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reforzando la selección positiva que se produjo en el de- sarrollo de la célula T y su supervivencia, se inician por adhesiones transitorias no específicas entre las células. La activación de los linfocitos T que lleva a sus funciones efectoras sólo se desencadena cuando los complejos CPH- péptido en la superficie de la célula diana son reconocidos por el receptor de la célula T (TCR, T-cell receptor), lo que provoca una adhesión fuerte a la célula diana y la libera- ción de las moléculas efectoras sobre ella, que desencade- nan su activación o su muerte. La presentación de proteínas endosómicas (que son antígenos extracelulares) y de proteínas citoplásmicas (antígenos endógenos) mediante el CPH de clase II o cla- se I, respectivamente, determina qué subpoblaciones de linfocitos T van a responder a los antígenos presentes en esos dos conjuntos de proteínas. Activación de los linfocitos T El linfocito T virgen, para activarse y consecuente- mente proliferar y diferenciarse, no sólo requiere la previa unión de sus receptores específicos y de uno de los corre- ceptores (el CD4 o el CD8) a los complejos péptido-CPH de la célula presentadora del antígeno, sino que además necesita una segunda señal coestimuladora que debe ser liberada por la célula presentadora a la que el linfocito T está unido, estableciéndose un “diálogo” entre ambas. Las moléculas coestimuladoras mejor caracterizadas son las B7, miembros homodímeros de la superfamilia de las inmunoglobulinas, que se encuentran en la superficie de las células que pueden activar a los linfocitos T y que tienen como ligando en los mismos al CD28 (otro miem- bro de la superfamilia de las inmunoglobulinas). La unión de B7 a CD28 inicia la sucesión de señales que posibilitan ese diálogo. Una vez que las células T se activan, expresan cierto número de proteínas que contribuyen a mantener o modificar la señal coestimuladora que conduce a la expan- sión clonal y a la diferenciación. Transducción de señales por el complejo receptor del linfocito T La transducción de señales por el TCR vincula el reconocimiento antigénico con las respuestas funcionales. La respuesta celular de los linfocitos T a los antígenos consta de una serie de fases bien diferenciadas: a) aconte- cimientos de membrana, que tienen lugar a los pocos segundos del reconocimiento antigénico; b) vías de trans- ducción de señal citoplásmica, que se activan a los minu- tos; y c) transcripción de nuevos genes, lo que es detectable horas después del reconocimiento. Las enzimas generadas por la señalización del TCR activan factores de transcripción específicos (como AP-1, NFAT, NF-kB, entre otros) que se unen a regiones regula- doras de numerosos genes, potenciando de esta forma la actividad de los promotores y la transcripción de esos genes. Expansión de los linfocitos T activados Las células T activadas por la unión con la célula pre- sentadora y la presencia de señal coestimuladora entran en la fase G1 del ciclo, sintetizándose el factor de crecimien- to de esos linfocitos, la IL-2 (citoquina que dirige su pro- liferación y diferenciación) y la cadena � del receptor de la IL-2 (CD25). Como se ha mencionado, la unión entre el linfocito T y la célula presentadora induce la síntesis de varios factores de transcripción, como el NFAT (nuclear factor of activated T cells), el cual se une a la región pro- motora del gen de IL-2. Por su parte, la unión de CD28 con B7, mediante CD28, estabiliza el ARNm de IL-2 y activa factores de transcripción como AP-1 y NFkB que aumenta la producción de esta citoquina. Cuando una célula T virgen reconoce un antígeno específico en ausen- cia de coestimulación, se inactiva, induciéndose un estado de anergia que se comentará más adelante, o muere. Estas células anérgicas no producen IL-2, y la célula no prolife- ra ni se diferencia a efectora. Este hecho, la necesidad dual de la unión del receptor y la coestimulación, ayuda a ase- gurar la tolerancia de las células T a antígenos propios, ya que las células propias de los tejidos carecen de actividad coestimuladora. La unión de IL-2 a su receptor lleva a la célula a entrar en el ciclo celular, proliferando (se divide dos o tres veces al día durante varios días) y, tras 4-5 días de crecimiento rápido, se diferencia en célula efectora, capaz de sintetizar todas las moléculas que se requieren para sus funciones especializadas como linfocito T colaborador o citotóxico. Estas células T efectoras ya son diferentes de las vírgenes, pues su encuentro posterior con su antígeno específico produce un ataque inmunitario sin necesidad de coestimu- lación. La importancia de este hecho se ve muy claramen- te en el caso de los linfocitos T citotóxicos (CD8), que tienen que ser capaces de actuar sobre cualquier célula infectada por un virus con independencia de que ésta pue- da expresar moléculas coestimuladoras. En el caso de los linfocitos CD4, éstos tienen que activar a los linfocitos B y a los macrófagos que han fagocitado al antígeno incluso aunque, como suele ocurrir, estas células tienen muy poca capacidad coestimuladora para activar el linfocito T vir- gen. Además, las células T efectoras armadas muestran cambios en la expresión de las moléculas de adhesión. Así, aumenta la expresión de LFA-1, CD2 y de VLA-4. Esto les permite unirse a los endotelios en los sitios de inflama- ción, mientras que pierden L-selectina y, por tanto, dejan de recircular por los ganglios linfáticos. Funciones efectoras de los linfocitos T Una vez que un clon expandido de células T adquiere funciones efectoras, su progenie puede actuar sobre cual- quier célula diana que lleve el antígeno en su superficie. Las células T efectoras pueden mediar varias funciones. En el caso de las T CD8, será la eliminación de las células infectadas por virus. En el caso de las CD4, dependerá de 338 F I S I O L O G Í A D E L A S A N G R E
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