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El hombre de febrero Milton H Ericson,Ernest L Rossi

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Sobro Milton H. Erickson en esta biblioteca
'IVnipia no convencional. Las técnicas psiquiátricas 
ilr Milton H. Erickson 
Jay Haley
Un seminario didáctico con Milton H. Erickson 
Jeffrey K. Zeig
El Hombre de Febrero
Apertura hacia la conciencia de sí 
y la identidad en hipnoterapia
Milton H. Erickson y 
Emest Lawrence Rossi
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
Biblioteca de psicología y psicoanálisis
I (¡rectores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
The February Man. Evolving Consciousness and Identity in Hypnotherapy, Milton
II Krickson y Ernest Lawrence Rossi
(0 Itrunner/Mazel, Inc., por acuerdo con Mark Paterson and Associates 
Traducción: Zoraida J. Valcárcel
l’ rimera edición en castellano, 1992; primera reimpresión, 2001; segunda reim­
presión, 2008
O Todos los derechos de la edición en castellano reservados por 
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7o piso - C1057AAS Buenos Aires 
Amorrortu editores España S.L. - C/San Andrés, 28 - 28004 Madrid
www.amorrortueditores.com
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por 
cualquier medio mecánico, electrónico o informático, incluyendo fotocopia, graba­
ción, digitalización o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de in­
formación, no autorizada por los editores, viola derechos reservados.
Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 978-950-518-524-5
ISBN 0-87630-545-1, Nueva York, edición original
Krickson, Milton H.
I'll Hombre de Febrero. Apertura hacia la conciencia de sí y la identidad 
en hipnoterapia / Milton H. Erickson y Ernest L. Rossi. - 1“ ed., 2a reimp. - 
lluenos Aires: Amorrortu, 2008
264 p. ; 23x15 cm.- (Biblioteca de psicología y psicoanálisis / dirigida por 
Jorge Colapinto y David Maldavsky)
Traducción de: Zoraida J. Valcárcel
ISBN 978-950-518-524-5
1. Psicoanálisis. I. Rossi, Ernest L. II. Valcárcel, Zoraida J., trad.
III. Título 
CDD 150
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de 
Buenos Aires, en abril de 2008.
Tirada de esta edición: 1.500 ejemplares.
http://www.amorrortueditores.com
Indice general
9 Prefacio, Sidney Rosen 
15 Introducción, Ernest Lawrence Rossi
25 Sesión I. Primera parte. Enfoques de hipnosis 
terapéutica
53 Sesión I. Segunda parte. Creación de la identidad 
del Hombre de Febrero
139 Sesión II. Niveles múltiples de comunicación y 
existencia
203 Sesión III. Provocación y uso de procesos 
psicodinámicos
233 Sesión IV . Trabajo de trance terapéutico activo
251 Referencias bibliográficas
Lista de los que participaron en las sesiones y comentarios
SESION I. PRIMERA PARTE
Presentes en 1945: doctor Milton H. Erickson, doctor Jerome Fink, se­
ñora Fink, la sujeto («señorita S» o «Jane») y su amiga «Ann Dey». 
Presentes en los comentarios de 1979: doctor Milton H. Erickson, doctor 
Ernest L. Rossi y doctor Marion Moore.
SESION I. SEGUNDA PARTE
Presentes en 1945: doctor Milton H. Erickson, doctor Jerome Fink, la 
sujeto («señorita S» o «Jane») y su amiga «Ann Dey».
Presentes en los comentarios de 1979: doctor Milton H. Erickson, doctor 
Ernest L. Rossi, doctor Marion Moore, doctor Robert Pearson y un visi­
tante no identificado.
SESION II
Presentes en 1945: doctor Milton H. Erickson, doctor Jerome Fink, la 
sujeto («señorita S» o «Jane») y el señor Beatty.
Presentes en los comentarios de 1979: doctor Milton H. Erickson, doctor 
Ernest L. Rossi y doctor Marion Moore.
SESION III
Presentes en 1945: doctor Milton H. Erickson, doctor Jerome Fink, la 
sujeto («señorita S» o «Jane») y su amiga «Ann Dey».
Presentes en los comentarios de 1979: doctor Milton H. Erickson, doctor 
Ernest L. Rossi y doctora Sandra Sylvester.
SESION IV
Presentes en 1945: doctor Milton H. Erickson, doctor Jerome Fink, la 
sujeto («señorita S» o «Jane») y su amiga «Ann Dey».
Presentes en los comentarios de 1979: doctor Milton H. Erickson, doctor 
Ernest L. Rossi y doctora Sandra Sylvester.
8
Prefacio
Sidney Rosen, doctor en Medicina
¡Qué bueno es volver a oír la voz de Erickson! Y Ernest Ros- 
si, nuestro guía firme y confiable, nos trae su comprensión madu­
ra, después de haber estudiado y practicado las técnicas de Erick­
son durante más de quince años, a la vez que nos hace presenciar 
el proceso que lo condujo a esa comprensión. Como lo consiguió 
en sus anteriores libros en colaboración, Rossi no se entromete 
entre Erickson y el lector. Presenta una trascripción que nos de­
ja ver a Erickson en su trabajo en 1945. Tras esto, con su modes­
tia habitual, actúa al modo de un estudiante inquisitivo, lo mue­
ve a explicar el pensamiento que sustenta sus técnicas terapéuti­
cas. Además, ambos discuten muchos otros temas interesantes; 
entre estos, la naturaleza de la terapia, la naturaleza humana, el 
desarrollo de la conciencia de sí y hasta la evolución y la función 
de los lenguajes vulgar y obsceno.
Rossi pudo obtener respuestas casi directas, para algunas de 
sus preguntas, en lugar de las coloridas y metafóricas que Erick­
son parecía preferir. Acaso fue porque este, un año antes de mo­
rir, estaba más dispuesto que antes a explicarse. No hay duda 
de que esas respuestas metafóricas, «a lo gurú», han estimulado 
el pensamiento y el desarrollo de centenares de discípulos, pero 
no dejamos de dar la bienvenida a formulaciones más simples, 
de aprehensión más fácil. La propia Margaret Mead (1977) ha re­
ferido que ella y otros alumnos de Erickson pedían «demostracio­
nes más simples, más reiterativas, más tediosas». Con su pacien­
cia y perseverancia, Rossi pudo conseguir tales explicaciones más 
sencillas y claras, que nos ayudan a comprender la esencia del 
trabajo de Erickson.
En este libro podemos apreciar todo el esfuerzo desplegado por 
Erickson en la preparación de su paciente para el cambio. Aun­
que trabajó con ella de un modo juguetón y, a veces, repentinista 
—jugó con palabras, le hizo escribir con las letras invertidas y 
con ambas manos a la vez, consiguió que admitiera anticipada 
y «absolutamente» que se curaría—, se advierte que Erickson con­
sideraba imprescindible esta preparación. Al mismo tiempo sin­
9
tonizaba con fineza la relación terapéutica, con un tono que era 
cuestionador pero inspiraba confianza. Como lo señala Rossi, lo 
que más le preocupaba era alentar y estimular los procesos que 
capacitarían a la paciente para el cambio. La búsqueda de insight 
era sólo uno de estos procesos, quizás uno de los menos impor­
tantes. Cuando vemos que guiaba a su paciente hacia insights 
y conexiones con el pasado, podemos conjeturar que en gran me­
dida respondía así a la convicción de ella de que necesitaría com­
prender el pasado antes de poder ser curada.
Erickson solía decirnos: «El trabajo lo hace el paciente. El te­
rapeuta se limita a proporcionar las condiciones en que este tra­
bajo se pueda hacer». En cuanto a él, trabajaba concienzuda y cui­
dadosamente para proveer las condiciones necesarias. Con ese fin, 
exploraba y utilizaba todos los elementos imaginables en los cam­
pos de la comunicación y la educación. Insistía, por ejemplo, en 
la importancia de usar el poder evocador y los significados múlti­
ples de las palabras (las de la paciente y las de él mismo). Vemos 
una hermosa muestra de su respeto por ellas cuando, al exami­
nar la escritura automática de la paciente, nota que una palabra 
puede leerse indistintamente «living», «giving» o «diving» [vivir, 
dar o zambullirse, bucear] y utiliza esta observación como base 
para organizar la terapia en torno del miedo de la paciente a na­
dar, en la creencia de que, una vez superada esta fobia, quedará 
más libre para «vivir» y «dar» y se librará de su depresión. Su 
interpretación de esta palabra en particular, o de otras palabras, 
tal vez parezca arbitraria a algunos lectores. De hecho, el mismo 
Rossi lo acusa en un momento determinado de hacer «inferen­
cias». Pero no puede dejar de impresionarnos la esmerada aten­
ción que presta a cada expresión de la pacientey a cada una de 
sus propias comunicaciones.
Además de ver su uso hábil y cuidadoso de las palabras, pre­
senciamos muchas formas de sugestión indirecta (p.ej., expresar 
las sugestiones como preguntas). Mientras efectuaba esta «ma­
nipulación» con la paciente, constantemente le pedía permiso pa­
ra intervenir, y siempre estaba dispuesto a modificar sus inter­
venciones en respuesta a las reacciones de ella. Así demostraba 
el respeto que caracterizó su trato con los pacientes. En este punto 
cabe apuntar que, si bien mucho de lo escrito acerca de las «téc­
nicas ericksonianas» pone de relieve el brillo y el ingenio del tera­
peuta, cuando observamos el trabajo personal del mismo Erick­
son nos impresiona más, en verdad, la presencia y la creatividad 
singular de sus pacientes.
¿Qué valor tiene el uso de la regresión como característica do­
lí)
minante de esta terapia? ¡Mientras leía este libro, comprendí con 
claridad la razón por la cual Erickson tendía a tratar a casi todas 
las personas como si fueran niños! De repente entendí por qué 
parecía tan enamorado de los chistes vulgares, los acertijos pue­
riles y los juegos, al menos en sus últimos años. Me parece ahora 
que él apreciaba, probablemente por haberlo averiguado de su tra­
bajo con pacientes adultos en estado de regresión hipnótica, que 
es precisamente en este «estado infantil» cuando nos abrimos más 
al aprendizaje, cuando nuestra curiosidad y nuestra aptitud para 
el cambio alcanzan su punto máximo. A fin de intensificar la ex­
periencia regresiva de la paciente, Erickson trabajó con ahínco 
por crear la ilusión notablemente convincente de que, en verdad, 
él era una persona mayor que hablaba a una niña de corta edad. 
Provocó en la «niña» la reescenificación y la abreacción de sus 
experiencias traumáticas y, por medio de conversaciones aclara­
torias, la guió a través de un proceso de reeducación. De este mo­
do, la «niña» pudo añadir a sus recuerdos experiencias novedosas 
y positivas con un adulto solícito y comprensivo. Estas «expe­
riencias de regresión correctiva», como las he denominado, cau­
saron un efecto duradero sobre la paciente aun después de haber 
vuelto a su «self adulto».
Entre las experiencias de reeducación por las que pasó la «ni­
ña», en sus conversaciones con «el Hombre de Febrero» (ella ha­
cía regresión hipnótica en su edad, y Erickson «la visitó varios 
años» en febrero), hubo algunas de las que se denominan «reen- 
cuadradoras». Este libro contiene hermosos ejemplos de reencua- 
dramiento. Veamos uno. La paciente experimentaba un persis­
tente sentimiento de culpa por haber tenido deseos de muerte ha­
cia su hermana menor; se culpaba del accidente en que esta casi 
se ahoga. Para «reencuadrar» esto, Erickson le dijo: «En todos 
estos años usted se ha condenado a sí misma, ¿no es así? ( . . . ) 
¿Por qué? Tal vez para poder mejorar y ampliar aún más su com­
prensión de sí misma». (Se reencuadra la autocondena como un 
paso hacia la autocomprensión.) Y reencuadró de este modo la 
rivalidad entre las hermanas: «Cuando usted era una bebita, es­
tar celosa de Helen significaba una cosa. Ahora que es adulta, 
tiene un significado totalmente distinto. ¿Se opondría usted a que 
una bebita apreciara su propia valía, su propia personalidad y 
sus propias necesidades, tanto que las defendiera según su en­
tender?».
En determinado momento, Rossi sugiere a Erickson que su 
hipnoterapia se basa en «la catarsis y una reestructuración de 
los procesos mentales del paciente». «No es una reestructuración
11
—corrige Erickson—. Usted da al paciente una visión más com­
pleta». Entonces Rossi puede resumir su interpretación con este 
comentario: «La hipnoterapia simplemente abre paso a un punto 
de vista más amplio y completo, y nos libera de las limitaciones 
y la literalidad de la niñez». ¡Cuán lejos estamos de la creencia 
de muchos terapeutas de que la hipnosis supone alguna repro­
gramación!
El tratamiento de este caso nos muestra los comienzos de una 
técnica que Jay Haley denominaría «prescribir el síntoma»: cuando 
la paciente parecía lista para intentar nadar, Erickson se lo pro­
hibió. «Yo dicto mi inhibición a su acción de nadar», explica y, 
hecho esto, señala: «¡Puedo cambiar mi dictado!». Por supuesto, 
retiró su inhibición en la siguiente sesión.
Erickson ofrece asimismo una interesante fundamentación de 
la presencia de otras personas durante la terapia: « . . Este mie­
do, esta angustia en torno de la natación se observa en relación 
con otras personas ( . . . ) Usted necesita superar algunos de estos 
miedos y angustias —que se manifiestan en relación con otras 
personas a quienes usted se los oculta— sacándolos a la luz para 
poder darse cuenta de que uno puede vivir aun cuando otros es­
tén al tanto de ellos. Las personas nos agradan más cuando las 
sabemos de carne y hueso en un sinnúmero de pequeñas cosas». 
Los terapeutas grupales saben esto desde hace largo tiempo, pe­
ro debemos recordar que la terapia de grupo no se practicaba mu­
cho en 1945.
Admito que cuando leí por primera vez el caso del «Hombre 
de Febrero», tal como se lo presenta en Hypnotherapy (Erickson 
y Rossi, 1979) y Uncommon Therapy (Haley, 1973), me entusias­
mó —como a muchos otros— la idea de que parecía ser la primera 
vez que un terapeuta había modificado realmente la historia de 
un paciente. Ahora comprendo que este cambio, como muchos 
otros cambios producidos en terapia, consiste en realidad en «am­
pliar el cuadro» o expandir la percatación en el presente, y no 
en el pasado. De hecho, recuerdo que Erickson solía comentar: 
«La comprensión del pasado no lo cambiará». Se ha cuestionado 
justificadamente la «realidad» de la regresión de edad. Creo que 
además de una «apertura» a recuerdos reales, hay en ella una parte 
considerable de fantasía. Empero, la regresión no necesita ser 
«real» para resultar provechosa. La simple sensación subjetiva 
de ser joven puede permitirle a un paciente ver las cosas desde 
perspectivas diferentes, así como intensificar el contacto entre 
él y su terapeuta y conducir a abreacciones terapéuticas.
Antes de terminar el tratamiento, Erickson ayudó a la paciente
12
a exteriorizar su hostilidad hacia él. Argumentó que esto era im­
portante porque, a menudo, los pacientes se enojan con el tera­
peuta por haberles quitado sus síntomas y puede ocurrir que ex­
presen su ira destruyendo su trabajo terapéutico. Con esto daba 
otra prueba de su extremo cuidado en mantener todos los benefi­
cios obtenidos con la terapia.
Se acerca el tiempo en que veremos más reseñas críticas de 
Erickson y su obra. Aun aquellos de nosotros que fuimos «hipno­
tizados» por él evaluaremos nuestras experiencias de manera dis­
tinta con el paso del tiempo. Sin embargo, en el momento actual, 
cuando pienso en él lo hago con cariño aunque no fue una per­
sona particularmente «afectuosa» en el sentido habitual del tér­
mino. Nos trasmitía su amor y su respeto —a mí y a muchísimos 
otros— «diciendo las cosas como son». Por ejemplo, una vez le 
dije que deseaba más experimentar que intelectualizar, y él res­
pondió: «Su conducta indica otra cosa. Usted prefiere más com­
prender que experimentar». Y, en una actitud característica aña­
dió esta sugerencia a su comentario incisivo: «Pero puede intelec­
tualizar de diversos modos». Por último, me introdujo, en trance, 
en una experiencia que combinaba el pensar y el sentir, partiendo 
de una inducción hipnótica que empezó así: «Por mi estilo de vi­
da, me gusta escalar una montaña. . . y siempre me pregunto qué 
habrá del otro lado». De esta manera, presentó un modelo de rol 
que expresaba un modo diferente de intelectualizar: por medio 
del preguntarse. ¡Y sólo ahora, ocho años después, al escribir es­
te prefacio, me he dado cuenta de que hizo eso!
Para quienes hemos trabajado con Erickson, siempre habrá 
mucho más que aprender de él con el repaso y estudio de su obra, 
en especial las trascripciones textuales de sus trabajos y pensa­
mientos tal como sepresentan aquí. A la gran mayoría de los 
lectores —para quienes este es, quizás, el primer libro, o el segun­
do, que leen acerca de Erickson— les resultará muy útil leerlo 
sea rápidamente o con detenimiento. Una lectura rápida les hará 
palpables las razones por las que se le ha dedicado recientemente 
tanto interés. Un estudio despacioso sugerirá ideas enriquecedo- 
ras para el trabajo de un terapeuta. Gracias, Ernest Rossi, por 
ofrecernos este don.
Sidney Rosen, doctor en Medicina, Presidente 
Sociedad Milton H. Erickson 
de Psicoterapia e Hipnosis, de Nueva York 
Autor de M y Voice Will Go With You:
The Teaching Tales of Milton H. Erickson
13
Introducción
Ernest Lawrence Rossi, doctor en Filosofía
Este libro sobre el «Hombre de Febrero» va más allá del típi­
co informe de caso que encontramos en las publicaciones de psi­
coterapia. Sobrepasa las formas habituales de análisis y psicote­
rapia para centrarse en la posibilidad de facilitar la apertura de 
nuevos desarrollos de la conciencia de sí y la identidad. El extin­
to Milton H. Erickson, a quien muchos consideran el hipnotera- 
peuta más creativo de su generación, ideó los singulares enfoques 
y técnicas documentados en este libro. La característica más nota­
ble y valiosa de este material es que constituye la única trascrip­
ción textual completa de un caso de hipnoterapia tratado por 
Erickson al promediar su carrera, cuando su genio innovador ha­
bía alcanzado su plenitud.
Además, tenemos la fortuna de poder añadir los comentarios 
detallados del propio Erickson acerca de este caso. Las quince 
horas de debates grabados proporcionan una comprensión única 
de su pensamiento y sus métodos.
El Hombre de Febrero es un fascinante estudio de caso que 
muestra el uso de una profunda regresión de edad en el trata­
miento de una joven afectada de depresión crónica y una fobia 
grave y disíuncional: un miedo al agua derivado del recuerdo trau­
ma! ico, profundamente reprimido, de haber sido responsable de 
un accidente en el que su hermana menor, una beba, estuvo a pun­
to de morir ahogada. Al tratar su caso, Erickson le presta apoyo 
asumiendo el papel de «Hombre de Febrero», quien «visita» mu­
chas veces n la mujer en el curso de cuatro sesiones psicoterapéu- 
ticas prolongadas. En ellas, Erickson utiliza fenómenos hipnóti­
cos clásicos (p.ej., la regresión de edad, la distorsión del tiempo, 
la escritura automática, la amnesia, etc.) para indagar toda la in­
fancia y adolescencia de la paciente. En el papel de «Hombre de 
lela oro», le proporciona las simientes de nuevas expansiones de 
su personalidad adulta.
Es improbable que alguna vez salgan a luz otras trascripcio- 
inv¡ textuales más completas de lo hecho por Erickson en esa épo­
ca Aun cuando se encontraran de algún modo, no tendríamos
15
los comentarios detallados del propio Erickson acerca de sus ac­
tos; y sin ellos es casi imposible comprender su trabajo. Este vo­
lumen es, pues, la última vendimia de la cepa Erickson. Ya no po­
dremos tener más sus comentarios en grado sumo esclarecedores 
sobre la naturaleza humana, la apertura hacia la conciencia de 
sí, la esencia del trabajo psicoterapéutico y los aspectos medula­
res de sus originales e innovadoras técnicas hipnoterapéuticas.
La historia de este volumen
Es una larga historia, ya que el libro fue desarrollándose lenta­
mente durante más de cuarenta años. Todo empezó allá por 1945, 
cuando Erickson hizo una demostración informal de su singular 
enfoque de la hipnoterapia ante un pequeño grupo de colegas te­
rapeutas y de estudiantes,1 utilizando como sujeto a una enfer­
mera (la «señorita S» o «Jane»), Sólo mantuvo con ella cuatro 
sesiones hipnoterapéuticas, registradas taquigráficamente y en 
forma completa por la señorita Cameron y mecanografiadas con 
apenas unas pocas omisiones insignificantes. Muchos años des­
pués, en 1986, pude comunicarme con la señorita Cameron y pre­
guntarle por sus recuerdos sobre Erickson de aquella época. Res­
pondió con la siguiente carta.
Recuerdos de una secretaria, la señorita Cameron
Mientras se registra taquigráficamente una reunión, una debe con­
centrarse casi con exclusividad en su trabajo. No obstante, recuerdo ha­
ber sentido una tensión casi intolerable en el consultorio del doctor Erick­
son, en Eloise, cuando la sujeto afrontó sus sentimientos de hostilidad 
extrema hacia su familia. En ese momento pensé que aquello era cirugía 
emocional. La última sesión a la que asistí fue ciertamente alegre; la su­
jeto reía mucho y se la veía relajada y feliz.
El doctor Erickson fue en verdad un gran jefe. Comprendía las limi­
taciones de los demás mejor que ellos y, naturalmente, esto se traducía 
en un trato considerado. Mis primeros días en su consultorio fueron me­
morables. Al parecer, no había tenido secretaria por un tiempo. En un
1 Jerome Fink, doctor en Medicina; la señora Mary Fink; el señor Beatty y 
la señorita Ann Dey, amiga de la sujeto.
16
rincón había una mesa llena de libros, papeles y objetos de uso personal. 
El escritorio de la taquígrafa estaba cubierto de separatas, cartas y toda 
clase de materiales por contestar o archivar. Empecé a leerlos y clasifi­
carlos.
Durante los dos primeros días, el doctor Erickson sólo me dictó una 
carta. Yo leía, apilaba y procuraba reducir mis preguntas al mínimo. Un 
pensamiento volvía una y otra vez a mi mente: quizá me esté metiendo 
en camisa de once varas. Pero al retirarse del consultorio al término del 
segundo día, el doctor Erickson comentó que disfrutaría con mi colabo­
ración. Fue un momento de orgullo; me erguí en todo mi metro y medio 
de estatura.
Pocos días después me preguntó si sabía dibujar. Le respondí con 
franqueza que ni siquiera era capaz de trazar una recta con una regla. 
Me hizo copiar una ilustración que usaba en las disertaciones para sus 
estudiantes de medicina. El resultado fue un esperpento, pero él dijo que 
era «adecuado» y de ahí en adelante utilizó ese dibujo. Cada vez que se
lo llevaba del consultorio, me ruborizaba hasta las orejas.
El doctor Erickson me enviaba con frecuencia a tomar taquigráfica­
mente las expresiones verbales de un paciente, que luego utilizaba para 
enseñar a sus estudiantes de medicina a distinguir los diferentes tipos de 
problemas mentales. Una mujer, que había sido tratada en Eloise duran­
te muchos años, hablaba sin parar con palabras sueltas o frases breves 
que parecían totalmente inconexas. Era una dama menuda y encantado­
ra; me habló durante varios minutos y en ese lapso pronunció tan sólo 
una oración completa: «Chase e hijo es el nombre».* Habría sido fácil 
suponer que la mujer había escuchado la propaganda radial del café Cha­
se and Sanborn, una marca muy publicitada por entonces, pero el doctor 
Erickson fue al meollo de la cuestión: una asistente social averiguó que 
la paciente, que era soltera, había tenido un hijo muchos años atrás, en 
su juventud, cuando eso se juzgaba deplorable. Fue característico del 
estilo de Erickson para comprender las crisis en la vida de aquellos con 
quienes trabajaba y a quienes trataba.
Las personas que venían a estudiar y trabajar con él hacían que mi 
empleo resultara especialmente gratificante. Los doctores y estudiantes 
de medicina que lo visitaban por entonces parecían interesarse muchísi­
mo por la hipnosis y los métodos de tratamiento del doctor Erickson, 
en especial con pacientes que habían manifestado recientemente algún 
problema. Cada vez que se anunciaba que daría una conferencia, el lugar 
designado se colmaba de gente. Siempre que les decía a sus estudiantes 
que se reuniría con ellos a tal hora de la tarde o la noche, parecía correr 
la voz por todo Eloise con una rapidez que aventajaba de lejos a las seña­
les de humo o los tambores de la jungla. Era asombroso. A la hora pre­
vista, la seda se llenaba no sólo de estudiantes y gente de Eloise, sino 
también de una buena cuota de desconocidos. El doctor Erickson siem­
* En inglés: «Chase and son is the ñame». (N. de la T.)
17pre ejercía un dominio increíble sobre el gentío. Como aficionada fanáti­
ca del teatro y ex empleada teatral, me maravillo cada vez que lo recuer­
do. Si lo hubiesen visto, la mayoría de los actores se habrían puesto com­
pletamente verdes de envidia.
Uno de los pasatiempos favoritos del doctor Erickson parecía atraer 
el interés de muchos visitantes. Sobre el alféizar de la ventana situada 
detrás de su escritorio había un grupo de vasijas de diversas formas y 
tamaños, hechas por él, cada una de las cuales contenía diferentes varie­
dades de cactus. Según explicaba él, eran excelentes plantas de interior 
porque los niños no las toqueteaban.
Una cena ocasional con los Erickson siempre era un acontecimiento 
grato. La señora Erickson era una anfitriona encantadora y cada hijo 
poseía un estilo netamente individual. Tal vez usted esté al tanto de es­
to; de ser así, sea indulgente conmigo. Los estimulaban a trabajar y aho­
rrar. Cuando estuve en Eloise, Bert y Lance cuidaban la huerta y la fa­
milia compraba sus productos; cada chico recibía una paga por sus ta­
reas domésticas y, a fin de año, un aguinaldo equivalente a lo depositado 
en su cuenta de ahorros, fuera cual fuese su monto. Esta idea me ha 
parecido siempre tan estupenda, que la trasmito constantemente a los 
padres jóvenes que conozco.
Trabajar como secretaria del doctor Erickson fue una oportunidad 
privilegiada de observar y aprender. En verdad, marcó el cénit de mi 
experiencia en oficinas. Me alegra saber que su obra recibe un reconoci­
miento tan difundido —sin duda que esto se debe en mucho a los esfuer­
zos de usted— y se convertirá en una parte importante del mundo del 
mañana.
La trascripción del estudio del caso de la señorita S, mecano­
grafiada por la señorita Cameron, descansó en paz en los archi­
vos de Erickson durante unos treinta años, hasta que él me la 
dio para que la estudiara en privado cuando empecé a trabajar 
con él, a comienzos de la década de 1970. Empero, en esos prime­
ros años simplemente fui incapaz de comprender la importan­
cia del caso y por qué Erickson se refería constantemente a él 
para ejemplificar tal o cual característica exclusiva de su labor. 
Mi perplejidad frente a este caso se comprenderá fácilmente a 
la luz de las opiniones de Jerome Fink, doctor en Medicina, que 
fue el verdadero responsable del encuentro inicial entre Erickson 
y la paciente.
El trabajo de Erickson, visto por el doctor Jerome Fink
El doctor Fink fue otro integrante del pequeño grupo original 
que presenció este caso de terapia; por entonces era médico resi­
18
dente. El que sigue es un informe sobre el desarrollo de la situa­
ción terapéutica:2
Fink: La paciente, la señorita S, era una estudiante de enfermería de die­
cinueve años, dotada de una inteligencia y un talento extraordinarios. 
Originalmente la invité a mi casa en atención a su interés por la psiquia­
tría. El propósito de esa visita vespertina fue presenciar el comporta­
miento hipnótico y participar en él, con miras a una mejor comprensión 
de la psicodinámica elemental.
Durante la conversación preliminar sobre la hipnosis, en cuya opor­
tunidad se discutieron las pautas de conducta «comunes» en estado de 
trance, la señorita S dio muestras de prestar suma atención. Advertí al 
punto que estaba desarrollando una trasferencia intensa y que sentía 
un vivo 'deseo de ser puesta en trance. Se le dijo entonces que tendría 
el honor de ser la primera sujeto.
Se le indujo fácilmente un trance profundo por el método de levita- 
ción de la mano y, como disponíamos de poco tiempo, se la introdujo 
con presteza en los diversos fenómenos hipnóticos. A menudo, los suje­
tos menos capaces se rehúsan a cooperar cuando no se les asigna el tiem­
po adecuado. Si el sujeto era novato, yo acostumbraba permitirle escri­
bir algo durante su primera experiencia de trance. La mayoría de los 
sujetos se abstienen de escribir cualquier cosa que pueda revelar un anti­
guo conflicto; por ejemplo, suelen escribir su nombre. En cambio, la se­
ñorita S escribió «Esta maldita guerra». Para evitar una confrontación 
psicodinámica prematura, se le retiró el papel y se la despertó con la 
sugestión de que olvidara lo ocurrido durante ese trance. También que­
dó demostrado, para asombro de la sujeto, que era capaz de escribir auto­
máticamente. Este último hecho pronto habría de adquirir un valor adi­
cional para la paciente.
Algunos días después me encontré con la señorita S en una sala del 
hospital y ella me interrogó al instante acerca de lo acontecido en su 
período de amnesia. Me limité a responderle con evasivas y frases indefi­
nidas. Ella insistió en su interrogatorio, al que añadió una declaración 
aparentemente inconciente de su «miedo al agua», por lo que sospeché 
que este era un ruego indirecto de su inconciente que así solicitaba trata­
miento psicoterapéutico. Le hice varias preguntas, expresadas de mane­
ra tal que sólo resultaran comprensibles para su personalidad inconcien­
te, y sus respuestas confirmaron mi sospecha. Poco después me abordó 
su amiga, «Ann Dey», quien me trasmitió su pedido de una segunda ex­
periencia hipnótica vespertina.
Convinimos la cita e introduje en la situación al doctor Erickson por­
que yo no pertenecía al cuerpo médico estable del hospital, sino que era 
un facultativo residente, y esta joven se me había presentado inopinada­
2 Estos cdmentarios resumen lo dicho por el doctor Fink en varias conversa­
ciones mantenidas con Ernest Rossi y Margaret Ryan.
19
mente con un caso de fobia. Yo había trabajado con Milton todos los 
años desde que cursé el segundo año en la Facultad de Medicina. Bajo 
sus auspicios, había dado clases de hipnosis a estudiantes del último año 
cuando era sólo un estudiante del penúltimo año. Milton y yo éramos 
muy, pero muy unidos.
Siempre experimenté cierta necesidad de ser aceptado y adquirí una 
pericia excepcional en hipnosis, probablemente por sus características 
tan impresionantes, Luego, los demás empezaron a apodarme Svengali 
y a temerme mucho, pues pensaban que en mi roce con Erickson él me 
estaba trasmitiendo su intuición y yo podía «adivinarles el pensamien­
to». Hubo una gran agitación dentro de nuestro grupo psicoanalítico y 
el mensaje fue: «Si quieres ser psicoanalista, más te valdría rechazar a 
Erickson». No tengo tiempo para entrar en detalles, pero el conflicto aca­
rreó finalmente la disolución de la sociedad psicoanalítica de Detroit. 
Ryan: ¿Se oponían a la personalidad de Erickson o al tipo de trabajo 
que hacía?
Fink: Creo que se oponían a su modo de trabajar. Era tan intuitivo. . . 
Recuerdo que con ocasión de una visita que hice a la Clínica Menninger 
para disertar ante un grupo de estudiantes de medicina, el jefe del cuer­
po médico me dijo que Erickson era detestablemente intuitivo. Me contó 
que él se había pasado tres meses estudiando un caso; llegó a la conclu­
sión de que la paciente sufría de esquizofrenia catatónica. Durante una 
visita a la clínica, Erickson la examinó treinta segundos y dijo: «Y bien, 
esta muchacha es una esquizofrénica catatónica». Le pregunté cómo ha­
bía llegado Erickson a esta conclusión y él me respondió citando la expli­
cación de aquel: «Tal vez hayan advertido que esta muchacha movía in­
concientemente su pulgar desde la palma de la mano hasta la punta de 
sus dedos. No sabía dónde estaban los límites de su yo. No sabía si ella 
terminaba en sus codos o fuera de su cuerpo».
Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajé con Erickson como miem­
bro del cuerpo de examinadores psiquiátricos de la junta de enrolamien­
to del Ejército y vi muchísimos casos como ese. Su intuición era esplén­
dida pero, para ser sincero, no creo que en esa etapa de su carrera estu­
viera tan organizado en su vida profesional que fuera conciente de todos 
los detalles que se examinan en la presentación de este caso, tal como 
los discute con Rossi en el libro.
Ryan: Usted cree que Erickson estaba haciendo algo que sabía hacer en 
un nivel intuitivo. Después sepuede discutir el hecho a posteriori desde 
cualquier punto de vista teórico, pero eso no significa que Erickson lo 
haya visto así en aquel momento.
Fink: Exactam ente. Eso es exactamente lo que sucedió.
Ryan: En suma, Erickson hizo mucho de lo que dijo haber hecho, sólo 
que no obró así por las razones que todos imaginan p ost hoc.
Fink: ¡Exactamente! Retrospectivamente, todos parecen tener una vi­
sión perfecta. La dificultad que sentí al leer la trascripción de este libro 
fue que en muchos, muchísimos momentos, el doctor Rossi preguntaba: 
«¿Usted hizo tal y tal cosa?». Y Erickson respondía: «Ajá». A mi modo
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de ver, es muy posible que Erickson nunca hubiera considerado las co­
sas desde cierto punto de vista hasta que Rossi se lo preguntó y enton­
ces contestó que sí.
Erickson me dio esta pila de trascripciones entre el I o de julio de 
1945 y el I o de mayo de 1946. (Se refiere a los originales en que se basó 
ese libro.)
Ryan: ¿Le parecieron representativas de lo ocurrido en las sesiones? ¿O 
le parecen falseadas?
Fink: Aún no estoy del todo seguro. Hay un pasaje al comienzo de la 
trascripción en que el doctor Rossi pregunta: «¿Realmente hizo estas co­
sas con un propósito preconcebido? ¡¿Por qué?! ¡No puedo creer que ha­
ya hecho realmente esto! Llevo ya siete años estudiando con usted, y 
todavía me cuesta creer que no se está burlando de mí con toda clase 
de intrincadas intelectualizaciones p ost hoc acerca de un caso como este. 
Sin embargo, tenemos aquí, frente a nosotros, esta evidencia que data 
de hace más de treinta años. ¿Por qué me cuesta tanto creer en ella?».
Pienso que el doctor Rossi hizo bien al atreverse casi a cuestionar 
al Maestro. Creo que Erickson siempre experimentó esta necesidad de 
tener razón en todo momento y, en mi opinión, Rossi «daba en el blan­
co»* con su sentimiento de duda. Muchas de las psicodinámicas discuti­
das eran intelectualizaciones p ost hoc. Erickson era un tipo excepcional­
mente intuitivo y no cabe duda de que curó a esta muchacha. Lo que 
cuestiono es que lo previera de verdad todo.
Conocí muy bien a Erickson cuando él era más joven. El y Betty vi­
nieron a nuestra casa infinidad de veces, en visita social. Fui su protegi­
do durante unos cuatro años. En 1942, siendo yo un estudiante de se­
gundo año de la Facultad de Medicina, Erickson empezó a dictarnos cla­
ses sobre hipnosis. Llegamos a conocernos muy bien y, por decirlo así, 
él me tomó bajo su ala.
Siempre me ha sido imposible entrar en un trance hipnótico; tengo 
un bloqueo absoluto. Erickson hizo varios intentos muy serios, incluidos 
uno o dos con mi consentimiento, pero por alguna razón nunca pude en­
trar en trance con él. Ignoro por qué. Supongo que tenía mucha resisten­
cia, mucho descreimiento. Llegué a ser un buen operador, pese al hecho 
de no poder entrar en trance para nadie.
Este libro me parece muy meritorio, pero es preciso tomar «con una 
pizca de sal» algunos de los conceptos desarrollados en él. Como ya dije, 
Erickson era excepcionalmente intuitivo pero no pudo haber imaginado 
todas las psicodinámicas en ese momento y en forma conciente. Nunca 
había visto a la sujeto antes de la primera sesión prolongada.
Ryan: ¿Es posible que a pesar de ello algunos de los conceptos desarro­
llados en este libro tengan validez? Dejando a un lado que tuviera con­
ciencia de ellos o no, aún queda la posibilidad de que los pusiera en prác­
tica en un nivel intuitivo.
* Fink hace aquí un juego de palabras intraducibie con «to be right» (tener 
razón) y «to be right on» (ir derecho a, apuntar directamente a). (N. de la T.)
21
Fink: ¡Oh, de eso no hay duda! Operaba de ese modo, ¡pero creo que 
era el único hombre, en todo el país, capaz de operar así!
Esta entrevista franca y atractiva con el doctor Fink pone de 
relieve las limitaciones de cualquier análisis post hoc de un caso. 
Simplemente no sabemos hasta qué punto el compromiso tera­
péutico altamente intuitivo de un clínico brillante se puede com­
prender a la luz de un análisis cognitivo posterior. De hecho, mu­
chas investigaciones de reciente data indican con firmeza que las 
posteriores explicaciones racionales de «hemisferio izquierdo» son 
simplemente historias tendientes a darle un sentido confortador 
—sea cual fuere— a los procesos no concientes de «hemisferio de­
recho» (Gazzaniga, 1985). Aun teniendo presentes estas limita­
ciones, he persistido en mis esfuerzos por comprender el enfoque 
ericksoniano.
La técnica del Hombre de Febrero
Entre 1973 y 1981 fui coautor, junto con Erickson, de varios 
artículos (Erickson y Rossi, 1974, 1975, 1976, 1977, 1980) y tres 
libros (Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Erickson y Rossi, 1979, 
1981) sobre hipnoterapia. Asimismo, edité cuatro volúmenes de 
sus artículos completos (Erickson, 1980). A lo largo de este perío­
do fui penetrando cada vez más en sus formas de pensar y, poco 
a poco, pude comprender parte de los vastos alcances de lo que 
él llamaba «la técnica del Hombre de Febrero». En 1979 publica­
mos una versión abreviada del caso como capítulo final de nues­
tro libro Hypnotherapy: An Exploratory Casebook. En ese ejem­
plo, puse de relieve el modo en que Erickson había utilizado al 
Hombre de Febrero para abrir el camino hacia la creación de una 
nueva identidad y conciencia de sí en pacientes que, en su tem­
prana infancia, habían experimentado varios niveles de destitu­
ción. Este enfoque implicó un rebasamiento significativo de to­
das las formas de terapia precedentes, centradas en el análisis 
y la reelaboración de problemas psicológicos a partir del pasado.
Con estos antecedentes preparatorios, estuve finalmente en 
condiciones de explorar con mayor detenimiento las cuatro sesio­
nes presentadas en este volumen. Erickson y yo grabamos unas 
quince horas de comentarios sobre estas cuatro sesiones,3 exa­
3 Estas cintas magnetofónicas están disponibles, para su investigación y es­
tudio, en la Milton H. Erickson Foundation, :)60(> N. 24th St„ Phoenix, Arizona, 
85016 - Estados Unidos de Nortoanióricu.
22
minando cada palabra, cada frase, cada oración, con una minu­
ciosidad reiterativa y tediosa, a fin de asegurar una comprensión 
adecuada de las sutilezas de sus métodos. Otros profesionales for­
mados por Erickson (Marión Moore, Robert Pearson, Sandy Sil- 
vester) participaron de manera casual e intermitente en tal o cual 
sesión de comentario; hacían preguntas y aportaban sus puntos 
de vista a nuestro proceso de comprensión creciente. Corregí es­
tos comentarios y, en una segunda serie de sesiones de comenta­
rio, leí la mayoría de ellos a Erickson para que él formulara las 
aclaraciones finales y diera su aprobación definitiva.
Esta versión del texto original se completó entre la primave­
ra y el otoño de 1979, o sea, el año anterior al fallecimiento de 
Erickson. Habría sido nuestro cuarto libro escrito en colabora­
ción. Sólo necesitaba una introducción para darle una forma ade­
cuada, como requisito previo a su publicación, pero la muerte de 
Erickson en la primavera de 1980 me sumió en un estado de due­
lo y no pude mirar el original por otros ocho años. Durante ese 
lapso estuve ocupado en lo exterior en la sosegada tarea de coe­
ditar una serie de volúmenes sobre los seminarios, talleres y con­
ferencias de Erickson (Rossi y Ryan, 1985, 1986; Rossi, Ryan y 
Sharp, 1984) y en hacer unas pocas incursiones independientes 
en la psicobiología de lo que Erickson denominó la base psico- 
neurofisiológica de la hipnosis terapéutica (Rossi, 19866; Rossi 
y Cheek, 1988).
Pero, en lo interior, tuve una serie de sueños en los que Erick­
son siempre se me aparecía como un maestro de unos cuarenta 
o cincuenta años. Esto era sorprendente, por cuanto sólo lo cono­
cí cuando ya era septuagenario, pero aquella era la edad que te­
nía Erickson en la época en que creó la técnica del Hombre de 
Febrero y ofreció las conferencias, seminarios y talleres que yo 
editaba a la sazón. A l parecer, lo más recóndito de mi mente asi­
milaba las enseñanzasde Erickson que databan de esa etapa más 
temprana de su carrera, antes de que yo lo conociera.
En 1987 pude retornar finalmente a este texto original con 
una perspectiva renovada, ávido de averiguar si aún tenía senti­
do y contenía algo de valor para una nueva generación de estu­
diantes abrumada por el cúmulo de libros y artículos publicados 
recientemente sobre Erickson. A medida que repasaba este testi­
monio de su pensamiento cuidadoso y matizado, me di cuenta 
de que este volumen podría ser un correctivo importante para 
quienes describen el trabajo de Erickson como algo totalmente 
intuitivo e idiosincrásico. Sin duda, fue intuitivo en el sentido de 
que confiaba a menudo en sus asociaciones inconcientes espontá­
23
neas para iniciar la exploración psicodinámica de un caso nuevo. 
Hasta podría dar la impresión de haber sido idiosincrásico en al­
gunos de sus métodos poco ortodoxos de disponer «experimen­
tos de campo» con el fin de evaluar la realidad fenomenológica 
de la experiencia hipnótica. Pero Erickson siempre insistió en que 
sus procedimientos verbales y no verbales destinados a facilitar 
experiencias hipnóticas, preparados con esmero, eran esencialmen­
te racionales en tanto recurrían a la individualidad y a los poten­
ciales singulares del paciente. Los comentarios de Erickson con­
tenidos en este volumen son un testamento de la profundidad y 
la naturaleza innovadora de su pensamiento y su práctica tera­
péutica, con esta técnica específica que procura expandir la con­
ciencia de sí y abrir el camino hacia el desarrollo de una nueva 
identidad en hipnoterapia.
24
Sesión I. Primera parte 1 
Enfoques de hipnosis terapéutica
Las primeras secciones de esta presentación son muy difíciles 
de apreciar cuarenta años después de su registro taquigráfico. 
La mera trascripción de las palabras —sin los tonos de voz y los 
ademanes que imprimían matices importantes al significado de 
los chistes, acertijos y juegos contenidos en estas secciones— re­
sulta muy desconcertante. El propósito general de esta conver­
sación inicial entre Erickson, el doctor Fink y la sujeto es atraer, 
motivar y comprometer la atención de ella en forma indirecta (pri­
mera etapa de la microdinámica de inducción del trance, Erick­
son y Rossi, 1976/1980) para luego despotenciar sus disposicio­
nes concientes habituales por medio de la confusión, el cambio 
de los marcos de referencia, la distracción, la sobrecarga cogniti- 
va y los non sequitur (segunda etapa de la microdinámica de in­
ducción del trance). Si el lector se siente confundido y abrumado 
en sus intentos de hallar un sentido a estas primeras secciones, 
sólo le queda el consuelo de considerar cuánto más perpleja debe 
de haberse sentido la su jeto. . aunque ella trata de mantener una 
actitud valiente frente a la violenta embestida verbal asociativa 
de la que ella es, a la vez, centro y objeto.2
1.0 Confusión: juegos y acertijos asociativos tendientes a iniciar 
el aprestamiento para la respuesta y el proceso hipnótico
Erickson: . . . Apartándonos de las valvas de berberecho, ¿le gus­
ta Gene Autry?
1 Presentes en 1945, en esta Primera parte de la Sesión I: doctor Milton H. 
Erickson, doctor Jerome Fink, señora Fink, la sujeto (también llamada «señorita 
S» y «Jane») y su amiga, la «señorita Dey». Presentes en los comentarios de 1979: 
doctor Milton H. Erickson, doctor Ernest L. Rossi y doctor Marión Moore.
2 Las palabras u oraciones en negrita son recogidas en los comentarios de 1979 
y 1987.
25
Fink: Por cierto que debería ser capaz de montar a caballo igual 
que él.* ¿O acaso eso no tiene sentido común? ¡He salido con mal 
pie! ¿Que si me gusta Gene Autry?
Erickson: ¿Qué tiene que ver eso con un jardín?
Fink: Bueno, aporta fertilizante a un jardín.
Erickson: ¿Cómo pasa de volteado a jardín y a Gene Autry? 
Fink: Es absolutamente esquizoide.
Erickson: ¿La puede tararear? [El doctor Fink tararea Drifting 
Along with the Tumbling Tumbleweed.]
Fink: Voltear. rodante planta rodadora. . . Gene Autry. 
Erickson: Sí, eso es. El no está rodando. Pregunté por su jardín. . . 
Gene Autry canta The Tumbling Tumbleweed.
Fink: Es una canción inolvidable.
Erickson: No es una canción. . . ¡sólo es harina de otro costal! 
Sujeto: ¿¡Y yo que trataba de relacionarlo con . . .!? [Se bloquea, 
confundida.]
Fink: Y sin embargo se me escapó.
Erickson: Estoy muy seguro de que él no lo recuerda. Y la obser­
vación de usted debería haberle refrescado la memoria, pero su 
memoria no fue refrescada. Por consiguiente, él no la oyó. [La 
sujeto se acerca más a la señorita Dey.]
Fink: Bueno, esta vuelta lo perdí yo.
Sujeto: ¿Qué está haciendo ella?
Fink: Está escribiéndole una carta a una amiga.
Rossi: [En 1987]3 La sesión comienza con una conversación 
aparentemente ajena al caso, en la que Milton Erickson pre­
gunta al doctor Fink si le gusta Gene Autry (un vaquero can­
tor que gozaba de popularidad por aquel entonces).
El doctor Fink replica con vivacidad, pero sus retruécanos 
acerca del sentido común y de salir con mal pie son malos. 
Erickson introduce entonces un juego asociativo y pregunta 
estos non sequitur: «¿Qué tiene que ver eso con un jardín?» 
y «¿Cómo pasa de volteado a jardín y a Gene Autry?».
No obstante, el resultado de este primer juego de palabras 
salta a la vista de inmediato en el efecto que produce en la 
conciencia de la sujeto: es evidente que está confundida, pero
* El siguiente juego mental sigue básicamente estas asociaciones: «horse» (ca­
ballo) —» «horse sense» (sentido común) —> « tumble» (rodar, voltear, volcar una 
carga) —» «tumbleweed» (planta rodadora de las praderas) —► «a horse o f another 
color» (harina de otro costal). (N. de la T.)
3 Los comentarios escritos por Rossi en 1987 se indican con la fecha entre 
corchetes: (En 1987).
26
no se da cuenta de que Erickson le provoca esa confusión in­
directamente. Se diría que Erickson ni siquiera se dirige a ella; 
sabe que los escucha, pero actúa como si sólo entretuviera la 
atención del doctor Fink.
La sujeto pronto da muestras de tratar de unirse al des­
concertante juego asociativo que se desarrolla en torno de ella, 
cuando exclama «¡Y yo que trataba de relacionarlo con. . .!» 
y se bloquea, indicando con ello que está confundida; y este 
es un estado ideal para iniciar la hipnosis, porque evidente­
mente su atención se centra en la dinámica progresiva que es­
tá iniciando Erickson y, sin embargo, necesita una orienta­
ción esclarecedora que espera recibir de Erickson o del doctor 
Fink. Esta necesidad de un esclarecimiento indica que ahora 
se encuentra en un estado de aprestamiento para la respues­
ta: está lista para responder mediante la aceptación de cual­
quier sugestión o sugestiones esclarecedoras. Erickson consi­
dera que este estado de aprestamiento para la respuesta es 
una preparación ideal para iniciar una experiencia hipnotera- 
péutica.
1.1 Preguntas, confusión, sensación de no saber y non sequitur 
tendientes a facilitar la microdinámica de inducción de trance
Erickson: ¿De qué color es eso pardo?
Sujeto: No tengo la menor idea. Lo único que sé es que eso es 
pardo [brown].
Erickson: ¿Qué estudio se mencionó?*
Fink: Evidentemente un estudio en pardo.
Sujeto: Me alegra saber qué significa esa palabra.
Erickson: ¿Quién se halla profundamente ensimismado [in a brown 
study]?
Fink: Yo. Es un pardo oscuro y ondulante.
Sujeto: ¿Eso significa algo?
Erickson: No. Simplemente está fascinado por el sonido de las 
palabras.
Señora Fink: Doctor Erickson, ¿cómo puede engañar [tell brown]?
* Aquí juegan con «study» (estudio, despacho, meditación) y la expresión 
idiomática «£o be in a brown study» (hallarse profundamente ensimismado) que 
podría significar «estar en un despacho pardo». Además, en la última respuesta 
de la sujeto, «blocks» puede querer decir indistintamente «cuadras» o «bloqueos». 
(.N. de la T.)
27
Erickson: Fue fácil hacerlo, después que me lo presentaron for­
malmente.
Fink: Fue una especie de verde bilioso.
Erickson:¿Por qué la desafió Jerry con la escritura automática? 
Sujeto: Aquí debo inventar una respuesta apropiada.
Erickson: Démosle a Jerry una ayuda excelente. ¿Cuál fue mi pre­
gunta?
Sujeto: No creo poder ayudarlo. Me perdí tres o cuatro cuadras 
más atrás.
Rossi: Aunque resulte difícil seguir estos pasajes, hay un punto 
sobradamente claro. La sujeto vuelve a admitir su confusión 
cuando dice «Me perdí tres o cuatro cuadras más atrás». Aquí 
vemos el comienzo de las cinco etapas típicas de la microdiná- 
mica del trance y la sugestión (Erickson y Rossi, 1976/1980, 
1979):
1. su atención ha sido centrada en los temas que usted 
[Erickson] está introduciendo;
2. sus disposiciones mentales habituales han sido despo­
tenciadas y queda confundida al tratar desesperadamente de 
seguir el hilo de la conversación;
3. es lanzada a búsquedas interiores creativas dentro de 
su propia mente, sin que lo advierta;
4. las búsquedas interiores activan procesos inconcientes 
que, a su vez,
5. establecen un estado de aprestamiento para una respues­
ta hipnótica creativa.
En este contexto, ciertamente, produce usted la primera 
alusión al futuro trabajo hipnótico, cuando pregunta: «¿Por 
qué la desafió Jerry con la escritura automática?». La sujeto 
responde con perplejidad («Aquí debo inventar una respuesta 
apropiada») y usted aumenta al punto su confusión presen­
tando un nuevo non sequitur acerca de ayudar al doctor Fink 
y contestar su propia pregunta.
Erickson: ¡Parece que en cada vida entra una cuota de confu­
sión, y también una cuota de esclarecimiento!
Rossi: La confusión es necesaria para quebrar las limitacio­
nes aprendidas por la paciente, a fin de que lo nuevo pueda 
ser acogido por su conciencia. En la siguiente sección usted 
prosigue con esta técnica de desconcierto; se vale de una serie 
de preguntas y formulaciones que provocan una sensación adi­
cional de no saber. A su vez, esta sensación activa los proce­
sos inconcientes de búsqueda interior que pueden suscitar la 
respuesta hipnótica de la escritura automática.
28
1.2 Enigmas, acertijos y sobrecarga cognitiva; activación de los 
potenciales de la sujeto; la ética de los «juegos mentales»
Fink: Este no es un pardo cálido, ¿verdad?
Erickson: Le daré la ayuda que necesita; sólo tiene que tomarla. 
Aqui la tiene: San Pedro debería pescar halibut. ¿Por qué?* 
Señorita Dey: Dejaremos que usted lo deduzca. Eso le dará las 
pistas.
Fink: ¿Me completaría dos letras faltantes?
Sujeto: Ahora se hace la luz. Es tan simple. . . ¿verdad? 
Erickson: Me equivoqué, Jerry.
Fink: Tal vez debería ser San Andrés.
Erickson: Me equivoqué. Corregiré mi error, pero si lo hago aho­
ra revelaré seguramente el enigma.
Sujeto: ¿Lo dejará seguir así?
Erickson: Algún pobre muchacho gritó desde el otro lado del des­
filadero «¿Por qué?».
Sujeto: Ahora yo también lo veo claro.
Erickson: Mary, si estás sufriendo tanto, te llevaré a la cocina 
y te lo explicaré.
Fink: Por eso él es un genio y yo no lo soy.
Señorita Dey: ¿Es verdaderamente un enigma, no?
Fink: ¿Contestaría una pregunta?
Erickson: Sí.
Fink: ¿Me está dando las letras que componen la palabra? 
Erickson: Ya he respondido a su pregunta. Me preguntó si con­
testaría una pregunta y dije «Sí». ¿Admite eso?
Fink: Sí, ¡vaya si lo admito! Veamos, ¿cómo puedo decirlo de otro 
modo? ¿Cada palabra da la pista de una letra?
Erickson: ¿Creen ustedes que él trata de hacerme responder a una 
segunda pregunta, ahora que ya he contestado una?
Fink: ¡Ajá!
Erickson: Correcto. Ahora bien, ¿cuánto se retrasó ese tren? 
Fink: Unos veinte minutos.
Erickson: Pensé que usted nunca daría en la tecla.
Fink: ¡Es tan simple! ¿Eso significa algo que es muy importante, 
relacionado con algo que en este momento debería saberse? 
Sujeto: ¡Dios! ¡Guau! ¡Conteste esa!
* En inglés: «Sí. Peter ought to catch halibut. W hy?». Las iniciales de las pa­
labras de la oración y la «y» de «why» forman casi la palabra enigma, «splotchy» 
(emborronado). Erickson propone finalmente una variante que incluiría la «1» fal- 
tante: «St. Peter's lady » (la esposa de San Pedro . (N. de la T.)
29
Fink: Usted la contesta.
Erickson: [Toma una tablilla con un sujetapapeles.] Pero el que 
miraba era usted.
Fink: La palabra era «emborronado».
Erickson: Bien, ¿y eso qué tiene que ver con esta página? 
Fink: ¡Oh, caramba!
Erickson: ¿Cómo describiría esa página?
Fink: Quiere decirme que en todo este tiempo en que traté de de­
ducir esa palabra. . .
Erickson: Con esa oración, yo sólo le describía la apariencia de 
la página; usted está todavía allí, y no aquí.
Fink: ¡No, ahora estoy exactamente allí!
Erickson: Muy bien. Y ahora, ¿qué tiene que ver eso con Ella Fink? 
Fink: Supongo que ambos somos unas bestias.
Erickson: Esto fue simple.
Fink: Muy simple.
Erickson: ¿Le gustó su proceso deductivo?
Sujeto: Fue hermoso.
Señorita Dey: ¿Por qué tomó la s y la t de saint y dejó el resto? 
Fink: St. es la abreviatura de saint.
Erickson: Utilicé la forma St. Peter para recordarle el enigma. 
Empecé y terminé con el recordatorio para embarullar sus pensa­
mientos.
Fink: Yo estaba siguiendo la pauta que usted había aplicado allí. 
Erickson: Ahí había cuatro cosas en juego. Por eso no lo pudo 
deducir. Si tan sólo se me hubiera ocurrido la oración «La esposa 
de San Pedro debería pescar halibut», tal vez usted lo habría pes­
cado.
Fink: San Pedro no tenía esposa. ¡Si la hubiese tenido, reinaría 
en el otro imperio!
Señorita Dey: ¿Tiene pruebas de eso?
Fink: No, y tampoco me interesa llevar más adelante esa afirma­
ción.
Sujeto: Todavía quiero conocer ese detalle de cuatro letras. 
Erickson: Constantinopla es una palabra larga, ¿puede deletrear­
la? ¿«Esto» significa algo? Hay cuatro letras, ¿no es así? 
Sujeto: Es tan sim ple. . . una vez que alguien nos lo ha resuelto. 
Fink: Esto fue muy bueno.
Erickson: Esta noche ha trabajado con muy buena voluntad, 
Jerry.
Sujeto: Por supuesto, está bromeando.
Erickson: Apuesto a que no parece ser así.
Sujeto: No, no lo parece. Sin embargo, es tan com plicado. . .
30
Rossi: [En 1987] En esta sección se llega a tal grado de confu­
sión y non sequitur que uno tiene la sensación de asistir a un 
juego de ping-pong mental bastante caótico. Podemos detec­
tar una sensación lúdica mientras observamos el alegre ir y 
venir de Erickson entre el doctor Fink y la sujeto. En verdad, 
una parte nada pequeña de su encanto residia en su costum­
bre de contar a la gente, en momentos cuidadosamente elegi­
dos, la técnica que empleaba para practicar los juegos menta­
les al mismo tiempo que los practicaba. Mientras ofrecía es­
tas explicaciones, su rostro solía tener una expresión más bien 
dulce, pero a la vez muy alerta e inquisitiva. Como siempre, 
había muchos niveles de significado en su conducta y él acos­
tumbraba observar con detenimiento aquellos que el sujeto 
aprehendía.
En un nivel, se divertía de veras participando en juegos 
mentales que descolocaban los procesos asociativos de las per­
sonas, llevándolos de aquí para allá por caminos que solían 
ser indiscernibles para ellas. En otro nivel, estos juegos cons­
tituían una forma importante de la experimentación de cam­
po,4 en la que exploraba la naturaleza de la conciencia de sí 
y el proceso hipnótico. En un tercer nivel, sus explicaciones 
aparentemente ingeniosas sobre el modo en que manipulaba 
los procesos asociativos del sujeto eran una demostración cla­
ra y generosa de su destreza: si el sujeto deseaba continuar 
el juego, su propia expectativa y su confianza en Erickson po­
tenciarían aún más los pasos siguientes del proceso hipnótico.
Este es un ejemplo interesante de nuestras concepciones, 
todavía en elaboración, acerca de lo que podría llamarse la éti­
ca de los juegos mentales. Un principio básico de esta nueva 
ética exige que el sujeto se percate de algunas de las técnicas 
en uso y haya accedido a someterse al proceso con propósitos 
preestablecidos.
Cuando Erickson describe cómo «empecé y terminé con el 
recordatorio para embarullar sus pensamientos», da unejem­
plo de lo que posteriormente hemos denominado amnesias es­
tructuradas:5 todas las asociaciones que vienen a la mente en­
tre el recordatorio inicial y el final tienden a perderse en una 
laguna amnésica, de manera tal que el pensamiento conciente 
del oyente queda confundido y despotenciado.
4 Véase Erickson (1964/1980).
5 Véase Erickson y Rossi (1974/1980).
31
Cuando la sujeto cierra esta sección, desconcertante pero 
ti Iii ve/, lancinante, con el comentario «Sin embargo, es tan 
«■oinplicado», admite su estado de sobrecarga cognitiva. Esta 
Ni'cción i««, por cierto, un ejemplo de los extremos en aparien­
cia irascibles y tediosos a los que solía llegar Erickson en su 
empleo de enigmas, acertijos y juegos asociativos arcanos. 
Obraba así porque reconocía la importancia de confundir los 
procesos mentales concientes del sujeto, y activar al mismo 
tiempo aquellos procesos asociativos inconcientes que produ­
cirían el eventual trabajo hipnótico. Más aún, Erickson afir­
mó repetidas veces que tal estado de activación interna —en 
el que los potenciales del sujeto eran activados hasta un um­
bral de trabajo terapéutico— era el ideal de su técnica hipno- 
terapéutica.6 Este punto de vista contrasta marcadamente con 
la noción errónea, aunque todavía generalizada, de que la hip­
nosis es un estado de franquía en blanco en el que el sujeto 
se convierte en un autómata pasivo, a merced de las sugestio­
nes y programaciones del hipnotizador.
1.3 Pregunta, insinuación y autointerrogación que convocan in­
directamente una temprana disposición de aprendizaje para faci­
litar la escritura automática
Erickson: ¿Qué le ocurre a su mano? Se alzó verticalmente de su 
regazo. . . ya se acerca más al lápiz.
Sujeto: Aquí una ni siquiera puede tomarse un respiro. 
Erickson: Claro que puede. Inténtelo.
Sujeto: De acuerdo. Conque tomé el lápiz. . . ¿y qué? Anoche ella 
me hizo levantar y mirar el despertador. ¡Me puse tan furiosa!
Rossi: ¿Qué pasaba realmente cuando usted le preguntó qué 
le ocurría a su mano? ¿Simplemente estaba elevándose en un 
movimiento al parecer casual, y usted aprovechó la oportuni­
dad al vuelo para comentar que el movimiento podría indicar 
que la mano se acercara al lápiz para escribir automática­
mente?
Erickson: Sí.
Rossi: Con sólo formular esa pregunta, con la mera insinua­
ción de que tal vez, sin darse cuenta, ella estaba haciendo un
6 Véase Erickson y Rossi (1979), capítulo 1.
32
movimiento inconciente hacia el lápiz, usted inicia una confu­
sión que tenderá a despotenciar su conciencia de si y allanará 
el camino hacia el modo hipnótico, dentro del cual ella debe 
limitarse a esperar que se produzcan las respuestas automáticas. 
Marión Moore, doctor en Medicina: Eso siempre hace que el 
paciente se pregunte por lo que ve el doctor Erickson sin que 
él lo perciba aún.
Rossi: Sí, las preguntas que la mente conciente del paciente 
no puede responder con facilidad sirven para activar procesos 
inconcientes.
Erickson: Una criatura empieza a aprender en el momento en 
que oye algo: se pregunta por lo que dicen, por lo que signifi­
ca, y así sucesivamente.
Moore: Emprende una búsqueda interior para hallar un signi­
ficado a lo que se dice.
Rossi: Con este tipo de preguntas, usted además convoca una 
disposición temprana que se remonta directamente a los dos 
primeros años de vida.
1.4 Preguntas que evocan recuerdos; expectativa que provoca una 
impresionabilidad automática
Erickson: Lo que suceda a continuación se referirá a algo ajeno 
a esta habitación.
Sujeto: ¿Qué se pretende que haga?
Erickson: ¿Qué dije?
Sujeto: [Tras una pausa.] Es un lápiz muy bueno. [Silencio abso­
luto.] Siempre me deja maravillada. Qué proceso tedioso, ¿no? 
Erickson: Un buen trabajo debe hacerse despacio.
Sujeto: Tendré que pedirle a él que venga a hablarles a los super­
visores. Sé lo que dirá. Dirá que sí. Es tan complicado. . . Tanto 
trabajo para arrancarle un sí. [Ella se refiere a su escritura auto­
mática.]
Erickson: ¿Qué cree que significa?
Sujeto: Me rehúso a contestar esa pregunta. No creo que signifi­
que nada.
Erickson: Se rehúsa a contestar eso. Quiere saber, ¿no?
Sujeto: Por supuesto.
Erickson: Cuando digo «Lo que suceda a continuación se refe­
rirá a algo ajeno a esta habitación», convoco recuerdos que 
ella no adquirió en esta habitación.
33
Rossi: ¿Esa es su verdadera intención al formular tal aserto: 
convocar indirectamente recuerdos no relacionados con esta 
habitación?
Erickson: Sí.
Rossi: Ella pregunta entonces «¿Qué se pretende que haga?», 
y usted responde con otra pregunta, «¿Qué dije?», que activa 
una nueva búsqueda interior. Esto acrecienta la confusión y 
obliga a la sujeto a interrogarse a sí misma sobre lo que usted 
dijo primeramente. ¿Esto sugiere además una duda acerca de 
ella misma y, de ese modo, despotencia aún más sus disposi­
ciones concientes?
Erickson: Ajá.
Rossi: Usted observa su mano con mucha paciencia, en una 
actitud de expectativa interesada, esperando que haga otros 
movimientos automáticos. Ella comenta que es un «proceso 
tedioso», pero usted lo refuerza positivamente con la perogru­
llada de que «un buen trabajo debe hacerse despacio». Ella 
no puede discutírselo y, por eso mismo, también debe aceptar 
la implicación de que está haciendo un «buen trabajo», que 
presumiblemente culminará en la escritura automática. En­
tonces comenta con cierta impaciencia que ella sabe que todo 
ese trabajo terminará en que su mano responda que sí. Usted 
le pregunta qué significa eso, pero ella levanta rápidamente 
una defensa: se rehúsa a responder y le niega todo significa­
do. Usted admite esta verdad vivencial de ella pero, aun así, 
procura motivarla valiéndose de su curiosidad natural y le pre­
gunta: «Quiere saber, ¿no?». Al responder «Por supuesto», ella 
revierte de hecho su actitud anterior de negar todo significa­
do a la escritura automática; es probable que en este momen­
to se encuentre totalmente abierta, lista para recibir un nue­
vo significado.
Erickson: Sí.
1.5 Pregunta tendiente a facilitar aún más la escritura automática
[La sujeto escribe «sí» con la lentitud y vacilación características 
de la escritura automática.]
Erickson: Le haré una pregunta y usted me dará la primera res­
puesta que se le ocurra. Ese «sí», ¿es una contradicción de algo 
que usted ha dicho?
Rossi: Usted no sabe realmente si este «sí» contradice algo que 
ella ya ha dicho. Tan sólo inicia un nuevo proceso de búsque­
34
da interior tendiente a facilitar aún más la escritura automá­
tica.
Erickson: Sí.
1.6 Contradicción y confusión en el nivel conciente para profun­
dizar automáticamente la búsqueda interior y el estado de trance
Sujeto: Diré que no.
Erickson: Esta vez responda con una sola palabra. ¿Es una con­
tradicción de algo?
Sujeto: No.
Erickson: ¿Se relaciona con algo que usted ha dicho?
Sujeto: Sí. Eso no tiene sentido.
Erickson: ¿Lo dijo fuera de aquí, en otro lugar?
Sujeto: No.
Erickson: ¿Sólo lo dijo aquí?
Sujeto: Sí.
Erickson: ¿Sólo aquí?
Sujeto: No.
Erickson: El sí y el no finales se contradicen mutuamente. 
Rossi: Luego, a esta altura, su mente conciente está verdade­
ramente confundida.
Erickson: ¡Así es!
Moore: Esta confusión ahonda su búsqueda interior, la que, 
a su vez, profundiza automáticamente su estado de trance. 
Rossi: Casi todas las preguntas y afirmaciones que hace us­
ted, en esta sección y en la siguiente, no pueden ser contesta­
das con facilidad por la mente conciente de la sujeto. Por lo 
tanto, se provoca el modo hipnótico: su mente conciente y su 
intencionalidad quedan en parte desconectadas, mientras ella 
espera que las respuestas le lleguen desde las búsquedas y los 
procesos inconcientes que se activan en su interior. 
Erickson: Sí.
1.7 Nuevas contradicciones, confusiones y el doble vínculo con- 
ciente-inconciente en la profundización del trance; respuestas afir­
mativas y negativas en dos niveles; el modo hipnótico
Erickson: Lo que ha venido diciendo, ¿es la verdad, o esa contes­
tación indica la verdadcon más exactitud?
35
Sujeto: Sí. Pero usted no puede pensar en nada. Yo sólo puedo 
optar entre decir sí o no.
Erickson: ¿Eso se relaciona de algún modo con un dolor desde 
aquí |señala el hombro de la sujeto] hacia abajo?
Sujeto: No.
Erickson: ¿Se relaciona de algún modo con un dolor desde aquí 
hacia arriba?
Sujeto: No.
Erickson: ¿Ha olvidado algo?
Sujeto: Sí. No me pregunte qué. No lo sé.
Erickson: ¿Se relaciona con algo que usted ha olvidado?
Sujetó: Sí.
Erickson: ¿Cree haberlo olvidado?
Sujeto: No.
Erickson: ¿Lo ha olvidado?
Sujeto: Sí. No tiene sentido.
Erickson: ¿No lo tiene? ¿Querría discutir consigo misma? 
Sujeto: No mucho.
Erickson: ¿No sería divertido?
Sujeto: Sí.
Erickson: Veamos su respuesta a esto. ¿Tiene sentido?
Sujeto: No.
Erickson: Vea lo que escribe su mano.
Sujeto: Probablemente dirá que sí.
Erickson: Ella siempre dice lo que usted no dice.
Sujeto: Las más de las veces sé lo que va a decir.
Erickson: Note la serie contradictoria de respuestas afirmati­
vas y negativas que da a mis preguntas, a partir de «¿Ha olvi­
dado algo?». Primero contesta que sí y lo mismo responde a 
mi pregunta «¿Se relaciona con algo que usted ha olvidado?», 
pero cuando continúo con «¿Cree haberlo olvidado?», dice que 
no. Yo insisto: «¿Lo ha olvidado?», y ella dice: «Sí. No tiene 
sentido». Ella misma admite la contradicción.
Rossi: ¿Se contradice a sí misma porque está confundida? 
Erickson: Sí.
Rossi: En realidad, al estudiar este pasaje con mayor deteni­
miento, me da la impresión de que su confusión podría rela­
cionarse con su captura dentro del doble vínculo conciente- 
inconciente. Responde alternadamente que sí y que no a la mis­
ma pregunta, desde dos sistemas o niveles de respuesta dife­
rentes: el conciente y el inconciente. Su respuesta afirmativa 
puede ser su respuesta conciente: ella sabe que su mente con­
36
dente ha olvidado algo. Su respuesta negativa a la pregunta 
«¿Cree haberlo olvidado?» puede ser la respuesta de su incon­
ciente que admite no haber olvidado nada.
Vistas en conjunto, su confusión, su búsqueda interior y 
su escritura automática indican que la sujeto entra en el mo­
do hipnótico de responder sin intencionalidad conciente. . . 
aunque usted no haya inducido un trance con ningún ritual 
formalizado.
1.8 El uso de la sorpresa para allanar el centramiento y la bús­
queda interiores; la esencia de la hipnosis ericksoniana consiste
en despertar potenciales y soslayar las limitaciones aprendidas
Erickson: Podríamos interrumpir aquí. ¿Será sorprendida esta no­
che?
Sujeto: Sí.
Erickson: ¿Quién la sorprenderá?
Sujeto: Usted.
Erickson: Yo.
Sujeto: Sí.
Erickson: ¿Usted ayudará?
Sujeto: Sí.
Erickson: ¿Alguien más?
Sujeto: El doctor Fink.
Erickson: ¿Qué dice su mano? ¿Alguien más ayudará?
Sujeto: Probablemente dirá que sí.
Rossi: Usted ha vuelto a centrarse en los procesos internos 
mediante el fenómeno de la sorpresa. Ella cree que la sorpresa 
vendrá de afuera, de usted o del doctor Fink. La mayoría de 
los pacientes buscan las soluciones en el mundo exterior, pero 
usted le da a entender que le vendrá desde adentro, cuando 
le formula sutilmente una pregunta que, en realidad, es una 
declaración asertiva («Usted ayudará»). Procura abrirle aún 
más el acceso a un foco de atención interior, y para ello le pre­
gunta qué dirá su mano, porque la escritura automática cen­
tra su atención en respuestas que le llegan desde adentro de 
su ser. . . y allí es donde se resolverá el síntoma.
Erickson: Sí. Quiero sacarle algo que lleva dentro. Como ella 
no sabe qué es y yo tampoco lo sé, hago que se contradiga 
y admita que otra persona podría ayudarla. Esto implica que 
ella recibirá la información, venga de donde viniere: de mí o
37
de ella. En otras palabras, trato de evitar que obtenga la in­
formación en relación con un punto de vista elegido concien- 
temente. No quiero que la reciba presumiendo que proviene 
del doctor Fink o de mí.
Ros si: Usted le allana el camino hacia un proceso general de 
búsqueda interior que no esté influido por sus marcos de refe­
rencia concientes. La esencia de la hipnoterapia ericksoniana 
no es «poner» algo en los pacientes, sino más bien evocar o 
suscitar algo en ellos sin que ese algo esté influido por sus 
propios marcos de referencia concientes y sus limitaciones 
aprendidas. Esto es importante, porque el público en general 
y muchos profesionales todavía creen que la hipnosis se usa 
para controlar o programar a las personas, como si fueran autó­
matas carentes de inteligencia.
Moore: Esa es la idea equivocada que se tiene de la hipnote­
rapia.
Rossi: El propósito esencial de la hipnoterapia es provocar res­
puestas y despertar potenciales no deformados que surjan den­
tro mismo del paciente. ¿Están de acuerdo con esto? 
Erickson: ¡Sí! [.Erickson narra el caso de un investigador poli­
cial que dejó de usar el polígrafo para detectar las declaracio­
nes falsas porque podía hacerlo mejor con hipnosis: hacía pre­
guntas que 1) abarcaran todas las posibilidades de respuesta; 
2) provocaran confusión; 3) tuvieran en cuenta tanto las res­
puestas negativas como las afirmativas.]
1.9 Comienzo de la búsqueda indirecta de un recuerdo traumáti­
co: «ser renuente a responder»; la intuición de Erickson como res­
puesta inconciente a señales mínimas
Erickson: Podemos interrumpir allí. Querría que usted fuera re­
nuente a responder a esta pregunta: ¿hay algo en esas flores que 
no le agrade?
Sujeto: Sí.
Erickson: ¿Lo escribirá?
Sujeto: No.
Erickson: ¿Conque no quiere escribir eso?
Sujeto: No.
Erickson: ¿Está segura?
Sujeto: No debería decir que sí, pero lo haré.
Erickson: Quiero una promesa.
Sujeto: De acuerdo, se lo prometo.
38
Erickson: Si usted prometiese no tomar un ómnibus para regre­
sar a su casa, ¿qué haría?
Sujeto: Tomaría el ómnibus.
Erickson: Pero si lo prometiera de veras, ¿qué haría?
Sujeto: Probablemente regresaría a pie.
Erickson: Si tuviera que ir al centro de la ciudad, ¿qué haría? 
Sujeto: Tomaría un taxi. . . o un tranvía.
Erickson: ¿Por qué preferiría tomar un taxi?
Sujeto: Los tranvías no me gustan mucho.
Erickson: ¿Algún otro comentario en favor de los taxis? 
Sujeto: Son más rápidos.
Erickson: Son más rápidos, ¿verdad? La llevan a destino mucho 
antes, de modo que al prometer no tomar un ómnibus usted ace­
leraría su viaje al centro, ¿no es así? Bien.
Sujeto: Aquí va a pasar algo.
Erickson: Ahora dejaré que el doctor Fink se haga cargo del asun­
to. Hasta ahora me hice cargo de todo. Veamos, por un rato, qué 
hace él. ¿Qué cree que hará?
Sujeto: Es difícil decirlo.
Erickson: ¿Puede decirse?
Sujeto: Sí. ¡Oh, hermano!
Rossi: ¿Qué diablos se propone con ese curioso pedido de que 
sea renuente a responder a esta pregunta acerca de las flores? 
Erickson: Flores es la palabra importante, si hay algo en su 
mente que ella haya reprimido. En general las flores son agra­
dables, ¡pero es frecuente que en algo agradable haya ciertas 
cosas que a uno no le gusten!
Rossi: No com prendo. . .
Erickson: Supongo que Betty [la esposa de Erickson] ha olvi­
dado que Roger, su perro favorito, murió. Lo quería mucho 
pero no le gustó verlo muerto, de modo que se olvidó comple­
tamente de él.
Rossi: Conque, muy a menudo, las cosas que no nos gustan 
van asociadas a otras que sí nos gustan.
Moore: Como las espinas a la rosa.
Rossi: De modo que usted suscita en la sujeto una disposición 
a buscar algo que no le agrada. . . algún recuerdo traumático 
que sea importante y precioso para ella, ¿no es así? 
Erickson: Sí, es un modo de buscar un recuerdo traumático 
sin dejar que su mente conciente sepa que lo hago.
Rossi: ¡¿Este es un modo indirecto de buscar un recuerdo trau­
mático?!
39
Moore: Por el recurso de conseguir que la paciente haga todo 
el trabajo.
Rossi: Entonces la frase sea renuente a responder es en reali­
dad una sugestión indirecta de que busque «lo reprimido». 
Tiende a provocar la tercera etapa de nuestro paradigma de 
la microdinámica de inducción del trance y la sugestión, o sea, 
la etapa de búsqueda interiorinconciente.
[En 1987] La expresión completa de Erickson «Querría que 
usted fuera renuente a responder a esta pregunta: ¿hay algo 
en esas flores que no le agrade?» puede ser un ejemplo de su 
increíble intuición. En efecto, como veremos sobre el final del 
caso, la sujeto ha temido a las flores sin percatarse de ello. 
Las flores estaban asociadas a su principal problema presen­
tado: el miedo al agua.
¿Qué es exactamente una intuición? Erickson la ha descri­
to como una respuesta inconciente a señales mínimas. Por 
ejemplo, en esta situación podríamos suponer que Erickson 
había captado inconcientemente una respuesta conductal mí­
nima negativa de la sujeto en relación con algunas flores que 
había en el consultorio. Tal vez notó que había fruncido leve­
mente el entrecejo, que evitaba mirarlas o, quizá, que fruncía la 
nariz para bloquear su aroma. Luego, el proceso inconciente 
de Erickson, de naturaleza «intuitiva» y asociativa, trajo a un 
nivel conciente esta respuesta mínima negativa de la sujeto 
con su formulación asertiva/interrogativa; y todo ello sin que 
ninguno de los dos captara aún el significado más profundo 
de las flores.7
[En 1979] Milton, ¿usted ideó realmente todo esto de ante­
mano? ¿Lo planificó por adelantado, como una técnica que 
abriera el camino hacia el descubrimiento de un recuerdo trau­
mático? ¿Sabía, en ese momento, que su problema concreto 
era un recuerdo traumático reprimido?
Erickson: No. Sólo estaba buscando.
Rossi: ¿Pero cómo supo en ese momento que debía empezar 
a buscar un recuerdo traumático? ¿El doctor Fink le había ade­
lantado algún dato?
Erickson: No. El doctor Fink ignoraba cuál era el problema. 
Simplemente barruntaba que algo andaba mal en la sujeto. 
Era una enfermera de su equipo auxiliar que de vez en cuando 
parecía deprimida. No era una paciente regular.
7 En Erickson (1980), vol. I, sección 2, se hallarán muchos ejemplos del modo 
en que usaba Erickson las señales mínimas en la inducción de trance.
40
1.10 Concesión de que la mente candente de la sujeto gane algu­
nas batallas de menor importancia; niveles múltiples de respues­
ta y significado
Fink: ¿Ya ha decidido todo lo que se ha de decir y hacer para 
el doctor Erickson?
Sujeto: No. Lo dejaré con el enigma.
Fink: ¿Quiere dejarlo con el enigma?
Sujeto: Sí.
Fink: ¿Quiere dejarme con el enigma?
Sujeto: Sí.
Fink: ¿Quiere permanecer usted misma con el enigma?
Sujeto: No.
Fink: ¿Ahora toma taxis?
Sujeto: Sí. No sé qué lógica tiene eso.
Rossi: La sujeto parece haber captado el estilo del juego y aho­
ra intenta invertir las posiciones, jugando a dejarlo con el enig­
ma a usted.
Erickson: ¡Oh, sí! Uno siempre deja que el paciente gane es­
tos juegos y lo aventaje en toda batalla de menor importancia 
que pueda librar.
Rossi: Lo importante es que el doctor Fink le hizo expresar 
claramente su deseo de no quedarse con el enigma sobre ella 
misma. En otras palabras, ella quiere saber aquello, sea lo que 
fuere, que ha venido representando un enigma para todos. En­
tonces Fink le pregunta «¿Ahora toma taxis?». Esta pregun­
ta carecería completamente de sentido en el nivel conciente. 
En un nivel inconciente, en cambio, es probable que se asocie 
con la búsqueda indirecta de un recuerdo traumático iniciada 
en la sección precedente. Por eso su inconciente responde con 
un sí claro e inmediato, que significa: sí, ahora avanza rápida­
mente a resolver el enigma de un recuerdo traumático. Enton­
ces su mente conciente añade una confusa pos-reflexión: «No 
sé qué lógica tiene eso».
Esta es una demostración estupenda de los diversos nive­
les de significado mediante los cuales usted logra sus fines 
terapéuticos. En un nivel, la transacción anterior parece ser 
un diálogo superficial y un tanto repetitivo, que concluye con 
la pregunta sobre los taxis, aparentemente ambigua y sin sen­
tido. Empero, en otro nivel, el contenido literal del diálogo fun­
ciona como una especie de código de los significados más pro­
fundos que de hecho se abordan. La sujeto confirma bellamente
41
este fenómeno de los niveles múltiples con su declaración fi­
nal, que representa muy bien el conflicto que viene experimen­
tando entre sus dos interpretaciones (conciente e inconciente) 
de lo que sucede en su terapia.
1.11 Confusión que facilita una inducción tradicional de sueño 
hipnótico; metáfora y centramiento asociativo indirecto como me­
dios de iniciar una conversación acerca de la depresión
Fink: ¿Está pensando en algo relacionado con Ichabod Crane? 
Sujeto: No.
Fink: ¿Y eso también era un taxi?
Sujeto: Sí.
Fink: Siga adelante con eso.
Sujeto: Hasta he olvidado la cuestión original.
Fink: Duérmase profundamente. Duérmase profundamente, muy 
profundamente. Continúe durmiendo. Hasta puede cerrar los ojos 
y sumergirse más y más. Continúe durmiendo profundamente. 
Y duerma profundamente, muy profundamente, muy sumergida 
en un sueño muy profundo. Para poder dormirse mucho más pro­
fundamente todavía, puede bloquear todo salvo la voz del doctor 
Erickson, la mía y la de usted. Sumérjase en un sueño cada vez 
más profundo. Continúe durmiendo profundamente, profundamen­
te. Duérmase fácilmente, profundamente. Sumérjase en un sue­
ño aún más profundo, más profundo, más profundo, y proteja ese 
sueño. Simplemente duerma a su modo, así podrá realizar todo 
cuanto quiera realizar. Y duerma sosegadamente, confiadamen­
te, muy relajada. Profunda, profundamente dormida. Afiance ese 
sueño. Siga durmiendo más y más profundamente.*
Erickson: Y siga durmiendo muy profundamente. Muy profun­
damente, muy profundamente dormida. Quitaremos este lápiz, 
así podrá dormir más profundamente aún y sentirse más cómo­
da. Y quitaremos esta hoja de papel graduado para que usted 
pueda dormir más profundamente aún. Y usted se duerme con 
un propósito. Y usted cumplirá ese propósito de una manera có­
moda. Y usted se dormirá en verdad profundamente, para que 
sólo pueda oírnos al doctor Fink y a mí, tan sólo con una vaga
* El doctor Fink se vale aquí del efecto fonético adormecedor de las íes largas 
en las palabras «sleep» (dormir, sueño), «deep» (profundo) y sus derivados; lo mis­
mo hace después el doctor Erickson. (N. de la T.)
42
comprensión de que todo está bien y seguirá estando bien. ¿Es 
agradable?
Sujeto: Sí.
Erickson: Si le hablo al doctor Fink no la molestaré, ¿verdad? 
Sujeto: No.
Rossi: ¿Qué significa la pregunta sobre Ichabod Crane? 
Erickson: Era un personaje temible y deprimente, que vestía 
ropas oscuras. Al mencionarlo, introducimos una posible ma­
niobra para que ella se abra y hable de su depresión. 
Rossi: Ese es un ejemplo de centramiento asociativo indirec­
to. Luego se asocia a Ichabod Crane con la metáfora de los 
taxis, al preguntarle «¿Y eso también era un taxi?». Al res­
ponder que sí ella confirma en realidad que se acerca rápida­
mente a su área de problemas.
Erickson: Sí. También es un medio de confundirla; al cabo ad­
mite «Hasta he olvidado la cuestión original».
Rossi: Cuando admite haber olvidado la cuestión original, se 
halla evidentemente en un estado de perplejidad pero de pre­
disposición a la respuesta. Al parecer, el doctor Fink no pue­
de dejar pasar la oportunidad y de repente, con el entusiasmo 
propio de un bisoño, inicia una inducción hipnótica enérgica 
y directamente tradicional, diciendo a la sujeto que se duer­
ma. Parece paradójico que todas las secciones precedentes se 
hayan demorado en unos preparativos tan cuidadosos y com­
plejos para activar sus procesos asociativos, tan sólo para que 
ahora se haga exactamente lo contrario y se le pida de mane­
ra abierta que se duerma. Sin embargo, la paradoja se resuel­
ve si admitimos que, para usted, el sueño sólo es una metáfo­
ra más (y una sugestión indirecta) que induce a la conciencia 
a abandonar su intencionalidad autorrectora y da mayor li­
bertad al inconciente para expresar los procesos asociativos 
que usted activaba.
1.12 La directiva implícita y una señal conductal involuntaria de 
trance profundo: despotenciación

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