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Ricardo Rodulfo EL NIÑO Y EL SIGNIFICANTE Un estudio sobre las funciones del jugar en la constitución temprana Prólogo de Marín Lucila Pelento PAIDOS B uenas A ires B arcelona M éxico -/<*. rehnpresiñn. 1996 Impreso en la Argentina - Printcd in Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 © Copyright de todas las ediciones en castellano by Editorial Paidós SA1CF Defensa 599, Buenos Aires Ediciones Paidós Ibérica S.A. M ariano Cubí 92. Barcelona Editorial Paidós Mexicana S.A. Rubén Darío 118. México D.F. L a rep ro d u cc ió n to ta l o parc ia l de e s te lib ro , en cu a lq u ier fo rm a q u e sea . idén tica o m o d if icad a , e sc rita a m áqu ina , p o r e l s is tem a "m ultig raph '* . m im eó g ra fo . im preso , po r fo to c o p ia , fo to d u p licac ió n . e tc ., n o a u to riz a d a po r los ed ito re s , v io la d e rech o s re serv ad o s. C u alq u ier u tilizac ió n deb e ser p rev iam en te so lic itada . ISBN 950-12-4133-5 Prólogo ilc la Dra. María Lucila Pclcm o................................. 11 Ininxlucción................................................................................. 15 1. LA PREGUNTA POR EL NIÑO Y LA CLINICA PSICOANALIT1CA............................. 17 2. ¿DONDE VIVEN LOS NIÑOS?....................................... 35 3. SIGNIFICANTE DEL SUJETO/ SIGNIFICANTE DEL SUPERYO: LAS OPOSICIONES, LAS AMBIGÜEDADES............ 55 4 IMPLICANCIAS Y FUNCIONES DE LA FALIZACION TEMPRANA...................................... 76 5. EL NIÑO Y SUS DESTINOS: FALO, SINTOMA, FANTASMA.................................... 88 6. SOBRE EL AGUJERO........................................................ 104 7. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (I): MÁS ACÁ DEL JUEGO DEL CARRETEL................... 120 8. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (II): EL ESPACIO DE LAS DISTANCIAS ABOLIDAS .... 138 9. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (III): LA DESAPARICIÓN SIMBOLIZADA......................... 154 10 LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (IV): PEQUEÑOS COMIENZOS DE GRANDES PATOLOGÍAS........................................ 172 11. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (V): TRANSICIONAL1DADES..................................................... 182 12. DONDE EL JUGAR ERA. EL TRABAJAR DEBE ADVENIR................................... 198 13. LAS CONDICIONES DE UNA METAMORFOSIS............................................ 215 NOTAS......................................................................................... 237 Se puede oscilar entre una variante clásica y una más con temporánea en cuanto a los “agradecimientos”: la segunda los sabe con un “ombligo” que se dispersa en lo desconocido; la primera aconseja sensatamente acotarlos un poco. En ese tren, y apoyándose en inciertos jirones de frases y lugares a un tiempo móviles y repetitivos, como también en otros que han sido y son posibilitacioncs, es ineludible una cálida deuda con mi esposa Marisa Rodulfo: circunstancias concretas renuevan aquí el socorrido cliché que reza “sin cuyo...” , etc., etc. La señora Laura Pound trabajó largas horas para hacer legible un manuscrito que al parecer no lo era tanto y la señora Silvia Goicoa la ayudó en esto y otros detalles con prolijidad y paciencia. Por su parte, la señora Irma Ruiz Aused, de la Editorial Paidós, aportó sugerencias realmente valiosas: incli narse por escribir “falizar”, en reemplazo del usual galicismo “falicizar”, como así también la bella expresión “demasía” en lugar de “plus” . Por último, mi reconocimiento especial al Dr. Raúl Mejía, padrino de tesis, tan discreto y amable como alentador. Enumerar estas circunstancias excede la conven ción formal: quien escribe hace su propia experiencia sobre la necesariedad de los apuntalamientos. A lo largo del texto, las comillas dobles enmarcan dichos ir Unales de pacientes o pequeñas citas, también textuales, de otros autores. En cambio, las comillas simples puntúan giros relativamente típicos, genéricos, o ciertos efectos de entona ción, por ejemplo irónica. A Marisa No siempre la publicación de un texto encuentra su lugar y su tiempo apropiados. Las raras y bienvenidas ocasiones en que ese encuentro se produce, revelan que el autor pudo captar con lucidez un momento crítico, aquel Kairos de los antiguos, y formular su respuesta personal. En la historia de nuestra disciplina —el psicoanálisis— algunas de esas circunstancias criticas se vinculan con el movimiento al que parecen estar sujetas las teorías. Como se observa una y otra vez, el advenimiento de una nueva teoria conmueve los cimientos de conceptos hasta ese momento vigentes. Sin embargo, muy rápidamente los nuevos concep tos se emblematizan, perdiendo su carácter revulsivo y crea dor. Este circuito, casi inexorable, no obliga a resignarse a sus efectos. Por el contrario, exige una lucha para correrse del deslumbramiento que produce lo nuevo, así como de la trivia* lización a la que conduce su transformación en emblema. En este texto, justamente, Ricardo Rodulfo toma la decisión de revisar algunos de los efectos de un momento revoluciona rio y crítico: el que se inició en nuestro país con la introducción de la teoría del significante, uno de los elementos cruciales de la concepiualización lacaniana. Acompañado por la profunda convicción de que en el ámbito científico los conceptos son herramientas para pensar, y no mandatos a seguir ni ídolos a sacralizar, revisa en este texto las consecuencias de una lectura “demasiado lineal” de la teoría del significante en la práctica con los niños y adoles centes. Esta reflexión crítica de un tipo de lectura, que condujo según el autor a “pasivizar al sujeto” desdibujando su diferen cia, lo lleva a desplegar sus propias hipótesis. Hipótesis que en su conjunto permiten ir aprehendiendo “ las cuestiones fun damentales” de este autor (P. Aulagnier, 1984). Asumiendo como idea rectora que el “ niño no recibe pasivamente significantes ya hechos sino que recibe un ma terial significante que activamente extrae y procesa”, resigni- fica, investiga cuidadosamente las fuentes de ese material sig nificante, sus posibles destinos, así como las operaciones esenciales que realiza el bebé. En la investigación de esas fuentes ocupa un lugar primor dial el concepto de “mito”, concepto que sufrió en nuestro medio — bueno es recordarlo— vicisitudes particulares. Enarbolado en un primer momento para señalar el terreno no explorado por Klein, fue, con el correr del tiempo, relegado a otras formas de terapia o trivializado y vaciado de compleji dad, o simplemente olvidado o desestimado. La fulgurante definición del mito como archivo que evoca el autor, su propia idea del mito familiar como lugar, su conceplualización como “puñado de significantes dispuestos de cierta qianera”, el modelo que propone a partir del término “collage” , ladenuncia acerca de los efectos clínicos negativos a los que conduce mantener la disociación cuerpo/mito, etc.; todos estos elementos vivifican notablemente este concepto. Otra consideración que introduce, siguiendo una inspira ción de R. y R. Lefort, es aquella que se refiere a dos tipos de funcionamiento diferente del significante: como significan tes del superyó o como significantes del yo. Siguiendo el en cadenamiento de sus reflexiones, se puede apreciar la fuerza que esta diferenciación posee para producir inteligencia sobre diversos hechos: tanto los que hacen a la práctica como a otra índole de problemas — tales como los de la producción y la enseñanza del psicoanálisis— . Al detallado estudio sobre fuente y destino del material significante, le sigue en esta investigación una cuestión capi tal: la de la función o funciones que hacen posible la extracción y tramitación de significantes y sus efectos. El desarrollo de esta cuestión — a mi entender, fundamental— abarca y extien de el significado de la pregunta que D. Winnicott formuló, con sencillez, en 1945, sobre cuándo comienzan asuceder las cosas importantes y cuáles son las funciones que ponen en marcha esos procesos estructurantes esenciales. Las articula ciones que propone R. Rodulfo ofrecen una respuesta precisa y detallada: esas “cosas importantes” suceden antes y desde el nacimiento, y el playing winnicottiano es ese eje de transfor maciones que permite la estructuración del psiquismo. La definición del juego como “agujerear” (agujero cuyos efectos imaginarios describió notablemente Klein), la discri minación de funciones en el jugar anteriores al fo n -d a , la puntualización de las invariantes estructurales a las que dan lugar, su confluencia en la construcción de la categoría de cuerpo, su resignificación en la adolescencia así com o las relaciones entre juego y trabajo, constituyen un inapreciable aporte (entendiendo por “aporte” un lugar de encuentro— sea de acuerdo, o cuestionamiento, o desacuerdo— que puede ofrecer un material teórico). Antes de darle la palabra al autor haré dos últimas conside raciones: ante todo, deseo señalar que el fino entramado de conceptos que el autor analiza a lo largo de este texto, permite advenir su capacidad para recibir y trabajar lo que D. Winni cott, en su carta de 1952, bautizó como “los gestos creadores” de otros autores. Soportando la tensión que el contacto vivo con estos “otros gestos” produce, R. Rodulfo pudo elaborar y asumir su propia posición. Toma de posición que, a mi criterio, lo aleja del peligro de oficializar una torre de Babel. Por el contrario, lo condujo a plasmar hipótesis coherentes, pronun ciándose en una serie de cruciales problemas. Entre ellos uno central, como es el referido al debate entre historia o estructura, suscitado en las ciencias del hombre bajo la presión del estructuralismo. Coincidiendo en este punto con autores como A. Green (o M. Duchet en el campo antropológico), R . Rodulfo se define presentando elementos teóricos que, a su juicio. permiten salirdel encierro generado por la oposición historia/ estructura. Por último, se puede advenir que “ las cuestiones funda mentales” que este autor plantea — aquellas que P. Aulagnier describió como “el punto conjugado de fascinación y resis tencia que singulariza la relación de un autor con la teoría analítica”— no giran sobre sí mismas. Están, en cambio, fuer temente apoyadas en una búsqueda de inteligibilidad de aque llas condicionespsicopatológicas que, desbordando el campo de las neurosis, muestran, con mayor o menor rigor, los efectos de fallos en la estructuración psíquica. María Lucila Pelento Este libro ha sido amasado con los materiales de un largo seminario dictado por mí durante 1985 en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires como profesor, a la sazón adjunto e interino de la Cátedra de Clínica de Niños y Adolescentes, de la que desde 1986 soy titular concursado. Más allá de esa coyuntura, al reunir unos cuantos años de in vestigación y ahondamiento en desarrollos teóricos persona les, es también mi tesis de doctorado presentada en la Univer sidad del Salvador. El texto fue reescrito en su totalidad y la situación de seminario — su “fondo representativo” según la excelente expresión deAulagnier— que implica tanto pregun tas y asociaciones como desvíos y necesarias digresiones quedó incorporada a su estructura bajo una modalidad estilís tica diferente. La puntuación de este itinerario, cuyo comienzo real es la práctica clínica del psicoanálisis, acaso valga la pena: de la primera transcripción oral a la segunda en letra, dicho material recibe no sólo las determinaciones de la elaboración secundaria (que la elaboración secundaria misma se esfuerza por velar, apelando a lo que Barthes denominaba “índices de realidad”), sino también la oportunidad de entrar en escenas de escritura que implican espacios de reflexión diferentes y precisos, espacios que no se limitan a “poner en palabras": ponen a prueba. De entre los muchos caminos que en general siempre abre todo libro, y que dependen de encuentros y transferencias particulares, en éste remarcaría al menos tres. En primer término retoma el tema del desarrollo de algunas ideas y hallazgos clínicos expuestos en otro libro, particularmente en cuanto a la naturaleza del jugar1. Por otra pane el texto aborda, no sé con qué fortuna, temáticas y puntos de vista quizá un poco nuevos, por ejemplo lo que concierne a una concepción no impresionista de la adolescencia. Last but not least (y para el autor es esto lo que tiene más resonancia respecto de la posición teórica)2, el texto prepara el terreno para un balance histórico que es también un ajuste de cuentas con la teoría del significante y su incidencia en la ardua investigación analítica sobre la constitución subjetiva. Aquí esta introducción se acota, en el horizonte de otro libro. Ricardo Rodulfo, noviembre de 1988 1 Clínica psicoanalítica con niños y adolescentes: una introducción, Marisa Rodulfo y Ricardo Rodulfo, Editorial Lugar, Buenos Aires, 1986. 1 Sobre el conceplo de posición consúltese “Mimpolíticas III: Yo deseo, tú deseas... todos deseamos a Schrcber padre (línea y posición en psicoanálisis)", R. Rodulfo, Actualidad Psicológica, Buenos Aires, agosto de 1987. 1. LA PREGUNTA POR EL NIÑO Y LA CLINICA PSICOANALITICA Si volvemos a reflexionar sobre la clínica con niños y adolescentes, es ahora esencial reconsiderar la cuestión de los significantes en relación a qué llegamos a entender por niño en psicoanálisis. Aparentemente, es muy fácil señalar qué es un niño, pero desde el punto de vista del psicoanalista, allí comienzan los problemas. Si nos situamos en un plano obser- vacional oconductista, el niño aparece como una determinada entidad psicofísiearUno de los autores más creativos en este cam p c^ o n ^d ^ in n ico tt.^ ro b lem atizó tal evidencia a través de una paradoja: “lolbebes no existen”. Lo importante de esto es que lleva a un cuestionamicnto radical en nuestra praxis con respecto a lo que aparece tan dado por sentado como ser (de) niño. Cuando se cree saberlo sin más trámite y ocurre-que un niño ‘de verdad’ es traído a la consulta, no se nos ocurre mirar más allá de él, echar un vistazo a sus costados, por ejemplo (hay gente allí); de ahí los tests u otras formas de acopio de datos a fin de escudriñar cómo siente, cómo piensa, cómo fantasea el chico en cuestión, poniendo de relieve que se entiende por ‘niño’ algo que empieza y termina en las fronteras de su cuerpo, la célebre entidad psicofísica. Sucede que este método es el origen de muchos errores, como inventarle una enferme dad al niño, inventarle una patología para tratarlo, sin plantear se qué pasa allí donde el chico vive, o qué pasa co n la escuela a donde concurre. No es nada fácil determinar psicoanalítica- mentc lo que por lo común se designa al decir ‘niño’. Exige movilizar una serie de conceptos, dar no pocos rodeos, resul tando finalmente que las cosas clínicas no coinciden del todo con las ideas previas que se tenían. Si se considera la historia del psicoanálisis, una de las primeras cosas que se ponen en el candelero respecto del niño en el siglo XIX es su sexualidad, pero en manos del psicoaná- lisis el tema de la sexualidad del niño (lo hizo notar Foucault) se convierte en un cuestionamiento de la sexualidad del adul to. Es un viraje muy importante en cuyo centro o epicentro podemos ubicar la época en que Freud publica los Tres ensa yos sobre una teoría sexual. ____ La cuestión de qué es un niño, en qué co nsiste un n iñ o . conduce a la p reh is to r ia , minándola no sólo en el sentidí >que Freud le otorga (primeros años de vida que luego sucumben a la amnesia), sino la prehistoria en dirección a las gene rae io- nes anteriores (padres, abuelos, etc.), la historia de esa tami- lia. su folklore, especialmente a partir del momento en que al psicoanálisis le concierne la problemática de las psicosis en un sentido ampl io, o de los trastornosnarcisistas en un sent ido más amplio aun. La historia del chico deja de ser un recuento de todo lo que él puede fantasear o no, lo cual conduce por sí solo a toda la problemática de la prehistoria, estoes, lo que lo precede, los modos y gradientes de lo ocurrido determinantes para ese niño, antes de que propiamente exista. Esta serie de rodeos se dirige a alertar sobre el peligro que implica tomar al niño en el sentido más estrecho y cotidiano, a la manera tradicional de las pruebas psicológicas: a qué edad el chico dio tal paso, cómo rinde en tal esfera, medición de su cociente intelectual, develamicnto de sus fantasías pro- yectivas. No es que todo esto deba ser masivamente rechaza do a priori. sino aue será muy insuficiente, en particular en aquellos casos donde nos enfrentamos a una patología grave. , del orden de obstruir radicalmente el crecimiento, e I desarro- 11o. el advenimiento de ese sujeto. Para entender a un chicoo a un adolescente (de hecho, incluso a un adulto), tenemos que retrocedefT donde érñoT O abra ttn r1------------------------------- •f' Hay dos movimientos en psicoanálisis. Uno se popularizo mucho, se volvió su representación vulgar: es el retomo del psicoanálisis a lo que fue la infancia, a temáticas como por ejemplo, las fantasías tempranas, los traumas precoces, interés en fin por retroceder tanto como se pueda. Esto es suficientemente conocido y además conserva toda su importancia y toda su validez; el psicoanálisis sigue invo lucrado en esas cuestiones, pero su gravitación ha quedado reposicionada en un segundo movimiento más amplio, donde nuestra disciplina se interesa particularmente en ciertas pato logías (verbigracia, las psicosis). Este segundo viraje se va produciendo lentamente a partir de la década de 1950 y está estrechamente relacionado con el desplazamiento de la clínica más allá de las neurosis (fuertemente “más a llá ...”), a las márgenes ambiguas y fronterizas, a los trastornos narcisistas, esquizofrenias, adicciones, etc. Introduciré un pequeño.ejem plo: se trata de un paciente que empieza su análisis en los últimos años de la adolescencia. El problema central que lo trae al tratamiento es una^£ eíotipiá^oue lo atormenta, habiendo fases en las que llega a evitar todo contacto de su novia y él con el exterior: salidas, amigos, ir a un cine. El punto no son sólo las complicaciones prácticas, considerando el estado anímico que se desencadena, en el que queda atrapado por una creencia^ enceguecedon(íella se arregla no para agradarle sino para otro, que en algún momento ubica al azar entre la multitud. El segundo paso es una requisición absoluta de la mirada de su novia. Y siempre encuentra (inventa) algún soporte, momen to electivo en el cual se encama la suposición de que ella mira con deseo al que nunca es él. Uno de los problemas más difíciles que abordamos en la clínica es como se encuentra a quien se necesita para autodestruirse, para desplegar sus sínto- mas o para encontrar cierta cómnlementariedad cerrada sóHre sí misma. Por otro lado, el paciente repara (de manera discontinua) en lo absurdo de sus suposiciones, pero la intensidad deia certeza, sobre todo en el momento que lo captura su fantasmafi^TT^s' absoluta, llega a tener características de una construcción delirante en el sentido de resistir toda duda, toda crítica o distanciamiento, toda diferencia entre él y su creencia. Hay todo un plano de análisis en el que no avanza mayormente y que concierne a lo relacionado con la imagen de la mujer, o de su novia; por otra parte, durante un tiempo nada significativo se produce para que se esclarezca la cuestión. Elegí este fragmento porque las claves principales caen del lado de la prehistoria. En un momento dado me di cuenta que en su familia, que constituía lo que a primera vista parecía un hogar común y corriente, sin embargo se podían descubrir perfiles menos genéricos, como por ejemplo un episodio psicótico posparto de la madre, una depresión intensísima y larga. Esta madre, que aparece en principio con la fisonomía de una ama de casa convencional, sólo se arregla en el sentido que habitualmente consideramos ‘femenino’, es decir sólo delata cierto deseo de gustar, de querer estar linda, cuando se trata de salir a la calle; contrasta su apariencia deslucida dentro de la casa, lo cual por lo demás ocurre la mayoría del tiempo, en tanto que cuando tiene que dejar su hogar hay un especial cuidado para nada, porque en general se trata de hacer alguna compra. Descubrimos allí un aspecto muy importante en relación con lo erótico: la madre no juega esta imagen con el padre, sino en el ámbito de una mirada anónima, fantasmática. El paciente rememora, con respecto al padre, sus aventuras extraconyugales, de las cuales la madre invariablemente se entera, ya que su marido trabaja cerca y las vi ve no lejos de ese lugar. Vale decir, todo queda en el mismo barrio, no hay un ̂ intento de doble vida. Punto de confluencia: el padre y la madre aparecen unidos por un factor común, la sexualidad está en la calle, fuera de la pareja. Hasta que avanzó en su análisis el paciente creía que cuando la madre se enteraba había conmoción verdadera, pero en realidad no ocurría nada de eso, aunque se gritara mucho. En esta familia, lo revolucionario, lo cuestionante, lo que alteraría el equilibrio narcisista hubiera sido que la sexua lidad estuviese adentro de la casa y en la pareja, no que se la emplazara afuera, actuada o fantaseada, pues esto es lo permi tido, lo que está aprobado, y ningún cimiento se quiebra por tal situación. El paciente recuerda un relato, reprimido, olvidado por él, y que retomado en ese momento gana importancia. En la casa había otro personaje qug.poco apoco cobra más relevancia en el decurso de su relato: la abuela materna. En el discurso del paciente aparece primeramente co im Cma ‘pacífica anciana’; poco a poco, durante el curso del análisis esa imagen toma un viraje de ciento ochenta grados. Y esto cuando el adolescente advierte que el poder reside del lado de la abuela y, posterior mente, que las parejas que se arman en la casa pueden ser: la abuela y la madre, 'contra el padre o alguno de los hijos, pero la pareja que nunca se arma es entre el padre y la madre; más aun, advierte que en los pocos momentos en que se atisba la formación de algo parecido a una pareja entre ellos, por ejemplo, algún gesto cariñoso o que insinúe sexualidad, eso queda cercenado porque alguna intervención sinuosa de la abuela provoca una pelea. Así va captando que hay un orden de cosas, una serie de funciones y de equilibrios que descono cía. El hecho de que la sexualidad esté en la calle, mantiene a la madre en la órbita de la abuela; no hay que olvidar que la madre es una mujer que s j^ jiu n a ^ ^ e s ió r^ \m a ¿ n ilu d -C o n la consiguiente internación, ileváncíoie uñlargo año volver a hacerse cargo de sus hijos. Dadas estas condiciones — el muchacho recuerda— , su madre le contó que, en los primeros años de su vida matrimo nial, ella había comenzado a perder sus inhibiciones y a descubrir el placer, pero un día dejó la puerta entreabierta y a la mañana siguiente la abuela — que vivía con ellos desde el principio; esto ocurrió antes de que el paciente naciera— le recriminó ácidamente su vida sexual. La madre le confió al hijo que esto constituyó toda una interferencia, y que esa interven-l ción nunca había sido superada. Disponiendo ya de estas piezas, el paciente se da cuenta, prácticamente por sí mismo, que sus accesos celotípicos res- ponden a una ley familiar, esto es, que la sexualidad sólo pue de darse en la calle y no entre los miembros de la pareja óficial. como su novia y el, por ejemplo, ese mismo orden de cosas de terminará la creencia de que la mirada de su novia nunca se dirija a él con deseo y, por otra parte, todo lo que tenga que ver en ella con lo erótico, solo se podrá complementar con ese públicoanónimo que está en la calle y no con el paciente.2 A partir de ahí empieza a desinflarse todo este aparatejo delirante de la celotipia, a ser más infrecuente, más débil, más breve, con crecientes posibilidades de crítica, no en el sentido de querer contenerse mediante un esfuerzo de voluntad, sino de que algo pueda caer, dejar de ser una invasión masiva en su psiquismo. Tal posibilidad se da, observemos, al analizar una pieza de la prehistoria donde el paciente como entidad psicofísica no existe; los que cuentan son la pareja de los padres, los inicios de su vida sexual, la vieja relación que suelda la madre a la abuela, todo lo que, por determinadas razones que llevaría muy lejos ahondar, se actualiza, se repite en el. Es distinto suponer que se encontrará la clave de la celotipia en una fantasía inmanente al sujeto, producto autónomo de su inconsciente. Y no porque se pueda desestimar la validez de este registro, en el que el psicoanálisis está irrevocablemente comprometido. Que hemos descubierto un orden fantasmático inconsciente, que aparece en sueños y en múltiples formaciones, es una verdad que aún resiste. Se trata de lo que rebasa, de lo que va más allá, de lo que nos baste con rastrear en el imaginario del paciente para descifrar la clave cuando hay que reconstruir material de otras generaciones. En otras palabras, podríamos decir que se da, desde el punto de vista del psicoanálisis, el itinerario de un significante, algo significante que se repite bajo transformaciones de generación en generación, “rojo Fadián”... Otro caso es una madre que viene a la consulta por su muchacho drogadicto, menor de edad, con antecedentes poli ciales y penales. Después de ahondar en toda la sintomatolo- gía del muchacho, esto es, qué drogas toma, índole de los epi sodios delictivos, inventario de las reprimendas, como al pasar la madre dice: “los segundos hijos varones de la familia siempre tienen problemas o van presos”. Por esta vía surge un material que concierne a un tío del paciente, segundo hijo varón, y a un tío abuelo, de otra rama de la familia, pero también segundo hijo varón: todos ellos habían estado presos por los más diversos delitos. En estos casos es necesario ubicarse de otro modo, siendo harto insuficiente tomar en cuenta sólo lo intrapsíquico; hay algo que se marca a fuego como repetición: a su calor una frase pesa con el peso de lo significante: “ los segundos hijos varones de la familia siempre van presos”. Entender el concepto de significante en psicoanálisis g n diferirlo del de la lingüística es incurrir en un error grosero. El guardapolvo que usa el médico o el psicólogo en un centro de salud es un significante: para el que concurre a ese lugar introduce la dicotomía fálicadel que está con y del que está sin. Efecto de poder, basta el guardapolvo para que, en cierto tipo de casos, surja algo, con la librea del discurso Amo, de lo que calificamos como sometimiento; es un ejemplo al fin banal, pero que subraya acerca de qué es un significante como fenómeno que no se reduce al terreno de las palabras. Una frase como “los segundos hijos varones siempre tienen^ problemas” es significante, primero, en la medida en que s e ( repite. No todo lo que un paciente clTce es significante, pero, burgueses de Moliere o no, todos somos y desde pequeños un poco burros flautistas. Para que algo, en psicoanálisis, sea/ considerado significante tiene que repetirse. Este es un prim en criterio. En este caso tal condición se cumplimenta a las claras: sin duda se puede enlazar a este muchacho con su tío y con su tío abuelo, no por el contenido de la detención, de diversa índole en cada uno (no es que se haya heredado una tendencia a las drogas), sino por el aserto de que el segundo va preso. Es importante, además, tener en cuenta la ambigüedad de la frase, porque si no ahogamos sus resonancias plantea a la escucha analítica la cuestión de su estatuto: ¿la madre nos está descri biendo, informando, un estado de cosas: ‘mire qué casualidad, los segundos varones de la familia fueron presos’? ¿Se duele por eso? ¿O se está haciendo portavoz de una ley en el registro de lo inconsciente en esa familia, de un imperativo ‘andá preso, si sos el segundo’, imperativo que vehiculiza un mal deseo pa ra ese sujeto, que tiene que ver con que fracase, y aun con que se destniya? La frase traspone su mero valor de información como elemento de anamnesis psiquiátrica, o como elemento de una entrevista psicológica pautada. I sta es además una frase que, al igual que en el mito, se da en un tiempo activamente presente, lo cual le otorga una legalidad (y en ocasiones una fatalidad) problemática. Por otra parte, es revelador escuchar, después del muchacho, cómo todo indicio de esperanza queda abolido, cómo en él lo ineluctable llega a extremos absolutos, lo cual es una compli cación muy seria desde el punto de vista de lo que se puede hacer en un análisis. Para que algo sea significante se tiene que repetir. Es más, el significante no reconoce la propiedad privada, no es que sea de alguien; cruza, circula, atraviesa generaciones, traspasa lo individual, lo grupal y lo social; no es pertenencia de algún miembro de una familia; en todo caso es el problema que interpela a cada uno. A veces los analistas nos olvidamos que existen significantes más felices para designara alguien, pero cuando a un hijo le cae sobre la cabeza un significante como éste, una de las cuestiones que sin excepción se plantean es en qué términos se entablará relación con él. sea bajo una ciega repetición o -—s í en la vidíTdeese sujeto desde ni no algo replica— sea en forma de una batalla por cambiar la dirección de lo que je jgR ite- En otros términos, lo que~ conceptuad i za- mos como repetición en tanto diferencia. De primar siempre la más obtusa reiteración, la capitulación ante lo mismo sin posibilidad de desvío alguno, en absoluto podríamos cumplir con aquello que Freud propuso como meta: hacer algo tera péutico por un paciente. Lo que se juega entonces en una frase como la de los segundos hijos varones es intersubjetivo, no mera ni necesa riamente invención imaginaria de alguien en particular. Una vez que algo es introducido con la función de significante se produce un poco al menos de lo nuevo, es decir, algo con cierto valor distintivo. Y he aqu í un segundo criterio: cuando un elemento adquiere ürav ílac ió iis ip ifi^ jn t^ en el momento d e su introducción alfio nuevo se traza. H ayun m odélomuy desarrollado ¿fue me parece óptimo para dilucidar la cuestión, y es el que da Lacan, el modelo de la carretera.3 A partir de la existencia de una carretera principal im íséríe de diferencias se generan en los lugares que atraviesá. Lacan subraya todo lo que se irá amontonando en torno a esa autopista: estaciones de servicio, bares, pequeñas poblaciones, casas solitarias construidas a la vera del camino. También es posible plantear la cuestión del significante en el terreno de la intervención psicoanalftica, ya que general mente decimos muchas cosas y pasa como en esos juegos donde damos más veces en la herradura que en el clavo. Pero hay ciertas intervenciones que demuestran tener una inciden cia significante, porque después de ellas algo no queda exac tamente igual. En general hablamos de ello cuando contamos nuestras experiencias terapéuticas, en términos de nuestros maravillosos triunfos, dejando de lado todas las veces en que la cosa no funcionó tan bien, lo cual es una lástima porque no ayuda en la transmisión del psicoanálisis el ejercicio de la omnipotencia. Existe otra forma de reconocer el significante y reside en que éstejTo viene con un significado abrochado indisoluble mente, sino que arrastra ^ c t o s ^dé^sigñlfícacíon que son imponderables: es decir, no vale porque designe inequívoca- mente cieno significado, sino por las significaciones que se van generando; de manera análoga a la fisión nuclearen tanto encadenamiento de desencadenamientos tan inevitables como imprevisibles. Un adolescente se sentía marcado a fuego por la pasividad, especialmente en el terreno sexual. Le preocupaba que hubie se pasado la época en que, según él, ya tendría que haber accedido al encuentro con los genitales femeninos, encuentro siempre diferido. En el análisis, cobró mucho valor una frase que históricamente apaj^aa-pussta-eajjoca de tías y abuelas cuando él era pequeñ6:J‘cnié lindo que sos^ Lo interesante es que a partir de esta frase7^Tpacientejva'<íandose cuenta que ‘posa’ continuamente como carilindo, reconoce una provoca ción inconsciente para que se lo digan y se las compone para que en la actualidad lo sigan repitiendo incluso a sus espaldas. Por ejemplo, una vez que se cruzó con otra paciente en el consultorio, ésta me dirá al acostarse en el diván: “ ¡Qué lindo muchacho es el que acaba de salir!” Empieza a advertir que ese ser “ lindo” pesa como una lápida sobre él, desoculta un coeficiente de feminización en el adjetivo que lo intoxica solapadamente. Digamos que se descubre un trabajo signifi cante, en donde, por ejemplo, una de las transformaciones inconscientes es ‘qué fracasado y qué impotente que sos’, ‘qué estéril que sos’, ‘qué poco viril que sos’. La insistencia repetitiva con que en la familia se lo sostiene como “el lindo” a través del tiempo lo condena al estatuto de una bella estatua, ‘chiche’ de las mujeres. Así, era muy común que se volviera el objeto predilecto de cierto tipo de histérica interesada en rehuir la genitalidad. En consecuencia, la complementación era perfecta, y en su inconsciente se inscribía como impoten cia. ^ I c e Otra de las ramificaciones que se desprenden del ser “lindo” y que el piscoanálisis revela, es la imposibilidad de soportar y llevar adelante cualquier tipo de proceso (volvere mos sobre esto más adelante). Obsérvese que sería bien distinto si se dijera ‘qué lindo que vas a ser’, abriendo la dimensión de un trabajo a realizar en la perspectiva, concep tualmente hablando, del ideal del yrycntiañando el ir a s e r la qu? nunca se acaba de ser, pero en nuestroc& soeito ya se na con sumado, pevalece la instancia del yo idear»' El muchacho tratará entonces de revertir esa situación, pero para aprender algo, por ejemplo, va a tener que pasar primero por un tiempo decisivo de asumir la posición de saber. De este modo pretende tocar un instrumento, pcrolé es tan displaciente la fase inicial que a poco lo deja. Era, de paso, una de las razones por las cuales había consultado: que todo lo abandonaba, no soportando la temporalidad de cualquier adquisición. Ocurre que para ser lindo no tiene, en cambio, que efectuar trabajo alguno; ya lo es, le dice la frase, y por eso mismo anula cualquier realización histórica. Este paciente continuó su análisis siendo adulto y una de sus luchas más arduas giró en tomo a la paternidad. Una fra se esencial en su análisis lo constituyó la búsqueda activa (je afearse. Se las fue arreglando para romper con el estigma de ser jrlirído’\ dejándose la barba, volviéndose temporaria mente muy desprol ¡jo, etc., todo lo cual prologaba cambios de importancia. Por supuesto, recurrimos a cierta ficción expositiva, donde en un ángulo de corte determinada frase resalta especialmente cumpliendo así las condiciones para ser significante; pero debe sernos claro que una sola frase no resuelve todo un análisis7. Á1 narrar efcaso, la puntuamos, armando una escena de escritura que tendrá una correlación aproximada con la realidad del- tratamiento analítico. Por lo demás, a estos nudos que sei destacan en una cadena asociativa nos cuidamos de honrarlo^ con lafr insignias de causa prima; en psicoanálisis siempre conviene ser más que cauto al respecto, y no es nada infrecueni i te tropezar con un uso mecánico de la teoría del significante. Todo lo c^uej)ucde decirse es que una frase así indica dónde/ cierto régimen descanteTamTTKlrtíKu^aiTun sujeto y dónde a su] tumo él se perpetúa, pues no sería justo sum)n<?.e"a~un. significante un poder que no deje alternativas. Es como decir que debemos remitirnos a las series comple- menfarias, articulándolas a la dimensión de t\sp (m k¡neíia ín1 sujeto noes una maquinilla que reacciona según suene un sig- nificante u otro; por eso mismo alguien se psicotiza en ciertas condiciones, mientras otro resiste ponerse en ese camino aun siendo aquéllas peores. De manera que no debemos apresurar nos a suponerle un poder automático y omnímodo al signifi cante. Siempre hace falta esforzarse para alejar del psicoanálisis todoesquema causal lineal. En la multiplicidad de senderos del inconsciente jamás existe un solo itinerario posible y la expe-, riencia nos obliga a defender el principio de la multiplicidad de" respuestas. De hecho, queda fuertemente indeterminada muchas veces por qué un sujeto forjó la que le encontramos, cuando nada parece impedir que, en otro, un “qué lindo que sos” pase y caiga sin dejar rastro significante alguno. Cuando concebimos la precedencia del significante o la prehistoria como una fatalidad, el psicoanálisis se devora a sí mismo, porque, de ser así, ¿para qué tratar a alguien? Si no hubiera margen para el acontecimiento, si imperase una estructura inmóvil, desaparecería lo histórico como tal y con él el registro dinámico; por lo tanto, no habría cómo pensar lo nuevo. La limitación más seria de un planteo ‘estructuralista’ — más que estructural— es reducir el acontecimiento al plano del hecho estructurado. Para sortear estas simplificaciones metodoló gicas, no olvidarse de la* s<».rip< rnr^plpmpnmrin^»; funda mental, sólo que, tal cual las formulara Freud7Tioy no nos bastan. Por lo pronto, a mínima, conviene incorporar resuel tamente la prehistoria del sujeto a los factores constituciona les. Junto a ellas el conceptode s o b re d ete mi i nadóp y d d p re pe t i c ión_yjjiíg^nc i$, nos auxiliaíTpara^ioperder de vista que, una vez que hemos establecido el peso significante de una frase como la analizada, lo importante es qué hace el sujeto con ella: ¿la deja tal cual está?, ¿introduce algún iretoque, desvía su dirección? Toda la dinámica de la cura Igravita en tomo a esto. En el caso de otro paciente adolescente emerge un motivo \ fundamental, la frase que funciona como una contraseña entre la madre y él cuando vuelve de dar examen: “;.te sacaste diez?0 La t'rase simula ser un pregunta, pero el análisis demuestra su carácter de afirmación, de certidumbre. Más aun, el muchacho, finalmente, se da cuenta que para él allí se dice algo del deseo de la madre. Para considerar el orden de las transformaciones del signi ficante digamos que esa frase ha sido sumamente provechosa para él, no tanto por colocarlo en niño modelo como por estar en la base de sublimaciones exitosas y de intereses intelectua les muy consistentes. Pero ahora, saliendo de la adolescencia, comienza a pelearse con ella, a completarla de un modo que antes no lo hacía: ‘te sacaste diez para mí y sólo para m f , punto en que su talento potencial queda en peligro de verse alienado como regalo a la madre y nada más, vehiculizando la frase toda la dimensión incestuosa, colmando a la madre con ese maravilloso obsequio que es el niño del diez. Por eso durante su análisis empieza a escucharla en su contracara; si se queda adherido por más tiempo a la satisfac ción narcisista que proporciona, sus diez siempre van a ser presentificación del deseo materno (o sus sustituciones en un sinfín de condensaciones y desplazamientos), pero no los recuperará de otro modo y para él. He aquí el pleno sentido de producción significante, móvil, diferidora. Esta restitución en análisis del peso del significante como exigencia de trabajo impulsa al paciente a encarar un rastreo histórico en cuanto a sus relaciones desiderati vas con la madre, permitiendo añadir a esa frase puntos suspensivos en lugar de dejarla en uninmovilismo fatalista. Obviamente, para que todo este proceso tenga validez, aquella exigencia de trabajoso el déscubrimiemode elía donde antes sólo había un mandato) no es una propuesta del analista v sí un efecto del proceso que se desarrolla durante el análisis. Precisamente es esencial míe sea el paciente quien dé el paso. U na intervención prematura en esa dirección, forzando el cuestionamiento porque teóricamente parezca válido, puede intensificar el costado imaginario de la transferencia, por ejemplo, ubicándome en la serie materna y dedicando en adelante sus “diez” a mí. Pero si el cuestiona miento va surgiendo en él y lo ayudo para que a esa pregunta no la pierda de vista, se reducen muchísimo aquellos riesgos. Debido a esto, la construcción a que en ocasiones el analista se entrega tiene sus contracaras; en tanto el paciente no la acom pañe activamente^no genera un verdadero efecto analítico sino lo que Winnicott Jlam a efecto de adoctrinamiento. No es infrecuenté^encontramos con pacientes en estas condiciones, que han pasado muchos años en tratamiento y aprendieron a parafrasear a su modo la teoría que les enseñó el analista (a veces desde niños). En estos casos se exhibe un saber psicoa- nalítico muy minucioso sobre la historia, pero no nos asom brará que sea un saber desprovisto de eficacia alguna ni que siga en pie hasta el más insignificante de los síntomas. Desde el punto de vista conceptual, corresponde decir que no hubo una intervención significante como tal. Creo posible sostener que estas dificultades propias del psicoanálisis se incrementan en la clínica con niños y con adolescentes. Acaso el criterio princeps para reconocer unsign if i cante- sea la insistencia repetitiva. PoTejempíoTeiTcomún que"el juego de un chico se reproduzca infatigablemente, sin que tengamos la más mínima idea de qué significa eso, exceptoque kla repetición nos pone en laxista de un cierto nudo adescíTrar. En la producción histórica de significaciones, aderñasTíiay efectos en los que no sólo está implicado el sujeto, y esto no tiene que ver únicamente con palabras o frases: con igual frecuencia son determinados actos los que demuestran tener peso significante; apelando a otro material, ‘los hombres de la familia se casan muy jóvenes’ puede ser el modo de resumir algo que se inscribe en el inconsciente no por ser un dicho sino un procedimiento familiar repetido. Tal inserción del signifi cante lo liga a los hechos más comunes y corrientes de la vida: de modo que no pocos entre nuestros pequeños intereses y repulsiones resultan función del lugar al que nos empuja incesantemente cierta cadena. Es importante aclararlo, dado que al ser usual que desarrollemos ejemplificaciones clínicas que a menudo suponen patología severa, es fácil olvidar que el hábitat significante es la cotidianeidad más banal. El siguiente punto a precisares que el significante conduce |siempre hacía alguna parte. Puede ser Tiacia uñ abTsmtTo hacia una cumbre, pero cuando algo se gana ese nombre en la historia del sujeto, es que lo inclina hacia determinados caminos preferenciales. Y éste es el tercer criterio: el sijmiQ- cante tiene d ire c c ió n . La frase “qué lindo que sos” , por ejemplo, llevaba a un lugar muy diferente que la “te sacaste diez”. Aquélla conducía al paciente, a medida que las exigen cias sociales aumentaban, a medida que iba dejando atrás su adolescencia, a un callejón sin salida, porque una cosa es ser ej nene lindo a los tres años y otra muy diferente a los veinticinco; no es haciendo monerías, cabe suponer, la forma como nos vamos a arreglar en la vida. El itinerario del signi ficante lo extravía en la pasividad de lo escópico, lo cual no significa que no pueda salir de allí, la carretera se puede abandonar, hay diversos itinerarios alternativos activables. Si lo pensamos bien, en el simple caso del guardapolvo en la atención hospitalaria son descifrables todos estos efectos. De examinar históricamente las relaciones de poder médico/ paciente a lo largo de varios siglos, tal como se van configu rando en la sociedad occidental a partir del 1600, encontra mos las notas distintivas de lo que un elemento cualquiera debe poseer para justificar llamarlo significante. En modo alguno esto implica que en la práctica clínica el significante sólo se hallará en boca del niño que nos traen. Por lo tanto, cuando nos preguntamos qué es el niño en psicoanálisis, localizamos ciertas cosas que denominamos significantes, las cuales tienen mucha relación con la formación de ese niño; pero estas cosas no necesariamente son producidas por él, inventadas por el, ni dichas por ck en cambio, solemos eneon trarlas en labios y en acciones de quienes lo rodean. Una mujer entra a la consulta con un niño pequeño que luego resultó ser aurista. A la analista le extraña que pueda dejarlo solo en la sala de espera, pensando que el chico difícilmente podría sostenerse en esa situación. Ante su inte rrogante, la madre contesta: “No hay problema, él se queda donde yo lo poDgo” Esta frase que sale de la boca de Íama3re le da a su hijo un estatuto de infrahumano, como si fuera un mueble o un paraguas. Lo que caracteriza a un ser humano e< que no se queda donde se le indica; esto lo observamos muy bien en los chicos, si se les dice ‘quedate ahí’ nonos sorprende su desobediencia y si acatan una orden demasiado rápido, pensamos que están enfermos; pero cuando esto se muestra verdaderamente repetitivo, lo más seguro es que nos aguarda un caso grave. En j j uestros términosT lo más terrible que 1c puede suceder a alguien es quedarse donde lo pusieron deter- minados significantes de la prehistoria, incluso cuando eso? sigrnticantes aparentemente suenen bien. Pero debemos retroceder un poco para atender a una segun da polarización reduccionista que dejamos en suspenso. Ya señalamos los problemas que trae darle tanto relieve a la prehistoria que la historia se desvanezca, lo que no dejará de pesar en nuestra intervención como analistas con un lastre ‘musulmanista’ sobre lo terapéutico: las cartas decisivas ya estarían jugadas; por este camino acabamos escuchando y atendiendo sólo lo que viene de los padres, de los abuelos, y más atrás aun, pero ya que no recibimos por lo general gente con una prosapia que justifique un árbol genealógico, si tuviéramos que contar con saber lo que pasó a los tatarabuelos en relación con el significante, abandonaríamos el psicoanáli sis por imposible y nos dedicaríamos a cualquier otra cosa. El reduccionismo inverso conduce a centrarse exclusiva mente en la fantasmática que el niño produce, encerrándose en sus procesos imaginarios. Atender a la dimensión de la fantasía de los juegos, del £iafi#Hu^£smuy importante, pero unilateral si se prescinde de las funciom*ysimbólicas y de lo relativo a la prehistoria. MejaniejClein no ignora el hecho de que el chico depende de los padres, p e ro 10 lo incorpora al análisis. A los efectos de lo que ella quiere investigar, que es la fantasía infantil, deja congeladas las demás variables, por ejemplo, el campo de lo prehistórico apenas lo toma en cuenta. Pero su proceder se justifica históricamente en la medida en que sirvió para abrir camino por el que hasta ese momento nadie había transitado. Es una limitación demasiado repetida quedar anacrónica mente adherido a lo que en un momento histórico se formula. Si, por ejemplo, no insertamos los descubrimientos de Mela- nie Klein en un contexto mucho más amplio, si creemos que la fantasía basta para explicarlo todo, podemos llegara pensar que una psicosis infantiles un procesoautogencrado,como si fuera posible psicotizarse por puro devenir del imaginar. En la clínica, la repetición de este simplismo nos hace girar en vano, constreñidos por estrechez epistemológica a tratar de producir mutaciones en el mundo interno de un paciente, excluyendo la consideración de los discursos que circulan en la familia sobreun niño, a quién viene a sustituir, qué sitios hereda, etc.; tantas dimensiones marginadas del análisis no pueden dejarde ocasionar impasses. Tiene el efecto contrario, el inverso simétrico del que toma la prehistoria como único factor causal, despoja de su peso a la vida imaginaria, y sólo asigna valor e interés a todo loque va más allá del chico, a todo lo que está relacionado con las funciones y los mitos familia res. En el análisis con niños, uno de los aspectos más dificul tosos, en el sentido en que genera más resistencia en el analista particularmente en los primeros tiempos, es lo referente a los padres. Es común encontrar en un terapeuta, por lo demás liábil en su trabajo, evitar al máximo el contactocon aquéllos, incluirlos lo menos posible, lo cual no deja de acarrear serios inconvenientes, según la ley de que lo que no se introduce de derecho retorna a la larga o a la corta bajo la forma de acting out. Si no tomamos en cuenta el discurso de los padres, sus transferencias frecuentemente malogran tratamientos que en otro plano andaban bien. Nunca es saltcablc, más allá de los protocolos tecnobu- rocráticos, escuchar y obrar conforme a lo específico de cada situación. Siendo sensible a las condiciones particulares, pron to se aprende a establecer la diferencia entre la transferencia en esos padres con suficiente deseo puesto en investir como ser separable al hijo — lo que determina que toleren la situación analítica sin que haya que ocuparse mayormente de ellos— y aquellos (sobre todo cuando estudiamos problemáticas más allá de las neurosis) en que esta capacidad casi no existe, donde historia y prehistoria abundan en destructividad, en deseos que tienen que ver con la muerte, con el fracaso y con la locura. Aquí no se puede dejar a los padres de lado; es tan importante trabajar con el chico como con ellos y apostar a la producción de algún efecto analítico en el discurso familiar. No hay una regla fija para estas cosas, Puede ser que en algún momento sea conveniente, por ejemplo, incorporar una entrevista con los padres, pero esto hay que decidirlo en cada caso; otras veces, durante un cierto período las entrevista con los padres se pueden desarrollar paralelamente a las sesiones con el chico; aun en no pocas ocasiones los padres se incluyen en la sesión. Es decir, no existe una receta técnica, y si hay algo que especifica a la clínica psicoanalídca, es la agudización de lo diferencial en cada caso. Lo difícil es j ustamente mantener csja^flexibilidad^ lo cual no vale como salvoconducto para intervenirde modo antojadizo, sin respeto por la sobredetermi- nación. Sea lo que sea, nada hay peor que aquella exclusión a priori, porque es una comprobación de hierro en psicoanálisis que lo que tratamos de sacamos de encima acaba por aplastar nos, con tratamiento, dogma y todo. A su vez, si los padres piden una entrevista y el analista está muy pegado a una cartilla de estipulaciones, piensa que no bien se la solicitan automáti camente él debe otorgarla, porque así se lo enseñaron, y no reflexiona que, a veces, ciertas demandas de los padres están relacionadas con el deseo de vigilar, interferir, irrumpir en algo de su hijo que es privado. La asistencia inoportuna de los padres puede dar lugar a cierta retracción, a un incremento de la resistencia enojosamente gestado por el analista, y provoca la interrupción del material asociativo que se estaba desple gando. Compartimos con autores como Lacan o Winnicott la profunda desconfianza que despierta la palabra ‘técnica’, que implica siempre una cierta estandarización y tiende a coagu larse en recetas y procedimientos prefabricados; todo analista debe desconfiar de su sagacidad en cuanto a sortear aquel entrampamicnto. Bachelard y su llamado a una “vigilancia” crítica encuentran aquí su vigencia plena. La pregunta acerca de qué es un niño en psicoanálisis desemboca en una serie de cuestiones. Particularmente nos detuvimos en la importancia de lo que llamamos prehistoria o, en otros términos, importancia del mito familiar. Es preciso aclarar que a partir de aquí, modificamos y ampliamos nues tras preguntas clínicas, tomando en cuenta las más básicas que sirven para situar a un paciente. De esta manera cambia toda la perspectiva de loque podríamos llamar un diagnóstico en psicoanálisis, que es algo muy distinto de lo que podría ser, por ejemplo, el diagnóstico para un criterio psiquiátrico o psicológico tradicional. Para empezar a situar al niño que nos traen y a lo que lo rodea5, no procedemos, como tradicionalmente se hacía, a re alizar un inventario de síntomas, que se conoce como semio logía. No es que despreciemos hacer un buen rastreo, una buena descripción del campo y localizar loque puede llamar se síntoma, sino que eso solo, para nosotros, a partir del mito familiar, del peso del mito familiar, nos resulta insuficiente. Allí donde otro preguntaría: ¿qué tiene el chico?, y siendo la respuesta: ‘no va bien en la escuela’, ‘se hace pis encima’, ‘sufre terrores nocturnos’, y luego procedería a realizar el inventario de todo, nosotros introducimos otras preguntas, por ejemplo, una de las .fundamentales bien podría ser: y.dónde vive este chico? Esta no es una pregunta fácil de contestar. Es un criterio importante determinar si un pequeño sigue viviendo aún en el cuerpo de la madre o si ha empezado a vivir en otro tipo de territorio, en otro tipo de espacio. Otra pregunta que nos hacemos es: /.qué representa ̂ ste , chico para el deseo de los padres? Otra forma de preguntarlo, desde este punto de vista, es para qué se lo desea. La formu lación binaria (ser descado/ñosér deseado) admité mejoría: un ser humano de hecho es deseado para los más diversos usos y esto cubre una gama asaz variada y variable, desde las posibi lidades de productividad que se le brinden a alguien en su desarrollo, hasta propiciarle la psicosis o la muerte. Entonces ésta también es una cuestión nada fácil de precisar y muy importante de situar. Una pregunta complementaria al respecto es en cuanto al lugar que se le a signa a un chicoj^neL mÚQÍamiliar. Autoplagiándomc o autocitándome, diría un po^o más cerca de lo que entendemos por mito familiar, que se puede caracterizarlo por lo que un niño respira allí donde está colocado; mito familiar entonces homologable en su función al aire, al oxígeno, homología que apunta más a lo isomórfico que a lo meramente análogo. Lo que se respira en un lugar a través de una serie de prácticas cotidianas que incluyen actos, dichos, ideologemas, normas educativas, regulaciones del cuerpo, que forman un conjunto donde está presente el mito familiar. Para tomar un ejemplo, cuando uno le dice a una niña ‘Es feo que una nena haga eso’, no hace más que poner en acción el mito familiar, un trozo de ese mito que en este caso concierne a la diferencia sexual. Lo importante es entender que el mito familiar no es fácilmente visualizable; no hemos de esperar ‘verlo’ desple garse ante nosotros como una unidad acabada, congruente, lista para ser examinada. En la práctica — y hace un poco al saber de nuestra tarea y al saber de nuestro trabajo— , el mito familiar hay que sonsacarlo y deducirlo; suele pasar cierto tiempo antes que se filtre algo que reconozcamos como parte de él. A veces escuchamos frases, trozos más o menos escla- recedorcs. El ejemplo del capítulo anterior, en el cual la madre decía ‘este chico se queda donde yo lo pongo’ pone de entrada sobre la mesa algo del orden mítico, constituye una trágica definición de lo que es un niño en esa familia: algo que permanece inmóvil allí donde lo ponen, situación con conse cuencias muy particulares para ese niño en especial. Pero, por lo general, la regla es que el mito familiar en un análisis lo extraemos de a trozos. No basta con las primeras entrevistas, a lo sumo éstas nos permiten situar algunos de sus aspectos y sintonizar algo de su tendencia dominante.En cambio, es un concepto que altera profundamente la concep ción misma de las entrevistas iniciales o preliminares: ya no es cuestión de procurarse informaciones como la de saber a qué edad empezó a caminar el niño, o a qué edad le salieron los primeros dientes. Este tipo de datos sólo nos interesará re si gn i fie adosen un contexto mucho más amplio. Es muy difícil comenzar el tratamiento de un niño— personalmente lo desaconsejaría— , más aun, pronunciarse por si es necesario o no su tratamiento sin tener una noción aproximada de los i rasgos principales del mito familiar en donde ese niño está posicionado y cómo. Considero muy importante que se dedi quen a tal finalidad las entrevistas preliminares. He aquí un ejemplo puntual, muy esquemático, muy tendencioso en el sentido que lo he extraído muy al través. Los padres de un niño de scisjm os^onsi¿tan, un poco a instancias del pediatra que dice que es hiperkinético; además, en la escuela se muestra agresivo. El centro de gravedad de la entrevista se desplaza luego al estado de conflicto permanente y nuclear entre los miembros de la pareja parental la cual incluso califica la transferencia conmigo, porque casi lo primero que dicen es que uno quería consultar y el otro no, uno considera que el chico está ‘diez puntos’ y el otro que el chico está cargado de problemas. De ahí, es muy importante más que compilar una serie de datos, localizar un elemento. Este hijo es concebido después de una separación y testimonia la pos terior reconciliación de los padres. Y a durante el embarazo se arrepienten de ambas decisiones: la de reconciliarse y la de tenerlo. Es uno de esos casos, nada infrecuentes, en donde un niño ha sido destinado a unir una pareja que tambalea y, por ende, a un gran fracaso. Este nivel concierne al mito familiar más que a la historia a secas; nadie nos dice “estamos eno jados con el porque no sólo no nos llevamos bien como pensábamos después de reconciliarnos y tenerlo, sinoque todo siguió tan mal como antes” . Nadie nos dice tal cosa, pero se la puede reconstruir6. Toma entonces el rigor de la enunciación de una ley: todos los datos clásicos de una entrevista, todos los detalles disper sos, se vuelven importantes sólo si se los aloja dentro del mito familiar, de lo contrario se convienen en un listado molesto con el cual no sabemos qué hacer: después de preguntar y anotar las respuestas, nos encontramos ante una hojarasca inutilizable. Lévi-Strauss dice algo importante al respecto: es tan mala la carencia de datos sobre algo que uno quiere estudiar, como el abarrotamiento porque sí, el exceso de datos sin criterio de selección y de ubicación nos paraliza. Es un infortunio carac terístico en las instituciones ordenar al psicólogo que haga entrevistas muy pautadas, tests, etc., y que redacte un informe que luego nadie lee, y si lo lee nada saca en limpio porque falta cri terio organizador, o lugar donde poner esa masa de informa ción. Tampoco hay que entender el mito familiar como algo más o menos congruente y unitario, algo más o menos sistematiza do y armónico. Es mejor concebirlo como una red o haz de pequeños mitos, no en singular y en términos del proceso secundario, y así hacer el recorrido de sus incongruencias, contradicciones, lagunas y disociaciones; definitivamente, no estamos ante una unidad armoniosa de tendencia única, en la cual con frecuencia se incurre, cayendo en una visión harto simplista del concepto. La importancia del mito familiar nos lleva a distinguir dos niveles sobre los que discurriremos a lo largo de este volumen: el niveTde lo que l i a proceso y el nivcLde kuiue llamaré función. Cuando decimos ‘niño’ en psicoanálisis implicamos — sobre todo cuando se trata de un niño pequeño— la cuestión de la construcción misma del sujeto. Tomamos o tocamos ambos niveles a la vez: no sólo todo lo relacionado con aquellos procesos, por ejemplo su trama de fantasías (lo que unos autores designan su mundo interno, y lo que otros prefieren llamar su imaginario), sino todo lo relativo a las funciones en las que se apuntala para advenir sujeto, por ejemplo, función materna, función paterna, las funciones que mentan a los implicados en aquel advenimiento, las funciones que cumplen los hermanos y los miembros de otra genera ción, como los abuelos7. El psicoanálisis dio un paso adelante el día en el que algunos psicoanalistas empezaron a pensar sin abandonar su propio lugar donde estaban parados para hacerlo*. Este nivel prácticamente ausente en los trabajos de Melanie Klein, en cambio aparece con toda su relevancia en autores como Winnicott, los Le fort, Dolto, y en general en muchos de los que se agrupan en tom ode Lacan a partirde ladécada de 1950, y también, con todo derecho, en otros psicoanalistas como Sami-Aliy Balint. Actualmente, ya no pensamos que analizar a un niño es reunirse con él, conocer sus fantasías, tratar de captar su inconsciente y punto. No porque ello no importé7 sino porque resta incompleto si no añadimos en dónde está implantado, dónde vive, en qiié mito vive, qué mito respira y qué significa, en ese lugar, ser madre y padre. Sin esos recaudos el tratamiento suele desembocar en un final abrupto, porque si descuidamos esa dimensión, los padres desde lo real pueden derribar el análisis con alguna actuación, no por culpa de ellos, sino de nuestra omisión. Se trata de una decisión teórica capital para el curso de nuestra práctica, particularmente cuando atravesamos la diferencia entre el campo de las neurosis y lo que lo sobrepasa9. Cuanto más avanzamos en el terreno de una psicosis temprana, por ejemplo, más insuficiente nos resulta confinarnos al nivel de loque el niño produce, porque está tanto más frágil y masiva mente adherido al lugar donde vive, mientras que la neurosis tiene una autonomía relativa considerablemente mayor. Po demos tratar a un neurótico adulto sin conocer jam ás a su familia; es más, no la debemos conocer si se trata de un adulto o de un adolescente tardío, porque no haría masque interferir en el análisis: no nos interesa, es una variable que podemos despreciar. Tratándose de autismo, psicosis u otros trastornos narcisis- tas, cualquiera sea la posición teórica del terapeuta, la prácti ca siempre lo lleva a tener algún tipo de intervención sobre la familia, el discurso familiar, los padres; los mismos hechos clínicos lo fuerzan hacia allí... a menos que prefiera que esos factores obstruyan su labor. Por ejemplo, volviendo al niño que se queda donde lo ponen, si uno quiere intentar algo con él, aunque más no sea que se corra un poco respecto a donde lo clejim rñólo logrará excluyendo a los padres, reuniéndose solamente con.# , aten diendo a cómo juega (además ño jüégaVescuchando cuando habla (además no habla). Indefectiblemente tendrá que hacer algo (para un psicoanalista, supone algo i\c interpretación) con los p<KlreSj_ojüte íos_padres. El capítulo anterior introduce un concepto que configura un plano propio de la subjetividad humana: el plano del signifi; "cante con sus características propias. Un mito familiar bien puede conceptual izarse como un puñado de significantes dispuestos de cierta manera. No obstante, nos resta mucho pót examinar de aquéllos. Por lo pronto, recordemos que el signi ficante no remite a la cosa directamente, sino que remite a otro significante.diferenciadecisiva respectodel signo. Sidecimos ‘donde hay humo hay fuego’, nos movemos en el plano del signo, interpretamos ese humocomoindiciomaterialdequeen la realidad hay fuego, pero sería distinto si tomáramos otras culturas, como por ejemplo, la de los indios de América del Norte, que inventaron un lenguaje o un código con señales de humo, con las que se enviaban mensajes. Allí el humo no remitía a fuego, sino a otra ritmación de humo, y eso es lo que le daba un efecto de significación, por ejemplo, el acuerdo de una boda, la cercanía de una fecha ritual o la inminenciade una guerra. Tal es lo que distingue el plano del significante del plano del signo, la formación de una cadena: a nosotros nos interesa esa cadena en tanto que inconsciente. Otro rasgo diferencial del significante es su particular relación con el sujeto. Conocemos una definición de sujeto devenida ‘clásica’, esto es, el sujeto es lo que representa un significante para otro significante. Re mitámosla a una muestra vulgar de la vida cotidiana: si escribo un libro, me critican, me preguntan o me interpelan como autor para incorporarme mal o bien a una cierta inter- tcxtualidad. Así se relacionan dos significantes entre sí: uno es el de mi nombre y apellido. En la medida en que éste representa todo lo que se sabe de mí, es que en esa condición se me introduce en la máquina literaria. Pero, ¿ante qijién me k‘presenta ese apellido? Me representa para otro significante que es la red intertextual psicoanalítica en sus múltiples dife renciaciones internas. Enseguida advertimos que el signifi cante es algo más que un mero título, una mera palabra, todo ese conjunto de reglamentos tácitos, de citas, de estilos, de slogans, de redundancias, de decisiones políticas, de forma ciones más sintomáticas que conceptuales, en fin, de disposi ciones que conforman una práctica específica de la letra como la del psicoanálisis. En la clínica esto se presenta de una manera más compleja, porque tiene que ver con la transferencia pero el punto que es imperioso destacar antes de perderse en los detalles de un material cualquiera, es el siguiente. Para poder ser, en el sentido en que cabe hablar en psicoanálisis, para encontrar cierta posibilidad de implantación en la vida humana, la única oportunidad que tiene un sujeto es asirse a un significante. Para poder vivir no basta con las proteínas en el orden simbólico, es necesario adscribirse aunque más no sea a un poco de significante. Es instructivo asociar esta ley inapelable a una típica historia, recurrente en material de psicosis, jque nos cuenta de un recién nacido que no fue anotado en el Registro Civil sino mucho tiempo después de su nacimiento y vivió así días sin existencia simbólica, sin estar inscripto en ninguna parto; hecho que nos transmite algo esencial sobre la llegada al mundo de este sujeto, sobre cómo se lo ha esperado. Con un plus de significación aun, como es en muchos de estos casos el extravío irreversible de la fecha real de nacimiento, nimba da por un velo de duda y de confusión. La tarea originaria.de un bebé cuando viene al mundo es tratar de encont rar significan tesqueJo repres£jQter}, porque no lo encuentra todo hecho. Si bastasen para representarlo su nombre y apellido, no tendríamos campo para trabajar. Hemos confrontado brevemente dos ejemplos: ‘que lindo que sos’ y ‘te sacastediez*. Es lícito decir que esas frases son significantes que representan a ambos sujetos. El “qué lindo que sos” lo representa, por mucho tiempo (por supuesto que no es lo único que lo representa), y genera todo tipo de efectos. Lo mismo el “ te sacaste diez”. Lejos de ser entes pasivos, sólo preocupados por obtener satisfacciones orales, como en algu na época el psicoanálisis pintó a los bebés, la tarea eminente mente activa que todo ser humano debe emprender, para la que necesita ayuda porque solo no puede consumarla, es encontrar significantes que lo representen ante y dentro del discurso familiar, en el seno del mito familiar, o sea del campo deseante familiar. .En las ncurosis, el sujeto encuentra significaniejujuc" lo representen, ése no es el problema; en las psicosis los busca" y tiene que luchar con losque tienden a destruirle: ^ Esa primera tarea es de tipo extractivo: ha de arrancar tos significantes que lo representen. A veces vemos qüe-nríiiino quiere llevar algo de la sesión, algo que ha hecho: eso puede tenermuchas significaciones, renunciamosde antemano como psicoanalistas a encontrar una sola. Una posible y de mucha trascendencia transferencial es que esté en juego que loque ha producido junto con su analista tenga el valor de representarlo como sujeto, algo de lo cual él pueda aferrarse para vivir. Conseguir un lugar para vivir depende de los significantes que uno encuentra. Un niñole ha pedido a la analista que lo d ibujo v se lleva el dibujo. Luego los padres le cuentan a ella que 1<¿ ha puesto en sitio visible en su dormitorio. Pitra él se trata efecf tivamente de un trazo que lo redefine, que le da lugar propio, es decir, un lugar donde se pueda realmente plantear la cues tión de cuáles son sus deseos. _------¡ Otro paciente podría realizar el mismo movimiento por medios más abstractos, haciendo referencia a una sesión fe cunda de la que se llevó algo figuradamente. Diferencia clínica apreciable a respetar, dando tiempo a que el niño desarrolle nuevos medios simbólicos. En todo caso, sí es importante poner una palabra que subraye la acción, un ‘esto lo hiciste acá’, marcar el trabajo con un sentido que él ha encontrado y que es pensable como una fantasía de nacimiento en la trans ferencia. Durante un episodio de tipo paranoico, un adolescente teoriza a su manera. Entre otras cosas, reprocha a su madre no haber “agarrado a la vida” al padre — éste se había suicidado muchos’años antes, cuando el paciente era bastante pe queño— . Según su recriminación, su madre no le dio al padre nada que le sirviese como punto de anclaje a la existencia, abundando en recriminaciones respecto de la frialdad y la escasa disponibilidad amorosa de aquélla. Pero lo que el muchacho enfatiza es el carácter de significante (antes que otros modos de lo material) que debe tener algo para que sea posible asirse de él, como en el caso de un ‘te quiero’, o ‘alguien me quiere’, o ‘soy querido por alguien’. Si algo de este orden no aparece baio ninguna forma, la gestión de un sitio es imposible. Constituye un problema teórico ir más allá de lo que estas fórmulas connotan del amor como sentimiento y percatarse de las complejas operaciones involucradas. El poeta Michaux escribe: “El am ores la ocupación del espacio”. Para nosotros, analistas, es una expresión de enorme densidad conceptual. Ocupar un espacio físico viniendo a l mundo primeramente, ñero sobr¿ todo ocupar un lugar en el deseo del Otro, sin el cual la vida, de entrada, pierde toda posibilidad de sentido; pero para que esto se cumpla es preciso que alguien done lugar. Cuando, por ejemplo, hablamos de abortar un hijo no nos referimos a la dimensión literal; no pocas veces descubri mos abortos metafóricos con los que se rehúsa aquel don. Ahora bien, si el espacio es una característica esencial del deseo, el siguiente paso es señalar que la instrumentación concreta, el medio de dicha operación, es un dispositivo o una composición de significantes10. Generalmente, en Tá transmisión del psicoanálisis necesi tamos insistir en el hecho de que el deseo es lo que circula en toda cadena o composición significante y hace que ésta nos interese, ya que no nos interesa la cadena simbólica de una computadora, por ejemplo, salvo que nuestro tema sea el deseo del científico. Hay que insistir en ello: cuando escribi mos ‘cadena simbólica’ damos por sentado que pensamos en cadenas, a su tumo encadenadas por el deseo. El bebé tiene que trabajar y aun luchar para adquirir significantes. Las funciones, parcntales y otras, deben auxi liarlo, brindándole las condiciones mínimas, pero no pueden regalárselos hechos; mejor dicho, si hubiera imposición de significantes, si no se le permitiera hallarlos, fallaría lo esen cial. Lo mismo sucede en el tratamiento analítico. El sujeto acude en busca de significantes que lo representen o tras ciertos cambios en los significantes que lo representan, o frecuentemente deshacerse de alguno. Es para ello que se requiere nuestra ayuda, el análisis no lo puede hacer él solo. Intervenimos primeramente favoreciendo condiciones para que él logre advenir al encuentro delsignificante o replantear su relación con él, pero si se los damos hechos, nuestra intervención no sería psicoanalítica sino un adoctrinamiento con ‘contenidos’ psicoanalíticos. Se trata de un recentramiento histórico concebir el psico análisis antes que nada como donador de lugar, y no como una máquina hermenéutica. Esta interpretación sólo funciona si se hace en cieno lugar que se ha creado; de lo contrario o no sirve o daña, como ocurre con las interpretaciones llamadas salva jes. Dicho de otra forma, estudiamos los modos y las condicio nes a través de los cuales el bebé va haciéndose un cuerpo, y, al respecto, que anatómicamente lo tenga sólo induce a error. Desde el punto de vista simbólico es una mentira, no es suyo, está muy lejos de poder asun* irlo, a lo sumo vale decir que dispone de la potencialidad de tenerlo, de apropiárselo a lo largo de un complicado devenir histórico-estructural para cumplir el cual lo ayudan no tanto el instinto como las funciones parentales. Debemos tomaren cuenta la eventualidad (que establece la diferencia entre una situación neurótica y otra psicótica) de que un sujeto no encuentre condiciones propiciatorias para la producción de significantes que lo reprecenten, y que en su lugar comparezcan, de manera aplastante significantes del superyó, en una verdadera sustituciórfUe lo esperable en términos libidinales". Un niño de quien aún no se dice que tenga una evolución psicótica (aunque se la tema) es traído a la consulta. Poco a poco, el motivo que se impone conduce a la pareja parental. Los padres están separados desde hace varios años, pero la sepaniSiSnnoesmásqueuna ficción,porejuccstánunidos por el odio. No tarda en descubrirse (tras los buenos modales del comienzo) un estado de perpetua guerra entre ellos, guerra que se lleva a cabo de mil formas, según el viejo adagio de que en el amor y en estas cosas todo está permitido. Esta situación alcanza un nivel que excede largamente las coyunturas trivia les y tempestuosas asociadas por lo general a una separación. En cambio, adopta un carácter masivo y con picos de convic ción tan delirante que es irresistible la evocación de lo que Aulagnier formula en cuanto condiciones de formación de una paranoia. Esta guerra más fría o más caliente, pero siempre constante, requiere la presencia de un testigo parali zado, que es casualmente el hijo. ¿Qué podemos encontrar de los significantes en este niño? Dos muestras al respecto nos devuelven a la temática del superyó, pero no en esa dimensión ligada a la disolución del complejo de Edipo; antes bien, ese nivel del superyó descubierto en p s ic o a n á lis is estudiar la reacción terapéutica negativa, el suicidio, el masoquismo moral; ese nivel que Melanie Klein llamaba del superyó sádico, y Fairbairn, prcmoral. Una función destructiva, no una función de regulador normativo. Primera muestra: el niño se llama Luciano. P)\ respecto nos cuentan que esperaban una nena,Üucía, y en su lugar advino ‘Lucía no’. Broma muy instructiva para detectar cómo se lo nominá, con un término que lo niega. Aquí la nominación es una trampa; sólo nos dice que él no es la esperada, no es la de seada. En ese sentido, no es un significante que pueda servirle para vivir; no podemos decirque lo represente sino que repre senta instancias maternas y paternas hostiles hacia el hijo. Segunda muestra: $u_roj>a. La ropa es un modo de signifi carse. Cuando el chico hace múltiples juegos con ella, cuando descubre que se pone y se saca, entabla una relación muy particular y muy íntima a la vez con eso que es él y no es él. No sólo el psicoanálisis intuye que la ropa no es aleo ‘exter no’, que en ciertas condiciones fomia parte de nuestro cuerpo, como ocurre con la casa y con otras cosas; no hay un límite tan preciso como podría malentcnderse. Pues bien, entre otros servicios, la ropa sirve también para significarse en determina dos momentos, por ejemplo, para significarse como de un sexo determinado. Pero la experiencia de Luciano es muy distinta: cuando él llega a casa de su padre (los días que le corresponde ir a verlo) debe quitarse toda la ropa que trac de casa de su madre y vestirse con la que aquél le ha comprado para estar allí. Y viceversa. Por lo tanto, él no dice ‘m i’ ropa, sino “esta ropa es de mi papá”, “esta ropa es de mi mamá”. Probablemente, ni siquiera necesitemos de demasiada sutileza psicoanalítica para sacar cuentas de qué tipo de marca deja este proceder sobre el cuerpo, porque, en definitiva, su cuerpo está partidoen dos, es el cuerpo de papá y el cuerpo de mamá. Y es un acabado exponente de significante del superyó, es una configuración muy diversa de la que examinamos gravitando en torno al “qué lindo que sos”, caso en el cual la ropa formaba parte de esa presunta belleza. tt**lo que hace a Luciano, significa el recíproco odio entre los padres; el cuerpo del hijo es un campo de batalla. Lo que viene a subrayar es el odio que lo engendró, el odio bajo el cual nació, el odio que es su causa; significa esa partición sobre su cuerpo, por lo tanto no es un significante apto para representarlo como sujeto. Clínicamente es notorio que en ningún momento Luciano subjetiva lo que lleva puesto como propio y, a partir de allí, ya no puede por desgracia asombramos que inconscientemente su cuerpo esté afectado por idéntico reparto. Así pasa las sesiones armando interminables peleas entre dos bandos, mientras él se coloca alternativamente de uno y de otro lado, sin diferenciarse. Hay una edad (alrededor del segundo año de vida) en laque un niño comienza a repetir no sólo lo que él dice de motu proprio, sino lo que le dijeron en carácter de órdenes: por ejemplo, toma algo que le está prohibido tomar, diciendo simultáneamente “no toque”, “no tocar”. Es un exponente de un significante del superyó que al ser muy común suele desplegarse libre de patología; esto se verifica porque el niño puede tocar igual. Junto al significante del superyóen ascenso ahí está, no obstante, la posibilidad de que el niño mantenga su deseo y toque. Por lo menos hay un conflicto entre obedecer o no. En todo niño hay un cierto equilibrio entre estos dos tipos de significantes. El pequeño repite la orden como si fuera el Otro, dice “no se toca” especularmente, sin hacer el cambio, habla las pala bras del Otro entendido no en una posición cualquiera y no en posición de semejante, Otro definido o reconocido por un poder, en tanto lugar de la orden, lugar de la Ley. Durante el segundo año de vida es sabido que los niños atraviesan lo que se llama período de negativismo, en sí saludable, período en el cual diferencian cierto uso del no. Así, cuando se les pregunta “¿querés tal cosa?”, replican “no”, aun cuando luego acepten. El "no" es su documento de identidad. Aconteci miento decisivo por su efecto separador, el niño abandona el cuerpo de los otros y se muda a otro territorio. En este proceso, el “no” en el que insiste, que se opone a toda demanda, no es el mismo “no" del “no se toca” que va notando que no lo re presenta, mientras que se identif ¡ca en cuerpo y alma a ‘ su ’ no , verdadero ‘caballito de batalla’ (o dicho con mayor empaque, motivo generador de su diferenciación subjetiva). Aquel “no se toca” representa, en cambio, un incipiente superyó, super yó todavía en voz alta; no está internalizado en el sentido de “conciencia moral” (Freud). Del equilibrio entre estos moti vos depende cierta estabilización temprana del sujeto. El padre de Schreber subrayaba en uno de sus escritos pedagógicos la importancia de abolir desde el momento más temprano toda dimensión de autonomía en el sujeto, intervi niendo ya durante la lactancia, a fin de aplastar los mínimos conatos de espontaneidad. El padre de Schreber era un peda gogo que algunos consideran como precursor del nazismo, no sin razón porque hay ciertas cosas que anticipa; pero nadie podría discutirle que fue un hombre muy lúcido en su
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