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Bleichmar, Silvia
Clase dictada el lunes 15 de abril de 1996 ( capítulo 1 del libro Clínica Psicoanalítica y Neogénesis, Bs. As., Amorrortu editores, 2000).
 
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Quisiera comenzar por darles la bienvenida a este Seminario y puntuar algunos aspectos que hagan más fluido nuestro trabajo. Sé que quienes me escuchan por primera vez, y en particular los jóvenes, se verán obligados a recibir una gran cantidad de información que tendrán que metabolizar, y ello no sólo en razón de que el programa que intentamos desarrollar va abriendo distintos ejes que a su vez se van articulando entre sí. Lamentablemente, no es posible trabajar desde una didáctica del aprendizaje de carácter progresivo, como tampoco es posible una didáctica de la función simbólica de carácter progresivo. No se aprende a hablar letra por letra ni palabra por palabra; cuando la red simbólica cae sobre el sujeto, el único modo de apropiación posible consiste en metabolizar aquellos elementos que posibilitan ordenar conocimientos a partir de los cuales se pueden establecer órdenes de significación del mundo. 
El psicoanálisis se aprende del mismo modo. Se lanzan conjuntos de articulaciones conceptuales y los elementos que caen van siendo apresados por las mallas de conocimientos previos que cada uno tiene, allí se engarzan o se rechazan, desde allí se incorporan y son cuestionados. El objeto que abordamos es un objeto complejo , y la exposición tiene que ser lo mas clara posible, pero no puede devenir simplificante (no creo que haya mucha distancia entre lo simplificante y lo superficial: en la dimensión simplificada siempre se pierde la densidad).
Vayamos ahora, en primer lugar, al título del seminario, que ha producido mucha curiosidad, comenzando por marcar los beneficios que acarrea:
a) La curiosidad es producida por el enigma. 
b) El enigma implica un nivel de ruptura con las certezas previas. 
c) El enigma deviene traumatismo, generando un proceso de desarticulaciones y rearticulaciones que da lugar a procesos de recomposición teórica.
d) La curiosidad pone entonces en marcha la pulsión epistemofílica (a partir del enigma, excitante y traumático) 
La palabra que hace obstáculo para una comprensión inmediata parecería ser neogénesis. Por supuesto, ella no puede ser definida de modo breve, al menos de comienzo: constituye el eje central alrededor del cual se articulan una serie de cuestiones que iremos desarrollando.
Vamos a trabajar habitualmente a partir de un modelo con las siguiente características: yo expongo una cantidad de tiempo y luego ustedes no sólo formulan 
preguntas sino también sientan posiciones, dan sus propias perspectivas. Uds. saben que no existe un intercambio basado en alguien que sabe y un auditorio que pregunta. La formulación de una pregunta implica ya una toma de posición, en muchos casos un cuestionamiento -desde un saber previo a la exposición misma. De modo que definamos este espacio como un lugar de intercambio e interpelación. 
Volviendo al título: ¿Por qué clínica psicoanalítica? ¿Qué valor tiene todavía seguir sosteniendo la idea de una clínica psicoanalítica? Sabemos que uno de los grandes problemas que arrastra el psicoanálisis desde hace muchos años lo constituye 
la disociación entre la teoría y la práctica. Disociación que se manifiesta en un uso recitativo de la Metapsicología: Se trata de la repetición de enunciados conocidos, 
como emblemas de fe y pertenencia, los cuales van por un lado, mientras por otro lado van nuestra práctica, nuestras intervenciones o los modos con los cuales accedemos a formas de cercar la clínica.
Clínica psicoanalítica entonces, con la clara intención de someter nuestra práctica a los enunciados metapsicológicos y de repensar nuestros enunciados metapsicológicos en la práctica. La clínica, desde la perspectiva que estamos enunciando, no es el lugar donde se produce la teoría; es el espacio desde el cual se plantean los enigmas que ponen en tela de juicio las teorías cuya convicción sostenemos. 
Tomemos como modelo el caso Hans -que supongo todos conocen-, para detenernos en el instante en el cual Hans comienza a desplegar ante Freud sus asociaciones en una dirección totalmente inesperada. Freud va hacia Hans para comprobar la teoría del Edipo, en el sentido clásico, y Hans se descuelga en la mitad del tratamiento con la teoría cloacal. Se trata de ese momento en el cual el niño irrumpe con una serie de fantasías respecto al plomero, a las cañerías, a la castración, encarado desde un ángulo no pensado hasta allí por Freud.. Momento en el cual se produce una efracción en el interior del cuerpo teórico, que obliga a repensar la teoría misma con la cual hasta entonces se había abordado la conducción de la cura. El método (libre asociación - atención flotante) demuestra su eficacia, a un punto tal que permite hacer entrar en crisis la teoría “oficial” otorgando una preeminencia a una zona erógena no contemplada hasta ese momento. El método, que afirma la validez de la teoría general, marca al mismo tiempo sus límites, y obliga a una revisión.
Vemos ahí cómo la realidad es incapaz, por sí misma, de segregar ni las preguntas ni las respuestas, porque la realidad, en sí misma, no es el lugar donde se elaboran las hipótesis; pero se hace claro, por otra parte, cómo la observación-escucha atenta de la realidad del objeto, fractura las certezas, abre posibilidades de “falsación” de la teoría vigente. Pero así como la realidad en sí misma no enseña nada, y sólo marca nuestros puntos de ignorancia cuando queremos o podemos verlos, la teoría aislada de la practica, la teoría que no encuentra sus preguntas en la practica, toma la forma del delirio. Se convierte, como diría Freud, en pura representación-palabra aislada de la representación-cosa; con lo cual tiene la característica de palabras que operan como cosas. Esto es lo que observamos a veces en el placer que se genera en ciertos círculos psicoanalíticos cuando se habla, y se habla, y se habla... Se trata de un placer obtenido de la repetición, y de un intercambio establecido bajo modalidades narcisísticas en las cuales cada uno sabe que el otro lo reconoce como parte del grupo no por lo que produce sino porque se atiene a cierto código. Bueno, nuestros intercambios no pueden tener este carácter, nuestros intercambios tiene que estar constituidos por representaciones-palabra que se anuden a representaciones-cosa para producir algún tipo de captación del objeto real externo. Objeto que no está dado, sino que es producido en base a una articulación conceptual sobre la materialidad que lo compone. 
Estas cuestiones de carácter tan aparentemente alejadas de la clínica son, sin embargo, centrales para las cuestiones que nos preocupan. El primer problema que se plantea a la clínica de niños consiste en redefinir su objeto: ¿Es el objeto de la clínica de niños “el niño”? Así como, se podría decir, pero sonaría un tanto más burdo: ¿son las personas, en general, el objeto de la clínica de adultos? 
Si el objeto del psicoanálisis es el inconciente y el psicoanálisis es un método del conocimiento del inconciente, la primera cuestión que se nos plantea es la siguiente: la clínica psicoanalítica de niños implica pensar niños con inconciente. Y esta formulación, aparentemente sencilla, nos remite de inicio a los ejes más problemáticos que atraviesan todo el pensamiento psicoanalítico.
Comencemos por puntuarlo del siguiente modo: hay dos grandes líneas que se han abierto en la historia del psicoanálisis, después de Freud, respecto a la cuestión del origen del inconciente. Por un lado encontramos la escuela kleiniana y por otro el estructuralismo francés, con Lacan a la cabeza. Esto no quiere decir que no haya otros autores que han realizado sus aportes, pero estamos puntuando grandes posiciones de base con coherencia entre sus propuestas metapsicológicas y nuevos modos de encarar el objeto (lo cual no se reduce a meras aportaciones técnicas, sino a reformulaciones de base de la práctica a partir de un modo diferente de concebir el funcionamientopsíquico)...
Del lado del kleinismo -que por supuesto está en contigüidad con una serie de preocupaciones de Freud mismo y despliega una alternativa posible de su obra- conocemos el peso otorgado a la idea de que las pulsiones y el inconciente son correlativos y se encuentran en el ser humano desde el momento mismo del nacimiento. Y sabemos que para algunos autores postkleinianos -entre los cuales nuestros compatriotas han hecho punta- esto ocurre desde antes inclusive del nacimiento. Melanie Klein nunca llegó a tal extremo; partió, por su parte, de la idea de que cierta ruptura del equilibrio homeostático producido en el acto del nacimiento es causal del modo mediante el cual se activa la voracidad a partir de una tensión abierta, de un intervalo -en el sentido matemático del término- entre el deseo inconmensurable de pecho y el pecho real capaz de ofrecer la leche.
Este concepto de voracidad en Klein tiene sus bemoles, y ha quedado reducido y aplanado junto al plegamiento sufrido por el pecho como objeto de deseo respecto al pecho como fuente alimenticia -contigüidad de la reducción operada en psicoanálisis entre el objeto alimenticio y el objeto sexual a partir del concepto mismo de apuntalamiento. Pero si lo miramos más cuidadosamente, se trata de un concepto que tiene que mucho que ver con un algoritmo - y lamento mucho que los colegas lacanianos que están acá, se enteren que hay algoritmos que no son sólo del significante lenguajero, en el sentido más popular del término, sino en aquel que pienso, apelando a una semiótica general, opera como rasgo diferencial. 
Y bien, el concepto de voracidad de Klein implica un algoritmo, es una ecuación, es una relación. Si bien Klein, por supuesto, pensaba en otros términos y yo me estoy abusando por su ausencia, ya que ella nunca hubiera hablado de estas cosas así. Pero acerca de lo que no hay duda, y eso está formulado con todas las letras, es que el inconciente que Klein propone, el inconciente que da surgimiento a la clínica de niños, es un inconciente existente desde los orígenes de la vida. Veremos más adelante algunas líneas que esbozan desde la obra de Freud mismo, las teorías que dan cuenta de que este inconciente propuesto por Klein tiene en qué brazos sostenerse..
Del otro lado, e inscripto como propuesta teórica con mucha fuerza entre todos nosotros (fundamentalmente a partir de fines de los años 60 en la Argentina), la idea totalmente revolucionaria de Lacan respecto a que el inconciente no es algo del orden de lo biológico, no es algo con lo que se nace: es un efecto de cultura producido a partir de la inclusión del sujeto en relaciones estructurantes, en el marco de una organización privilegiada, universal, que es la estructura del Edipo. 
Dos grandes líneas entonces. Una en la cual el inconciente es existente desde los orígenes, y una segunda posición que implica que el inconciente es algo fundado que se va a estructurar en algún momento de la vida. Es desde esta posición en la cual, -salvados sus aspectos que conducen a un estructuralismo ahistoricistas-, se produce una apertura hacia la contingencia, y allí se inscriben los desarrollos que estamos proponiendo respecto a la fundación del inconciente.
Para aproximarnos a este tema, me veo obligada a introducir acá un concepto que será central en todos los desarrollos de este seminario, el concepto de interpelación. Concepto proveniente de la ciencias sociales, fundamentalmente de Max Weber, que podemos más o menos resumir en los siguientes términos: cuando yo me aproximo a la realidad, interpelo a la realidad respecto a un orden de fenómenos que quiero conocer dejando de lado, o poniendo entre paréntesis, aquello que no es relevante al respecto. Es decir, yo no interpelo a toda la realidad, sino a una realidad que ya ha sido relevada respecto al universo de objetos que me propongo investigar. Mis interrogantes ya orientan el relevamiento que guía mi interpelación de la realidad
Supongamos que soy un médico clínico en el momento de la consulta: el hecho de que una paciente tenga o no el cabello teñido, no es relevante para mi recolección de datos, salvo que esté a la búsqueda de las determinaciones de algún tipo de reacción en el cual éste está involucrado. El color y calidad de su tintura no me interesa, salvo por su composición y pigmentos, en caso de que otros síntomas llevaran a tomarlo en cuenta. Podría ocurrir también que la consulta fuera hecha por una astenia prolongada, con dificultades para conservar el ritmo de trabajo, acompañada de insomnio, y que el carácter descuidado del pelo, su decoloración y desarreglo diera cuenta, junto a otros indicios, de una depresión severa. El color del pelo, su arreglo, tomaría un carácter totalmente diferente en una u otra paciente. Estamos en este caso ante un orden de interpelación de la realidad que hace al cercamiento de un objeto. 
La preocupación por la definición de un objeto se plantea hoy no solo en ciencias sociales, sino también en el conjunto de las ciencias llamadas duras. Jorge Wagensberg dice, en el prólogo de un libro que tuvo cierta difusión hace algún tiempo, 
que el problema del científico es la determinación del objeto, definir sobre qué objeto va a trabajar.
Si ustedes toman los textos de Melanie Klein, van a ver que la cuestión radica, en su caso, en la aproximación al inconciente. No hay allí otro interés que el de saber, al aproximarse a una sesión de análisis, de qué manera está operando la realidad pulsional. Y como desde su perspectiva el inconciente existe desde siempre, no se pone en duda su existencia en el sujeto al cual ella se confronta. Luego voy a ir aclarando, ya que se trata de una cuestión nuclear de mi teoría y mi práctica, a qué me refiero cuando digo que, por el contrario, mi primera tarea es ver si hay o no inconciente, definir la existencia del objeto en cada situación clínica concreta, lo cual equivale a dejar abierta la posibilidad de que éste pueda no estar constituido -tema sobre el cual, si bien he escrito y hablado de múltiples maneras, sigue constituyendo tal vez el principal obstáculo que se plantea para que algunos puedan aproximarse a mis desarrollos.
En la propuesta de Klein, el objeto, el inconciente, no sólo está dado de inicio sino que parecería existir en sí mismo. Parecería no haber otra cosa que inconciente, y el analista interpreta directamente como si no hubiera formaciones secundarias, a tal punto que las certezas del yo del paciente son consideradas como encubrimientos de la verdad, verdad que está siempre en el inconciente. El preconciente no ocupa ninguna función -estamos ante un modelo distinto del aparato anímico- , y dado que la única realidad psíquica es la realidad de la phantasy, es comprensible que toda afirmación del yo tome un carácter de formación defensiva engañosa, algo cercano a la mala fe sartreana: “Usted cree que lo ama, pero en realidad lo odia”-, como si la “verdad” del inconciente se contrapusiera al “engaño” del preconciente, del yo. Veremos más adelante que este modo generalizado y abusivo de interpretar no es sólo patrimonio kleiniano, sino dificultad de los analistas por abandonar la idea de un “sujeto del inconciente”, el recentramiento en el inconciente del sujeto deseante.
Vayamos ahora a ciertas cuestiones del lado del lacanismo, y en particular aquellas que han constituido obstáculos centrales para el psicoanálisis de niños. Para hacer un poco de historia, con esta dos posiciones respecto a los orígenes del inconciente me encuentro yo cuando empiezo a ejercer mi práctica psicoanalítica en los años 70. Y por supuesto, a comienzos de los 70 existe un gran entusiasmo por la posición de Lacan y por el estructuralismo. En aquellos años el libro de Maud Mannoni, La primera entrevista con el psicoanalista, vino a plantearnos y a reposicionarnos en el psicoanálisis de niños, y muchos de Uds. conocen aquellas objeciones que, pasado un primer momento de exultación, se podían realizar a ese texto -objeciones que yo misma realicé hace ya años, respecto a las consecuenciasque acarrean para la desaparición del campo específico del psicoanálisis de niños. 
Pero más allá de Maud Mannoni, la cuestión central, y que no podemos obviar, está en el corazón mismo de la propuesta estructuralista, en la cual encuentran valor paradigmático las formulaciones de Lacan, por ejemplo, en la famosa carta a Jenny Aubry, en la cual se propone definir qué es el niño. No me detendré ahora en esta carta en la cual Lacan define qué es el niño, sino para señalar simplemente que en el psicoanálisis lacaniano, el niño devino objeto y no sujeto. El niño se convierte en el objeto del deseo del otro, constituye su deseo respecto al deseo del otro, lo cual, al mismo tiempo que puede ser reconocido como el aporte fenomenal del lacanismo - al plantear por primera vez en la historia del psicoanálisis, con todas las letras, que el deseo no es algo biológico, innato, sino que se constituye en el marco de relaciones primordiales que articulan al ser humano al otro humano, y que lo determinan- deviene la razón principal de su parálisis clínica en el campo de la práctica con niños, ya que el inconciente infantil, como objeto de conocimiento, se pierde, “emigra hacia la estructura del Edipo, o hacia el inconciente parental”.
En la conceptualización lacaniana clásica, el niño deja de ser sujeto atravesado por su propio inconciente, por su propio deseo inconciente, para devenir objeto, en razón de que está en posición de significante que viene a obturar la falta de la madre. Se produce allí una inversión fenomenal, ya que la pregunta da un giro de ciento ochenta grados: ella radica ahora en indagar a qué deseo materno responde el niño, “qué quiere la mujer”, y un borramiento fundamental del interrogante psicoanalítico se produce, ya que no hay indagatoria acerca del deseo inconciente del niño como posición del mismo en tanto sujeto clivado. Pensado el niño desde la castración del otro, queda despojado de toda dimensión estructural singular.
El avance que permite repensar la condición del inconciente como implantación exógena, deviene, simplemente, análisis de las condiciones exógenas de su implantación, e imposibilidad de aproximación al objeto inconciente en la infancia. Dilusión, así, de las posibilidades de ejercicio de la práctica clínica con niños en una propuesta intersubjetivista que no se diferencia, en muchos casos, del interaccionalismo -como método, no como contenido.
Tal vez querrían Uds. intervenir. Sé que estoy desarrollando temas densos, importantes, que ponen en juego muchos conocimientos previos, y por ahí estoy 
avanzando un poco rápido.
Intervención: Podría aclarar un poco más los aspectos que hacen a la concepción del niño como objeto y como sujeto. 
Si bien lo iré desarrollando a medida que avancemos, quisiera marcar, solamente, que el interés de introducirlo en este punto es para reafirmar la idea central, de que para que haya psicoanálisis debe haber sujeto de inconciente, atravesado por el inconciente, no del inconciente, vale decir no en el inconciente. 
Para que haya psicoanálisis, implementación del método analítico, tienen que darse ciertas condiciones:
1 - El conflicto debe ser intersistémico, vale decir intrasujetivo. Siendo el padecimiento psíquico no simple efecto de un displacer producido por el mundo exterior, sino del desequilibrio libidinal que se establece entre los sistemas en el interior de la tópica psíquica y de la angustia o de los reordenamientos sintomales a los cuales en virtud de ello se ve obligado. 
2.- Tiene que haber alguien que pueda hacer el trabajo de producir conciencia donde no la hay, vale decir, de hacer conciente aquello que no es conciente. Y este alguien debe ser una instancia psíquica, parte de la tópica, diferenciada del inconciente.. Tiene que haber un sujeto que teniendo inconciente, tenga preconciente. Vale decir, tenga estructurada las relaciones lógicas que posibilitan que todas las incongruencias del inconciente devengan síntomas.
3.- Debe estar constituida y en funcionamiento la represión, como condición del clivaje tópico entre los sistemas psíquicos y de la diferencia entre el preconciente (con su lógica del proceso secundario) y el inconciente (operando la lógica del proceso primario). Representaciones palabra, en sentido estricto, en el doble eje de la lengua, son correlativas a la constitución lógica que posiciona al inconciente como reprimido.
De modo breve: Para que haya psicoanálisis tiene que haber: 1) inconciente constituido, a partir de eso, conflicto intrasubjetivo, vale decir conflicto intersistémico; 2) sujeto capaz de posicionarse ante el inconciente; 3) represión o defensa
Uds. podrán ver cómo estos desarrollos tienden a ordenar la gran dificultad con la cual me encontré en los 70’, cuando comencé a trabajar -y sobre todo en mis épocas de mayor entusiasmo estructuralista- que consistía en saber en qué momento tenía frente a mí un sujeto con inconciente, un niño que tuviera inconciente constituido, con represión, con defensas, con conflicto intrasubjetivo, intersistémico. Problema prioritario que se planteaba para poder definir si un niño era analizable o no era analizable -Lo cual no quiere decir que, en ciertos casos, cuando estas condiciones no están dadas, no se deba implementar otra estrategia de la cura. Cuestión que encararemos más ampliamente luego. Hoy estoy hablando de Manhattan para después hablar del Bronx. Vamos a tratar de ubicar qué es estrictamente psicoanálisis para después ordenar la periferia.
Con intención de que aproximarnos desde otro ángulo al problema de la analizabilidad y a la importancia de un ordenamiento metapsicológico: Ustedes saben que para Melanie Klein el juego es un equivalente de la libre asociación, y ello desde una perspectiva muy interesante, que consiste en el intento de transformar el juego en una categoría semiótica que posibilite trabajar bajo articulaciones significantes. Esto no atañe sólo a la cuestión técnica, y sólo me voy a detener ahora para señalar que la inamovilidad de los objetos de la canasta de juegos remite a esta intención de constituir una batería significante mínima; por eso no se pueden modificar demasiado los objetos que la constituyen, la canasta tiene que tener cierta estructura para que los objetos puedan articularse y componer significaciones que van en la dirección de un develamiento del inconciente. 
Pero la equivalencia establecida entre juego y lenguaje no es tan simple, si se considera al juego desde una perspectiva semiótica, y no como un simple modo de expresión del inconciente. Lo mismo ocurre con el lenguaje, cuyo estatuto está claramente definido en el freudismo como perteneciente al preconciente-conciente, y no como siendo patrimonio del inconciente.
¿Es posible el acceso a las representaciones inconcientes “tal cual”? Sabemos que no, desde una perspectiva que mantenga la diferenciación de sistemas tal como es propuesto en la Metapsicología. Pero Freud mismo da pie, mediante el concepto de fantasma originario y su estatuto de materialidad princeps del ello, a un leite motive del kleinismo: el análisis de la phantasy desde los comienzos mismos de la vida, y su posibilidad de acceso “en vivo”. Es desde muchos flancos que puede ser puesto en tela de juicio el estatuto de fantasmas originarios existentes desde los comienzos de la vida, o incluso que formen parte del inconciente originario. En primer lugar: el inconciente se caracteriza por tener representaciones-cosa y por no tener articulaciones lógicas (no hay temporalidad, no hay negación, no hay tercero excluido), es difícil sostener el estatuto de inconciente originario de ciertos fantasmas que implican una escena y un guión. Entre otros, el estatuto inconciente, originario, del fantasma de castración, en cuyo estatuto lógico subyace un reconocimiento parte-todo. Para que haya castración tiene que haber un todo al que le falte un pedazo, y en el inconciente no hay representación de la ausencia. Si el inconciente no tiene representación de la ausencia, porque el inconciente se mueve en una purapositividad ¿cuál sería el estatuto de la castración en el inconciente? Es Melanie Klein, posiblemente, en la historia del psicoanálisis quien intenta una resolución intuitiva, verdaderamente genial, a nivel del modo fantasmático de inscripción de la ausencia, cuando plantea que toda ausencia, a partir de esa ausencia paradigmática constituida por la ausencia del pecho, deviene presencia atacante - el pecho ausente es “pecho malo” -, estableciendo una mitología que torna aprehensible, representacional, el carácter del inconciente como una positividad radical, es decir como algo del orden de lo real donde no hay posibilidad de representación de la nada.
Estos elementos, determinación del objeto -y hago aquí una primera aproximación aunque luego vamos a ir trabajando cada aspecto-, inconciente existente desde los orígenes (o inconciente constituido) y posicionamiento del sujeto respecto al inconciente, desembocan en lo siguiente: el psicoanálisis es impensable sin el conflicto; conflicto que se define, en el marco metapsicológico, en términos intersistémicos, vale decir, intrasubjetivos. 
Veamos el interés práctico de estas cuestiones: ¿De qué carácter sería una consulta por un niño que se rehúsa a comer, consulta cuya interrogación se clausura con demasiada facilidad al proponer como respuesta demasiado frecuente que se rehúsa a comer para oponerse a la madre? Este niño que se rehúsa a comer para oponerse a la madre podría ser pensado, al menos, desde dos posibilidades: se rehúsa a comer porque, como “la bella carnicera” del sueño del salmón ahumado, es un niño histérico que logra a través del deseo insatisfecho la realización de algún tipo de deseo; o se rehúsa a comer porque es la única manera de plantarse como sujeto por oposición a la madre, negándose al deseo de ella para tener un deseo propio, digamos, como una histerización primordial de la negación. 
La cuestión puede ser planteada en los siguientes términos: Constituye este momento de la vida psíquica del niño un proceso neurótico, de carácter sintomal, o es un momento estructurante que da cuenta de un trastorno en el proceso intersubjetivo de producción psíquica? Dicho de otro modo: estamos ante un trastorno o un síntoma? ¿Implica que hay análisis posible o no hay análisis posible? ¿Es interpretable o no es interpretable? ¿Es deconstructible o no es deconstructible?. Y como cuestión fundamental: ¿qué lugar ocupa en la economía psíquica del niño? ¿Está al servicio del progreso psíquico o está al servicio de algo que se puede enquistar en forma patológica
Esto no se puede seguir decidiendo intuitivamente -“a mí me parece que lo que le pasa a la madre es tal cosa”-. La primera cuestión radica en determinar el objeto en el niño, encontrar con qué funcionamiento psíquico estamos para saber si tenemos que seguir avanzando o no. Para mí, esto va a ser el eje del trabajo en común de este año, dar una cierta coherencia a nuestras intervenciones clínicas a partir de determinadas relaciones entre lo que Laplanche llama descriptivo -es decir, el modelo de aparato con el que trabajamos- y la prescripción que indicamos. Por qué hacemos o no hacemos esto. Más todavía, podemos no saberlo a priori, a veces podemos tener intuiciones, pero en algún momento tenemos que repensar por qué hicimos las cosas que hicimos o por qué avanzamos en cierta dirección.
Planteaba hace un momento la existencia de dos líneas posibles de ordenamiento del campo clínico a partir de premisas teóricas de partida diferentes: . Una de ellas la que sostiene un inconciente existente desde los orígenes, con lo cual siempre habría psicoanálisis. Ustedes saben que Arminda Aberastury llegó a interpretarle a niños de seis y ocho meses. Esto que hoy nos suena absurdo, era coherente con la idea -llevada hasta las ultimas consecuencias- de que el niño entiende porque su inconciente esta constituido. Más raro e incoherente resulta esto en Dolto, siendo lacaniana. Dolto le interpreta y le habla al niño de meses, pero lo hace por otra razón, una razón que podemos sospechar de origen no psicoanalítico: Dolto era una mujer extremadamente religiosa, con lo cual habría que ver si lo que pensaba que tenía el niño cuando nacía era inconciente o alma, dos cosas que, Uds. saben, son muy diferentes -aún cuando arrastren en común la cuestión de proponer un sujeto provisto de representaciones desde los comienzos de la vida misma, y habitado por algún tipo de espíritu...
Esto es todo un tema para pensar respecto a la presencia de la ideología en el campo terapéutico. Porque el problema de la existencia o no del inconciente desde los comienzos de la vida tiene que ver con si uno piensa que los seres humanos nacen con o sin representaciones; que no es lo mismo que reconocer que puedan nacer con montantes adaptativos de uno u otro orden, e inclusive, tal como plantean Chomsky o René Thom, con esquemas sobre los cuales se instala la experiencia. La discusión es si tiene contenidos o no tiene contenidos el aparato en los comienzos de la vida. 
Entonces por un lado, esta idea de que el inconciente existe desde siempre. Por otra parte, la idea de que el inconciente es fundado. Ahora, como el psicoanálisis lacaniano -al menos en la época que yo me formé y creo que esto no ha cambiado centralmente- arrastraba un problema coherente con el corpus central del estructuralismo, que implica un ahistoricismo radical, los tiempos fundacionales eran tiempos míticos. Con lo cual, cuándo estaba fundada o no la represión originaria -tema que a mi me preocupa particularmente-, cuándo estaba o no estaba fundado el inconciente, se determinaba a partir de modelos que tenían que ver con tiempos míticos imposibles de ser cercados en su realidad histórica. 
¿Por qué? Porque había un elemento teórico de base que obstaculizaba el acercamiento de la historia, que era la idea de una estructura que se va realizando bajo modalidades combinatorias, no determinada por la vicisitudes de lo vivencial. Y así como para Klein, la historia del niño era la historia de la pulsión, y lo vivido se reducía a veces algún acontecimiento ligado al amamantamiento, al control de esfínteres, pero con carácter causal absolutamente irrelevante. -La función del acontecimiento es algo que vamos a trabajar mucho, que ocupa un lugar muy importante en la ruptura de un determinismo a ultranza. 
Por otra parte, en los casos en los que uno pensaba desde el punto de vista de Lacan, sobre todo siguiendo a Mannoni o a Dolto, había como una extrapolación directa -en donde uno nunca encontraba las mediaciones- de la estructura del Edipo a la organización psíquica del niño. Lo cual llevaba a preguntarse: ¿qué analizo? ¿Desde dónde analizo? Ya que en la estructura de inserción del niño se producía la “causalidad suficiente” que daba cuenta de la patología actual, del fantasma presente, y entonces su raíz estaba en el otro, había que remontarse hasta los abuelos, o bisabuelos, no para articular una génesis del sujeto por après coup, sino para organizar una causalidad transubjetiva.
Los kleinianos en aquella época -en aquella época, digo yo, y sigue ocurriendo: Hay textos actuales de Patricia Daniels con Hanna Segal que hemos traducido para trabajar en otros espacios y el modelo de análisis es actualmente el mismo: el analista es una máquina interpretante, capturante de todas las estructuras del otro. Circula una historia malintencionada pero no ausente de toda veracidad que cuenta que el paciente de un analista kleiniano va corriendo a sesión y responde al paso a alguien que lo interroga sobre su prisa: “lo que pasa es que estoy llegando tarde y ya me perdí la primera interpretación”. Historia que hace pendant con esta otra: el paciente de un analista lacaniano va caminando muy lentamente y siendo interpelado dice: “voy despacito, llegando tarde, así tengo la ilusión de que tuve media hora de sesión”.
Estas son bromas que no tienen que ver con la teoría sino con los juegos que hacemos los analistas respecto a las deformaciones y absurdos de ciertas técnicas. Pero de hecho,diríamos que los absurdos se plantean en los límites de lo que la teoría arrastra en el centro. No se llega a ningún tipo de deformación que no esté plasmada de algún modo en el corazón mismo de una teoría. Lo cual no quiere decir que no haya kleinianos y lacanianos más inteligentes que otros, ni que uno no pueda encontrarlos cuando trabajamos y pensamos sobre materiales maravillosos de colegas que son kleinianos o lacanianos... pero estamos bromeando sobre los límites de la teorización misma, y también sobre la sutil variación que se produce de ortodoxia a dogmatismo.
Volviendo ahora al modelo que se plantea desde una y otra perspectiva para el psicoanálisis con niños: tenemos por un lado -desde el kleinismo- un sistema organizado de sentidos, basado en una lectura desde un modelo pulsional, sistema que va a ser aplicado al niño en una lectura traductiva del juego o del lenguaje y, por el otro -desde el lacanismo-, un esquema respecto al modo en que una estructura va a determinar las formas de organización deseantes del niño. En nuestra opinión -digo en nuestra porque somos muchos los que pensamos así-, tanto en uno como en otro extremo faltan los modos singulares históricos de constitución del sujeto. Falta precisamente lo que hace al eje central del psicoanálisis, y lo que está obviado es el método: en ambos casos se transcribe a la situación singular un modelo general que se “aplica” al caso, como una ley al margen de toda causalidad singular. 
Castoriadis ha afirmado algo más o menos del siguiente orden: “la singularidad no es un accidente del ser humano, es su esencia misma. Así como yo puedo encontrar dentro de la clasificación de las plantas, que cada planta es un ejemplar de la planta como categoría, la singularidad de lo humano hace a la dimensión humana. Cuando se pierde la singularidad, se pierden las categorías básicas de lo humano.” Esta es una idea muy importante, porque hace justamente a las funciones particulares de la historización de las tensiones subjetivas del ser.
Reubico simplemente ahora tres o cuatro cuestiones. Vamos a trabajar en los próximos tiempos sobre la práctica psicoanalítica en su articulación teórico-clínica, e iremos pensando todos estos problemas respecto a la historia del psicoanálisis de niños. No voy a desarrollar un seguimiento cronológico sino a trabajar, más bien, en el sentido opuesto, viendo, a partir de los problemas actuales que tenemos, cómo se ha intentado su resolución. Procedemos del mismo modo que aquel con el cual se lee la historia en psicoanálisis: uno no le pide al paciente que le cuente todo desde el momento en que nació, sino que desde la repetición busca la historia. Lo mismo vamos a hacer con los esquemas teórico-clínicos, desde la repetición, desde lo que insiste sin resolución, vamos a buscar la historia.
Lo segundo que vamos a trabajar son los modelos del funcionamiento psíquico. Y ahí es donde va a aparecer el tema de neogénesis. Para plantear un anticipo marcaríamos los siguiente: en 1914, en la Metapsicología, hay dos conceptos que desaparecen en la obra de Freud. Uno es el concepto de huella mnémica, que ustedes van encontrar reemplazado por el concepto de representante pulsional o representante representativo -representante pulsional incluyendo el representante afectivo y el ideativo, representante representativo en razón de que representa a la pulsión, de origen somático, en lo psíquico. El otro concepto que no desaparece totalmente pero que se eclipsa es el de traumatismo. Este viraje comienza a producirse antes. Tres ensayos, ya es un texto de viraje.
Podríamos decir que 1904, 1905, es el momento de viraje de una teoría exógena de la constitución del funcionamiento psíquico -determinado externamente por inscripciones y por representaciones-, a una dominancia endógena caracterizada por algo que es una derivación de lo somático en lo psíquico. Allí es donde se disocian hacer conciente lo inconciente y llenar las laguna mnémicas. Si uno piensa que el inconciente es un inconciente producido por delegación, puede hacer conciente lo inconciente sin llenar las lagunas mnémicas. No sé si se dan cuenta por qué.... Porque hacer conciente lo inconciente es darle una significación a lo que está en lo manifiesto de orden pulsional pero no necesariamente rastrear históricamente la forma en que se constituyó esto que encuentro. 
De todos modos, sabemos que todo lo que se disocia en Freud, se va reencontrando a lo largo de la obra. Pero hablamos de líneas dominantes, y en este caso el endogenismo pasa a tener un lugar muy importante. Tan importante que deviene una causalidad tautológica de fácil recurso, y cuya parodia encontramos desplegada a través de enunciados del orden de: “Fulano es agresivo porque nació con mucho instinto de muerte”, o, de modo menos burdo, y en este caso en Freud mismo: “Confluía en el deseo de Hans por el padre una corriente homosexual efecto de la bisexualidad constitutiva...” 
De todos modos la descaptura del endogenismo no es tan sencilla, y en particular desde el punto de vista práctico. Sabemos que una de las paradojas del funcionamiento psíquico es la siguiente: gran parte de lo que el sujeto considera como interior, producto de sí mismo, tiene una proveniencia exterior (como ocurre con el yo y su materialidad identificatoria, residual), y por otra parte, gran parte de lo interior es vivido como ajeno, externo (ajenidad radical del inconciente). Es necesario, más allá de que yo pueda sostener un exogenismo radical respecto al origen de las representaciones, a las condiciones de partida de la constitución subjetiva, marcar que entre lo que está en el exterior y lo que el sujeto encuentra hay un procesamiento que es absolutamente singular, “interior”. Diferenciar entre “interior” y “endógeno” es condición de conservación no sólo del espacio psíquico, sino también del espacio analítico, ya que, entre otras cosas, decirle a un sujeto que lo que le ocurre no es suyo, es, por decirlo así, “de su madre”, no sólo es falso en términos absolutos sino que lo único que puede producir son modos de centrifugación masiva, un incremento de la disociación y de los niveles de proyección. Si ustedes quieren leer una forma magistral de producir esto tienen el texto de La primera entrevista con el psicoanalista, de Maud Mannoni, cuando ella le dice al niño: “Si tu mamá hubiera tenido un papá que tal cosa, no te hubiera pasado tal otra”… De modo tal que, en el límite, podríamos decir que en lugar de buscar en el interior del niño, en los espacios ocultos del inconciente, de qué manera se produce aquello que padece, propone una interpretación que bien puede bordear el límite de una justificación proyectiva: “Yo no puedo hacer esto por culpa de mi mamá”. 
Volvamos a la fórmula que aúna hacer conciente lo inconciente con rellenar las lagunas mnésicas, lo cual implica acceder a un inconciente estructurado históricamente a partir de experiencias que lo determinan. Este inconciente estructurado a partir de experiencias que lo determinan, es un inconciente no tan fácil de buscar en el niño, porque el niño no puede asociar sobre la historia. El niño puede poner en acto, mostrar, y en algunos casos armar alguna articulación significante que de las pistas para construir los recorridos junto a él y no ejercer un exceso de violencia simbólica, pero no deja por ello de plantearse un problema central en el psicoanálisis de niños.
¿Qué quiere decir tomar la historia como elemento determinante en la constitución subjetiva, y abrir a partir de ello la posibilidad de una neogénesis? Quiere decir que, en razón de que no todo está dado desde antes y para siempre, la intervención del analista no se reduce a encontrar lo que ya estaba, sino a producir elementos nuevos de recomposición y de articulación que den un producto diferente al preexistente.
Cuando se interviene en momentos estructurantes -lo que yo llamo intervenciones analíticas en momentos estructurantes del funcionamiento psíquico-, para producir, por ejemplo, un pasaje de la relación binariaa una relación terciaria en un análisis de niños, se está produciendo un proceso de neogénesis. Algo que no estaba preformado y que no va a llegar a instalarse por sí mismo es producido por la intervención analítica. Si Uds. releen desde esta perspectiva algunos textos se encontrarán con lo emocionante que es, por ejemplo, redescubrir algunos aspectos no pensados. Tomen el trabajo de Winnicott sobre pseudo self, donde él dice lo siguiente: “después de cuatro de años de pseudo self apareció el verdadero self”, y rastreen el método de trabajo. Yo pienso que en realidad la intervención de Winnicott, el modo de trabajo de Winnicott, ligó y articuló un nuevo self. No es que debajo del pseudo apareció el verdadero, sino que se produjo algo que no existía previamente: sobre las representaciones desarticuladas, fracturadas y fallidas, un nuevo entrelazado psíquico permitió una composición menos patológica. 
Lo mismo ocurre con el modo de intervención de Bion, que ubica al analista estableciendo la posibilidad de metabolizar elementos b y transformarlos en elementos a. Les pido disculpas a los que no saben nada de Bion, pero pueden leer algunos textos tan estimulantes como Aprendiendo de la experiencia y Volviendo a pensar. Son dos textos complejos, pero que tienen la enorme virtud de tener como referencia en el horizonte teórico muchas de las cuestiones planteadas por Freud en el Proyecto. No me atrevería a decir que Bion lo sabia, pero diría que quien ha leído el Proyecto, puede sentir mucho placer de leer a Bion. Y quien ha leído a Bion sin leer el Proyecto, tal vez encuentre placer de leer el Proyecto a posteriori. 
Uds. saben que Bion, debido a su insertarse básicamente en el tronco de ideas kleinianas, trabaja con la idea de que el sujeto evacúa, expulsa, proyecta o deflexiona elementos determinados por el instinto de muerte, pero el otro no es sólo una pantalla de proyección, sino que opera un verdadero proceso metabólico. Estos elementos, que son metabolizados por la madre mediante la función de revèrie, se transforman en elementos capaces de ser metabolizados, que producen crecimiento simbólico. Cuando esta función a fracasa, o los elementos b son excesivos, el sujeto queda librado a procesos de desestructuración que el análisis debe recomponer. De modo que la tarea del analista está atravesada por la función de revèrie, metabolizante y posibilitadora de transformación de elementos a en elementos b. Hay una tendencia, en ese afán de superponer conceptos de diferentes escuelas, a confundir el holding de Winnicott con la función de revèrie de Bion. Corresponden a órdenes conceptuales distintos, si bien se pueden articular respetando su campo de pertenencia específico. El holding es un modo de posicionarse del analista respecto a crear las condiciones de sostén “suficientemente buenas” para favorecer la emergencia -constitución, decíamos- del self verdadero. La función de revèrie del analista hace más a la posibilidad de metabolización simbólica de las representaciones. En algún momento lo retomaremos.
El aspecto que yo sometería a discusión desde los basamentos teóricos en que me sostengo, y que puede servir para compartir con Uds. un ejercicio de modelización acerca del “trabajo de teoría”, tiene más bien que ver con lo siguiente. Bion tiene un concepto que creo es muy evocativo, es el de “indigestión psíquica”. Esta indigestión
es efecto de la violencia y omnipotencia que en el caso de la intrusividad del esquizofrénico opera produciendo imposibilidad de pensar. Uds. se dan cuenta que la dificultad básica se plantea del lado del sujeto, la “proyección” es primaria, ella estructura la relación con el objeto. El descubrimiento interesante es en mi opinión la idea de una dificultad metabólica, cuya causalidad podríamos invertir: ella no es efecto de que el sujeto -como efecto de la envidia constitucional- proyecta locura que la madre no metaboliza, sino que desde el otro se ejercitan intromisiones no metabólicas que dejan al sujeto librado a la locura. 
Para el tema que estamos trabajando, lo que me interesa marcar es simplemente lo siguiente: cuando Bion ejerce esta función de revèrie en el interior del espacio analítico, está fundando algo que no estaba previamente, está estableciendo proceso de neogénesis, esta abriendo la posibilidad de que se organice algo que no había existido antes. No es que estaba potencialmente, nunca estuvo. Y no por un déficit constitucional del sujeto, sino del otro psíquico que tuvo a su cargo las funciones de humanización.
Uds. saben que Klein parte de la idea de que en los comienzos existe una unidad -mítica, biológica?- que luego es clivada como efecto de la necesidad de segregar (deflexión, proyección)por la pulsión de muerte. Por el contrario, siguiendo cierta perspectiva freudiana, nosotros vamos a trabajar a partir de la idea de que en los orígenes no hay ninguna unidad, y que luego se constituye, y esto es motor de la diferenciación tópica por represión, esa unidad. privilegiada es el yo. De modo que cuando hay una falla en el funcionamiento psíquico, no se trata de recomponer un yo que en sus orígenes fue clivado por la angustia de muerte, sino que hay que producir una estructuración en la tópica. Lo cual lleva a una discusión importante en psicoanálisis acerca de las funciones de las distintas instancias en la tópica psíquica.: 
En este recorrido que estoy esbozando vemos que uno de los aspectos centrales en la idea de neogénesis remite a un aparato abierto; aparato que si tiene cerradas las vías de salida, siempre tiene libre las vías de acceso. Es un aparato que siempre va a recibir elementos de lo real, y una de las cuestiones fundamentales consiste en preguntarse qué tipo de elementos recibe de lo real, ya que no necesariamente -incluso sólo excepcionalmente- va a recibir elementos de lo real cualificados y compuestos.
Quería hacer un esquema, no me va a dar el tiempo. Me disculpo, creo que ya me excedí en el tiempo. A veces me olvido que tenemos un año entero para trabajar y produzco indigestión. Me comprometo a remetabolizar, me comprometo a retrabajar elemento por elemento. Jamás voy a pensar que la indigestión de ustedes es efecto de la identificación proyectiva de ustedes paralizando mi mente (risas). Simplemente quise puntuar una serie de cuestiones. Si quieren preguntar algo, todavía nos quedan unos minutos.

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