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El_poder_de_la_empatia

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El poder de la empatía
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Colección «PROYECTO»
117
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Mireille Bourret
El poder
de la empatía
Una solución para
los problemas de relación
Sal Terrae
Santander – 2011
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Título del original en francés:
La puissance de l’empathie.
Une solution aux problèmes relationnels
© 2010 by Les Éditions Québecor
7, chemin Bates
Montréal (Québec) Canada
www.quebecoreditions.com
Traducción:
Beatriz Muñoz Estrada-Maurin
© 2011 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-I
39600 Maliaño (Cantabria)
Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201
salterrae@salterrae.es / www.salterrae.es
Imprimatur:
� Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
18-04-2011
Diseño de cubierta:
María Pérez-Aguilera
www.mariaperezaguilera.es
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada o transmitida, total o parcialmente,
por cualquier medio o procedimiento técnico
sin permiso expreso del editor.
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 978-84-293-1925-5
Depósito Legal:
Impresión y encuadernación:
Imprenta J. Martínez
39611 El Astillero (Cantabria)
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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
PRIMERA PARTE
¿Qué es la empatía?
CAPÍTULO 1
La empatía, la simpatía, la compasión . . . . . . . . . . . . . . 15
CAPÍTULO 2
Las neuronas-espejo: la biología de la empatía . . . . . . . 31
¿Y la intuición? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
CAPÍTULO 3
Por qué ser empáticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
CAPÍTULO 4
¿Es usted empático? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
SEGUNDA PARTE
Cómo desarrollar nuestra empatía
CAPÍTULO 5
Bajar el ritmo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Test: ¿Cuál es tu actitud frente a la velocidad? . . . . . . 74
Pistas y recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
Í N D I C E 7
Índice
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CAPÍTULO 6
Apagar el móvil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Test: ¿Estás enganchado al móvil? . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Pistas y recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
CAPÍTULO 7
Escuchar y callar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
¿Sabe usted escuchar? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98
Pistas y recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
CAPÍTULO 8
No juzgar ni catalogar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
Test: ¿Critica usted demasiado? . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
Pistas y recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112
CAPÍTULO 9
Salir de sí para hacerse presente . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
Test: ¿Está usted ahí? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122
Pistas y recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
CAPÍTULO 10
Comprender desde dentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Pistas y recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
8 E L P O D E R D E L A E M PAT Í A
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NA sonrisa sin respuesta...
A todos nos ha ocurrido alguna vez aquello de sonreír
a un conocido que no nos reconoce en ese momento o que
no responde a nuestra sonrisa. Dentro de nosotros surgen
multitud de emociones. Desde sentirnos rechazados hasta
sentirnos divertidos, no sin cierta inquietud, la impresión
que experimentamos en esos momentos es profunda y en
absoluto insignificante. Todos tenemos necesidad de em-
patía. Nos gusta sentirnos comprendidos, incluso a veces
sin tener que dar explicaciones. Una de las finalidades de
nuestras relaciones es sentir que «existimos» para los demás.
Nos gusta saber que el otro conoce nuestras diferencias y
las respeta. No existe una verdadera intimidad sin empatía:
la intimidad va a la par con la apertura recíproca al otro. La
empatía se sitúa justamente dentro de ese reconocimiento
del otro, tanto en lo que respecta a su presencia física co-
mo en lo que atañe a sus emociones, sus deseos, sus senti-
mientos y sus ideas, así como a la manera en que el otro nos
reconoce.
Al marido de una amiga nuestra acaban de anunciarle
que tiene un cáncer en fase terminal. Al contárnoslo, si sen-
I N T RO D U C C I Ó N 9
Introducción
U
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timos empatía, podemos comprender lo que nuestra ami-
ga siente y aquello por lo que está pasando como si nos
ocurriera a nosotros mismos: sentimos una comprensión
íntima e inmediata. A pesar de ello, también reconocemos
en cierta manera que es algo que no nos ocurre a nosotros.
La empatía implica una percepción y una comprensión del
otro, pero no necesariamente una identificación con él o
un sufrimiento igual que el suyo.
La empatía nació con el hombre: en una época en que
la supervivencia era extremadamente difícil, esta caracterís-
tica era esencial. Al facilitar la descodificación del entorno,
permitía decidir cómo reaccionar en función del peligro,
de la agresión o, por el contrario, en función de la supervi-
vencia o de la cooperación. Desde el punto de vista de la
evolución, la empatía es una herramienta de caza que sirve
para detectar a los predadores y a los agresores y para elegir
un compañero sexual. Gracias a ella, percibimos nuestro
entorno físico, pero, sobre todo, nuestro entorno social;
nos ayuda a interpretar el humor del otro, incluso sus emo-
ciones, y a decidir qué hacer en función de las informacio-
nes que hemos recabado. Si consideramos la infinita varie-
dad de contextos en que se utiliza la empatía, no es de ex-
trañar que el concepto sea tan difícil de descifrar y, más
aún, de explicar.
En la Primera Parte abordaremos el concepto de empa-
tía y las diferencias entre las nociones de empatía, simpatía
y compasión. También veremos por qué se ha desarrollado
el concepto de empatía, especialmente dentro del contexto
de la psicoterapia, pero también en términos biológicos,
con el descubrimiento de las neuronas-espejo y sus impli-
caciones. A continuación, intentaremos comprender por
qué es importante demostrar empatía y en qué circunstan-
cias puede ayudarnos en nuestras relaciones.
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En la Segunda Parte examinaremos las etapas principa-
les del proceso de adquisición o desarrollo de la empatía, e
indicaremos algunas estrategias que nos ayudarán a culti-
varla en situaciones cotidianas. Asimismo, aprenderemos a
utilizarla, no para manipular a los demás (hacer que hagan
lo que no quieren hacer), sino para comprender lo que
realmente son, lo que sienten, lo que desean... y, de este
modo, encontrar espacios de cooperación y de «sincronía».
Definiremos las etapas necesarias para ser más conscientes
de que la empatía es una infraestructura intuitiva de la per-
cepción; y, para terminar, daremos algunas pistas y conse-
jos para poner en práctica.
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PRIMERA PARTE
¿Qué es la empatía?
Desde hace algunos años, la empatía y la compasión son
ideas que se han puesto de moda. Pero ¿quién podría defi-
nirlas con exactitud y explicar las diferencias entre losdi-
versos conceptos relacionados con ellas? En esta Primera
Parte examinaremos las definiciones de las ideas relaciona-
das con estas nociones, así como su origen.
Más adelante, nos centraremos en el reciente descubri-
miento de nuestro sistema de neuronas-espejo, que pone
en perspectiva el aspecto biológico de la empatía y podría
llevarnos a descubrir que poseemos un sexto sentido para la
percepción del mundo.
¿Por qué ser empático? ¿Por qué es importante desa-
rrollar, adquirir y comprender la empatía? ¿Para qué pue-
de servirnos? Consideraremos varias razones, como, por
ejemplo, el lugar que podría ocupar la empatía dentro de
las relaciones sociales o incluso dentro de la solución de
conflictos. ¿Por qué utilizar la empatía? Pero, sobre todo,
¿cómo llegar a ser consciente de que dentro de nosotros
todo está preparado para reconocer y utilizar nuestro po-
tencial empático?
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CAPÍTULO 1
La empatía, la simpatía,
la compasión
«El secreto del arte de ver es la simpatía».
Montesquieu
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UANDO decimos algo al mismo tiempo que otra perso-
na, cuando compartimos una «risa floja» o incluso
los mismos pensamientos, en un momento dado nos en-
contramos frente a una manifestación de la sincronía, la
máxima expresión de la empatía compartida. Encontrarse
con el otro en un instante del tiempo, compartir comple-
tamente un momento, estar en la misma onda... Un esta-
do de sincronía, por ejemplo, es el que se da entre una ma-
dre y su recién nacido.
Desde que llegan al mundo, los bebés perciben las
emociones de las personas que les rodean, pero no lo ma-
nifestarán antes de los 4 años. Solo a esa edad pueden los
niños ponerse en el lugar de los demás sin perder su iden-
tidad. Cuando a Juan, con 4 años, se le cae su galleta, se
pone a llorar. Lisa, con 5 años, al ver lo que ha ocurrido, le
da un trozo de la suya. Lisa ha demostrado empatía, se ha
puesto en el lugar de Juan y ha encontrado la manera de
aliviar su problema. Incluso va más allá de la empatía,
puesto que pasa a la acción para calmar su sufrimiento, de-
mostrando compasión.
Desde hace algunos años, los términos «empatía» y
«empático» se emplean en todo tipo de contextos. Estas pa-
labras tan de moda abarcan una serie de nociones que re-
sultan más o menos contradictorias. Todos hemos oído ha-
blar de la serie Star Trek, en la que aparecen unos persona-
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C
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jes a los que se califica de «empáticos», porque poseen unos
poderes derivados de la empatía, como la llamada «cuasi-
telepatía» e incluso la capacidad de hacer suyo con el sufri-
miento ajeno. Prueba de ello son los personajes empáticos
de las series de televisión, de los libros o de las películas,
que tienen toda clase de poderes, desde la verdadera empa-
tía transformada en casi telepatía hasta la posibilidad de
apropiarse los sufrimientos ajenos. Todos los mediums y vi-
dentes utilizan la empatía como reclamo publicitario y se
valen de ella en sus prácticas. Efectivamente, podemos afi-
nar nuestra percepción de lo que ocurre en el otro cen-
trándonos, evidentemente, en el contenido de su mensaje,
pero también en su lenguaje no verbal y en las emociones
que siente; más adelante veremos que todos poseemos un
sistema de neuronas-espejo que nos lo permite.
Resulta difícil ponerse de acuerdo sobre la definición
de la empatía, pues es un concepto que ha evolucionado
mucho desde su primera utilización. Adoptado a princi-
pios del siglo XX, el concepto de empatía se desarrolló si-
guiendo varias direcciones, según la disciplina en la que era
utilizado. Ya en 1740, David Hume comentaba: «Existe en
la naturaleza humana una marcada inclinación a imaginar
que los demás sienten las mismas emociones que observa-
mos en nosotros mismos»1, afirmación que se asemeja mu-
chísimo a las definiciones modernas de la empatía.
Si examinamos las raíces griegas y latinas de los térmi-
nos que nos interesan, podemos llegar a comprenderlos y a
diferenciarlos mejor. En griego antiguo, la raíz pathos sig-
nifica «sufrimiento» o «lo que sentimos». El prefijo em- sig-
nifica «en», «dentro de». La empatía sería, pues, la capaci-
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1. D. HUME, A treatise of Human Nature.
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dad de sentir o de comprender desde dentro lo que el otro
siente. La empatía implica optar deliberadamente por ver y
sentir una situación de la misma manera en que el otro la
vive y adoptar su punto de vista, incluidas sus reacciones
emotivas, sin dejar por ello de ser consciente de que se tra-
ta de la experiencia del otro y sin que influya necesaria-
mente en nuestras propias emociones. Aunque parezca sen-
cillo, científicos de diferentes especialidades no dejan de
debatir sobre las implicaciones de la empatía. Las raíces de
las palabras pueden ayudarnos a discernir las diferencias
entre los conceptos de «empatía», «simpatía» y «compa-
sión». La palabra empatía tiene su origen en el griego y sig-
nifica «sufrir con», un significado que hoy se atribuye más
bien a la simpatía.
Fue sobre todo el psicólogo americano Carl Rogers
quien renovó el concepto, dándole una definición básica
que, poco a poco, ha ido ajustándose y que, con el descu-
brimiento de las neuronas-espejo, se ha ido precisando aún
más. Gracias a ello, la dimensión biológica confirma la di-
mensión intuitiva y psicológica. Según Rogers, «la empatía
consiste en interpretar con la mayor exactitud posible las
referencias internas y los componentes emocionales de una
persona, comprendiéndolos como si fuéramos esa otra per-
sona». Esta definición se utiliza principalmente dentro del
marco de la psicoterapia y se refiere más a la relación entre
el terapeuta y el paciente que a las relaciones interpersona-
les en general.
Varios estudios confirman que los terapeutas que de-
muestran empatía, calor humano, comprensión, etc. obtie-
nen mejores resultados en cuanto a la eficacia de la terapia.
Rogers privilegia un enfoque terapéutico en tres etapas: la
autenticidad, la empatía y el calor humano. La empatía ne-
cesita buen conocimiento de sí mismo, apertura de espíri-
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tu, ausencia de prejuicios y, fundamentalmente, aceptación
de la existencia de otros sistemas de valores. En efecto, pa-
ra sentir desde dentro lo que el otro experimenta no hay
que pensar que el otro es igual que nosotros, puesto que su
emoción no será obligatoriamente la misma que la nuestra
en la misma situación.
Los niños pequeños no se diferencian de los demás en
lo que respecta a la apreciación del mundo. Esto es debi-
do a la necesaria sincronización entre la madre y el niño
justamente después del nacimiento. A partir de ese mo-
mento, y durante un tiempo, la sincronía madre-hijo es
una cuestión de vida o muerte. Su unión es intensa: mira-
das, voces y sonidos, imitación de las expresiones, sentido
del tacto, del olfato, percepción inmediata, interacción,
emociones compartidas... Hay quien no puede concebir
un mundo emocional diferente del suyo hasta que es adul-
to, porque la separación madre-hijo no se realizó en bue-
nas condiciones. Este estado de sincronía con la madre se
va deshaciendo poco a poco, a medida que el niño va afir-
mándose progresivamente como un ser diferente y único,
cada vez más autónomo.
A veces resulta difícil comprender «desde dentro» las
emociones y las reacciones que suscitan unas costumbres
culturales y religiosas diferentes de las nuestras. A una mu-
jer occidental que ha recibido una educación laica le resul-
tará difícil comprender a la mujer que se cubre con un ve-
lo, dentro delmundo del islam; a pesar de lo cual, muy a
menudo las emociones que sienten, en determinadas cir-
cunstancias vitales, son semejantes. Durante el proceso a
que fue sometida, María Antonieta, reina de Francia, fue
acusada de haber cometido incesto con su hijo. Con su res-
puesta «Apelo a todas las madres», María Antonieta de-
mostró que era consciente de que una madre, fuera cual
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fuera su origen, no podía imaginar siquiera la posibilidad
de cometer un incesto, puesto que ello va en contra de la
condición materna. Por eso, lo que hizo fue pedir a todas
las madres del reino que demostraran empatía para con
ella, aceptando en cierta manera que fueran ellas quienes la
juzgaran.
Para Carl Rogers, la empatía se expresa por medio de
mensajes verbales y no verbales. Un terapeuta que refor-
mula lo que su paciente acaba de confiarle, sin omitir ni
añadir nada, demostrará una empatía verbal; un terapeuta
con un buen contacto visual y una expresión facial que re-
fleje atención e interés expresará una empatía no verbal. Es-
ta empatía no verbal debe ser auténtica, es decir, que el in-
terés y la atención que se manifiestan deben ser emociones
realmente sentidas por el terapeuta. ¿Que parece complica-
do? Lo cierto es que hay actores que no convencen al pú-
blico, y la mayoría de las veces se debe a que su lenguaje no
verbal no es coherente con lo que dice o se supone que de-
be sentir el personaje.
Parece haber mucha confusión entre la simpatía, la em-
patía y la compasión. Los tres conceptos tienen factores co-
munes, pero también tienen sus diferencias. Entre sus fac-
tores comunes se encuentra la facultad de percibir al otro a
través de algo que va más allá de la mera palabra. Puede ser,
por ejemplo, el hecho de darse cuenta, a veces inconscien-
temente, de la incoherencia entre un discurso y un gesto,
percibir una tensión... y así asociar directamente esa inco-
herencia con una emoción sentida por el otro.
Juan juega al squash con Jorge todas las semanas. Des-
de hace algún tiempo, no se siente muy a gusto en su pre-
sencia. Al intentar explicarse el porqué de ese malestar, se
ha dado cuenta de que Jorge ya no le mira directamente a
los ojos, que parece tenso en su forma de actuar y de ex-
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presarse, que ya no se queda a charlar con él después de la
partida... Al recordar lo que Jorge le había contado sobre su
relación con su novia, ha pensado que la forma de actuar
de Jorge debía de tener algo que ver con su relación de pa-
reja. Y así era. Más tarde se enteraría de que habían roto.
Esta percepción del estado emocional de Jorge es una ca-
racterística básica que comparten la simpatía, la empatía y
la compasión. La diferencia entre las tres la encontramos en
el uso que se hace de esa percepción, es decir, en nuestra re-
acción con respecto a la comprensión del otro. Si Juan se
hubiera apropiado de las emociones de Jorge, las habría
sentido en su propia carne, hasta el punto de sufrir tam-
bién él al percibir el sufrimiento de este, y entonces habla-
ríamos de «simpatía»; es como si la situación de Jorge hu-
biera provocado en su interior un sufrimiento personal al
pensar en su propia ruptura. Si hubiera comprendido có-
mo se sentía Jorge, pero sin sufrir por ello, permaneciendo
abierto a los sentimientos de su amigo, entonces hablaría-
mos de «empatía». Por último, si esa percepción hubiera
llevado a Juan a proponer su ayuda y actuar en función de
las percepciones obtenidas por la empatía, se hablaría de
«compasión»: por ejemplo, si hubiera manifestado a Jorge
su comprensión y hubiera intentado ayudarle a aliviar su
sufrimiento.
El origen de la empatía, es decir, el hecho de ser sensi-
ble a las emociones o a la situación que vive el otro, se re-
monta a una reacción automática y muy antigua. En sí
misma, es una reacción neutra que no implica un compor-
tamiento particular, puesto que es simplemente una herra-
mienta más dentro de nuestro proceso de percepciones y
decisiones. Es otra manera de percibir lo que nos rodea, ca-
si como si fuera un sentido más. A menudo asociadas en el
pasado a la intuición o a la sensibilidad (e incluso a la hi-
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persensibilidad), las mujeres parecen tener más facilidad a
la hora de dar muestras de empatía, probablemente porque
están más en contacto con sus emociones y las comunican
con más naturalidad.
Si volvemos a nuestras raíces griegas, sería interesante
examinar la diferencia entre ciertas nociones: la apatía, la
antipatía, la empatía y la simpatía. Pathos, como ya hemos
visto, se traduce por «sufrimiento» y por «lo que sentimos».
Hablamos en ese caso de las emociones, de los deseos, de
las intenciones, de lo que sentimos por dentro. El prefijo
a-, como en «a-patía», se refiere a la ausencia, a la priva-
ción. Una persona que demuestra una actitud apática fren-
te a una situación no se preocupa por sus consecuencias. La
actitud apática niega el sufrimiento, niega el estado emo-
cional del otro. Se trata de la indiferencia, cuando no nos
importa en absoluto. A menudo se dice que la indiferencia
es peor que la aversión, porque nos sentimos negados co-
mo personas, rechazados en nuestra misma esencia: «Ya te
lo había dicho...» o «No veo dónde está el problema...».
El prefijo anti- significa «contra» y se refiere al hecho de
negarse a aceptar una emoción. Una actitud antipática re-
conoce que existe una emoción, pero la rechaza: «¡Deja
ahora mismo de portarte como un bebé; si no, te voy a dar
una buena razón para llorar!»; o «¡No hay por qué ponerse
así!». El prefijo sim-, que significa «con», implica que en
una actitud simpática la emoción se comparte, se vive des-
de dentro: «Lo que me cuentas me da mucha pena»; o «Yo
también estoy enfadado con él, porque te ha hecho daño».
Esta actitud se confunde a menudo con la empatía, puesto
que se trata de sentir desde dentro la emoción del otro.
El prefijo em-, que significa precisamente «desde den-
tro», se aplica a la actitud empática; comprender la emo-
ción del otro, pero sin compartirla; comprenderla como si
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estuviera en nuestro interior, pero sin que llegue a afectar-
nos: «Es normal que hayas reaccionado así»; o «Ya veo que
estás triste»... Una dimensión importante de la empatía es
el deseo sincero y auténtico de poder comprender al otro
sin esperar nada a cambio, sin tener expectativas de ningún
tipo. La empatía es comprender y acoger las emociones,
sentimientos, deseos y acciones de los demás sin tomar par-
tido, sin hacer juicios de valor. Lo cual no significa que es-
temos de acuerdo o admitamos algo que va más allá de
nuestros límites personales de valores, creencias, conoci-
mientos o experiencias; tan solo es reconocer que el otro
puede ser diferente y desear comprender sus razones o sus
motivos. Reconocimiento y comprensión no implican ad-
hesión y aprobación.
La empatía no es compasión aunque ambas cosas se pa-
rezcan mucho: la compasión es una actitud que consiste en
ser sensible al sufrimiento de alguien y sentir el deseo de
aliviarle. En el primer instante, la compasión implica una
especie de fusión con el otro, de lo que deriva que se tome
partido y se realicen juicios de valor en su defensa, contra-
riamente a la empatía, que no es sino una herramienta de
percepción y de reconocimiento. Tras el incidente que ha
suscitado la compasión, viene la reintegración de nuestros
propios valores si son diferentes de los del otro. La compa-
sión está relacionada con el sufrimiento y, sobre todo, con
las emociones negativas, y tiende a pasar al acto para reme-
diarlas. La empatía permite comprender todas las emocio-
nes, tanto positivas como negativas.La compasión condu-
ce a un estado emocional de carencia, de febrilidad o de
inacabamiento mientras el problema no se haya soluciona-
do. No hay compasión sin empatía, pero la empatía es po-
sible sin la compasión. Una compasión llevada al extremo
se convierte en piedad y conmiseración, emociones que
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nos hacen sentirnos incómodos, porque implican, de ma-
nera implícita, una comparación con el otro, un senti-
miento de superioridad con respecto a él.
¿Cuántas veces no nos habremos reprochado el haber
hablado sin reflexionar? ¿Cuántas veces no nos habremos
sentido incómodos al recordar nuestro comportamiento o
nuestras palabras frente al sufrimiento expresado por el
otro? Roberto se encuentra con Paula, una compañera de
trabajo que parece estar destrozada: la acaban de despedir.
Enseguida, al verla desorientada y trastornada, siente pena
por ella, porque además trabajan en el mismo departamen-
to. Paula le cuenta que se siente como una criminal, por-
que ni siquiera puede entrar en su despacho sin la presen-
cia de los guardias de seguridad de la empresa; le han dicho
que sus resultados en la empresa no estaban a la altura de
su sueldo, que no era capaz de cumplir su contrato... Ro-
berto se muestra compasivo, le da su opinión y le asegura
que él tampoco comprende cómo ha podido ocurrir, pues-
to que Paula trabajaba bien.
Más tarde, al recordar las palabras que le ha dicho a
Paula, a Roberto le da un poco de vergüenza, ya que él mis-
mo también pensaba que Paula no trabajaba bien y no co-
laboraba con los demás. Roberto se ha mostrado exagera-
damente compasivo con Paula: le habría bastado con mos-
trar una actitud empática para poder escucharla y com-
prender cómo se sentía. En efecto, la empatía no implica
una fusión con el otro, ni supone compartir los mismos va-
lores, sino que consiste, simplemente, en comprender los
sentimientos del otro. También se habría dado cuenta de
que no debería haber compartido los problemas de Paula,
que él no era la persona más adecuada para ello. Más aún,
más adelante, cuando Paula se entera de que Roberto se ha-
bía quejado de su escasa colaboración, se siente traiciona-
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da. Roberto ha demostrado una compasión exagerada y
más bien rayana en la conmiseración, muy ajena al respeto
y a la comprensión. Si volvemos al incidente inicial, Ro-
berto podría no haber sentido la necesidad de darle la ra-
zón a Paula; podría haberla escuchado simplemente y com-
prendido sus sentimientos, y con eso habría bastado.
La empatía se diferencia también del contagio emocio-
nal, que se da cuando una persona acaba encontrándose en
el mismo estado afectivo que el otro, sin marcar la distan-
cia que observa la empatía: el pánico de una multitud ante
un incendio, por ejemplo, es un caso extremo de contagio
emocional. Una persona que vive con alguien que padece
trastornos emocionales puede desarrollar los mismos sínto-
mas, que desaparecen cuando ya no hay contacto.
Otro caso es el de la hipersensibilidad. Una persona hi-
persensible alimenta su emotividad, ya de por sí demasia-
do grande, con todas las percepciones, incluidas sus per-
cepciones de naturaleza empática. Claro está: es empática
en el fondo, pero interpreta su percepción de los senti-
mientos ajenos en función de su propia experiencia y sus
propias heridas. Durante la interpretación, se produce una
especie de distorsión cognitiva; se rompe el proceso empá-
tico, en el sentido de que la persona hipersensible se adue-
ña de la situación del otro y proyecta en él su propia reac-
ción emocional.
Con el descubrimiento de las neuronas-espejo, pode-
mos tener la certeza de que todo ser humano, como pro-
bablemente la mayoría de los mamíferos, posee el bagaje
necesario para desarrollar empatía. En realidad, es un po-
tencial arraigado en nuestro interior y que utilizamos o
bloqueamos en función no solo de nuestro temperamento,
nuestras experiencias, nuestra capacidad de imaginación,
nuestros sufrimientos anteriores y traumatismos, sino tam-
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bién en función de nuestras alegrías y nuestra sensación de
seguridad e integridad.
La empatía es, pues, la facultad de comprender al otro
desde dentro, a partir de las señales de nuestro sistema de
neuronas-espejo, pero también gracias a un proceso inte-
lectual en el que participan la memoria, el reconocimiento,
las deducciones y las previsiones. La facultad de experi-
mentar al otro en nuestro propio cuerpo.
Conocemos perfectamente –y desde dentro, en cierto
modo– la diferencia entre compasión y empatía. Por ejem-
plo, cuando comprendemos a la perfección las reacciones de
otra persona teniendo en cuenta su marco de referencia, pe-
ro ni siquiera así nos afecta, porque no sentimos ninguna
emoción ni tenemos la necesidad ni la intención de interve-
nir, entonces demostramos una empatía pura, es decir, que
nuestra herramienta empática funciona a pleno rendimien-
to. Las percepciones que deducimos de esas situaciones son
probablemente más realistas, porque nuestra interpretación
no se ve afectada por nuestra sensibilidad o parcialidad. Lo
cual no significa, sin embargo, que seamos insensibles o que
carezcamos de calor humano. La empatía no implica que nos
sintamos afectados por una situación, aunque tal cosa puede
ocurrir, pero sí que, en cuanto nos sentimos afectados, reac-
cionamos frente a nuestra percepción empática.
El calor humano que manifestamos en mayor o menor
medida como respuesta a nuestras percepciones empáticas
es la compasión. Desde sus orígenes, el ser humano tiende
de modo natural a la compasión: es también cuestión de
supervivencia. Tener empatía no es bueno o malo; simple-
mente, la tenemos, y punto. Sin embargo, en nuestras so-
ciedades occidentales está bastante mal visto no compade-
cerse ante las desgracias que observamos, aunque solo sea
viendo el telediario.
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En su libro Los límites del perdón, Simon Weisenthal re-
lata un ejemplo impactante de empatía y de la consiguien-
te compasión. Durante la Segunda Guerra Mundial, en un
campo de concentración, se ordena a un judío que acuda a
la habitación de un miembro de las SS. Simon Weisenthal
es conducido al lecho de muerte de ese alemán, quien le re-
lata las torturas que ha infligido a los judíos y por las que
siente grandes remordimientos. Su intención es pedirle
perdón a un judío como representante de todo su pueblo.
Wiesenthal, cuyo estado es tan lamentable que tan solo es
capaz de sentir indiferencia, con un gesto de su mano es-
panta una mosca del rostro ensangrentado del alemán.
Este gesto nos demuestra que, incluso en situaciones
extremas, podemos percibir, de forma automática y casi in-
consciente, una necesidad o un sentimiento del otro y, por
lo tanto, mostrar empatía. Al mismo tiempo, también de
forma automática y casi inconsciente, podemos elegir com-
padecernos o no. Wiesenthal vio la mosca, se percató de
que estaba encima de la herida de su enemigo en su lecho
de muerte, que molestaba al otro, y decidió espantarla,
aunque hubiera tenido todas las razones del mundo para
estar resentido con aquel hombre. Por otro lado, el hecho
de que el alemán le pidiera perdón le ocasionó un proble-
ma de conciencia que le perseguiría el resto de su vida: in-
tuyó la necesidad de perdón y de arrepentimiento del ale-
mán (empatía), pero en ese momento no pudo decidirse a
remediarla (elección de no compadecerse).
Las personas que trabajan en ambientes en los que es-
tán en contacto con el sufrimiento ajeno están más ex-
puestas a padecer una afección cada vez más documentada
y que se conoce como «desgaste por empatía» (Compassion
Fatigue). El desgastepor empatía es un estrés secundario
provocado por la acumulación de gran cantidad de expe-
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riencias emocionales vividas dentro del marco de la asis-
tencia a personas que sufren traumatismos. Es el resultado
inevitable de una invasión emotiva progresiva que se tra-
duce en un sentimiento de impotencia, una cierta tristeza,
impaciencia, cólera y estrés invasivo. Para prevenirla, las
personas que están repetidamente en contacto con el sufri-
miento humano deben tomar precauciones. Es convenien-
te que sean conscientes de sus límites, conozcan sus debili-
dades y sus fuerzas y encuentren el modo de ventilar sus
emociones. La empatía no está teñida de emoción, sino que
es anterior a la emoción.
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