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Fosita tibial externa Fosita tibial interna Meseta tibial Cabeza del peroné Tuberosidad tibial Peroné Tibia Maléolo interno Maléolo externo Figura 6-74. Anatomía de la tibia y del peroné A) B) Figura 6-75. Anatomía de la rótula: A) visión posterior; B) visión lateral. Se aprecia la ligera cresta posterior que permite la articula- ción con la cara anterior del fémur. La tibia (Fig. 6-74) es un hueso largo y recio. Su epífisis proximal es plana, por lo que se denomina meseta tibial. En la superficie de dicha meseta se aprecia una doble depresión poco profunda para articularse con los cóndilos femorales. Entre ambas fositas de la meseta tibial se observa la presen- cia de dos espinas óseas que se enfrentan con la fosa inter- condílea y que sirven para insertar los ligamentos cruzados de la rodilla. En su epífisis distal, la tibia finaliza en una protuberancia interna o maléolo tibial, que forma parte de la articulación del tobillo. La rótula es un hueso plano por su forma (Fig. 6-75) y sesamoideo por estar incluido en el interior del tendón del cuadríceps. Se articula únicamente con la epífisis distal del fémur y aunque es un elemento anatómico característico de la rodilla no forma realmente parte de esta articulación (su falta no se acompaña de grandes alteraciones funcio- nales). El peroné (del latín fibula \ aguja) es un hueso largo y estrecho, unido de tal forma a la tibia que no tiene con ella una articulación funcionalmente móvil (Fig. 6-74). Su papel en la rodilla es nulo (excepto como punto de inserción muscular), pero forma parte de la articulación del tobillo con el maléolo peroneal, una apófisis de su epífisis distal. La articulación de la rodilla es muy compleja (Fig. 6-76) y se caracteriza por la presencia en su interior de dos cartílagos articulares en forma de arandelas que se denomi- nan menisco interno y menisco externo. Cada uno de estos meniscos se acopla a la superficie de las fosetas tibiales. Si no existieran los meniscos intraarticulares la relación entre los cóndilos femorales y la meseta tibial sería una condi- loartrosis bastante imperfecta, con propensión a la inestabi- lidad. El cartílago de los meniscos aumenta considerable- mente la congruencia entre el fémur y la tibia, pero hace que de hecho existan dos articulaciones diferenciables, una entre los cóndilos femorales y la superficie superior de los meniscos articulares o condilomeniscal, y otra entre los meniscos y la meseta tibial o tibiomeniscal. La primera actúa como una doble trocleoartrosis (una para cada cóndi- lo) y sólo permite la flexoextensión de la rodilla. La segun- da sólo se constituye cuando el peso del cuerpo no aplasta los meniscos contra la tibia, por ejemplo al estar sentado o teniendo flexionada la articulación condilomeniscal. En este caso se comporta como un trocoide funcional que permite pequeños grados de rotación lateral de la tibia y del pie (rotación axial). Estos movimientos de rotación en flexión son característicos de algunas actividades deportivas, como el fútbol o el esquí, y es la razón de que en estos deportes el movimiento forzado pueda causar una lesión de los menis- cos articulares. La rotura total o parcial de estos meniscos no produce necrosis del cartílago, pero sí bloqueo de la articulación. El tratamiento, que supone la extracción qui- rúrgica del menisco articular, comporta un aumento de ines- tabilidad de la rodilla y una mayor facilidad para la degene- ración del cartílago articular con el tiempo. Las carillas articulares de la tibia y del fémur, al igual que los meniscos intraarticulares, se encuentran envueltos en una cápsula sinovial y bañados por el líquido sinovial, que actúa como un lubrificante. Alrededor de la cápsula sinovial se extienden los ligamentos que aseguran la estabi- lidad de la rodilla y que en esta articulación son muy importantes. Los principales ligamentos son los de los pla- 150 Estructura y función del cuerpo humano
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