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Obesidad del niño

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Obesidad del niño 
y el adolescente
Rafael Margarito Violante Ortiz, Luis Angel Amaya Morante
La obesidad se ha convertido en el trastorno nutricional 
más común en los países desarrollados y pocos dudan 
que es un auténtico problema de salud pública en casi 
todo el mundo. Catalogada ya como una pandemia en el 
siglo XXI, afecta a más de mil millones de personas en 
el mundo entero, de los cuales, dos terceras partes tienen 
al menos sobrepeso. Desafortunadamente, este problema 
se presenta ya en edades tempranas, por lo que los niños 
y adolescentes se han visto afectados. 
ANTECEDENTES Y EPIDEMIOLOGÍA
El incremento en el sobrepeso y la obesidad de los niños 
comenzó a manifestarse, en menor magnitud, desde es-
tudios realizados en 1963, pero la tasa se ha disparado en 
los últimos dos decenios y medio. Sin embargo, fue hasta 
principios del decenio de 1990-99 que la Organización 
Mundial de la Salud (OMS) empezó a hacer sonar la 
alarma cuando en una reunión estimó que 18 millones 
de niños menores de cinco años podrían ser clasificados 
como portadores de sobrepeso en el mundo entero y que 
se requerían estrategias eficaces a nivel poblacional para 
prevenir futuros incrementos.
La prevalencia de sobrepeso aumenta de manera 
drástica en todo el mundo, en especial en EUA, donde 
entre 1991 y 1999 en adultos rebasó 50%. La misma 
situación se presenta en niños y adolescentes, en quienes 
hay aumento de peso acelerado en todos los grupos de 
edad, raza y sexo.
Desde los primeros estudios epidemiológicos (NHA-
NES II) entre 1963 y 1970, hasta los últimos, National 
Health and Nutrition Examination Survey (NHANES III) 
entre 1999 y 2000, los datos confirman que se ha exa-
cerbado la prevalencia de obesidad en edades tempranas 
y que se ha triplicado en niños de 6 a 11 años de edad (4 
a 11%) y duplicado en el grupo de adolescentes de 12 a 
19 años (5 a 11%).
Los cambios en los patrones de alimentación y acti-
vidad física en América Latina, integrada por países en 
desarrollo donde la desnutrición es todavía un problema 
de salud pública muy importante, han agudizado la obe-
sidad en edades tempranas. Brasil, por ejemplo, informó 
en 1997 una prevalencia de obesidad de 13.9% en esco-
lares de 6 a 18 años de edad, lo cual confirmó una ten-
dencia tres veces mayor con respecto a un estudio previo 
en 1975. En Costa Rica se encontraron cifras mucho más 
elevadas en el nivel escolar primario, con prevalencias de 
sobrepeso y obesidad de 34.5 y 26.2%, respectivamente.
El problema de la obesidad en México ha ido incre-
mentándose como en cualquier parte del mundo. En-
cuestas nacionales reportaban, en 1988, una incidencia 
de problemas de sobrepeso y obesidad en mujeres de 18 
a 49 años de edad, de 24.0 y 9.4%, mientras que los varo-
nes en el mismo rango de edad registraron 38.0 y 21% de 
sobrepeso y obesidad. Estas cifras aumentaron a 59.6% 
(35.2% de sobrepeso y 24.4% de obesidad) en estudios 
realizados en los años de 1993 y 1999.
En 1992, por primera vez los estudios informaron 
que en todas las edades, excepto en los más jóvenes, la 
prevalencia de peso normal fue menor a 50%, es decir, 
más de la mitad de la población fue clasificada con so-
brepeso u obesidad.
Entre los primeros estudios sobre obesidad infantil 
realizados en México, la Encuesta Urbana de Alimenta-
ción y Nutrición (ENURBAL 94/95) registró sobrepeso 
en 13.4% de los varones y en 22.1% de las mujeres me-
nores de cinco años de nivel socioeconómico alto en la 
Ciudad de México. En 1988, los reportes indicaban 4.2% 
de niños menores de cinco años con obesidad, cifra que 
aumentó a 5.3% en 1999. En niños en edad escolar (de 
5 a 11 años), con el uso de la percentila 85 como punto 
de corte, se obtuvo 25.7% de niños y 28.6% de niñas 
con problemas de peso. En cuanto a la prevalencia de 
sobrepeso y obesidad en niños y adolescentes de 10 a 
17 años de edad, la Encuesta Nacional en Salud (ENSA 
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626  •  Endocrinología clínica de. . . (Capítulo 60)
2000), reporta una prevalencia de sobrepeso en ambos 
sexos de 20.8 a 30.4% y de obesidad de 8.35 a 12.4%. 
En ese estudio la edad con más alto porcentaje de so-
brepeso es de 10 años (30.8%), cifra que corresponde al 
periodo de mayor adiposidad en el niño. Se ha observado 
una relación inversa entre el avance de la adolescencia 
y la prevalencia de sobrepeso y obesidad, quizá por una 
mejor atención en el aspecto físico durante este periodo 
del crecimiento.
De acuerdo con criterios de la IOTF (del inglés, In-
ternational Obesity Task Force), en la Encuesta Nacional 
de Salud y Nutrición (ENSN) 2006, los adolescentes de 
12 a 19 años de edad reportan una prevalencia de 31.2%; 
siendo la obesidad la que más aumentó (33%) esta vez, 
al pasar de 6.9% en 1999 a 9.2% en 2006.
En la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012, 
el último reporte oficial en México confirma ya el lige-
ro ascenso en la prevalencia de sobrepeso y obesidad en 
todos los grupos de edad. En menores de cinco años, el 
aumento es de casi 2 puntos entre 1988 y 2012 (7.8 a 
9.7%). El principal aumento se registra en la región nor-
te del país donde la prevalencia alcanza 12%, es decir 
2.3 puntos por arriba de la media nacional. Para la po-
blación en edad escolar (5 a 11 años de edad) la preva-
lencia nacional de sobrepeso y obesidad fue de 34.4% 
(19.8 y 14.6% respectivamente) utilizando los criterios 
de la OMS, siendo mayor para los niños en casi 5 puntos 
(36.9% contra 32.0%). Estas cifras son similares a las pre-
sentadas en 2006, por lo que la prevalencia ha presenta-
do pocos cambios. Con respecto al grupo de adolescentes 
de 12 a 19 años, la prevalencia combinada de sobrepeso 
y obesidad para el sexo femenino, es de 35.8% y para el 
sexo masculino de 34.1%. En términos sencillos, el docu-
mento señala que 1 de cada 4 adolescentes de este grupo 
de edad tiene sobrepeso y uno de cada 10, obesidad. La 
proporción de sobrepeso fue más alta en mujeres que 
en hombres (23.7 contra 19.6% respectivamente) y para 
obesidad, los datos revelan que el porcentaje de adoles-
centes de sexo masculino con obesidad fue mayor que en 
el sexo femenino (14.5 contra 12.1%). 
Con estos datos epidemiológicos queda claro que 
la obesidad es ya una enfermedad pediátrica que quizá 
pronto tenga que ser declarada pandemia, como ya suce-
dió con la obesidad en los adultos.
DEFINICIÓN
Durante mucho tiempo ha existido falta de consen-
so sobre las definiciones de sobrepeso y obesidad en la 
niñez, por eso se han propuesto diferentes estándares y 
acepciones al respecto, que cambian entre estudios inter-
nacionales epidemiológicos, por lo que se hace difícil la 
comparación de los datos.
La OMS define como sobrepeso y obesidad, la 
acumulación de grasa de manera anormal o excesiva y 
que conlleva un riesgo para la salud. Considerando que 
aparece a cualquier edad se tiene, por lo tanto, obesidad 
en el niño, en el adolescente y en el adulto. 
FACTORES ETIOPATOGÉNICOS
El incremento en la obesidad pediátrica ha ocurrido 
como consecuencia de aumento en la ingesta calórica y 
reducción en el gasto de energía, en palabras más senci-
llas: una simple ecuación de suma y resta.
Si bien, parece haber un acuerdo en este sentido, de-
bido a la enorme cantidad de grasa y de densidad calórica 
de los alimentos, al super size, provista por las proliferan-
tes compañías de comida rápida que han cambiado las 
tendencias alimentarias, la controversia parece dirigirse 
más hacia la reducción del gasto energético, el cual ha 
registrado valores bajos nunca antes observados en toda 
la población.
La automatización de la industria y de la vida normal 
en general, la modernización de la comunicación me-
diante la computadora e Internet, los videojuegosy otros 
factores han generado una reducción drástica del gasto 
de energía en el mundo entero; por ejemplo, varios estu-
dios han observado la correlación directa entre el tiempo 
frente a la pantalla y mayores prevalencias de obesidad.
Sin embargo, queda claro que la obesidad no es un 
trastorno simple. Las personas la desarrollan como re-
sultado de una mezcla única entre genes heredados que 
confieren susceptibilidad y años de compleja interacción 
con el medio ambiente mencionado, el cual hoy es, con 
claridad, obesogénico; es decir, la relativa ineficiencia de 
autoadaptar la ingesta de energía a los requerimientos 
de la misma, es responsable de la ganancia de grasa en 
personas predispuestas por genética.
Peor aún, muchos de los factores de riesgo relaciona-
dos con la obesidad infantil se generan in utero, es decir, 
aun antes del nacimiento del niño o en los primeros me-
ses que siguen al nacimiento: peso alto (> 4.0 kg) o bajo 
(< 2.0 kg) al nacer, historia de diabetes tipo 2 o desarrollo 
de diabetes gestacional, obesidad previa en la madre o 
cantidad de kilogramos ganados durante el embarazo, en-
tre otros. Factores que también se han manifestado más 
en mujeres con nivel socioeconómico bajo.
La obesidad en otros miembros de la familia, en par-
ticular en la madre, la ablactación temprana, la no ali-
mentación al seno materno, todos son factores de riesgo 
también vinculados con una mayor prevalencia de obe-
sidad infantil, aunque es probable que de igual forma se 
requiera una interacción con múltiples genes y con los 
factores del ambiente, lo que influiría en la magnitud del 
desarrollo de obesidad.
Otras causas, como las biológicas y psicológicas po-
nen en claro su incidencia en la obesidad infantil. Dentro 
de las biológicas, hay evidencia de que la hiperglucemia 
posprandial materna durante el embarazo puede ocasio-
nar excesiva ganancia de peso tanto en la madre como 
en el feto. Con respecto a los factores psicológicos, se 
ha encontrado en niños y adolescentes obesos, desregula-
ción en el control de conductas y regulación emocional, 
mecanismos que promueven el aumento en la ingesta de 
alimentos y la poca actividad física (cuadro 60-1).
Estos factores etiopatogénicos pueden explicar la 
causa de la obesidad de tipo exógena, que es el tipo más 
común de obesidad en niños y adolescentes. Sin embar-
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go, también existe obesidad secundaria (no exógena), la 
cual aparece como un dato clínico característico de tras-
tornos endocrinos, genéticos, síndromes o tratamientos 
con algunos fármacos. 
Así se encuentran patologías endocrinas, como hipo-
tiroidismo, hipercortisolismo, hiperinsulinismo neonatal, 
seudohipoparatiroidismo, deficiencia de hormona del 
crecimiento; síndromes como Down, Cohen, Prader-Wi-
lli, Bardet-Bield, entre otros, y tratamientos con fármacos 
antidepresivos tricíclicos, neurolépticos, insulina, ácido 
valproico y otros, en los que se manifiesta obesidad como 
parte del cuadro clínico o son causa de la misma.
DIAGNÓSTICO DE OBESIDAD INFANTIL
Por su importancia como un problema de salud pública 
y por su clara relación con el reciente incremento en el 
desarrollo de arterosclerosis temprana y factores de ries-
go cardiovascular, como diabetes mellitus tipo 2 (DM2) 
en niños y adolescentes, la necesidad de estimar el sobre-
peso y la obesidad en niños para valorar medidas preven-
tivas, vigilar tendencias de peso e identificar grupos de 
alto riesgo, en edades tempranas sobre todo, ha resultado 
importantes.
En 1982, Rolland-Cachera propuso valores de refe-
rencia del índice de masa corporal (IMC) como indica-
dor de adiposidad pediátrica, después de comparar varias 
medidas de peso para talla en niños franceses.
En los adultos, el IMC (peso/talla2) es un método 
válido y confiable de medición de adiposidad y ha sido 
muy valioso para estudios de corte epidemiológico a gran 
escala. Si bien, en la actualidad no lo utilizan todos los 
médicos en su labor diaria, debe incrementarse su uso 
por sus ventajas de sencillez (ya que el peso y la talla 
son medidos en el consultorio de manera rutinaria e in-
cluidos en el expediente clínico), su fácil cálculo, la poca 
demanda de tiempo, su bajo costo y la aceptabilidad del 
paciente.
La interpretación del IMC en niños requiere de cor-
tes (percentiles) aplicados a su distribución. En los úl-
timos años hay un acuerdo de que se debe usar en la 
práctica clínica y para estudios epidemiológicos en 
la evaluación de la obesidad infantil. Años después de la 
propuesta de Cachera, en 1994, un grupo de expertos re-
comendó guías para clasificar a los adolescentes con base 
en percentiles del IMC para edad y sexo: sobrepeso si era 
mayor a 85% y menor a 95% y con obesidad si era ma-
yor a 95%. Estos criterios los apoyó la OMS y derivaron 
de datos de cinco estudios nacionales en EUA obtenidos 
de estudios entre 1963 y 1974, incluido el NHANES I 
(1971-74) al que después se le agregó el NHANES II 
(1976-80) y el III (1988-94), para establecer una carta 
percentil para uso internacional conocida como CDC 
Growth Charts. Estas listas actualizadas están disponibles 
en www.cdc.charts.gov/growthcharts/.
Otros puntos de corte internacional se han publica-
do más recientemente: la International Obesity Task Force 
(IOTF) propuso un nuevo estándar utilizando datos de 
distintos estudios nacionales; China, 1991; Rusia, 1992 y 
EUA, 1988-94, además de Hong Kong, Holanda y Singa-
pur, con la consideración de que la población global de 
los tres primeros países constituye 25% de la población 
mundial.
Si se acepta que tanto el IMC de 25 kg/m2 para so-
brepeso y 30 kg/m2 para obesidad en adultos están rela-
cionados con riesgos de la salud, un grupo de trabajo de 
la IOTF propuso que estos puntos de corte a los 18 años 
de edad pudieran ser extrapolados hacia atrás y ligados a 
percentiles de IMC en niños, para así estipular puntos de 
corte percentilares a diferentes edades y géneros.
Para el médico, la utilidad de tablas y gráficas para 
IMC es enorme y más precisa que el uso de cartas de 
peso y talla, ya que un niño puede estar en intervalo nor-
mal para cada parámetro en forma individual, pero estar 
en sobrepeso, por ejemplo, si la talla está en el percentil 
10, pero el peso en el 75.
EVALUACIÓN
La evaluación del niño o adolescente obeso debe incluir la 
valoración de su peso y talla para determinar su percentil 
y clasificar la magnitud del problema nutricional, tam-
bién su grasa corporal, sobre todo para fines de segui-
miento, descartar alguna causa genética o endocrina y 
evaluar otros factores de riesgo de enfermedad cardio- 
vascular (diabetes, hipertensión, hiperlipidemia) y co-
morbilidades asociadas, como cáncer y patologías orto-
pédicas, incluyendo problemas psicológicos.
Al abordar a un niño o adolescente con obesidad, es 
de suma importancia realizar una anamnesis y explora-
ción física detallada, con la intención de identificar signos 
o síntomas relacionados con trastornos genéticos o endo-
crinos que se puedan manifestar también con obesidad o 
antecedentes relevantes que hagan sospechar la posible 
causa de la obesidad, dentro de estos, se debe investigar si 
está en tratamiento farmacológico y las dosis que ingiere. 
En términos muy simplistas, la obesidad con talla 
baja, principalmente de tipo mórbido y acompañada de 
alteraciones fenotípicas, o ambas, orienta a la posibilidad 
de obesidad secundaria (endócrina o genética), mientras 
que si la talla es normal, o incluso mayor de lo esperada, 
Cuadro 60-1. Factores de riesgo 
para obesidad exógena
1. Obesidad materna previa al embarazo
2. Antecedentes familiares de obesidad y diabetes tipo 2
3. Antecedente de madre con diabetes gestacional o disglucemia o 
hiperglucemia posprandial
4. Aumento excesivo de peso de la madre,durante el embarazo
5. Peso alto o bajo al nacer
6. Consumo de alimentos con alta densidad calórica y grasas
7. Falta de ejercicio
8. Sedentarismo
9. Pobre o nula alimentación al seno materno
10. Ablactación temprana
11. Nivel socioeconómico bajo
12. Desregulación de control de conductas y emociones
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628  •  Endocrinología clínica de. . . (Capítulo 60)
sugiere origen exógeno o alguno relacionado con hiper-
insulinemia.
Al encontrar datos clínicos de sospecha de obesidad 
no exógena (secundaria), es necesario referirlo al espe-
cialista para su valoración y tratamiento.
PRUEBAS DE LABORATORIO
No se requiere hacer estudios de laboratorio muy sofis-
ticados, pero por lo general, si se sobrepasa el percentil 
95 y hay datos clínicos de resistencia a la insulina, como 
puede ser acantosis nigricans en cuello u otras regiones, 
así como una cintura mayor a 90 cm para un adolescente, 
se justifica la realización de exámenes de laboratorio de 
glucosa, perfil de lípidos, ácido úrico y otros de acuerdo a 
la historia clínica. La determinación simultánea de insu-
lina permite obtener un índice sencillo de resistencia a la 
insulina como la Evaluación del Modelo de Homeostasis 
(del inglés, HOMA-R), la cual es significativa si es > 2.5. 
En la práctica clínica este índice es útil como seguimien-
to del efecto de intervenciones en contexto de protoco-
los de investigación. 
Desde el año 2000, la American Diabetes Association 
(ADA) ha recomendado un rastreo en la población pe-
diátrica de alto riesgo; sugiere realizar una prueba de glu-
cosa plasmática en ayuno (GPA) a niños con sobrepeso 
y obesidad y 2 de 3 factores de riesgo (cuadro 60-2). El 
escrutinio debe iniciarse a los 10 años de edad y repetirse 
al menos cada dos años de persistir las condiciones adver-
sas, o antes, si hay inicio temprano de la pubertad.
Existe gran controversia en esta recomendación de 
la ADA. Diversos estudios han demostrado que la detec-
ción de alteraciones en la tolerancia a la glucosa es muy 
baja con GPA y que pueden perderse muchos casos si 
sólo se realiza este método, lo que deja fuera la oportu-
nidad de hacer diagnósticos e intervenciones tempranas. 
El método más sensible para detectar cambios en la to-
lerancia a la glucosa en los niños obesos ha sido la carga 
oral de glucosa (CGTO), aunque tiene problemas de re-
producibilidad, costo y conveniencia. 
La obesidad por sí sola puede acompañarse de al-
teraciones leves en las pruebas de función tiroidea que 
no tienen traducción clínica ni requieren estudios adi-
cionales o tratamiento específico. La realización de un 
perfil tiroideo sólo se recomienda con datos clínicos de 
hipotiroidismo en el examen inicial o bocio y talla baja. 
La determinación de otro tipo de estudios hormonales, 
como cortisol sérico, es muy remota y depende de la sos-
pecha clínica de síndrome de Cushing.
ESTUDIOS DE GABINETE
Existe gran variedad de mediciones para valorar la adipo-
sidad en los niños, algunas muy sofisticadas, como bioim-
pedancia o absortometría por rayos X de doble fotón, 
pero no son muy útiles desde el punto de vista clínico, 
por su excesivo precio, compleja tecnología y el tiempo 
requerido para su realización.
COMPLICACIONES DE LA OBESIDAD 
INFANTIL Y DEL ADOLESCENTE
Las complicaciones de padecer obesidad a esta temprana 
edad son múltiples y cada vez más semejantes a las ma-
nifestadas en la obesidad del adulto.
Existen datos donde se muestra que la obesidad in-
fantil incrementa el riesgo de obesidad en la edad adulta; 
esto es, el niño obeso tiene altas probabilidades de ser 
adulto obeso. Un niño obeso antes de los tres años se 
acompaña de 25 a 30% de posibilidades de ser un adulto 
obeso, y este riesgo incrementa a 79% en caso de que se 
trate de un adolescente obeso. 
Otro estudio que revisó esta situación hizo notar 
también que el riesgo relativo del niño para permane-
cer obeso en la edad adulta está siempre presente, pero 
aumenta con la edad: de 1.3 veces en los primeros 1 a 2 
años, hasta 17.5 para los adolescentes obesos durante los 
15 a 17 años.
Que uno de los padres sea obeso impacta en el riesgo 
de desarrollar obesidad en un futuro. Si el padre es obeso, 
el riesgo relativo de tener obesidad es de 2.7 y aumenta a 
3.2 veces si es la madre la portadora. Este porcentaje no 
se modifica durante el desarrollo del niño.
Se ha señalado que antes de los tres años de edad, el 
predictor primario de obesidad es el peso de los padres: 
de los 3 a los 9 años, tanto el estado de los padres como 
el del niño predicen obesidad futura, pero después de 
los nueve años, el predictor más importante es el peso 
del niño.
Diversos estudios han encontrado correlación entre 
el IMC en la niñez y el IMC de la edad adulta. En un 
trabajo inglés, hubo una clara relación entre el IMC de 
los cinco años y con el de los 50 años de edad. En otro, 
se encontró que de los 20 a 22 años, el IMC predice la 
obesidad que se tendrá de los 35 a 37 años. Otro estudio 
en niños obesos caucásicos, cuyo seguimiento se inició 
en promedio a los 10.5 ± 2.4 años de edad, evaluados 14 
± 5 años más tarde, 72% de ellos seguía con problemas 
de exceso de peso, 43% se mantuvo obeso, 29% tenía 
sobrepeso y sólo 28% regresaron a un peso normal. De 
acuerdo con lo anterior, el IMC en la niñez fue predictor 
de obesidad en la edad adulta, sobre todo en las niñas, lo 
que no se observó con la resistencia a la insulina. El pro-
blema se agrava al observar que con el tiempo los niños 
obesos tienden hacia un peso más elevado y se tornan 
aún más obesos casi a cualquier edad.
Cuadro 60-2. Guías para búsqueda de DM2 en niños
1. Edad de 10 años o al inicio de la pubertad, si esta ocurre antes
2. Sobrepeso definido por percentila > 85 para edad y sexo más 
dos de los siguientes factores de riesgo:
a) Historia familiar de diabetes en primero y segundo grado
b) Etnicidad/raza: indios americanos, negros, hispanos o indios 
asiáticos del Pacífico
c) Signos de resistencia a la insulina: acantosis nigricans, hiper-
tensión, dislipidemia o síndrome de ovarios poliquístico
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Obesidad del niño y el adolescente 629
Las consecuencias iniciales más frecuentes de la obe-
sidad infantil son las psicosociales. Los niños obesos se 
tornan el objeto temprano y fácil de una discriminación 
sistemática, con frecuencia se clasifican en un nivel bajo 
de las preferencias de amistad entre otros niños y desa-
rrollan una baja autoestima y una autoimagen negativa.
Como resultado de esta epidemia de exceso de peso 
en los niños, una gran variedad de patologías crónicas 
y factores de riesgo relacionados con enfermedades de 
la edad adulta se presenta a edades cada vez más tem-
pranas. Dichas comorbilidades no están limitadas a al-
teraciones en la tolerancia a la glucosa, dislipidemia o 
hipertensión arterial, asociadas a una excesiva produc-
ción de insulina (el síndrome metabólico en la infancia y 
en la adolescencia ya reconocido en la actualidad), sino 
que abarca patologías antes consideradas poco comunes 
como esteatosis hepática, apnea del sueño, síndrome de 
ovarios poliquísticos, pseudotumor cerebrii, así como di-
versas complicaciones ortopédicas (cuadro 60-3).
La prevalencia de síndrome metabólico se ha repor-
tado en clara relación con el estado de peso de los ni-
ños y adolescentes: 0.9% en aquellos con peso normal; 
6.8% en quienes tienen sobrepeso y 28.7% entre los que 
tienen obesidad. Estudios más recientes han encontrado 
aumento en estas cifras: 38.7% con sobrepeso y 49.7% 
en obesidad.
En cuanto a sus componentes, se ha encontrado in-
tolerancia a la glucosa en ayuno en el 4.5 (Europa), 9.2 
(multietnias de EUA) y hasta 13.3% (México) de losni-
ños obesos, prevalencia que aumenta de 25 a 29% en 
los niños y adolescentes obesos cuando son sometidos a 
carga oral de glucosa. La diabetes tipo 2 asintomática en 
este grupo de adolescentes (11 a 18 años) con exceso 
de peso se ha reportado desde 0 a 0.2% hasta 4% en los 
grupos mencionados.
Todo esto ha dado lugar al desarrollo de una tran-
sición epidemiológica en la diabetes tipo 2, desde hace 
una década, ya que, considerada hasta hace poco tiempo 
una patología casi inexistente en edades pediátricas, hoy 
constituye en algunos grupos hasta 40% de los nuevos 
casos diagnosticados en esta edad.
Otros componentes del síndrome metabólico suelen 
aparecer también en un alto porcentaje, como dislipi-
demia del tipo lipoproteínas de alta densidad-colesterol 
HDL-C bajo en 67%, obesidad abdominal 62%, hipertri-
gliceridemia 26% e hipertensión arterial en 22% de los 
adolescentes hispanos con exceso de peso.
Por tanto, los factores de riesgo cardiovascular re-
lacionados con mayor mortalidad cardiovascular ya se 
encuentran en niños y adolescentes obesos y se reporta 
que 65% de los niños obesos entre 5 y 10 años de edad 
tienen al menos un factor de riesgo cardiovascular y 25% 
de ellos tienen dos. Un estudio más en adolescentes da 
cifras menos alentadoras: 91% tienen al menos un fac-
tor de riesgo establecido –además de la obesidad–, 60.3% 
tienen dos y 30.2% ya manifiestan tres. Esto ha originado 
inquietud sobre el efecto de estos factores de riesgo des-
de temprana edad y la enfermedad cardiovascular tem-
prana, que de hecho es la primera causa de mortalidad en 
adultos de nuestro país. Autopsias realizadas a personas 
de entre 2 a 39 años de edad que fallecieron por varias 
causas, sobre todo traumáticas, tenían ya estrías grasas en 
la íntima arterial aórtica y en las coronarias con mayor 
frecuencia relacionada con la edad y factores de riesgo 
cardiovascular, de manera que 50% de individuos de 2 
a 15 años tenían ya lesiones ateromatosas asintomáticas. 
Dicho de otra manera, la arterosclerosis empieza en 
la niñez, tiene relación directa con el grado de obesidad 
y con los factores de riesgo cardiovascular que le acom-
pañen, los cuales –por desgracia– no sólo son más fre-
cuentes, sino que suelen aparecer asociados en forma de 
síndrome metabólico.
PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO
El aumento en la prevalencia de obesidad y sus comor-
bilidades justifican que su prevención y tratamiento sea 
una prioridad en las políticas de salud actual en la ma-
yoría de los países. Si bien existen intervenciones en sa-
lud pública que tienen como base cambios legislativos, 
educativos y familiares, la mayor parte de los países, so-
bre todos los que están en vías de desarrollo, no tienen 
planes estructurados o estrategias coordinadas diseñadas 
para dar resultados a corto o mediano plazo, y lo que es 
peor, los que lo han intentado establecer han obtenido 
escasos resultados.
En México, se ha iniciado una estrategia formal y 
frontal contra la obesidad infantil con el Acuerdo Na-
cional de Salud Alimentaria en marzo de 2010, cuyo 
objetivo para 2012 en niños y niñas de 2 a 5 años de 
edad era revertir el crecimiento de la prevalencia de so-
brepeso y obesidad a menos de lo existente en 2006; en 
la población de 5 a 19 años, era detener el avance de su 
prevalencia (cuadro 60-4). Si bien se tiene como princi-
pios básicos una mejor nutrición por medio del control 
del tipo de alimentos vendidos en las tiendas escolares 
y la realización de al menos 30 min diarios de ejercicio, 
su implementación en la mayoría de las escuelas no ha 
sido posible tan sólo por carecer de las instalaciones ade-
cuadas. Cifras extraoficiales mencionan que sólo de 20 
a 25% de las escuelas cumplen el requisito de los espa-
cios para realizar actividad física y que menos de 20% ha 
cumplido con los requerimientos de la venta de comida 
saludable.
Cuadro 60-3. Comorbilidades y factores de riesgo 
cardiovascular en niños y adolescentes 
relacionados con la obesidad
1. Alteraciones en la tolerancia a la glucosa
2. Dislipidemia
3. Hipertensión arterial
4. Síndrome metabólico 
5. Esteatosis hepática
6. Apnea del sueño
7. Síndrome de ovarios poliquísticos
8. Seudotumor cerebrii
9. Diversas complicaciones ortopédicas
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630  •  Endocrinología clínica de. . . (Capítulo 60)
Para situarse en la prevención y tratamiento de la 
obesidad infantil y de los adolescentes, es necesario hacer 
énfasis del papel principal que juega la familia, principal-
mente la madre, quien es la que en, la mayor parte de los 
casos, elabora los alimentos y acompaña a los hijos en la 
ingesta de los mismos.
La prevención y el tratamiento de la obesidad in-
volucra conceptos que en apariencia son muy simples: 
comer menos y volverse más activos; esto debe hacerse 
hábito en la vida temprana –quizá incluso in utero–. Sin 
embargo, se ha demostrado que ambos cambios son muy 
difíciles de alcanzar.
A pesar de que esto lo ha comprendido la sociedad, 
en tanto los mensajes de comer menos y ser más activos 
se han evocado con mayor frecuencia y reportes recien-
tes confirman un cambio favorable en los porcentajes de 
una alimentación más sana, como comer más frutas y 
verduras y bajar las raciones de carnes rojas y grasas, esto 
no ha detenido la prevalencia de obesidad.
El tratamiento de la obesidad es más exitoso si se 
establecen metas realistas. Incrementar la actividad física 
al menos a una hora diaria más una dieta balanceada con 
ingesta adecuada de nutrientes y energía con un déficit 
moderado con reducción de 20 a 25% de calorías alcan-
zará una pérdida segura de peso en promedio de 0.5 kg 
por semana y será suficiente para asegurar un crecimien-
to normal. El apoyo de los padres es imprescindible y 
a menudo se requiere terapia de comportamiento para 
lograr las metas de dieta, ejercicios y cambios en el estilo 
de vida. El papel del ejercicio regular es fundamental e 
incluye la participación tanto a nivel escolar como fami-
liar y comunitario.
La utilización de un diario alimentario ayuda a iden-
tificar la cantidad y el patrón seguido por niños y padres. 
La dieta debe ser simple, explícita y fácil de implementar 
y vigilar. Los niños deben aprender a contar las calorías 
que consumen. Debe evitarse tanto como sea posible la 
“comida para llevar” o “ya preparada”, pues tienden a ser 
muy densas en energía y de mayor tamaño en sus por-
ciones.
El manejo de la obesidad infantil requiere la imple-
mentación de programas en tres niveles: familiar, escolar 
y cuidados primarios. La educación sobre el comporta-
miento al comer y el estilo de vida ha demostrado redu-
cir la prevalencia de obesidad en niños. 
Es clara ya la numerosa evidencia de que cambios en 
el estilo de vida mediante dieta balanceada adecuada y 
ejercicio pueden incrementar la sensibilidad a la insulina 
y con ello retrasar la aparición de la diabetes tipo 2 en 
adultos. Además, se ha visto que iniciar con el cambio 
en el estilo de vida, a edad temprana es más exitoso que 
si se llevan a cabo en la adolescencia. Así pues, es válido 
pensar que estas intervenciones funcionarán en el niño 
o adolescente, pero también es conocido el poco tiempo 
que estos cambios pueden mantenerse o el bajo porcen-
taje de pacientes que alcanza las metas necesarias para 
que estas maniobras funcionen. 
Si bien es cierto que la base del tratamiento son los 
cambios en el estilo de vida, es bien conocido que estos 
suelen fallar en la mayoría de los casos. Lo anterior abre 
la posibilidad de valorar la intervención farmacológica 
con fines preventivos en el niño o adolescente obeso e 
intolerante a la glucosa, con sensibilizadores a la insulina 
como metformina. Mediante la activación de monofosfa-
to de adenosina (AMP) proteína cinasa hepática, reduce 
la producción de glucosa y lipoproteínas de muy baja 
densidad (VLDL)hepáticos, baja las concentraciones de 
glucosa e insulina en ayunas y mejora la sensibilidad a la 
insulina. De hecho, existe experiencia del uso de metfor-
mina en edades pediátricas con muy buenos resultados, 
sobre todo aquellas que tengan corroborada resistencia a 
la insulina. Más controversial es el uso de farmacoterapia 
dirigida a modificar los impulsos de hambre-saciedad o 
incrementar el gasto calórico. La sibutramina fue el me-
dicamento más eficaz en esta población y existen varios 
reportes en la literatura de su eficacia (pérdida de peso 
a 1 año entre 4.5 y 7.7 kg, con una tasa de abandono 
de 24 a 43%), sin embargo, la posibilidad de aumentar 
la presión arterial así como por estar contraindicado en 
trastornos psiquiátricos, su uso en adolescentes entre 15 
y 18 años de edad nunca fue totalmente aceptado entre 
la comunidad médica. Por último, y posterior a los re-
portes del estudio SCOUT, sibutramina fue retirada en 
México y en la mayor parte de los países del mundo 
en el año 2010.
Orlistat tiene reportados algunos buenos resultados 
en este grupo poblacional, con pérdidas de peso al año 
entre 2.5 y 2.9 kg con una tasa de abandono de 33 a 35% 
en ese tiempo. Existe preocupación sobre las deficiencias 
Cuadro 60-4. Objetivos del Acuerdo Nacional 
para la Salud Alimentaria
1. Fomentar la actividad física en la población en los entornos 
escolar, laboral, comunitario y recreativo, con la colaboración 
de los sectores público, privado y social
2. Aumentar la disponibilidad, accesibilidad y el consumo de 
agua simple potable
3. Disminuir el consumo de azúcar y grasas en bebidas
4. Incrementar el consumo diario de frutas y verduras, legumino-
sas, cereales de granos enteros y fibra en la dieta; aumentar 
su disponibilidad, accesibilidad y promover su consumo
5. Mejorar la capacidad de toma de decisiones informadas de 
la población sobre una dieta correcta mediante un etiquetado 
útil, de fácil compresión y del fomento del alfabetismo en nu-
trición y salud
6. Promover y proteger la lactancia materna exclusiva hasta los 
seis meses de edad y favorecer una alimentación comple-
mentaria adecuada desde entonces
7. Disminuir el consumo de azúcares y otros edulcorantes caló-
ricos añadidos en los alimentos, al propiciar la disponibilidad 
y accesibilidad de alimentos reducidos o sin edulcorantes ca-
lóricos añadidos
8. Disminuir el consumo de grasas saturadas en la dieta y redu-
cir al mínimo las grasas trans de origen industrial
9. Orientar a la población sobre el control de tamaños de por-
ción recomendables en la preparación casera de alimentos: 
colocar accesibles y a su disposición alimentos procesados 
que se lo permitan e incluir en restaurantes y expendios de 
alimentos porciones reducidas
10. Disminuir el consumo diario de sodio; reducir la cantidad de 
sodio adicionado y aumentar la disponibilidad y accesibilidad 
de productos de bajo contenido en o sin sodio
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Obesidad del niño y el adolescente 631
nutricionales que su uso a largo plazo puede producir, 
y en la práctica, las tasas de abandono suelen ser aún 
mayores.
En conclusión, la seguridad a largo plazo de agen-
tes en niños y adolescentes no ha sido establecida y se 
requieren aun estudios a largo plazo en pruebas clíni-
cas controladas muy cuidadosamente. La farmacoterapia 
debe considerarse sólo en aquellos casos en que las mo-
dificaciones en estilo de vida han fallado en los casos de 
obesidad mórbida o con comorbilidades que pongan en 
peligro la vida a corto y mediano plazo.
Ante la ausencia de fármacos, hoy más que nunca 
habría que encontrar esquemas que promuevan adhe-
rencia a cambios en estilo de vida, basados en comer en 
forma sana y mantenerse activo. También implementar 
otros hábitos saludables, como dormir bien.
Bloquear la obesidad desde la niñez para evitar su 
paso a la edad adulta joven es vital si se quiere tener una 
actitud preventiva contra casi todas las patologías de ries-
go cardiovascular influidas por el exceso de peso y que 
son las principales causas de morbilidad y mortalidad en 
la mayoría de los pacientes del mundo. 
No obstante, cambios en el medio ambiente, como 
disminuir las dimensiones de los alimentos, construir más 
andadores y ciclovías en las ciudades, restaurar la activi-
dad física y educación nutricional escolar, tomarán años 
y no serán estrategias suficientes. Una acción coordinada 
entre cambios políticos, públicos y gubernamentales con 
mejores cuidados de la salud e intervenciones en el am-
biente será indispensable si se quiere iniciar una lucha 
frontal contra la obesidad y más aún, lograr que en el 
seno familiar se tome responsabilidad respecto a la obe-
sidad infantil, es una misión de gigantescas dimensiones.
Se han iniciado cambios importantes a nivel gu-
bernamental, ahora falta que la sociedad misma, en su 
seno, inicie los suyos. Demorar nuestras respuestas contra 
esta pandemia tendrá consecuencias lamentables muy 
pronto.
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