Logo Studenta

a-la-inmensa-mayoria-la-critica-literaria-de-eduardo-gomez-de-baquero-andrenio-979576

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

A LA INMENSA MAYORIA: LA CRITICA LITERARIA
DE EDUARDO GOMEZ DE BAQUERO, ANDRENIO
La obra de Eduardo Gómez de Baquero, uno de los críti­
cos más leídos de su tiempo, es testimonio de una visión 
decimonónico-burguesa de la cultura. Los frecuentes artículos 
de este prolijo y cotidiano comentarista se suceden en la pren­
sa española durante cuarenta y dos años y, pese a la progre­
siva inadaptación a los tiempos nuevos, ofrecen una visión 
coherente de los fenómenos artísticos de su entorno. Atento 
siempre a las nuevas publicaciones, pocas iniciativas literarias 
quedaron sin definir o valorar. Es cierto que Andrenio no se 
caracterizó por la modernidad de los juicios ni por el escrupu­
loso rigor de sus opiniones: creyó sólo en la condición efíme­
ra de una tarea que debía ser orientadora, pedagógica y 
eficaz.
Las páginas que siguen están dedicadas a analizar las lí­
neas capitales de su pensamiento, las que armonizan su dedi­
cación constante a la literatura y explican, no tanto las anéc­
dotas, como el carácter de un punto de vista fielmente de­
fendido. Fidelidad a sí mismo que es a la vez su gran virtud 
y la base de sucesivas limitaciones.
I. COLABORACIONES PERIODISTICAS DE E. GOMEZ
DE SAQUERO
La crítica de Eduardo Gómez de Saquero ocupó durante 
treinta años las columnas de los primeros periódicos y revis­
tas culturales del país. El día 17 de diciembre de 1929, uno 
después de su muerte, La Gaceta Literaria, El Socialista, El 
Sol, La Epoca, El Liberal, La Libertad y La Nación, entre otros, 
lo consagraban unánimemente como el primer e indiscutible 
crítico de la literatura española contemporánea. Mientras E. 
Diez Cañedo, en las páginas de La Gaceta, aseguraba que «en 
literatura fue siempre un hombre de derechas en el mejor sen­
tido de la expresión», Julián Besteiro, desde El Socialista, se 
preguntaba: «¿a qué generación pertenecía Gómez de Saque­
ro? Todo el que esté poseído de esa extraña variedad de las 
generaciones le querrá seguramente para la suya; pero lo cier­
to es que Gómez de Baquero, por su edad, pertenecía a las ge­
neraciones apagadas, escépticas, muertas, de las últimas déca­
das del siglo pasado; y por su floración intelectual pertenecía 
a las nuevas generaciones de la postguerra». En cualquier caso, 
era incuestionable el papel que desempeñara como guía y con­
ciencia de un amplio sector del público español, que se educó 
en su lectura y basó juicios y opiniones apoyándose en las del 
ecléctico Andrenio.
Gómez de Baquero se definió a sí mismo, y durante años, 
como «Conservador anarquista»;* 1 pero en 1922, con fórmula 
ABREVIATURAS UTILIZADAS:
L. E. M. — La España Moderna
E. I. = El Imparcial
C. E. = Cultura española
N. M. = Nuevo Mundo
1 Menéndez Pida!, en el prólogo a Guignol —Madrid, CIAP, 1929, 
p. 9— comentaba así la definición: «es que era el confuso tiempo de 
la Regencia que tan exactamente ha descrito el mismo Baquero, en 
que conservadores y liberales apenas se distinguían en cuanto a sus 
ideas, y por un tácito convenio disfrutaban el poder en turno pacífi­
co, dándose el caso de que los conservadores eran los que hacían a 
veces la verdadera política liberal».
menos ambigua y al tiempo que dejaba La Epoca por El Sol,2 
pasó a defender «una democracia con todas sus consecuen­
cias: desde la forma de gobierno a la de la secularización del 
estado y la política socialista templada, como la de los socialis­
tas franceses y alemanes y los laboristas ingleses; en una de­
mocracia que no se deje atacar, que se defienda si es menes­
ter a la mejicana».3 Esta progresiva adaptación a una nueva 
forma de ver el mundo, no supuso un cambio importante en el 
tono general de sus artículos: nunca adoptó actitudes discor­
dantes con un innato sentido de la dignidad individual, que 
defendió en cada una de sus secciones periodísticas; pero sí se 
tradujo en una actitud más abierta, decimonónicamente libe­
ral, frente a los nuevos fenómenos y actitudes colectivas.
Ocupó los cargos de letrado de la Subsecretaría de Gracia 
y Justicia, vicepresidente del Ateneo y presidente por dos ve­
ces de la Comisión permanente del Consejo de Instrucción Pú­
blica. Fue miembro de la Real Academia Española y de la de 
Jurisprudencia. Pero básicamente es representante casi arque- 
típico de una vida dedicada a la crítica literaria periodística, 
con todas sus posibilidades y limitaciones, en una época ca­
racterizada por el triunfo del denominado «cuarto poder».
Las primeras colaboraciones de Eduardo Gómez de Sa­
quero aparecieron en la Revista de España (1868-1896) y co­
mentaban temas jurídicos, religiosos y teosóficos, muy que­
ridos entonces al autor, demasiado joven aún para dibujar una 
línea precisa en la que se adivinara su futura y continuada 
dedicación literaria. Pero la óptica con que se abordan aqué­
llos coincide plenamente con el tono de la publicación. Esta, 
propiedad del conservador Antonio de Ley va, analizaba me­
2 Luis Araujo Costa comentó maliciosamente la evolución del crí­
tico y trató de ridiculizarlo por una de sus mejores condiciones, la de 
ser un «escéptico elegante». En Biografía de La Epoca, Madrid, Li­
bros y Revistas, 1946, p. 59.
3 Declaraciones de Gómez de Baquero al diario ABC recogidas 
por Luis de Zulueta en la nota necrológica de El Sol de 19 de diciem­
bre de 1929.
diante secciones fijas —«literatura», «bellas artes», «enseñan­
za», «biografías», «ciencias exactas, físicas y naturales», «eco­
nomía, historia política», y «derecho administrativo, interna­
cional y penal»— el discurrir de la cultura europea bajo una 
óptica conservadora y hondamente católica. De los artículos 
que aquí firmara4 seleccionó el autor los que luego formarían 
parte del volumen Nueva Teosofía, un título que relegó y que, 
pese a la afición continuada por esos temas,5 debe considerarse 
accidental y nada significativo en su evolución crítica poste­
rior.
El nacimiento como crítico literario de Gómez de Ba- 
quero ha de situarse en marzo de 1887, fecha en la que ingresó 
en la redacción de La Epoca, periódico conservador. Allí se 
mantendría durante treinta y cinco años, llegando a ocupar el 
puesto de redactor-jefe amén del de crítico por antonomasia 
de la publicación.6 Sus colaboradores pueden articularse en 
varias secciones diferenciadas. En primer lugar, la dedicada a 
comentar libros de actualidad y que se continúa hasta 1922. 
En segundo, las secciones fijas «Diario de un espectador» 
(1904-1910), «Crónicas de Italia» (agosto-diciembre de 1916), y 
«Veladas teatrales» (1916-1922). En aquélla, Gómez de Baquero 
usó un tono divulgador y profesionalizado, más interesado en 
llegar al público asiduo a esas páginas que en delimitar un 
Corpus teórico que fundamentara su tarea. Debemos reparar 
que La Epoca fue «periódico de salón» presente en los círcu­
los de la alta burguesía y aristocracia española. Tenía una se­
lecta clientela que pagaba una suscripción sustitutiva de la 
4 La primera colaboración se publicó en junio de 1882 («La misión 
de la iglesia griega y latina», t. 86, mayo-junio 1882, pp. 230-244), y la 
última en junio de 1892 («Ensayos sobre la condición jurídica de la 
mujer», t. 138-140, enero-junio de 1892).
5 Como evidencia el prólogo y edición de la Filosofía secreta de 
Pérez de Moya.
6 La Epoca se fundó el 1 de abril de 1849 bajo el signo de la 
Unión Liberal. Siguió en una línea hondamente borbónica que apo­
yaría sin condiciones la Restauración de 1875 al tiempo que se con­
vertía en el órgano del partido de Cánovas, Maura y Eduardo Dato,
venta callejera que nunca ejerció. Y desde su sede, en la calle 
Libertad, de Madrid, informaba, además de los acontecimien­
tos políticos, nunca relevantes en sus páginas, de los espectácu­
los, arte, literatura y, sobre todo, del discurrir de la vida aris­
tocrática con sus reuniones, actividades y elitistas preocupa­
ciones. Un vehículo así planteado no forzó nunca al Gómez 
de Baquero más valioso, que en sus numerosísimas reseñas 
se limitó a comentar argumentos, valorarlos en su anécdotay 
sugerir, a lo sumo, la lectura correspondiente.
En la sección fija «Diario de un espectador» 7 utilizó por 
primera vez el gracianesco pseudónimo de Andrenio, que tan 
pronto se popularizara: iniciaba con él una dualidad que se 
mantendría hasta la muerte del crítico. En la prensa, la firma 
con su nombre o su pseudónimo se corresponderá respectiva­
mente con la de los artículos rigurosa y estrictamente litera­
rios y la de aquellos en los que glosa aspectos costumbristas, 
sociales, jurídicos o políticos de la actualidad sin otro propó­
sito que el de captar los múltiples matices de una realidad 
multiforme y compleja. Las «Crónicas de Italia» lo son de su 
viaje al país vecino durante la guerra mundial y no sobrepasan 
nunca el ámbito puramente informativo. En «Veladas teatra­
les» revisa las carteleras madrileñas informando sobre obras, 
compañías y autores con el solo pretexto de «poner al día» 
al lector; pero nunca en ellas desechó totalmente iniciativa 
alguna. El mismo aseguraba que «ocurre en el teatro la terri­
ble circunstancia de que del éxito de una obra depende el que 
coma mucha gente», y continuaba «¿quién no se siente alguna 
vez, o muchas veces humanitario?».8 En La Epoca fue sobre 
todo un crítico profesionalizado, que buscaba amenidad y per­
fección en la expresión literaria y que llegó a convertirse en la 
palabra culta de una mentalidad establecida.
El mes de abril de 1895, Gómez de Baquero emprende 
una de sus tareas más rigurosas: la asidua colaboración en 
7 Se inicia con el artículo «Por la India fantástica», el 19 marzo 
1904.
8 La Vanguardia, 10 diciembre 1916, p. 10.
La España Moderna, compromiso con el rigor, la elaboración 
y fundamentación de los juicios respectivos. La sección fija 
«Crónica literaria», que se continuará hasta enero de 1910, 
reúne el corpus más importante del crítico y es el punto de 
partida necesario a la hora de defender la valoración de un 
hombre casi ignorado.
La España Moderna (1889-1914), dirigida y financiada por 
el gran mecenas-banquero D. José Lázaro Galdeano, nació con 
el propósito de ser en España lo que fue en Francia la Revue 
des deux mondes, «suma intelectual de la edad contemporá­
nea»,9 revista de carácter europeo, de «alta cultura»,10 encarga­
da de una tarea «quijotesca»,11 12 que situara la cultura nacional a 
la altura de la de occidente. Independiente, rigurosa, enciclo­
pédica y ecléctica, fue capaz de combinar la publicación de la 
última novela de Galdós o Tolstoy con el ensayo más riguroso 
de su época sobre la novela picaresca o sobre Enrique de Vi- 
llena e incorporar, a la vez, a las primeras figuras del pensa­
miento sociológico o criminalista. La calidad de los artículos 
insertos, su europeísmo, la definen como la iniciativa más im­
portante de su tiempo, y acaso sólo comparable a la futura Re­
vista de Occidente.'-2
En el prospecto que encabeza el primer número de la pu­
blicación Lázaro se dirigió a los intelectuales del país porque 
deseaba acoger en sus páginas a los mejores representantes 
9 La España Moderna, t. 1, enero 1889, p. 1.
10 Así la define Manuel Tuñón de Lara en Costa y Unamuno en 
la crisis de fin de siglo, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1974, 
pp. 156-7.
11 Adjetivo que siempre utilizaba Miguel de Unamuno para refe­
rirse a la tarea del director Lázaro, cuya obra «ha sido en parte una 
obra quijotesca y, por serlo, lleva un sello que les falta a las empresas 
paralelas». Ver A. Rodríguez Moñino, Lázaro visto por Rubén Darío y 
Unamuno, Valencia, Castalia, 1951, p. 21.
12 He estudiado estos temas en mi tesis doctoral inédita El pro­
yecto cultural de La España Moderna y la literatura (1889-1914). Estu­
dio de la revista y de la editorial, Barcelona, Universidad de Barcelo­
na, 1980,
contemporáneos: «Seguro de la cooperación de los autores ilus­
tres de nuestro país, y poseedora de originales que llevan su 
firma, La España Moderna sólo publicará trabajos inéditos es­
critos ex-profeso para ella, vedándose a sí propia la inserción de 
texto inferior gratuito». Consciente del deterioro de la profe­
sión periodística, Lázaro ofrecía sumas económicas, impensa­
bles en la época, con el solo propósito de vincular a las prime­
ras firmas de la actualidad española; rechazar las iniciativas 
de los principiantes y garantizar a un tiempo la calidad de la 
publicación.13
En el prospecto referido anteriormente, se hace expresa 
mención a la crítica literaria: «la crítica literaria ocupará el 
lugar que le corresponde en las publicaciones de la índole de 
La España Moderna, donde serán examinados cuantos escritos 
lo merezcan, envíen o no sus autores los dos ejemplares de 
costumbre a la dirección». Así se enunciaba la voluntad de que 
el género ocupara un lugar protagonista en sus páginas. En los 
primeros años será el mismo director quien encargue a los 
autores reseñas y comentarios de los textos aparecidos. Logró 
vincular entonces a Yxart, Clarín, Valera, Palacio Valdés, Me- 
néndez Pelayo y Pardo Bazán, entre otros; pero a partir de 
1891, y por diversas causas —muerte de Yxart, ruptura con 
Clarín, ausencias de Valera o simple apatía de los autores—, 
Lázaro piensa en la necesidad de un crítico fijo que informe 
puntual y detenidamente de la calidad, carácter y relevancia 
13 Comparando los precios que pagaba Lázaro con los que ofrece 
Luis Monguió en «Crematística de los escritores españoles del si­
glo XIX», en Revista Hispánica Moderna, XVII, 16 enero-diciembre 1951, 
pp. 111-127; los de aquél resultan extraordinarios. Recordemos sólo 
que Galdós por Torquemada —L.E.M., t. 2 y 3, febrero-marzo 1889, 
pp. 5-35 y 5-47— cobró 150 pesetas y un dibujo original de Goya. Al 
poeta José Zorrilla, en carta de 3 de noviembre de 1889, le dice: «si 
usted quiere honrar las páginas de La España Moderna con su cola­
boración, le abonaré un real por cada verso». Y Clarín confiesa, en el 
séptimo de los «Folletos Literarios» publicados en el Madrid Cómico 
durante 1890, que pagaba veinte duros por artículo.
de los libros publicados. En principio encomendó la tarea al 
también crítico de La Epoca Francisco Fernández Villegas, 
Zeda (de 1891 a 1894) para, finalmente, hacer de Gómez de 
Saquero la voz casi oficial de La España Moderna.
La presencia de Gómez de Baquero en la sección fija de 
esta revista representa en su evolución intelectual el más exi­
gente compromiso con el rigor, la selección y el criterio razo­
nado. En el ámbito de la publicación, y dada la importancia 
que se le atribuye a la tarea, no tenían cabida los artículos 
consumistas o meramente divulgadores de la prensa diaria. 
Puede asegurarse que esas colaboraciones posibilitaron un es­
tilo y una manera de hacer, la más valiosa del autor, frente 
a la literatura de su época.
En 1901, tras la muerte de Clarín, Ortega y Munilla lo in­
vitó a continuar la sección crítica de aquél en El Imperial. 
Desde el 15 de julio de 1901 hasta agosto de 1916 las «revistas 
literarias» se suceden en los Lunes casi sin interrupción. Pro­
fesional con un estilo ya forjado y una segura forma de hacer 
y observar la realidad, estos comentarios están mucho más 
próximos, por la calidad y rigor, a los de La España Moderna 
que a los meramente divulgadores de La Epoca: se afianzaba 
progresivamente como una de las figuras más autorizadas del 
país y a la vez intelectual interesado en llegar a un público 
poco letrado y para él, como veremos, objeto primero de todo 
comentarista.
En 1906 Gómez de Baquero dirige la sección literaria de 
Cultura española (1906-1909), una revista que en Madrid trata­
ba de superar, con un estilo mucho más universalista, al de la 
desaparecida Revista de Aragón, de la que es continuación. El 
primer número, de febrero de 1906, informa que «es revista de 
carácter científico, completamente desligada de todo compro­
miso de partido y de todo exclusivismo de escuela. Su inde­
pendencia de criterio le veda solicitar o admitir toda subven­
ción o apoyo de índole oficial. Su división en secciones per­
fectamenteautónomas es una mayor garantía de independen­
cia: cada director es responsable de la organización de los 
trabajos de la sección respectiva (...). Un solo ideal común 
mantiene unidas a las secciones autónomas: la investigación 
serena e imparcial de la verdad científica».14
Julián Ribera cuenta a Gómez de Saquero que «al salir 
de Zaragoza y venir a Madrid la mayor parte de los colabora­
dores, pensóse en continuarla aquí [se refiere a la Revista de 
Aragón'} y al efecto fundamos Cultura española con la espe­
ranza de que Ibarra viniese pronto a ocuparse de los mil me­
nesteres entretenidos en gobernarla y hacerla marchar».15 Iba- 
rra actuaba de mentor desde Zaragoza; pero fueron Ribera y 
Asín los directores materiales de una publicación que buscó 
a Gómez de Saquero para que, aun sin colaborar, prestara su 
nombre y prestigiara la sección «Literatura moderna». El crí­
tico aceptó el ofrecimiento y su nombre figuró en todas las 
cabeceras hasta el número 13, de febrero de 1909, en que apa­
recen los de Ramón Perés y Blanca de los Ríos, presentes has­
ta el último número, en noviembre de 1909.
Según consta en la carta que nos sirve de testimonio, la 
tarea de Gómez de Baquero fue gratuita tanto en las colabora­
ciones como en la dirección; pero, a cambio, se despreocupó 
de la marcha de la publicación y de la dinámica de entrega de 
los oportunos originales. A finales de 1908, y ante la imposibi­
lidad económica de mantener la revista, Ribera y Asín deciden 
que debe clausurarse. Y sólo la ayuda de Gabriel Maura hizo 
14 Cultura Española fue revista trimestral. El n. 1, febrero 1906, 
se presentó con las siguientes secciones y directores: Historia, por 
Rafael Altamira y Eduardo Ibarra; Literatura moderna, por Eduardo 
Gómez de Baquero; Filología e historia literaria, por Ramón Menén- 
dez Pidal; Arte, por Vicente Lampérez; Filosofía, por Gómez Izquierdo 
y Asín Palacios; Cuestiones internacionales, por Gabriel Maura Gama- 
zo, y Cuestiones pedagógicas, por Julián Ribera.
15 Carta de Julián Ribera a Eduardo Gómez de Baquero, de 29 ene­
ro 1909. Esta carta es el único documento de valor cultural que en­
contramos en los papeles del autor, hoy prácticamente desaparecidos, 
cuya consulta fue posible gracias a la amabilidad de la familia del 
crítico.
posible que se mantuviera un año más.16 17 Se produjo entonces 
un proceso de reajuste que afectaría a la organización interna 
de la revista: decidía pagar todos los artículos a cambio de 
una demostrada dedicación. En la disyuntiva, Gómez de Sa­
quero renunció a su papel, aunque apoyó desde lejos las ini­
ciativas del grupo que la animaba. Los textos aquí aparecidos, 
al modo de los escritos para Lázaro Galdeano, son rigurosos y 
documentados: desde que iniciara su tarea con éste, ya no será 
nunca el crítico del partido conservador sino crítico literario, 
independiente, que además militó en las filas del partido con­
servador.
En 1907 Andrenio inicia una asidua y prolongada colabora­
ción en La ilustración española y americana y Nuevo mundo, 
empresas que le llevarán más tarde a Mundo Gráfico y La Es­
fera.11 La sola utilización de su pseudónimo nos remite a la 
tarea del comentarista de la actualidad que, desde su particu­
lar observatorio, opina sobre cultura, justicia, modas, costum­
bres, en ese estilo que lejos de la documentación se convierte 
en reflexivo, lírico y subjetivo. Ha de tenerse en cuenta que 
los títulos citados están en la línea de las revistas gráficas que 
iniciara Blanco y Negro a imitación de sus homólogos ingle­
ses. De gran tirada y preocupadas sólo parcialmente por temas 
eruditos y estrictamente culturales, resulta lógico que las cola­
boraciones de Andrenio se ciñan a ese modelo sentencioso, dis­
tinto en intención y técnica al firmado por Gómez de Sa­
quero.
En 1909, y hasta su muerte, nuestro crítico aparece con 
asiduidad en las páginas del periódico barcelonés La Vanguar­
16 Cuenta Julián Ribera que las modificaciones consistieron en 
«que cada número no exceda de 250 páginas» y en «subir el precio de 
la suscripción». Pese a todo, la revista no logró mantenerse.
17 José del Perojo logró hacer de Nuevo Mundo una de las re­
vistas gráficas más importantes de la época. A su muerte, en 1909, 
Verdugo Landi y Zabala abandonaron esta empresa para fundar Mun­
do gráfico y después La Esfera bajo la firma editorial «Prensa Grá­
fica». Después nacieron, entre otras, Elegancias y La novela semanal.
dia, ya con artículos que comentan y opinan sobre cultura 
contemporánea, ya con los esbozos de la sección «Aspectos» 
que firmara con su habitual pseudónimo. En este medio se 
comportó como crítico establecido que en todas sus facetas 
poseía fama y credibilidad de hombre conservador (como de­
cía Diez Cañedo, «en el mejor sentido de la palabra»), capaz 
de honrar a cualquier publicación acorde con su mentalidad. 
Merecen atención los artículos dedicados a la literatura euro­
pea y los encargados de enjuiciar el nuevo renacer de la lírica.
Hemos de comentar además sus colaboraciones en perió­
dicos americanos como El Hogar (de 1917 a 1924) y La Razón 
(de 1921 a 1927) de Buenos Aires, y El mundo (de 1913 a 1917), 
de La Habana, en los que se presenta como comentarista-di­
vulgador de la actualidad literaria española.
El año 1922 marca un hito definitivo en la tarea crítico- 
periodística del hombre que fundamentara su visión del mun­
do en la del partido conservador: abandona definitivamente 
La Epoca para integrarse en las páginas de El Sol como expre­
sión última de un viraje ideológico que se venía gestando des­
de 1918. A la vez que en El Sol, se integró en el vespertino La 
Voz, periódicos que ya no abandonaría hasta su muerte, en 
1929. En aquél su firma aparece en columna fija o en los fo­
lletones comentando los fenómenos culturales de su entorno. 
Es cierto que sus opiniones no están en la órbita de las de 
Diez Cañedo, Moreno Villa o el mismo Valle-Inclán; pero su 
presencia es la de una voz con prestigio que opta sobre todo 
por las mayorías, la democracia y la cultura. Las asiduas co­
laboraciones —casi semanales— corroboran el unánime reco­
nocimiento de su criterio. Los «Aspectos» de Andrenio se im­
primieron en El Sol; pero fundamentalmente se publicaron en 
La Voz.
Además, hemos de referir su trabajo en Las Provincias de 
Valencia (1922-1923) en la doble faceta que le fue propia. Igual­
mente, colaboró durante cinco años (1924-1929) con la Agen­
cia cooperativa de noticias, que proporcionaba artículos a El 
Día (Las Palmas), Heraldo de Aragón (Zaragoza), El Liberal 
(Bilbao), La Libertad (Badajoz), Noroeste (Gijón), El Pueblo 
(Valencia), El Pueblo Gallego (Vigo) y La Voz de Guipúzcoa 
(San Sebastián). Y de forma esporádica sus escritos llegaron 
a Nuestro Tiempo,18 La Lectura,19 El Ateneo,20 La Pluma,21 Hís­
panla?2 Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo,23 Síntesis24 
y Gaceta Literaria.25
Libros de crítica de Eduardo Gómez de Saquero
Eduardo Gómez de Saquero reunió en volumen muchos 
de los artículos publicados en los numerosos medios de comu­
nicación citados. Entre ellos Letras e ideas,26 Novelas y novelis­
tas,27 De Gallardo a Unamuno,28 Pirandello y Cía,29 Pen-Club,30 
Nacionalismo e hispanismo.31 El renacimiento de la novela en 
el siglo XIX32 recoge tres conferencias —extraordinariamente 
representativas del pensamiento del autor— pronunciadas en 
la Feria del Libro de Florencia, Sociedad geográfica de Lisboa 
18 «Grandes figuras: Francisco Silvela», Madrid, año II, n. 15, 
marzo 1902, pp. 454-466.
19 «De algunos libros publicados con ocasión del centenario de 
El Quijote», Madrid, año IV, t. II, 1905, pp. 187-196.
20 «La columna de foc. Poesías de Gabriel Alomar». Madrid, t. XIII, 
semestre I, 1912, pp. 115-116.
21 «Valle-Inclán, novelista», Madrid, n. 32, enero 1923, pp. 7-14.
22 «Valle-Inclán», Madrid, n. 1, 1925, pp. 9-25.
23 «Menéndez Pelayo, historiador y crítico de la novela», Santan­
der, XI, n. 1, 1929, pp. 1-21.
24 «Del estado actual de la literatura española»,Buenos Aires, 
año II, n. 15, agosto 1928.
25 «El homenaje a Dicenta», 1 marzo 1927; «Zola en España», 
1 noviembre 1927; «Los manuales de literatura», 15 octubre 1929, y «Las 
novelas postumas de Blasco Ibáñez», 15 diciembre 1929.
26 Barcelona, Henrich y Cía., 1905.
27 Madrid, Calleja, 1918.
28 Madrid, España-Calpe, 1926.
29 Madrid, Mundo latino, s.f.
30 Madrid, Renacimiento, 1929.
31 Madrid, Biblioteca nueva, 1928.
32 Madrid, Mundo latino, 1924.
y Ateneo de Madrid. Además, y aunque no pueden considerarse 
como libros de crítica, seleccionó «aspectos», diálogos, cuentos 
y artículos de costumbres —firmados por el prolífico Andre- 
nio— en Escenas de la vida moderna?* Aspectos, diálogos filo­
sóficos y cuentos de costumbres,33 34 35 36 37 38 39 Soldados y paisajes de Ita­
lia,35 El valor de amar,36 Cartas a Amaranta,31 Guignol33 y No­
velas y cuentos.39
Letras e ideas
El primero de los libros de crítica literaria publicados por 
Gómez de Baquero fue Letras e ideas, que reunía veinticuatro 
de las «crónicas literarias» aparecidas con anterioridad en las 
páginas de La España Moderna. La editorial Henrich y Cía, que 
publicaba sin reparos las novelas de los escritores más jóve­
nes, lo presentaba en la famosa «Biblioteca de autores contem­
poráneos» como un crítico de indudable calidad, y por eso, 
futura promesa en el panorama cultural de la época.
El volumen es, sin duda, uno de los más valiosos del autor, 
porque los artículos seleccionados, dada la variedad de temas, 
y valía de los planteamientos, recogen los principales puntos 
de vista del hombre que aspirara a establecer un puente entre 
mayorías-minorías, habida cuenta del papel social que atribu­
ye a la literatura. En los titulados «Miserias de la profesión 
literaria»,40 «La protección al teatro español»,41 «Algo sobre la 
prensa periódica»,42 «Paradojas de la crítica»,43 o el famoso «El 
33 Madrid, suc. de Hernando, 1913.
34 París, Librería de Ollendorf, 1909.
35 Madrid, el autor, 1918.
36 Madrid, Calpe, 1922.
37 Madrid, cuadernos literarios, 1924.
38 Madrid, Renacimiento, 1929.
39 Madrid, Renacimiento, 1930.
4° L. E. M., t. 172, abril 1903, pp. 172-179.
41 L. E. M., t. 137, mayo 1900, pp. 134-141.
42 L. E. M., t. 103, julio 1897, pp. 120-132.
43 L. E. M., t. 163, julio 1902, pp. 162-175.
caso Onhet»44 plantea problemas de infraestructura de la pro­
ducción literaria; se refiere a la necesidad, papel y función de 
la crítica; opina sobre la estatalización de los espectáculos pú­
blicos y defiende sus puntos de vista acerca del objetivo que 
debe perseguir el autor en una época industrializada y con ele­
vado índice de lectores. Al mismo tiempo, y a través de un 
análisis mucho más concreto, estudia las últimas obras de Gal- 
dós,45 Azorín,46 Núñez de Arce,47 Blasco Ibáñez,48, Sellés,49 Sien- 
kiewickz50 y la influencia de los autores extranjeros en la li­
teratura española.51 Frente a ésta se mostró cauto y no aceptó 
nunca como alternativa ninguna de las figuras cimeras si el 
arte de éstas no se adaptaba a la mentalidad y talante especí­
fico del público y la sociedad española. Incluye además en el 
volumen, y a modo de índice de sus preocupaciones, estudios 
dedicados a Lope de Vega52 y Tirso de Molina:53 la defensa de 
una literatura para la mayoría suponía la idea de un arte que 
continuara las raíces y fundamentos del clásico.
Novelas y novelistas
El libro publicado por la editorial Calleja reúne artículos 
que proceden casi íntegramente de las «Crónicas literarias» de 
La España Moderna y las «Revistas literarias» de El Impar­
44 L. E. M., t. 192, diciembre 1904, pp. 162-170.
45 El comentario de las obras de Pérez Galdós aquí reunidos se 
publicaron íntegramente en las páginas de La España Moderna. «Elec- 
tra» en t. 147, marzo 1901, pp. 152-163; «Alma y vida» en t. 162, junio 
1902. pp. 172-183; «Mariucha» en t. 176, agosto 1903, pp. 159-166, y 
«El abuelo» en t. 110, febrero 1898, pp. 146-159.
46 L. E. M., t. 177, septiembre 1903, pp. 173-180.
47 L.E.M., t. 175, julio 1903, pp. 152-162.
48 «La catedral», en L. E. M., t. 180, diciembre 1903, pp. 154-163.
49 «Una Cleopatra moderna», en L.E.M., t. 110, febrero 1898, 
pp. 146-159.
50 «¿Quo vadis?», en L.E.M., t. 142, octubre 1900, pp. 146-156.
51 L.E.M., t. 173, mayo 1903, pp. 140-155.
52 L.E.M., t. 152, agosto 1901, pp. 165-181.
53 L.E.M., t. 168, diciembre 1902, pp. 138-153.
cial* En él, y no de forma casual, el autor ordena los más 
significativos de entre los dedicados a comentar la obra de los 
considerados primeros autores del panorama español. Una lí­
nea que se inicia en Pérez Galdós54 55 —para Gómez de Baquero 
creador y máximo exponente de la literatura contemporánea—, 
se continúa en Baroja,56 Valle-Inclán57 y Unamuno,58 tiene como 
54 La asiduidad de Gómez de Baquero en la prensa periódica ex­
plica que sus opiniones se repitan hasta en frases casi idénticas. «La 
última manera espiritual de la condesa de Pardo Bazán», tal y como 
aparece en este libro, fue publicado en C. E., n. 9, febrero 1908, pp. 391- 
404. Pero la crítica de La quimera, en términos similares, se publicó 
también en L. E. M. —t. 202, octubre 1905, pp. 167-175— y los Lunes de 
El Imparciál —31 julio 1905—; y la de Sirena negra en L. E. M. —t. 237, 
septiembre 1908, pp. 170-178—.
55 En este libro incluye los artículos publicados anteriormente en 
L.E.M. y E. I. En aquélla aparecieron «las primeras y las últimas se­
ries. Los Episodios en la obra de Galdós» —t. 223, julio 1907, pp. 166- 
176—; «La serie final de los Episodios» —t. 234, julio 1908, pp. 157-165 
y t. 245, mayo 1909, pp. 170-177—; «El problema religioso en dos nove­
las de Galdós». Tor quemada y San Pedro y Nazarín —t. 80, agosto 
1895, pp. 174-187—; «Misericordia» —t. 102, julio 1897, pp. 90-101—; y 
«Casandra» —t. 202, febrero 1906, pp. 161-172—. En el periódico lo 
hicieron «España sin rey» —2 marzo 1908—, «La primera república» 
—3 julio 1911—, «Cánovas» —23 septiembre 1912—, «El caballero en­
cantado» —17 enero 1910— y «la razón de la sinrazón» —17 enero 
1916—.
56 El apartado «las novelas de Baroja» está compuesto de artícu­
los publicados casi íntegramente en El Impartía! De él proceden 
«Aurora roja» —9 enero 1905—; «La feria de los discretos» —11 di­
ciembre 1905—, «Los últimos románticos» —1 noviembre 1906—•, «La 
dama errante» —17 mayo 1908—, «La ciudad de la niebla» —11 enero 
1911—, «El árbol de la ciencia» —20 enero 1912—, «O César o nada» 
—17 octubre 1910—, «Zalacaín el aventurero» —6 junio 1910—, «El 
mundo es ansí» —4 noviembre 1912—, «Las inquietudes de Santi An- 
día» —1 mayo 1911—, «Memorias de un hombre de acción» —24 fe­
brero 1913—, «El escuadrón del brigante» —5 diciembre 1913—, «Los 
caminos del mundo» —29 junio 1914—, «Con la pluma y con el sa­
ble» —3 mayo 1915—, «Los recursos de la astucia» —31 enero 1916—. 
En La España Moderna se publicó «Paradox, rey» —t. 215, noviembre 
1906, pp. 155-162—,
57 El apartado «Las novelas de la guerra carlista» se publicó 
primero en los Lunes de El Imparcial, de 22 noviembre 1909.
gran promesa a Pérez de Ayala58 59 y, acaso, a Ricardo León.60 No 
dejó al margen a E. Pardo Bazán,61 que fue para el crítico ejem­
plo de una actitud dedicada a la búsqueda de una sentida reno­
vación del género.
Todos los artículos se enfrentan al reto que tiene plantea­
da la novela contemporánea, un reto que localiza en la necesi­
dad de una escritura sin dependencias de escuela, suficiente, 
formativa y reflejo de las almas, situaciones y opciones de vida 
que, lejos de ser sólo mero relato anecdótico, logre un sentido 
universal y humano en el que el arte sea realmente expresión 
de los tiempos nuevos.
El libro, en conjunto, no pretende historiar un período 
determinado. Opinaba el autor que «las monografías ofrecen 
más interés que los estudios de conjunto, que son anticipacio­
nes de la verdadera historia literaria, escrita a distancia, tras 
el cernido del tiempo». Defendía que «el papel del crítico con­
temporáneo es el de preparar materiales para la historiafutu­
ra y depurarlos algo»,62 ofrecer al futuro historiador testimo­
nios de una época para que, con la perspectiva del tiempo, pu­
diera analizarlos con la objetividad que no proporcionan nunca 
los hechos contemporáneos.
Novelas y novelistas contiene las ideas más sólidas de Gó­
mez de Baquero sobre su género preferido y las figuras que en 
su momento lo representaban. Si adelantamos que fue crítico 
58 «Unamuno novelista» está dedicado a comentar Paz en la guerra 
y se corresponde con el aparecido en La España Moderna, t. 100, abril 
1897, pp. 122-130.
59 «Las novelas de Pérez de Ayala» incluye las reseñas de Tinieblas 
en las cumbres, Troteras y danzaderas y La pata de la raposa, que se 
imprimieron antes en los Lunes de El Imparcial de 25 noviembre 
1907, 13 marzo 1913 y 16 septiembre 1912, respectivamente.
60 El comentario de «Casta de Hidalgos se publicó en La España 
Moderna, t. 240, diciembre 1908, pp. 166 y ss. El de Alcalá de los zegríes 
y «De La Escuela de los sofistas a El amor de los amores-» en los Lunes 
de El Imparcial, 19 enero 1910 y 16 enero 1911.
61 Ver nota 54.
62 Novelas y novelistas, ed. citada, p. 7.
especialmente sensibilizado ante la novela y que permaneció 
fiel a la defensa del género en una formulación decimonónica 
y galdosiana, se puede afirmar que el libro es pieza indispen­
sable para estudiar la inserción de su teoría en la práctica co­
tidiana, la historia y las responsabilidades que, en su opinión, 
el crítico debía asumir.
El Renacimiento de la novela en el siglo XIX
El artículo que da título al libro es una sencilla y lúcida 
historia de la evolución de la novela en el siglo XIX, sin olvi­
dar los antecedentes clásicos e investigando en su presencia 
contemporánea. Extraordinaria visión de conjunto, síntesis en­
tre didáctica y divulgadora, El Renacimiento se escribe con 
la convicción de que éste se produce a la par que un nuevo 
sentido laico y progresista de la historia en el que el escritor, 
hombre de su tiempo, asume el cambio y lo humaniza creando 
personajes capaces de expresar la complejidad del vivir coti­
diano en sus diversos y variados matices. Habla del cuento 
medieval, de la novela picaresca y su evolución, de los escrito­
res costumbristas y de las novelas por entregas hasta llegar 
al año 1868, «época agitada, intensamente constituyente. En 
esa especie del ínterim español, se inició el renacimiento no­
velesco».63 En opinión del crítico, el factor literario fundamen­
tal en ese momento lo constituye la aparición de Galdós en el 
mundo de las letras: «debe ser considerado como el patriarca 
y el fundador de la novela española».64 Ni Valera, Pereda, Pa­
lacio Valdés o Pardo Bazán logran, según él, y pese a la cali­
dad reconocida de sus obras respectivas, el protagonismo del 
autor de Fortunata, que ha sido «el Balzac y el Dickens espa­
ñol y se le debe tener por nuestro primer novelista moderno 
atendiendo al conjunto de excelencias que en él concurren: fe­
cundidad, poder descriptivo, atractiva y graciosa pintura de 
63 El renacimiento de la novela, ed. citada, p. 53.
64 Ibid., p. 53,
las costumbres, sensibilidad, sobriedad y penetración sicoló­
gica».65
En el análisis de Gómez de Baquero destaca la ausencia 
de las novelas de Leopoldo Alas, de quien dice que «Hubiera 
podido ser un gran novelista si su actividad literaria no se 
hubiera empleado principalmente en la crítica».66 Esa relativa 
marginación tiene su origen en la temprana muerte de Clarín 
y, según el crítico, en su escasa producción novelesca. Hemos 
de tener en cuenta que Gómez de Baquero comentó fundamen­
talmente la literatura del día y eso explica que no dedicara 
al escritor asturiano la atención que objetivamente merecía: 
muere cuando Andrenio empieza a ser voz autorizada; y en 
los años previos aquél se presentó al público más como articu­
lista que como creador de personajes.
En este ensayo-conferencia que comentamos, el autor, des­
pués de proclamar su vocación galdosiana, repasa los denomi­
nados nuevos valores. Entre ellos Blasco Ibáñez, «gran nove­
lista aunque no sea el primer novelista de su tiempo».67 Lo 
consideró «pintor de grandes lienzos murales: sabe mover mul­
titudes en sus novelas. Ahora bien, en este estilo unas veces 
se pintan cuadros de historia y otras se pintan telones de 
teatro».68
Eduardo Gómez de Baquero fue uno de los críticos que 
más tempranamente señaló la aparición de una nueva forma 
de narrar en las obras de Baroja, Unamuno, Valle-Inclán, Azo- 
rín, a quienes en mayor o menor grado atribuye el protagonis­
mo de una conciencia artística sin precedentes. Y contrario a 
las fáciles esquematizaciones habló de «la nueva generación 
que se nutrió del espíritu del 98 ó lo recogió a su manera».69 
En su consideración Baroja era «el más novelista y menos es­
critor»; 70 Valle-Inclán, «estilista consumado en cuyos libros la 
65 Ibid., p. 63.
66 Ibid., p. 93.
67 Ibid., p. 101.
68 Ibid., p. 101.
69 Ibid., p. 103.
70 Zfezd., p. 107.
palabra es un deleite»;71 Azorín, «uno de los escritores más 
pulcros, de gusto más selecto y más fino intelecto de su tiem­
po»; 72 Unamuno, «uno de los guías de la juventud española»; 73 
y Pérez de Ayala, «después de Baroja, el novelista más a la mo­
derna».74
En El Renacimiento se incluye además el trabajo «El en­
sayo y los ensayistas españoles contemporáneos», que es pieza 
divulgadora de la historia del género. Su definición, antece­
dentes, desarrollo y representantes contemporáneos constitu­
yen el núcleo central de esas páginas. Gómez de Saquero, que 
defendía la necesidad de su ejercicio, explicaba las hondas raí­
ces en España «por la tendencia moralista y discursiva que en 
ella apunta desde los orígenes y que llenó de moralidades y 
reflexiones hasta las novelas de la picaresca».75 Juzgaba el éxi­
to contemporáneo como una respuesta a la decadencia, que 
traía consigo el deseo de conocer efectos, el afán de analizar 
las causas: «este anhelo de descifrar el enigma histórico, de 
aclarar el destino español buscando la clave en el carácter y la 
constitución social del pueblo hispano, es el sentido general 
de los nuevos ensayistas: sus escritos han querido ser, ade­
más de una interpretación, un examen de conciencia».76 El es­
tudio de la obra de Unamuno, Azorín, Ortega, Pérez de Ayala y 
Araquistain sella un razonado punto de vista.
El trabajo «La enseñanza de la literatura», que cierra el 
volumen, nos acerca a las palabras de Menéndez Pidal cuando 
afirmaba: « ¡Qué excelente profesor perdió la Universidad! ».77 
Tras estudiar la función de la enseñanza y la naturaleza del 
hecho literario aboga por un sistema pedagógico que, lejos de 
la enumeración de títulos o el aprendizaje hueco de recursos 
71
72
73
74
75 
ciedad
76
77
Ibíd., p. 109.
Ibíd., p. 110.
Ibíd., p. 111.
Ibíd., p. 112.
El artículo es reproducción de una conferencia leída en la So-
Geográfica de Lisboa.
El renacimiento..., p. 144.
Prólogo a Guignol, ed. citada, p. 9.
retóricos, se base en la lectura directa de los textos y su discu­
sión en las clases como único modo de sensibilizar al alumno 
con el arte y su función enriquecedora.
De Gallardo a Unamuno
El libro reúne 13 artículos de variada temática que se ha­
bían publicado con anterioridad en las páginas de La Van­
guardia y El Sol. En el dedicado a Gallardo78 insiste en su na­
cionalismo, el tono satírico, actividades políticas, erudición y 
dedicación bibliográfica. «Silvela»79 es una meditación sobre el 
carácter y formación intelectual del político ignorado. «Valera 
humanista» 80 estudia el talante académico, refinado, helenista 
del escritor, síntesis de lo que denomina «saber de madurez 
de la cultura». «Angel Ganivet» 81 está escrito como aportación 
al homenaje que rindiera la Universidad de Madrid al escritor 
granadino. En él valora «la atracción personal que ejercía», 
su carácter de precursor del ensayo contemporáneo y los pa­
ralelos que existen entre su figura y la de Larra. «Alfredo Mo- 
rel Fatio» 82 es homenaje postumo al «polígrafode la historio­
grafía española». «Los dos aspectos de la Pardo Bazán»83 se 
refieren al de novelista y erudita, destacando aquél sobre éste, 
la invención y estilo de la escritora sobre su, a veces, incom­
pleta erudición. «Lo popular y lo erudito en literatura» 84 sin­
tetiza los estudios de R. Menéndez Pidal sobre el tema, elogian­
do la tarea que el gran filósofo desempeñara. En «Castelar» 85 
78 Reúne los publicados en El Sol, el 26 marzo, 4 y 22 abril, 6 y 10 
mayo 1925.
79 Apareció en El Sol, 30 enero 1925.
80 En La Vanguardia, 11 febrero 1925.
81 Merece la pena destacar que el tiempo dio al crítico una nueva 
visión de la obra de Ganivet. En la fecha de su muerte lo consideraba, 
satíricamente, una figura dañada por el mal de la voluntad.
82 En El Sol, 6 febrero 1925.
83 En La Vanguardia, 14 y 20 junio 1922.
84 En El Sol, 10 marzo 1925.
85 En El Sol, 13 septiembre 1923,
afirma la creencia de que fue «el más universal de los españo­
les del XIX». «Fernando VII o la fuerza del sino» 86 analiza el 
comportamiento populista del rey y repara en el libro bio­
gráfico recién publicado por el marqués de Villaurrutia. «Paz 
en la guerra y los novelistas de las guerras civiles» 87 comenta 
las ediciones de la novela de Unamuno, al tiempo que la rela­
ciona con los Episodios Nacionales, Aventuras de un hombre 
de acción y Gerifaltes de antaño. Finalmente, cierra el volu­
men el siempre presente elogio de Baroja88 y las veladas crí­
ticas a Blasco Ibáñez.89
Pen-Club
Dedicado a repasar la obra de los poetas más jóvenes, es 
el segundo tomo de unas proyectadas Obras Completas que 
pensara publicar la editorial Renacimiento. Se trata de una 
amplia colección de breves bosquejos que muestran a un crí­
tico que, alejado de la sensibilidad de los nuevos tiempos, 
valora desde esos supuestos el triunfo y éxito gongorino, los 
distintos movimientos de vanguardia y los versos de los poetas 
contemporáneos. Todos ellos aparecieron, entre 1923 y 1928, 
en las páginas de El Sol, La Voz, La Vanguardia y El Im­
parcial.
Pronto se hace patente una cierta incomprensión. Ade­
más, como veremos, el autor no mostró nunca decididas pre­
ferencias poéticas y aún el verso le parecía exquisitez nada 
útil en una época conflictiva. Góngora, pese al reconocimien­
to de la perfección formal de alguno de sus versos, era para él 
autor peligroso porque podía conducir a un «cuadro patológi­
co de la literatura». A cambio, elogió siempre los eruditos tra­
bajos de Dámaso Alonso, el homenaje de la Revista de Filolo­
gía Española y la Antología de Gerardo Diego.
sí En El Sol, 23 abril 1926.
87 En El Sol, 19 febrero, 1923.
88 «Baroja y su galería novelesca», en El Sol, 20 diciembre 1923.
89 «El caso de Blasco Ibáñez», en El Sol, 23 septiembre 1923.
Gómez de Baquero se mostró en estos años admirador de 
Machado, aunque de él destacaba sobre todo los versos de «La 
tierra de Alvargonzález»; en García Lorca valoraba el uso de 
la metáfora y en Jorge Guillén su precisión lingüística. Gerar­
do Diego le parecía autor culto; el surrealismo, una enfer­
medad infantil. Pero Andrenio no opinó nunca en contra de 
iniciativas concretas. Simplemente, no las valoró en su más 
llano significado. La esperanza de que todos los intentos re­
dundaran en unos mayores y mejores logros expresivos y la 
acusación de que el nuevo arte poético era un arte fragmenta­
rio quizá sean las conclusiones, tan ambiguas como significa­
tivas, de la evolución de un hombre que se mantuvo fiel a 
unos presupuestos que nunca fueron los de las vanguardias.
Pirandello y Cía.
Analiza la presencia e influencia en España de Pirandello, 
Anatole France, Renán, el conde de Keyserling, Spengler, Wels 
y Cassou. Los artículos, sencillas reflexiones, habían sido pu­
blicados en El Sol y La Vanguardia. Localizamos en él a un 
hombre abierto a las nuevas corrientes pero profundamente 
crítico, y aún reticente, frente a su éxito incondicional en Es­
paña. En el caso de Pirandello, opinaba que era autor de una 
filosofía «del que ha oído campanas y no sabe dónde».90 «He­
chicero muy hábil», su obra más polémica, Seis personajes en 
busca de autor, era considerada, en el mejor de los casos, 
«obra de fábula nueva y procedimientos antiguos».91 En cam­
bio, Anatole France fue uno de sus escritores favoritos y elo­
giaba siempre en él la utilización de la palabra, la imaginación, 
90 El capítulo «Pirandello en España» se publicó en El Sol, 11 
marzo de 1926. «El cuarto de hora de Pirandello» y «Un libro y una 
reflexión de Pirandello» en La Voz, 4 abril 1924 y 31 enero 1927. «Los 
seis personajes explicados por Pirandello», «Pirandello de viaje» y 
«Pirandello y Muñoz Seca», en La Vanguardia, 21 octubre 1924 y 11 y 
28 enero 1925.
91 Pirandello y Cía., ed. citada, pp. 11-24.
pensamiento, sensibilidad y poder de evocación de todos sus 
escritos: «es un modelo, un clásico».92 A Renán, que lo juz­
gara como espíritu sensible con agudo sentido de la estética, 
le caracterizaba, según él, «la dispersión del espíritu, por un 
refinamiento extremado de cultura».93
Keyserling y Spengler, contrariamente a la visión de los 
críticos más jóvenes, eran juzgados como hombres de fuerte 
personalidad pero de espíritu excesivamente literaturizado. La 
decadencia de Occidente le parecía «un libro seductor y sofís­
tico, que muchos tomarán no como lo que es, como una inter­
pretación poética de la historia (...). Lo tomarán como la úl­
tima palabra de la ciencia histórica, como la clave de la his­
toria de la civilización».94
Nacionalismo e hispanismo
Aparece aquí claramente expresada su actitud frente al 
problema de las relaciones hispano-americanas. Se trata de un 
discurso que se inscribe en la llamada conciencia regeneracio- 
nista de fin de siglo.95 Tras el análisis de la antigua relación en­
tre España y el nuevo continente, abogaba por soluciones prác­
ticas y solidarias que, alejadas de la política de salón y la re­
tórica de banquete, se proyectaran en el ámbito comercial y, 
fundamentalmente, en el cultural.
En el libro opina además sobre estética, sobre la nueva 
literatura, la actualidad de la oratoria, la prensa periódica y el 
colapso de la opinión liberal. Este, que fuera el último de los 
publicados en vida, es perfecta síntesis de unas opiniones tan­
92 Ibíd., p. 71. La «Apología de Anatole France» se publicó en 
El Sol, 14 y 15 noviembre 1924.
93 Pirandello y Cía., ed. citada, p. 129. «El centenario de Renán» se 
publicó en El Sol, 28 marzo 1923.
94 Pirandello y Cía., ed. citada, p. 200. «El libro de Spengler» se 
publicó en El Sol, 3 agosto 1923.
95 Ver el artículo de José Carlos Mainer, «El regeneracionismo 
hispanoamericano, en Ideología y sociedad en la España contemporá­
nea, Madrid, Edicusa, 1977, pp. 149-203.
tas veces expresadas y con frecuencia insistentemente repeti­
das. Su palabra última defiende un arte humanizado, aconse­
ja el estudio de la historia para una mejor comprensión de la 
vida, instruye sobre lo que aún debe ser el periódico y habla 
nuevamente de la cultura española repitiendo su defensa del 
género narrativo y el carácter literario-educativo que debe y ha 
de tener el ensayo. Un libro-síntesis que vuelve a recuperar la 
calidad y el rigor, que es fiel a la mejor manera de hacer de 
Eduardo Gómez de Baquero.
II. CARACTERISTICAS DE LA CRITICA DE E. GOMEZ
DE BAQUERO
1.—Función de la crítica
Emilia de Zuleta, en Historia de la crítica española con­
temporánea,96 habla de Gómez de Baquero como de un «críti­
co novecentista» 97 y lo sitúa al lado de José María Salaverría, 
Diez Cañedo, González Blanco, Julio Cejador, Julio Casares, 
Cansinos Asséns, Manuel Azaña, Pérez de Ayala, Salvador de 
Madariaga, Ricardo Baeza y Melchor Fernández Almagro. Pero 
la dispar formación de todos ellos, y aún su más diferenciada 
visión de los hechos literarios, no hace posible, salvo si se 
trata de un criterio puramente cronológico, la adscripción a un 
mismo grupo de personalidades diferenciadas que, incluso, en 
ocasiones, aparecen enfrentadas.Eduardo Gómez de Baquero fue un crítico del siglo XIX, 
epígono de Clarín y Valera pero no precuror de Cansinos o 
Baeza. Su concepción del hecho literario, organicista-evolutiva, 
realista-historicista, le llevó a defender un arte alejado de los 
presupuestos gautierianos, independiente y sustantivo, que no 
fuera instrumento de ideologías o escuelas y que —en un 
96 Madrid, Gredos, 1966.
9? Ibíd., p. 147.
ámbito puramente gineriano— aspirara a la perfección del 
hombre, a enriquecer su capacidad de crear y comprender.
Recogiendo la herencia de los hombres de la Restauración, 
no necesitará defender la validez de las opiniones orientadoras 
del gusto colectivo, porque desde los medios de comunicación 
se ha reconocido ya la necesidad de su presencia continuada. 
Instalado pues en un estatus profesional dignificado, Andrenio 
es el modelo de esa voz conciliadora que opondrá a las suce­
sivas innovaciones el talante de una actitud ética fundamenta­
da en todo lo que sustentó la ideología progresista del siglo 
XIX: confianza en la ciencia, fe en la educación y necesidad 
de una reforma colectiva que afianzara el progreso de los 
tiempos nuevos.
A Gómez de Baquero los planteamientos puramente esté­
ticos le desinteresarán, y, huyendo de cualquier teorización 
abstracta, limitará sus estudios al de la obra de arte, al del 
autor y a la inserción de ambos en el mundo social al que se 
dirige, motivo central de su tarea. Ni siquiera defiende un 
concepto restrictivo de la crítica literaria. Expone sus juicios 
en contacto con la realidad porque, de modo generalizado, será 
ésta y la naturaleza de la obra quienes fundamenten sus opi­
niones: se trata de un crítico que opta por la mayoría y que 
en nombre de ella forja toda su escala de valores.
Pero el estudio de las ideas artísticas de Gómez de Baque­
ro debe plantearse siempre en contacto con el medio que las 
motivara: el periodismo. Aceptando las posibilidades del «cuar­
to poder», pensó que su tarea debía dirigirse a esas mayorías 
heterogéneas que ni entendían los planteamientos teóricos ni 
podían buscar otra cosa que su propio reconocimiento, vital y 
sentimental, en la obra de arte. La prensa, bajo su óptica, de­
bía ser sin paliativos una gran escuela, la más veraz que el 
público pueda encontrar. Y para ello necesitaba ser indepen­
diente, «porque tiene razón de ser en sí misma»; 98 * apartidista, 
98 «Algo sobre la prensa periódica», L. E. M., t. 103, julio 1897,
p. 125.
«no secuela de las nuevas formas de gobierno que sustituyeron 
al antiguo régimen»;99 elaborada en el lenguaje, pero inten­
tando acomodar palabra hablada y escrita; formada por hom­
bres responsables y obligados a firmar sus opiniones, «porque 
el uso de la firma ha contribuido a que sea la prensa francesa 
la primera del mundo en amenidad, ingenio y perfección li­
teraria»; 100 amena y comprometida con la historia, lejos de los 
objetivos económicos y de la degradación del oficio periodís­
tico.
Estos presupuestos adelantan su defensa del crítico-perio­
dista de los tiempos nuevos, un modelo que Andrenio inten­
tará seguir fielmente en sus cuarenta años de actividad: el 
compromiso con la realidad «que obliga al contacto diario (...) 
y pone al periodista en la situación de un espectador que colo­
cado en buen puesto ve desarrollarse ante sí muchos y varia­
dos acontecimientos».101 Gómez de Baquero defiende la pre­
sencia de un crítico-atalaya que debe desapasionarse, favorecer 
y defender actitudes antidogmáticas, ecléctico pero documen­
tado y riguroso, consciente de que su papel es el de orador, 
historiador y literato responsabilizado con el gran público, 
ávido de noticias y, sobre todo, opiniones en que canalizar las 
propias. Se trata de una defensa que, como iremos viendo, 
determina la actitud y talante de Andrenio, tantas veces conse­
jero y, a veces, benévolo juez de un mundo que transformaba 
sus valores.
Si la función de la crítica es inseparable de la función de 
la prensa, ésta habrá de ser libre, «porque sería la mayor de las 
anomalías el que la prensa, que necesita más que otra institu­
ción alguna de este ambiente moderno de discusión y libertad 
de ideas, viniera a reclamar en beneficio suyo el criterio del 
antiguo «magister dixit».102 Previa esa libertad, el autor dis­
tingue entre dos modelos o formas de ejercer la tarea crítica, 
” Ibíd., p. 125.
Ibíd., p. 131.
Ibíd., p. 132.
102 «Crónica literaria», L. E. M., t. 77, mayo 1895, p. 136.
«la científica, que tiende a explicar —¿por qué no se han de 
explicar los libros cuando el espíritu humano tiende a expli­
carlo todo?— o la artística, que tiende a hacer literatura a 
propósito de un libro, casi con pretexto de un libro».103 La 
honda formación francesa que posee el autor hace que las dos 
se remitan respectivamente a Brunetiére y Anatole France. 
Combinando aspectos de una y otra podrá lograrse un len­
guaje eficaz, aunque él personalmente prefiera más «los artícu­
los de la Vida literaria de Anatole France que los eruditos y 
sólidos estudios de Brunetiére, tan sobrio pero a veces tan 
seco y antipático».104 El tono científico y cargado de erudición 
lo consideró siempre poco útil —amén de ineficaz—, porque 
adolecía de ingenio, amenidad y del poder de motivar a la 
mayoría: «no reconozco la superioridad de la crítica sabia que 
muchas veces es historia literaria llena de erudición pero a 
menudo no es crítica»,105 dirá llegando incluso a afirmar que 
«no creo en la crítica. Por eso en ese género de trabajos litera­
rios apreció más que los juicios en sí y que el caudal de doctri­
na, el donaire y la agudeza del ingenio, la salsa, como si dijé­
ramos».106
Fue contrario a las opiniones magistrales, contundentes, y 
creyó en un género específico dentro del periodismo porque 
«trazar una semblanza, un escorzo de un libro, es más útil que 
dictar sentencias acerca de un estilo o de la calidad de las 
ideas. Si la crítica fuera meramente función judicial o magis­
tral, estimación de lo bueno o lo malo de los libros, y no 
interpretación, reconstrucción y complemento, representaría 
mucho menos que la bibliografía debidamente entendida».107 
Esta defensa coincide exactamente con la búsqueda personal 
de un estilo dignificado —las crónicas de Gómez de Baquero 
son perfecto ejemplo de esas exigencias-—, de un género sufi- 
«3 «Crónica literaria», L.E.M., t. 163, julio 1902, p. 169.
10“ Ibíd., p. 169,
ios «Sobre el teatro», E. I., 12 abril 1909.
106 «Al través de mis nervios», E. I., 1 febrero 1904.
107 «Meditaciones sobre El Quijote», E. I., 28 septiembre 1914.
cíente: un crítico-creador que hable desde la verdad y la 
belleza al gran público: «escribir para los literatos, para el 
público menos público y al mismo tiempo más reducido y 
parcial, es una extravagancia, una aberración de una variedad 
misantrópica que desnaturaliza las letras».108 En síntesis, el 
modelo perfecto será aquel que combine amenidad, eclecticis­
mo elegancia y suficiencia; que mantenga un punto de vista 
imparcial y que cumpla una función orientadora. Todo a pro­
pósito de ese arte que proporcione «un suplemento de ilusión» 
y contribuya al humano enriquecimiento del vivir cotidiano. 
No en vano Gómez de Baquero fue a la vez incondicional ad­
mirador de Giner de los Ríos y entusiasta defensor del estilo 
de Anatole France.
2.—Naturaleza y finalidad del arte
La preocupación que repitió obsesivamente Gómez de Ba­
quero fue la de cómo combinar belleza, amenidad y creativi­
dad sin caer en el esteticismo, la chabacanería y el didactismo, 
factores éstos que son degradación de los primeros y a los 
que podía llegar cualquier planteamiento artístico que antepu­
siera el éxito a la calidad. El arte, apuntaba con frecuencia, 
ha de ser independiente y llevar implícita una belleza inadjeti­
vada, «sin exigirle más que lo que ella puede dar: emoción es­
tética». Si la edad clásica mantuvo el concepto aristotélico de 
ejemplaridad, en el presente creía necesario acudir a la idea 
«de la suficiencia artística, sinnecesidad de otras no ya supe­
riores ni aún accesorias».109
El concepto no se aproxima nunca al gautieriano del arte 
por el arte. Este le parecía puro diletantismo y aún una mar­
cada limitación de «escuela» que como todas las literarias iban 
en menoscabo de la complejidad creadora: «Tan absurdo sería 
pensar y proceder de otra suerte, como si en una obra cientí­
108 «Crónica literaria», L.E.M., t. 162, diciembre 1904, p. 103.
109 «Crónica literaria», L.E.M., t. 106, octubre 1897, p. 138.
fica se sacrificase a lo bello el concepto de verdad o en moral 
se pospusiese lo bueno a lo agradable».110 Positivismo, realis­
mo, naturalismo, modernismo, etc., no se aceptaron nunca 
como movimientos alternativos y aún Gómez de Baquero no 
aceptó tampoco adjetivos para el arte. Podían los autores ex­
perimentar nuevas fórmulas, variar las técnicas, combinar dis­
tintos puntos de vista e introducir nuevos temas; pero, como 
veremos, ningún artista fue juzgado como tal por pertenecer 
a un grupo o «secta», como dirá en más de una ocasión des­
pectivamente.
La suficiencia artística y la idea de belleza que implica se 
correspondían con el concepto de emoción estética consisten­
te en «estimular la vida imaginativa, segunda vida del hom­
bre, que le proporciona sobre las sensaciones e imágenes de la 
existencia que se califica de real, otro orden de sensaciones e 
imágenes que en su voluntad influyen más que la primera».111 
Se trata de una concepción idealista que defiende que la lite­
ratura, «al menos considerada subjetivamente, es exposición 
de algo comprendido y sentido»,112 un «suplemento de ilusión» 
que pone al lector en contacto con la complejidad del vivir 
cotidiano. Así, tanto la belleza como la emoción estética y la 
vivencia de unos hechos sentidos, logrará el objetivo máximo 
de cualquier planteamiento suficiente: la comunicación, «aque­
llo que hace que un semejante entienda a otro semejante»—,113 
y la creatividad derivada. Ese mundo que exista por su verosi­
militud, que se elabore estética y armónicamente, que aborde 
los íntimos motivos del existir humano, que se desvincule de 
etiquetas morales, pedagógicas o simplemente de «escuela», 
será el defendido y juzgado como verdaderamente artístico.
Se trata de una concepción que, de manera muy lineal, 
combina idealismo e historicismo, que se instala en la línea 
más democrática y burguesa del siglo XIX, desde la que in­
no «Crónica literaria», L. E. M., t. 82, octubre 1895, p. 172.
111 «Crónica literaria», L. E. M., t. 106, octubre 1897, p. 138.
1'2 Ibíd.
no «Crónica literaria», L.E.M., t. 202, octubre 1909, p. 171.
tenta conjugar la defensa del necesario compromiso con la 
historia con la no menos tenaz del hombre-mayoría, sujeto in­
dividual protagonista de los tiempos nuevos.
La idea que Gómez de Baquero tiene de la función de la 
crítica y la defensa de ese arte sustantivo al que debe ser fiel, 
delimitan las señas de identidad de toda su compleja y dilata­
da actividad periodística. Fue, aunque se aplicara a todos los 
géneros, un crítico de novela que defendió la superioridad y 
supremacía de sus manifestaciones por las posibilidades de 
llegar a un público mayoritario; y, en segundo lugar, un hom­
bre que habló desde supuestos éticos y asumió, con todas las 
consecuencias y limitaciones, el papel de crítico-atalaya: un 
punto de vista que explica sus reparos, consejos y adverten­
cias.
3.—Las críticas de Eduardo Gómez de Baquero
«...La situación ideal para Un crítico sería la residencia en 
una tranquila ciudad de provincias, de esas donde el tiempo 
camine despacio y hay largos ocios para la lectura y medita­
ción; una ciudad alejada de los centros literarios desde don­
de el crítico presunto, envuelto en un impenetrable incógnito 
conociese libros y no autores y pudiese decir sin otros res­
petos que los del arte y la fantasía...».114
La imagen de un Gómez de Baquero glosador, comentaris­
ta, inquieto por detalles y motivos costumbristas, prolifera 
en los estudios de historia literaria. Tanto como la idea de 
que fuera un crítico ecléctico, más dado a aconsejar que a juz­
gar realmente los libros que reseñaba. Y es que, como señala 
Benjamín Jarnés, «nunca utilizó las armas de que dispuso para 
infringir a una primacía ilusionada crueles arañazos de ironía 
o de sarcasmo».115
114 Eduardo Gómez de Baquero, «La mujer fatal», E. I., 3 enero 1910.
115 Benjamín Jarnés, «Andrenio», en Almanaque literario, Madrid, 
Plutarco 1935, p. 226.
Ramón Menéndez Pidal aseguraba que «la crítica de Ba- 
quero es sinceramente comprensiva ante el espectáculo de las 
opiniones y sucesos más diversos que continuamente se ofre­
cen a su consideración. Ve penetrantemente el pro y el contra; 
por eso duda, pero sin escepticismo y tolera sin indiferen­
cia».116 En cualquier caso, la comprensión y vehemencia que 
en él señalan sus contemporáneos se debe, ante todo, a una 
honda convicción intelectual que tiene, como toda su obra, un 
componente ético. Contrario a la «crítica judicial», al «dogma­
tismo definidor» y a cualquier actitud excluyente, las opinio­
nes eclécticas eran, en su relatividad, las únicas que el crítico 
defendía como válidas en un terreno tan inestable como el del 
arte. El eclecticismo no es tanto una primera limitación —aun­
que haga a sus opiniones limitadas— como una deliberada 
búsqueda ética y estética.
La actitud de distancia respecto a los hechos comentados 
le hacía en primer lugar desapasionarse en sus opiniones; en 
segundo, le proporcionó un punto de vista, el del citado crí­
tico-atalaya, que juzga desde arriba el espectáculo literario y, 
en el acto, huye de maximalismos, reparando, como observa­
dor, en los detalles que personalmente le interesaban. No bus­
quemos juicios categóricos de valor acerca de tal o cual movi­
miento sino la incorporación de los nuevos factores en un 
más amplio y cotidiano —hasta prosaico— punto de referencia 
que homogeneiza, como primer factor, toda su tarea crítica: 
la moralidad. No hay que entender ésta al modo de consejos, 
sino inscrita en una abierta escala de valores de tipo humanis­
ta que atiende al compromiso, la solidaridad, el progreso y a 
los dictados de la más refinada educación burguesa.
Ese sentido ético de la existencia se proyecta en hechos 
anecdóticos, como la cierta censura a las descripciones porno­
gráficas o escatológicas, y, sobre todo, en la interpretación 
que sucesivamente haría de su entorno histórico-cultural. Al 
analizar éste, habló sucesivamente de. la crisis del parlamen­
1,6 Prólogo a Guignol, ed. citada, p. 11.
tarismo, de la excesiva burocratización de la sociedad españo­
la, de la falta de nortes colectivos, de la actitud de derrota 
social. Juzgó desesperante la evolución política de la Restau­
ración y denunció la corrupción del sistema de partidos tur­
nantes porque significaba la pérdida del sentido dinámico 
de la historia: una suma de factores heredados que llevaban 
implícitos la mediocridad, «el envejecimiento moral de la ju­
ventud» y el estancamiento de la vida colectiva. Pero ante la 
evidencia no se detuvo nunca en teorizar o literaturizar las 
respectivas sensaciones. Por el contrario, suscribe programas 
de acción directa, aplaude los de Unamuno, Altamira, Costa y 
encuentra en los hombres educados en la Institución Libre de 
Enseñanza el más sólido acicate a sus denuncias y aspiracio­
nes. Al mismo tiempo, y por la primacía de esa ética para el 
progreso, difería de las actitudes pesimistas, bohemias o sim­
plemente heterodoxas y así las juzga en esbozos, artículos de 
costumbres y críticas de carácter literario.
La «psicología del desastre», los discursos apocalípticos y 
el nihilismo eran para él obstáculos importantes en el necesa­
rio avance de la sociedad hacia metas que no podían ignorar 
ni el optimismo de vivir —«el pesimismo está bien para la fi­
losofía. Es una de las grandes interpretaciones, acaso la más 
profunda del enigma del universo. Para la vida práctica no sir­
ve, ¡si vivir supone ya creer en lavida, amarla, esperar de 
ella! »—117 ni la inteligencia y voluntad necesarias para ello. In­
cluso afirmaba sin reparos que la falta o pérdida de ésta sólo 
se explicaba por la falta o pérdida de imaginación vital que 
solía ser propia de individuos no muy inteligentes: «muchos de 
los enfermos de voluntad que pintan los cantores de novelas 
y dramas no son seres excesivamente intelectuales en quienes 
la representación haya tenido un extraordinario florecimien­
to. Con frecuencia tienen más de tontos que de espíritus a 
quienes un excesivo cerebralismo hace ineptos para la lucha 
por la vida».118 Con enorme pragmatismo juzgó la denominada
117 «El teatro de la vida», N. M., 10 diciembre 1915.
118 «La vejez de Heliogábalo», E. I., 17 junio 1912.
«enfermedad de fin de siglo» como una dolencia de élite que, 
incomprensiblemente para él, iba en contra de los esquemas 
progresistas y burgueses del siglo XIX, únicos válidos en su 
modo de entender el mundo: «lo que llaman algunos escrito­
res mal del siglo, dado que exista y no sea una impresión sub­
jetiva, es una enfermedad espiritual de las clases superiores 
de la sociedad, una dolencia de los espíritu cultos».11’
Las reticencias ante todos los fenómenos que sugirieran 
un cambio de valores sociales se repitió en cuantas nuevas 
muestras los presagiaban. Sin ironía ni mordacidad; pero nun­
ca pensó que sus valores pudieran entrar en quiebra, porque 
eran los de la confianza en una sociedad más justa, más li­
bre, más culta. Y habló sin dañar nunca la integridad de las 
personas, sin rechazar tajantemente nada, sin defender apasio­
nadamente alternativas: como el que, juzgando el devenir li­
terario, domina un microcosmos, ejemplo y representación en 
sus factores del macrocosmos social. Por eso, las frecuentes 
interferencias en sus opiniones meramente literarias, las adver­
tencias a ciertos comportamientos heterodoxos de los prota­
gonistas; por eso también su llamada constante a un mundo 
que debía fortalecerse en la comprensión, la dignificación y el 
entendimiento entre los hombres.
La novela como hecho social
Eduardo Gómez de Baquero fue ante todo un crítico de 
novela. Por vocación y convicción, humana e ideológicamente 
hablando, la novela era para él el género de los tiempos nue­
vos, «dentro de las letras un hecho correlativo al sufragio 
universal, de la igualdad ante la ley y de tantas innovaciones 
niveladoras introducidas en la sociedad moderna».119 120
La consideración historicista de la literatura le hizo de­
fender durante decenios que ni el escritor ni el lector —ambos 
sometidos igualmente a los factores sociales y económicos— 
119 «Crónica literaria», L. E. M., t. 98, febrero 1897, pp. 146-147.
120 «Crónica literaria», L.E.M., t. 151, julio 1901, p. 114.
podían permanecer al margen del tiempo nuevo ni menos olvi­
dar sus dependencias con la historia y el mundo cotidianos. 
Y la novela, en tanto, se había convertido en el único género 
que podía expresarlos, porque había nacido para llenar una 
primera necesidad colectiva: la comunicación. La novela, para 
Gómez de Baquero, será únicamente fruto de la historia: «su 
apoteosis fue preparada por tres revoluciones: la revolución 
política que abre las puertas a las nuevas democracias, y por 
lo pronto entrega a las clases medias, al tercer estado, el go­
bierno de las repúblicas europeas; la revolución literaria del 
romanticismo, que aparte de desafiar a las normas clásicas, al 
exaltar la individualidad y promulgar el derecho o fatalidad 
de las pasiones, da una nueva valoración estética y moral a la 
vida privada; y la revolución científica que venía de Bacon y 
Galileo, y que sobrepone al procedimiento especulativo y dia­
léctico de la Escuela el criterio de la observación y de la ex­
periencia».121
La clase media como motivo, el individuo como centro 
máximo de interés y la observación como método y estética 
constituyen el entramado necesario e ineludible para un hom­
bre con profunda vocación galdosiana, influido por la ideolo­
gía krausista y de Giner de los Ríos, admirador de Anatole 
France y representante genuino de una concepción decimonó- 
nico-burguesa de la cultura. A esas condiciones exigidas cabe 
añadir su visión del escritor como, a la vez, artista e historia­
dor, creador y cronista, siempre comprometido en la duplici­
dad de tareas. «El hecho literario es un hecho social»,122 dirá, 
y el escritor «por mucho que se ensimisme no está solo, genios 
invisibles le llevan de la mano (...). En la soledad del gabinete 
o de la buhardilla del poeta asisten musas que no son sus fan­
tasmas retóricos, sino influencias positivas de la herencia, de 
la educación, de la atmósfera social y de la misma economía 
121 El triunfo de la novela. Discurso leído ante la R.A.E. en la re­
cepción pública de 21 de junio de 1925. Madrid, Revista de Archivos, 
1925, p. 22.
122 Ibíd., p. 10.
pues Mercurio tiene lugar en todos los olimpos, siendo estre­
cho el enlace entre los tres grandes dominios de la Etica, de 
la Estética y de la Economía».123
Positivista sin militancia, organicista sin escuela, histori- 
cista por convicción, Gómez de Baquero se mantuvo fiel a sí 
mismo en la defensa de un género que, según él, no podía, 
mientras la historia no evidenciara unas nuevas necesidades 
colectivas, ni abdicar de su protagonismo ni menos aún 
desaparecer. El arte de novelar reunía las condiciones de la 
Elocuencia, la Oratoria, la Historia y aún la Didáctica. 
Había enriquecido además a la Dramática —porque le pro­
porcionaba curiosidad analítica— y a la Lírica —en el gusto 
por lo cotidiano—. Pero el argumento más importante en 
la constante reivindicación estuvo en la «capacidad de 
expresión: podrá cada uno de los otros géneros poéticos ex­
presar mejor un estado, una situación, un momento o una par­
tícula de la realidad; pero no hay ninguno tan apto para ex­
presar bien tantas cosas como la novela, que abarca cuanto se 
contiene en el horizonte humano. Este complejo y rico instru­
mento literario tiene para todo una nota acordada»124
La capacidad de expresar el mundo contemporáneo, de 
evocar la vida en su matices, son para Gómez de Baquero no 
sólo objetivo de la novela, sino, y por extensión, del arte y la 
literatura: un fundamento en la defensa y reivindicación per­
petua. Y de la misma manera que en su obra es inseparable 
crítica literaria y tarea periodística, del mismo modo son tam­
bién inseparables los conceptos arte y sociedad, siempre de­
pendientes, mutuamente influidos y necesariamente compro­
metidos.
La novela como inventario poético de la realidad
La novela quedará definida como «historia de la vida pri­
vada e inventario poético de la realidad».125 A esta idea acomo­
123 ibíd., p. 10.
124 Zfezd., p. 24.
i2s Ibid., p. 22.
dó sus juicios sobre el vasto discurrir del género. Pero hay 
que señalar que, contrariamente a lo que ocurre en el caso de 
Clarín o Galdós, sus preocupaciones no son las del creador, 
sino las del crítico para las mayorías, divulgador, que no pre­
tende tanto discutir opciones como presentarlas y, en el acto, 
hacerlas accesibles.
La novela como inventario poético de la realidad exigía 
inexorablemente la presencia del hombre moderno y la socie­
dad contemporánea, incluso diríamos del hombre urbano, por­
que «en la novela, la naturaleza no puede tener nunca más 
importancia que los peronajes».126 La complejidad cotidiana 
debía trasladarse a un universo independiente que, siendo re­
flejo, fuera al tiempo evocación y poetización del real. Con dos 
necesarias condiciones, «la facultad de observación o mejor la 
visión de la realidad y la de expresión, la fuerza plástica, 
creadora de la fantasía»,127 la novela «debe presentar a sus per­
sonajes no como entidades simples, reducidas a personifica­
ción del sentimiento o de la idea que trata de hacer resaltar el 
novelista, sino con toda la complejidad que en la vida ofrece 
cada individuo, con todo el cúmulo de circunstancias, de ten­
dencias, de ideas almacenadas, de hábitosconnaturalizados que 
presenta el sujeto más vulgar».128
El hombre moderno, contemporáneo del lector, motivo pri­
mero de interés, estudio y elaboración, ha de ser ante todo per­
sonaje verosímil, en la acepción aristotélica del término, y 
personaje real para el lector, que habrá de sentirlo próximo 
en inquietudes, búsquedas y fracasos: «la imitación o repro­
ducción de lo real, es todavía más si se quiere en la novela que 
en la comedia, la nota artística y la cualidad que mayormente 
contribuye a la perfección. Casi toda la teoría estética de la 
novela moderna se resume en eso».129 Esa insistencia en la com­
plejidad de los caracteres —factor en el que ve su conexión 
126 «Crónica literaria», L. E. M., t. 99, marzo 1897, p. 173.
127 «Crónica literaria», L.E.M., t. 80, agosto 1895, p. 175.
128 Ibid.
129 «Crónica literaria», L.E.M., t. 127, julio 1899, p. 113,
con la realidad— le lleva a afirmar sin reparos que «las histo­
rias sencillas puramente narrativas dan la impresión de esque­
letos de novelas».130
Pero, al tiempo, afirma que el creador no puede, por muy 
elaborada que esté la psicología de los personajes, desvincu­
larlos de su entorno, sino lograr una visión total del existir: 
«es un creador de seres y sucesos posibles, un historiador que 
empieza por fabricar el material histórico pero no a capricho 
suyo, sino según su observación y experiencia de la reali­
dad».131 No debe, al tiempo, ni abandonarse al simbolismo ni 
hacer de la narración una pieza lírica «muy distante del am­
biente de realidad del género novelesco que es un género his­
tórico aunque sea con personajes imaginados».132 Tampoco 
debe incorporar elementos que la realidad no confirme en lo 
cotidiano, porque se trata de un «género positivo».133
Observación, experiencia, fantasía, para evocar al hombre 
y su realidad, para ofrecer una visión total del existir humano. 
Técnicamente, la escritura debe acomodarse primero a este 
objetivo y al tiempo ha de lograr «ese don de evocar la vida, 
que es la primera de las condiciones del escritor de novelas».134 
Es precisa la autonomía de acción y personajes, y con ella la 
presencia de un escritor omnisciente que no interfiera sus pun­
tos de vista, que utilice el diálogo y la descripción objetiva y 
pormenorizada: «A medida que en la novela moderna van 
predominando las formas descriptivas y dramáticas, el diá­
logo, la autonomía de la acción y de los personajes, a los 
cuales da cuerda el novelista para que lleguen ellos solos al 
final sin que él tenga que salir a escena a asistirlos y a com­
pletar sus razones, el arte de narrar, de referir con donaire, 
con soltura, con expresión, va decayendo y es por lo mismo 
más estimable allí donde aparece».135
130 «Las águilas», E.I., 10 julio 1911.
33> E. I., 20 julio 1903.
132 «El Vicario», E. I., 21 mayo 1905.
•33 E.I., 17 enero 1910.
>34 E.I., 20 julio 1903.
>33 E. I., 10 agosto 1903.
El lenguaje debe acoger y elaborar el habla cotidiana has­
ta lograr una naturalidad que deleite tanto al estudioso como 
informe al público menos letrado.
Gómez de Baquero no puso nunca límites a los temas po­
sibles de la novela. Pero censuró los eróticos y escatológicos 
(hasta se preguntaba, «¿no habrá nadie que le ponga una hoja 
de parra al libro del Sr. Trigo? Le hace más falta que a la es­
tatua de Espronceda»136) y todos aquellos que no se acomoda­
ron a esa visión compleja de la realidad. Incluso defendió que 
la novela era, fundamentalmente, el arte de la clase media y 
a ella se debía por varias causas, «la primera es que nuestros 
novelistas, como la mayor parte de nuestros escritores, perte­
necen a esa clase, y es ella por lo mismo la que mejor cono­
cen y la que más les interesa; (...) la segunda es que la in­
mensa mayoría del público ilustrado que lee novelas la forma 
también la clase media (...). Por último, la tercera y principal 
razón es que la clase media ha sido y es la más importante en 
nuestra sociedad de este siglo».137
Definidas la identidad y características que Gómez de Ba­
quero exige a la novela, hay que señalar que sus opiniones 
permanecieron fieles a sí mismas a lo largo de su vasta acti­
vidad crítica. Precisamente la seguridad y frecuencia con que 
enunciaba los principios apuntados le hizo ver en toda tentati­
va de «escuela», en cualquier alternativa individual, ya una 
limitación, ya una pedantería. Y a la vez juzgó a los nuevos y 
sucesivos autores bajo el prisma apuntado. Resulta curiosa 
la admiración que siempre tuvo por Valle-Inclán y por su ca­
pacidad de evocar la vida; pero nunca entendió el sentido del 
esperpento, «novela dramática» en su opinión. De este modo 
debe entenderse su actitud frente a los heterogéneos movi­
mientos finiseculares.
El naturalismo, en primer lugar, era la tendencia que pre­
sentaba sus últimas tentativas cuando Gómez de Baquero ini­
ciara la tarea crítica. No fue para él un hecho contemporáneo 
136 «La Bruta», E. I., 13 abril 1908.
137 «Crónica literaria», L.E.M., t. 140, agosto 1900, p. 161.
y pudo juzgarlo como fenómeno consolidado definitivamente. 
En 1896 afirmaba que «ha sido ésta por ahora, la última ten­
tativa dogmática de una preceptiva y una práctica literaria, 
tentativa encaminada a construir la literatura con arreglo a 
los datos de la ciencia (...), la pretensión naturalista o signi­
ficaba cosa tan absurda como que no pudieran ser literatos 
más que los hombres de ciencia, o venía a reducirse en puri­
dad a regla tan poco nueva e incapaz de constituir una teoría 
literaria como es la de que la expresión artística necesita tener 
realidad, verdad, propiedad y proporción, en suma, con lo ex­
presado».138 Criticaba en él sin reparos el cientifismo excesi­
vo, el dogmatismo y que resultara un «partido político». No 
obstante, con el paso de los años tuvo a Zola como primer no­
velista europeo y elogió los frutos de la escuela naturalista, 
porque había hecho que los autores repararan en lá realidad 
y agudizaran el necesario sentido de la observación. La no­
vela moderna, dirá, «no debe a ninguna escuela tanto como al 
naturalismo, y es, en gran parte, obra de él. Las flores que 
broten en el futuro en el huerto novelesco, habrán sido posi­
bles por el naturalismo, que fecundó el terreno».139
Ideas y procedimientos naturalistas eran, despojados de 
la combatividad de escuela, «una adquisición definitiva para el 
arte»140 que quedaba dueño dé técnicas antes desconocidas y 
de recursos inexplorados. Pero fuera de este reconocimiento 
repetido frecuentemente, Gómez de Baquero no se sintió pró­
ximo al misticismo, decadentismo, modernismo ni a ninguna 
otra tendencia nacida en su época. Efectivamente, vivió y sin­
tió ese cambio en la mentalidad social finisecular. Lo que no 
creía era que la novela-inventario poético de la realidad pudie­
ra ser sustituida por visiones parciales o unilaterales. En 1898 
reconocía que «a los positivistas convencidos de entonces han 
sucedido los voceadores de la bancarrota de la ciencia, los 
neoidealistas y los neomísticos, los ocultistas, los «dilettanti» 
138 «Crónica literaria», L.E.M., t. 92, agosto 1896, p. 119.
139 c. E., n. 10, mayo 1908, p. 395.
140 «Crónica literaria», L. E.M., t. 98, febrero 1897, p. 142.
de un cristianismo artístico, como Huyssmans, la falange del 
«esprit nouveau», compuesta de mil variedades distintas y co­
lorida por cien matices diferentes».141 Todos ellos, considerados 
como «secuela natural del romanticismo», se valoraron en 
nombre de su incidencia colectiva, de la representatividad so­
cial de los personajes, de los valores activos que encarnaban 
y de la fidelidad a la historia, entendida ésta como marco 
múltiple que no podía falsearse con premisas subjetivas.
La tan traída enfermedad de la voluntad de los nuevos 
protagonistas le pareció «uno de los tópicos del día; quizá sea 
aventurado decir que es el último figurín porque suelen cam­
biar muy pronto estos figurines del pensamiento».142 Con el 
mismo talante iría valorando cualquier manifestación minori­
taria e

Continuar navegando