Mandamiento, no darás falso testimonio contra tu prójimo
La inclinación del hombre a conocer la verdad y a manifestarla de palabra y obra se ha torcido por el pecado, que ha herido la naturaleza con la ignorancia del intelecto y con la malicia de la voluntad. Como consecuencia del pecado, ha disminuido el amor a la verdad, y los hombres se engañan unos a otros, muchas veces por egoísmo y propio interés. Con la gracia de Cristo el cristiano puede hacer que su vida esté gobernada por la verdad.
La virtud que inclina a decir siempre la verdad se llama veracidad, sinceridad o franqueza. Tres aspectos fundamentales de esta virtud:
— sinceridad con uno mismo: es reconocer la verdad sobre la propia conducta, externa e interna: intenciones, pensamientos, afectos, etc.; sin miedo a agotar la verdad, sin cerrar los ojos a la realidad;
— sinceridad con los demás: sería imposible la convivencia humana si los hombres no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se dijesen la verdad o no se comportasen, p. ej., respetando los contratos, o más en general los pactos, la palabra comprometida;
— sinceridad con Dios: Dios lo ve todo, pero como somos hijos suyos quiere que se lo manifestemos. «Un hijo de Dios trata al Señor como Padre. Su trato no es un obsequio servil, ni una reverencia formal, de mera cortesía, sino que está lleno de sinceridad y de confianza. 
La sinceridad en el Sacramento de la Confesión y en la dirección espiritual son medios de extraordinaria eficacia para crecer en vida interior: en sencillez, en humildad y en las demás virtudes. La sinceridad es esencial para perseverar en el seguimiento de Cristo, porque Cristo es la Verdad.
La Sagrada Escritura enseña que es preciso decir la verdad con caridad (Ef 4, 15). La sinceridad, como todas las virtudes, se ha de vivir por amor y con amor (a Dios y a los hombres): con delicadeza y comprensión.
La corrección fraterna: es la práctica evangélica (cfr. Mt 18,15) que consiste en advertir a otro de una falta que cometida o de un defecto, para que se corrija. Es una gran manifestación de amor a la verdad y de caridad.
La sencillez en el trato con los demás. Hay sencillez cuando la intención se manifiesta con naturalidad en la conducta.
La soberbia, que tan fácilmente ve las faltas ajenas —exagerándolas o incluso inventándolas—, no se da cuenta de las propias.
«El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad» (Catecismo, 2472). Los cristianos tienen el deber de dar testimonio de la Verdad que es Cristo. Por tanto, deben ser testigos del Evangelio, con claridad y coherencia, sin esconder la fe.
«”La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar”.
«La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete y los daños padecidos por los perjudicados».
Hablar con ligereza o locuacidad (cfr. Mt12, 36), puede llevar fácilmente a la mentira (apreciaciones inexactas o injustas, exageraciones, a veces calumnias).
Falso testimonio y perjurio: «Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio. Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio» (Catecismo, 2476). Hay obligaciónde reparar el daño.
Pecados contra la buena fama del prójimo son:
El juicio temerario: se da cuando, sin suficiente fundamento, se admite como verdadera una supuesta culpa moral del prójimo.
La difamación: es cualquier atentado injusto contra la fama del prójimo. Puede ser de dos tipos: la detracción o maledicencia ("decir mal"), que consiste en revelar pecados o defectos realmente existentes del prójimo, sin una razón proporcionadamente grave (se llama murmuración cuando se realiza a espaldas del acusado); y la calumnia, que consiste en atribuir al prójimo pecados o defectos falsos. La calumnia encierra una doble malicia: contra la veracidad y contra la justicia (tanto más grave cuanto mayor sea la calumnia y cuanto más se difunda).
«El bien y la seguridad del prójimo, el respeto de la vida privada, el bien común, son razones suficientes para callar lo que no debe ser conocido o para usar un lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta discreción. Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla».
El secreto del sacramento de la Reconciliación es sagrado y no puede ser revelado bajo ningún pretexto.
8vo tema: 9no y 10mo Mandamiento, santa pureza y desprendimiento de los bienes materiales, no codiciarás
Estos dos mandamientos se refieren a los actos internos correspondientes a los pecados contra el sexto y el séptimo mandamientos, que la tradición moral clasifica dentro de los llamados pecados internos.
La bondad y maldad de la persona se dan en la voluntad, y por tanto, estrictamente hablando habría que utilizar esas categorías para referirse a los deseos (queridos, aceptados), no a los pensamientos. Al hablar de la inteligencia utilizamos otras categorías, como verdadero y falso. Cuando el noveno mandamiento prohíbe los “pensamientos impuros” no se está refiriendo a las imágenes, o al pensamiento en sí, sino al movimiento de la voluntad que acepta la delectación desordenada que una cierta imagen (interna o externa) le provoca.
Los pecados internos se pueden dividir en:
— “malos pensamientos” (complacencia morosa): son la representación imaginaria de un acto pecaminoso sin ánimo de realizarlo. Es pecado mortal si se trata de materia grave y se busca o se consiente deleitarse en ella;
— mal deseo (desiderium): deseo interior y genérico de una acción pecaminosa con el cual la persona se complace. No coincide con la intención de realizarlo (que implica siempre un querer eficaz), aunque en no pocos casos se haría si no existieran algunos motivos que frenan a la persona (como las consecuencias de la acción, la dificultad para realizarlo, etc.);
— gozo pecaminoso: es la complacencia deliberada en una acción mala ya realizada por sí o por otros. Renueva el pecado en el alma.
Son muy peligrosos, sobre todo para las personas que buscan el trato y la amistad con Dios, ya que: se cometen con más facilidad, pues basta el consentimiento de la voluntad; y las tentaciones pueden ser más frecuentes; se les presta menos atención, pues a veces por ignorancia y a veces por cierta complicidad con las pasiones, no se quieren reconocer como pecados, al menos veniales, si el consentimiento fue imperfecto.
El noveno y décimo mandamientos consideran los mecanismos íntimos que están a la raíz de los pecados contra la castidad y la justicia; y, en sentido amplio, de cualquier pecado. En sentido positivo, estos mandamientos invitan a actuar con intención recta, con un corazón puro. Por esto tienen una gran importancia, ya que no se quedan en la consideración externa de las acciones, sino que consideran la fuente de la que proceden dichas acciones.
Estos mandamientos se refieren más específicamente a los pecados internos contra las virtudes de la castidad y de la justicia, que están bien reflejados en el texto de la Sagrada Escritura que habla de «tres especies de deseo inmoderado o concupiscencia: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida». El noveno mandamiento trata sobre el dominio de la concupiscencia de la carne; y el décimo sobre la concupiscencia del bien ajeno. Es decir, prohíben dejarse arrastrar por esas concupiscencias, de modo consciente y voluntario.
Estas tendencias desordenadas o concupiscencia consisten en «la lucha que la “carne” sostiene contra el “espíritu”.
El pecado es aversión a Dios y conversión a las criaturas; el apegamiento a los bienes materiales alimenta radicalmente esta conversión, y lleva a la ceguera de la mente, y al endurecimiento del corazón. El afán desordenado de los bienes materiales es contrario a la vida cristiana: no se puede servir a Dios y a las riquezas.
La envidia es un pecado capital. «Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo». De la envidia pueden derivarse muchos otros pecados: odio, murmuración, detracción, desobediencia, etc.
La envidia supone un rechazo de la caridad. Para luchar contra ella debemos vivir la virtud de la benevolencia, que nos lleva a desear el bien a los demás como manifestación del amor que les tenemos. También nos ayuda en esta lucha la virtud de la humildad, pues no hay que olvidar que la envidia procede con frecuencia del orgullo.

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