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The-Big-Van-Theory-Si-Tu-Me-Dices-Gen-Lo-Dejo-Todo

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Si tú me dices gen lo dejo todo 
The Big Van theory
Queremos dedicar este libro a todos esos profesores y científicos que aman la ciencia y aman
contarla.
A los que se divierten con la física, a los que hacen reír con las matemáticas, a los que
emocionan con la química, a los que despiertan el entusiasmo por la biología, por la
geología... Algunos de nuestros profesores fueron así y otros fueron un verdadero desastre,
¡qué le vamos a hacer! Pese a todo, en nuestro interior creció el amor por la ciencia y por eso
estamos aquí, porque despertaron en nosotros esta chispa. Ojalá haya siempre gente como
vosotros.
 
AGRADECIMIENTOS
Este grupo y este libro no hubieran sido posibles sin la ayuda y el apoyo de
mucha gente a la que queremos dar las gracias.
Muchas gracias a la gente de FameLab, ese concurso de monólogos
científicos en el que nos conocimos, y en particular a sus organizadores en España:
la FECYT y el British Council. Gracias a Nuno, el dueño del bar El Viajero, que fue
el primero que nos prestó un escenario para actuar y que incluso nos pagó por ello
durante el incomparable marco del Frikoño (festival friki de Logroño).
Muchas gracias a las decenas de bares, teatros, picaderos, museos de ciencia,
aceleradores de partículas, centros de enseñanza, albergues y otros lugares más
insospechados en los que hemos tenido el privilegio de actuar desde que
comenzamos en el año 2013.
Muchísimas gracias a todo el público que se ha reído con nosotros, que nos
ha aplaudido, preguntado, animado y abrazado por todos lados, y que incluso nos
siguen en las redes sociales.
Gracias por supuesto a todos los que nos han prestado una cama, un sofá, la
casa entera, su frigo, el coche y todo lo que nos ha hecho falta para esos viajes
farandulero-científicos.
Gracias, gracias, gracias a nuestras familias y parejas, que se han privado de
nuestra magnífica presencia y exquisita compañía, permitiendo que este proyecto
se hiciera realidad (algunos incluso han ido a vernos actuar).
Y gracias a Yoda, a Lobezno y al Dr. Spock, porque cada día sobre el
escenario sentimos la fuerza de su aliento y son un ejemplo para nuestras vidas.
 
UN PRÓLOGO
 PERSONAS MUY INTERESANTES
Empiezo mi alegato a favor de este libro declarándome, desde el primer
momento, un entusiasta de los monólogos científicos, y no por una, sino por dos
razones. La primera de ellas es porque aprendo mucho con ellos y la segunda…
también porque aprendo mucho (pero cosas diferentes).
Esta podría ser, ojalá, una buena manera de empezar un monólogo, porque
de lo que se trata es de captar la atención del oyente desde la primera palabra. En
un monólogo, cualquiera, pasa como con los relatos cortos o los cuentos: que el
espacio/tiempo está muy limitado. Por eso no puede sobrar ni faltar ninguna
palabra, lo que obliga a afinar al máximo. Es como construir una máquina perfecta,
un mecanismo de relojería que tiene que funcionar con precisión sin que se noten
los engranajes, con absoluta naturalidad, en el tiempo justo.
Si a eso se añade que las teorías y leyes científicas no tienen precisamente
reputación de ser divertidas ni simples, es fácil entender la dificultad del empeño.
Claro que no se trata, a mi modesto entender, de contar anécdotas para divertir al
espectador. Ese es el «truco» de muchos que se proclaman divulgadores científicos:
pretenden hacer divertida la ciencia, ya que según ellos los científicos somos
responsables de que a mucha gente le parezca aburrida. El problema es que, a
menudo, después de una lección de «ciencia divertida» nadie ha aprendido nada.
El público solo ha pasado el rato, pero «no se siente más inteligente».
Y es que el error consiste, precisamente, en pretender que la ciencia divierta,
porque su aspiración es otra. A lo que aspira es a interesar. Por otro lado, los
científicos querríamos resultar interesantes, algo que, bien mirado, no es un mal
plan a la hora de construirse una personalidad, se sea científico o no: la de persona
interesante.
La inteligencia nos vuelve, claro, más interesantes y el mejor indicador de
ello es un fino, brillante, a veces sarcástico, siempre elegante, sentido del humor.
Ese que nos hace cosquillas en las neuronas.
Con estos monólogos que vas a leer a continuación, yo he aprendido a
explicar la ciencia. Soy profesor y mis clases tienen, necesariamente, un importante
componente de monólogo. A fin de cuentas se supone que el que sabe de la
materia es el maestro, o por lo menos que se la ha preparado. Evidentemente, en
una clase caben las interpelaciones de los alumnos, las preguntas en los dos
sentidos y los diálogos en todas las direcciones.
Pongamos entonces otro ejemplo mejor de monólogo: las conferencias. Doy
muchas y esas sí que son funciones de teatro con un solo actor. Hasta que no
termina, no interviene el público, si es que hay un posterior turno de preguntas.
Pero incluso mientras la audiencia está en silencio, participa en la
conferencia de un modo sutil y misterioso. Y es que estoy convencido de que la
charla se da a medias entre el conferenciante y el público. Tiene que haber una
comunión entre ambos agentes, un feedback, una retroalimentación, para que la
función funcione. Es curioso, pero uno se da cuenta enseguida de si va a ver o no
esa comunicación. Los monologuistas seguro que lo notan también. No hace
mucho el maestro Rafael Frühbeck de Burgos, gran director de orquesta fallecido
este mismo año, me decía que él notaba si se daba o no la colaboración del público
en un concierto… ¡y eso que actuaba de espaldas a los espectadores!
La segunda razón por la que me han enseñado tanto estos monólogos es
porque soy un ignorante, como buen científico. Mucha gente se sorprende de que
necesitemos de la buena divulgación, como cualquier otra persona. Pero es que la
ciencia es muy amplia y uno no puede saber de física de partículas y de anfibios de
Indonesia. Por eso necesitamos que otros científicos expliquen sus descubrimientos
de una manera asequible y rápida.
En la ciencia moderna, además, la especialización es cada día más alta.
Seguramente ya conoce el lector lo que se dice de un superespecialista científico:
que es un investigador que, a fuerza de querer saber cada vez más cosas sobre algo
cada vez más pequeño, termina por saberlo todo sobre nada. Para que no caigamos
en esa patología, una buena medicina son los monólogos que vienen a
continuación. Están escritos por personas interesantes, científicos inteligentes. Se
nota en su sentido del humor. Después de leerlos vosotros también os vais a sentir,
ya lo veréis, un poco más inteligentes. Os lo prometo.
JUAN LUIS ARSUAGA
 
OTRO PRÓLOGO
 LA RISA, ESA REACCIÓN QUÍMICA
Se cuenta que en una reunión social, Einstein coincidió con el actor Charles
Chaplin. En el transcurso de la conversación, Einstein le dijo a Chaplin:
—Lo que he admirado siempre de usted es que su arte es universal; todo el
mundo le comprende y le admira.
A lo que Chaplin respondió:
—Lo suyo es mucho más digno de respeto: todo el mundo lo admira y
prácticamente nadie lo comprende.
Al final, derribar los muros que rodean el hacer accesible el conocimiento ha
sido una de las grandes barreras que la ciencia ha querido siempre superar para
poder encender esa llama interior que todos llevamos dentro, que se llama
curiosidad.
Y eso es algo que, cual teorema que lleva años tratando de ser resuelto, The
Big Van Theory (TBVT) está empezando a demostrar que es posible; y además,
provocando una de las reacciones químicas más fuertes que suceden en nuestro
cuerpo y golpean nuestro cerebro: la risa.
Algunas de las sustancias que se liberan tras la risa que provoca el humor
inteligente de TBVT son las culpables de la pérdida del sentido del ridículo para
lanzar conjeturas al aire en el metro, de aceptar siempre las cosas sin preguntarte
por qué ydemás malformaciones propias del pensamiento alineado; así que piensa
que, si lees este libro, estás ayudando a que la ciencia vaya siempre un paso por
delante de los que tratan de hacernos pensar como siempre.
Creo que invertir en ciencia es invertir en economía. Si tenéis alguna duda,
preguntad a Walter White de Breaking Bad.
FLIPY
 
PRESENTACIÓN
 FRIKIS DEL MUNDO: ¡ESTAMOS CON VOSOTROS!
Los que firmamos este libro, los miembros de The Big Van Theory, somos
científicos, de distintas ramas de la ciencia, pero científicos. Durante el último año
hemos estado recorriendo escenarios de todo tipo por toda España y algunos otros
países, haciendo un espectáculo de monólogos científicos en el que tratamos de
explicar de una forma amena algunos de los hermosos «secretos» de la ciencia. La
acogida del público ha sido generosa y abrumadora, así que nos hemos decidido a
plasmar nuestros monólogos y algo de la ciencia que tienen detrás en este libro.
Nosotros creemos que la ciencia puede explicarse de una manera divertida,
sin perder rigor y tratando de despertar la curiosidad. El éxito de los cientos de
actuaciones que hemos hecho y la respuesta de los espectadores nos reafirman en
este convencimiento, y por eso nos hemos animado a escribir estas páginas.
¿Es posible un libro en el que haya ciencia y humor? Es más: ¿es posible que
esto lo hagan unos científicos? En una noticia aparecida en el periódico dijeron
sobre nosotros que los científicos somos «esos seres despistados, caóticos y
atribulados, que viven encerrados en sus laboratorios rodeados de ecuaciones y
probetas ajenos a los problemas de los demás». Y nosotros no podemos estar más
en desacuerdo con tal descripción. ¡Se han quedado muy cortos! Nosotros, además
de eso, somos unos frikis. Y bueno, si tú estás leyendo un libro sobre monólogos
científicos... pues qué quieres que te diga, algo friki tienes que ser también, y
probablemente seas o hayas sido un empollón. Este es el primer mensaje para todos
nuestros lectores: «Frikis y empollones del mundo, ¡estamos con vosotros!».
No tiene nada de malo, al contrario, es para estar orgulloso de ello. No tiene
nada de malo saberse los nombres e identidades secretas de los X-men y los
Vengadores y no tener ni idea de quién es el portero titular del Real Madrid (que
en el momento de escribir estas líneas no te creas que lo tiene muy claro nadie). No
tiene nada de malo saberse el número atómico del boro y no tener ni idea de qué es
eso del «gintonic» del que habla tanta gente. No señor, no tiene nada de malo. Eso
sí, si has sido empollón en el instituto, lo sabrás: las tías ni te miran. Pero no te
preocupes, que no eres tú, son ellas, ¡todas! Aquí nos hemos referido a los tíos
frikis, pero también hay tías frikis, claro. También están fuera de tu alcance, así que
cuanto antes te olvides, más tiempo tendrás para empollar y jugar al Minecraft, que
es lo que mola.
Si tú me dices gen lo dejo todo está escrito por científicos. No somos
monologuistas, ni escritores, ni somos graciosos, vaya. Así que, si en estas páginas
encuentras algo, cualquier cosa, pensado con la intención, aunque te parezca
remota, de hacer reír, pues tú te ríes, te haga gracia o no. Ya sabes que en nuestro
tiempo la sinceridad está sobrevalorada. Además, lo de reírse no tiene más que
ventajas, ya que la risa genera endorfinas, encefalinas y potencia el vigor sexual,
que es algo que nosotros ni usamos, pero a lo mejor tú sí, y de eso siempre
conviene acumular. Además, lo que hacemos nosotros en todo caso es humor
inteligente, o sea, que si no te ríes parece que no lo has pillado… y te viene esa voz
interior, que los frikis sabemos que es Obi-Wan-Kenobi, diciendo: «Pero ríete,
tontaina, que si no parece que no te has enterado».
Para nosotros también es fenomenal si te ríes, porque de alguna forma lo
sabremos, y si no te ríes, nos ponemos flojitos, que nosotros los científicos no
sabemos gestionar los sentimientos ni tenemos inteligencia emocional. En realidad,
los únicos científicos españoles que tienen inteligencia emocional son los que
entrevista Punset, y a nosotros no nos ha entrevistado, así que no tenemos
inteligencia emocional. Pásatelo bien con nuestros monólogos, que entonces nos
sentiremos mejor.
Solo una advertencia antes de que empieces a leer. Sabemos que tienes el
móvil al lado. No lo apagues, mantenlo encendido (en silencio eso sí, para que no
te distraiga). Y úsalo si quieres para comunicarte con nosotros: alguna pregunta,
alguna curiosidad, lo que sea... Puedes utilizar el móvil «en tiempo real» a través
de Twitter, que nosotros te responderemos lo antes y mejor que podamos. Con la
etiqueta #TBVTlibro te puedes poner en contacto con nosotros.
Y nada más, esperamos que estés sentado cómodamente, que tengas una
buena provisión de Cheetos junto a ti y... ¡que lo disfrutes!
 
 
¿HAY ALGUIEN AHÍ FUERA?
¿Estamos solos en el ? .
Seguramente . Esa es la opinión generalizada de la comunidad
científica, porque el Universo es tan sumamente grande que las probabilidades de
que se hayan dado las condiciones adecuadas para que se desarrolle vida en otros
sitios aparte de nuestro planeta son muy altas. Pero, desgraciadamente, también es
prácticamente seguro que en nuestro entorno cercano, en nuestro propio Sistema
Solar, no se va a encontrar vida jamás. Vale, vale, ya sé lo que el lector estará
pensando: «¡Eh, eh! Un momento, que yo he leído que hay ciertos candidatos como
Marte, un par de satélites de Saturno llamados Titán y Encélado, u otro de Júpiter,
Europa, que podrían presentar evidencias de vida microbiana». Vida microbiana…
Pero ¿los microbios existen de verdad? Dicen que sí, pero… ¿quién lo dice?: los
microbiólogos. Claro, qué van a decir, si viven de eso. Está la cosa como para pedir
financiación para proyectos sobre cosas que no existen. Y además no solo dicen que
existen, sino que hay un montón, millones y millones en una sola gota de agua,
pero no se ven porque son muy pequeños. Que digo yo, que por muy pequeños
que sean, si hay tantísimos, algo debería verse, como una especie de Nocilla
microbiana, o algo así, ¿no? Pero bueno, como todos somos científicos, no es
cuestión de tirarnos piedras sobre nuestro propio tejado, así que los microbiólogos
y los astrofísicos hemos llegado a un acuerdo tácito: nosotros decimos que los
microbios existen y ellos dicen que la materia oscura también.
Pero, aun admitiendo que existen, ¿qué hace exactamente un ?
 
Si son tantos, lo que deberían hacer es una fiesta. La idea parece buena, pero
si te pones a pensarlo un poco no lo es tanto, porque los microbios no tienen pies
para bailar. Pseudópodos, como mucho. No tienen oídos para escuchar música, no
tienen boca para charlar… ¡Bueno, es que para reproducirse ni siquiera follan, sino
que se dividen! Y eso los microbios normales, que hay algunos que, cuando las
condiciones son adversas, entran en estado de vida latente. Total, un rollo. O dicho
de otra forma: esto… no es vida. ¡Como queríamos demostrar! ¡Ser microbio NO es
vida! Así que, señores de la NASA, señores de la Agencia Espacial Europea, no
sigan mandando sondas carísimas a Marte, a Titán, a Encélado, a los planetas de
aquí cerca, que ya se lo digo yo: NO HAY VIDA en el Sistema Solar. Para encontrar
vida de verdad, de la chula, vida como en el planeta de Superman, en el que eran
todos fuertes y guapos, o por lo menos como en el planeta donde vivía Yoda, que
había bichos que se arrastraban por los pantanos, para eso hay que irse mucho más
lejos, a los exoplanetas. Vaya palabra chula, ¿eh? . Y si le pones
una «S» delante, ya no digamos (búscalo en Google si no me crees). Si yo fuera
planeta, a mí me gustaría ser eso: un exoplaneta. Pero no, seguro que con la suerte
que tengo, si fuera planeta me tocaría ser como Plutón, que hace unos años lo
rebajaron de categoría,de planeta en toda regla a planeta enano. Desde entonces lo
pasa fatal en el colegio, todos los demás se burlan de él. «¡Planeta enano!, ¡planeta
enano!». Los planetas pueden ser muy crueles. Pero volvamos a los exoplanetas. Es
verdad, el nombre mola, pero es lo único, porque en realidad los exoplanetas no
son más que planetas normales, pero que orbitan en torno a otras estrellas.
Nosotros, en el Instituto de Astrofísica de Andalucía, que es una institución
internacionalmente reconocida por tener uno de los logos más feos del mundo
científico, estamos diseñando un instrumento para buscar exoplanetas, un
instrumento muy chulo que se llama CARMENES. Explicar cómo funciona sería
demasiado largo, así que prefiero centrarme en las dificultades que tenemos que
superar. Aparte de un montón de aspectos tecnológicos que se empeñan en no salir
a la primera, la cuestión de base es que encontrar exoplanetas es muy difícil,
principalmente, por dos razones: el primer problema es que, como ya he dicho, los
exoplanetas giran en torno a otras estrellas que no son el Sol, y esas estrellas están
muy lejos. No, más lejos que muy lejos: están , lejos. Existe en
astrofísica un término técnico para expresar la enorme distancia que nos separa de
las estrellas: se dice que las estrellas están a tomar por culo. Tanto que a veces
perdemos la noción de la distancia.
Tal vez pueda entenderse mejor si partimos de una distancia pequeña, con la
que estemos familiarizados. Como el metro, la unidad de medida con la que nos
apañamos aquí, en la Tierra. El metro se ha definido a lo largo de la historia de
muchas formas, como por ejemplo: «La diezmillonésima parte de la distancia que
va desde el polo terrestre al ecuador». Luego se pensó que esa definición era muy
enrevesada y se adoptó esta otra: «Un metro es igual a 1.650.763,73 veces la
longitud de onda en el vacío de la radiación naranja del átomo de criptón 86». Y
que luego digan que la física es complicada. Actualmente, sin embargo, la
definición más precisa para el metro es: «La distancia entre el sobaco derecho y el
dedo pulgar izquierdo de un ingeniero electrónico de tamaño estándar». ¿Por qué?
Pues porque así es como los electrónicos medimos los cables: un metro, dos
metros… Pero claro, para distancias más grandes no nos sirven los metros, ni
siquiera los kilómetros, sino que tenemos que usar el año-luz, que a todo el mundo
le suena gracias a películas basadas en hechos reales como Star Trek o La guerra de
las galaxias. Un año-luz, como su propio nombre indica, es la distancia que recorre
la luz en un año. Sí, su propio nombre nos da una pista, pero poca gente se ha
puesto a pensar cuánto es eso. La luz viaja nada más y nada menos que a 300.000
kilómetros por segundo, lo cual quiere decir que en solo tres segundos recorre
aproximadamente… ¡mil millones de metros! ¡Veinticinco vueltas a la Tierra!:
 
¡Dios mío! ¡Eso en tres segundos! Así que en una hora, sería
aproximadamente mil veces más:
 m
Y en cuatro días, que son más o menos cien horas:
 m
Y en un año, que es aproximadamente cien veces cuatro días, unas cien veces
más:
 m
Así que todos estos metros son un año luz. Pero ni siquiera las estrellas más
próximas están a un solo año luz. Alfa Centauri es la más cercana y está a cuatro
años luz y pico. Para redondear vamos a fijarnos en Sirio, la estrella más luminosa
del cielo, que es también una de las más cercanas. Sirio está situada a unos diez
años luz de nosotros, así que tendríamos que añadir un cero más:
 m
Un número grande, ¿eh? Claro que no sé si es normal o es que yo soy un
poco raro, pero a mí una distancia, por muy grande que sea, si está en metros no
me impresiona, porque un metro es una unidad muy pequeña, la distancia de un
sobaco a un dedo. Esto es como los microbios: muchos x muy chicos = no se ven.
Así que mejor los ponemos en kilómetros, que un día salí a correr y cuando llevaba
tres iba a echar los pulmones por la boca. ¡Eso sí es una unidad en condiciones! Y
así, aunque haya que quitarle tres ceros, la distancia a las estrellas impresiona
mucho más:
 km
Viendo este número, uno empieza a darse cuenta de las dificultades que
tiene esto de buscar exoplanetas. Pero al principio decía que nos encontrábamos
con dos problemas. Y es que a la dificultad de la distancia se le une otra: que los
planetas… ¡no se ven! ¡Porque no emiten luz! Sí, lo sé, ahora mismo el lector estará
pensando algo como: «¡Estos científicos están locos! Pero ¿cómo van a encontrar
algo que está tan lejos y que además no se ve? ¿Qué están haciendo con mi
dinero?». La respuesta a esta pregunta es lo que se llaman métodos indirectos. Si
no podemos ver los planetas, tenemos que estudiar los efectos que causan en la luz
de la estrella en torno a la que giran, que sí podemos ver. Y es que cuando
pensamos en un planeta orbitando en torno a una estrella, nos imaginamos a esta
última quieta y al planeta dando vueltas, pero la realidad no es esa. Ambos,
estrella y planeta, orbitan en torno al centro de masas del sistema, así que la estrella
también se mueve. Mucho menos, pero lo suficiente como para detectar ese
mínimo desplazamiento usando instrumentos muy precisos, como CARMENES.
Así que estudiando cómo varía la luz de la estrella podemos calcular cómo se está
moviendo esta y de ahí concluir si ese movimiento se debe a que haya uno o varios
planetas dando vueltas en torno a ella, e incluso calcular sus principales
características.
Un último dato sorprendente: CARMENES nos va a permitir detectar la
velocidad de una estrella situada a la alucinante distancia que hemos visto más
arriba con una precisión de ¡un metro por segundo! Más o menos, la velocidad a la
que camina un jubilado por un parque. Impresionante, ¿verdad? Bien, pues
CARMENES operará en el telescopio de 3,5 metros de diámetro que hay en el
Observatorio de Calar Alto, en Almería, y empezará a buscar planetas a partir de
finales de 2015. Eso si no nos cierran el observatorio antes, claro. Durante su vida
operativa, que será como mínimo de tres años, CARMENES estudiará unas
trescientas estrellas próximas, la mayoría de las cuales se espera que tengan
sistemas planetarios. Y seguro que entre todos esos sistemas planetarios
encontraremos al menos unas cuantas decenas de lo que en realidad busca
CARMENES: exotierras en la zona de habitabilidad de su estrella. Es decir,
exoplanetas con un tamaño y características parecidos a los de la Tierra y cuya
órbita no esté ni muy cerca ni muy lejos de la estrella, sino a una distancia tal que
permita la existencia de agua líquida, lo cual se considera, a día de hoy, condición
indispensable para la vida. Y cuando digo vida, aquí me refiero tanto a la vida
chula, la que piensa o se arrastra, como a la vida microbiana. Porque los microbios
también tienen su , ¿no? Pues no: de eso tampoco tienen.
 
COMUNÍCATE, COOPERA
 Y EVOLUCIONARÁS
 
Actualmente, es imprescindible para nuestro bienestar. Lo usamos para
cocinar, calentarnos, producir electricidad. Lo tenemos totalmente controlado, en
una cerilla, en un mechero, en la barbacoa de los domingos… En cambio
descubrirlo, utilizarlo y aprender a encenderlo ha sido uno de los grandes hitos del
ser humano. Claro que de nada nos habría servido aprender a encender el fuego si
no hubiésemos sido capaces de transmitirnos ese conocimiento de unos individuos
a otros.
En el África subsahariana, hace un millón ochocientos mil años, vivió el
Homo habilis, un homínido capaz de tallar algunas herramientas de piedra, pero no
lo suficientemente habilidoso como para controlar el fuego. Claro, si uno de estos
monillos se ponía a darle golpes a un pedrusco, porque se lo había visto hacer a su
papá, y de casualidad encendía un fuego, lo tenía muy crudo paraenseñar los
detalles de su descubrimiento a sus compañeros. Qué tipo de piedra utilizar, qué
tipo de golpe dar, qué tipo de hierbajos secos poner debajo. Todo eso es muy difícil
de explicar si lo único que sabes soltar por la boca son unos gritos guturales tipo:
«Uhu, huhu, hu». Si has visto alguna vez Sálvame Deluxe, sabrás a lo que me refiero.
Para controlar el fuego hubieron de pasar un millón de años más y tuvimos que
evolucionar hasta los homínidos achelenses.
 
¿Cómo no he caído en ello antes? Esto es lo que pensé la primera vez que leí
este palabro. A ver, que yo soy de la primera generación ESO, que de monos sé lo
justico que aprendí en el instituto. Te puedes hacer una idea, ¿verdad? Así que me
puse a buscar en la bibliografía. Y descubrí que los homínidos achelenses son una
cultura, un grupo que comparte unas tradiciones, tipo los Latin Kings, pero en
mono. Los achelenses están compuestos principalmente por los Homo ergaster y los
Homo erectus, unos homínidos capaces de utilizar un lenguaje complejo. Estos sí
podían transmitir conceptos complejos a sus compañeros, y hace ochocientos mil
años, en unos valles cercanos al mar Muerto, por primera vez en la historia de la
humanidad, el conocimiento de generar fuego pasaba de generación en generación.
Este gran avance en la comunicación y la cooperación entre homínidos nos
permitió evolucionar como especie. El control del fuego nos ayudó, entre otras
muchas cosas, a alimentarnos mejor, y como consecuencia se redujo nuestro
mentón y aumentó nuestro cerebro.
El problema es que esto anda un poco en desacuerdo con algunas tesis
evolucionistas, en las que se defiende que la competición, la lucha entre especies, es
lo que guía la evolución y la especie más fuerte será la que sobreviva… Pues bien,
los humanos somos la prueba viviente de que la comunicación y la cooperación
son también procesos clave en el camino evolutivo.
Observemos lo más pequeño que tenemos: nuestras células. Nuestras células
son fábricas formadas por , partes especializadas que realizan el trabajo;
las mitocondrias respiran, los cilios, una especie de pelillos, protegen… y todos
estos orgánulos cooperan y se comunican entre ellos. ¿Pero cómo se han formado
nuestras células? ¿Compitiendo? ¡No! Cooperando.
Vayamos al origen. Hace tres mil quinientos millones de años apareció en
nuestro planeta la vida, en forma de bacterias. Desde el primer momento estas
células fueron capaces de comunicarse entre ellas, para así coordinarse y realizar
actividades conjuntas, como la producción y compartición de bienes comunes o la
formación de biofilms. Toda esta cooperación llega a su clímax en un proceso
evolutivo llamado endosimbiosis seriada. Parece complejo, pero en realidad es fácil
de comprender: dos bacterias distintas se unen en una sola, para dar lugar a una
célula más poderosa. Como cuando dos gotas de agua resbalan por un cristal, en
un día de lluvia, y acaban uniéndose en una sola, que baja más rápido, pues algo
así.
Imaginemos una bacteria cualquiera, 
 
Pero no puede hacer muchas cosas, porque no sabe aprovechar el oxígeno
del aire para obtener energía. Cerquita de ella viven otras bacterias. Son muy
pequeñitas, débiles, vulnerables. Pero estas sí son capaces de respirar, de
aprovechar el oxígeno del aire para obtener gran cantidad de energía. Un día, estas
dos bacterias deciden cooperar, la fuerte ofrece protección, la pequeña, energía. ¿Y
cómo lo hacen? Pues la grande se come a la pequeña, que las bacterias son muy
burras. ¡Que ni Hannibal Lecter es tan animal!
Pero la bacteria fuerte no digiere a la pequeña, la adopta en su interior. De
ahí lo de «endo». La bacteria pequeña ahora puede vivir feliz, protegida y con gran
cantidad de alimento. A cambio, la energía que genera a partir del oxígeno la
comparte con su hospedador en una relación de colaboración llamada
 . Se genera así una nueva célula más poderosa, porque tiene un
nuevo orgánulo que le permite obtener más energía. Este proceso se repite en el
tiempo, de manera , de modo que una bacteria pequeñita se convierte en
mitocondria, otras se convierten en los cilios protectores y, paso a paso, se
evoluciona hasta llegar a nuestras células.
Así que desde el mundo microscópico hasta el macroscópico, desde la unión
de bacterias para dar lugar a células más complejas y poderosas hasta la
transmisión entre homínidos de conceptos complejos como encender un fuego, la
comunicación y la cooperación han sido procesos esenciales en la evolución.
Dejémonos, pues, de tanto competir, porque cooperar también es salir adelante.
 
LA PLANTA CUANTO MÁS
 PELUDA, MÁS COJONUDA
 
 
 
¡Uy! ¡Qué cara estarás poniendo! ¿Nadie? Venga, hombre, que si te has
comprado este libro no es por ir de guay, sino porque supongo que te interesa la
ciencia, aunque sea un poquito. Piensa, piensa un poco en lo que te enseñaron en la
escuela. ¿El oso hace la fotosíntesis? ¡No! Porque de hacerla se nos pondría verde,
que la verdad, molaría mucho tener un oso verde para sacarlo a pasear al parque
con los colegas, pero no serviría para nada. Más preguntas: la planta, como el oso,
¿puede ser omnívora? Tampoco. Entonces, vamos a ver, el oso es muy peludo. ¿Y la
planta? ¡No!, dirás convencido. Buf, ¡pues esta vez va a ser que sí!
Conocerás el dicho: «El hombre como el oso, cuanto más peludo, ¡más
hermoso!». Pues para las plantas se podría aplicar algo parecido, tipo: «La planta
cuanto más peluda… más cojonuda». Y es que las plantas tienen pelos, muchos
pelos, y los tienen por todos lados. Los tienen en las hojas, los tallos e incluso en las
flores. Pero quizá no te hayas dado cuenta porque no se ven a simple vista, ya que
suelen ser muy pequeñitos y transparentes. Pero estos pelillos, aun siendo
diminutos y cristalinos, son más complejos que los pelos de los humanos y
animales. Como complejo es su nombre, ya que no se llaman pelillos, sino
 Por lo general los pelos de los animales, y de nosotros los humanos,
sirven como barrera mecánica frente a las adversidades. Por ejemplo para
protegerse del frío; de ahí el dicho popular: 
 O por ejemplo, estos pelillos feos de la nariz (que
no nos gustan a nadie), ¿para qué sirven? Pues sirven para impedir la entrada de
polvo con patógenos y bichitos malos en las fosas nasales y el sistema respiratorio.
Así que, hacedme el favor, metrosexuales que estáis leyendo ahora el libro (que
aunque no os vea sé que sois muchos): ¡no os depiléis! ¡Por Dios y por la Santísima
Virgen de la Epilady! No os quitéis todos los pelos, que 
Pero, en comparación con los animales y nosotros, los tricomas de las plantas
molan mucho más. Porque no solo sirven a las plantas como barrera mecánica
defensiva, sino que son pequeñas fábricas de compuestos raros que sirven para
proteger a las plantas del ataque de los depredadores. Para que lo entiendas mejor,
te pondré un ejemplo.
Imagina (sí, lo siento, este monólogo es de imaginar mucho), imagina, digo,
un objeto verde, alargado, con una parte del cuerpo más ensanchada, y no, no estoy
hablando de una botella de Heineken. Es un ser vivo, un individuo peculiar con
forma de gusano verde, pero microscópico, conocido con el nombre de
Plasmodium Falciparum. Aunque sus amigos (los pocos que tiene) le llaman Falci.
Te imaginarás a Falci bonico, incluso con cara de buen rollo, pero es mejor que no
te fíes de él, porque este personaje es malo, ¡muy malo! Y es que Falci es el
responsable de causar la muerte a más de un millón de personas al año. Sí, sí, como
te lo cuento. Falci es una de las especies de parásitos del género Plasmodium que
causa… El muy pillo usa como
medio de transporte a un tipo de mosquito (Anopheles). Cuando nos pica, dicho
Falci se mete primero en nuestro hígado, donde se reproduce formando miles de
Falcis. Si la enfermedad nose trata o no se pilla a tiempo, la cosa se pone chunga, y
aparte de averiarnos permanentemente el hígado, los Falcis liberados infectan otra
vez a los glóbulos rojos, las células que llevan el oxígeno en la sangre. Y a través de
la sangre los Falcis te arman la zapatiesta total, pueden pasar a otros órganos y
averiarlos también. Y ahí ya no hay nada que hacer, lo que los científicos llamamos
el GOT (Game Over Total): vamos, muerte segura.
Pues bien, el primer compuesto para tratar la malaria que se descubrió hace
siglos fue la quinina.
Y ¿de dónde sale esta ? Pues de dónde va a ser: de las plantas, ¡que
molan mucho! De la corteza de un árbol del piedemonte amazónico que se llama
chinchona y que fue descubierto por los quechuas. ¿Quiénes? Los quechuas, sí, ¡los
quechuas! Ya sabes, ese gran pueblo con nombre de tienda de campaña . Se
usó la quinina durante siglos con muy buenos resultados e incluso se produjo a
gran escala mediante síntesis química. De hecho, cosas que nunca nos
imaginaríamos que tuvieran quinina la tienen, como la tónica, que es agua
carbonatada con quinina, y ya la usaban los colonos británicos en la India para
protegerse de la malaria. Así que ya sabes, si algún día estás en plan
vaguzo, repanchingado tomando a relaxing cup of… gintonic… in the plaza Mayor, y
se acerca el típico amigo pesado, ese que tenemos todos en mente, que siempre
viene en plan negativo, amargado (el que llamas «la voz de mi conciencia»), y dice:
—Amigo mío, este es el cuarto gintonic que llevas esta noche. ¡Por favor, para
ya!
Miradle mal, muy mal, y contestadle:
—Ven aquí, hermoso, que me parece a mí que no sabes nada de la vida. ¿Tú
sabes lo que estoy aprendiendo con este libro? Primero, que el alcohol desinfecta y,
segundo, que la tónica tiene quinina que mata al bicho de la malaria; así que anda,
anda, anda, vete a la barra y me pides otro copazo.
Aunque ya sabes, en época de crisis no todo iban a ser buenas noticias.
Debido al mal uso de la quinina sintética por parte de algunas farmacéuticas y
gobiernos, el parásito de la malaria, nuestro Falci asqueroso, se ha hecho resistente
a ella en muchos sitios del mundo. Y pensarás: «¿A mí qué más me da, si aquí no
hay malaria?». ¡Ay, insolidario! Pues que sepas que debido al cambio climático se
ha estimado que en pocos años la malaria volverá al sur de Europa. ¿Qué me dices
ahora, a que ya te interesa más?
Pero, como las plantas son más listas que el hambre, llegó otra planta
llamada Artemisia annua, que viene del lejano Oriente, de China nada más y nada
menos. El caso es que esta planta se enteró de la noticia de la pérdida de
efectividad de la quinina y, como era muy cotillusca, vamos, muy de lengua larga,
se reunió con sus plantas vecinas y les dijo con la voz cursi que le caracterizaba
(imagínate a la planta con voz de pija, muy, muy pija):
—Jo, tías, ¿os habéis enterado? ¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte! Pues
resulta que la quinina, que es el principio activo que produce nuestra colega la
chinchona, ya no sirve para casi nada. Os lo juro por Arturo, así que me he dicho a
mí misma: «Artemisia, artemisinina, tienes que producir algo guay, algo que mole
mogollón».
Sí, la planta nos salió pija, ¡qué le vamos a hacer! De hecho en el reino
vegetal es conocida como… ¡ ! Planta
pija, pero espabilada, y es que le dio por producir en sus tricomas o pelillos la
sustancia antimalárica que la Organización Mundial de la Salud recomienda
actualmente para tratar la enfermedad. Y la verdad es que está dando resultados
espectaculares. Sí, una plantita muy pija, muy pija… 
 
 
RAYOS CÓSMICOS Y NUEVAS EXCUSAS
En el mundo hay mucho más de lo que vemos a simple vista.
Continuamente están ocurriendo cosas a nuestro alrededor de las que no nos
podemos dar cuenta simplemente porque nuestros cinco sentidos no son lo
suficientemente sensibles para detectarlas. Hay tantas cosas que no podemos llegar
a percibir…
Imagina que tuviésemos el sentido del tacto muchísimo más desarrollado,
imagina que tuviésemos la piel mucho más sensible, ¿qué estaríamos sintiendo
ahora mismo?… Aparte de la caricia del aire y el aprisionamiento de la ropa,
estaríamos sintiendo ¡que no paran de atravesarnos! Resulta que nos están
atravesando continuamente y lo que es aún peor: nos atraviesan por todos lados.
Nota al lector: No te molestes en apretar tus esfínteres porque te penetran
igual.
Se trata de ¡¡¡Radiactividad!!!
¿Pensabas que solo hay radiactividad en las barritas de color verde fluorescente con
las que juega Homer Simpson? ¡No! La radiactividad, como los restaurantes de
hamburguesas MacDoña, es omnipresente, está por todo el planeta, no hay rincón
que se libre. 
Algunas de estas radiaciones que nos atraviesan provienen de materiales
radiactivos que se dan de forma natural en la Tierra. Las otras radiaciones, las que
a mí me interesan, son más exóticas, provienen nada menos que ¡del cosmos! Los
astrofísicos nos referimos a estos «rayos» que vienen del «cosmos» con el
indescifrable nombre científico de «rayos cósmicos». Los rayos cósmicos están
clasificados en física fundamental, en el área de la teoría del modelo estándar de
física de partículas elementales, como partículas del tipo QCEE, que son las siglas
de «qué carajo es esto». Esta clasificación se debe a que los rayos cósmicos son
increíbles. Viajan por el Universo rapidísimo, podrían cruzar la Península Ibérica
en tan solo unos milisegundos. Tanto Ferrari, tanto Ferrari… que se suba Fernando
Alonso a un rayo cósmico si tiene pelotas. Además, los rayos cósmicos también
tienen muchísima energía, tanta que si tu cuerpo estuviese hecho de rayos
cósmicos tendría la energía suficiente para dar electricidad a todo el planeta al
ritmo de consumo actual desde hoy hasta que el Sol se apague. ¡Eso es un cuerpazo
y lo demás son tonterías!
Estos potentísimos rayos cósmicos que llegan a la Tierra se forman muy lejos
de ella. Provienen de lugares especiales donde adquieren esas velocidades y
energías tan elevadas. Los rayos cósmicos nos llegan de… nos llegan de… nos
llegan de… ¡piii! Error de sistema 5027, parity check error. El error de sistema 5027
no significa que los científicos no tengamos ni pajolera idea de dónde llegan estas
monstruosas partículas…
Cuando estos rayos cósmicos de misterioso origen llegan a la Tierra, lo
primero que encuentran es la atmósfera. Por suerte para nosotros, la atmósfera
filtra la mayor parte de ellos, pero algunos ¡consiguen llegar hasta nosotros!
 
 
Llegados a este punto quizá te estás preguntando: «¿Y no nos hacen daño?
¿Y no me hacen pupita? ¿Serán la causa de mi estreñimiento?». No te preocupes, la
cantidad de rayos cósmicos que recibimos en nuestra vida cotidiana no llega a
hacernos daño y a nuestro intestino tampoco.
La cosa cambia a medida que subimos y vamos saliendo de la atmósfera que
nos protege. ¡No me refiero a ponerse de puntillas! Me refiero a subir un poquito
más alto. Cuando vamos en avión volando a 10 kilómetros de altitud (altitud a la
que vuelan los aviones cuando vuelan a 10.000 metros de altitud), recibimos cien
veces más rayos cósmicos que aquí abajo. Estar volando todo el día sería como estar
coqueteando con la de la guadaña. ¡Cuidado si eres de los que están siempre en las
nubes!
Y la cosa se pone aún más peliaguda si seguimos saliendo de la atmósfera.
En el espacio exterior la cantidad de rayos cósmicos que recibiríamos sería miles de
veces mayor que la que recibimos aquí. Imagina cómo de penetrados están los
astronautas. Si eres una de las más de doscientas mil personas que quiere
participar en el proyecto del viaje de solo ida a Marte —que podría ser fantasía
pero es realidad (www.mars one.com y www.space.com/25272-mars-one-colony-red-
planet-si mulators.html)—, te eligen y, una vez allí,comienzas a brillar por las noches
como un Gusiluz o como las barritas verdes de Homer Simpson, ¡no te extrañes!
Aprovecha para leer o alquílate como lámpara.
Pero volvamos de nuevo aquí, a la Tierra, hogar, dulce hogar. Decíamos que
aquí los rayos cósmicos no llegan a hacernos daño a nosotros, a los humanos, pero
hay otros seres más sensibles que nosotros. Las investigaciones científicas han
demostrado que los rayos cósmicos pueden causar graves daños al mejor amigo del
hombre: al pobre ordenador. Seguro que ya te ha pasado, como a mí, que estabas
trabajando frente al ordenador durante horas sin descanso, en el tedioso e
importantísimo trabajo de actualizar el perfil de Facebook o jugar al Buscaminas y,
de repente, ¡se te cuelga el ordenador! Pues la causa puede haber sido un rayo
cósmico. Estudios de Microsoft revelan que cada ordenador tiene como promedio
un fallo al mes debido a un rayo cósmico. Y aquí debo puntualizar: los otros 
 fallos de Windows son causados por rayos
cósmicos.
La gravedad del asunto varía dependiendo de qué ordenador se trate.
Porque si es tu ordenador el que se estropea, es peor que si se estropea el de otra
persona. ¿Sí o no? A no ser que esa otra persona sea, por ejemplo, el piloto del
avión en el que viajas. Resulta que en el año 2008 un avión de la compañía Quantas
hizo dos picados consecutivos causados nada menos que por impactos de rayos
cósmicos en los ordenadores de a bordo. Pero querido lector, si eres viajero, ¡que no
«panda el cúnico»! Porque los aviones en los que viajas ya tienen sistemas de
seguridad contra rayos cósmicos para evitar, ummm, ¿cómo decirlo suavemente?…
¡El crash!
Y ahora por fin llegamos a la maravillosa sección
 , que responde a la pregunta:
¿tienen alguna utilidad estos rayos cósmicos? Pues eso depende de ti. Me explico
con un ejemplo. Supón que vas a un cumpleaños a casa de la suegra, de un jefe o
de cualquier otro ser querido. Una vez en su salón, te despistas y tiras sin querer
un maravilloso jarrón con la suerte de que nadie te ha visto golpearlo, aunque todo
el mundo te mira porque eres tú el que está junto a los restos. ¿Qué haces? Mira
hacia el cielo con cara de sorpresa y, un poco incrédulo, vuelve la vista a los restos
del jarrón, repite esta operación una vez más y exclama convencido: «¡Pues sí que
están fuertes los rayos cósmicos hoy!». Le cuentas al personal presente algo de los
rayos cósmicos y en un periquete has pasado de ser el patoso al rey de la fiesta.
Ya conoces la magnífica utilidad de los rayos cósmicos como excusa.
¡Aprovecha para renovar tu armario de viejas excusas! Cambia las típicas «se me
atrasó el reloj» o «había tráfico», por la elegante: «Perdona, debe de haberle caído
un rayo cósmico a mi móvil de última generación». Si te quedas en blanco en un
momento importante o metes la pata, di: «Fue un rayo cósmico que me pasó por la
cabeza». Y para el gatillazo: «Fue un rayo cósmico que me pasó por la otra cabeza».
A tu mente creativa dejo la invención de más excusas por rayos cósmicos,
mientras los astrofísicos construimos nuevos telescopios para tratar de averiguar de
dónde co… vienen, así como otros misterios del Universo.
 
UN TEOREMA
 ES PARA SIEMPRE
Todos hemos oído decir eso de que «un diamante es para siempre»…
Bueeeno, no sé, igual sí que es para siempre, todo depende de lo que uno entienda
por «siempre». Pero no, en realidad no lo es; los que sí son para siempre, siempre,
son los teoremas. Yo qué sé, por ejemplo, el teorema de Pitágoras: eso es verdad
aunque se haya muerto Pitágoras, te lo digo yo. Aunque se acabe el mundo,
aunque una tostada cayera del lado que no tiene mantequilla, el teorema de
Pitágoras seguiría siendo verdad. Allá donde haya
 , el teorema de Pitágoras funciona
que te cagas.
Los matemáticos nos dedicamos a hacer teoremas: verdades eternas. Eso
mola un montón, pero no siempre es fácil saber qué es una verdad eterna y qué es
una mera conjetura. Hace falta una de-mos-tra-ción.
Vamos a ver un ejemplo: imagínate que tenemos un plano
 (la típica parcela vasca de tamaño medio). Lo queremos
cubrir con baldosas iguales sin dejar huecos. Podemos usar triángulos, podemos
usar cuadrados… círculos no, que dejan huequillos entre ellos. ¿Cuál es la pieza
más eficaz que podemos usar? O sea, la que para cubrir la misma superficie tiene
un borde más pequeño… Pappus de Alejandría, en el año 300, más o menos, dijo
que lo mejor era usar un hexágono, como hacen las abejas para construir sus
panales. Pero… no pudo demostrarlo. El tío dijo lo de los hexágonos y se quedó tan
ancho. Todo parecía indicar que llevaba razón, sí, pero no dio una demostración.
La cosa se quedó en una conjetura, que se llamó «la conjetura del panal». El mundo
entonces, como todos sabemos, se dividió entre Hasta
que mil setecientos años más tarde nada menos, en 1999, Thomas Hales de-mos-tró
que Pappus y las abejas llevaban razón, que efectivamente la pieza más eficaz que
podemos usar es un hexágono. Y la «conjetura del panal» se convirtió en un
teorema, algo que durará para siempre-siempre, más que cualquier diamante.
Pero ¿qué pasa si lo intentamos en tres dimensiones? ¿Qué podemos hacer
para llenar el espacio con piezas iguales, sin dejar huecos? Podemos usar cubos,
como si fueran ladrillos; esferas no, que dejan huequillos entre ellas.
 ¿Cuál es ahora la pieza más eficaz, la que para llenar
un mismo volumen tiene una superficie menor? Bueno, pues lord Kelvin (sí, el
mismo de los grados Kelvin) dijo que lo mejor era usar un octaedro truncado, esa
cosa que tenemos todos en casa, y que, como todo el mundo sabe, tiene esta pinta.
Pero vamos, que Kelvin, aun siendo lord y todo, tampoco pudo demostrarlo.
El tío soltó lo del octaedro truncado, la cosa tenía buena pinta y tal, pero ahí se
quedó, en una mera conjetura, «la conjetura de Kelvin». El mundo, como todos
sabemos, se dividió entonces entre kelvinistas y antikelvinistas. Hasta que ciento y
pico años más tarde alguien halló una pieza mejor que la de Kelvin: Weaire y
Phelan encontraron una estructura que llenaba el espacio de forma más eficaz. Es
esta cosita de aquí.
A esta estructura, Weaire y Phelan le dieron el imaginativo y sorprendente
nombre de «estructura de Weaire-Phelan». Aunque parece una cosa muy rara, esta
estructura resulta que también está presente en la naturaleza: es la estructura de
ciertas espumas energéticamente muy eficaces y es también la estructura de ciertas
moléculas químicas. Por cierto, Weaire y Phelan son expertos en espumas y por eso
se encontraron con esta estructura, no es que un buen día que no echaban fútbol
por la tele les diera por inventársela, así, sin más. 
Es curioso que esta estructura se usara, por sus propiedades geométricas,
para construir el edificio de natación en los Juegos Olímpicos de Pekín. Allí ganó
Michael Phelps sus ocho medallas de oro, convirtiéndose en el mejor nadador de
todos los tiempos. Bueno, «de todos los tiempos» hasta que salga otro mejor, ¿no?
Algo así le pasa a la estructura de Weaire-Phelan: de momento es la mejor
estructura posible, hasta que alguien encuentre otra mejor. Pero hay una diferencia:
esta estructura sí que tiene la esperanza de que alguien, aunque sea dentro de
ciento y pico años, aunque sea dentro de mil setecientos años, de-mues-tre que es
la mejor estructura posible. Y si eso ocurre, entonces se convertirá en un teorema,
una verdad eterna, que durará para siempre jamás, más que cualquier diamante.
Así que si alguna vez quieres decirle a alguien que le quieres para siempre,
le puedes regalar un diamante. Pero si le quieres decir que le quieres para siempre-
siempre, ¡regálale un teorema! Pero, eso sí, tendrás que ,
eh; que tu amor no se quede en conjetura.
 
EL BIOFILM BACTERIANO
Lo lamento mucho, pero con este monólogo escrito no te vas a reír. Porque lo
que yote traigo es 
 Una guerra más sangrienta, más atroz, más salvaje que la que tiene
Wipp Express contra las manchas. Es la guerra contra las bacterias patógenas.
Estos minúsculos seres fueron los primeros en poblar la Tierra hace tres mil
quinientos millones de años… millón arriba o millón abajo, no nos vamos a poner
exquisitos en esto. Claro, esto les ha dado muchísimo tiempo para evolucionar.
¡Han evolucionado más que los Pokemon y los Digimon teniendo relaciones
sexuales juntos! Que ya es decir.
Esto ha convertido a las bacterias patógenas en un enemigo atroz. Para que
nos hagamos una idea de la magnitud de la tragedia, te voy a hablar de la peste
negra. ¡Que no! Que no se trata de eso que se nos escapa a veces en los ascensores,
¿eh? Yo me refiero a la pandemia que azotó Europa, durante la cual en el siglo XIV,
en tan solo seis años, cincuenta millones de personas sucumbieron al ataque de
 , una bacteria mil veces más pequeña que el milímetro. Una
mierda de célula procariota que no tiene ni núcleo celular ni nada. Me las imagino
hablando entre ellas:
—Oye, nena, ponte a expresar el gen de la toxina α, que allí al fondo hay un
humano y nos vamos a poner las botas.
—¡No puedo, no encuentro el gen! ¡Se me ha enredado entre los mesosomas!
¿Cómo es posible que esta mierda de células tan desorganizadas nos
hiciesen tanto daño? ¡Por la ignorancia! Eso que campa a sus anchas por nuestros
gobiernos es lo que tantas bajas nos ha causado. Porque en el siglo XIV no se tenía
ni idea de lo que estaba pasando. Tuvieron que pasar quinientos años. Tuvimos que
entrar en el siglo XIX, el siglo de la biología médica, para que apareciese el
auténtico héroe de esta historia, al que a mí me gusta llamar el Cid Campeador
contra las bacterias. Quiero, desde estas líneas, romper una lanza en favor de 
 
Levántate y corea el nombre del creador de la pasteurización de la leche que
le das a tus crías por las mañanas. Entra en Google-Imágenes, baja una foto suya,
imprímela en tamaño póster y venérala, porque se trata del inventor de las vacunas
que te pones para protegerte. Ponte tus mejores galas, sal a la calle, ocupa las
plazas, las carreteras, los parques… en nombre del autor de la teoría germinal de
las enfermedades. ¿Teoría que todos y todas conocemos, verdad? ¡Cómo que no!
Pero si esta teoría tuvo más impacto que el último libro de Belén Esteban. Fue tan
importante que un montón de científicos queremos dividir la historia en a. P. y d. P.
antes de Pasteur y después de Pasteur.
Fijaos, en el antes de Pasteur la gente se pensaba que las enfermedades eran
causadas por un Dios todopoderoso, caprichoso, que nos miraba desde su reino de
los cielos y nos enviaba con su furia la peste negra. Eso la gente se lo creía y daba
lugar a situaciones absurdas, como, por ejemplo, un hombre que en el mil
ochocientos y poco llega a su casa y le dice a su mujer:
—¡Maríaaa! ¡Que me duele mucho la tripa, que me voy por la pata abajo!
A lo que su mujer responde:
—Ay, pecador de la pradera. ¿Qué habrás hecho para hacer enfadar al
todopoderoso? Anda, tómate una cucharadita de aceite de ricino, que yo te preparo una
sopita de ajo.
Y el hombre, muy obediente, se lo toma y se encuentra mejor.
Pero ¿qué pasa en el después de Pasteur? En el mil ochocientos y mucho la
teoría germinal de las enfermedades ha corrido como la pólvora por todo el
planeta. La gente ya sabe que no es un Dios todopoderoso, sino los gérmenes, las
bacterias, los que nos hacen enfermar, y si los matamos, nos vamos a curar. Así que
en el d. P., la situación que hemos descrito antes sería tal que así:
—¡Maríaaa! ¡Que me duele mucho la tripa, que me voy por la pata abajo!
A lo que su mujer responde:
—¡Ay, cabronazo! Que ya te has puesto tibio de vino mal fermentado en el
bar del Paco, te has cogido una , que está machacando los
enterocitos de tu intestino delgado, evitándote la correcta absorción de los
alimentos y haciendo que te vayas por la pata abajo. Anda, tómate una cucharadita de
aceite de ricino, que yo te preparo una sopita de ajo.
¿Lo veis? ¡El cambio es brutal!… De la sopa de ajo a la sopa de ajo. Luego te
viene algún iluminado que te dice:
—Lo que hacéis los científicos no sirve para nada en el día a día de la gente.
Pues mira, para muestra un botón.
Y ahora me gustaría hablarte de un cambio de mentalidad, un cambio de
paradigma que hemos hecho los científicos con respecto a las bacterias. Porque
desde que las descubrimos, hemos estudiado a las bacterias como si fuesen seres
independientes. Como guerrilleros, cada uno haciendo la guerra por su lado. Yo,
que tengo bastante imaginación, las visualizaba dentro de nuestro cuerpo cual
Rambo perdido por Vietnam, con la cinta roja en la cabeza, el Kalashnikov en
mano y gritando:
—¡Oh, Dios mío, no me siento el flagelo!
Y eso no es del todo cierto, porque las bacterias en nuestro interior forman…
 Olvida al guerrillero y empieza a ver a este brutal enemigo como un
auténtico ejército regular. Porque las bacterias, en nuestro interior, son capaces de
unirse a una superficie. En ella excretan lo que a mí me gusta llamar… el moco
protector, una matriz extracelular polimérica. Extracelular porque las bacterias la
excretan fuera de las células y polimérica porque está formada por trozos de
proteínas, azúcares, ADN y lípidos, es decir, polímeros.
Dentro de ese moco protector las bacterias están… Pues, ¿cómo se va a estar
en un moco? Calentitas… a gusto… ¡pegajosas! Están tan bien que son capaces de
comunicarse entre ellas mediante lo que conocemos como Quorum Sensing. ¿Lo
qué? El WhatsApp de las bacterias. El: «Hla k ase? ¿T divide o k ase?».
Gracias a esta comunicación las bacterias son capaces de organizarse como lo
hacen los ejércitos regulares. Los ejércitos se dividen en diferentes cuerpos para
hacer la guerra. Las bacterias en cambio forman microcolonias, 
 que se asemejan mucho a los cuerpos de los ejércitos.
Así pues, dentro del biofilm encontramos la pelota hospital de campaña. Un
montón de bacterias que se dedican a luchar contra nuestro sistema inmune y a
destruir los antibióticos que nos tomamos. La pelota de infantería, donde están las
bacterias malas malotas. Estas llenan su interior, su citoplasma, de toxinas. Y
construyen en su superficie los sistemas de secreción. Unas poderosas agujas que
utilizan para clavarlas directamente en nuestras células e inyectarnos así las
toxinas. Y también tenemos la pelota de marina. Esta es mi preferida, porque no
tiene toxinas ni destruye antibióticos. Estas bacterias tienen los flagelos, esa especie
de pelillos que las dotan de la movilidad necesaria para escapar del biofilm, viajar
por nuestro cuerpo, colonizar nuevos espacios y continuar así con la infección.
Pero tranquilos, que los científicos ya hemos hecho el cambio de paradigma.
Hemos dejado de estudiar a las bacterias como si fuesen solo soldados. Las
estamos empezando a estudiar también como ejércitos y estamos desarrollando
nuevas herramientas para seguir cosechando victorias en esta guerra por la
supervivencia.
 
Y TODO EMPEZÓ CON UN CANARIO
 
¡Sí, lo siento! Pero es así. La culpa de que la gente no se interese por la
ciencia es de los científicos, hablamos y la gente no nos entiende. No estoy
diciendo que tengamos que hablar como a los niños pequeños: «¡Ay, ay, ay!, ¡cuchi,
cuchi!». ¡No! Tampoco hace falta que nos vayamos al otro extremo, no es necesario.
Pero sí que podemos utilizar un lenguaje más cercano.
Por ejemplo, si yo les cuento a mis padres que trabajo en un laboratorio
diseñando un biosensor basado en medidas de impedancia para la detección de
anticuerpos y proteínas, la única respuesta que recibo es: «Ajá, sí, sí, muy bien,
cariño, muy bien… Estamos muy orgullosos de ti… Um… eh… um… pero eso…
¿para qué sirve?».
Bueno, pues hay que explicarse mejor.
 Los sensoreshan existido desde siempre,
quizá antes no eran tan tecnológicos como ahora, pero sí que eran funcionales. Ya
en las antiguas minas se situaba un canario en una jaula y, si este piaba demasiado
fuerte, se consideraba que había un gas tóxico o letal en el ambiente. Y ya si el
pajarito se moría, pues mejor salir corriendo, evacuar la mina y… ¡sálvese quien
pueda! 
En este caso, el canario sería la plataforma sensora, el piar sería la señal de
transducción y nuestro cerebro sería el procesador capaz de entender esa señal
acústica en respuesta a la presencia del gas letal. Pero no pienses que esto es un
biosensor porque está el canario, ¡no! Esto es un sensor de gases vivo, no «bio», y
de hecho tampoco estaría vivo, porque al pobre canario ya nos lo hemos cargado
con tanto gas tóxico; además, al evacuar la mina, nos lo hemos dejado dentro,
pobrecillo… para lo que ha quedado.
¿Qué es entonces un ? Bueno, pues es aquel que mide
parámetros biológicos, como pueden ser niveles de proteínas, de ahí lo de «bio», y
esos niveles los relaciona con una enfermedad. Los sensores típicos están formados
por una superficie en la que están inmovilizadas unas biomoléculas (por ejemplo,
anticuerpos), estas atrapan otras biomoléculas llamadas biomarcadores (por
ejemplo, proteínas, hormonas) y esa unión nos da una señal que podemos medir
(por ejemplo, un cambio eléctrico, lumínico, químico).
Pero, claro, explicado así suena muy complejo. Si esto nos lo imaginamos
como una fiesta de recepción de estudiantes Erasmus, podemos pensar que la
plataforma sensora sería el lugar donde se realiza la fiesta, los estudiantes
anfitriones serían las biomoléculas o anticuerpos que tapizan esa plataforma
sensora y estos están a la espera de ver a quién reciben, cómo serán, si les gustará…
y los estudiantes visitantes, que son de otras nacionalidades y que acuden a la
fiesta, serían los biomarcadores, y esos son los que buscan la conexión con los
estudiantes anfitriones, ya que no conocen a nadie en ese país, y esa afinidad
puede encontrarse por lenguaje, por simpatía, etc. Sienten atracción por alguna de
esas biomoléculas, se juntan, se unen y se produce la señal… ¡Empiezan a
pasárselo bien!
Pero hay un efecto en los biosensores, que los científicos intentamos evitar a
toda costa, que es la absorción inespecífica. Y ¿qué es la absorción inespecífica?
Pues es el típico pesado (o molécula indeseada), el acoplado, vamos, que viene a la
fiesta sin estar invitado. De hecho no es ni estudiante Erasmus, pero él viene y, pese
a no sentir afinidad con nadie, decide unirse a alguien y eso nos da una señal
errónea, parece que se lo están pasando bien, cuando, en realidad, no es así.
En fin, que si, después de salir huyendo de una mina por culpa de un
canario y después de interaccionar con cuerpos o, mejor dicho, con anticuerpos en
una fiesta Erasmus, has entendido algo más sobre los biosensores, ya puedo decir
que… «¡Yo no soy culpable de no explicarme!», y, si lo soy, siempre puedo recurrir
a mis padres que me dirán: «Muy bien, cariño, muy bien, estamos muy orgullosos
de ti».
 
¡AY, QUE ME DUELE EL TRANSCRIPTOMA!
 (Big Data en biología molecular)
Cada día de nuestra vida de Homo sapiens del siglo XXI generamos
grandísimas cantidades de datos. Así, a bote pronto, se me ocurren los millones de
partidas al Candy Crush Saga que se juegan cada hora, las toneladas de whatsapps
chorras que nos cruzamos con los colegas y los tuits de chistes en ciento cuarenta
caracteres que nos manda nuestro cuñado (para quien no tenga cuñado siempre
hay alguien que se apropia del rol, cortesía del gremio de cuñados de la guarda).
Pero estos ejemplos son solo una pequeña parte del rastro de datos que vamos
dejando en nuestra vida 2.0, nuestras búsquedas en Google, nuestros datos de pago
con tarjeta, los productos que compramos en supermercados, las señales de
ubicación de los móviles… Más de uno nos sorprendemos cuando Google nos
«invita» a comprar la segunda temporada de Amar en tiempos revueltos…
En definitiva, estamos todo el día produciendo datos; tanto que se estima
que el 90 por ciento de todos los datos actuales se ha producido en los últimos dos
años (2012-2013). Señores y señoras, 
La época del tratamiento y la integración de grandes cantidades de datos.
Los biólogos moleculares no íbamos a dejar pasar la ocasión y llevamos
tiempo aportando nuestro granazo de arena a esto del Big Data. Digo granazo
porque en comparación, por ejemplo, con las partidas de videojuegos en móviles,
los datos biológicos ganan por goleada, si bien es cierto que cuando computamos
las partidas de Apalabrados que se juegan en los parlamentos regionales españoles
la cosa se equilibra bastante. A nosotros nos dan igual los whatsapps, los tuits y los
likes del feisbuck, a nosotros lo que nos pone mogollón es el análisis del genoma, el
epigenoma, el transcriptoma y el proteoma. Y no solo estos cuatro palabros, cada
año sacamos nuevos términos, como metabolómica, interactómica, etc. Tanto es así
que se ha acuñado el término omic-sciences (ciencias «ómicas») para referirse a
todas estas disciplinas que terminan en «oma». Ay, si Los Morancos supieran hasta
dónde ha llegado Omaíta, seguro que exigían derechos de autor. Para simplificar
las cosas voy a hablar únicamente de la genómica, la epigenómica, la
transcriptómica y la proteómica.
Bueno, ¿y qué es todo esto? No te preocupes, te lo voy a explicar con ayuda
de un documento único que ha llegado a mis manos a través de mis contactos en el
tinglado financiero-empresarial mundial: ¡las últimas instrucciones para construir
un ser humano del… del… del IKEA! Bueno, en realidad no son del IKEA, son de
la madre naturaleza, pero da igual, porque siempre que te pones a montar un
hombre te faltan tornillos, como pasa con sus muebles.
 
Imagina que dispusiésemos de estas instrucciones: cada plano de las mismas
se correspondería con un producto simple, por ejemplo una silla o una mesa, pero
en nuestro caso estos planos se llaman genes y cada gen da lugar a un producto
simple que se llama proteína. Así, por ejemplo, tenemos un gen para la proteína
fosforilasa quinasa I «Bjorklund» y un gen para la proteína de asociación a
microtúbulos II «Johanssen». Todos estos genes componen nuestro genoma; leer el
genoma de una persona es secuenciar su genoma. ¿Y para qué sirve leer el libro de
instrucciones de una persona? Pues sirve para conocer cosas acerca de su futuro.
Cosas tan complicadas como si te va a salir a devolver la declaración de la Renta ya
te adelanto que no, pero sí permite estimar la propensión genética a padecer una
enfermedad, por ejemplo Alzheimer.
 
Muy bien, la genómica consiste en leer genomas. Pero, desgraciadamente, no
es suficiente. No nos vale con conocer el libro de instrucciones para hacer un ser
humano. El genoma está en el núcleo de todas nuestras células (de adultos tenemos
entre diez y cien billones de células) y cada tipo celular lo interpreta a su modo.
Salvando las distancias, es como el , todos lo tenemos y cada uno lo
interpreta como quiere.
Uno de los mecanismos que la naturaleza ha seleccionado para que esta
interpretación a la carta del genoma sea posible son las marcas epigenéticas. Las
marcas epigenéticas son como clips de papelería, pinzas que se sitúan entre las
páginas del genoma y abren y cierran partes de este, decidiendo qué capítulos se
leen y cuáles quedan censurados. Leer todas estas marcas epigenéticas es leer el
epigenoma, la segunda ciencia «ómica» que mencioné al principio.
Pero, ¡ay, amigos!, resulta que tampoco es suficiente. No basta con secuenciar
el genoma y leer el epigenoma de una persona. Resulta que entre el genoma y el
producto final, esas proteínas «Bjorklund» o «Johanssen», hay un intermediario.
Este intermediario se llama tránscrito de ARN mensajero y, como su propionombre indica, hace de mensajero/becario-lleva-fotocopias entre el genoma y las
fábricas de proteínas. Para todos los
 (y somos muchos), diré que
estos tránscritos aprovechan para «editar» un poco la información que llevan. La
venganza de los becarios es un plato que se sirve más frío que el pollo al chilindrón
de un bufet para turistas. Pero lo de editar la información da para otro monólogo,
de momento quedémonos con que leer el conjunto de tránscritos que se producen
en una célula es leer su transcriptoma.
Yo sé que los lectores de este libro sois gente cabal. Y como tales tenéis que
estar pensando ahora mismo que los científicos nos complicamos la vida un
montón, que si estamos tan interesados en lo que hace nuestro genoma, ¿por qué
no nos dejamos de leer las instrucciones, de ver cómo las leen nuestras células o
esos intermediarios como-se-llamen? ¿Por qué no miramos directamente el
producto final de todo, las proteínas? Bueno, mirar todas las proteínas de una
célula es leer su proteoma y, aunque es muy importante, la información de los
otros tres niveles que he mencionado anteriormente sigue siendo vital.
Hay que ver la paliza que te he dado; para hacerlo más llevadero voy a hacer
un resumencillo con todos los niveles de información que hemos tocado: te he
hablado del genoma, nuestras instrucciones; del epigenoma, el conjunto de marcas
epigenéticas que ayudan a decidir qué partes de las instrucciones se leen y qué
partes no (los clips de papelería); el transcriptoma (los intermediarios/becarios
entre el genoma y las fábricas de proteínas), y el proteoma (el conjunto de las
proteínas).
¿Y qué tiene esto que ver con grandes cantidades de datos, Big Data? Pues
mucho, en la actualidad (2014) los servicios genéticos de unos poquitos hospitales
españoles leen el genoma de determinados pacientes, por ejemplo las mujeres que
tienen un historial de cáncer de mama hereditario. Y solo con los genomas de esos
pocos pacientes el volumen de datos que se genera es de petabytes. 
Un petabyte no es eso que «la gente» se va a fumar al parque, no. Un petabyte es
una unidad de almacenamiento muy grande, en un petabyte y medio cupieron
todas las fotos de Facebook hasta el año 2009, ¡todas! Esas en las que sales abrazado
a tu cuñado cantando un tema de La Oreja de Van Gogh en Navidad y gritando:
«¿Por qué? ¿Por qué te fuiste Amaia y dejaste este vacío en mi corazón?» (2009, un
año muy duro).
Y lo de los petabytes es solamente utilizando el primero de los niveles, el
genoma. Los otros tres pueden dar tantos o más datos y en tiempo real, que es aún
más interesante. De hecho, la cantidad de datos que genera la biología molecular
en la actualidad está en el rango de la astrofísica, solo por debajo de esos abusones
de la física de altas energías (podéis leer más en el magnífico monólogo «Me pido
ser físico de partículas» en este mismo libro). Así que los biólogos moleculares
tenemos un problema muy Big con el Big Data.
Y ahora vamos a resolver la pregunta que ha estado flotando en estas
páginas desde que comenzamos el capítulo: ¿y todo esto sirve para algo? Una
pregunta muy cabal, muy propia de ti, si me lo permites.
Pues sí, sí que sirve para algo. No es un rollo que nos hayamos inventado los
científicos para sacar dinero. En 2012 un equipo de cuarenta y dos investigadores
analizó algunos de estos niveles (el genoma, el transcriptoma y el proteoma), pero
para un único tipo de célula de una sola persona. Curiosamente esa persona era el
jefe del equipo (Chen, R. et al., «Personal Omics Profiling Reveals Dynamic
Molecular and Medical Phenotypes», Cell, 2012, a(6), 1.293-1.307). Alguien se hizo
el chequeo médico más grande de la historia gratis. Y con esta información tan
parcial consiguieron predecir que esta persona iba a ser diagnosticada de diabetes
tipo II, algo que se confirmó posteriormente. Por lo tanto, las ciencias «ómicas» van
a cambiarnos la vida, van a revolucionar el diagnóstico de enfermedades y esto
será especialmente importante en casos en los que el diagnóstico precoz es
fundamental, como en el cáncer.
Así que dejaremos atrás esas conversaciones en la cola de la consulta de la
Seguridad Social en la que una abuela le contaba a la otra: «Me ha dicho la doctora
que tengo diabetis, porque tengo la azúcar por las nubes», y en diez o quince años
daremos la bienvenida a esas conversaciones en la cola de la consulta de la
Seguridad Social en las que una abuela le contará a la otra: «Me ha dicho la doctora
que voy a tener diabetis, porque en mi genoma se ve venir la cosa, porque las
marcas epigenéticas no me ayudan nada y porque además tengo el tránscrito de
GLUT-4 por los suelos». Te prometo que, del último párrafo, lo más hipotético con
diferencia es que dentro de diez o quince años vaya a haber Seguridad Social.
Y ya para terminar quiero hacer una advertencia. Estas nuevas tecnologías
van a tener un lado oscuro, como la fuerza. Estas tecnologías, como todo lo que
revoluciona nuestras vidas, van a tener consecuencias imprevistas. Y no me refiero
únicamente a los hipocondríacos, que ahora tendremos toneladas de datos con los
que torturarnos («¡Oh, Dios mío! ¡Me ha subido 1,5 veces la proteína “Bjorklund”!
Es el fin… ¡Mátame, camión!»). No. Me refiero a la posibilidad muy real de que
empecemos a discriminar a personas en función de su perfil genético. Al fin y al
cabo, el sueño de muchas aseguradoras es poder cribar de esta forma a sus clientes.
De cuánto conozcamos de estas tecnologías y cómo las manejemos dependerá el
resultado que tengan sobre nuestra sociedad. De momento te dejo con el primer
dilema, para los próximos cinco años, no más: 
 , esa es la cuestión.
 
LA MAGIA DEL ORDEN Y LOS POLVOS...
¿Alguna vez te has preguntado de ?
Y… ¿de qué está hecho todo cuanto nos rodea?… Preguntas de este estilo surgían
en la humanidad desde hace ya mucho tiempo. Curiosamente, civilizaciones
antiguas tan distintas como la griega, la china o la india llegaron a la misma
conclusión. Pensaban que toda la materia está formada por la combinación de
única y exclusivamente cuatro elementos (tierra, fuego, aire y agua). Es decir,
según ellos, sustancias tan distintas como las nubes y el granito, o como el hierro y
el papel, están formadas por los mismos cuatro elementos. Es más, pensaban que el
diamante y el auténtico plástico de los chinos ¡también estarían formados por los
mismos cuatro elementos! ¡Qué disparate! ¿Cómo se les habrá ocurrido esa teoría
de los cuatro elementos?
Menos mal que llegó la ciencia para revelarnos la verdad, para abrirnos los
ojos: lógicamente la materia no está formada por cuatro elementos; ¡la materia está
formada por tres elementos! A saber: protones, neutrones y electrones. Todo cuanto
vemos está formado por ¡tan solo tres elementos! Tanto diamante por aquí, tanto
diamante por allá… ¡y el plástico está hecho con los mismos tres elementos! ¿Qué
te parece?… No te voy a decir lo que me pareció a mí esta frase en boca de mi
novio cuando me regaló un precioso anillo de plástico.
¿Y cómo pueden explicar estos tres elementos la gran diversidad de cuanto
vemos? Seguro que has escuchado la palabra mágica más de una vez: ¡orden! No es
lo mismo tres mujeres al lado de tres hombres que tres mujeres sobre tres hombres.
Estas situaciones podrían resultar respectivamente en: «un eficiente laboratorio de
física» y «una ferviente labor física», que no es lo mismo. El orden importa,
distintas combinaciones dan lugar a distintos resultados… ¡bastante distintos!
Del mismo modo distintas combinaciones de estos tres elementos (protones,
neutrones y electrones) dan lugar a los más de cien tipos de átomos que existen,
que son los bloques básicos de la materia. Seguro que ya los conoces: oxígeno,
carbono, calcio, flúor, fósforo, hierro, aluminio, cobre, plata, oro, tungsteno,
rutenio, osmio, yterbio,tantalio, wolframio, rutherfordio (en honor a Rutherford),
einstenio (en honor a Einstein), irenio (en honor a mi nombre, aún por descubrir)…
¿Y cómo se combinan protones, neutrones y electrones para dar lugar a los
átomos? Pues hay que ordenar, y puestos a ordenar, ordenemos como jefes, esto es,
¡demos órdenes! ¡Protones y neutrones al centro y electrones fuera! Y así nos
quedan los átomos formados por un núcleo central de protones y neutrones y
electrones danzando a su alrededor. Lo que define a cada tipo de átomo, lo que
distingue a un átomo de otro, está en su interior. No es otra cosa que el número de
protones que hay en el núcleo. Por ejemplo, el átomo con dos protones es el átomo
de helio, ese gas ligero que al respirarlo nos hace hablar como las ardillas Chip y
Chop (y aquí me pregunto, ¿tendrían también oídos especiales Chip y Chop o tan
solo mucho aguante?). Si, en vez de dos, el átomo tuviese ocho protones, sería el
átomo de oxígeno, imprescindible para la vida, y si tuviese setenta y nueve
protones sería el átomo de oro, también imprescindible para la vida. ¿O no?
Sospecho que te gusta el oro y que ya estarás pensando: «Pues si lo de
fabricar átomos es cuestión de orden, me voy a montar una fábrica de oro, que soy
un crack en el Lego, el Tetris y el Candy Crush». La idea es buena, así que te voy a
echar una mano con la parte científica. Atención a la alquimia del siglo XXI. ¿Cómo
fabricar átomos de oro?
Entre los protones del núcleo y los electrones de alrededor hay una fuerza de
atracción, llamada fuerza eléctrica. Una atracción muy distinta a la que sentimos
los humanos, aquella no aumenta según el número de copas ingeridas, ni
disminuye después, es una atracción permanente, así que en principio, una vez que
formemos el núcleo de oro, no será difícil poner los electrones a su alrededor. La
dificultad reside precisamente en montar el núcleo, porque entre los protones del
núcleo también actúa la fuerza eléctrica, pero esta vez de repulsión. En cuestiones
eléctricas, los del mismo palo siempre se repelen. Si intentamos juntar los setenta y
nueve protones para formar el núcleo de oro, la fuerza eléctrica nos lo impedirá. El
truco está en que si logramos acercarlos lo suficiente, una nueva fuerza aparece,
una fuerza de atracción muy fuerte, que es la que mantiene ligado el núcleo. El
rebuscadísimo nombre científico de esta fuerza fuerte es «fuerza fuerte» (¡que viva
la creatividad de los físicos!). Entonces, para montar nuestro núcleo de oro…
¿cómo podemos acercar los protones, venciendo la fuerza eléctrica de repulsión,
hasta la zona donde la fuerza fuerte domina? Necesitamos que los protones
choquen fortísimo y eso se consigue fácilmente a altas temperaturas. Así que,
querido lector, la pieza clave para tu fábrica de oro es ¡simplemente un horno! Eso
sí, un horno de calidad, que alcance unos Fácil.
¡Estos superhornos para fabricar átomos existen! Si no, no te estaría
contando yo esto. Y, de hecho, están a la venta por Internet desde hace algunos
años. La única pega es que no los entregan a domicilio. Te mandan un mapa con la
localización del superhorno, al que le ponen tu nombre, y ya vas tú a buscarlo, ¡si
puedes! Porque estos superhornos no son otra cosa que las estrellas. Así es, las
estrellas tienen temperaturas de millones de grados en su interior, fabrican átomos,
entre ellos oro, y están a la venta por Internet. Pero antes de que salgas corriendo a
comprarte tu estrella productora de oro, debo advertirte que las estrellas están más
bien, ¿cómo lo diría yo?… ¡lejitos! Se tardaría unos miles de años en llegar a las
estrellas más cercanas. Así que si sigues con la idea de la fábrica de oro y piensas
comprarte la estrella, al menos coge la nave que va directo, no la que pasa por
todos los pueblos. Puedes comprobar en Google que realmente hay varias páginas
web que venden estrellas, yo recomiendo: www.estafa-estelar.com.
La estrella más cercana a nuestro planeta, el Sol , es una eficiente fábrica
de helio, ese gas ligero con el que decía que se colocaban Chip y Chop. Cada
segundo el Sol produce unos 700 millones de toneladas de helio, a partir de la
fusión de protones. Como producto desecho de esa reacción aparece lo que tomas
en verano en la playa. No, no me refiero a unas cañas, me refiero a las radiaciones
solares como los rayos ultravioleta y la luz solar. Así que la próxima vez que estés
tomando el sol, acuérdate de que lo que estás haciendo es algo así como tostarte en
los desechos, en el humo, de esa gran fábrica de helio que es nuestro Sol.
Otras estrellas producen carbono, oxígeno, nitrógeno, hierro, oro, móviles,
cámaras de fotos, jamón serrano… Bueno, esto último quizá no, pero sus átomos sí.
Porque las estrellas no solo son fábricas de átomos, sino que son las fábricas donde
se formaron todos los átomos del Universo, por supuesto incluyendo los átomos
que componen nuestros cuerpos. Así que podemos afirmar que
 
Ya lo siento por los alérgicos al polvo, porque no solo en polvo nos
convertiremos y de polvos venimos, sino que polvo somos ¡y echamos cuando
podemos!
 
¿ALGUIEN HA VISTO A MATÍAS?
¿Quién no ha deseado alguna vez ser ? Seguro que el lector, un
soñador acostumbrado a dejar volar su imaginación en las historias que lee, no es
una excepción. Y es que las ventajas que proporciona la invisibilidad son muchas:
poder moverse sin barreras, entrar en cualquier sitio sin ser detectado, ver sin ser
visto… El lector no es que sea un soñador, es que es un . Pero un guarro
con suerte, porque la ciencia avanza que es una barbaridad, y la invisibilidad, que
hasta hace poco tiempo se tenía por imposible, está cada vez más cerca. Y si no, que
se lo digan a mi amigo Matías, que el otro día me llamó por teléfono y me dijo que
era invisible. Yo me eché a reír y le respondí que no podía ser, porque para eso la
luz tendría que atravesar su cuerpo, un cuerpo sólido hecho de hueso, de piel, de
músculo… bueno, músculo poco, que Matías no se priva de nada. Más bien de
grasa. Pues eso, le dije que no era posible y él me contestó que aunque no entendía
muy bien cómo funcionaba la cosa, era muy sencillo: lo único que tenía que hacer
era ponerse una capa que había comprado por Internet, que estaba hecha de
metamateriales.
En cuanto colgamos me fui al ordenador y me puse a buscar en la
Wikipedia, y encontré un montón de información interesante sobre los
metamateriales esos. Por lo visto, vienen a ser materiales compuestos hechos a
medida. ¿Y para qué? Pues tiene que ver con la transmisión de la luz. Estamos
hartos de oír que la luz viaja a toda pastilla, nada menos que a unos 300.000
kilómetros por segundo, pero en realidad esa es su velocidad en el vacío. Cuando
la luz viaja por otros materiales su velocidad se reduce, tanto más cuanto más
denso sea dicho material. Por eso cuando metemos una cuchara en un vaso de agua
nos da la sensación de que esta se dobla o se rompe. Técnicamente se dice que el
aire y el agua tienen distintos índices de refracción. Pues bien, si tomamos
materiales con índices de refracción adecuados y formamos con ellos ciertas
estructuras a nivel microscópico, conseguiremos guiar la luz por donde nosotros
queramos. Eso son los metamateriales: compuestos artificiales fabricados con
varios materiales de distintos índices de refracción que forman estructuras tales
que permiten guiar la luz según caminos elegidos previamente. De esta forma, si se
cubre un objeto con una envoltura de estos metamateriales, lo que se consigue es
que se comporte como una roca en un arroyo: cuando el agua toca la roca se
separa, pero se mantiene pegada a ella y luego se vuelve a juntar, de forma que si
solo pudiéramos ver la corriente de agua, no podríamos saber que hay una roca
algo más arriba. Del mismo modo, cuando los rayos de luz

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