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Copyright Publicado por Dreamspinner Press 5032 Capital Cir. SW Ste 2 PMB# 279 Tallahassee, FL 32305-7886 http://www.dreamspinnerpress.com/ Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o usados para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia. Bueno Saberlo Copyright © 2009 por D.W. Marchwell Traducido por Y.M. García Portada: Paul Richmond http://www.paulrichmondstudio.com La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente o regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contacta con Dreamspinner Press, 5032 Capital Cir. SW Ste 2 PMB# 279, Tallahassee, FL 32305-7886 , USA http://www.dreamspinnerpress.com/ Publicado en los Estados Unidos de América Primera Edición Octubre, 2009 Edición eBook en Español:978-1-61372-853-6 http://www.paulrichmondstudio.com/ Este libro no hubiese sido posible de no ser por Elizabeth y Lynn, cuyos esfuerzos sobrehumanos y dedicación para cumplir con sus metas hicieron posible que mi sueño se volviera realidad. Para Kelley, la mejor hermana que cualquiera podría desear. Para Gwen, gracias por ser mi amiga. Para Jerry, su arte inspiró esta historia. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 5 Capítulo 1 WILLIAM BALDWIN PRUIT III miró por la ventana hacia la Avenida Secrétan, preguntándose la razón por la cual había sido llamado a la oficina del director, ya que en tan solo tres meses acabarían las clases. Casi estaban a finales de marzo, ¿qué podría haber ocurrido? Su cerebro buscó enérgicamente una respuesta. Siempre hacía sus tareas y aunque no le agradaba mucho la señorita Schnabel, la profesora de matemáticas, jamás había sido grosero con ella. Podía escuchar voces provenientes de la oficina, reconoció el acento de un alemán exclamando en francés e intentando mantener la conversación con un terrible acento con alguien que hablaba inglés. William se tragaba la risa cada vez que escuchaba al Monsieur Gamache tratar de hablar inglés. Si uno tomaba en cuenta su acento, podía notar que el director jamás había ido a América, ni tampoco había pasado mucho tiempo en Inglaterra. No obstante ¿a quién pertenecía la otra voz? El acento era poco familiar, ¿un americano quizás? ¿O canadiense? La mayoría de compañeros de clases de William no eran de origen europeo, provenían de familias adineradas de Estados Unidos o Canadá, como en su caso. No podía comprender cuál era el problema y trató con mucho esfuerzo de escuchar en qué clase de embrollo se había metido esta vez. William sabía que no era un mal estudiante, pero siempre parecía ser la víctima de un intenso escrutinio por parte del director de la escuela y de su psicólogo. «Estamos preocupados», decían una y otra vez. William no se metía en problemas, pero estaban preocupados por su auto-aislamiento. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 6 «Parece que no te interesa nada más que los caballos y libros. No has hecho muchos amigos a pesar del tiempo que has pasado aquí», decían. No era que no lo intentara, pero William era pequeño para su edad. Era una de las razones por las que le gustaba estar con los caballos, lo hacían sentir grande y maduro. Además, los otros estudiantes parecían estar interesados únicamente en saltarse el toque de queda y atacar la cocina a deshoras. «No soy infeliz», argumentaba William sin éxito. Tenía la impresión de que los dos hombres mayores creían que era raro y que no estaba dispuesto a cooperar. Había vivido en el internado la mayor parte de su vida, o al menos no recordaba si había estado en otro lugar. La casa que sus padres llamaban hogar estaba en Toronto, en Rosedale para ser exactos, aunque no podía recordar la última vez que había visto la casa o a sus padres. Eran padres fieles cuando se trataba de mandarlo a traer para que pasara con ellos una semana en Praga, Montpellier, Salamanca, o donde fuera que estuvieran de vacaciones, pero no los había visto en casi tres meses. No era inusual dado que tenía clases a las cuales asistir, pero era extraño no haber sabido de ellos durante tanto tiempo. Quizás estaban cansados de sus preguntas, pues solía pedirles si podía ir a tal lugar o a visitar aquel otro sitio. «¿Cómo podrían cansarse de eso?», se preguntó William . «Por lo general me envían con el chofer». William estaba comprobando que llevaba bien puestas su chaqueta y corbata por cuarta vez cuando la puerta se abrió y notó que Monsieur Gamache estaba de pie en el umbral con una expresión seria y mirando al suelo antes de fijarse en los enormes ojos de William y que sus labios dibujaran una sonrisa forzada. —Guillaume, viens, viens. William trató de ocultar una sonrisa al escuchar la pronunciación de su nombre en francés, la fonética siempre le había parecido graciosa. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 7 —Oui, Monsieur. —William se abotonó la chaqueta, tomó su pequeña mochila, se levantó de la silla y caminó rumbo a la oficina. —Hola, William —dijo el hombre con acento americano mientras le daba la mano—. Me llamo Kevin Boyd y soy abogado. —El señor Boyd le mostró a William una pequeña sonrisa—. Posiblemente aquí le llamen a mi profesión “jurisconsulto” como lo hacen en Inglaterra. —No, señor. Yo soy canadiense —aclaró William mientras le daba la mano y luego tomó asiento—, y también me refiero a los de su profesión como “abogados”. —Eh bien, Guillaume. —William notó la mirada que el señor Boyd y el director intercambiaron al escuchar esas palabras—. Je m’excuse, Monsieur Boyd. —El director se sentó en su silla y se disculpó, mientras miraba fijamente a William—. Todavía estamos esperando al Monsieur Kleinfelter, pero podemos comenzar sin él, non? William se encogió de hombros y se sentó en su asiento. No tenía sentido continuar con esta farsa si el psicólogo venía. Había hecho algo otra vez, algo que se merecía otra regañina para que fuera más sociable y amistoso con sus compañeros de clases. «¿Pero qué?». Trató con desesperación de pensar en lo que había hecho –o había dejado de hacer–, pero no pudo pensar lo suficientemente rápido. No le gustaba sentirse así. Experimentaba ansiedad al estar frente a esos dos hombres que se estaban comportando tan amables con él. Lo hacía sentir nervioso. —William —dijo el señor Boyd—, represento a tus padres. — Cambió de posición ansiosamente y continuó—: Me temo que ayer… —Oh, non, comment ça? —Monsieur Kleinfelter entró corriendo por la puerta, llevaba abrazados varios expedientes mientras cerraba la puerta—. Vous n’êtes pas capable d’attendre? —Acabamos de comenzar, Hércule —le regañó el director —, y por favor habla inglés frente a nuestro invitado de hoy. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 8 William notó que las mejillas del señor Boyd se enrojecieron mientras miraba como el psicólogo se sentaba en el asiento entre ellos y fue en ese momento en el que William lo comprendió. No fue llamado aquí por algo que él había hecho, sino por algo que había ocurrido. Otra vez. Como la vez en la que los estudiantes mayores habían escondido la bandera de la escuela en su dormitorio. William había tenido que limpiar los retretes como castigo, pero no se quejó, jamás lo hizo. Esta era su vida. Y su vida ahora le decía que sus padres no volverían. —Están muertos, ¿verdad? —La voz de William era seria, pero su tono de voz bajo y su mirada estaba fija en su corbata.Pensó que parecía un tanto quejumbroso, como si fuera uno de sus compañeros de clase, siempre quejándose acerca de cómo, sin la revolución francesa, serían príncipes ahora. —Sí, William. Lo lamento mucho. —La mano del señor Boyd tocó suavemente su hombro. William no dijo nada, pero se sentía incómodo al ser tocado así. No había experimentado ningún tipo de afecto físico con anterioridad—. Estoy aquí para informarte y asegurarme de que regreses sano y salvo a Canadá. —¿Por qué a Canadá, señor? —William parpadeó, tratando de comprender lo que ocurría. Pensó que debería estar llorando o algo. ¿No se supone que eso era lo que hacían los niños de su edad cuando sus padres morían? —El testamento de tus padres fue muy específico acerca de lo que debías hacer… quien debía cuidar de ti si algo les ocurría antes de tu dieciocho cumpleaños. —¿Quién cuidará de mí, señor? —William tartamudeó un poco y empuñó las manos al escuchar esta información. Seguramente había suficiente dinero para que pudiera terminar sus estudios y luego independizarse—. Quiero quedarme aquí. —Y nada me haría más feliz. —Monsieur Gamache sonrió—. Pero el último deseo de tus padres fue que volvieras a Canadá a vivir con unos familiares que… BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 9 —No tengo familiares —interrumpió William —. No tengo abuelos, ni padres, ni tías, ni tíos… —Tú madre tiene un primo en Alberta —dijo el señor Boyd mientras quitaba su mano del hombro de William y de inmediato el chico quiso volver a sentirla—. ¿Has oído hablar del artista Jerry McKenzie? William sacudió la cabeza. Podía sentir que esta no era una batalla que pudiese ganar. Esta vez no se había metido en problemas. Era mucho peor que eso, más que nada porque ahora tendría que irse de la escuela, el único lugar en el que se sentía como en casa. —Es muy reconocido por todo el mundo. —El señor Boyd cambió de posición en su silla y pasó una mano por su escaso cabello. A William le gustaba que no intentara ocultar su calvicie. Al contrario de Monsieur Kleinfelter, quien usaba el bisoñé más horrible que había visto en su vida. «Honestamente, ¿quién creería que los mechones alrededor de sus orejas están completamente grises pero el resto del cabello en su cabeza es negro?». —Vive en un rancho con caballos, bueno con dos caballos. Está cerca de las Montañas Rocosas de Banff, un lugar un tanto turístico con ríos y… —Quiero quedarme aquí. —Ahí estaba. William lo había dejado claro, no podrían existir confusiones. —Mais, c’est impossible —acalró Monsieur Kleinfelter—. Ce n’est pas une question de ce que tu veux, Guillaume… William solo podía pensar en Frau Zimmerman. Los otros niños lo molestaban por juntarse con la trabajadora de la cafetería, pero William la adoraba como a una abuela, o al menos se imaginó que así era lo que alguien debía sentir por su abuela, pues nunca conoció a las suyas. Frau Zimmerman le preparaba un Sachertorte de gran tamaño para su cumpleaños, le deseaba que fuera feliz en su día especial y siempre le decía que era maravilloso y que crecería para hacer grandes cosas. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 10 —Estoy seguro —dijo el señor Boyd mientras miraba al psicólogo con sus ojos azules oscuros—, que lo que Monsieur Kleinfelter trata de decir es que este es un asunto legal. —William bajó la mirada; sabía lo que vendría después—. Lo lamento William, pero apenas tienes diez años. —EL señor Boyd volvió a poner la mano encima de su hombro—. Tus padres fueron muy específicos con respecto a quien debía cuidar de ti… —Sí, señor. —William no levantó la mirada. —Un peu plus de politesse, Guillaume! —William no quiso mirar a ver a Monsieur Gamache. No deseaba ver la decepción en sus ojos otra vez. —Por favor, Monsieur Gamache, no hay problema. —El señor Boyd apretó ligeramente el hombro del chico de nuevo—. Ça ne fait rien? —William se giró a mirar al sonriente abogado—. ¿Lo he dicho bien? William asintió y le mostró una sonrisa breve y resignada. El señor Boyd retiró la mano de su hombro y levantó su mochila del suelo, cogió su chaqueta y se puso de pie. —¿Puedo despedirme de Frau Zimmerman? —preguntó mientras miraba al señor Boyd. Este se volvió para mirar a Monsieur Gamache, quien le explicó la conexión que William tenía con la cocinera de la escuela. —Por supuesto —respondió el señor Boyd con una sonrisa triste—. Creo que tenemos suficiente tiempo. —Se puso de pie y extendió su mano hacia el pequeño niño. «Es muy pequeño para tener diez años», pensó el abogado recordando a sus dos hijas y lo grandes que parecían en comparación con el chico, a pesar de tener la misma edad—. ¿Hay alguien más de quien quieras despedirte, William? —El abogado sintió una enorme tristeza al ver a William sacudir la cabeza y experimentó unas ganas enormes de ir a ver a sus dos pequeñas. El señor Boyd guió a William a la cocina, en donde una mujer regordeta y pequeña estaba observando la harina que había caído sobre la encimera y el suelo, mientras amasaba el pan. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 11 —¿Es usted Frau Zimmerman? William tiró la mano del señor Boyd. —No habla inglés, señor. —Soltó la mano del abogado, se acercó a la mujer y la llamó por su nombre, esperando a que lo mirara. El abogado sintió deseos de regresar a Toronto para ver a su familia, mientras miraba como la expresión del rostro de la mujer cambiaba de una de concentración, a una de alegría. Observó cómo William sacudía la cabeza y bajaba la mirada, y entonces la mujer se arrodilló frente a él y levantó la barbilla del pequeño para observar su rostro. Lágrimas recorrían la pequeña cara de William y la cocinera lo besó en la frente, diciéndole cosas que el abogado no comprendió. Notó que la mujer tenía el ceño fruncido y miró a William cuando este habló de nuevo, mirando en su dirección y señalándolo. William asintió varias veces cuando Frau Zimmerman le habló, mientras le acariciaba las mejillas y el cabello. «Ahora entiendo porque parece tan pequeño y asustado», pensó el abogado. «Esta era su casa». Una hora más tarde William estaba sentado al lado del señor Boyd en un asiento de primera clase en un vuelo con rumbo a Alberta, Canadá. —Frau Zimmerman parece una buena persona —dijo el abogado para romper el silencio. William asintió y luego se encogió de hombros—. ¿Ella te enseñó alemán? —Y en la escuela también. —El tono de voz de William era suave y triste. —¿Qué idioma te gusta más hablar: el alemán o francés? William se encogió de hombros. Para él no era cuestión de que idioma le gustaba más, le gustaban los dos pero por razones distintas. No quería decirle que la razón por la que le gustaba tanto hablar el alemán era porque siempre lo habló con alguien que lo besaba, que lo hacía sentir especial y amado. Creyó que si le decía eso al señor Boyd pensaría que era un bebé y Frau Zimmerman le BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 12 dijo que ahora tenía que ser un niño grande y no causarle problemas a nadie. «Justo como lo fuiste conmigo». William recordó lo que le dijo la cocinera antes de darle un abrazo. Trató de no llorar una vez se despidió de ella, pero no pudo evitarlo cuando se dio cuenta que ella no estaría para su próximo cumpleaños y que ni tan siquiera sabría a dónde había ido. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 13 Capítulo 2 —SANTO cielo Kitty, para eso te pago, ¿no? —Escúchame, chéri. —Kitty señaló a Jerry con una uña larga y roja—. Sé lo que me corresponde hacer y eso no incluye atender llamadas de abogados. Sabes que me ponen de muy mal humor los abogados. —Kitty le lanzó un pedazo de papel doblado—. Le dije que lo llamarías en una hora. —Le lanzó también su móvil, y chocó contra su pecho con una fuerza que lo cogió desprevenido. Sus manos se movieron rápidamente paraatrapar el teléfono pero fallaron. —Tu esposo es un abogado —murmuró él, tocándose el pecho y levantando el móvil del suelo—: Aunque lanzas como una lesbiana. —Lo sé. ¡Llama! ¡Ahora! —Kitty comenzó a inspeccionar los lienzos de uno en uno y comenzó a organizarlos—. Y para que quede claro —dijo mientras reía sarcásticamente—, te parece que lanzo como una lesbiana porque los gais no atrapáis una mierda. Jerry marcó los números, su mirada se movió nerviosamente entre los papeles y las teclas del móvil. Esperó a que alguien contestara. —Eso es un estereotipo y lo sabes —le regañó Jerry—, además solo te estaba molestando, no tenías que insultarme. Kitty continuó revisando los lienzos sin prestar atención a los comentarios hipócritas de Jerry. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 14 —Sí, hola —dijo Jerry—. Estoy intentando hablar con el señor Boyd. —Sí, soy yo. —Después de unos segundos, la voz continuó—. ¿Señor McKenzie? Jerry asintió y rió al escuchar la respuesta tan formal, antes de reaccionar y recordar que estaba hablando por teléfono. —Sí. Llámeme Jerry, señor Boyd. —Jerry, por favor llámeme Kevin. He estado intentando hablar con usted. —Le escucho. —Jerry notó que Kitty frunció el ceño. Sabía que le diría algo acerca de su falta de modales cuando colgara. —¿Tiene tiempo para que nos veamos? —El señor Boyd, Kevin, parecía que estaba ocupado haciendo diez cosas a la vez—. Estoy aproximadamente a diez kilómetros de su rancho y es un asunto de suma urgencia. —Sí, supongo. —Jerry trató de ocultar el desagrado de su voz, pero por la mirada de Kitty, había fallado por completo—. ¿Acaso no podemos discutirlo por teléfono? Quiero decir, ¿qué es lo que quiere? —Se lo explicaré cuando llegue. —La voz de Kevin se había vuelto menos profesional y más amistosa—. ¿Le veo en aproximadamente quince minutos? —Aquí estaré. —Jerry colgó el teléfono y lo lanzó sobre su mesa de trabajo—. ¿Contenta?—Sonrió a Kitty. —¿Cómo podría estarlo cuando estoy a tu alrededor? —Kitty levantó su teléfono y lo metió en el bolso—. ¿En qué trabajas? —Vamos, Kitty conoces las reglas. —Jerry la sacó de su estudio que se encontraba en la parte superior del granero y cerró la puerta con llave. Miró su apariencia, notó su camiseta rota y sus pantalones vaqueros manchados de pintura y titubeó—. ¿Crees que debería cambiarme? —En muchos sentidos, chéri. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 15 —¿No sabes otra palabra en francés? Kitty pasó su mirada por el largo y moreno cuerpo de Jerry y sonrió. —Trou de cul? —“Ano”, excelente. —Jerry rió y guió a Kitty a las escaleras—. Eres tan femenina. —¡Tú fuiste el que creyó que era lesbiana! ¿Por qué te decepcionas? —Ella sonrió mientras buscaba en su bolso un cigarrillo—. ¿Qué quería el abogado? —Kitty, por favor —Jerry bufó cuando salieron del granero—. Sé que estabas escuchando. No me dijo nada, solo que era un asunto urgente. —¿Crees que se trata de dinero?—Kitty exhaló, pero no inhaló de su cigarrillo. Jerry siempre se había preguntado qué gracia tenía fumar si no se inhalaba. —¿Para qué necesito más dinero? —Cierto. —dijo, exhalando y finalmente, apagando su cigarrillo casi entero con el tacón de su zapato de imitación a piel de leopardo. —Podrías regalármelo. ¿Inaugurar tu propia galería? ¿Encontrar una casa normal? —Tienes mucho más dinero que yo y no quiero mi propia galería, además mi casa no tiene nada de malo. —Chéri —le regañó ella—, vives en medio de la nada, no tienes amigos, jamás haces algo aparte de trabajar y montar en esos asquerosos animales. —Chérie —la imitó Jerry—, no necesito estar en la cuidad, no quiero amigos y esos asquerosos animales se llaman “caballos”. —Quoique. —Kitty —la sermoneó—, eres una chica judía de Winnipeg. ¿Por qué demonios hablas en francés? BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 16 —Mystique, chéri. —Kitty caminó hacia su coche y antes de abrir la puerta le dijo—: Me parece que suena mejor que el Yidis 1 . —Gai gesunderhait! Kitty rió y le lanzó un beso a Jerry. —Grois-halter! Mientras Kitty se marchaba, Jerry vio que un coche compacto de cuatro puertas estilo sedán estaba llegando a su propiedad. «No puede ser dinero. Mis padres ya están muertos», pensó Jerry, y se arrepintió de no haberse cambiado de ropa. No era que necesitara impresionar a un extraño, pero no quería verse como un perezoso. Jerry jamás admitiría su vanidad, pero estaba muy satisfecho con su apariencia y figura. Cumpliría cuarenta y seis en junio y aún se veía muy bien. Trabajaba en los establos, ocasionalmente, levantaba pesas y podía levantar casi el doble de su peso. En raras ocasiones, los viernes por la noche, iba a Calgary y jamás había tenido problemas para llamar la atención de algún joven al que poder follarse unas tres o cuatro veces y luego marcharse antes de que amaneciera. Mientras el sedán aparcaba, Jerry sacó pecho. «Mierda, soy demasiado atractivo y no importa lo que lleve puesto. Quien sabe…», Jerry sonrió, «quizás este abogado sea bien parecido y lo suficientemente joven para… Espera. Indicios de calvicie, bajo y con un traje de tres piezas… Bueno, quizás no». Jerry suspiró cuando notó que la puerta del copiloto se abría también. ¿Dos abogados? ¿Quién era la mujer con el pequeño traje de negocios? Los ojos de Jerry se enfocaron en la pareja y al ver sus atuendos le fue imposible recordar cuándo fue la última vez que había usado un traje. —Jerry —dijo Kevin al acercarse y le extendió la mano—. Kevin Boyd. 1 Yidis: Idioma oriental judeoalemán, hablado por las comunidades judías del centro de Europa. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 17 —Kevin. —Jerry asintió y enfocó su mirada en la mujer—. Jerry McKenzie. —Sara Kaczmerovic —se presentó la mujer—, pero puede llamarme Sara. Vengo del departamento de Niñez y Familia. —Bueno —rio Jerry—, no tengo ningún niño, así que… ¿En qué puedo ayudarles? —¿Sería posible que nos sentáramos mientras discutimos esto? —Kevin miró a su alrededor y a Jerry le pareció demasiado nervioso. —¿Discutir qué? Kevin se dio cuenta de que Jerry no sería muy fácil de tratar, suspiró y comenzó su explicación. —Lamento informarle de que su prima, Pamela, murió en un accidente automovilístico en el sur de Francia. Jerry se encogió de hombros. —Bueno, al parecer ella y su esposo… —A quienes no he visto desde que se casaron hace casi unos veinte años… —Jerry hizo una pausa y suspiró—. Escuchen Kevin y Sara, no soy una frágil colegiala y no he visto ni hablado con Pamela o Serge en veinte años. —Jerry dejó que los abogados absorbieran sus palabras—. Solo, digan lo que sea. —Tuvieron un hijo, Sr… Jerry —dijo Sara, casi en un susurro—, y su último deseo fue que si algo les llegaba a ocurrir a ellos, entonces usted… —Lo siento, no estoy interesado. —¿Disculpe? —Sara pareció sorprendida. —Encuentren otro lugar para él. —Jerry movió sus brazos como si fuera a darles un abrazo, pero comenzó a empujarlos hacia el sedán—. Si somos parientes, tiene suficiente dinero, ¿no? —Jerry vio que Kevin asintió de forma casi imperceptible—, y no creo ser su último pariente con vida. Quiero decir, tiene que haber alguien más allá fuera, ¿no es cierto? Alguien que de verdad lo quiera. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 18 —Jerry. —Sara se detuvo y lo volvió a mirar con enojo—. No hay nadie más. No hay más familia. —Se cruzó de brazos y esperó, pero la expresión de Jerry no cambió—. Si usted no lo quiere, se quedará en un orfanato hasta que cumpla los dieciocho años. —Claro. —Jerry rio y metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros—. Déjeme adivinar, lo han sacado de un lujoso internado en Suiza para llevarlo a un orfanato. —Jerry sacudió la cabeza y se giró en dirección a la casa—.Intente ese truco con alguien más, señora. Yo no me lo creo. —¡Señor McKenzie, por favor! —La voz de Kevin se rompió mientras caminaba en su dirección. —Escuche, señor Boyd. —Jerry cruzó los brazos sobre su amplio pecho pero no se movió del pórtico—. Ese chico tiene dinero, como yo. Envíenlo de vuelta al internado, pónganme como su número de emergencias o como se llame ahora y déjenlo vivir como está acostumbrado. —No es tan simple, señor McKenzie. —¿Y por qué no? —Además del dinero en su fideicomiso, el cual no puede tocar hasta que cumpla veinticinco años, sus padres estaban muy endeudados. —Kevin pasó sus manos por sus ojos. —¿Endeudados? —Jerry no se lo esperaba algo así. ¿Cómo era posible que Pamela se hubiera endeudado? Sus padres habían sido mucho más ricos que los de Jerry. —Al parecer Pamela invirtió mucho dinero en las “ideas” de su esposo. —Jerry quiso reír cuando Kevin dibujó comillas con sus dedos—. Y… —Ya veo… —Jerry miró a Kevin y a Sara y fue en esos momentos cuando se dio cuenta que había alguien en el asiento trasero del sedán. Jerry apenas podía ver la pequeña gorra de beisbol, tenía una hoja de arce roja que parecía moverse de arriba abajo y de lado a lado. El chico… Lo habían traído con ellos—. Ustedes malditos pedazos de… BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 19 —Señor McKenzie, por favor —dijo Kevin. —Podrían haberme dicho antes que el niño estaba sentado en la parte trasera del maldito coche —susurró Jerry mientras caminaba en dirección a los dos trabajadores—. ¿Qué pasa si me ha oído? —Creo que entonces usted le caerá un poco mal. —Sara sonrió—. Quién sabe, Jerry. Quizás así le sea más fácil decidir si quiere enviarle a un orfanato. —No quise… —Jerry no sabía qué decir, así que simplemente dejó de hablar. —Por favor. —Kevin fue al frente a la casa mientras Jerry miraba como Sara abría la puerta trasera del sedán. Se quedó inmóvil mientras miraba a Sara ayudar al niño a bajarse del coche. Jerry ni siquiera sabía su nombre, ni estaba seguro de cuál era su apellido. ¿En qué demonios había estado pensando su prima? Jerry siguió a Kevin a la puerta de la casa y esperó a que el artista la abriera, la mano de Jerry tembló mientras sostenía el pomo. Observó al pequeño ir a la parte trasera del auto y cómo Sara le ayudaba a levantar dos pequeñas maletas. Todo lo que ese niño tenía estaba en esas dos maletas. Jerry sintió que el pecho se le encogía. ¿Me habrá oído? Kevin tocó los bíceps de Jerry y esperó. Jerry no podía retirar la mirada del pequeño niño. —¿Cuántos años tiene? —Jerry miró al pequeño ajustarse la camiseta, una gran, no, enorme camiseta blanca con una gigantesca hoja de arce en el frente que combinaba con su gorra de beisbol. «Sin familia, sin hogar, yo definitivamente no lo quiero y lo han forzado a vestirse como un turista». Jerry sintió el deseo de darse la vuelta para mirar a uno de los dos abogados que habían traído al niño y preguntar: «¿Es que no pudieron encontrarle ropa con una frase malcriada o del tour de una banda de rock?». —Diez. «Es demasiado pequeño para tener diez años», pensó Jerry, pero no lo dijo. —¿Cómo se llama? BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 20 —William Baldwin Pruit III. —¿Tercero? Pensé que su padre se llamaba Serge. —Jerry se volvió para mirar a Kevin por un momento antes de enfocar su mirada nuevamente en William —. ¿Por qué lo llamaron así? —¿Por ostentosos? —Kevin se encogió de hombros y le sonrió. Se acercó y añadió—: El verdadero nombre de Serge era Malcolm Titford. Jerry se carcajeó y volvió a mirar a Kevin. —Pobre chico, por lo menos se salvó de esa. —Girándose, con los brazos sobre el pecho, estudió la escena frente a él—. Jamás me agradó Serge. —Sacudió la cabeza y miró de nuevo a Kevin. Deseaba que el abogado dejara de mirarlo así y preguntó—: ¿Cómo demonios murió y dejó a su hijo sin nada? —No lo hizo, Jerry. William podría tenerlo a usted. Por favor... —Kevin repitió suavemente y señaló a la puerta. Jerry le permitió entrar a la casa, y fue rápidamente a la ventana para poder continuar observando al niño. Sara lo llevaba al pórtico para que dejara sus maletas. William levantó la mirada brevemente y la enfocó en él, en Jerry. Jerry sonrió, o trató de hacerlo y William volvió a mirar para otro lado. Sara y William caminaron hacia el granero. «No entren en mi estudio», quiso decir Jerry, pero no lo hizo. Continuó mirando mientras Kevin le ofrecía explicaciones y súplicas. Sara y William no entraron al granero, simplemente se recostaron sobre el vallado del corral y comenzaron a hacer ruidos para atraer la atención de los caballos. —Puedo entender… —Kevin se detuvo para comenzar de nuevo—. No, lo siento, no sé cómo se siente ahora, pero créame Jerry, intentamos buscar un… —¿Lugar mejor? —Iba a decir “más conveniente” pero no tenemos otra opción. —Kevin caminó unos cuantos pasos y se paró al lado de Jerry—. No BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 21 tiene abuelos, ni tíos, ni tías y con tu dinero… —Jerry sabía significado de lo que no llegó a decir, pero no reaccionó. —No tendría ningún problema, ¿cierto? —Algo así. —Kevin señaló a uno de los sofás—. ¿Podemos sentarnos un minuto? Jerry se sentó sin decir ni ofrecer nada. —De hecho, me salí del protocolo y convencí a Sara para que me ayudara a romper un poco las reglas. Jerry levantó una ceja. —Si tan solo pudiera quedarse con él, aunque solo fuera unas cuantas semanas... —Kevin frotó sus manos. Jerry se preguntó porque Kevin parecía estar más molesto que él—. He pasado algo de tiempo con el pequeño y es… maravilloso. Creativo, gracioso… y está muy, muy confundido. —Kevin. —Jerry rió sin que le pareciera gracioso—. Todo lo que sé de los niños podría caber en la cabeza de un alfiler y aun quedaría suficiente espacio para pintar la capilla Sixtina. —Sara le ayudará con las dos cosas, lo prometo. —El abogado acercó su silla y sonrió—. El chico necesita un hogar Jerry y me temo que usted es todo lo que tiene. —¿Y si no funciona? —Jerry colocó sus dedos apretando su nariz—. ¿No empeorará… las cosas…? —¿Cómo podrían ir a peor? —Kevin rió y se detuvo—. Lo único que dijo de sus padres es que no lo querían, nunca estaban cerca y que no había hablado con ellos en los últimos tres meses — Se aclaró la garganta—. Cuando le dije que tenías caballos aquí, sus ojos se iluminaron. Se emocionó y se preguntó si le dejarías montarlos. —Rió de nuevo. Tenía una risa tan contagiosa que hizo que Jerry sonriera también—. Incluso me dijo que limpiaría los establos y los arreos… lo que sea que eso signifique. —Significa que sabe más de caballos que usted. —Jerry se masajeó el cuello con una mano—. ¿Se supone que lo que me ha dicho tiene que hacerme sentir mejor? —Los brazos de Jerry BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 22 volvieron a cruzar su pecho mientras enfocaba su mirada en el abogado. —Supongo que no —dijo Kevin apoyando la espalda en el respaldo de la silla—, pero no puede hacerte sentir peor, ¿o sí? Quiero decir, si todo falla siempre podemos enviarlo de vuelta al internado en Suiza. Sé que quería quedarse allí. —¿Qué? Kevin asintió, no se molestó en repetirlo. —Bueno, es solo que… —Jerry no quiso continuar con ese pensamiento—. Yo odiaba aquel lugar y todo lo relacionado con él. Contaba los días para irme de allí. —Jerry estudió el rostro del abogado un momento—. Recuerdo cómo me sentía cuando tenía que pasar las vacaciones allí porque mis padres estaban demasiado ocupados para pasar tiempo conmigo. No sería bueno enviarlo de vuelta allí, sin familia. —Jerry miró al pequeño niño—. Mierda. — Suspiró—. El chico no tiene a nadie más que a mí. —Jerry sacudió la cabeza—. Pobre bastardo. —Con un suspiro de resignación, se mordió el labio inferior y se volvió para mirar al abogado—. Muy bien,supongo. No puedo echar a un niño de diez años, especialmente si soy el único familiar que tiene. —Sonrió al ver como los labios del abogado se curvaban—. Pero algo me dice que ya sabía que yo no sería tan desgraciado, ¿eh? —En realidad no, no lo supe hasta ahora. —Kevin se levantó y extendió su mano—. Pero es bueno saber que por lo menos está dispuesto a intentarlo. —Kevin soltó la mano de Jerry—. ¿Estás dispuesto, no Jerry? ¿Estaría bien si él se queda…? No, mejor dicho, ¿podrías ser la familia de William? —Sí. —Jerry suspiró, volvió a mirar por la ventana otra vez. William (¿o Sara?) habían logrado que Biscuit y King se acercaran a donde estaban. Biscuit parecía contento de estar ahí, lamiendo la pequeña mano de William—. Estoy dispuesto a intentarlo, pero no puedo prometer nada. —Es comprensible, Jerry —dijo Kevin mientras se dirigía a la puerta—, completamente comprensible. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 23 —Soy gay. —Jerry no supo por qué lo dijo así, pero supuso que era mejor si lo sabían ahora y no después—. Solo para que lo sepan. —Jerry siguió a Kevin hasta la puerta—. Si eso es un problema, mejor lléveselo directamente con usted. —Hemos… o debería decir, Sara ha hecho una investigación exhaustiva de usted Jerry y no encontró nada que le preocupara. — Kevin le ofreció la mano una vez más—. Tiene todo lo que el niño necesita, Jerry. Lo sé. —¿Tiene hijos Kevin? Kevin frunció el ceño ante el cambio de tema, pero simplemente sonrió. —Dos niñas. —Entonces quizás pueda decirme que es lo que un crío necesita. —Alguien con dos orejas, un corazón y dos brazos para abrazar. —Kevin abrió la puerta. —Supongo que puedo hacer eso. Kevin asintió en dirección al establo. —Ese pequeño necesitará a alguien durante los próximos meses, Jerry. Diablos, quizás los próximos años. —Kevin salió al pórtico y llamó a Sara y William, luego se dio la vuelta para mirar a Jerry—. Pero si necesita algo, lo que sea, hágamelo saber, ¿de acuerdo? Jerry asintió, bajó del pórtico y se puso al lado de Kevin. —Lo tendré en cuenta. —Perdóneme por decir esto, Jerry —dijo Kevin, cubriéndose los ojos por el sol—, pero algo me dice que se necesitan el uno al otro. Jerry ignoró el comentario y miró hacia el establo. Sara y William habían comenzado a dirigirse hacia el coche. Kevin los detuvo, se arrodilló en el suelo y comenzó a conversar con William acerca de los caballos, mientras que Sara le explicó a Jerry cuál sería BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 24 su participación en todo este proceso: habrían revisiones semanales, diarios si encontraba algo que les preocupara, visitas con psicólogos para William y asistencia para Jerry con cosas como la escuela para William, escuela para padres y todo lo que él creyera que necesitaba. —Gracias —Jerry suspiró, aturdido por toda la información—, y lo siento Sara… por lo que pasó al principio. —Pffff. —Sara rió, dándole una palmada en el pecho a Jerry—. ¿Eso fue todo? Algún día le llevaré conmigo al centro de atención a la infancia, y le mostraré como los profesionales intentan herir mis sentimientos. —¿Jerry? —Kevin caminó hacia él—. Me gustaría que conociera a William Baldwin Pruit III. Jerry se arrodilló y le ofreció la mano, era consciente de que posiblemente William no la aceptara. —Mucho gusto en conocerte, William. —Sí, señor. El gusto es mío, señor. —William colocó su pequeña mano en la enorme “zarpa” de Jerry, pero no lo miró a los ojos cuando le respondió y el corazón de Jerry se rompió un poco—. Lamento ser una molestia, señor. Prometo que no le importunaré. Los ojos de Jerry se llenaron de lágrimas y se volvió para mirar a Sara y Kevin. «Mierda, me ha oído». —Oye, escúchame, William. Lamento lo que dije antes… —No se preocupe señor, no tiene que… —De acuerdo, antes que nada, puedes llamarme Jerry y no, no está bien. —Jerry empujó la gorra de la cabeza de William—. Fui un grosero y ese no es el comportamiento de los verdaderos vaqueros. —Jerry le quitó por completo la gorra y acarició con una mano el cabello rubio de William—. Y lo lamento mucho. —Después de un momento, Jerry colocó una mano sobre el hombro de William y preguntó—: ¿Cómo puedo disculparme? ¿Te gustaría que fuéramos a cabalgar esta noche después de cenar? BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 25 —¿En serio? ¡Son enormes! —Jerry notó que los ojos de William eran de un color azul brillante. Cuando Jerry asintió y sonrió, apretando el pequeño hombro, William suspiró—. Gracias, señor, digo, Jerry. —Oiga, —interrumpió Sara—, ¿qué le parece si me llevo a William a buscar el lugar donde se quedará? Jerry se levantó y señaló a la puerta. —Hay dos habitaciones de huéspedes en la planta superior, en el lado izquierdo, escoja la que guste. —Luego añadió mirando a William—: podemos ir a comprar muebles mañana, si no te gustan los que hay. Cuando se alejaron, Jerry volvió a mirar a Kevin. —Yo y mi enorme bocaza —murmuró. —Lo sé, Jerry, pero no te hará bien culparte por eso. —Kevin sonrió—. Créeme, cometerás errores y si mi esposa tiene razón, serán unos veinte o treinta al día. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 26 Capítulo 3 DAVID miró la escena pastoral fuera de la ventana de su clase, la vista siempre le había ayudado a relajarse y a sentirse sereno, pero hoy no. Sin importar a donde mirara, podía ver el trasero de Sampson mientras follaba a ese diminuto rubio, podía escuchar su risa cuando se había vuelto a mirar a David parado en el umbral de la puerta, con las bolsas de la compra en las manos, llenas de artículos para Sampson. «Ven y pruébalo, cielo, no te imaginas lo estrecho que es», había dicho. Y luego había continuado follando al diminuto rubio de veintitantos años, como si David no estuviera allí, con el sudor cayendo por su espalda mientras gruñía y embestía y el diminuto rubio gritaba el nombre de Sampson una y otra vez. «En mis sábanas, en mi cama», fue todo lo que David pudo pensar. No era la cama de Samspon, claro, él vivía ahí, pero todo era de David. «¡Fuera!», había gritado finalmente a los dos hombres antes de que pudieran terminar. «Oye David, ¡esta también es mi casa!». David no pudo explicar la razón, pero eso le dio tanta risa que hasta lágrimas brotaron de sus ojos. En aquel momento no pudo discernir si eran lágrimas de risa o tristeza. «¿Desde cuándo? Probablemente lo único que has pagado en este año ha sido por ese chico de dieciséis años que te estás follando». El diminuto rubio habló entonces, explicando que ya tenía veintiuno, pero se negó a probarlo cuando David lo retó a que le mostrara su carné de conducir. «¡Fuera!» había gritado David a todo pulmón, escupiendo saliva antes de poder detenerse. Sin esperar, recogió la ropa del suelo y se BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 27 dirigió al balcón mientras los dos hombres terminaban, Sampson le aseguró al diminuto rubio que todo estaba bien. Incluso cuando David sacó el resto de la ropa de Sampson –ropa que le había comprado él– fuera del armario, Sampson y su pequeño rubio permanecieron en la cama respirando fuertemente. «¿Qué coño, cariño?». Sampson, finalmente coherente o lo más coherente que podía estar, corrió al balcón. El apartamento de David estaba en el piso veinticinco y su ropa cayó en la carretera donde los coches la habían esparcido. David cogió un cuchillo de carnicero y amenazó con llamar a la policía y denunciar un allanamiento de morada. Dijo que les daría cinco minutos y con el teléfono en la mano marcó los tres dígitos lentamente. Una sonrisa amarga se escapó de sus labios mientras se sentaba en la silla y se acercaba a su escritorio. Sampson y su diminuto rubio habían salido huyendo tan rápido de su apartamento que no habían tenido tiempo ni tiempo de cubrirse. Sampson amenazó con llamar a un abogado sisus pertenencias se estropeaban. «Hazlo, imbécil», le había respondió David. «Solo recuerda que no tienes ni un orinal donde cagar mucho menos dinero para pagar un abogado. Y que sepas que no reciben sexo a cambio de pago, ¡hijo de puta!». David ni siquiera se molestó en asomarse por el balcón para mirarlos vestirse en la calle, aunque el deseo de ir por su cámara lo tentó durante casi cinco minutos. Ahora su apartamento estaba en venta y David ya se había mudado a un pequeño apartamento de dos habitaciones que le quedaba más cerca de la escuela. —¡¿Qué tal?! —David dio un brinco al escuchar aquellas palabras. Todavía estaba distraído por la pesadilla de su vida al lado de Sampson. Miró hacia atrás y vio a Lenore, la consejera de la escuela. —¿Qué tal? —David trató de parecer animado, pero falló. David y Lenore tenían una relación en la que se gastaban bromas y se molestaban mutuamente con la intención de que cada uno de ellos fuera más cortante en sus respuestas y mejorara su repertorio. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 28 —¡Se te ve como un pedazo de mierda, osito! —¡Gracias querida! —David dudaba que el comentario de Lenore fuera un insulto o fuera parte de sus bromas habituales—. ¿Qué haces aquí? —Nuevo estudiante, leo su expediente, ¿y tú? —Cuando David no respondió, Lenore continuó hablando—. ¿No deberías estar en casa con tu nuevo amor? —Ha pasado casi un año, pero no. Ahora es un ex amor. —Oh, cariñito, lo siento. David rechazó en sentimiento con un movimiento de su mano. —Supongo que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ¿no? —Bueno, espero que te refieras a Sammy. —Lenore insistía en llamarle así, a pesar de que sabía que Sampson lo detestaba. A su amiga jamás le había agradado su pareja. «Un desgraciado», le había explicado una y otra vez, «¡y un cazafortunas!» —No sé a quién me refiero, Lenore. —Ella jamás había entendido porque David parecía creer que esa había sido su última oportunidad para encontrar el amor. Tenía cuarenta años, era soltero, financieramente estable y todavía estaba solo. Sus padres lo habían desheredado hacía unos quince años, cuando salió del armario, y sus hermanas lo habían rechazado o como Lenore decía «habían obedecido al dueño de la billetera». David entendía porque sus hermanas lo habían hecho. Siguieron el deseo de sus padres y lo apartaron de sus vidas. Si no hubiera tenido veintiuno y su fideicomiso, probablemente nunca hubiera dicho nada. De hecho, había aprendido a permanecer en silencio. Todo el mundo podía prostituirse por el precio adecuado. Sampson era un ejemplo más de lo que se estaba convirtiendo una línea de acontecimientos iguales sin fin. —Si no se ha dado cuenta de lo bueno que eres, entonces es un retrasado mental. —Por hábito, David se volvió para mirar la puerta abierta, consciente de los oídos de los jóvenes alumnos en los BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 29 pasillos—. Relájate David, todavía estamos en vacaciones de primavera. No hay niños. —Nunca me acostumbraré a escucharte hablar de esa manera. —David rió y se acercó a abrazar a Lenore—. Quiero decir, ¿cómo es que una ex monja desarrolló el vocabulario de un camionero? —Asumes que no tenía el vocabulario desde un principio. — Lenore le dio una palmada en el trasero de David. —Oh Dios, casi puedo escucharte. —La risa de David inundó el salón—. Bendígame padre, porque la he vuelto a cagar y pequé otra maldita vez, ¡mierda!. Lenore se rió con él. —¡Debiste escuchar mis “Ave María”! —¿Qué eso no es un billete directo al infierno? —David todavía reía, lágrimas caían por sus mejillas al imaginarse a esta mujer con el hábito, arrodillada y tratando de no maldecir en la misa del domingo. —Por favor —dijo Lenore—. Si eso fuera suficiente para enviarme al infierno, estoy condenada desde antes de cumplir los diez. David rió y abrazó a Lenore otra vez, su risa se disolvió y convirtió en llanto. —¿Qué pasó, David? —Lenore le acarició la espalda y trató de consolarlo. Ella era una mujer de más de un metro ochenta, lo que hacía que el abrazo fuera cómodo para los dos—. Estabas tan feliz. —Probablemente fuese eso. —David rió tristemente—. Estaba demasiado feliz. —Se sentó en el borde del escritorio. Se sentía exhausto—. No sé qué es lo que he hecho, pero definitivamente estoy en la lista negra de Dios. —¡Mentira, cielito! Esto no tiene nada que ver con Dios, ni con tu familia ni nada. —¿Entonces por qué? ¿Por qué no me di cuenta, otra vez? BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 30 —Porque era un buen mentiroso, una moneda de doble cara hormonal, sin moral, cazador de fortunas y sin cojones. —Lenore se acercó y acarició la mejilla de David—. Esas son las razones. — Lenore lo abrazó con más fuerza y susurró—. Eres demasiado bueno para hombres como él, David, demasiado bueno. —Sí. —David gimió antes de alejarse—, pero no soy lo suficientemente bueno para los otros. —Bueno. —Lenore rió—. Si esto se va a convertir en un momento de “pobrecito yo que estoy deprimido”, mejor me voy. —Gracias, Lenore. —David sonrió y se sentó en su silla—. ¿Qué querías por cierto? —Nada. Vi que tenías la luz encendida y me pregunté qué te pasaba. —Lenore levantó el expediente del escritorio—. Pero ya que estoy aquí, te adelantaré la información del nuevo estudiante. —¿Nuevo estudiante? ¿En abril? —Es un caso especial y muy triste. —Genial, entonces quizás él y yo podamos formar un club. —William Baldwin Pruit III, nació en Toronto, tiene diez años y los últimos cinco los ha pasado en un internado. Sus padres fallecieron recientemente. No tiene familia cercana a excepción de un primo en segundo grado que vive en un rancho a las afueras del pueblo. —¿Internado? —Los ojos de David se entrecerraron—. ¿Por qué no terminó el año…? Lenore movió su pulgar e índice en la seña universal del dinero. —Aparentemente los padres se habían gastado casi todo el dinero de la esposa en malas inversiones y cosas por el estilo, y no pudieron terminar de pagar el año escolar. —Lenore inclinó la cabeza hacia un lado—. Triste, ¿no es cierto? —Vale, ya lo pillo. —David cogió el expediente—. Dejaré de quejarme. —No me refería a eso. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 31 David leyó el expediente. ¿Jerry McKenzie? ¿Por qué el nombre le resultaba tan familiar? Rancho a las afueras del pueblo… —¿Debería hacerles una visita? ¿O crees que debería dejarlos en paz hasta el lunes? —Bueno, es complicado. —David levantó la ceja, esperando a que continuara hablando—. Al parecer Jerry no lo quiere. —¿No lo quiere? Pero si no tiene más familia… ¿Qué le pasará si…? —David hizo un gesto de dolor cuando Lenore levantó los hombros, sabía que no le tenía que responder—. Un orfanato. — David cerró el expediente y se lo entregó—. ¡Hijo de perra! —Hazme un favor… Azótame la próxima vez que digas eso. —No lo haría aunque tuvieras pene. Iré a verlo. —David cogió sus llaves, la billetera y se tocó el bolsillo trasero, donde solía guardar su móvil, pero no estaba—. Dame el número que está en el expediente. —David se giró, tomó un marcador y se acercó a la pizarra—. Dime. Lenore le dijo el número de teléfono que había en el expediente y se levantó para marcharse del aula. —No vayas a empeorar las cosas, David. —Lenore lo estudió por un minuto—. Avísame si quieres que te acompañe. —Por favor —dijo David, aún buscando su móvil—. ¿Cómo podría empeorar las cosas? —Al encontrar su teléfono comenzó a marcar y observó que Lenore tenía una sonrisa mientras salía. «Desgraciada, me ha tendido una trampa para que lo haga yo». —McKenzie. —¿Señor McKenzie? Hola, señor. Mi nombre es David Loewenberger. Por favor llámeme David. Ha registrado a William en mi clase y comenzará aquí el lunes. —La gran cantidad de años de experiencia de David le ayudaron a expresarse claray brevemente antes de que cualquier interrupción pudiera detenerlo. —Muy bien, David. ¿Qué puedo hacer por usted? William no se ha metido ya en problemas, ¿verdad? BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 32 —No, señor, claro que no… —Jerry, por favor. —Jerry, intento visitar todas las casas de mis estudiantes antes de que el año escolar empiece, para conocerlos a ellos y a sus padres o guardianes —explicó David. Le gustaba la voz de Jerry. Hacía que los dedos de los pies le cosquillearan, era ronca y sexy. Como el sonido de un tambor relajante para los tímpanos—. Entiendo que William no estará con nosotros por mucho tiempo, pero… —Estará con nosotros lo suficiente para terminar el año escolar. —Me disculpo si dije algo que lo ofendió, señor, esto… Jerry, pero esperaba poder visitarlo, solo para… —¿Cuándo le gustaría hacer esta visita? «Controle su actitud, inepto», pensó David. —Hoy, si fuera posible. —Claro. ¿Podría venir aquí antes de las cinco? —Jerry parecía molesto—. Tengo que tener la cena lista y terminar otras cosas aquí antes que… David revisó su reloj, faltaba una hora para las cinco. Se le ocurrió una idea, una que había funcionado con otros padres que no querían discutir cosas de seriedad durante la cena. —Estaría más que dispuesto a comprar algo de camino. Quizás podría pasar un rato con William mientras usted termina sus cosas. A menos claro que a su esposa… —No tengo de eso. —David escuchó una conversación distorsionada mientras esperaba—. No quiero causarle molestias ni nada, lo digo porque sé lo poco que ganan los maestros y todo eso, pero si quiere traer alguna cosa, podríamos hacer una barbacoa o algo así. —Claro que sí, y no se preocupe por el dinero. —David sonrió —. Lo veré en una hora. —¿Tiene la dirección? BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 33 —Sí, está en el expediente. Gracias nuevamente señor, eh, Jerry. Lo siento, Jerry una cosa más… ¿habla francés? —No desde que estuve en el internado hace unos treinta años, ¿por qué? —Solo sentí curiosidad, eso es todo. William está inscrito en mi curso de inmersión al francés. —Ya nos las apañaremos. Lo veo a las cinco. La comunicación se cortó y David colgó el teléfono mientras corría hacia la puerta. —¡Lenore! —David esperaba poder alcanzarla—. Lenore, yo… —David se topó con una mano cuando salió por la puerta… la mano de Lenore sosteniendo una nota con la dirección escrita en ella—. Me utilizaste, ¿verdad? —¿Quieres ver una foto? —Lenore se dio aire con el expediente. —Muy bien, ahora estoy seguro que sí irás al infierno, Lenore. Solo tiene diez años… Lenore lo golpeó con el expediente. David hizo un gesto de dolor. —No de niño, imbécil. Del hombre, el primo, ¿McKenzie? —Por favor. —David introdujo la nota en su bolsillo trasero—. ¡Conozco tu gusto en hombres! Además, lo último que deseo ahora es más drama. —David se dirigió hacia su automóvil—. Además dijo que estuvo en un internado hace más de treinta años. Probablemente sea bajo, calvo y con una enorme barriga. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 34 Capítulo 4 EL RANCHO parecía un mar de césped verde con una casa en el centro y dos graneros localizados en la parte de atrás. No estaba muy lejos del pueblo, pero aún así David se preguntó que se sentiría al vivir en un lugar tan lejos de la civilización, si valdría la pena dejar la ciudad para encontrar un poco de paz, lejos de todos. «O al menos de hombres como Sampson», pensó mientras aparcaba detrás de un pico verde y paraba su coche. Sacó las llaves del contacto y observó a un enorme y fornido hombre salir al pórtico, secándose las manos con una toalla. David bajó las bolsas del asiento del copiloto y se dirigió al hombre, que seguramente fuera Jerry. —¿David? —El hombre le extendió su enorme mano con hermosos dedos. David no pudo quitarle la mirada de encima. Las manos de Sampson siempre se sintieron torpes y extrañas en su cuerpo, pero estas probablemente no lo harían. David estaba más que dispuesto a apostar por eso. —¿Jerry? —respondió David —. Gracias por recibirme con tan poco tiempo de antelación. —David levantó las bolsas y notó cómo los bíceps de Jerry se movían debajo de su ajustada camiseta para tomarlas—. He traído pollo, filetes con pimienta y verduras frescas… El maíz todavía trae la cáscara. —David rió nerviosamente. «Definitivamente no es bajo ni gordo y el cabello con canas solo resalta su atractivo sexual. ¡Y esas manos!» David se preguntó a qué se dedicaba Jerry… ¿era granjero, carpintero…? —Te gustan las mismas cosas de comer que a mí. —Jerry se hizo a un lado e invitó a David a pasar, hablándole con más BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 35 familiaridad—. ¿Cuánto te debo? —Jerry buscó el recibo pero no pudo encontrarlo. David sabía que no lo encontraría ya que lo tenía en alguno de sus bolsillos traseros. —Nada. Yo invito. —No puedo permitir que… —Por favor, el dinero no me preocupa. Además, el maíz lo traje de mi frigorífico. —David asintió y miró por la casa, el techo era estilo catedral, una chimenea central y muebles contemporáneos… todo era de cuero a excepción de los cristales de las mesas que parecían estar por doquier, no era su estilo, pero no se veían mal. —¿Qué clase de salario reciben los maestros ahora? —Jerry rió mientras guiaba a David a la cocina. —Familia adinerada. —David se encogió de hombros. —¿Y eres maestro? David había escuchado esa pregunta un millón de veces, y se prometió a sí mismo por enésima vez que dejaría de decirle a la gente que su familia era millonaria. —Es por mi deseo de cambiar el mundo enseñando a niño a la vez, y todo eso. —David se encogió de hombros esperando a que su nerviosismo no se notara. —Mmm. —Jerry comenzó a dirigirse hacia la cocina, la mirada de David se enfocó en las largas piernas del hombre y en su bello trasero. David tragó fuertemente. «Recuerda lo que te hizo Sampson. Recuerda lo que tus cuatro “relaciones” pasadas te hicieron». —Tienes una casa muy bonita, Jerry. Es simplemente magnifica. —David continuó mirando los altos muros y el techo—. ¿Tuviste que remodelarla o la mandaste a construir? —Todo lo que pude lo hice yo mismo. —Jerry vació las bolsas en la encimera y se dio la vuelta—. Por supuesto que tuve que contratar a un electricista y a un plomero, pero… BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 36 —Es… —David no pudo encontrar palabras. —¿Quieres algo de beber? —Por favor, si tuvieras agua embotellada. Gracias. —Tomó la botella de la mano de Jerry y se centró en el cuadro que estaba colgando sobre la chimenea—. Jerry McKenzie… —David comenzó a pensar rápidamente para hacer la conexión —¿No puedes ser el Jerry McKenzie que pintó un tríptico titulado “Becoming Morning”? Jerry se dio la vuelta y estudió el rostro de David. Estaba sonrojado, y este sintió algo al pensar si era así como se veía el maestro cuando se corría. —Ese soy yo, ¿pero cómo conoces esa pieza? Quiero decir, la pinté hace casi… —Veintitrés años. Mi padre la compró para su oficina. —David sorbió de su agua fría, deseando que sus orejas y mejillas dejaran de arderle—. Cuando salía de la universidad del pueblo y cruzaba la calle para llegar a su oficina, me sentaba y estudiar esa pintura durante horas mientras esperaba para irnos juntos a casa. —David rió nerviosamente—. Nunca hacía mis tareas, no podía alejar mis ojos de los colores. —Mierda —dijo Jerry y luego se detuvo—. Disculpa, David. Debo comenzar a cuidar mi vocabulario ahora, supongo. —Está bien, estoy seguro que William ha escuchado palabras peores. —La pinté cuando tenía unos… bueno, debía tener unos veintitantos. —Jerry sorbió de su cerveza y le sonrió—. ¿Cuál dijiste que era tu apellido? —Eh, Loewenberger, pero… —No me suena conocido. —Jerry invitó a David a sentarse en la enorme mesade la cocina. —No, claro que no. —David se sonrojó otra vez. ¿Cómo podría explicar esto sin tener que confesar toda su historia familiar?—. El apellido de mi padre es Van den Boesch. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 37 —¿Van den Boesch? —Jerry le dio una palmada a la mesa sorprendiendo a David, que brincó un poco—. Jóder, aquella fue la primera pieza que vendí en mi vida. —Mi padre estaba, y está, muy encariñado con esa pieza. — David picó con su uña la superficie de la mesa—. Siempre me dijo: «Escúchame bien, oirás ese nombre mucho». —David se sonrojó cuando imitó el timbre de voz de su padre. Siempre había hecho temblar a sus hermanas con sus excelentes imitaciones. Jerry finalmente pensó, «qué diablos, si no quería que le preguntara no debió haberlo mencionado». —Entonces, ¿Loewenberger? —Es el apellido de soltera de mi abuela. —David notó que las cejas de Jerry se juntaron en el centro de su frente, y suspiró—. Mi familia y yo no estamos muy unidos y cuando les dije lo que soy… decidí cambiar mi apellido, era más fácil para todos los involucrados. —Se encogió de hombros—. Es estúpido, ahora que lo pienso. Jerry sonrió y decidió no presionar. —Entonces… —dijo frotándose las manos—, ¿quieres conocer al pequeño fardeu? David no sabía si eso era literal o figurativo, pero le pareció de mal gusto llamar a William una carga, especialmente si Jerry pensaba en abandonarlo en orfanatos. Ocultó su resentimiento y sonrió. —Es por lo que vine. —Ahora vuelvo. —Jerry flexionó los músculos de su espalda mientras se levantaba de la mesa. «¿Por qué siempre me siento atraído hacia los idiotas? Al menos», pensó, «este se ha comportado como un patán desde la primera palabra, no como los otros.» —¿William? —Jerry regresó a la cocina con un pequeño niño al lado. La cabeza del pequeño apenas si le llegaba al ombligo a su guardián. La mano de Jerry estaba acariciando la cabellera rubia del BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 38 niño más bello que David había visto nunca. El niño tenía los ojos azules entristecidos, enfocados en el suelo, sus mejillas estaban rojas, no sabía si era por la timidez o por sueño, y llevaba puesta una enorme camiseta, con una gran hoja de arce—. Él es el señor Loewenberger, tu nuevo profesor. —Encantado de conocerte, William. —David se arrodilló en el suelo y extendió su mano. Cuando William la tomó, David continuó—: Lamento mucho lo que le ocurrió a tus padres. Sin embargo estoy contento de que estés en mi clase. Me siento muy emocionado por ello. —Gracias, señor. —William no levantó la mirada y David sintió unas enormes ganas de llorar. —Puedes llamarme señor Loewenberger si lo deseas, algunos de los otros estudiantes me llaman señor L. —David soltó la mano de William y su corazón se partió en mil pedazos al mirar al pequeño niño—. Significa… —León de montaña. David se volvió a mirar inmediatamente a Jerry. —Así es. ¿Cómo lo supiste…? —David se sentó en su silla, se inclinó hacia adelante enfocando su mirada en William—. William, sprichst du auch Deutsch? —Ja. David volvió a mirar a Jerry otra vez quien se encogió de hombros. —A mí no me mires. Me perdí después de “león de montaña”. —¿Es ist sehr gut, mein Freund, ja? William asintió y levantó la mirada por primera vez. David pudo sentir una sonrisa dibujándose en su rostro. Amaba esos momentos, cuando encontraba algún vínculo especial entre él y un alumno. William necesitaría algo así para sentirse cómodo. David se aseguraría de que el chico tuviera un cambio tranquilo de su vida en el internado a este estilo de vida rural de Alberta. No podía creer lo feliz que esto lo hacía sentir, tener a alguien con quien practicar su BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 39 alemán. Desde que su abuela falleció, hacía unos diez años, David no había tenido a nadie con quien hablarlo. Oma Loewenberger era la madre de su madre, pero su madre siempre rehusó hablar alemán. «Es tan gutural que es asqueroso», se quejaba. David siempre se reía y pensaba: «Al menos suena mejor que tu francés». —¿Alemán también? —La voz de Jerry recapturó la atención de David—. ¿También fuiste al internado en Suiza? —No mi madre nació y creció en Saskatchewan, pero su familia es de ascendencia austriaca. —David sorbió un poco de agua—. Mi oma, eh… abuela, me enseñó alemán. —¿La dueña del apellido que usas? David asintió su mirada seguía enfocada en William. —William, ¿te molestaría si te pidiera que me mostraras tu casa mientras tu… mientras…? —Hemos decidido que me llamará “tío Jerry”. —¿Mientras tú tío Jerry prepara la barbacoa? —¿Le gustan los caballos? —El tono de voz que William usó era suave y frágil. —¿Que sí me gustan? —David aplaudió—. Me encantan. Mi caballo favorito de la granja de mis abuelos se llamaba “King” y yo… —¡Tío Jerry también tiene un caballo que se llama King!— William tomó de la mano a David y tiró de él en dirección al establo. David dibujó con sus labios la palabra “perdona” a Jerry y dejó que lo arrastraran. Jerry sonrió y los siguió a la puerta, observando lo emocionado que estaba William, tirando de David hacia las caballerizas. Las diminutas piernas del niño se movían a mil millas por minuto para alcanzar los caballos y mostrárselos a su nuevo maestro. «Maestro», Jerry se carcajeó internamente. «Si hubieran tenido profesores así cuando yo estuve en el internado, probablemente no BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 40 hubiese querido escapar de allí todo el tiempo». Jerry se dirigió a la cocina a terminar de preparar la cena. Su mente se mantuvo ocupada pensando en lo ocurrido en los últimos veinte minutos. David era alto, de cabello oscuro, hermoso trasero y bueno con los niños. «Bueno», Jerry se advirtió a sí mismo, «si no funciona, al menos puede hacerle compañía al chico». Jerry se regañó al pensar en David solo como un niñero. «¿Qué diablos me pasa?» Jerry continuó pensando en ello mientras caminaba hacia la parte de atrás de la casa para comenzar a preparar la barbacoa. «¿Acaso te mataría, Jerry, permitir que el chico se quedara unos cuantos años y luego enviarlo de vuelta al internado? ¿Y te mataría mirar a alguien como David sin pensar si puede tragarse tu pene por completo o si su ano es lo suficientemente ajustado como para hacer que te corras en treinta minutos o menos? Eres un cerdo». Jerry notó que la parrilla ya estaba lista para poner la carne al fuego. «Como Kitty siempre dice, “a la mierda”». Jerry concluyó que algunos hábitos son difíciles de romper y que ya había comprometido mucho su vida en los últimos días. Jerry regresó a la parte de adelante, después de dejar la parrilla para toparse con un William emocionado, esperándole. —¿Tengo suficiente tiempo para enseñarle al señor Loewenberger mi dormitorio tío Jerry? —William jadeaba y tenía el rostro enrojecido mientras esperaba por una respuesta. —Claro, chico. David se molestó al escuchar el epíteto. «¿Tan difícil es? El nombre de William no es un trabalenguas.» —¿Cuánto tiempo tenemos? —David le sonrió a Jerry, pero no hubo calidez en su sonrisa. «Quizás William esté mejor en un orfanato». Sin embargo, en seguida se sintió asqueado por lo que había pensado y se regañó a sí mismo. —¿Veinte minutos? —Kommen Sie doch mit. —William tiró de la mano de David con un gesto de preocupación. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 41 —Ya voy, William. —David rió—. ¡Mach dich locker, ja! — Mirando a Jerry, David explicó—. Cálmate, voy corriendo. Los pantalones de Jerry se abultaron; eso no era algo que hubiera pensado oír tan pronto de esa boca, y ciertamente no en la cocina. Todavía podía escuchar la voz de Kitty: «¡eres un cerdo!». Jerry se rió consigo mismo y se puso un delantal, ajustando su miembro con la palma de su mano. Podía escuchar las voces en el dormitoriode William, una mezcla de francés, inglés y alemán. Quien hubiera dicho que cuando el niño se emocionaba, no sabía qué idioma elegir. Un pensamiento triste entró en la mente de Jerry y deseó no haber dejado que se le olvidara el francés que había aprendido durante todos esos años en el internado. Pero bueno, el único francés que le interesaba por aquel entonces era el de las chicas locales. Ahora no podía recordar si había follado a cada chica que pudo porque le gustaba o porque no quería pensar que preferiría estar follándose a los chicos. —Señor McK… —Escuchó la voz de David—. Lo siento, quiero decir Jerry. —David apareció en la cocina sin William—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? ¿Quizás pelar el maíz? —¿Dónde está William? «Ya, como si te importara», fue lo primero que pensó David. —Está en su dormitorio, jugando. Le dije que vendría aquí a ayudar. —El maíz ya está en la olla, ¿quieres poner la mesa? —Claro que sí —David se giró sin saber en qué armario debía buscar primero—. Eh… —El que está sobre el fregadero. —Por supuesto, lo siento. —David abrió el armario y sacó tres platos, tres tazones y tres platos pequeños. —Son muy bonitos—. David giró uno de los platos, notando las iníciales en la parte de abajo—. ¿Diseño tuyo? —Sí. —Jerry se alejó de la olla hirviendo—. ¿Tú también haces de esos? BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 42 —No. —David se sonrojó—. Me temo que no tengo ningún tipo de talento artístico. —Cuando Jerry no dijo nada, sintió la necesidad de llenar el silencio—. Suspendí arte en primaria. —Igual que yo —dijo Jerry riendo. Su voz envió escalofríos por el cuerpo de David—. Pero probablemente fue porque me saltaba las clases. —¿En primaria? En vez de responder, Jerry simplemente se encogió de hombros y guiñó el ojo. Aquella mirada envió una onda de calor a la entrepierna de David, despertando deseos que pensó que había enterrado con la venta de garaje improvisada de las cosas de Sampson. Se había prometido a sí mismo que nunca más se sentiría así, pero ahora que tenía a Jerry parado frente a él, con los músculos de sus antebrazos flexionándose, no podía recordar porque se prometió algo así. —Quiero preguntarte algo, Jerry —dijo David—. Bueno, quiero decir, siempre quise preguntarle una cosa al artista de Becoming Morning si alguna vez lo conocía. ¿El objetivo de la pintura era transmitir un sentimiento poderoso de tristeza al observador? —¿Por qué preguntas eso? —Jerry se giró y se aproximó a los fuegos, con los brazos sobre el pecho. —No lo sé, es solo que… Cuando me sentaba ahí y la observaba, siempre me sentí tan triste y solo, como nunca me he sentido… Me daba la sensación de haber perdido algo. —David sintió que se enrojecía al escuchar palabras tan cursis de sus propios labios, pero jamás había sido capaz de explicarlo mejor. —¿Por qué continuabas mirándola entonces? —No podía alejar la mirada. Jerry no se giró, y siguió concentrándose en el maíz. No respondió inmediatamente. —La pinté justo después de que mis padres murieran en un accidente aéreo. David se escuchó a sí mismo inhalar profundamente. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 43 —Oh, por Dios, por favor perdóname Jerry. Lo lamento tanto, no tenía el derecho de… Jerry se giró otra vez y le mostró una sonrisa sincera. —Está bien, David. No lo sabías y fue hace mucho tiempo. — Jerry se acercó al fregadero. Tan solo unas cuantas pulgadas separaban ahora sus cuerpos. David podía sentir el calor irradiando del pecho de Jerry. Cuando levantó la mirada para mirarle a los ojos, Jerry habló otra vez—. Nunca nadie ha… Quiero decir, al menos jamás escuché de alguien que sintiera lo mismo que yo cuando la observan. —Lo lamento, Jerry, por favor… Jerry regresó a la cocina, molesto por las distintas emociones que experimentaba cada vez que miraba a ese hermoso rostro y boca… —¿Y dices que hace veintitrés años de esto? —preguntó Jerry, intentando cambiar de tema—. ¿Y ya estabas en la universidad? — Rió suavemente—. ¿Acaso te dejaron ingresar cuando tenías diez? —Cumpliré cuarenta y dos en octubre. —La voz de David parecía estar a la defensiva—. Llevo enseñando casi veinte años. —No los aparentas. —Jerry le guiñó el ojo, sonriendo cuando notó que David estaba sonrojándose. «¡Coquetea conmigo y William está en la casa!» —Escucha Jerry, creo que eso es muy dulce, pero no creo… —Mach dich locker. —lo imitó Jerry—. Me estoy comportando como un imbécil. Lamento si te ofendí. —Jerry colocó el maíz en cada plato, su mirada se movía entre lo que hacía y David—. Si quisiera verte desnudo, te habría dicho que tienes el culo de un joven de veintitantos. David se dio aire con la mano durante un instante, contemplando si coquetear con Jerry le ayudaría a deshacerse de esos sentimientos de amargura que había dejado su ex. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 44 «¿Qué podría salir mal? Digo, todos lo hacen. ¿Por qué no debería usar esto para recuperarme de mi última relación? ¡El culo de un joven de veintitantos! ¡Bastardo elocuente!» David estaba seguro que en las circunstancias adecuadas, la forma de hablar de Jerry podría hacer que se corriera. «Necesito ayuda seriamente», pensó mientras escuchaba que la puerta del patio se abría y cerraba. «Pero si es que de verdad estoy considerando involucrarme con un sujeto que debe tener incontables amantes». David y Jerry se la pasaron toda la cena diciéndole a William que se calmara. Tragaba comida como si no hubiese comido en un mes. David se preguntaba cómo había sido su vida en Suiza, ¿había probado comida casera con regularidad? Jerry no era malo cocinando, pero David no podía evitar preguntarse qué le pasaría a este frágil y pequeño niño con el que se había encariñado tanto en tan solo unas horas. ¿Qué era lo que tenía este huérfano rubio que le había robado el corazón? ¿Por qué sentía deseos de llorar cada vez que el chico sonreía? Pero más importante aún, ¿cuánto tiempo tendría que invertir para conseguir que las cosas mejoraran para él? —¿William? —dijo David —. Si vas a buscar el recipiente de tapadera azul que está en la encimera, encontrarás una sorpresa. —¿Para mí? —William tenía la boca llena y una mirada de asombro. Rápidamente masticó la comida y miró a su tío pidiéndole permiso para retirarse de la mesa. Una vez lo recibió, William tomó el recipiente azul, pero no pudo abrirlo. Fue Jerry quien le mostró cómo, presionando un pequeño botón, se abría la tapa fácilmente y le entregó el recipiente a William para que lo inspeccionara. Los ojos de William se abrieron de la sorpresa cuando reconoció el postre—. ¿Tarta Sacher? —Pensé en traerte algo que te recordara a Europa. —David sonrió—. ¿Te gusta la tarta Sacher? —Muchísimo. —William se acercó a David y colocó el recipiente sobre la mesa, luego envolvió el cuello del maestro con sus dos pequeños brazos—. Muchas gracias, señor. —No tenías que hacer eso. —dijo Jerry. David levantó la mirada y notó la cara de desconcierto en su rostro. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 45 —Era mi favorito cuando tenía tu edad. —David acarició la espalda de William, se sintió incómodo por el abrazo y le sonrió tímidamente a Jerry—. De hecho, todavía lo es. William regresó a su silla, con cuidado de no mover mucho el pastel. Jerry todavía miraba a David, la expresión de desconcierto había cambiado a una sonrisa. Jerry se levantó de su silla, comenzó a registrar un cajón y regresó a la mesa con un cuchillo para pastel. —¿Nos harías el honor? —Si William me ayuda. —David se movió alrededor de la mesa, colocó el cuchillo en la mano de William y luego colocó gentilmente su mano sobre la del pequeño—. ¿Por qué no le preguntas a tu tío si le gustaría una porción pequeña o grande? William sonrió a su tío. —Tío Jerry, ¿te gustaría una porción pequeñao una grande? —Eh, grande, por favor. —Jerry se dejó caer sobre su asiento, con demasiada fuerza, o eso le pareció. —¿Qué hay de usted señor Loewenberger? David sonrió ante la perfecta pronunciación de su nombre. —Creo que comeré una porción pequeña. De esa forma, os quedará más a tu tío y a ti para después. —¿La has hecho tú? —Jerry habló con la boca llena de tarta de chocolate—. Es increíble. —Tomó otro bocado—. No puedo recordar haber comido algo así cuando estuve en el internado. —Yo tampoco. —El comentario de William hizo que los dos adultos rieran, como si los recuerdos de William del internado fueran tan distantes como los de Jerry. —Frau Zimmerman hat mir immer eine Sachertorte am Geburtstage getan! Jerry volvió a mirar a David para que le tradujera. —La señora Zimmerman siempre le preparaba una tarta de estas para su cumpleaños. —David se encogió de hombros después de ofrecerle la traducción. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 46 —Oye, vaquero. —Jerry miró a William—. Eso fue muy amable de su parte, ja? William rió cuando Jerry le tiró suavemente la oreja. —Ja, siempre fue amable conmigo. —William dejó de masticar. —¿Estás bien, vaquero? William asintió y continuó comiendo, aunque David notó que lo hizo con menos entusiasmo. —No tienes que acabártela si no quieres, William. —David miró a Jerry y movió sus labios dibujando la palabra “disculpa”, pero este simplemente movió su mano diciéndole que no importaba. —La extraño. David miró al pequeño chico frente a él. La tarta no era un simple postre para William, era la conexión con una vida que había dejado para venir a un país distinto y a vivir con un pariente que no era más que un extraño. Pequeño, demasiado para su edad, sensitivo, amable, valiente, vulnerable, confundido, perdido… David sintió ganas de reír ante la ironía de su vida. Aquí estaba un pequeño que lo había abrazado simplemente por una tarta que había preparado cientos de veces y en algún lugar de la ciudad había cuatro hombres a los cuales David les dio todo, incluyendo su corazón y lo único que recibió a cambio fueron traiciones y un corazón roto. —Oye. —Jerry colocó su mano sobre su hombro. —Lo siento, eh, necesito ir al baño un minuto. David siguió a Jerry por el pasillo hasta que señaló una puerta debajo de las escaleras. —¿Fue algo que…? —No. —David rió débilmente—. No es nada. Es solo que estoy pasando por un momento complicado justo ahora, eso es todo. — David se dio la vuelta y entró al baño—. Lo siento, prometo no alterar a William. —Cuando David cerró la puerta del baño, dejó a Jerry en el pasillo con una expresión de confusión en su rostro. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 47 «Santo cielo, Loewenberger, contrólate un poco». David estudió sus ojos rojos en el espejo. Vaya primera impresión que estaba dando. «Hola, seré el profesor de su niño y soy un desastre emocional. ¿Quién querría a su hijo en mi clase?». Se sentó en el retrete un minuto, recordándose a sí mismo que William y Jerry no tenían por qué verse afectados por su terrible vida amorosa. ¿Por qué Sampson no pudo ser el indicado? ¿Por qué tuvo que ser otro patán que lo único que le importaba era el dinero de David? Al menos, David se reconfortó a sí mismo, Sampson no sabía su verdadero apellido, de lo contrario, hubiera aparecido en la casa de sus padres exigiendo algún tipo de compensación. «Pero si sabías eso, ¿por qué permaneciste tanto tiempo a su lado?». David se limpió las lágrimas con un pedazo de papel higiénico. «Porque era mejor que estar solo». David estudió su rostro una última vez, patético y dependiente. Las dos cualidades más buscadas en los miembros de la comunidad gay. David salió del baño para toparse con los dos hombres terminando su tarta en silencio. «¿Acaso Jerry nunca habla con William? No es asunto mío», David se recordó a sí mismo mientras se sentaba. —William y yo íbamos a ver una película esta noche… —dijo Jerry antes de que David pudiera hablar—, y a comer palomitas de maíz… eres bienvenido si quieres quedarte, si no tienes otros planes claro está. —Por favor, señor Loewenberger. —Añadió William. David lo miró a los ojos y supo que si el niño se ponía a llorar, David dejaría a Jerry con un problema más grande en sus manos. —Claro, ¿por qué no? Después de todo es miércoles. —Sintió el deseo de agregar: «y es mejor que regresar a un apartamento vacío». —¿QUÉ película es esta? —La expresión de Jerry no había cambiado en los últimos veinte minutos. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 48 —Los cuatro fantásticos —respondió William sin quitar la mirada de la pantalla. —Tampoco me gusta. —David se acercó a Jerry y susurró. Cuando Jerry sonrió, continuó diciendo—: me gustan más las películas psicológicas y de terror. —Igual que a mí. —Jerry rió y le pasó a David el tazón de palomitas de maíz. Después de la negativa de David diciendo que ya no podría comer más, Jerry tocó a William en la espalda con su enorme pie y le entregó el bol—. Diez minutos más vaquero y luego deberás ir a la cama. —Pero la película todavía no ha terminado. —Seguirá aquí por la mañana. —David le convenció y luego agregó—: Así querrás levantarte por la mañana. —David se encogió de hombros cuando Jerry lo volvió para mirarlo y susurró—: Siempre funcionaba conmigo cuando tenía su edad. David notó que Jerry lo miraba fijamente y se sonrojó. Cuando Jerry finalmente habló, las palabras eran casi inaudibles. —¿Puedo pedirte que te quedes después de…? —Jerry señaló a William con su barbilla. David asintió, no quería expresar sus preocupaciones estando tan cerca de William. Cuando el pequeño estuviera dormido, David quería asegurarse que Jerry supiera todo lo que pensaba. —Muy bien amiguito, es hora de irse a la cama. —Jerry apagó la enorme televisión de pantalla plana y se acercó a David, sosteniendo uno de sus codos—. Hay cerveza en el refrigerador aunque sé que tienes que conducir. ¿Te gustaría que habláramos en el patio? —Cuando David asintió Jerry agregó—: Toma dos cervezas, yo voy en unos quince minutos. —¿Conoces alguna canción de cuna? —William estaba parado frente a David, mientras tiraba con una mano de su pantalón—. El tío Jerry no sabe cantar. —Bueno, yo… no estoy seguro si eso sería apropiado. —David se volvió para mirar a Jerry pidiéndole ayuda. BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 49 —No se lo diré a nadie. —Jerry se encogió de hombros y sonrió pícaramente—. Incluso te acompañaré, para asegurarnos que todo sea decoroso. —Genial. —David suspiró—. Tendré público. Y entonces, después de haber arropado a William, mientras el tío Jerry le acariciaba la pequeña cabellera rubia, David se sentó en los pies de la cama y cantó Teddy Bear’s Picnic. Se sintió como un idiota por hacerlo, William ya tenía diez años y no estaba seguro de recordar todas las palabras. La vergüenza se manifestó como un sudor que recorría todo su cuerpo. ¿Cómo podían los intérpretes cantar cada noche frente a cientos de personas? Para su alivio, William no le pidió un concierto entero y Jerry, probablemente al notar su vergüenza, no se dio la vuelta para mirarle ni una vez. Cuando la respiración de William se profundizó y su cuerpo se relajó sobre el colchón, Jerry se bajó de la cama y guió a David fuera del dormitorio. —Tienes una voz muy hermosa. David no respondió hasta que estaban en el patio, con las cervezas en las manos, e incluso en ese momento no se atrevió a responder el cumplido. —Es tan adorable. No puedo imaginarme lo difícil que debe ser para él acostumbrarse a todo esto. Jerry se dejó caer sobre una de las sillas de madera y suspiró. —Lo he llevado a su primera cita con la psicóloga y lo haré durante el tiempo que dure su estancia aquí, pero ella y Sara, la trabajadora social, parecen muy optimistas. —¿Entonces