Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Libertad de cátedra 1 Por Gazir Sued (Doctor en Filosofía) Inspirar el deseo de aprender a pensar por sí mismo, más que enseñar a repetir, a imitar y a memorizar, debiera ser la tarea esencial de cualquier maestro con sus discípulos. Animar la voluntad de saber, como hábito existencial, como práctica social emancipadora y democratizante, ¿acaso no es éste el principio humanista del que se nutre el derecho político a la educación, desde la escuela a la universidad? No es al frío dominio de técnicas y mecánicas a lo que se deben las cátedras universitarias. Tampoco inculcar resignación o neutralidad ante las realidades inmediatas es su encargo, sino dar cuenta de ellas, comprenderlas y enseguida oponerlas al desafío de una imaginación creadora de posibilidades alternas. La misión social de la Universidad se traza a partir de este sentido. La libertad de cátedra es su piedra angular. Por eso, cómo se da la relación entre profesor y estudiante es de singular importancia. Si el profesor practica una cátedra arrogante, paternalista o autoritaria, ¿qué modelo de ser humano invita a emular? Si el estudiante la promueve siéndole indiferente, consintiéndola sumisamente o avalándola, ¿qué modelo de ciudadano está conformando? Materializar las aspiraciones de una sociedad democrática requiere, ineludiblemente, tratar con suspicacia crítica los más mínimos detalles de la vida cotidiana, institucional o privada, sobre todo los que suelen pasar inadvertidos, precisamente por estar saturados de cotidianidad. Convertir en hechos concretos los principios políticos democráticos, preservar los derechos civiles y hacer valer los derechos humanos, requiere de la formación de ciudadanos dispuestos y capaces de hacerlo. A ello se debe, en principio, la Universidad. La libertad de cátedra es condición de su posibilidad. Por el contrario, dentro de la concepción empresarial dominante, la educación superior es trivializada y valorada sólo como negocio rentable. La proliferación, consolidación y expansión de universidades privadas lo evidencia. Su ordenamiento administrativo responde prioritariamente a expectativas económicas, subordinando la dimensión académica a su valor comercial en el mercado de títulos y profesiones. El mundo laboral demanda de las universidades la fabricación acelerada de empleados serviles, productivos y mansos. La formación de seres pensantes no es una oferta simpática en la que el capital privado interesa invertir. Dentro de esta lógica, las principales empresas universitarias privadas se promocionan como instituciones religiosas. Para el capital privado la universidad es un negocio lucrativo, los estudiantes su clientela y Dios un atractivo publicitario; remiendo para sus inconsistencias morales. El efecto en lo académico, tanto en las ciencias duras como en las artes liberales, se manifiesta en una enseñanza mediocre y, a la vez, mediocrizante. Desde esta óptica mercantilista y patronal, la libertad de cátedra aparece como residual político desechable, desvarío inconveniente del idealismo humanista moderno; quimera de una tradición claustral en decadencia; anacronismo libertario; derecho en agonía… 1 Publicado en periódico El Nuevo Día, Viernes, 18 de Junio de 2010.
Compartir