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Abuso_sexual_en_la_infancia

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Grijalbo
Abuso sexual 
en la infancia
Cómo prevenirlo y superarlo
UN PROBLEMA QUE, POR DESGRACIA,
ES DEMASIADO FRECUENTE
Cada noche y día en miles de hogares y a puerta cerrada, se comete uno de 
los más infames crímenes: el abuso sexual contra menores. Nadie conoce las 
verdaderas cifras, ya que en muy pocas ocasiones se presenta una denuncia 
ante las autoridades. O bien los niños no conocen sus derechos o se encuentran 
paralizados por la misma figura de autoridad que, en lugar de protegerlos, des­
truye su autoestima y los somete a un infierno físico, psicológico y moral que los 
afectará por el resto de su vida.
Al tocar el tema abiertamente en sus programas de radio, el Dr. Ernesto Lammo­
glia empezó a recibir una gran cantidad de llamadas telefónicas y cartas de 
personas que habían sido víctimas de este crimen. La gran mayoría se refiere a 
casos de incesto; los otros, de abuso por parte de alguna autoridad educativa, 
policiaca o religiosa. A la fecha, los archivos siguen aumentando con cientos de 
historias llenas de dolor.
En este libro, el Dr. Lammoglia nos presenta las características de la víctima que el 
abusador elige, los rasgos de la personalidad enferma de los hombres y mujeres 
abusadores y una serie de pasos que deben seguirse en el proceso de curación 
en la edad adulta. Su intención es dar a conocer la magnitud del problema con 
el fin tanto de prevenir como de ayudar a las víctimas. Se incluye un directorio de 
instituciones que atienden a las víctimas de abuso sexual.
La presente obra se suma a la cadena de éxitos editoriales del Dr. Lammoglia. 
Grijalbo ha publicado, entre otros, El triángulo de dolor, ¿Es tu madre tu peor 
enemiga?, Las familias alcohólicas, La violencia esta en casa y El daño que ha­
cemos a nuestros hijos.
Dr. Ernesto Lammoglia
Abuso sexual en la infancia
Grijalbo
ABUSO SEXUAL EN LA INFANCIA
Cómo prevenirlo y superarlo
© 1999, Ernesto Lammoglia Ruiz 
la. reimpresión, 2004
D.R. 2004, Random House Mondadori, S.A. de C.V.
Av. Homero No. 544, Col. Chapultepec Morales,
Del. Miguel Hidalgo, C.R 11570, México, D.R
www.randomhousemondadori.com.mx
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del 
copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total 
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos 
la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares 
de la misma mediante alquiler o préstamo público.
ISBN 968-5956-20-0
Impreso en México / Printed in México
http://www.randomhousemondadori.com.mx
A llse, 
a María Josefa, 
a Tonatiuh.
índice
Agradecimientos............................................................... 9
Carta de una radioescucha............................................. 13
Introducción ..................................................................... 17
1. Definición y conceptos............................................. 33
2. El agresor sexual.................................................... 59
3. El cómplice silencioso ............................................. 77
4. Grupos de población vulnerable.............................. 105
5. El alcoholismo y el abuso sexual ............................ 131
6. Familias incestuosas..................................................153
7. El abuso sexual y el incesto en la historia ............. 201
8. El abuso sexual en México .....................................211
9. Importancia de la educación sexual en la infancia . . 243
10. El proceso de s a n a r .................................................... 253
11. Centros de atención a v íc tim as................................ 277
Bibliografía ....................................... ................................289
7
Agradecimientos
Para Paty Kelly, mi compañera de trabajo, que en su desempeño 
quiero destacar el cuidado, la delicadeza y la pulcritud que tiene 
para interrogar a los radioescuchas; su interés para establecer 
vínculos de empatia y solidaridad femenina y con los cuales 
muchas víctimas de abuso sexual se tranquilizan, confían y se 
identifican, enriqueciendo notoriamente la interpretación fría y 
el diagnóstico profesional del psiquiatra; gracias a ella conta­
mos con la confianza de las personas que nos dan sus testimo­
nios. De su desarrollo profesional, destaca su incomparable 
trayectoria radiofónica que actualmente se ha incrementado de 
manera afortunada por su labor periodística en la prensa, intere­
sada profundamente en todos los aspectos de la mujer y de la 
pareja sobre la sexualidad humana y la patología sexual; su don 
natural en la comunicación verbal sobresaliente, su agilidad en 
el manejo de la entrevista y su talento natural, la hacen sin duda 
un ser de excepción en el campo de la comunicación.
Incluyo, desde luego, a los dos productores del programa, 
Gonzalo Maúlen y Enrique González, quienes con esmero se­
leccionan los casos que salen al aire y saben ganarse también la 
aceptación de las personas que se comunican a la radio. Su la­
bor, aunque no se ostenta es muy valiosa dentro de nuestro 
grupo.
9
A Radio Fórmula y Radio Red, por haber abierto espacios 
donde se han podido realizar estos trabajos de participación, 
conocimiento e información para todos, dentro de los cuales y 
durante más de seis años el tema del abuso sexual ha sido uno 
de los más frecuentes y el que más asombro, cólera, impotencia 
y controversia ha despertado en el ánimo de los radioescuchas.
No está por demás señalar que la idea original para hacer este 
tipo de transmisiones fue del señor José Gutiérrez Vivó, quien 
nos invitó (a Paty y a mí) a embarcarnos en esta empresa. Al 
principio nos parecía un concepto desproporcionado, pues con­
siderábamos que el problema de las disfunciones familiares no 
era tan grande; hoy resulta un tema que rebasa nuestra capaci­
dad de asombro.
En estos seis años, se han roto prejuicios y tabúes dentro del 
público femenino; se ha creado conciencia, a todos los niveles, 
para delatar a los abusadores sexuales, se han llevado los micró­
fonos de la radio a los hogares de mucha gente. Por eso, mi 
reconocimiento amplio y admiración a todas las personas que 
nos han llamado o han enviado sus testimonios. Sus historias 
constituyen un valioso elemento en la concepción de este libro. 
Sé que muchos de ellos se identificarán aquí, aun cuando por 
respeto a su intimidad les hemos cambiado los nombres.
Al público en general, tanto a los de Radio Red que continúan 
escuchándonos en Radio Fórmula, como a los que hoy se inte­
gran en este universo. Gracias a los señores Rogelio y Jaime 
Azcárraga, por su confianza y apoyo para la continuación y di­
fusión nacional de los conceptos que se expresan diariamente 
en este espacio radiofónico y que han sido el puente de comuni­
cación entre la provincia y la capital.
De la misma forma, a la licenciada María Emma Cravioto, 
abogada mexicana de múltiples cualidades, a la que suma su 
enorme capacidad de trabajo que todos admiramos y que le per­
mite asesorar, litigar, resolver y ayudar a decenas de radioescu­
chas que solicitan todos los días de sus servicios profesionales
10
y que disfrutan su trato cordialísimo, delicado y gentil, en un 
mundo tan poco grato como lo es el del derecho y el de la 
impartición de justicia. María Emma comparte nuestro espacio 
y su sapiencia, su experiencia; pero sobre todo, su sentido hu­
mano. Sin ella este y otros ensayos y libros de autoayuda no 
serían posibles.
A las mujeres que en México nos han enseñado con su ejem­
plo de trabajo, a conocer, solidarizarnos, apoyar, opinar y, en 
fin, luchar por conseguir protección jurídica para ellas en todos 
los aspectos; pero fundamentalmente en el de lograr una legis­
lación en contra del acoso sexual, la violación y otras formas 
diversas de abuso sexual; consiguiendo mejoras importan­
tísimas aunque no suficientes, en los códigos penales del D.F. y 
algunos estados.
Muy especialmente, a unamujer profesional que más se ha 
dedicado a atender este problema, la doctora María Josefa Díaz, 
paidopsiquiatra especializada en casos de abuso sexual, cuya 
labor se destaca en la Asociación Mexicana de Salud Sexual, y 
directamente en el Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Nava­
rro. Sus participaciones en los programas de radio, tanto el ma­
tutino como el nocturno de Paty Kelly, han sido aprovechadas 
por los radioescuchas para reconocer su situación personal y 
exponerla ante los especialistas.
A la licenciada Esther Martínez Roaro, de cuyo estudio 
Sexualidad, Derecho y Cristianismo, Visión Bioética reprodu­
cimos textos completos debido a la importancia de sus investi­
gaciones.
A mi muy querida amiga Anilú Elias, con quien he podido 
ver la fuerza que una mujer desarrolla para ayudar a otras que lo 
necesitan.
A la licenciada Patricia Olamendi, coordinadora del área de 
atención a víctimas de abuso sexual del Departamento del Dis­
trito Federal, por su dedicación constante, su lucha política, per­
sonal y profesional, desde la tribuna, el ámbito legislativo, el
11
partidista y de la servidora pública tenaz, perseverante hasta la 
obsesión; por buscar, pelear y conseguir mejores condiciones 
para las víctimas del delito en general y las víctimas de abusos 
sexuales en particular. Gracias a luchadoras sociales como ella 
hoy hay expectativas confiables para millones de mexicanos que 
viven en la marginación social y jurídica; gracias a mujeres 
que militan políticamente, permanece latente la esperanza de un 
México mejor y más justo.
A Luz María Luna Malvido, abogada, criminóloga, académi­
ca, brillante legisladora, esposa y madre de familia, por todo el 
trabajo que ha realizado a favor de la normatividad y asistencia 
legal de la mujer en México.
Aunque no tengo el gusto de conocerla personalmente, a la 
doctora Dorothy Corkille Briggs, autora de El niño feliz, funda­
mental para mí por su enseñanza en el conocimiento de mi 
autoestima, la de mis pacientes y la forma en que se pueden 
educar a los hijos.
A Silvia Pardo, excelente pintora cuya obra siempre ha refle­
jado la fuerza, ternura, coraje y la avasalladora sensualidad de 
las diosas-mujeres, y que en esta ocasión realizó en forma espe­
cial la portada de este libro, en un gesto espontáneo y generoso 
1 que mucho agradezco.
A Aurora Azuara Salas, a Magdalena Peñaloza, Araceli 
Echególlen y a la doctora Hilda Ríos por su colaboración, orien­
tación, ayuda y revisión del contenido testimonial de este libro.
A Concepción Latapí por su paciencia, seriedad y dedicación 
a la redacción, formato y edición de este libro, esperando no sea 
la última vez qué trabajemos, platiquemos, discutamos y acor­
demos el cómo, cuándo y por qué de tantos temas.
Finalmente a mi compañera y colaboradora más cercana: 
Aurora González Azuara, con admiración, respeto y cariño por 
su apoyo en el parto de este pequeño libro.
12
Carta de una radioescucha*
Mi nombre es Alicia y tengo 30 años. Soy sobreviviente de abu­
so sexual en la infancia y quiero compartir mi experiencia.
El primer abuso que sufrí fue a los cinco años. Me recuerdo 
con los calzones abajo, sentada en cuclillas y un sujeto en frente 
de mí dibujando, según él dibujándome, tocaba mis rodillas y 
abría mis piernas para ver mejor y seguir dibujando.
Recuerdo esas miradas libidinosas y hoy, cuando un hombre 
mira mi cuerpo, me siento insegura.
No se lo conté a nadie.
Segundo abuso a los ocho o nueve años: un “amigo” de la 
familia nos llevó al cine y ahí introdujo su mano en mis calzo­
nes para manosear mi vulva; me recuerdo paralizada... después 
tampoco dije nada. El abusador tenía unos 30 años.
Tercer abuso a los 10 años: Un tipo abusaba de mí cuando le 
dejaba la ropa que mi madre lavaba y planchaba. Recuerdo dos 
ocasiones: una en la que estaba yo sobre su cama con los calzo­
nes abajo y él besándome y lamiendo mi vulva; en la otra oca­
sión, él hacía que lo masturbara. De estas ocasiones recuerdo el 
haber estado desconectada de mis sensaciones; mi mente estaba
* Enviada al programa de radio Kelly, Lammoglia y la Familia, 14 de enero 
de 1999.
13
en los detalles de una lámpara del departamento. No se lo dije a 
nadie. El abusador tendría 25 años.
Cuarto abuso: Un tipo de unos 45 años, “amigo” de la familia 
iba por mí a la escuela cuando cursaba el sexto de primaria (11 
años tendría yo) y de regreso en el camino aprovechaba para 
abrazarme y tocar mis senos. Varias veces también me besó en 
la boca; en una de ellas recuerdo haber empezado a disfrutar e 
inmediatamente me fugo, me fugo de las sensaciones de mi cuer­
po. Los detalles de mi alrededor son mi punto de atención.
De todo lo anterior yo me sentía culpable, pensaba que si 
habían ocurrido esos abusos era porque yo no había hecho nada 
por evitarlos; no grité, no salí corriendo, no le dije a nadie, y 
además lo había disfrutado.
Estos abusos sexuales afectaron mi vida porque me cerré al 
mundo. A partir de los 11 años van disminuyendo mis amigos y 
amigas, y hoy me cuesta trabajo confiar en los hombres y rela­
cionarme con la gente en general.
Es a veces tanto mi nerviosismo que empiezo a sudar. El 
conocer gente por motivos tan simples como ir al banco me 
provoca angustia y llego a posponer actividades. En otras oca­
siones siento mucho calor en el rostro y al rato me salen granos, 
me turbo al hablar y no puedo expresar exactamente lo que es­
toy pensando; esto aumenta mi nerviosismo y las reacciones de 
mi cuerpo.
Me cuesta trabajo ser abierta con mis sentimientos y afectos; 
siento que cada nuevo conocido implica, más que nada, razones 
de peligro.
Hoy sé que en aquel tiempo no tenía elementos necesarios 
para reaccionar a los abusos, para salir corriendo, para gritar, 
para no permitirlo. Hoy sé también que yo no soy culpable de 
que ellos abusaran de mí.
Hoy, gracias a que estoy en el grupo de m u s a s (Mujeres So­
brevivientes de Abuso Sexual) puedo vivir sin que me atormen­
te la culpa y sigo, y seguiré, trabajando mi timidez, mi inseguri­
dad y todo lo que salga.
14
Me tomó siete años de escucharlos a ustedes para darme cuenta 
de que el abuso sexual en la infancia me había afectado. Me 
tomó siete años de escucharlos para atreverme a ir a un grupo, 
para ir a terapia individual. Porque antes de esos siete años no 
tenía conciencia de todo lo que había afectado a mi vida; pensa­
ba que yo no necesitaba ayuda para recuperarme.
Gracias Paty, gracias doctor Ernesto, pero sobre todo gracias 
a mis compañeras de grupo y a mi terapeuta por escucharme, 
y a mí por dejarme escuchar mi dolor.
Agradecería algún comentario del doctor.
A l ic ia
15
Introducción
Considero que en la mayor parte de los libros de autoayuda 
que se han escrito en los últimos años, no sé si en otras épo­
cas, el autor o los autores generalmente tienen un sentimien­
to personal que acompaña a una experiencia propia, y que es 
precisamente esa experiencia “traumática” la que en algunos 
casos obliga y en otros motiva a algunos, ya sea profesiona­
les o escritores, o bien con la intención de plasmar el testimo­
nio que significa cualquier obra literaria de la calidad y el 
tamaño que sea. Esta vivencia, expresada así, puede signifi­
car una medida preventiva, ya que la información es la pri­
mera fase de toda prevención en meáicina, antropología y 
sociología. Además es una llamada de atención para quienes, 
habiendo pasado por una experiencia análoga o similar, tie­
nen en su acervo los mecanismos de defensa como la nega­
ción, la racionalización o la intelectualización, que permiten 
“olvidar el suceso” que ha sido verdaderamente doloroso en 
la experiencia vital.
En el caso del abuso sexual en la infancia, la negación lle­
ga a convertirse, como lo han señalado todos los autores, in­
cluso en una amnesia total o parcial que solamente se mejo­
ra, se modifica o se alivia en la medida en que la víctima de
17
un crimen, como lo es el abuso sexual en la infancia, escucha 
o lee un testimonio que, comoun botón que se aprieta, trae a 
la memoria consciente el recuerdo de aquel trauma que lo 
dejó marcado en la infancia.
Este intento de hablar sobre el abuso sexual en la infancia, 
obviamente no se aparta de esta motivación personal puesto 
que como ser humano niño, yo fui abusado en la infancia, o 
sufrí en dos ocasiones un intento de abuso sexual que quiero 
relatar, pues esto constituiría la primera fase de este intento 
de descripción que pudiera estimular a otros hombres o mu­
jeres que han sido víctimas, a aprender a manifestarse y a 
expresarlo como la primera gran fase de aceptación y reco­
nocimiento del problema por la que todos debemos pasar para 
tratar de resolver la situación que nos afecta.
Yo fui educado, como lo he dicho en otro libro, en una 
forma familiar tradicional que he llamado “ultraconser- 
vadora”, tuve una educación informal, las conductas y teo­
rías que yo escuchaba venían de mis abuelas y de mis tías 
abuelas, principalmente de mi abuela paterna y dos de sus 
hermanas, quienes provenían de una familia muy primitiva 
perteneciente a una sociedad muy conservadora como lo era 
la aristocracia de Huajuapan de León, Oaxaca. Ellas llegaron 
a la región de Orizaba a principios de siglo con una idea muy 
estrecha de lo que debía ser la educación, fuera del aspecto 
de la religiosidad mal entendida que llegaba en ocasiones al 
extremo de lo que llamamos en México la “mochería”. Sin 
embargo en otro sentido, eran mujeres mestizas bien infor­
madas, lectoras acuciosas las dos tías y mi abuela, que lo fue 
un tiempo hasta que quedó ciega por la diabetes. Poseían un 
acervo relativamente vasto para la época acerca de sucesos y 
de libros a los que tenían acceso.
Mi crecimiento en este sentido fue el de un niño normal 
aparentemente sano. Mis padres, que eran muy jóvenes y
18
contaban con recursos económicos, se dedicaban a vivir su 
relación de pareja y a divertirse o distraerse en sus tiempos 
libres como lo hacen en todas las poblaciones pequeñas: yen­
do a cenar, a jugar loterías y a disfrutar de las conversaciones 
con otras amistades, conversaciones en las que por supuesto 
no estábamos incluidos los niños, ya que no se nos permitía 
participar ni escuchar.
Yo me recuerdo, incluso, pidiendo permiso para poder en­
trar a la sala o pidiendo la llave del librero para poder sacar 
algún libro. Esto lo recuerdo especialmente en casa de mi 
abuela, quien puede haber tenido cierto temor a que yo leye­
ra los libros de mi abuelo, que era médico, sobre todo en 
aquella parte en que consideraban, también en aquella época, 
que los niños debían estar totalmente desinformados y que 
era la referente a la sexualidad y la genitalidad humanas.
Crecí muy querido, muy protegido y muy mimado; quizá 
eso incrementó mi timidez. Yo fui un niño muy tímido, calla­
do e introvertido que a veces me expresaba abiertamente, 
como lo hice después de joven solamente en el ámbito esco­
lar o en la calle. En la casa, no sé si por hipocresía o por 
mi naturaleza, fui un niño sumamente callado, retraído y 
obediente, lo que mi mamá llamaba “un niño bueno”, cosa 
que aún me causa escozor, ya que en labios de mi madre 
decir que soy el más bueno significa que soy el más pende­
jo, cosa que es real y cuesta mucho trabajo aceptarlo. 
Infortunadamente, hasta los cinco años de edad yo no recibí 
de la vida más que gratificaciones, abundancia (sin llegar a 
la opulencia), cariño, consentimiento, sobreprotección, et­
cétera.
Por ese tiempo mi padre cambió de giro laboral y nos tuvi­
mos que ir a vivir a Guadalajara para tratar de establecer una 
fábrica de refrescos nacional. La competencia desleal de las 
trasnacionales y sus trabajadores hicieron que esta fábrica
19
quebrara en unos cinco años. Yo tenía nueve años de edad 
cuando regresamos a la ciudad de Córdoba y fuimos reparti­
dos mi hermana mayor, mis otros dos hermanos y yo, con 
abuelas y abuelos porque nos habíamos quedado en la ino­
pia. Fue entonces cuando por primera vez me enfrenté a la 
vida en una circunstancia en la que sentía falta de protección 
y que ya no era una vida de bonanza ni del “castillo de la 
pureza” en la que había vivido hasta entonces.
Tuve yo la mala fortuna de que mi papá, queriendo asociar 
el estatus laboral y económico a lo supuestamente deseable, 
me hizo estar en un kínder, que entonces se llamaban párvu­
los, de monjas en Orizaba. Después en Guadalajara pasé tres 
años de primaria en una escuela confesional de religiosos 
maristas. Creo que esto agravó mi desinformación.
Cuando yo llego a los nueve años a Córdoba, ya sin recur­
sos económicos, ingreso por primera vez a una escuela ofi­
cial, la Escuela Fernando Casas Rodríguez, que se llama así 
por el padre de Fernando Casas Alemán, que había nacido 
justamente en la esquina donde se encontraba la escuela y a 
dos cuadras del lugar donde yo nací. Ahí me enfrento por 
primera vez a la realidad de los niños que iban descalzos a la 
escuela, niños hijos de campesinos y otros hijos de un sastre 
(entre ellos uno que fue de los que intentaron violarme). Yo 
les debo haber parecido, además del bueno, el más bruto y 
con toda razón, desconocía hasta ese momento todo aquello 
que tuviera que ver con la sexualidad, es más, no tenía una 
idea clara de cómo nacían los niños a pesar de que con un tío 
hermano de mi madre, que es de mi misma edad, leía los 
libros de medicina de mi abuelo.
En una ocasión, como he dicho antes, yo me expresaba 
más en la escuela que en la casa; por alguna razón nos casti­
garon a varios niños dejándonos encerrados en un salón por 
una hora. Tres chamacos de los que estaban ahí me dijeron
20
que me bajara los pantalones y los calzones porque iban a 
hacer algunas cosas. Yo no entendía lo que estaba pasando, 
pero intuía que no estaba bien y me sentía muy asustado y a 
la vez indignado. Les pregunté qué iban a hacer y por su­
puesto usaron algunas frases coloquiales como “te la vamos 
a meter” o “nos la vas a mamar” , cosas que no lograba enten­
der hasta que me trataron de inclinar y se me acercó 
sexualmente uno de ellos. Yo me sentí muy mal, me levanté y 
con toda mi timidez, todo mi miedo y toda mi ignorancia, 
salí corriendo a avisarle al prefecto o a alguno de los emplea­
dos que estaban ahí. Esta persona me llevó a mi casa que, 
repito, quedaba a dos cuadras.
Yo no sabía bien qué estaba sucediendo, pero sí sabía que 
era algo que no me gustaba, algo que nunca había visto, y 
algo que yo intuía que no estaba bien dentro de lo natural, por 
decirlo de alguna manera. Esto, quizá dentro de mi timidez y 
mi ignorancia, apareció simplemente como una respuesta ins­
tintiva: “hay algo que no me gusta, algo que me duele y co­
rro” . En ese momento no me importó algo que entonces me 
era muy valioso y es que dijeran que era cobarde o miedoso o 
“chiva”, que es como les decían a los soplones. Yo los acusé, 
se lo conté a mi madre, quien respondió muy bien y me dijo 
que no me preocupara, que habían tratado de abusar de mí 
(no recuerdo en que términos lo dijo), no lo comentó con 
mi papá porque en esa época él no estaba en Córdoba, había 
ido a buscar trabajo a otro lugar del país, pero sé que lo hu­
biera acogido con tranquilidad, con mucha serenidad.
Mi madre no mostró jamás susto, ni los aspavientos que yo 
he escuchado en decenas de madres al saber que su hijo o su 
hija ha sido víctima de alguna forma de abuso y arman tal 
escándalo que finalmente es eso lo que afecta más al niño.
Muchos niños que han sido violados, incluso en edades 
menores a la que yo tenía en esa época, no recuerdan el suce­
21
so, porque la memoria neurológica, la memoria bioquímica, 
aparece realmente para los sentimientos hasta alrededor de 
los ocho años. El proceso de mielinización llega hasta esa 
época y por esto muchos niños no recordarían el trauma si no 
fuera por la serie de aspavientos y el escándalo. Esto provoca 
que paradójicamente sean los padres los que más afectan al 
niño, es decir, el niño sufre una segunda violación. Muchas 
mujeresque son violadas en la juventud o ya adultas, presen­
cian una respuesta muy parecida por parte de su novio, el 
esposo o los padres, padeciendo así una segunda violación y 
después una tercera por parte de los agentes del Ministerio 
Público con sus interrogatorios morbosos y sus cuestiona- 
mientos y críticas hacia este delito.
Yo recuerdo haber sido muy bien recibido, “con afecto” y 
con tranquilidad. Mi madre habló con el profesor de tercer 
año de esta escuela y no pasó a más. Fui increpado por los 
muchachos que fueron castigados, recuerdo que los expulsa­
ron varios días y les llamaron la atención”, pero por supues­
to de ahí hasta que yo recuerdo mientras permanecí en Cór­
doba, cada vez que me encontraba a estos muchachos en la 
calle me gritaban desde “puto”, “rajón” y “chiva”, hasta todo 
lo que se puedan imaginar.
En ese tiempo, nunca tuve ninguna duda de mi sexualidad 
o mis preferencias sexuales, porque mi pensamiento y mi 
conducta no estaban erotizadas. Esto no significa que no tu­
viera respuestas de erección con la frecuencia normal que un 
niño tiene porque no me gustaran las niñas, al contrario, yo 
recuerdo con mucha claridad que mi abuela coleccionaba y 
empastaba dos revistas de mujeres de esa época con temas de 
costura y fotografías de artistas del momento; una se llamaba 
La Familia y la otra se llamaba Mignon. Me recuerdo viendo 
a las mujeres de esa época y de épocas anteriores, incluso mi 
estereotipo de la belleza femenina no tiene nada que ver con
22
el estereotipo que correspondía a mi generación, sino más 
bien de acuerdo con la moda de la década de los treinta.
Siempre me gustaron las mujeres, nunca pensé que lo ocu­
rrido pudiera afectar mi sexualidad en la adultez, toda vez 
que este intento de violación fue incruento y no pasó de esta 
sorpresiva vivencia.
Dos años después, ya estando en Orizaba, entré a un grupo 
de Boy Scouts. Había llegado un sujeto a formar el grupo y 
los niños de “cierto nivel” , entre los cuales me encontraba yo 
por el apellido, no por los recursos, fuimos vistos como los 
futuros integrantes del grupo de scouts. En aquella época, 
toda novedad que se dirigía a los jóvenes iba dirigida hacia 
los que tenían cierto poder económico, los beneficios de la 
“modernidad” nunca llegaban a las masas populares ni a los 
hijos de los obreros de la Cervecería Moctezuma o de las fábri­
cas textiles. Parecía que se fijaban en los niños que tenían el 
pelo claro o que tenían cierta mezcla racial, igual que lo que 
sucede hoy en día en los colegios de los Legionarios de Cristo, 
me imagino que por las mismas tendencias de los dirigentes 
a buscar niños de cierto aspecto. A mí me tocó la desgracia,) 
de chico, de tener el pelo muy claro y los ojos azules.
Así que varios “niños bien” de las buenas conciencias y de 
las familias de doble moral de Orizaba, integramos el primer 
grupo de scouts. Las experiencias del scoutismo fueron bue­
nas y algunas muy importantes e influyeron en mi conducta, 
misma que considero el día de hoy muy sana. Ahí aprendí a 
ser perseverante, a buscar metas, a tener sentido de responsa­
bilidad, a servir y a ayudar a la gente.
En aquel tiempo en Orizaba, para un niño el ir al cine era 
algo que casi nunca ocurría, para nosotros sólo existía el cine 
parroquial, situado en la parte posterior del Convento de San 
José de Gracia, y las funciones no eran muy frecuentes, de 
hecho las únicas películas que vi de niño fueron las de la
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serie del hombre murciélago (ahora se llamaría Batman) 
hechas en los treinta, otra serie de Flash Gordon y la del 
Llanero Solitario, serie a la que asistía vestido de vaquero y 
con antifaz.
Recuerdo que en el Casino de la Asociación Deportiva 
Orizabeña, el “master scout”, como le decíamos al guía o 
maestro, también nos pasaba películas manejando él mismo 
el proyector. Un día me invitó a sentarme junto a él, lo cual 
acepté inmediatamente pues quería ver cómo funcionaba el 
aparato que proyectaba las películas (no había televisión y en 
mi casa nunca habíamos tenido radio).
Pasados algunos minutos de haber iniciado la película, 
empecé a sentir que me tentoneaba mis partes pudendas (como 
dice la gente), me bajó la bragueta e intentó masturbarme. En 
ese momento no sabía qué era eso, tenía 11 años y aunque 
parezca estúpido yo nunca me había masturbado, no sabía 
que eso se hacía, aunque después fui un generoso practicante 
de esa disciplina. Volvió a suceder lo mismo de la vez ante­
rior: yo sabía que estaba sucediendo algo que no era natural, 
ni normal así que me paré y me fui.
En esta ocasión sí estaba mi papá y se lo fui a decir. Mi 
padre reaccionó exactamente de la misma manera que yo 
hubiera reaccionado el día de hoy, no sólo con mis hijos sino 
con cualquier jovencito que en calidad de ser humano o mé­
dico me hubiera contado esto, fue y le puso una “madriza”. 
Preguntando a otros niños, nos percatamos de que otros dos 
o tres, destacados mexicanos el día de hoy, también habían 
sido manipulados por este señor. Pistola en mano, mi padre y 
los padres de los otros muchachos lo sacaron de Orizaba a 
culatazos, latigazos y patadas.
Me preocupó la reacción de mi papá, pero me sentí muy 
orgulloso de tener un padre así, porque ante algo que yo ha­
bía sentido de alguna manera como un agravio o una ofensa,
24
sobre todo para mi credibilidad e inocencia de niño, mi papá 
había tenido una respuesta. A pesar de todo los aspavientos y 
reacciones que tuvieron mi papá y los otros señores, se man­
tuvieron hasta cierto punto discretos por lo que aquello que­
dó en el limbo y no me afectó entonces. Eso sí, aprendí lo 
que era la masturbación.
Esa experiencia no me afectó entre los 12 y los 14 años, ni 
la recuerdo como algo que me haya restado interés en las 
mujeres, tampoco me hizo volverme más tímido, más bien 
creo que la respuesta de mi papá me ha de haber dado una 
gran confianza, pues sabía que pasara lo que pasara yo tenía 
quien me defendiera simplemente con que yo dijera: “me hi­
cieron algo”.
Cuando tenía 14 años, en plena adolescencia, escuché ha­
blar a mi padre y a mi abuelo paterno, que era de origen ita­
liano y exageradamente machista (no misógino, jamás vi que 
maltratara o abusara de alguna mujer). Estaban muy preocu­
pados porque a esa edad yo aun no tenía novia, comentaban 
que seguramente se debía a que yo era “maricón” y era nece­
sario enseñarme muchas cosas, pues ellos a esa edad ya ha­
bían tenido parejas sexuales y amantes.
Mi abuelo anduvo seduciendo mujeres, entre ellas dos 
monjas en los Balcanes después de la Segunda Guerra Mun­
dial. Ésa fue la razón por la que tardó ocho años en regresar y 
por lo que mi abuela, creyéndolo muerto, se volvió a casar, 
dando por resultado que yo tuviera tres abuelas y tres abue­
los. Recuerdo que mi abuelo me enseñaba las cartas de sus 
amantes con un orgullo como de casta y de género muy 
característico de los machos. Para mi abuelo el machismo, 
desde el punto de vista de la virilidad, era fundamental. Su 
sentido de la vida eran el erotismo y la sexualidad, y para él, 
que su nieto que además llevaba su nombre, no tuviera novia 
a los 14 años era sinónimo de homosexualidad.
25
Mi padre, con la misma experiencia, había llegado a la 
misma conclusión que mi abuelo. Yo me acerqué a él y le 
dije:
-Papá, escuché lo que mi abuelo estaba diciendo, yo no 
soy maricón ni me gustan los hombres. Sí me gustan las mu­
chachas, lo que pasa es que no sé cómo pedirles que sean mis 
novias y menos que tengan una relación sexual conmigo (Por 
supuesto que para entonces sabía lo que era una relación 
sexual.) Me da mucho miedo, me tiemblan las rodillas, me 
pongo muy nervioso y no se qué hacer.
Mi papá me clavó la vista y me dijo con la pura mirada: 
“Qué pendejo eres”. Después me explicó: -Hijito, es muy 
sencillo. A las mujeres pídeles lo que quieras, que si no te lo 
dan, te lo agradecen.
Me quedé muy sorprendido porque no entendí lo que sig­
nificaba esa frase.
Yo empecé a tener una actividad sexual completa alos 16 
años, como me imagino que los demás jóvenes de esa época 
hacían aunque ahora las edades han disminuido; la mayoría 
de las mujeres que he tratado han iniciado su vida sexual a 
los 14 años y los hombres entre los 14ylos 16.Alos21 años, 
cuando estaba terminando la carrera de medicina, ya tenía 
cierto grado de conocimiento y experiencia y entendía cómo 
era que esto sucedía.
Cuando yo tenía 23 años incluso las mujeres, con gran va­
lor y acertividad, llegaban a perdirle a uno el tener una rela­
ción sexual con toda libertad y desparpajo. Al principio esto 
me asustaba y decía que no, no por miedo a la sexualidad 
sino por miedo a las consecuencias, temía que se embaraza­
ran y yo llegara a tener algún problema, sobre todo con los 
caciques del pueblo; a veces las hijas de los más poderosos 
de un pueblo son también las más audaces y atractivas. Fue 
así como entendí la frase de mi papá, pues cuando una mujer
26
se me insinuaba, aunque yo le dijera que no, me sentía muy 
halagado.
Pero también me descubrí yo probando mi virilidad con 
varias mujeres a las que podía tener acceso y que eran capa­
ces de cuidarse lo suficiente para que las cosas no se compli­
caran. Entonces comprendí que si yo sentía la necesidad de 
tener muchas parejas, era porque no estaba seguro de mi viri­
lidad sexual. Esto por supuesto con ayuda de lecturas como 
las de don Gregorio Marañón, en especial una de ellas que 
me impactó mucho: El Don Juan. En ella describe al indivi­
duo que busca insistentemente la sexualidad a través de 
muchas parejas durante toda su vida en un afán reivindicatorío 
de su grandísima inseguridad sexual y por su homosexua­
lidad latente.
Empecé a entender que “mi camino” no iba por ahí; el pa­
sar del extremo de la timidez y la ignorancia al otro polo, al 
de la supuesta “erudición en materia de conocimientos acer­
ca de la sexualidad”. Comprendí que aquello podía ser muy 
perjudicial para mí y para las mujeres, que dentro de su igno­
rancia, eran igual de estúpidas que yo.
No fui un individuo “noviero” ni mucho menos. Me afe­
rraba a dos aspectos: mi timidez natural y mi miedo a las 
consecuencias de la sexualidad abierta e irresponsable en una 
época en que todavía no se hablaba de la responsabilidad en 
este sentido.
Finalmente agradezco dos cosas: mi miedo, gracias al cual 
me mantuve, a pesar de los dos intentos de abuso sexual en 
mi infancia y de un momento en que la vida me dio la oportu­
nidad de ser promiscuo, con un cierto equilibrio. Y por otro 
lado, agradezco la naturalidad con que vieron mi caso dentro de 
mi familia.
Cuando llego a ser padre y crece el primero de los hijos 
de los que soy conducto, me impacta enormemente que a él,
27
estando en sexto año de primaria en una escuela privada de 
maristas, su maestro lo intenta seducir lo mismo que a otros 
de sus compañeros. Tal vez no pasó de la insinuación gracias 
a que mi hijo sí era un niño bien informado y salió del lugar 
para no regresar. Posteriormente denuncian a este sujeto y lo 
expulsan.
Aquí sucede un fenómeno que yo no esperaba. Mi hijo, 
que en ese entonces vivía en casa de mis padres porque yo 
estaba en la ciudad de México, es víctima de los aspavientos 
machistas, recalcitrantes y ahora sí abiertos de mi padre, que 
quiere hacer un escándalo sin la prudencia que sí tuvo con­
migo. Me manda llamar y hace una reunión de familia para 
ver qué se iba a hacer; habla con el director de la escuela, con 
los maestros, los compañeros, las tías, los primos y medio 
mundo. Yo en ese momento percibo el terrible daño que esa 
actitud de mi padre le está empezando a causar a mi hijo. Él 
me pide que lo traiga a México y jamás ha querido regresar a 
ese lugar.
En el plano total, el día de hoy es un hombre muy sano, 
con una sexualidad muy defii^ida, es un profesional brillante 
al que yo respeto profundamente y al que le pido incluso con­
sejos. Pero sí fui copartícipe del sufrimiento de un niño que 
padeció, de alguna forma, un intento de abuso sexual en la 
infancia y que no fue tratado con la prudencia, la corrección 
y la propiedad que deben ser, y ése es mi propio hijo. En ese 
momento yo tuve que integrarme al fenómeno del abuso 
sexual en la infancia como una víctima, como protagonista, 
como padre y como médico psiquiatra dedicado a la cri­
minología.
Me percaté del problema en un ambiente muy reduccionista, 
yo pensaba que sólo nos había pasado a él y a mí. Confieso 
que 10 años después de haber terminado mi especialidad como 
médico psiquiatra, yo ignoraba que el abuso sexual en la in­
28
fancia fuera tan incidente, por lo menos hasta hace seis o cin­
co años ignoraba plenamente la incidencia del incesto a nivel 
nacional.
En los programas de radio con Paty Kelly, cada vez que 
tocamos el tema del abuso sexual en la infancia, los teléfonos 
no dejan de sonar. Constantemente recibimos llamadas y car­
tas de radioescuchas dando su testimonio. Cuando el progra­
ma termina, la mesa se encuentra llena de papeles escritos 
por quien toma nota de las llamadas. El tiempo no nos permi­
te pasarlas todas al aire. Aquí reproduzco una pequeña mues­
tra de ellas:
L l a m a d a s a l p r o g r a m a d e r a d i o
“Fui abusada por un tío desde que tenía seis años y hasta los 
14. Ahora me doy cuenta de que mi madre siempre lo supo y, 
además, también era la pareja sexual de ese tío, de su propio 
hermano.”
“Doctor, me gustaría hablar con usted por un caso de dos fa­
llecimientos de mis tíos: uno murió asesinado y la otra en un 
parto a los 20 años. A raíz de eso he tenido dos intentos de 
suicido. Mi relación con mi mamá es inestable. Doctor, ¿pue­
do tener tendencia a la histeria? Mi mamá se divorció cuando 
yo era niña.
Fui abusada sexualmente cuando tenía cinco años.”
“Hace muchos años, mi hermana fue violada por mi padre. Mi 
madre nunca hizo nada en relación con esto. Por esta razón mis 
hermanas y yo no aceptamos a mi madre, la aborrecemos. ¿Cómo 
podemos trabajar ese odio y ese resentimiento? Nunca nos ha 
permitido reclamarle a mi padre, que incluso ya trató de violar a 
una sobrinita.”
29
“Mi papá nos violó a mi mamá y a mí. De eso me acabo de 
enterar. Todo ello me há creado muchos problemas emociona­
les. Se lo dije a mi esposo y él me apoya en lo que yo haga. Él 
me quiere y me apoya mucho. ¿Qué puedo hacer?”
“Cuando me casé ya tenía una hija de cinco años de edad y al 
año siguiente tuve otra niña. Soy enfermera, por lo tanto traba­
jaba en la noche para poder cuidarlas en el día. Pero ahora 
acabo de enterarme de que mi esposo violó a mi hija mayor 
cuando ella tenía 12 años de edad. Y la hija de él, que tenía 
seis años, se dio cuenta de todo, pero jamás me dijeron nada. 
(La hija mayor tiene 32 años de edad actualmente.) Ahora con 
mi esposo ya terminó todo. Mis hijas me tienen coraje como 
madre porque nunca me di cuenta de esto. Estoy desesperada. 
¿Qué puedo hacer en este caso?”
“Tengo una sobrina de 23 años de edad que fue violada a los 
21 años por su propio padre. Ella no sabía que él era su padre, 
porque cuando nació no la quiso reconocer por ser una niña. A 
la niña le dijeron que su padre había muerto, ya que ellos evi­
taban que supiera la verdad. Pero hace dos años se presentó el 
padre y le dijo que se la llevaría con él para vivir mejor. Ya 
que la chica agarró confianza la violó. Obligó a sus dos her­
manos gemelos a que también la violaran. Esta chica tiene dos 
hijos de su padre. (Todo esto fue en Tlaxcala.) Esto lo fueron a 
denunciar y ya fue rescatada de su padre, que la tenía se­
cuestrada.
Ya la vieron los médicos y dicen que está muy trastornada. 
Sus niños tienen desnutrición en primer y segundo grado. El 
niño tiene dos años y la niña ocho meses. El niño tiene una 
cicatriz en un brazo porque el papá lo quemó.
Yo me traje a mi sobrina a México, pero su padre está suelto.
¿Qué puedo hacer para que proceda la demanda en Tlaxcala? 
¿Cómo pueden registrar a los niños? ¿A dónde llevo a mi sobri­
na para que reciba tratamiento?”
30
Siento que altocar el tema abiertamente, hemos destapado 
una cloaca de enormes dimensiones que se había mantenido 
oculta por el silencio. Mi objetivo al escribir este libro es 
ayudar a romper de una vez por todas ese silencio criminal en 
un intento de frenar esta ola de crímenes impunes.
31
1. Definición y conceptos
A b u s o s e x u a l
Es toda acción ejecutada por un sujeto que se vale de otro 
para estimularse o gratificarse sexualmente, sin el consenti­
miento o voluntad de este último.
A b u s o s e x u a l d e m e n o r e s
Se le llama así a todo acto ejecutado por un adulto o adoles­
cente que se vale de un menor para estimularse o gratificarse 
sexualmente. Se le denomina abuso en la medida en que, pu- 
diendo realizarse tales actos con o sin el consentimiento del 
menor, son actos para los cuales éste carece de la madurez y 
el desarrollo cognoscitivo necesarios para evaluar su conte­
nido y consecuencias.
A b u s o s e x u a l s i n c o n t a c t o f ís ic o
• Exposición de genitales.
33
• Exposición a pornografía.
• Observación.
A b u s o s e x u a l a s o c i a d o c o n c o n t a c t o f ís ic o
• Tocamientos.
• Penetración.
• Actos sexuales forzados o violación.
Intencional mente, he dejado esta definición corta para que 
quede muy claro que en el abuso sexual no hay términos 
medios: o hay abuso sexual o no lo hay. Muchas personas 
creen, o quieren creer, que porque no existió penetración no 
hubo abuso sexual, tal vez no hubo “violación”, pero si ocu­
rre cualquiera de los casos mencionados arriba, sí se trata de 
abuso sexual y debe ser atendido correctamente.
Cabe hacer hincapié que cuando nos referimos al “consen­
timiento del menor” estamos hablando de que probablemen­
te le guste, lo provoque (como alegan tantos) o se quede ca­
llado, y es igualmente abuso sexual.
T r a s t o r n o s s e x u a l e s
La falta de información —y sobre todo de educación sexual— 
ha ocasionado que muchas personas esten confundidas res­
pecto a lo que es una desviación sexual y lo que no lo es. Por 
ignorancia hay quien se siente enfermo, defectuoso o culpa­
ble por practicar la masturbación, cuando es algo de lo más 
sano, natural y recomendable. Por otro lado, existen padres 
que creen que sus hijas o hijos son de su propiedad y por lo 
tanto tienen derechos sobre su intimidad y abusan sexualmente
34
de ellos. Esto no es sólo un error de creencia, es una enferme­
dad y un delito, como también es delito el silencio de tantas 
madres ante esta situación.
Desde el punto de vista clínico, los trastornos sexuales se 
dividen en dos grupos. Las parafilias se caracterizan por una 
respuesta de activación a objetos o situaciones sexuales que 
no forman parte de las pautas habituales y que en diversos 
grados puede interferir con la capacidad para una actividad 
sexual recíproca y afectiva. Los trastornos o disfunciones 
sexuales se caracterizan por inhibiciones del deseo sexual o 
de los cambios psicofisiológicos que caracterizan al ciclo de 
la respuesta sexual. Finalmente existe una clase residual, la 
de otros trastornos sexuales para aquellos trastornos del fun­
cionamiento sexual que no se pueden clasificar en ninguna 
de estas categorías específicas.
P a r a f il i a s
La sintomatología esencial de 105 trastornos incluidos en esta 
subclase consiste en la de necesidades y fantasías sexuales 
intensas y recurrentes que generalmente suponen: 1. objetos 
no humanos; 2. sufrimiento o humillación propia del compa­
ñero (no simplemente simulada), y 3. niño o personas que no 
consienten. Estos trastornos se denominan desviaciones sexua­
les. El término parafilia es preferible porque subraya de una 
forma correcta que la desviación (para) yace en aquello que 
es atractivo para el individuo (filia).
Para algunos individuos con parafilia, las fantasías o es­
tímulos parafílicos pueden ser necesarios siempre para la ac­
tivación erótica y se incluyen invariablemente en la actividad 
sexual. Cuando ésta no es real, se trata de representaciones 
(fantasías) en solitario o con un compañero. En otros casos,
35
las preferencias parafílicas se presentan sólo episódicamente; 
por ejemplo, durante periodos de estrés. En otras ocasiones, 
el individuo es capaz de funcionar sexualmente sin estímulos 
o fantasías parafílicas.
Las imágenes de las fantasías parafílicas son frecuentemente 
estímulo para la excitación sexual de los individuos no 
parafílicos. Por ejemplo, la ropa interior femenina suele ser 
sexualmente excitante para muchos hombres: estas fantasías 
o necesidades son parafílicas sólo cuando el individuo actúa 
sobre ellas o cuando le afectan en exceso.
Las imágenes de la parafilia, por ejemplo, el hecho de ser 
humillado por el propio compañero, pueden ser relativamen­
te inocuas y realizarse con un compañero que consiente. Sin 
embargo, es más frecuente que estas tendencias no sean com­
partidas por el compañero y por lo tanto éste se siente 
eróticamente excluido de la interacción sexual. En formas 
más extremas, las imágenes parafílicas se efectúan sobre un 
compañero que no consiente y pueden ser injuriosas para él 
(en el sadismo sexual) o para el propio individuo (en el ma­
soquismo sexual).
Las parafilias que se incluyen aquí son, en general, trastor­
nos que han sido identificados específicamente por clasifica­
ciones anteriores. Algunas de ellas son relativamente comu­
nes en las instituciones que se especializan en el tratamiento 
de parafilias y otros problemas de conducta sexual (por ejem­
plo, pedofilia, voyeurismo y exhibicionismo); otras son me­
nos comunes en este tipo de instituciones (por ejemplo, el 
masoquismo y el sadismo sexual). Debido a que alguno de 
estos trastornos van asociados con compañeros que no con­
sienten, tienen una cierta significación legal y social. Los in­
dividuos que padecen estos trastornos no tienden a conside­
rarse a sí mismos como enfermos y, por lo general, sólo acuden 
al profesional de la salud mental cuando su conducta les ha
36
llevado a algún conflicto con los compañeros sexuales o con 
la sociedad.
Variaciones en los métodos de funcionamiento 
y en la cualidad de los impulsos sexuales
Sadismo
Variación sexual en la que la satisfacción sexual —o por lo 
menos el placer sexual— se obtiene infligiendo dolor físico 
o psíquico al compañero sexual.
Masoquismo
Esta variación constituye la imagen en el espejo del sadismo. 
El individuo trastornado recibe placer o gratificación sexual 
por el hecho de ser lastimado físicamente o en forma mental por 
su compañero sexual.
Exhibicionismo
Constituye una variación sexual en la cual la gratificación 
sexual proviene de mostrar los genitales a la supuesta pre­
sa sexual.
Voyeurismo y escopofilia
El voyeurismo (fisgoneo) y la escopofilia constituyen tras­
tornos en los cuales el fisgón de los coitos y actos eróticos
37
obtiene un placer sensual y una gratificación sexual insó­
litos. Los conductistas definen la escopofilia como el pla­
cer sexual obtenido al observar prácticas sexuales y 
genitales, mientras que al voyeurismo lo definen como la 
observación de personas desnudas. Sin embargo, a menudo 
los términos se utilizan en forma indistinta, siendo más po­
pular el último.
Nudismo
Es considerado por algunos como una aberración debido a 
que erróneamente se iguala con el exhibicionismo. Sin em­
bargo, el nudismo social no constituye una desviación 
sexual. De hecho, la atmósfera global en la mayoría de los 
campos nudistas es, en virtud de reglas rígidamente refor­
zadas, más sugestiva de asexualidad que de permisividad 
sexual.
Troilismo
Consiste en compartir al compañero sexual con otra per­
sona, mientras que el tercer individuo observa el coito. Tam­
bién puede involucrar dos parejas que tienen relaciones 
sexuales al mismo tiempo, en presencia de los cuatro inte­
grantes.
Travestismo
Placer o excitación, ya sea emocional o sexual, proveniente 
de vestirse con ropa del sexo opuesto.
38
Transexualismo
También llamado inversión del papel sexual,es un estado en 
el que la anatomía y la orientación del papel sexual de un 
individuo (identidad de género) son incompatibles.
Transgenerismo
Es un término relativamente nuevo en el campo de la 
sexología, y que se utiliza para aludir a una variación que se 
encuentra entre el travestismo y el transexualismo.
Alteraciones de la identidad genérica en la infancia
Analismo sexual
El término alude al uso del ano (recto) para la copulación. La 
sodomía es otro término que se refiere a lo mismo, aunque 
la interpretación legal de la sodomía puede comprender una 
gama mucho más amplia de variación sexual.
Variación en la elección del compañero 
u objeto sexual
Pedofilia
Constituye una forma de variación sexual, en la cual los adul­
tos obtienen placer erótico de las relaciones en una forma u 
otra con niños. Las prácticas de pedofilia incluyen exposi­
ción de los genitales al niño y manipulación y posible pene­
39
tración del niño. Un estudio (Jaffe, 1976) mostró que 85% de 
los que molestan a niños habían mostrado una conducta como 
exposición indecente, manipulación de genitales, lenguaje 
obsceno y manoseo. En 11% de ellos hubo coito vaginal y 
penetración con violación. De todos los ofensores sexuales, 
alrededor de 30% son clasificados como pedófilos, siendo la 
mayoría hombres. Este grupo es habitualmente menos agre­
sivo y lastimante que los violadores, aunque el clamor ira­
cundo del público contra ellos es a menudo mayor.
Muchos ofensores de los niños son alcohólicos o psicóticos 
de mentes torpes y totalmente asocíales.
Bestialidad
Es la gratificación sexual obtenida al enfrascarse en relacio­
nes sexuales con los animales.
Necrofilia
Constituye una desviación sexual rara, que emana de un tras­
torno emocional profundo casi siempre de proporciones 
psicóticas. Implica la gratificación sexual que emana de la 
vista de un cadáver o el tener el coito en él, seguido en oca­
siones por mutilación del cadáver.
Pornografía y obscenidad
El término pornografía (que viene de las palabras griegas 
ramera y escritura, es decir, anuncio de prostitutas) es el 
material escrito y fotográfico destinado en forma deliberada 
a excitar el impulso sexual.
40
Fetichismo
Se define como una anomalía psicosexual, en la cual los im­
pulsos sexuales del individuo se fijan sobre un símbolo sexual 
que sustituye al objeto básico de amor. Habitualmente los 
artículos son acariciados, admirados y hechos parte de acti­
vidades sexuales.
Frotamiento
Constituye un acto ejecutado con el fin de obtener placer 
sexual al estrujar o rozar a la persona deseada y el perpetrador 
es denominado frotador. Dicha conducta a menudo pasa in­
advertida, ya que es llevada a cabo en lugares públicos con­
curridos, por ejemplo, en el metro, en un elevador. La diná­
mica de este comportamiento es probablemente similar a la 
del exhibicionismo.
Saliromamía
Constituye un trastorno sexual que se encuentra primordial­
mente en los hombres y que se caracteriza por el deseo de 
dañar o ensuciar el cuerpo o las prendas de vestir de una mujer 
o una representación de mujer.
Gerontosexualidad
Constituye una variación sexual, en la cual un joven tiene 
una preferencia distintiva por una persona de mayor edad, 
como el objeto de su intéres sexual.
41
Incesto
Es el coito entre dos personas, casadas o no, que están empa­
rentadas muy cercanamente.
Cambio de parejas
Es el intercambio sexual de sus respectivos cónyuges entre 
dos o más parejas casadas.
Clismafilia
Alude al placer erótico obtenido de la aplicación de enemas 
o “lavativas” . Suele desarrollarse en época temprana de la 
vida como resultado del descubrimiento por parte del niño 
de una sensibilidad erótica en la porción baja del intes­
tino.
Variación en el grado y potencia 
del apetito sexual
Ninfomanía
Es el comportamiento de una mujer cuyo apetito sexual 
anormalmente voraz opaca todas sus otras actividades. Es al­
gunas veces, aunque con rareza, el resultado de ciertas ano­
malías fisiológicas; más a menudo, el trastorno tiene bases 
psicológicas.
42
Satiriasis
Es un deseo masculino exagerado de satisfacción sexual. Los 
factores causativos de este trastorno son similares a los de la 
ninfomanía.
Promiscuidad
Se define generalmente como la participación en el coito con 
muchas personas sobre bases más o menos casuales.
Prostitución
Es la participación en actividades sexuales buscando obtener 
recompensas monetarias.
Violación
Es llevar a cabo el acto sexual en contra de la voluntad de la 
otra persona.
En la antigua China y en la India, el concepto de que al­
gunas formas de comportamiento sexual eran anormales re­
sultaba virtualmente inexistente. La idea de “crimen sexual” 
se limita estrictamente a aquellos casos en los que se inter­
fiere con la libre voluntad de otra persona, por ejemplo, la 
violación.
43
Sintomatología de la pedofilia
La sintomatología esencial de este trastorno consiste en in­
tensas necesidades sexuales recurrentes y en fantasías 
sexualmente excitantes de por lo menos seis meses de dura­
ción, que implican actividad sexual con niños prepúberes. El 
individuo ha actuado de acuerdo con estas necesidades o se 
encuentra marcadamente perturbado por ellas. La edad de los 
niños suele ser de 13 años o menos. La edad del paciente se 
sitúa arbitrariamente a los 16 años o más y debe ser por lo 
menos cinco años mayor que el niño. En el caso de los ado­
lescentes mayores que presentan este trastorno no se especi­
fica una diferencia de edad precisa y en este caso debe utili­
zarse el juicio clínico; para ello, debe tenerse en cuenta tanto 
la madurez sexual del niño como la diferencia de edades.
La gente que presenta pedofilia se declara sentirse atraída 
por los niños dentro de un margen de edad particular, que 
puede ser tan específico como el de un margen de sólo uno o 
dos años. Los individuos que se sienten atraídos por las ni­
ñas, las prefieren entre los ocho y los diez años, mientras que 
aquellos que están atraídos por los niños los prefieren algo 
mayorcitos. La atracción hacia las niñas parece dos veces más 
frecuente que la atracción hacia los niños. Mucha gente que 
padece pedofilia se excita sexualmente tanto con jovencitos 
como con chicas.
Algunos individuos que padecen pedofilia sólo se sienten 
atraídos por niños (tipo exclusivo), mientras que otros también 
pueden sentir atracción por los adultos (tipo no exclusivo).
La gente que presenta este trastorno y que actúa de acuer­
do con sus necesidades, puede limitar su actividad simple­
mente a desnudarlos, a observarlos, a exponerse en frente de 
ellos, masturbarse en su presencia o acariciarlos y tocarlos 
suavemente. Otros, sin embargo, efectúan una felacio o un
44
cunilingus o penetran la vagina, la boca o el ano del niño con 
sus dedos, objetos extraños o el pene, utilizando diversos gra­
dos de fuerza para conseguir estos fines. Estas actividades se 
explican comúnmente con excusas o razonalizaciones de que 
puedan tener “valor educativo” para el niño, que el niño ob­
tiene “placer sexual” o que el niño es “sexualmente provoca­
dor”, temas que por lo demás son comunes en la pornografía 
pedofílica.
El individuo puede limitar sus actividades a sus propios 
hijos, a los ahijados o a los parientes, o puede hacer víctimas 
a los niños de otras familias. Algunos individuos que pade­
cen el trastorno amenazan a los niños para impedir que ha­
blen. Otros, particularmente aquellos que lo hacen con fre­
cuencia, desarrollan técnicas complicadas para conseguir 
niños, como ganarse la confianza de la madre, casarse con 
una mujer que tenga un niño atractivo, comerciar con otros 
que tengan el mismo trastorno o incluso, en casos raros, adop­
tar niños de países no industrializados o encargarse del cui­
dado de hijos de desconocidos.
Excepto en aquellos casos en que el trastorno está asocia­
do al sadismo sexual, el individuo puede ser muy generoso y 
muy atento a las necesidades del niño en todos los aspectos 
que no sean los del comportamientosexual, con objeto de 
ganarse su afecto, interés o lealtad e impedir que lo cuente a 
los demás.
El trastorno empieza por lo general en la adolescencia, aun­
que algunos pedófilos manifiestan que no llegaron a sentirse 
atraídos por los niños hasta la edad intermedia de la vida. El 
curso es crónico por lo general, especialmente en los que se 
sienten atraídos por los muchachos. La frecuencia de la con­
ducta pedofílica a menudo oscila de acuerdo con el estrés 
psicosocial. El promedio de individuos afectados de pedofilia 
que tienen preferencia por el propio sexo es aproximadamen­
45
te el doble del de los que prefieren al sexo contrario. Muchos 
pacientes con este trastorno han sido víctimas de abusos sexua­
les en la infancia.
L a s e d u c c i ó n d e l a v í c t i m a
Imaginemos a un ofensor sexual en una casa; supongamos 
que es un tío que llega a pasar una temporada, o un primo que 
viene a estudiar, o un padre alcohólico o una madre seducto­
ra. El ofensor va a tener que seleccionar a la víctima de la 
misma manera que lo haría cualquier criminal. Para secues­
trar a alguien se piensa antes quién tiene mejores posibilida­
des de ser secuestrado y que es secuestrable por sus caracte­
rísticas económicas. Para llevar a cabo un asalto de un local 
comercial, antes se miden las posibilidades de que eso tenga 
éxito. El ofensor sexual no va a exponer su vida o su libertad 
de manera tan insensata como hacerlo con el primero que se 
le ocurra. Tiene que haber un pensamiento previo o bien la 
preparación como hacen algunos asaltantes de casas que lle­
gan incluso a seducir al personal de servicio o a asociarse con 
ellos para lograr sus fines.
El delito imprudencial es el único en el que yo podría con­
siderar que no hay premeditación, alevosía y ventaja. Pero 
cuando se trata de seducir y conseguir la aceptación sexual, 
es decir, la aceptación de ser violado en la intimidad emocio­
nal o física, en la credibilidad o la inocencia, el niño tiene 
que tener ciertas características. Definitivamente el agresor 
sexual no lo haría con todos.
Si en mi casa hay tres hijos y veo que uno de ellos tiene 
“menos carácter”, tengo que saber que es el que podría ser 
víctima y sucumbir ante una tentativa de abuso. Sé que los 
otros dos no se dejarían tocar un cabello.
46
Estos niños van a presentar muchos síntomas en la persona­
lidad: la timidez, el retraimiento, el aislamiento, quizá la falta 
de la alegría de vivir, la aparente necesidad de protección. Se 
ha visto que los ofensores sexuales homosexuales puede des­
pertar la preferencia sexual de un muchacho, van a buscar un 
determinado tipo de jovencitos. O sea que presentan caracte­
rísticas que podrían ser definitivamente observadas. Los niños 
que no participan en los deportes, los que ahora llaman “nerds”, 
los callados, éstos, en la mira de un sacerdote con preferencias 
homosexuales o de un tío violador, son la víctima ideal y va a 
empezar el proceso de seducción en el que se le acercarán 
a preguntarle: “¿Por qué estás solo?” “¿Qué te pasa?” “¿Qué 
tienes?” “Yo te quiero mucho.” “Vente a platicar conmigo.” 
“Yo sí te comprendo.” Así van ganado la confianza de la vícti­
ma. Éste no es el violador desconocido que se va a encimar 
brutalmente sobre el cuerpo de la víctima. No, aquí hay otro 
proceso en el que se selecciona a la víctima porque la víctima 
también, como el ofensor, tiene patología.
El trauma
Una vez que aquello sucede, viene el sentimiento de culpa y 
cuando éste se desarrolla es un freno para todo. Provoca un 
pánico que mantiene a la víctima callada. La víctima piensa 
que fue ella quien propició todo y en muchos casos es la res­
puesta que reciben hasta de sus propios padres: “Tú tuviste la 
culpa”, o más grave aún: “¿Quién sabe que habrás hecho para 
propiciar que te anduvieran tocando”. Este sentimiento de 
culpa los arruina para toda la vida porque un niño al que le 
sucede esto queda con la idea de que ya sucumbió al homo­
sexualismo, da por hecho que ya se convirtió en un ho­
mosexual, lo cual es algo malo.
47
Ésta es la sentencia fatal de los niños que han sido seduci­
dos por homosexuales, que creen que ya tienen negadas las 
posibilidades de llevar una vida sexual normal y están con­
denados de por vida a las relaciones homosexuales.
En 30 años de carrera profesional, sólo he encontrado dos 
casos en los que el homosexualismo viene claramente de un 
factor genético y todos los demás fueron originados por una 
sentencia como ésta.
En el caso de la niña que ha sido víctima de abuso en el 
ámbito familiar, en la mayoría de los casos se trata de un 
incesto con la complicidad de la madre.
La niña no quiere interactuar amorosamente, íntimamente 
y mucho menos sexualmente con los que pertenecen al gene­
ro de su ofensor. Lleva la idea de que los hombre son malos, 
atacan, violan, lastiman, amenazan y por lo tanto no quiere 
ninguna relación con hombres. En la búsqueda del cariño y 
el amor le es más fácil interactuar con niñas. Todos vemos 
que las niñas con toda tranquilidad pueden ir por la calle to­
madas de la mano, o duermen juntas sin que esto sea mal 
visto y nadie ponga el grito en el cielo como lo harían si vie­
ran a dos niños hacer lo mismo.
Pero cuando además la madre es una cómplice silenciosa 
del abuso, la niña, además de haber aprendido que no puede 
confiar en los hombres, pierde la confianza en las mujeres 
porque deduce que éstas traicionan. Entonces viene la bús­
queda de mujeres que tengan características masculinas, como 
las que antes eran llamadas “marimachos”.
Cuando sí ha habido la ternura y el apoyo por parte de la 
madre, la muchacha va a escoger el camino de la homo­
sexualidad con una mujer tan femenina como su madre.
Es por esto que llama la atención que haya mujeres 
involucradas homosexualmente con mujeres horrorosas en 
cuerpo y alma, y otras que escojan como parejas a mujeres
48
muy atractivas y muy femeninas, doblemente femeninas, 
como decía Simone de Beauvoir. Pero en ambos casos, lo 
primero que sucede es el rechazo por el hombre. En un caso 
buscarán el apoyo masculino en una mujer gigantoide con 
características muy masculinas y en el otro simplemente bus­
carán amor.
Por esto no resulta sorprendente que en la búsqueda de los 
orígenes de la homosexualidad, más allá de los casos de ori­
gen genético y hormonal, encontremos el abuso sexual en la 
infancia. El aspecto psicodinámico de la preferencia homo­
sexual es definitivo y fundamental en el adulto y siempre tie­
ne que ver con una patología emocional.
En el caso de abuso sexual por parte de una mujer homo­
sexual ya adulta, también va a escoger a una niña con ciertas 
características. En el caso de las religiosas, en donde la ho­
mosexualidad llega en algunos sitios hasta el 100%, se elige 
a las novicias que tienen estas características, no sólo las más 
inocentes, más jovencitas, más sensibles, sino a las más en­
fermas para que cancelen su sexualidad y la oportunidad que 
la vida les da de ser productivas, sobre todo en lo espiritual, y 
se recluyan con otras mujeres que ya están influidas por esa 
patología.
Cuando hablamos del misticismo como patología, no como 
un elemento espiritual —el misticismo a grandes extremos si 
pensamos en Santa Teresa de Avila y sus éxtasis, es decir, sus 
orgasmos pensando que Dios la penetraba—, tenemos que 
suponer que la patología de la mayor parte de los estudios 
que se han hecho sobre el monacato, el poder dentro de los mo­
nasterios y las monjas que ocupaban lugares distinguidos en 
los monacatos que iniciaron a finales del siglo xv y princi­
pios de siglo xvi ya con sus reglas y la imposición de la vida 
en claustro al estilo de los monjes varones, o sea, la aparición 
de las concepcionistas. Es entonces cuando la élite de algu-
49
ñas mujeres que escogen el camino espiritual a través del 
monacato y tienen dominio sobre las otras, las mujeres po­
bres que llegan por pobreza. Mujeres que son vendidas al 
monasterio y que pagan con trabajo y con cuerpoel que se 
les permita estar ahí. Cuando las monjas empiezan a educar­
se, esas monjas con cierta categoría intelectual, vienen a ser 
las predilectas de otras mujeres, como en el caso de Sor Jua­
na y la virreina.
Por esto es muy importante saber que existe la patología 
previa. Habría que preguntarse por qué Sor Juana escoge el 
monasterio, porque era la única manera de destacar en la vida 
intelectual que era la que expresaba. En aquel entonces no 
podía pertenecer a un gremio intelectual ni a un grupo de 
escritoras.
Pero de la misma manera que el ofensor sexual puede ele­
gir a su víctima basado en estos síntomas, puede perfecta­
mente un padre o un maestro identificar a la posible víctima 
de entre un grupo de niños, reconocer la patología y hacer 
algo al respecto.
Mecanismos de defensa
Los mecanismos de defensa más conocidos son la negación, 
la racionalización, la intelectualización y la proyección. A 
estos mecanismos de defensa antes se les llamaba intra- 
psíquicos, todos estos recursos tramposos pero eficaces que 
la mente humana tiene para aliviar la angustia nonógena 
(que se engendra dentro de la mente de un sujeto sin un ori­
gen real o conocido), ya sea la angustia existencial o la an­
gustia que producen en el ser humano los actos de mal juicio 
o los actos aberrantes, tanto los que el sujeto comete como 
los que lo han hecho víctima de alguna u otra manera. Po­
50
dríamos decir que la mente humana tiene que sufrir un proce­
so para tratar de lograr que se haga aceptable para el sujeto lo 
que es inaceptable. En estas trampas de los mecanismos de 
defensa, como todo en psiquiatría, hablamos de funcionalidad 
y de disfuncionalidad. Esto quiere decir que el recurso de la 
negación, por ejemplo, nos sirve durante un tiempo llegando 
a ser funcional en algunos casos como en el duelo, “no puede 
ser que haya pasado esto”, o cuando un miembro de la pareja 
dice: “Ya no te quiero, no quiero vivir contigo porque amo a 
otra persona”, después de la sorpresa viene la negación y la 
persona se dice cosas como: “No es cierto, no puede ser, esto 
no me está pasando a mí. Debe estar confundido, o segura­
mente está deslumbrado por otra persona que debe ser una 
lagartona o un Don Juan, no es posible que tantos años de 
matrimonio los tire a la basura, no se da cuenta de lo que está 
haciendo, está confundiendo el sexo con el amor, pero no 
puede ser” .
Esto funciona un tiempo, como puede funcionar a una niña 
víctima de abuso sexual por parte del padre o el hermano, y 
que diga: “No es malo, yo sé que mi papá me quiere, algo 
debe estar sucediendo para que él esté haciéndome lo que me 
hace”, o el mismo pariente puede decirle: “Lo que quiero es 
enseñarte lo que es el amor y la sexualidad para que ‘cuando 
tú salgas a la vida’ sepas defenderte de lo que los hombres te 
van a querer hacer, mejor lo aprendes conmigo y así ya no 
te van a hacer daño”. La niña hace como que lo cree, necesita 
racionalizar o intelectualizar lo que lo están diciendo para 
negar la naturaleza ofensiva del abuso sexual o incesto. Esto 
le resulta funcional quizá durante años, le sirve para vivir 
tranquila. Pero cuando esa misma niña, o en el caso del hom­
bre o la mujer que sufrieron el abandono de su pareja, regre­
san a la realidad y dejan de usar mecanismos de defensa, el 
recuerdo de ese daño o dolor hace que el mecanismo de
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defensa ya sea disfuncional. Cuando se cobra conciencia de 
esto, para sobrevivir a ese dolor, el individuo empieza a in­
ventar el autoengaño, es decir, empieza a mentirse a sí mis­
mo, ya no es un mecanismo de defensa del subconsciente por 
que ya se dio cuenta de que eso que le sucedió se llama inces­
to, que el familiar que acariciaba a la niña no le estaba de­
mostrando su cariño, no, “esos cabrones eran unos ofensores 
que me hicieron daño y ahora que yo estoy enfrentándome a 
mi sexualidad con mi pareja, y resulta que padezco de una 
disfunción severa por que tengo fobia a la relación sexual, no 
sé qué hacer. Ya estoy consciente” , y ahí es donde empieza el 
autoengaño.
Solamente las personas que se autoengañan empiezan a 
vivir en la fantasía y en el mito, es por esto que después, 
cuando tienen que interactuar con otros, se ven en la necesi­
dad de mentir acerca de sí mismas. Esta mentira constante 
para interactuar como si se fuera una persona sana que no 
tiene un pasado doloroso, muchas veces hace que estos suje­
tos se lleguen a creer ya conscientemente sus mentiras dando 
origen a la mitomanía (la manía de mentir creyéndose las 
cosas para seguir viviendo en medio de fantasías). Podría­
mos afirmar que es tanto el dolor que se tiene cuando se ha 
cobrado conciencia de los años en los que se ha vivido con el 
mecanismo de defensa, que la persona no encuentra otra sali­
da más que la negación.
La mentira no es un mecanismo de defensa inconsciente, la 
mentira es un acto consciente para seguir viviendo sin resolver 
absolutamente nada. Es por esto que la recuperación siempre 
se inicia con la aceptación del problema. Por ejemplo, en los 
grupos de Neuróticos Anónimos se dice: “Acepto mi derrota 
ante las emociones y que mi vida ha llegado a ser ingoberna­
ble” , o en el caso de los Alcohólicos: “Acepto mi derrota ante 
el alcohol”. Se está dando el primer paso para la recuperación.
52
Es importante hacer hincapié en la palabra recuperación 
porque no estamos cambiando a nadie, vamos a tratar de que 
recupere lo que era verazmente antes del duelo o daño que pri­
mero le causó el mecanismo de defensa y luego la mentira.
Llama la atención la cantidad de personas que llaman al 
programa de radio y estando en vivo, aunque anónimamente, 
dicen muchas mentiras. Cuando se miente en público, ya sea 
a través de la radio o en una terapia de grupo frente a sus 
compañeros, está diciendo lo que hasta ese momento creía 
conscientemente que era su verdad. Sin embargo el hecho de 
exponer a otros lo que siente o lo que cree que le pasa, ya es 
un acto que inicia el proceso de aceptación. Al hablar frente a 
otros que ya han vivido anteriormente esa experiencia, se ve 
obligado a intentar decir la verdad; esto porque, como se dice, 
“entre gitanos no se puede decir la buenaventura”. En un grupo 
de alcohólicos anónimos no se puede parar un individuo frente 
a los demás y decir que él es un santo, que empezó a beber 
porque su papá no lo quería. Tiene que subir a decir la verda­
dera naturaleza de sus actos y lo que él considera que es el 
origen de esos actos aberrantes o de mal gusto.
En el caso de la radio, la persona sabe que la están escu­
chando dos profesionales y además la escucha un público 
que puede ser sumamente numeroso, mucho más de lo que 
los radioescuchas suponen, y se está exhibiendo mintiendo 
rudamente, incurriendo en error tras error, con incongruen­
cias y contradicciones, como una forma de hacer evidente su 
incapacidad para asumir la realidad. De hecho es como decir: 
“Miren cuántas pendejadas estoy diciendo, no caigan en mi 
trampa como han caído otros pendejos, ¡sacúdanme! para que 
entonces yo pueda decir la verdad”.
Hay una circunstancia muy curiosa. En los años que lleva­
mos haciendo los programas de radio, hemos confrontado una 
gran cantidad de personas que mienten al compartir con no­
53
sotros su testimonio y nunca ha habido alguien que cuelgue 
el teléfono cuando yo lo cuestiono, es como si quisiera que se 
le siguiera cuestionando para confrontarlo; con su mentira. 
De hecho, cuando descubro la mentira, intencionalmente 
empiezo a cuestionar al radioescucha porque es una técnica 
terapéutica en la que se trata de poner en evidencia el aquí y 
el ahora. Lo que la persona está haciendo es implorar ayuda 
diciendo mentiras.
Cuando llama una persona diciendo que se quiere suicidar 
y nos damos cuenta de que es una actitud histriónica, es claro 
que no está pidiendo ayuda para que vayamos a bajarla de un 
balcón o le quitemos las pastillas que tiene en su mesa de 
noche. Está llamando para otra cosa, pero tiene que usar un 
recurso yen muchas ocasiones, especialmente en la radio, 
el recurso es victimizarse, colocarse en el papel de víctima y 
mentirse acerca de la realidad, como en el caso de los niños o 
niñas de los que abusaron y ahora son adultos. Yo insisto en 
que tuvo que haber patología, no permisividad, no compla­
cencia, sino una patología previa para permitir la ofensa y 
después quedarse callado. En muchas ocasiones la gran cul­
pa que los obliga a mentir es precisamente el silencio en el 
que permaneció la ofensa. Muchas muchachas que han teni­
do relaciones con el novio y temen ser descubiertas dicen 
algo que es verdaderamente estúpido: “Es que estuvimos en 
una fiesta y me dieron algo en el refresco y no me di cuenta 
de que me violaron” . Eso no es cierto, han intentado decir 
que se les daba algún estimulante como el clorhidrato de 
hirodintina, que es un estimulante especial para las vacas en 
celo y lo han usado algunos urólogos que saben de penes 
pero que no saben de sexualidad humana, y perdieron el con­
trol sobre su erotismo o su libido y tuvieron que abandonarse 
al efecto del medicamento y entregarse a los brazos de su 
pareja. Esto tampoco es cierto, no puede pasar aunque se
54
incremente el deseo sexual de una persona tomando esta sus­
tancia, prevalece el elemento consciente que decide si abre 
las piernas o no, el músculo más poderoso de la mujer es el 
sartori, que le permite enredar las piernas de modo que no se 
las abre nadie. Quienes dicen que les dieron una pastilla para 
dormir y entonces no se dieron cuenta que pasó ni quién fue, 
en el 99.99% de los casos no es cierto. Cuando llaman para 
decir estas mentiras, en realidad están diciendo que tuvieron 
relaciones sexuales y no saben qué hacer porque están em­
barazadas.
El ser humano, por multitud de situaciones culturales en 
las que además interviene el terrible miedo a enfrentar el cas­
tigo, o de simplemente enfrentar la realidad como castigo, 
tiene que hacerse a un lado y vivir en la irrealidad, tiene que 
mentir. Aunque hay grados diferentes de conciencia al men­
tir, como por ejemplo en el político que ofrece democracia y 
es un represor, aquí estamos hablando de otro tipo de menti­
ra; ésta es deliberada.
L a m e n t i r a a l m é d i c o
Los médicos desgraciadamente no contamos más que con la 
sinceridad del paciente. Mentir al psicólogo es lo mismo que 
decirle a un médico general que a uno le duele la garganta 
cuando lo que le duele es el estómago. No se puede hacer un 
diagnóstico con una información distorsionada.
Muchas personas se acostumbran a mentir en su hogar con 
el fin de conseguir atención o conmiseración y hasta se mien­
ten a sí mismas. Esta costumbre se vuelve hábito y uno puede 
detectar que llegan al consultorio no en busca de curación 
sino más bien buscando conmiseración, afecto o peor aún, 
una confirmación del papel de víctima que han elegido jugar.
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Solamente una personalidad histérica, un trastorno histrió- 
nico de la personalidad puede hacer estas cosas. Insisto en 
que esto se detecta fácilmente porque el paciente cae en cons­
tantes contradicciones siempre que está tratando de justifi­
carse.
En estos casos, el primer paso debe ser confrontar la men­
tira, pues mientras un paciente mienta tanto a los demás como 
a sí mismo, no va a poder solucionar nada.
Un ejemplo muy claro se ve hoy en día en los supuestos 
“embarazos no deseados”, que con la abundancia de infor­
mación que actualmente tenemos en los medios, sería casi 
imposible que sucediera. La realidad es que muchas mujeres 
lo provocan o dejan que suceda porque creen que con eso van 
a atraer a su pareja y en cierto sentido a manipularla, y digo 
creen porque en la mayoría de los casos se trata de una situa­
ción que afecta más a la relación de lo que la beneficia.
Mientras una persona con este tipo de trastorno no acuda a 
un tratamiento de por vida, como puede ser un grupo de 
Neuróticos Anónimos, seguirá chantajeando a quien se deje.
C a r t a a l p r o g r a m a d e r a d i o K e l l y , L a m m o g l i a 
y l a F a m il ia
“ESTRELLA”
Estimado doctor:
Me da muchísima pena exponerle mi caso, pero de verdad 
me siento muy mal mentalmente.
Hace 12 años conocí al que actualmente es mi esposo, tene­
mos 10 de casados. Yo tengo un hijo de 20 años al que mi espo­
so quiere y trata como si fuera propio, mismo motivo por el cual 
mi suegra y mi cuñada nunca me han aceptado. Por diferentes
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razones, las cuatro veces que me embaracé de mi esposo, éstos 
no se lograron.
Antes de casarnos él me dijo también que tenía un hijo, al 
cual yo conocía como su hermano menor, ya que está registrado 
como tal.
Aproximadamente dos años después de casados, al ver el tra­
to que me daba su familia, especialmente su hermana, empecé a 
sospechar cosas muy desagradables por parte de su hermana 
que yo misma no podía creer, hasta que descubrí por mi parte la 
verdad. Mi esposo no pudo ya seguir ocultándome la verdad y 
terminó confesándome que su hijo era de él y de su hermana, 
que él estaba muy chico cuando esto sucedió.
Actualmente los dos tenemos 39 años pues somos de la mis­
ma edad, su hermana tiene 44 años y a la fecha permanece sol­
tera, y el muchacho tiene 23 años.
Siempre he recibido las ofensas de su mamá como de su her­
mana, me tachan de tal por cual por el hecho de que yo ya era 
divorciada cuando lo conocí. Si para ellas soy todo lo que di­
cen, ¿cómo las puedo llamar yo a ellas?, ¿o no lo cree? Sobre 
todo no puedo comprender cómo mi suegra no lo dejaba llevar 
muchachas a su casa y cuando esto sucedía las corría lo mismo 
que a mí, pero aun así me casé con él pues lo quería mucho.
Ahora, le he pedido a mi esposo que elija entre ellas o yo, me 
dice que a mí pero todavía tienen mucha influencia en él.
Pues bien, no habiendo yo superado del todo esa verdad, hace 
tres años mi esposo empezó a tener todo tipo de relaciones con 
una secretaria de donde trabajaba, de 20 años de edad. Yo me 
enteré de esto casi un año después por él mismo. Cuando me lo 
confesó me dijo que esta persona estaba embarazada, ¿se ima­
gina lo que sentí al enterarme que otra estaba esperando un hijo?, 
¿algo que yo no pude darle? Me sentí muy decepcionada de él 
porque me falló, tanto luchar y padecer junto a él por nuestro 
matrimonio.
Ahora sé que sí rompió con esa relación desde que me lo 
confesó, ya que posteriormente ella se casó con el verdadero
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padre de su hijo, pues nada más le hizo creer que era de mi 
esposo sin ser verdad, pero el dolor que sentí es difícil de 
olvidar.
No sé cómo mi suegra se enteró de esto pero por mi esposo 
no fue, está muy insistente en que me deje y en que reconozca a 
ese niño y que lo quiere conocer pese a que no es de él.
A pesar de que él se muestra verdaderamente arrepentido, yo 
ya no tengo confianza ni siento por él lo mismo. Tengo mucha 
tristeza, pues además fui hija golpeada por parte de mi padre.
La muchacha me sigue insultando por teléfono tanto a mi 
casa como a mi trabajo. La verdad me siento impotente ante 
mi vida por lo que le pido ayuda por favor.
Doctor, me gustaría que pasara al aire tal y como escribí, pero 
su respuesta dirigiéndose a mi como ESTRELLA
De antemano muchas, pero muchas gracias.
58
2. El agresor sexual
La mayoría de los padres que cuidan a sus hijos se sienten 
seguros cuando éstos se encuentran en compañía de una perso­
na a la que califican de alguna de estas formas: “confiable”, “en­
cantador”, “familiar”, “muy conocido”, “pariente”, “impeca­
ble , religioso”, “bondadoso”, etc. Sin embargo, la realidad 
es que en casi todos los casos de abuso sexual en la infancia, 
el agresor tenía una o más de estas etiquetas. La mayoría de 
los casos ocurren dentro del hogar,
Es donde uno ha puesto estos calificativos es donde hay 
que tener más cuidado y muy especialmente donde exista un 
niño o niña con las características que veremos en el siguien­
te capítulo.
Veamos una de las secuencias más comunes de cómo suele 
ocurrir esto:
C o m p o r t a m ie

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