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William Wilson

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William Wilson
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Resumen del libro
	 
Publicado por primera vez en 1939
Narrador en 1er persona
Configuración de la atmosfera: descripción del colegio
Tema: el doble, alter ego, los mellizos, doppelganger, el otro.
Protagonista:
· Ascendencia noble
· Según el cuento paso cinco años en la escuela/ residencia
Introducción con preguntas retóricas y su presentación.
Desciende de una raza cuyo temperamento imaginativo y fácilmente excitable que siempre se destaca. Creció gobernando por su cuenta, entregado a los caprichos más extravagantes y víctima de las pasiones más incontrolables. Sus primeros recuerdos de la vida escolar se remontan a una vasta casa isabelina, en un neblinoso pueblo de Inglaterra, y donde todas las casas eran antiquísimas.
Los recuerdos del protagonista se remontan a su tiempo en la escuela y sus episodios son muy importantes para él, más que nada los detalles, ya que asumen en su imaginación una relativa importancia. En otras palabras, se vinculan a un periodo y a un lugar de los cual el reconoce la presencia de los primeros ambiguos del destino que más tarde habría que envolverlo en las sombras.
A través de los años fue ganando ascendencia sobre los otros estudiantes, a excepción de uno. Se trataba de un alumno, que sin ser pariente de él, tenía el mismo nombre y apellido. Si bien, el nombre del protagonista es ficticio. Los que formaban parte del grupo de William eran los que se atrevían a competir contra él (en los estudios, deportes y algunas querellas que se dan en los recreos). 
Wilson constituía para él una fuente de embarazo, sentía que en el fondo le tenía miedo, y no podía dejar de pensar en la igualdad que mantenían entre los dos rivales, y que era prueba de la superioridad de aquel rival que estaba enfrente de él. Sin embargo, solo William lo reconocía, porque sus amigos parecían no notar aquel simple detalle.
Es necesario destacar, que si bien compartían el mismo nombre y el momento de ingreso a la academia; también tenían en común el mismo día de nacimiento (el 19 de enero de 1813), esta información fue proporcionada cuando el protagonista sale de la academia del doctor Bransby. Asimismo tenía en su carácter esa modesta y tranquila austeridad, además de gozar lo afilado de sus bromas, sin ofrecer ninguna debilidad y denegaba toda tentativa de que alguien se riera a costa suya. No obstante, su rival tenía un defecto en sus cuerdas vocales que le impedía alzar la voz más allá de un susurro apenas perceptible. William aprovechó gustosamente esa misera debilidad.
Aunque, la carta se le dio vuelta cuando su rival se dio cuenta de que le ofendía a W. Puesto que, este rechazaba su apellido y su nombre era tan común, que casi era un plebeyo. Otro hecho que coincidían entre los dos contrincantes es que eran de la misma edad, la misma estatura, y que incluso se parecían en las facciones y en el aspecto físico. Su réplica, consistía en perfeccionar una imitación de W. tanto en palabras como en acciones, así también como en actitudes y su modo de moverse; y que Wilson desempeñaba admirablemente su papel. Ni siquiera su voz escapó de su imitación. Nunca trataba, claro está, de imitar sus acentos más fuertes, pero la tonalidad se repetía exactamente como la suya, y su extraño susurro llego a convertirse en el eco mismo de la voz de W.
Satisfecho Wilson por haber provocado en su rival el penoso efecto que buscaba, parecía divertirse en secreto. Asimismo, tenía un desagradable aire protector con el protagonista, como también de sus continuas interferencias en la vida del mismo. Estas interferencias solían adoptar la desagradable forma de un consejo, antes insinuado que ofrecido abiertamente. William los recibía con una repugnancia que los años fueron acentuando. Sin embargo, se arrepintió al recibirlo, porque podría haber sido un hombre mejor y más feliz, si hubiera rechazado con menos frecuencia aquellos consejos encerrados en susurros, y que en aquel entonces odiaba y despreciaba amargamente.
Los primeros años vinculación entre los dos como condiscípulos, los sentimientos de W. hacia Wilson podrían haber derivado fácilmente a la amistad; pero en los últimos meses de su residencia en la academia se inclinaron, en proporción análoga, al más profundo odio. En cierta ocasión creo que Wilson lo advirtió, y desde entonces lo evitó o fingió evitarlo.
En esa misma época, tuvieron un violento altercado, durante el cual Wilson perdió la calma en mayor medida que otras veces, actuando y hablando con una franqueza bastante insólita en su carácter. Algo empezó a sorprender a William respecto a Wilson, en su acento, en su aire y en su apariencia en general, que a medida que pasaba el tiempo más se interesaba, puesto que le traía borrosos recuerdos de la primera infancia (momento en el que la memoria todavía no nace). Esta fue la última vez que entre ellos dos se hablaron.
Una noche, hacia el final del quinto año de William e inmediatamente después del altercado, planeo una perversa broma pesada, con el objetivo de que su rival se diera cuenta de la malicia que llevaba en su persona. Pero, no todo salió como lo planeado visto que al ingresar a la habitación de Wilson, y presenciar su cuerpo dormido lo llevó a sentir escalofrío, le empezaron a temblar las rodillas, mientras que su espíritu se sentía preso de un horror sin sentido aunque intolerable:
“¿Eran ésos... ésos, los rasgos de William Wilson? Bien veía que eran los suyos, pero me estremecía como víctima de la calentura al imaginar que no lo eran”
Espantado y temblando por lo que había visto, apagó la lámpara que traía con él, salió de la habitación y sin perder el tiempo escapó de la vieja academia. Luego de un lapso de algunos meses que pasó en casa sumido en una total holgazanería, entró en el colegio de Eton. Donde se sumergió en el vórtice de irreflexiva locura, en sus vicios y entre otras cosas. Un día organizó una orgía en su habitación, en el cual el vicio y la bebida corrían libremente; aunque todo cambió cuando un sirviente le dijo que alguien buscaba al señor W.
Aquella persona lo esperaba en el vestíbulo con mucha urgencia, venía vestido de la misma manera que el protagonista: 
“Al verme, vino precipitadamente a mi encuentro y, tomándome del brazo con un gesto de petulante impaciencia, murmuró en mi oído estas palabras: —¡William Wilson!”
Lo que conmovió al personaje principal con suma violencia fue la solemne admonición que contenían aquellas silbantes palabras dichas en voz baja y, por sobre todo, el carácter, el sonido, el tono de esas pocas, sencillas y familiares sílabas que había susurrado, y que le llegaban con mil turbulentos recuerdos de días pasados, golpeando su alma con el choque de una batería galvánica. Tras este suceso en el que desapareció sorpresivamente Wilson, W. se dispuso a averiguar sobre la vida su tocayo; aunque lo que obtuvo fue muy poco, puesto que, un súbito accidente acontecido en su familia lo había llevado a marcharse de la academia del doctor Bransby la misma tarde del día en que emprendí la fuga. 
Pero bastó poco tiempo para qué dejará de pensar en todo esto, ya que su atención estaba completamente absorbida por los proyectos de mi ingreso en Oxford. No tardó en trasladarse allá, y la irreflexiva vanidad de sus padres le proporcionó una pensión anual que le permitiría abandonarse al lujo que tanto ansiaba y rivalizar en despilfarro con los más altivos herederos de los más ricos condados de Gran Bretaña.
Llegó adentrarse en el mundo del juego, en especial en el mundo del póquer o de las cartas con el fin de aumentar su mesada a expensas de sus camaradas de carácter débil. Llevaba dos años entregado al juego cuando llegó a la universidad un joven noble, un parvenu llamado Glendinning, a quien los rumores daban por más rico que Herodes Ático. Al poco tiempo lo considero un sujeto adecuado para ejercer las habilidades que W. había adquirido, En otras palabras, lo adentro en el mundo del juego. Por fin, maduro los planes (para hacerlo caer en bancarrota)organizó una partida en la habitación de su camarada Preston, eran en total de 8 o 10 invitados; cabe añadir, que se las ingenio cuidadosamente a fin de que la invitación a jugar surgiera como por casualidad y que la misma víctima lo propusiera.
 “cabe maravillarse de que todavía existan personas tan tontas como para caer en la trampa”
Era muy entrada la noche cuando puso en marcha su maniobra. Muy pronto se convirtió en deudor de una importante suma, y entonces, luego de beber un gran trago de oporto, hizo lo que esperaba fríamente: propuso doblar las apuestas. El resultado demostró hasta qué punto la presa había caído en mis redes; en menos de una hora su deuda se había cuadruplicado. Cuando se disponía a exigir perentoriamente la suspensión de la partida, escucho algunas frases, así como una exclamación desesperada que profirió Glendinning, me dieron a entender que acababa de arruinarlo por completo. La lamentable condición de su adversario creaba una atmósfera de penoso embarazo. Hubo un profundo silencio, durante el cual sintió las miradas de desprecio o de reproche que me lanzaban los menos pervertidos.
Las grandes y pesadas puertas de la estancia se abrieron de golpe y de par en par, entrando un desconocido, un hombre parecido a la talla de W., completamente esbozando en una capa:
“Señores, no me excusaré por mi conducta, ya que al obrar así no hago más que cumplir con un deber. Sin duda ignoran ustedes quién es la persona que acaba de ganar una gran suma de dinero a Lord Glendinning. He de proponerles, por tanto, una manera tan expeditiva como concluyente de cerciorarse al respecto: bastará con que examinen el forro de su puño izquierdo y los pequeños paquetes que encontrarán en los bolsillos de su bata bordada” (en ellas tenía guardas las figuras más importante en el écarté, en los bolsillos había varios mazos de barajas idénticas.)
Humillado, envilecido hasta el máximo, es probable que hubiera respondido a tan amargo lenguaje con un arrebato de violencia, de no hallarse su atención completamente concentrada en un hecho por completo extraordinario. El extraño personaje que lo había desenmascarado estaba envuelto en una capa al entrar, y aparte de William ningún otro invitado llevaba capa esa noche. Salió de la habitación, con el rostro desafiante. A la mañana siguiente, antes del alba, empezó un presuroso viaje al continente, perdido en un abismo de espanto y de vergüenza.
Apenas hubo llegado a París, tuvo nuevas pruebas de su rival que mostraba interés en sus asuntos. Corrieron los años, sin que pudiera hallar alivio, ya que muchas veces se interpuso en su camino como en Roma, Viena, Berlín, Moscú, Egipto, entre otros. Cabía advertir, sin embargo, que en las múltiples instancias en que se había cruzado en su camino en los últimos tiempos, solo lo había hecho para frustrar planes o malograr actos que, de cumplirse, hubieran culminado en una gran maldad. Pero en los últimos tiempos acabó entregándose por completo a la bebida, y su terrible influencia sobre su temperamento hereditario lo hizo impacientarse más y más frente a aquella vigilancia. Empezó a murmurar, a vacilar, a resistir. Una ardiente esperanza lo invadió, y desesperación por dejar atrás aquella esclavitud.
Era en Roma, durante el carnaval del 18..., en un baile de máscaras que ofrecía en su palacio el duque napolitano Di Broglio. Se había dejado arrastrar más que de costumbre por los excesos de la bebida, y la sofocante atmósfera de los atestados salones me irritaba sobremanera. Luchaba además por abrirse paso entre los invitados, pues deseaba ansiosamente encontrar a la alegre y bellísima esposa del anciano y caduco Di Broglio. Pero una mano lo detuvo, y otra vez escuchó aquel profundo, inolvidable, maldito susurro. Arrebatado por un incontenible frenesí de rabia, se volvió lentamente hacia él y lo aferró por el cuello. Tal como lo había imaginado, su disfraz era exactamente igual que el de William.
Y se lanzó fuera de la sala de baile, en dirección a una pequeña antecámara contigua, arrastrándolo con él. El duelo fue breve. En pocos segundo logró acorralarlo contra una pared, y allí, teniéndolo a su merced, le hundió varias veces la espada en el pecho con brutal ferocidad.
En aquel momento alguien movió el pestillo de la puerta. Se apresuró a evitar una intrusión, volviendo inmediatamente hacia el moribundo antagonista. El breve instante en que había apartado sus ojos parecía haber bastado para producir un cambio material en la disposición de aquel ángulo del aposento. Donde antes no había nada, ahora había un gran espejo. Y cuando avanzaba hacia él, su propia imagen, pero cubierta de sangre y pálido el rostro, vino a su encuentro tambaleándose. Tal le había parecido, pero se equivocaba. Era mi antagonista, era Wilson, quien se erguía ante el agonizante.
Pero ya no hablaba con un susurro, y hubiera podido creer que era yo mismo el que hablaba cuando dijo:
“Has vencido, y me entrego. Pero también tú estás muerto desde ahora... muerto para el mundo, para el cielo y para la esperanza. ¡En mí existías... y al matarme, ve en esta imagen, que es la tuya, cómo te has asesinado a ti mismo!”
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
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El corazón delator
	
Publicado por primera vez en 1843
Confesión: recontto
Narrador 1 era persona
Lugar y tiempo indefinido
Historia de recontto:
Tiempo
Lugar
Diálogo entre el narrador y el auditorio
El protagonista se presenta como una persona nerviosa y con un oído muy fino. De repente, se le ocurrió una idea, si bien, amaba al buen anciano, pues jamás le había hecho daño alguno. Pero, si tenía algo desagradable, “era su ojo” semejante al de un buitre y tenía el color azul pálido. Cada vez que este fijaba su mirada en el muchacho, se le helaba la sangre en las venas. Por lo que, comenzó a germinar la idea de arrancarle la vida al viejo, con el fin de liberarse de aquel ojo que lo molestaba.
Nunca había sido tan amable con el viejo como durante la semana que procedió el asesinato. Todas las noches hasta las doce lo examinaba durante el sueño. Llegada la octava noche, ya en la entrada del anciano, fue abriendo la puerta poco a poco, y que el no podía ni siquiera soñar en los actos de aquel que vivía con él. Esa idea lo hizo reír, y tal vez el durmiente escucho su ligera carcajada, pues se movió de pronto en su lecho como si se despertase. Sin embargo, aquel no se retiró; dado que, la estaba envuelta en una espesa tiniebla, pues el anciano había cerrado herméticamente los postigos por temor a los ladrones; y sabiendo que no podía ver la puerta entornada, siguió empujándola más, siempre más.
Había pasado la cabeza y estaba a punto de abrir la linterna, cuando su pulgar se deslizó sobre el muelle con que se cerraba y el viejo se incorporó en su lecho asustado preguntando quien estaba ahí. El asesino permaneció inmóvil sin contestar, durante una hora se mantuvo petrificado; y en todo ese tiempo no lo vio echarse, prestando atención a cualquier sonido que se escuchara.
De repente escuchó una especie de queja débil, un ruido sordo y ahogado que se elevaba del fondo de un alma poseída por el espanto. El protagonista comprendía bien este quejido, ya que lo oía reproducirse en su pecho, aumentando con su eco terrible el terror que lo embargaba. Por eso lo comprendía, y lo compadecía, aunque la risa le entreabrió sus labios. El anciano trataba de autoconvencerse que allí no pasaba nada, más no pudo conseguirlo porque la muerte, que se acercaba, había pasado delante de él con su negra sombra; y la influencia fúnebre de esa sombra invisible era la que le hacía sentir.
Después de esperar un largo tiempo con mucha paciencia sin oírle echarse de nuevo, resolvió entreabrir un poco la linterna; la abrió cautelosamente, hasta que al fin un solo rayo pálido se proyectó en el ojo de buitre. Un ruido sordo, ahogado y frecuente, semejante al que produce un reloj envuelto en algodón, hirió el oído del victimario; “aquel rumor”, era el latido delcorazón del anciano. Este sonido, provocó la cólera en el narrador. 
El terror del anciano debía ser indecible, pues aquel latido se producía con redoblada fuerza cada minuto. Este sonido produjo en el protagonista un terror indescriptible, ya que reinaba un silencio tan imponente, que solo se podía escuchar aquel palpitar acelerado. Había llegado la última hora del viejo: profiriendo un alarido, abrió bruscamente la linterna y se introdujo en la habitación. El buen hombre solo dejo escapar un grito. En un instante lo arrojó al suelo, río de contento al ver que su tarea se realizó correctamente. 
Al fin cesó la palpitación, porque el viejo yacía muerto. Apoyó su mano sobre el corazón, y la tuvo aplicada por algunos minutos, no se oía ningún latido; el hombre había dejado de existir, y su ojo desde entonces ya no lo atormentará más. 
Se dirige a la audiencia, defendiendo que él no estaba loco, puesto que adoptó las precauciones necesarias para ocultar el cadáver. La noche avanzaba, y comenzó a trabajar activamente, aunque en silencio a desmembrar el cuerpo del anciano. En seguida arrancó tres tablas del suelo de la habitación, depositó los restos en los espacios huecos, y volvió a colocar las tablas con tanta habilidad y destreza que ningún ojo humano podría darse cuenta de lo que había sucedido ahí. No era necesario lavar mancha alguna, gracias a la prudencia con la que procedía.
A eso de las cuatro de la madrugada, llamaron a la puerta de la calle. Eran tres hombres, se presentaron cortésmente como oficiales de policías, un vecino había escuchado un grito durante la noche. El narrador se excusó diciendo que fue él quién pegó un grito mientras dormía, además añadió que el anciano estaba de viaje. Condujo a los oficiales por toda la casa, invitándolos a registrar. Cuando entraron en la habitación del viejo, les ofreció sillas a los invitados para que descansaran un poco; mientras que él colocó la suya en el mismo sitio donde yacía el cadáver de la víctima
Los oficiales quedaron satisfechos y convencidos por la conducta que presentaba aquel individuo. Al poco tiempo sintió que palidecía y ansiaban que se marcharan aquellos hombres. Le empezó a doler la cabeza, le pareció que sus oídos zumbaban, que cada vez se iba pronunciando más, persistiendo con mayor fuerza.
Pero, hablaba todavía con más viveza, alzando la voz, lo cual no impedía que el sonido fuera en aumento. Era “un rumor sordo, ahogado, frecuente, muy análogo al que produciría un reloj envuelto en algodón”. Respiro fatigosamente; los oficiales no oían aún. Entonces, habló más aprisa, con mayor vehemencia; pero el ruido iba en aumento. A pesar de todos los intentos por ignorar el sonido, no funcionó porque el latido de aquel corazón se hacía cada vez más fuerte. La cólera cegaba al individuo, comenzó a renegar; agitó la silla donde se había sentado, haciéndola rechinar sobre el suelo; pero el ruido dominaba siempre de una manera muy marcada … Y los oficiales seguían hablando, bromeaban y sonreían. Por lo cual, empezó a cuestionarse sobre ¿cómo es posible que no lo oyesen?, o que sospechaban; o ya lo sabían todo, y se divertían con su temor.
Llegó a un punto que no podía soportar más aquellas hipócritas sonrisas, y dijo:
“-¡Miserables!- exclamo-. No disimuléis más tiempo; confieso el crimen. ¡Arrancad esas tablas: ahí está!¡Es el latido de su espantoso corazón.-”
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	El cuervo (poema)
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	Resumen o notas
	
El cuervo, análisis del poema
	
El Cuervo” es un poema narrativo y romántico, que flota en lo sobrenatural. Específicamente sobre momentos de incertidumbre y nubes oscuras, “al filo de la medianoche” cuando se presenta el profundo amor que siente el alma de un hombre por su amada Leonor.
Es un poema de la literatura fantástica que trata sobre el significado de un amor truncado por la muerte de su amada. Es narrado en primera persona, por un protagonista dubitativo y confuso, y un cuervo que representa la sabiduría y el conocimiento. Este cuervo deja continuamente perplejo a nuestro hombre ante sus múltiples preguntas. Con una única respuesta: “Nunca más”.
Frustrado por no hallar otras respuestas del cuervo ante su gran pregunta de volver a ver a su amada, intenta espantar al pájaro, cosa imposible, pues quedará para siempre sobre el dintel de la puerta, en el busto de palas Atenea, (Una de las principales Diosas del Panteón Griego), símbolo de la sabiduría, para recordarle que su solicitud es imposible: “Nunca más” será nuevamente la respuesta.
Destaca sobre manera el simbolismo de un profundo, dedicado y devocional amor, de un alma irracionalmente enamorada hacia su Leonor 
La obra pertenece al romanticismo del siglo XVIII y mitad del siglo XIX. El poema se publicó por primera vez en 1845, dos años antes de la muerte de su gran amor Virginia. El Cuervo era un anuncio a la muerte de Virginia, su devoto amor.

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