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El niño y el significante - Rodulfo

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Ricardo Rodulfo
EL NIÑO 
Y EL SIGNIFICANTE
Un estudio sobre las funciones 
del jugar en la constitución temprana
Prólogo de Marín Lucila Pelento
PAIDOS
B uenas A ires 
B arcelona 
M éxico
-/<*. rehnpresiñn. 1996
Impreso en la Argentina - Printcd in Argentina 
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
© Copyright de todas las ediciones en castellano by
Editorial Paidós SA1CF 
Defensa 599, Buenos Aires
Ediciones Paidós Ibérica S.A.
M ariano Cubí 92. Barcelona
Editorial Paidós Mexicana S.A.
Rubén Darío 118. México D.F.
L a rep ro d u cc ió n to ta l o parc ia l de e s te lib ro , en cu a lq u ier fo rm a q u e sea . idén tica o 
m o d if icad a , e sc rita a m áqu ina , p o r e l s is tem a "m ultig raph '* . m im eó g ra fo . im preso , 
po r fo to c o p ia , fo to d u p licac ió n . e tc ., n o a u to riz a d a po r los ed ito re s , v io la d e rech o s 
re serv ad o s. C u alq u ier u tilizac ió n deb e ser p rev iam en te so lic itada .
ISBN 950-12-4133-5
Prólogo ilc la Dra. María Lucila Pclcm o................................. 11
Ininxlucción................................................................................. 15
1. LA PREGUNTA POR EL NIÑO
Y LA CLINICA PSICOANALIT1CA............................. 17
2. ¿DONDE VIVEN LOS NIÑOS?....................................... 35
3. SIGNIFICANTE DEL SUJETO/
SIGNIFICANTE DEL SUPERYO:
LAS OPOSICIONES, LAS AMBIGÜEDADES............ 55
4 IMPLICANCIAS Y FUNCIONES DE
LA FALIZACION TEMPRANA...................................... 76
5. EL NIÑO Y SUS DESTINOS:
FALO, SINTOMA, FANTASMA.................................... 88
6. SOBRE EL AGUJERO........................................................ 104
7. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (I):
MÁS ACÁ DEL JUEGO DEL CARRETEL................... 120
8. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (II):
EL ESPACIO DE LAS DISTANCIAS ABOLIDAS .... 138
9. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (III):
LA DESAPARICIÓN SIMBOLIZADA......................... 154
10 LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (IV):
PEQUEÑOS COMIENZOS
DE GRANDES PATOLOGÍAS........................................ 172
11. LAS TESIS SOBRE EL JUGAR (V):
TRANSICIONAL1DADES..................................................... 182
12. DONDE EL JUGAR ERA.
EL TRABAJAR DEBE ADVENIR................................... 198
13. LAS CONDICIONES
DE UNA METAMORFOSIS............................................ 215
NOTAS......................................................................................... 237
Se puede oscilar entre una variante clásica y una más con­
temporánea en cuanto a los “agradecimientos”: la segunda los 
sabe con un “ombligo” que se dispersa en lo desconocido; la 
primera aconseja sensatamente acotarlos un poco. En ese tren, 
y apoyándose en inciertos jirones de frases y lugares a un 
tiempo móviles y repetitivos, como también en otros que han 
sido y son posibilitacioncs, es ineludible una cálida deuda con 
mi esposa Marisa Rodulfo: circunstancias concretas renuevan 
aquí el socorrido cliché que reza “sin cuyo...” , etc., etc. La 
señora Laura Pound trabajó largas horas para hacer legible un 
manuscrito que al parecer no lo era tanto y la señora Silvia 
Goicoa la ayudó en esto y otros detalles con prolijidad y 
paciencia. Por su parte, la señora Irma Ruiz Aused, de la 
Editorial Paidós, aportó sugerencias realmente valiosas: incli­
narse por escribir “falizar”, en reemplazo del usual galicismo 
“falicizar”, como así también la bella expresión “demasía” en 
lugar de “plus” . Por último, mi reconocimiento especial al Dr. 
Raúl Mejía, padrino de tesis, tan discreto y amable como 
alentador. Enumerar estas circunstancias excede la conven­
ción formal: quien escribe hace su propia experiencia sobre la 
necesariedad de los apuntalamientos.
A lo largo del texto, las comillas dobles enmarcan dichos 
ir Unales de pacientes o pequeñas citas, también textuales, de 
otros autores. En cambio, las comillas simples puntúan giros 
relativamente típicos, genéricos, o ciertos efectos de entona­
ción, por ejemplo irónica.
A Marisa
No siempre la publicación de un texto encuentra su lugar y 
su tiempo apropiados. Las raras y bienvenidas ocasiones en 
que ese encuentro se produce, revelan que el autor pudo captar 
con lucidez un momento crítico, aquel Kairos de los antiguos, 
y formular su respuesta personal.
En la historia de nuestra disciplina —el psicoanálisis— 
algunas de esas circunstancias criticas se vinculan con el 
movimiento al que parecen estar sujetas las teorías. Como se 
observa una y otra vez, el advenimiento de una nueva teoria 
conmueve los cimientos de conceptos hasta ese momento 
vigentes. Sin embargo, muy rápidamente los nuevos concep­
tos se emblematizan, perdiendo su carácter revulsivo y crea­
dor.
Este circuito, casi inexorable, no obliga a resignarse a sus 
efectos. Por el contrario, exige una lucha para correrse del 
deslumbramiento que produce lo nuevo, así como de la trivia* 
lización a la que conduce su transformación en emblema.
En este texto, justamente, Ricardo Rodulfo toma la decisión 
de revisar algunos de los efectos de un momento revoluciona­
rio y crítico: el que se inició en nuestro país con la introducción 
de la teoría del significante, uno de los elementos cruciales de 
la concepiualización lacaniana.
Acompañado por la profunda convicción de que en el 
ámbito científico los conceptos son herramientas para pensar, 
y no mandatos a seguir ni ídolos a sacralizar, revisa en este 
texto las consecuencias de una lectura “demasiado lineal” de
la teoría del significante en la práctica con los niños y adoles­
centes.
Esta reflexión crítica de un tipo de lectura, que condujo 
según el autor a “pasivizar al sujeto” desdibujando su diferen­
cia, lo lleva a desplegar sus propias hipótesis. Hipótesis que 
en su conjunto permiten ir aprehendiendo “ las cuestiones fun­
damentales” de este autor (P. Aulagnier, 1984).
Asumiendo como idea rectora que el “ niño no recibe 
pasivamente significantes ya hechos sino que recibe un ma­
terial significante que activamente extrae y procesa”, resigni- 
fica, investiga cuidadosamente las fuentes de ese material sig­
nificante, sus posibles destinos, así como las operaciones 
esenciales que realiza el bebé.
En la investigación de esas fuentes ocupa un lugar primor­
dial el concepto de “mito”, concepto que sufrió en nuestro 
medio — bueno es recordarlo— vicisitudes particulares. 
Enarbolado en un primer momento para señalar el terreno no 
explorado por Klein, fue, con el correr del tiempo, relegado a 
otras formas de terapia o trivializado y vaciado de compleji­
dad, o simplemente olvidado o desestimado.
La fulgurante definición del mito como archivo que evoca 
el autor, su propia idea del mito familiar como lugar, su 
conceplualización como “puñado de significantes dispuestos 
de cierta qianera”, el modelo que propone a partir del término 
“collage” , ladenuncia acerca de los efectos clínicos negativos 
a los que conduce mantener la disociación cuerpo/mito, etc.; 
todos estos elementos vivifican notablemente este concepto.
Otra consideración que introduce, siguiendo una inspira­
ción de R. y R. Lefort, es aquella que se refiere a dos tipos de 
funcionamiento diferente del significante: como significan­
tes del superyó o como significantes del yo. Siguiendo el en­
cadenamiento de sus reflexiones, se puede apreciar la fuerza 
que esta diferenciación posee para producir inteligencia sobre 
diversos hechos: tanto los que hacen a la práctica como a otra 
índole de problemas — tales como los de la producción y la 
enseñanza del psicoanálisis— .
Al detallado estudio sobre fuente y destino del material 
significante, le sigue en esta investigación una cuestión capi­
tal: la de la función o funciones que hacen posible la extracción 
y tramitación de significantes y sus efectos. El desarrollo de 
esta cuestión — a mi entender, fundamental— abarca y extien­
de el significado de la pregunta que D. Winnicott formuló, con 
sencillez, en 1945, sobre cuándo comienzan asuceder las 
cosas importantes y cuáles son las funciones que ponen en 
marcha esos procesos estructurantes esenciales. Las articula­
ciones que propone R. Rodulfo ofrecen una respuesta precisa 
y detallada: esas “cosas importantes” suceden antes y desde el 
nacimiento, y el playing winnicottiano es ese eje de transfor­
maciones que permite la estructuración del psiquismo.
La definición del juego como “agujerear” (agujero cuyos 
efectos imaginarios describió notablemente Klein), la discri­
minación de funciones en el jugar anteriores al fo n -d a , la 
puntualización de las invariantes estructurales a las que dan 
lugar, su confluencia en la construcción de la categoría de 
cuerpo, su resignificación en la adolescencia así com o las 
relaciones entre juego y trabajo, constituyen un inapreciable 
aporte (entendiendo por “aporte” un lugar de encuentro— sea 
de acuerdo, o cuestionamiento, o desacuerdo— que puede 
ofrecer un material teórico).
Antes de darle la palabra al autor haré dos últimas conside­
raciones: ante todo, deseo señalar que el fino entramado de 
conceptos que el autor analiza a lo largo de este texto, permite 
advenir su capacidad para recibir y trabajar lo que D. Winni­
cott, en su carta de 1952, bautizó como “los gestos creadores” 
de otros autores. Soportando la tensión que el contacto vivo 
con estos “otros gestos” produce, R. Rodulfo pudo elaborar y 
asumir su propia posición. Toma de posición que, a mi criterio, 
lo aleja del peligro de oficializar una torre de Babel. Por el 
contrario, lo condujo a plasmar hipótesis coherentes, pronun­
ciándose en una serie de cruciales problemas. Entre ellos uno 
central, como es el referido al debate entre historia o estructura, 
suscitado en las ciencias del hombre bajo la presión del 
estructuralismo. Coincidiendo en este punto con autores como 
A. Green (o M. Duchet en el campo antropológico), R . Rodulfo 
se define presentando elementos teóricos que, a su juicio.
permiten salirdel encierro generado por la oposición historia/ 
estructura.
Por último, se puede advenir que “ las cuestiones funda­
mentales” que este autor plantea — aquellas que P. Aulagnier 
describió como “el punto conjugado de fascinación y resis­
tencia que singulariza la relación de un autor con la teoría 
analítica”— no giran sobre sí mismas. Están, en cambio, fuer­
temente apoyadas en una búsqueda de inteligibilidad de aque­
llas condicionespsicopatológicas que, desbordando el campo 
de las neurosis, muestran, con mayor o menor rigor, los 
efectos de fallos en la estructuración psíquica.
María Lucila Pelento
Este libro ha sido amasado con los materiales de un largo 
seminario dictado por mí durante 1985 en la Facultad de 
Psicología de la Universidad de Buenos Aires como profesor, 
a la sazón adjunto e interino de la Cátedra de Clínica de Niños 
y Adolescentes, de la que desde 1986 soy titular concursado. 
Más allá de esa coyuntura, al reunir unos cuantos años de in­
vestigación y ahondamiento en desarrollos teóricos persona 
les, es también mi tesis de doctorado presentada en la Univer­
sidad del Salvador. El texto fue reescrito en su totalidad y la 
situación de seminario — su “fondo representativo” según la 
excelente expresión deAulagnier— que implica tanto pregun­
tas y asociaciones como desvíos y necesarias digresiones 
quedó incorporada a su estructura bajo una modalidad estilís 
tica diferente. La puntuación de este itinerario, cuyo comienzo 
real es la práctica clínica del psicoanálisis, acaso valga la pena: 
de la primera transcripción oral a la segunda en letra, dicho 
material recibe no sólo las determinaciones de la elaboración 
secundaria (que la elaboración secundaria misma se esfuerza 
por velar, apelando a lo que Barthes denominaba “índices de 
realidad”), sino también la oportunidad de entrar en escenas de 
escritura que implican espacios de reflexión diferentes y 
precisos, espacios que no se limitan a “poner en palabras": 
ponen a prueba.
De entre los muchos caminos que en general siempre abre 
todo libro, y que dependen de encuentros y transferencias 
particulares, en éste remarcaría al menos tres. En primer
término retoma el tema del desarrollo de algunas ideas y 
hallazgos clínicos expuestos en otro libro, particularmente en 
cuanto a la naturaleza del jugar1. Por otra pane el texto 
aborda, no sé con qué fortuna, temáticas y puntos de vista 
quizá un poco nuevos, por ejemplo lo que concierne a una 
concepción no impresionista de la adolescencia. Last but not 
least (y para el autor es esto lo que tiene más resonancia 
respecto de la posición teórica)2, el texto prepara el terreno 
para un balance histórico que es también un ajuste de cuentas 
con la teoría del significante y su incidencia en la ardua 
investigación analítica sobre la constitución subjetiva. Aquí 
esta introducción se acota, en el horizonte de otro libro.
Ricardo Rodulfo, noviembre de 1988
1 Clínica psicoanalítica con niños y adolescentes: una introducción, Marisa 
Rodulfo y Ricardo Rodulfo, Editorial Lugar, Buenos Aires, 1986.
1 Sobre el conceplo de posición consúltese “Mimpolíticas III: Yo deseo, tú 
deseas... todos deseamos a Schrcber padre (línea y posición en psicoanálisis)", 
R. Rodulfo, Actualidad Psicológica, Buenos Aires, agosto de 1987.
1. LA PREGUNTA POR EL NIÑO
Y LA CLINICA PSICOANALITICA
Si volvemos a reflexionar sobre la clínica con niños y 
adolescentes, es ahora esencial reconsiderar la cuestión de los 
significantes en relación a qué llegamos a entender por niño en 
psicoanálisis. Aparentemente, es muy fácil señalar qué es un 
niño, pero desde el punto de vista del psicoanalista, allí 
comienzan los problemas. Si nos situamos en un plano obser- 
vacional oconductista, el niño aparece como una determinada 
entidad psicofísiearUno de los autores más creativos en este 
cam p c^ o n ^d ^ in n ico tt.^ ro b lem atizó tal evidencia a través 
de una paradoja: “lolbebes no existen”. Lo importante de esto 
es que lleva a un cuestionamicnto radical en nuestra praxis con 
respecto a lo que aparece tan dado por sentado como ser (de) 
niño.
Cuando se cree saberlo sin más trámite y ocurre-que un niño 
‘de verdad’ es traído a la consulta, no se nos ocurre mirar más 
allá de él, echar un vistazo a sus costados, por ejemplo (hay 
gente allí); de ahí los tests u otras formas de acopio de datos a 
fin de escudriñar cómo siente, cómo piensa, cómo fantasea el 
chico en cuestión, poniendo de relieve que se entiende por 
‘niño’ algo que empieza y termina en las fronteras de su 
cuerpo, la célebre entidad psicofísica. Sucede que este método 
es el origen de muchos errores, como inventarle una enferme­
dad al niño, inventarle una patología para tratarlo, sin plantear­
se qué pasa allí donde el chico vive, o qué pasa co n la escuela 
a donde concurre. No es nada fácil determinar psicoanalítica- 
mentc lo que por lo común se designa al decir ‘niño’. Exige
movilizar una serie de conceptos, dar no pocos rodeos, resul­
tando finalmente que las cosas clínicas no coinciden del todo 
con las ideas previas que se tenían.
Si se considera la historia del psicoanálisis, una de las 
primeras cosas que se ponen en el candelero respecto del niño 
en el siglo XIX es su sexualidad, pero en manos del psicoaná- 
lisis el tema de la sexualidad del niño (lo hizo notar Foucault) 
se convierte en un cuestionamiento de la sexualidad del adul­
to. Es un viraje muy importante en cuyo centro o epicentro 
podemos ubicar la época en que Freud publica los Tres ensa­
yos sobre una teoría sexual. ____
La cuestión de qué es un niño, en qué co nsiste un n iñ o . 
conduce a la p reh is to r ia , minándola no sólo en el sentidí >que 
Freud le otorga (primeros años de vida que luego sucumben 
a la amnesia), sino la prehistoria en dirección a las gene rae io- 
nes anteriores (padres, abuelos, etc.), la historia de esa tami- 
lia. su folklore, especialmente a partir del momento en que al 
psicoanálisis le concierne la problemática de las psicosis en 
un sentido ampl io, o de los trastornosnarcisistas en un sent ido 
más amplio aun. La historia del chico deja de ser un recuento 
de todo lo que él puede fantasear o no, lo cual conduce por sí 
solo a toda la problemática de la prehistoria, estoes, lo que lo 
precede, los modos y gradientes de lo ocurrido determinantes 
para ese niño, antes de que propiamente exista.
Esta serie de rodeos se dirige a alertar sobre el peligro que 
implica tomar al niño en el sentido más estrecho y cotidiano, 
a la manera tradicional de las pruebas psicológicas: a qué 
edad el chico dio tal paso, cómo rinde en tal esfera, medición 
de su cociente intelectual, develamicnto de sus fantasías pro- 
yectivas. No es que todo esto deba ser masivamente rechaza­
do a priori. sino aue será muy insuficiente, en particular en 
aquellos casos donde nos enfrentamos a una patología grave. 
, del orden de obstruir radicalmente el crecimiento, e I desarro- 
11o. el advenimiento de ese sujeto. Para entender a un chicoo 
a un adolescente (de hecho, incluso a un adulto), tenemos que
retrocedefT donde érñoT O abra ttn r1-------------------------------
•f' Hay dos movimientos en psicoanálisis. Uno se popularizo 
mucho, se volvió su representación vulgar: es el retomo del
psicoanálisis a lo que fue la infancia, a temáticas como por 
ejemplo, las fantasías tempranas, los traumas precoces, interés 
en fin por retroceder tanto como se pueda.
Esto es suficientemente conocido y además conserva toda 
su importancia y toda su validez; el psicoanálisis sigue invo­
lucrado en esas cuestiones, pero su gravitación ha quedado 
reposicionada en un segundo movimiento más amplio, donde 
nuestra disciplina se interesa particularmente en ciertas pato­
logías (verbigracia, las psicosis). Este segundo viraje se va 
produciendo lentamente a partir de la década de 1950 y está 
estrechamente relacionado con el desplazamiento de la clínica 
más allá de las neurosis (fuertemente “más a llá ...”), a las 
márgenes ambiguas y fronterizas, a los trastornos narcisistas, 
esquizofrenias, adicciones, etc. Introduciré un pequeño.ejem­
plo: se trata de un paciente que empieza su análisis en los 
últimos años de la adolescencia. El problema central que lo trae 
al tratamiento es una^£ eíotipiá^oue lo atormenta, habiendo 
fases en las que llega a evitar todo contacto de su novia y él con 
el exterior: salidas, amigos, ir a un cine. El punto no son sólo 
las complicaciones prácticas, considerando el estado anímico 
que se desencadena, en el que queda atrapado por una creencia^ 
enceguecedon(íella se arregla no para agradarle sino para otro, 
que en algún momento ubica al azar entre la multitud. El 
segundo paso es una requisición absoluta de la mirada de su 
novia. Y siempre encuentra (inventa) algún soporte, momen­
to electivo en el cual se encama la suposición de que ella mira 
con deseo al que nunca es él. Uno de los problemas más 
difíciles que abordamos en la clínica es como se encuentra a 
quien se necesita para autodestruirse, para desplegar sus sínto- 
mas o para encontrar cierta cómnlementariedad cerrada sóHre 
sí misma.
Por otro lado, el paciente repara (de manera discontinua) en 
lo absurdo de sus suposiciones, pero la intensidad deia certeza, 
sobre todo en el momento que lo captura su fantasmafi^TT^s' 
absoluta, llega a tener características de una construcción 
delirante en el sentido de resistir toda duda, toda crítica o 
distanciamiento, toda diferencia entre él y su creencia. Hay 
todo un plano de análisis en el que no avanza mayormente y
que concierne a lo relacionado con la imagen de la mujer, o de 
su novia; por otra parte, durante un tiempo nada significativo 
se produce para que se esclarezca la cuestión. Elegí este 
fragmento porque las claves principales caen del lado de la 
prehistoria. En un momento dado me di cuenta que en su 
familia, que constituía lo que a primera vista parecía un hogar 
común y corriente, sin embargo se podían descubrir perfiles 
menos genéricos, como por ejemplo un episodio psicótico 
posparto de la madre, una depresión intensísima y larga. Esta 
madre, que aparece en principio con la fisonomía de una ama 
de casa convencional, sólo se arregla en el sentido que 
habitualmente consideramos ‘femenino’, es decir sólo delata 
cierto deseo de gustar, de querer estar linda, cuando se trata de 
salir a la calle; contrasta su apariencia deslucida dentro de la 
casa, lo cual por lo demás ocurre la mayoría del tiempo, en 
tanto que cuando tiene que dejar su hogar hay un especial 
cuidado para nada, porque en general se trata de hacer alguna 
compra.
Descubrimos allí un aspecto muy importante en relación 
con lo erótico: la madre no juega esta imagen con el padre, 
sino en el ámbito de una mirada anónima, fantasmática. El 
paciente rememora, con respecto al padre, sus aventuras 
extraconyugales, de las cuales la madre invariablemente se 
entera, ya que su marido trabaja cerca y las vi ve no lejos de ese 
lugar. Vale decir, todo queda en el mismo barrio, no hay un ̂
intento de doble vida. Punto de confluencia: el padre y la 
madre aparecen unidos por un factor común, la sexualidad 
está en la calle, fuera de la pareja.
Hasta que avanzó en su análisis el paciente creía que 
cuando la madre se enteraba había conmoción verdadera, 
pero en realidad no ocurría nada de eso, aunque se gritara 
mucho. En esta familia, lo revolucionario, lo cuestionante, lo 
que alteraría el equilibrio narcisista hubiera sido que la sexua­
lidad estuviese adentro de la casa y en la pareja, no que se la 
emplazara afuera, actuada o fantaseada, pues esto es lo permi­
tido, lo que está aprobado, y ningún cimiento se quiebra por 
tal situación.
El paciente recuerda un relato, reprimido, olvidado por él,
y que retomado en ese momento gana importancia. En la casa 
había otro personaje qug.poco apoco cobra más relevancia en 
el decurso de su relato: la abuela materna. En el discurso del 
paciente aparece primeramente co im Cma ‘pacífica anciana’; 
poco a poco, durante el curso del análisis esa imagen toma un 
viraje de ciento ochenta grados. Y esto cuando el adolescente 
advierte que el poder reside del lado de la abuela y, posterior­
mente, que las parejas que se arman en la casa pueden ser: la 
abuela y la madre, 'contra el padre o alguno de los hijos, pero 
la pareja que nunca se arma es entre el padre y la madre; más 
aun, advierte que en los pocos momentos en que se atisba la 
formación de algo parecido a una pareja entre ellos, por 
ejemplo, algún gesto cariñoso o que insinúe sexualidad, eso 
queda cercenado porque alguna intervención sinuosa de la 
abuela provoca una pelea. Así va captando que hay un orden 
de cosas, una serie de funciones y de equilibrios que descono­
cía. El hecho de que la sexualidad esté en la calle, mantiene a 
la madre en la órbita de la abuela; no hay que olvidar que la 
madre es una mujer que s j^ jiu n a ^ ^ e s ió r^ \m a ¿ n ilu d -C o n 
la consiguiente internación, ileváncíoie uñlargo año volver a 
hacerse cargo de sus hijos.
Dadas estas condiciones — el muchacho recuerda— , su 
madre le contó que, en los primeros años de su vida matrimo­
nial, ella había comenzado a perder sus inhibiciones y a 
descubrir el placer, pero un día dejó la puerta entreabierta y a 
la mañana siguiente la abuela — que vivía con ellos desde el 
principio; esto ocurrió antes de que el paciente naciera— le 
recriminó ácidamente su vida sexual. La madre le confió al hijo 
que esto constituyó toda una interferencia, y que esa interven-l 
ción nunca había sido superada.
Disponiendo ya de estas piezas, el paciente se da cuenta, 
prácticamente por sí mismo, que sus accesos celotípicos res- 
ponden a una ley familiar, esto es, que la sexualidad sólo pue­
de darse en la calle y no entre los miembros de la pareja óficial. 
como su novia y el, por ejemplo, ese mismo orden de cosas de­
terminará la creencia de que la mirada de su novia nunca se 
dirija a él con deseo y, por otra parte, todo lo que tenga que ver 
en ella con lo erótico, solo se podrá complementar con ese
públicoanónimo que está en la calle y no con el paciente.2
A partir de ahí empieza a desinflarse todo este aparatejo 
delirante de la celotipia, a ser más infrecuente, más débil, más 
breve, con crecientes posibilidades de crítica, no en el sentido 
de querer contenerse mediante un esfuerzo de voluntad, sino 
de que algo pueda caer, dejar de ser una invasión masiva en su 
psiquismo.
Tal posibilidad se da, observemos, al analizar una pieza de 
la prehistoria donde el paciente como entidad psicofísica no 
existe; los que cuentan son la pareja de los padres, los inicios 
de su vida sexual, la vieja relación que suelda la madre a la 
abuela, todo lo que, por determinadas razones que llevaría muy 
lejos ahondar, se actualiza, se repite en el. Es distinto suponer 
que se encontrará la clave de la celotipia en una fantasía 
inmanente al sujeto, producto autónomo de su inconsciente. Y 
no porque se pueda desestimar la validez de este registro, en el 
que el psicoanálisis está irrevocablemente comprometido. 
Que hemos descubierto un orden fantasmático inconsciente, 
que aparece en sueños y en múltiples formaciones, es una 
verdad que aún resiste. Se trata de lo que rebasa, de lo que va 
más allá, de lo que nos baste con rastrear en el imaginario del 
paciente para descifrar la clave cuando hay que reconstruir 
material de otras generaciones. En otras palabras, podríamos 
decir que se da, desde el punto de vista del psicoanálisis, el 
itinerario de un significante, algo significante que se repite 
bajo transformaciones de generación en generación, “rojo 
Fadián”...
Otro caso es una madre que viene a la consulta por su 
muchacho drogadicto, menor de edad, con antecedentes poli­
ciales y penales. Después de ahondar en toda la sintomatolo- 
gía del muchacho, esto es, qué drogas toma, índole de los epi­
sodios delictivos, inventario de las reprimendas, como al pasar 
la madre dice: “los segundos hijos varones de la familia 
siempre tienen problemas o van presos”. Por esta vía surge un 
material que concierne a un tío del paciente, segundo hijo 
varón, y a un tío abuelo, de otra rama de la familia, pero 
también segundo hijo varón: todos ellos habían estado presos 
por los más diversos delitos. En estos casos es necesario
ubicarse de otro modo, siendo harto insuficiente tomar en 
cuenta sólo lo intrapsíquico; hay algo que se marca a fuego 
como repetición: a su calor una frase pesa con el peso de lo 
significante: “ los segundos hijos varones de la familia siempre 
van presos”.
Entender el concepto de significante en psicoanálisis g n 
diferirlo del de la lingüística es incurrir en un error grosero. El 
guardapolvo que usa el médico o el psicólogo en un centro de 
salud es un significante: para el que concurre a ese lugar 
introduce la dicotomía fálicadel que está con y del que está sin. 
Efecto de poder, basta el guardapolvo para que, en cierto tipo 
de casos, surja algo, con la librea del discurso Amo, de lo que 
calificamos como sometimiento; es un ejemplo al fin banal, 
pero que subraya acerca de qué es un significante como 
fenómeno que no se reduce al terreno de las palabras.
Una frase como “los segundos hijos varones siempre tienen^ 
problemas” es significante, primero, en la medida en que s e ( 
repite. No todo lo que un paciente clTce es significante, pero, 
burgueses de Moliere o no, todos somos y desde pequeños un 
poco burros flautistas. Para que algo, en psicoanálisis, sea/ 
considerado significante tiene que repetirse. Este es un prim en 
criterio. En este caso tal condición se cumplimenta a las claras: 
sin duda se puede enlazar a este muchacho con su tío y con su 
tío abuelo, no por el contenido de la detención, de diversa 
índole en cada uno (no es que se haya heredado una tendencia 
a las drogas), sino por el aserto de que el segundo va preso. Es 
importante, además, tener en cuenta la ambigüedad de la frase, 
porque si no ahogamos sus resonancias plantea a la escucha 
analítica la cuestión de su estatuto: ¿la madre nos está descri­
biendo, informando, un estado de cosas: ‘mire qué casualidad, 
los segundos varones de la familia fueron presos’? ¿Se duele 
por eso? ¿O se está haciendo portavoz de una ley en el registro 
de lo inconsciente en esa familia, de un imperativo ‘andá preso, 
si sos el segundo’, imperativo que vehiculiza un mal deseo pa­
ra ese sujeto, que tiene que ver con que fracase, y aun con que 
se destniya? La frase traspone su mero valor de información 
como elemento de anamnesis psiquiátrica, o como elemento 
de una entrevista psicológica pautada.
I sta es además una frase que, al igual que en el mito, se da 
en un tiempo activamente presente, lo cual le otorga una 
legalidad (y en ocasiones una fatalidad) problemática. Por 
otra parte, es revelador escuchar, después del muchacho, 
cómo todo indicio de esperanza queda abolido, cómo en él lo 
ineluctable llega a extremos absolutos, lo cual es una compli­
cación muy seria desde el punto de vista de lo que se puede 
hacer en un análisis.
Para que algo sea significante se tiene que repetir. Es más, 
el significante no reconoce la propiedad privada, no es que sea 
de alguien; cruza, circula, atraviesa generaciones, traspasa lo 
individual, lo grupal y lo social; no es pertenencia de algún 
miembro de una familia; en todo caso es el problema que 
interpela a cada uno. A veces los analistas nos olvidamos que 
existen significantes más felices para designara alguien, pero 
cuando a un hijo le cae sobre la cabeza un significante como 
éste, una de las cuestiones que sin excepción se plantean es en 
qué términos se entablará relación con él. sea bajo una ciega 
repetición o -—s í en la vidíTdeese sujeto desde ni no algo 
replica— sea en forma de una batalla por cambiar la dirección 
de lo que je jgR ite- En otros términos, lo que~ conceptuad i za- 
mos como repetición en tanto diferencia. De primar siempre 
la más obtusa reiteración, la capitulación ante lo mismo sin 
posibilidad de desvío alguno, en absoluto podríamos cumplir 
con aquello que Freud propuso como meta: hacer algo tera­
péutico por un paciente.
Lo que se juega entonces en una frase como la de los 
segundos hijos varones es intersubjetivo, no mera ni necesa­
riamente invención imaginaria de alguien en particular. Una 
vez que algo es introducido con la función de significante se 
produce un poco al menos de lo nuevo, es decir, algo con 
cierto valor distintivo. Y he aqu í un segundo criterio: cuando 
un elemento adquiere ürav ílac ió iis ip ifi^ jn t^ en el momento 
d e su introducción alfio nuevo se traza. H ayun m odélomuy 
desarrollado ¿fue me parece óptimo para dilucidar la cuestión, 
y es el que da Lacan, el modelo de la carretera.3
A partir de la existencia de una carretera principal im íséríe 
de diferencias se generan en los lugares que atraviesá. Lacan
subraya todo lo que se irá amontonando en torno a esa 
autopista: estaciones de servicio, bares, pequeñas poblaciones, 
casas solitarias construidas a la vera del camino.
También es posible plantear la cuestión del significante en 
el terreno de la intervención psicoanalftica, ya que general­
mente decimos muchas cosas y pasa como en esos juegos 
donde damos más veces en la herradura que en el clavo. Pero 
hay ciertas intervenciones que demuestran tener una inciden­
cia significante, porque después de ellas algo no queda exac­
tamente igual. En general hablamos de ello cuando contamos 
nuestras experiencias terapéuticas, en términos de nuestros 
maravillosos triunfos, dejando de lado todas las veces en que 
la cosa no funcionó tan bien, lo cual es una lástima porque no 
ayuda en la transmisión del psicoanálisis el ejercicio de la 
omnipotencia.
Existe otra forma de reconocer el significante y reside en 
que éstejTo viene con un significado abrochado indisoluble­
mente, sino que arrastra ^ c t o s ^dé^sigñlfícacíon que son 
imponderables: es decir, no vale porque designe inequívoca- 
mente cieno significado, sino por las significaciones que se 
van generando; de manera análoga a la fisión nuclearen tanto 
encadenamiento de desencadenamientos tan inevitables como 
imprevisibles.
Un adolescente se sentía marcado a fuego por la pasividad, 
especialmente en el terreno sexual. Le preocupaba que hubie­
se pasado la época en que, según él, ya tendría que haber 
accedido al encuentro con los genitales femeninos, encuentro 
siempre diferido. En el análisis, cobró mucho valor una frase 
que históricamente apaj^aa-pussta-eajjoca de tías y abuelas 
cuando él era pequeñ6:J‘cnié lindo que sos^ Lo interesante es 
que a partir de esta frase7^Tpacientejva'<íandose cuenta que 
‘posa’ continuamente como carilindo, reconoce una provoca­
ción inconsciente para que se lo digan y se las compone para 
que en la actualidad lo sigan repitiendo incluso a sus espaldas. 
Por ejemplo, una vez que se cruzó con otra paciente en el 
consultorio, ésta me dirá al acostarse en el diván: “ ¡Qué lindo 
muchacho es el que acaba de salir!” Empieza a advertir que ese 
ser “ lindo” pesa como una lápida sobre él, desoculta un
coeficiente de feminización en el adjetivo que lo intoxica 
solapadamente. Digamos que se descubre un trabajo signifi­
cante, en donde, por ejemplo, una de las transformaciones 
inconscientes es ‘qué fracasado y qué impotente que sos’, 
‘qué estéril que sos’, ‘qué poco viril que sos’. La insistencia 
repetitiva con que en la familia se lo sostiene como “el lindo” 
a través del tiempo lo condena al estatuto de una bella estatua, 
‘chiche’ de las mujeres. Así, era muy común que se volviera 
el objeto predilecto de cierto tipo de histérica interesada en 
rehuir la genitalidad. En consecuencia, la complementación 
era perfecta, y en su inconsciente se inscribía como impoten­
cia. ^ I c e
Otra de las ramificaciones que se desprenden del ser 
“lindo” y que el piscoanálisis revela, es la imposibilidad de 
soportar y llevar adelante cualquier tipo de proceso (volvere­
mos sobre esto más adelante). Obsérvese que sería bien 
distinto si se dijera ‘qué lindo que vas a ser’, abriendo la 
dimensión de un trabajo a realizar en la perspectiva, concep­
tualmente hablando, del ideal del yrycntiañando el ir a s e r la 
qu? nunca se acaba de ser, pero en nuestroc& soeito ya se na 
con sumado, pevalece la instancia del yo idear»'
El muchacho tratará entonces de revertir esa situación, 
pero para aprender algo, por ejemplo, va a tener que pasar 
primero por un tiempo decisivo de asumir la posición de 
saber. De este modo pretende tocar un instrumento, pcrolé es 
tan displaciente la fase inicial que a poco lo deja. Era, de paso, 
una de las razones por las cuales había consultado: que todo 
lo abandonaba, no soportando la temporalidad de cualquier 
adquisición. Ocurre que para ser lindo no tiene, en cambio, 
que efectuar trabajo alguno; ya lo es, le dice la frase, y por eso 
mismo anula cualquier realización histórica.
Este paciente continuó su análisis siendo adulto y una de 
sus luchas más arduas giró en tomo a la paternidad. Una fra­
se esencial en su análisis lo constituyó la búsqueda activa (je 
afearse. Se las fue arreglando para romper con el estigma de 
ser jrlirído’\ dejándose la barba, volviéndose temporaria­
mente muy desprol ¡jo, etc., todo lo cual prologaba cambios de 
importancia.
Por supuesto, recurrimos a cierta ficción expositiva, donde 
en un ángulo de corte determinada frase resalta especialmente 
cumpliendo así las condiciones para ser significante; pero debe 
sernos claro que una sola frase no resuelve todo un análisis7. Á1 
narrar efcaso, la puntuamos, armando una escena de escritura 
que tendrá una correlación aproximada con la realidad del- 
tratamiento analítico. Por lo demás, a estos nudos que sei 
destacan en una cadena asociativa nos cuidamos de honrarlo^ 
con lafr insignias de causa prima; en psicoanálisis siempre 
conviene ser más que cauto al respecto, y no es nada infrecueni i 
te tropezar con un uso mecánico de la teoría del significante. 
Todo lo c^uej)ucde decirse es que una frase así indica dónde/ 
cierto régimen descanteTamTTKlrtíKu^aiTun sujeto y dónde a su] 
tumo él se perpetúa, pues no sería justo sum)n<?.e"a~un. 
significante un poder que no deje alternativas.
Es como decir que debemos remitirnos a las series comple- 
menfarias, articulándolas a la dimensión de t\sp (m k¡neíia ín1 
sujeto noes una maquinilla que reacciona según suene un sig- 
nificante u otro; por eso mismo alguien se psicotiza en ciertas 
condiciones, mientras otro resiste ponerse en ese camino aun 
siendo aquéllas peores. De manera que no debemos apresurar­
nos a suponerle un poder automático y omnímodo al signifi­
cante.
Siempre hace falta esforzarse para alejar del psicoanálisis 
todoesquema causal lineal. En la multiplicidad de senderos del 
inconsciente jamás existe un solo itinerario posible y la expe-, 
riencia nos obliga a defender el principio de la multiplicidad de" 
respuestas. De hecho, queda fuertemente indeterminada 
muchas veces por qué un sujeto forjó la que le encontramos, 
cuando nada parece impedir que, en otro, un “qué lindo que 
sos” pase y caiga sin dejar rastro significante alguno. Cuando 
concebimos la precedencia del significante o la prehistoria 
como una fatalidad, el psicoanálisis se devora a sí mismo, 
porque, de ser así, ¿para qué tratar a alguien? Si no hubiera 
margen para el acontecimiento, si imperase una estructura 
inmóvil, desaparecería lo histórico como tal y con él el registro 
dinámico; por lo tanto, no habría cómo pensar lo nuevo. La 
limitación más seria de un planteo ‘estructuralista’ — más que
estructural— es reducir el acontecimiento al plano del hecho 
estructurado. Para sortear estas simplificaciones metodoló­
gicas, no olvidarse de la* s<».rip< rnr^plpmpnmrin^»; funda­
mental, sólo que, tal cual las formulara Freud7Tioy no nos 
bastan. Por lo pronto, a mínima, conviene incorporar resuel­
tamente la prehistoria del sujeto a los factores constituciona­
les.
Junto a ellas el conceptode s o b re d ete mi i nadóp y d d p 
re pe t i c ión_yjjiíg^nc i$, nos auxiliaíTpara^ioperder de vista 
que, una vez que hemos establecido el peso significante de 
una frase como la analizada, lo importante es qué hace el 
sujeto con ella: ¿la deja tal cual está?, ¿introduce algún 
iretoque, desvía su dirección? Toda la dinámica de la cura 
Igravita en tomo a esto.
En el caso de otro paciente adolescente emerge un motivo 
\ fundamental, la frase que funciona como una contraseña entre 
la madre y él cuando vuelve de dar examen: “;.te sacaste 
diez?0 La t'rase simula ser un pregunta, pero el análisis 
demuestra su carácter de afirmación, de certidumbre. Más 
aun, el muchacho, finalmente, se da cuenta que para él allí se 
dice algo del deseo de la madre.
Para considerar el orden de las transformaciones del signi­
ficante digamos que esa frase ha sido sumamente provechosa 
para él, no tanto por colocarlo en niño modelo como por estar 
en la base de sublimaciones exitosas y de intereses intelectua­
les muy consistentes. Pero ahora, saliendo de la adolescencia, 
comienza a pelearse con ella, a completarla de un modo que 
antes no lo hacía: ‘te sacaste diez para mí y sólo para m f , 
punto en que su talento potencial queda en peligro de verse 
alienado como regalo a la madre y nada más, vehiculizando 
la frase toda la dimensión incestuosa, colmando a la madre 
con ese maravilloso obsequio que es el niño del diez.
Por eso durante su análisis empieza a escucharla en su 
contracara; si se queda adherido por más tiempo a la satisfac­
ción narcisista que proporciona, sus diez siempre van a ser 
presentificación del deseo materno (o sus sustituciones en un 
sinfín de condensaciones y desplazamientos), pero no los 
recuperará de otro modo y para él. He aquí el pleno sentido de
producción significante, móvil, diferidora.
Esta restitución en análisis del peso del significante como 
exigencia de trabajo impulsa al paciente a encarar un rastreo 
histórico en cuanto a sus relaciones desiderati vas con la madre, 
permitiendo añadir a esa frase puntos suspensivos en lugar de 
dejarla en uninmovilismo fatalista. Obviamente, para que todo 
este proceso tenga validez, aquella exigencia de trabajoso el 
déscubrimiemode elía donde antes sólo había un mandato) no 
es una propuesta del analista v sí un efecto del proceso que se 
desarrolla durante el análisis. Precisamente es esencial míe sea 
el paciente quien dé el paso. U na intervención prematura en esa 
dirección, forzando el cuestionamiento porque teóricamente 
parezca válido, puede intensificar el costado imaginario de la 
transferencia, por ejemplo, ubicándome en la serie materna y 
dedicando en adelante sus “diez” a mí. Pero si el cuestiona­
miento va surgiendo en él y lo ayudo para que a esa pregunta 
no la pierda de vista, se reducen muchísimo aquellos riesgos. 
Debido a esto, la construcción a que en ocasiones el analista se 
entrega tiene sus contracaras; en tanto el paciente no la acom­
pañe activamente^no genera un verdadero efecto analítico sino 
lo que Winnicott Jlam a efecto de adoctrinamiento. No es 
infrecuenté^encontramos con pacientes en estas condiciones, 
que han pasado muchos años en tratamiento y aprendieron a 
parafrasear a su modo la teoría que les enseñó el analista (a 
veces desde niños). En estos casos se exhibe un saber psicoa- 
nalítico muy minucioso sobre la historia, pero no nos asom­
brará que sea un saber desprovisto de eficacia alguna ni que 
siga en pie hasta el más insignificante de los síntomas. Desde 
el punto de vista conceptual, corresponde decir que no hubo 
una intervención significante como tal. Creo posible sostener 
que estas dificultades propias del psicoanálisis se incrementan 
en la clínica con niños y con adolescentes.
Acaso el criterio princeps para reconocer unsign if i cante- 
sea la insistencia repetitiva. PoTejempíoTeiTcomún que"el 
juego de un chico se reproduzca infatigablemente, sin que 
tengamos la más mínima idea de qué significa eso, exceptoque 
kla repetición nos pone en laxista de un cierto nudo adescíTrar. 
En la producción histórica de significaciones, aderñasTíiay
efectos en los que no sólo está implicado el sujeto, y esto no 
tiene que ver únicamente con palabras o frases: con igual 
frecuencia son determinados actos los que demuestran tener 
peso significante; apelando a otro material, ‘los hombres de la 
familia se casan muy jóvenes’ puede ser el modo de resumir 
algo que se inscribe en el inconsciente no por ser un dicho sino 
un procedimiento familiar repetido. Tal inserción del signifi­
cante lo liga a los hechos más comunes y corrientes de la vida: 
de modo que no pocos entre nuestros pequeños intereses y 
repulsiones resultan función del lugar al que nos empuja 
incesantemente cierta cadena. Es importante aclararlo, dado 
que al ser usual que desarrollemos ejemplificaciones clínicas 
que a menudo suponen patología severa, es fácil olvidar que 
el hábitat significante es la cotidianeidad más banal.
El siguiente punto a precisares que el significante conduce 
|siempre hacía alguna parte. Puede ser Tiacia uñ abTsmtTo 
hacia una cumbre, pero cuando algo se gana ese nombre en la 
historia del sujeto, es que lo inclina hacia determinados 
caminos preferenciales. Y éste es el tercer criterio: el sijmiQ- 
cante tiene d ire c c ió n . La frase “qué lindo que sos” , por 
ejemplo, llevaba a un lugar muy diferente que la “te sacaste 
diez”. Aquélla conducía al paciente, a medida que las exigen­
cias sociales aumentaban, a medida que iba dejando atrás su 
adolescencia, a un callejón sin salida, porque una cosa es ser 
ej nene lindo a los tres años y otra muy diferente a los 
veinticinco; no es haciendo monerías, cabe suponer, la forma 
como nos vamos a arreglar en la vida. El itinerario del signi­
ficante lo extravía en la pasividad de lo escópico, lo cual no 
significa que no pueda salir de allí, la carretera se puede 
abandonar, hay diversos itinerarios alternativos activables.
Si lo pensamos bien, en el simple caso del guardapolvo en 
la atención hospitalaria son descifrables todos estos efectos. 
De examinar históricamente las relaciones de poder médico/ 
paciente a lo largo de varios siglos, tal como se van configu­
rando en la sociedad occidental a partir del 1600, encontra­
mos las notas distintivas de lo que un elemento cualquiera 
debe poseer para justificar llamarlo significante. En modo 
alguno esto implica que en la práctica clínica el significante
sólo se hallará en boca del niño que nos traen. Por lo tanto, 
cuando nos preguntamos qué es el niño en psicoanálisis, 
localizamos ciertas cosas que denominamos significantes, las 
cuales tienen mucha relación con la formación de ese niño; 
pero estas cosas no necesariamente son producidas por él, 
inventadas por el, ni dichas por ck en cambio, solemos eneon 
trarlas en labios y en acciones de quienes lo rodean.
Una mujer entra a la consulta con un niño pequeño que 
luego resultó ser aurista. A la analista le extraña que pueda 
dejarlo solo en la sala de espera, pensando que el chico 
difícilmente podría sostenerse en esa situación. Ante su inte­
rrogante, la madre contesta: “No hay problema, él se queda 
donde yo lo poDgo” Esta frase que sale de la boca de Íama3re 
le da a su hijo un estatuto de infrahumano, como si fuera un 
mueble o un paraguas. Lo que caracteriza a un ser humano e< 
que no se queda donde se le indica; esto lo observamos muy 
bien en los chicos, si se les dice ‘quedate ahí’ nonos sorprende 
su desobediencia y si acatan una orden demasiado rápido, 
pensamos que están enfermos; pero cuando esto se muestra 
verdaderamente repetitivo, lo más seguro es que nos aguarda 
un caso grave. En j j uestros términosT lo más terrible que 1c 
puede suceder a alguien es quedarse donde lo pusieron deter- 
minados significantes de la prehistoria, incluso cuando eso? 
sigrnticantes aparentemente suenen bien.
Pero debemos retroceder un poco para atender a una segun­
da polarización reduccionista que dejamos en suspenso. Ya 
señalamos los problemas que trae darle tanto relieve a la 
prehistoria que la historia se desvanezca, lo que no dejará de 
pesar en nuestra intervención como analistas con un lastre 
‘musulmanista’ sobre lo terapéutico: las cartas decisivas ya 
estarían jugadas; por este camino acabamos escuchando y 
atendiendo sólo lo que viene de los padres, de los abuelos, y 
más atrás aun, pero ya que no recibimos por lo general gente 
con una prosapia que justifique un árbol genealógico, si 
tuviéramos que contar con saber lo que pasó a los tatarabuelos 
en relación con el significante, abandonaríamos el psicoanáli­
sis por imposible y nos dedicaríamos a cualquier otra cosa.
El reduccionismo inverso conduce a centrarse exclusiva­
mente en la fantasmática que el niño produce, encerrándose 
en sus procesos imaginarios. Atender a la dimensión de la 
fantasía de los juegos, del £iafi#Hu^£smuy importante, pero 
unilateral si se prescinde de las funciom*ysimbólicas y de lo 
relativo a la prehistoria. MejaniejClein no ignora el hecho de 
que el chico depende de los padres, p e ro 10 lo incorpora al 
análisis. A los efectos de lo que ella quiere investigar, que es 
la fantasía infantil, deja congeladas las demás variables, por 
ejemplo, el campo de lo prehistórico apenas lo toma en 
cuenta. Pero su proceder se justifica históricamente en la 
medida en que sirvió para abrir camino por el que hasta ese 
momento nadie había transitado.
Es una limitación demasiado repetida quedar anacrónica­
mente adherido a lo que en un momento histórico se formula. 
Si, por ejemplo, no insertamos los descubrimientos de Mela- 
nie Klein en un contexto mucho más amplio, si creemos que 
la fantasía basta para explicarlo todo, podemos llegara pensar 
que una psicosis infantiles un procesoautogencrado,como si 
fuera posible psicotizarse por puro devenir del imaginar.
En la clínica, la repetición de este simplismo nos hace girar 
en vano, constreñidos por estrechez epistemológica a tratar de 
producir mutaciones en el mundo interno de un paciente, 
excluyendo la consideración de los discursos que circulan en 
la familia sobreun niño, a quién viene a sustituir, qué sitios 
hereda, etc.; tantas dimensiones marginadas del análisis no 
pueden dejarde ocasionar impasses. Tiene el efecto contrario, 
el inverso simétrico del que toma la prehistoria como único 
factor causal, despoja de su peso a la vida imaginaria, y sólo 
asigna valor e interés a todo loque va más allá del chico, a todo 
lo que está relacionado con las funciones y los mitos familia­
res.
En el análisis con niños, uno de los aspectos más dificul­
tosos, en el sentido en que genera más resistencia en el analista 
particularmente en los primeros tiempos, es lo referente a los 
padres. Es común encontrar en un terapeuta, por lo demás 
liábil en su trabajo, evitar al máximo el contactocon aquéllos, 
incluirlos lo menos posible, lo cual no deja de acarrear serios 
inconvenientes, según la ley de que lo que no se introduce de
derecho retorna a la larga o a la corta bajo la forma de acting 
out. Si no tomamos en cuenta el discurso de los padres, sus 
transferencias frecuentemente malogran tratamientos que en 
otro plano andaban bien.
Nunca es saltcablc, más allá de los protocolos tecnobu- 
rocráticos, escuchar y obrar conforme a lo específico de cada 
situación. Siendo sensible a las condiciones particulares, pron­
to se aprende a establecer la diferencia entre la transferencia en 
esos padres con suficiente deseo puesto en investir como ser 
separable al hijo — lo que determina que toleren la situación 
analítica sin que haya que ocuparse mayormente de ellos— y 
aquellos (sobre todo cuando estudiamos problemáticas más 
allá de las neurosis) en que esta capacidad casi no existe, donde 
historia y prehistoria abundan en destructividad, en deseos que 
tienen que ver con la muerte, con el fracaso y con la locura. 
Aquí no se puede dejar a los padres de lado; es tan importante 
trabajar con el chico como con ellos y apostar a la producción 
de algún efecto analítico en el discurso familiar.
No hay una regla fija para estas cosas, Puede ser que en 
algún momento sea conveniente, por ejemplo, incorporar una 
entrevista con los padres, pero esto hay que decidirlo en cada 
caso; otras veces, durante un cierto período las entrevista con 
los padres se pueden desarrollar paralelamente a las sesiones 
con el chico; aun en no pocas ocasiones los padres se incluyen 
en la sesión. Es decir, no existe una receta técnica, y si hay algo 
que especifica a la clínica psicoanalídca, es la agudización de 
lo diferencial en cada caso. Lo difícil es j ustamente mantener 
csja^flexibilidad^ lo cual no vale como salvoconducto para 
intervenirde modo antojadizo, sin respeto por la sobredetermi- 
nación. Sea lo que sea, nada hay peor que aquella exclusión a 
priori, porque es una comprobación de hierro en psicoanálisis 
que lo que tratamos de sacamos de encima acaba por aplastar­
nos, con tratamiento, dogma y todo. A su vez, si los padres 
piden una entrevista y el analista está muy pegado a una cartilla 
de estipulaciones, piensa que no bien se la solicitan automáti­
camente él debe otorgarla, porque así se lo enseñaron, y no 
reflexiona que, a veces, ciertas demandas de los padres están 
relacionadas con el deseo de vigilar, interferir, irrumpir en algo
de su hijo que es privado. La asistencia inoportuna de los 
padres puede dar lugar a cierta retracción, a un incremento de 
la resistencia enojosamente gestado por el analista, y provoca 
la interrupción del material asociativo que se estaba desple­
gando.
Compartimos con autores como Lacan o Winnicott la 
profunda desconfianza que despierta la palabra ‘técnica’, que 
implica siempre una cierta estandarización y tiende a coagu­
larse en recetas y procedimientos prefabricados; todo analista 
debe desconfiar de su sagacidad en cuanto a sortear aquel 
entrampamicnto. Bachelard y su llamado a una “vigilancia” 
crítica encuentran aquí su vigencia plena.
La pregunta acerca de qué es un niño en psicoanálisis 
desemboca en una serie de cuestiones. Particularmente nos 
detuvimos en la importancia de lo que llamamos prehistoria 
o, en otros términos, importancia del mito familiar. Es preciso 
aclarar que a partir de aquí, modificamos y ampliamos nues­
tras preguntas clínicas, tomando en cuenta las más básicas 
que sirven para situar a un paciente. De esta manera cambia 
toda la perspectiva de loque podríamos llamar un diagnóstico 
en psicoanálisis, que es algo muy distinto de lo que podría ser, 
por ejemplo, el diagnóstico para un criterio psiquiátrico o 
psicológico tradicional.
Para empezar a situar al niño que nos traen y a lo que lo 
rodea5, no procedemos, como tradicionalmente se hacía, a re­
alizar un inventario de síntomas, que se conoce como semio­
logía. No es que despreciemos hacer un buen rastreo, una 
buena descripción del campo y localizar loque puede llamar­
se síntoma, sino que eso solo, para nosotros, a partir del mito 
familiar, del peso del mito familiar, nos resulta insuficiente.
Allí donde otro preguntaría: ¿qué tiene el chico?, y siendo 
la respuesta: ‘no va bien en la escuela’, ‘se hace pis encima’, 
‘sufre terrores nocturnos’, y luego procedería a realizar el 
inventario de todo, nosotros introducimos otras preguntas, 
por ejemplo, una de las .fundamentales bien podría ser: 
y.dónde vive este chico?
Esta no es una pregunta fácil de contestar. Es un criterio 
importante determinar si un pequeño sigue viviendo aún en el
cuerpo de la madre o si ha empezado a vivir en otro tipo de 
territorio, en otro tipo de espacio.
Otra pregunta que nos hacemos es: /.qué representa ̂ ste , 
chico para el deseo de los padres? Otra forma de preguntarlo, 
desde este punto de vista, es para qué se lo desea. La formu­
lación binaria (ser descado/ñosér deseado) admité mejoría: un 
ser humano de hecho es deseado para los más diversos usos y 
esto cubre una gama asaz variada y variable, desde las posibi­
lidades de productividad que se le brinden a alguien en su 
desarrollo, hasta propiciarle la psicosis o la muerte.
Entonces ésta también es una cuestión nada fácil de precisar 
y muy importante de situar. Una pregunta complementaria al 
respecto es en cuanto al lugar que se le a signa a un chicoj^neL 
mÚQÍamiliar.
Autoplagiándomc o autocitándome, diría un po^o más 
cerca de lo que entendemos por mito familiar, que se puede 
caracterizarlo por lo que un niño respira allí donde está 
colocado; mito familiar entonces homologable en su función 
al aire, al oxígeno, homología que apunta más a lo isomórfico 
que a lo meramente análogo. Lo que se respira en un lugar a 
través de una serie de prácticas cotidianas que incluyen actos, 
dichos, ideologemas, normas educativas, regulaciones del 
cuerpo, que forman un conjunto donde está presente el mito 
familiar. Para tomar un ejemplo, cuando uno le dice a una niña 
‘Es feo que una nena haga eso’, no hace más que poner en 
acción el mito familiar, un trozo de ese mito que en este caso 
concierne a la diferencia sexual.
Lo importante es entender que el mito familiar no es 
fácilmente visualizable; no hemos de esperar ‘verlo’ desple­
garse ante nosotros como una unidad acabada, congruente, 
lista para ser examinada. En la práctica — y hace un poco al 
saber de nuestra tarea y al saber de nuestro trabajo— , el mito 
familiar hay que sonsacarlo y deducirlo; suele pasar cierto 
tiempo antes que se filtre algo que reconozcamos como parte 
de él. A veces escuchamos frases, trozos más o menos escla- 
recedorcs. El ejemplo del capítulo anterior, en el cual la madre 
decía ‘este chico se queda donde yo lo pongo’ pone de entrada 
sobre la mesa algo del orden mítico, constituye una trágica
definición de lo que es un niño en esa familia: algo que 
permanece inmóvil allí donde lo ponen, situación con conse­
cuencias muy particulares para ese niño en especial.
Pero, por lo general, la regla es que el mito familiar en un 
análisis lo extraemos de a trozos. No basta con las primeras 
entrevistas, a lo sumo éstas nos permiten situar algunos de sus 
aspectos y sintonizar algo de su tendencia dominante.En 
cambio, es un concepto que altera profundamente la concep­
ción misma de las entrevistas iniciales o preliminares: ya no 
es cuestión de procurarse informaciones como la de saber a 
qué edad empezó a caminar el niño, o a qué edad le salieron 
los primeros dientes. Este tipo de datos sólo nos interesará 
re si gn i fie adosen un contexto mucho más amplio. Es muy 
difícil comenzar el tratamiento de un niño— personalmente lo 
desaconsejaría— , más aun, pronunciarse por si es necesario 
o no su tratamiento sin tener una noción aproximada de los i 
rasgos principales del mito familiar en donde ese niño está 
posicionado y cómo. Considero muy importante que se dedi­
quen a tal finalidad las entrevistas preliminares. He aquí un 
ejemplo puntual, muy esquemático, muy tendencioso en el 
sentido que lo he extraído muy al través. Los padres de un 
niño de scisjm os^onsi¿tan, un poco a instancias del pediatra 
que dice que es hiperkinético; además, en la escuela se 
muestra agresivo. El centro de gravedad de la entrevista se 
desplaza luego al estado de conflicto permanente y nuclear 
entre los miembros de la pareja parental la cual incluso 
califica la transferencia conmigo, porque casi lo primero que 
dicen es que uno quería consultar y el otro no, uno considera 
que el chico está ‘diez puntos’ y el otro que el chico está 
cargado de problemas. De ahí, es muy importante más que 
compilar una serie de datos, localizar un elemento. Este hijo 
es concebido después de una separación y testimonia la pos­
terior reconciliación de los padres. Y a durante el embarazo se 
arrepienten de ambas decisiones: la de reconciliarse y la de 
tenerlo. Es uno de esos casos, nada infrecuentes, en donde un 
niño ha sido destinado a unir una pareja que tambalea y, por 
ende, a un gran fracaso. Este nivel concierne al mito familiar 
más que a la historia a secas; nadie nos dice “estamos eno­
jados con el porque no sólo no nos llevamos bien como 
pensábamos después de reconciliarnos y tenerlo, sinoque todo 
siguió tan mal como antes” . Nadie nos dice tal cosa, pero se la 
puede reconstruir6.
Toma entonces el rigor de la enunciación de una ley: todos 
los datos clásicos de una entrevista, todos los detalles disper­
sos, se vuelven importantes sólo si se los aloja dentro del mito 
familiar, de lo contrario se convienen en un listado molesto 
con el cual no sabemos qué hacer: después de preguntar y 
anotar las respuestas, nos encontramos ante una hojarasca 
inutilizable.
Lévi-Strauss dice algo importante al respecto: es tan mala 
la carencia de datos sobre algo que uno quiere estudiar, como 
el abarrotamiento porque sí, el exceso de datos sin criterio de 
selección y de ubicación nos paraliza. Es un infortunio carac­
terístico en las instituciones ordenar al psicólogo que haga 
entrevistas muy pautadas, tests, etc., y que redacte un informe 
que luego nadie lee, y si lo lee nada saca en limpio porque falta 
cri terio organizador, o lugar donde poner esa masa de informa­
ción.
Tampoco hay que entender el mito familiar como algo más 
o menos congruente y unitario, algo más o menos sistematiza­
do y armónico. Es mejor concebirlo como una red o haz de 
pequeños mitos, no en singular y en términos del proceso 
secundario, y así hacer el recorrido de sus incongruencias, 
contradicciones, lagunas y disociaciones; definitivamente, no 
estamos ante una unidad armoniosa de tendencia única, en la 
cual con frecuencia se incurre, cayendo en una visión harto 
simplista del concepto.
La importancia del mito familiar nos lleva a distinguir dos 
niveles sobre los que discurriremos a lo largo de este volumen: 
el niveTde lo que l i a proceso y el nivcLde kuiue llamaré 
función. Cuando decimos ‘niño’ en psicoanálisis implicamos 
— sobre todo cuando se trata de un niño pequeño— la cuestión 
de la construcción misma del sujeto. Tomamos o tocamos 
ambos niveles a la vez: no sólo todo lo relacionado con 
aquellos procesos, por ejemplo su trama de fantasías (lo que 
unos autores designan su mundo interno, y lo que otros
prefieren llamar su imaginario), sino todo lo relativo a las 
funciones en las que se apuntala para advenir sujeto, por 
ejemplo, función materna, función paterna, las funciones que 
mentan a los implicados en aquel advenimiento, las funciones 
que cumplen los hermanos y los miembros de otra genera­
ción, como los abuelos7.
El psicoanálisis dio un paso adelante el día en el que 
algunos psicoanalistas empezaron a pensar sin abandonar su 
propio lugar donde estaban parados para hacerlo*. Este nivel 
prácticamente ausente en los trabajos de Melanie Klein, en 
cambio aparece con toda su relevancia en autores como 
Winnicott, los Le fort, Dolto, y en general en muchos de los 
que se agrupan en tom ode Lacan a partirde ladécada de 1950, 
y también, con todo derecho, en otros psicoanalistas como 
Sami-Aliy Balint. Actualmente, ya no pensamos que analizar 
a un niño es reunirse con él, conocer sus fantasías, tratar de 
captar su inconsciente y punto. No porque ello no importé7 
sino porque resta incompleto si no añadimos en dónde está 
implantado, dónde vive, en qiié mito vive, qué mito respira y 
qué significa, en ese lugar, ser madre y padre.
Sin esos recaudos el tratamiento suele desembocar en un 
final abrupto, porque si descuidamos esa dimensión, los 
padres desde lo real pueden derribar el análisis con alguna 
actuación, no por culpa de ellos, sino de nuestra omisión. Se 
trata de una decisión teórica capital para el curso de nuestra 
práctica, particularmente cuando atravesamos la diferencia 
entre el campo de las neurosis y lo que lo sobrepasa9. Cuanto 
más avanzamos en el terreno de una psicosis temprana, por 
ejemplo, más insuficiente nos resulta confinarnos al nivel de 
loque el niño produce, porque está tanto más frágil y masiva­
mente adherido al lugar donde vive, mientras que la neurosis 
tiene una autonomía relativa considerablemente mayor. Po­
demos tratar a un neurótico adulto sin conocer jam ás a su 
familia; es más, no la debemos conocer si se trata de un adulto 
o de un adolescente tardío, porque no haría masque interferir 
en el análisis: no nos interesa, es una variable que podemos 
despreciar.
Tratándose de autismo, psicosis u otros trastornos narcisis-
tas, cualquiera sea la posición teórica del terapeuta, la prácti­
ca siempre lo lleva a tener algún tipo de intervención sobre la 
familia, el discurso familiar, los padres; los mismos hechos 
clínicos lo fuerzan hacia allí... a menos que prefiera que esos 
factores obstruyan su labor.
Por ejemplo, volviendo al niño que se queda donde lo 
ponen, si uno quiere intentar algo con él, aunque más no sea 
que se corra un poco respecto a donde lo clejim rñólo logrará 
excluyendo a los padres, reuniéndose solamente con.# , aten­
diendo a cómo juega (además ño jüégaVescuchando cuando 
habla (además no habla). Indefectiblemente tendrá que hacer 
algo (para un psicoanalista, supone algo i\c interpretación) con 
los p<KlreSj_ojüte íos_padres.
El capítulo anterior introduce un concepto que configura un 
plano propio de la subjetividad humana: el plano del signifi; 
"cante con sus características propias. Un mito familiar bien 
puede conceptual izarse como un puñado de significantes 
dispuestos de cierta manera. No obstante, nos resta mucho pót 
examinar de aquéllos. Por lo pronto, recordemos que el signi­
ficante no remite a la cosa directamente, sino que remite a otro 
significante.diferenciadecisiva respectodel signo. Sidecimos 
‘donde hay humo hay fuego’, nos movemos en el plano del 
signo, interpretamos ese humocomoindiciomaterialdequeen 
la realidad hay fuego, pero sería distinto si tomáramos otras 
culturas, como por ejemplo, la de los indios de América del 
Norte, que inventaron un lenguaje o un código con señales de 
humo, con las que se enviaban mensajes. Allí el humo no 
remitía a fuego, sino a otra ritmación de humo, y eso es lo que 
le daba un efecto de significación, por ejemplo, el acuerdo de 
una boda, la cercanía de una fecha ritual o la inminenciade una 
guerra.
Tal es lo que distingue el plano del significante del plano del 
signo, la formación de una cadena: a nosotros nos interesa esa 
cadena en tanto que inconsciente. Otro rasgo diferencial del 
significante es su particular relación con el sujeto. Conocemos 
una definición de sujeto devenida ‘clásica’, esto es, el sujeto es 
lo que representa un significante para otro significante. Re­
mitámosla a una muestra vulgar de la vida cotidiana: si escribo
un libro, me critican, me preguntan o me interpelan como 
autor para incorporarme mal o bien a una cierta inter- 
tcxtualidad. Así se relacionan dos significantes entre sí: uno 
es el de mi nombre y apellido. En la medida en que éste 
representa todo lo que se sabe de mí, es que en esa condición 
se me introduce en la máquina literaria. Pero, ¿ante qijién me 
k‘presenta ese apellido? Me representa para otro significante 
que es la red intertextual psicoanalítica en sus múltiples dife­
renciaciones internas. Enseguida advertimos que el signifi­
cante es algo más que un mero título, una mera palabra, todo 
ese conjunto de reglamentos tácitos, de citas, de estilos, de 
slogans, de redundancias, de decisiones políticas, de forma­
ciones más sintomáticas que conceptuales, en fin, de disposi­
ciones que conforman una práctica específica de la letra como 
la del psicoanálisis.
En la clínica esto se presenta de una manera más compleja, 
porque tiene que ver con la transferencia pero el punto que es 
imperioso destacar antes de perderse en los detalles de un 
material cualquiera, es el siguiente. Para poder ser, en el 
sentido en que cabe hablar en psicoanálisis, para encontrar 
cierta posibilidad de implantación en la vida humana, la única 
oportunidad que tiene un sujeto es asirse a un significante. 
Para poder vivir no basta con las proteínas en el orden 
simbólico, es necesario adscribirse aunque más no sea a un 
poco de significante.
Es instructivo asociar esta ley inapelable a una típica 
historia, recurrente en material de psicosis, jque nos cuenta de 
un recién nacido que no fue anotado en el Registro Civil sino 
mucho tiempo después de su nacimiento y vivió así días sin 
existencia simbólica, sin estar inscripto en ninguna parto; 
hecho que nos transmite algo esencial sobre la llegada al 
mundo de este sujeto, sobre cómo se lo ha esperado. Con un 
plus de significación aun, como es en muchos de estos casos 
el extravío irreversible de la fecha real de nacimiento, nimba­
da por un velo de duda y de confusión.
La tarea originaria.de un bebé cuando viene al mundo es 
tratar de encont rar significan tesqueJo repres£jQter}, porque no 
lo encuentra todo hecho. Si bastasen para representarlo su
nombre y apellido, no tendríamos campo para trabajar.
Hemos confrontado brevemente dos ejemplos: ‘que lindo 
que sos’ y ‘te sacastediez*. Es lícito decir que esas frases son 
significantes que representan a ambos sujetos. El “qué lindo 
que sos” lo representa, por mucho tiempo (por supuesto que no 
es lo único que lo representa), y genera todo tipo de efectos. Lo 
mismo el “ te sacaste diez”. Lejos de ser entes pasivos, sólo 
preocupados por obtener satisfacciones orales, como en algu­
na época el psicoanálisis pintó a los bebés, la tarea eminente­
mente activa que todo ser humano debe emprender, para la que 
necesita ayuda porque solo no puede consumarla, es encontrar 
significantes que lo representen ante y dentro del discurso 
familiar, en el seno del mito familiar, o sea del campo deseante 
familiar. .En las ncurosis, el sujeto encuentra significaniejujuc" 
lo representen, ése no es el problema; en las psicosis los busca" 
y tiene que luchar con losque tienden a destruirle: ^
Esa primera tarea es de tipo extractivo: ha de arrancar tos 
significantes que lo representen. A veces vemos qüe-nríiiino 
quiere llevar algo de la sesión, algo que ha hecho: eso puede 
tenermuchas significaciones, renunciamosde antemano como 
psicoanalistas a encontrar una sola. Una posible y de mucha 
trascendencia transferencial es que esté en juego que loque ha 
producido junto con su analista tenga el valor de representarlo 
como sujeto, algo de lo cual él pueda aferrarse para vivir. 
Conseguir un lugar para vivir depende de los significantes que 
uno encuentra. Un niñole ha pedido a la analista que lo d ibujo 
v se lleva el dibujo. Luego los padres le cuentan a ella que 1<¿ 
ha puesto en sitio visible en su dormitorio. Pitra él se trata efecf 
tivamente de un trazo que lo redefine, que le da lugar propio, 
es decir, un lugar donde se pueda realmente plantear la cues­
tión de cuáles son sus deseos. _------¡
Otro paciente podría realizar el mismo movimiento por 
medios más abstractos, haciendo referencia a una sesión fe­
cunda de la que se llevó algo figuradamente. Diferencia clínica 
apreciable a respetar, dando tiempo a que el niño desarrolle 
nuevos medios simbólicos. En todo caso, sí es importante 
poner una palabra que subraye la acción, un ‘esto lo hiciste 
acá’, marcar el trabajo con un sentido que él ha encontrado y
que es pensable como una fantasía de nacimiento en la trans­
ferencia.
Durante un episodio de tipo paranoico, un adolescente 
teoriza a su manera. Entre otras cosas, reprocha a su madre no 
haber “agarrado a la vida” al padre — éste se había suicidado 
muchos’años antes, cuando el paciente era bastante pe­
queño— . Según su recriminación, su madre no le dio al padre 
nada que le sirviese como punto de anclaje a la existencia, 
abundando en recriminaciones respecto de la frialdad y la 
escasa disponibilidad amorosa de aquélla. Pero lo que el 
muchacho enfatiza es el carácter de significante (antes que 
otros modos de lo material) que debe tener algo para que sea 
posible asirse de él, como en el caso de un ‘te quiero’, o 
‘alguien me quiere’, o ‘soy querido por alguien’. Si algo de 
este orden no aparece baio ninguna forma, la gestión de un 
sitio es imposible.
Constituye un problema teórico ir más allá de lo que estas 
fórmulas connotan del amor como sentimiento y percatarse 
de las complejas operaciones involucradas. El poeta Michaux 
escribe: “El am ores la ocupación del espacio”. Para nosotros, 
analistas, es una expresión de enorme densidad conceptual. 
Ocupar un espacio físico viniendo a l mundo primeramente, 
ñero sobr¿ todo ocupar un lugar en el deseo del Otro, sin el 
cual la vida, de entrada, pierde toda posibilidad de sentido; 
pero para que esto se cumpla es preciso que alguien done 
lugar. Cuando, por ejemplo, hablamos de abortar un hijo no 
nos referimos a la dimensión literal; no pocas veces descubri­
mos abortos metafóricos con los que se rehúsa aquel don. 
Ahora bien, si el espacio es una característica esencial del 
deseo, el siguiente paso es señalar que la instrumentación 
concreta, el medio de dicha operación, es un dispositivo o una 
composición de significantes10.
Generalmente, en Tá transmisión del psicoanálisis necesi­
tamos insistir en el hecho de que el deseo es lo que circula en 
toda cadena o composición significante y hace que ésta nos 
interese, ya que no nos interesa la cadena simbólica de una 
computadora, por ejemplo, salvo que nuestro tema sea el 
deseo del científico. Hay que insistir en ello: cuando escribi­
mos ‘cadena simbólica’ damos por sentado que pensamos en 
cadenas, a su tumo encadenadas por el deseo.
El bebé tiene que trabajar y aun luchar para adquirir 
significantes. Las funciones, parcntales y otras, deben auxi­
liarlo, brindándole las condiciones mínimas, pero no pueden 
regalárselos hechos; mejor dicho, si hubiera imposición de 
significantes, si no se le permitiera hallarlos, fallaría lo esen­
cial. Lo mismo sucede en el tratamiento analítico. El sujeto 
acude en busca de significantes que lo representen o tras 
ciertos cambios en los significantes que lo representan, o 
frecuentemente deshacerse de alguno. Es para ello que se 
requiere nuestra ayuda, el análisis no lo puede hacer él solo. 
Intervenimos primeramente favoreciendo condiciones para 
que él logre advenir al encuentro delsignificante o replantear 
su relación con él, pero si se los damos hechos, nuestra 
intervención no sería psicoanalítica sino un adoctrinamiento 
con ‘contenidos’ psicoanalíticos.
Se trata de un recentramiento histórico concebir el psico­
análisis antes que nada como donador de lugar, y no como una 
máquina hermenéutica. Esta interpretación sólo funciona si se 
hace en cieno lugar que se ha creado; de lo contrario o no sirve 
o daña, como ocurre con las interpretaciones llamadas salva­
jes.
Dicho de otra forma, estudiamos los modos y las condicio­
nes a través de los cuales el bebé va haciéndose un cuerpo, y, 
al respecto, que anatómicamente lo tenga sólo induce a error. 
Desde el punto de vista simbólico es una mentira, no es suyo, 
está muy lejos de poder asun* irlo, a lo sumo vale decir que 
dispone de la potencialidad de tenerlo, de apropiárselo a lo 
largo de un complicado devenir histórico-estructural para 
cumplir el cual lo ayudan no tanto el instinto como las 
funciones parentales.
Debemos tomaren cuenta la eventualidad (que establece la 
diferencia entre una situación neurótica y otra psicótica) de 
que un sujeto no encuentre condiciones propiciatorias para la 
producción de significantes que lo reprecenten, y que en su 
lugar comparezcan, de manera aplastante significantes del 
superyó, en una verdadera sustituciórfUe lo esperable en 
términos libidinales".
Un niño de quien aún no se dice que tenga una evolución 
psicótica (aunque se la tema) es traído a la consulta. Poco a 
poco, el motivo que se impone conduce a la pareja parental. 
Los padres están separados desde hace varios años, pero la 
sepaniSiSnnoesmásqueuna ficción,porejuccstánunidos por 
el odio. No tarda en descubrirse (tras los buenos modales del 
comienzo) un estado de perpetua guerra entre ellos, guerra 
que se lleva a cabo de mil formas, según el viejo adagio de que 
en el amor y en estas cosas todo está permitido. Esta situación 
alcanza un nivel que excede largamente las coyunturas trivia­
les y tempestuosas asociadas por lo general a una separación. 
En cambio, adopta un carácter masivo y con picos de convic­
ción tan delirante que es irresistible la evocación de lo que 
Aulagnier formula en cuanto condiciones de formación de 
una paranoia. Esta guerra más fría o más caliente, pero 
siempre constante, requiere la presencia de un testigo parali­
zado, que es casualmente el hijo. ¿Qué podemos encontrar de 
los significantes en este niño? Dos muestras al respecto nos 
devuelven a la temática del superyó, pero no en esa dimensión 
ligada a la disolución del complejo de Edipo; antes bien, ese 
nivel del superyó descubierto en p s ic o a n á lis is estudiar la 
reacción terapéutica negativa, el suicidio, el masoquismo 
moral; ese nivel que Melanie Klein llamaba del superyó 
sádico, y Fairbairn, prcmoral. Una función destructiva, no 
una función de regulador normativo.
Primera muestra: el niño se llama Luciano. P)\ respecto nos 
cuentan que esperaban una nena,Üucía, y en su lugar advino 
‘Lucía no’. Broma muy instructiva para detectar cómo se lo 
nominá, con un término que lo niega. Aquí la nominación es 
una trampa; sólo nos dice que él no es la esperada, no es la de­
seada. En ese sentido, no es un significante que pueda servirle 
para vivir; no podemos decirque lo represente sino que repre­
senta instancias maternas y paternas hostiles hacia el hijo.
Segunda muestra: $u_roj>a. La ropa es un modo de signifi­
carse. Cuando el chico hace múltiples juegos con ella, cuando 
descubre que se pone y se saca, entabla una relación muy 
particular y muy íntima a la vez con eso que es él y no es él. 
No sólo el psicoanálisis intuye que la ropa no es aleo ‘exter­
no’, que en ciertas condiciones fomia parte de nuestro cuerpo, 
como ocurre con la casa y con otras cosas; no hay un límite tan 
preciso como podría malentcnderse. Pues bien, entre otros 
servicios, la ropa sirve también para significarse en determina­
dos momentos, por ejemplo, para significarse como de un sexo 
determinado. Pero la experiencia de Luciano es muy distinta: 
cuando él llega a casa de su padre (los días que le corresponde 
ir a verlo) debe quitarse toda la ropa que trac de casa de su 
madre y vestirse con la que aquél le ha comprado para estar allí. 
Y viceversa. Por lo tanto, él no dice ‘m i’ ropa, sino “esta ropa 
es de mi papá”, “esta ropa es de mi mamá”. Probablemente, ni 
siquiera necesitemos de demasiada sutileza psicoanalítica 
para sacar cuentas de qué tipo de marca deja este proceder 
sobre el cuerpo, porque, en definitiva, su cuerpo está partidoen 
dos, es el cuerpo de papá y el cuerpo de mamá. Y es un acabado 
exponente de significante del superyó, es una configuración 
muy diversa de la que examinamos gravitando en torno al “qué 
lindo que sos”, caso en el cual la ropa formaba parte de esa 
presunta belleza. tt**lo que hace a Luciano, significa el 
recíproco odio entre los padres; el cuerpo del hijo es un campo 
de batalla. Lo que viene a subrayar es el odio que lo engendró, 
el odio bajo el cual nació, el odio que es su causa; significa esa 
partición sobre su cuerpo, por lo tanto no es un significante 
apto para representarlo como sujeto.
Clínicamente es notorio que en ningún momento Luciano 
subjetiva lo que lleva puesto como propio y, a partir de allí, ya 
no puede por desgracia asombramos que inconscientemente 
su cuerpo esté afectado por idéntico reparto. Así pasa las 
sesiones armando interminables peleas entre dos bandos, 
mientras él se coloca alternativamente de uno y de otro lado, 
sin diferenciarse.
Hay una edad (alrededor del segundo año de vida) en laque 
un niño comienza a repetir no sólo lo que él dice de motu 
proprio, sino lo que le dijeron en carácter de órdenes: por 
ejemplo, toma algo que le está prohibido tomar, diciendo 
simultáneamente “no toque”, “no tocar”. Es un exponente de 
un significante del superyó que al ser muy común suele 
desplegarse libre de patología; esto se verifica porque el niño
puede tocar igual. Junto al significante del superyóen ascenso 
ahí está, no obstante, la posibilidad de que el niño mantenga 
su deseo y toque. Por lo menos hay un conflicto entre 
obedecer o no. En todo niño hay un cierto equilibrio entre 
estos dos tipos de significantes.
El pequeño repite la orden como si fuera el Otro, dice “no 
se toca” especularmente, sin hacer el cambio, habla las pala­
bras del Otro entendido no en una posición cualquiera y no en 
posición de semejante, Otro definido o reconocido por un 
poder, en tanto lugar de la orden, lugar de la Ley. Durante el 
segundo año de vida es sabido que los niños atraviesan lo que 
se llama período de negativismo, en sí saludable, período en 
el cual diferencian cierto uso del no. Así, cuando se les 
pregunta “¿querés tal cosa?”, replican “no”, aun cuando luego 
acepten. El "no" es su documento de identidad. Aconteci­
miento decisivo por su efecto separador, el niño abandona el 
cuerpo de los otros y se muda a otro territorio. En este proceso, 
el “no” en el que insiste, que se opone a toda demanda, no es 
el mismo “no" del “no se toca” que va notando que no lo re­
presenta, mientras que se identif ¡ca en cuerpo y alma a ‘ su ’ no , 
verdadero ‘caballito de batalla’ (o dicho con mayor empaque, 
motivo generador de su diferenciación subjetiva). Aquel “no 
se toca” representa, en cambio, un incipiente superyó, super­
yó todavía en voz alta; no está internalizado en el sentido de 
“conciencia moral” (Freud). Del equilibrio entre estos moti­
vos depende cierta estabilización temprana del sujeto.
El padre de Schreber subrayaba en uno de sus escritos 
pedagógicos la importancia de abolir desde el momento más 
temprano toda dimensión de autonomía en el sujeto, intervi­
niendo ya durante la lactancia, a fin de aplastar los mínimos 
conatos de espontaneidad. El padre de Schreber era un peda­
gogo que algunos consideran como precursor del nazismo, no 
sin razón porque hay ciertas cosas que anticipa; pero nadie 
podría discutirle que fue un hombre muy lúcido en su

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