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Bueno Saberlo

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Copyright 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Publicado por 
Dreamspinner Press 
5032 Capital Cir. SW 
Ste 2 PMB# 279 
Tallahassee, FL 32305-7886 
http://www.dreamspinnerpress.com/ 
Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la 
imaginación del autor o usados para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o 
muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia. 
Bueno Saberlo 
Copyright © 2009 por D.W. Marchwell 
Traducido por Y.M. García 
Portada: Paul Richmond http://www.paulrichmondstudio.com 
La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o 
reproducirlo por cualquier medio es ilegal y una violación a la ley de Derechos de Autor 
Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente o regalado a otros. Ninguna 
parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la 
editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contacta con Dreamspinner 
Press, 5032 Capital Cir. SW Ste 2 PMB# 279, Tallahassee, FL 32305-7886 , USA 
http://www.dreamspinnerpress.com/ 
Publicado en los Estados Unidos de América 
Primera Edición 
Octubre, 2009 
Edición eBook en Español:978-1-61372-853-6 
http://www.paulrichmondstudio.com/
 
 
Este libro no hubiese sido posible 
de no ser por Elizabeth y Lynn, cuyos esfuerzos 
sobrehumanos y dedicación para cumplir con sus metas 
hicieron posible que mi sueño se volviera realidad. 
Para Kelley, la mejor hermana 
que cualquiera podría desear. 
Para Gwen, gracias por ser mi amiga. 
Para Jerry, su arte inspiró esta historia. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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Capítulo 1 
 
 
WILLIAM BALDWIN PRUIT III miró por la ventana hacia la 
Avenida Secrétan, preguntándose la razón por la cual había sido 
llamado a la oficina del director, ya que en tan solo tres meses 
acabarían las clases. Casi estaban a finales de marzo, ¿qué podría 
haber ocurrido? Su cerebro buscó enérgicamente una respuesta. 
Siempre hacía sus tareas y aunque no le agradaba mucho la señorita 
Schnabel, la profesora de matemáticas, jamás había sido grosero con 
ella. Podía escuchar voces provenientes de la oficina, reconoció el 
acento de un alemán exclamando en francés e intentando mantener 
la conversación con un terrible acento con alguien que hablaba 
inglés. William se tragaba la risa cada vez que escuchaba al 
Monsieur Gamache tratar de hablar inglés. Si uno tomaba en cuenta 
su acento, podía notar que el director jamás había ido a América, ni 
tampoco había pasado mucho tiempo en Inglaterra. No obstante ¿a 
quién pertenecía la otra voz? El acento era poco familiar, ¿un 
americano quizás? ¿O canadiense? La mayoría de compañeros de 
clases de William no eran de origen europeo, provenían de familias 
adineradas de Estados Unidos o Canadá, como en su caso. No podía 
comprender cuál era el problema y trató con mucho esfuerzo de 
escuchar en qué clase de embrollo se había metido esta vez. 
William sabía que no era un mal estudiante, pero siempre 
parecía ser la víctima de un intenso escrutinio por parte del director 
de la escuela y de su psicólogo. «Estamos preocupados», decían una 
y otra vez. William no se metía en problemas, pero estaban 
preocupados por su auto-aislamiento. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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«Parece que no te interesa nada más que los caballos y libros. 
No has hecho muchos amigos a pesar del tiempo que has pasado 
aquí», decían. No era que no lo intentara, pero William era pequeño 
para su edad. Era una de las razones por las que le gustaba estar con 
los caballos, lo hacían sentir grande y maduro. 
Además, los otros estudiantes parecían estar interesados 
únicamente en saltarse el toque de queda y atacar la cocina a 
deshoras. 
«No soy infeliz», argumentaba William sin éxito. Tenía la 
impresión de que los dos hombres mayores creían que era raro y que 
no estaba dispuesto a cooperar. 
Había vivido en el internado la mayor parte de su vida, o al 
menos no recordaba si había estado en otro lugar. La casa que sus 
padres llamaban hogar estaba en Toronto, en Rosedale para ser 
exactos, aunque no podía recordar la última vez que había visto la 
casa o a sus padres. Eran padres fieles cuando se trataba de 
mandarlo a traer para que pasara con ellos una semana en Praga, 
Montpellier, Salamanca, o donde fuera que estuvieran de 
vacaciones, pero no los había visto en casi tres meses. No era 
inusual dado que tenía clases a las cuales asistir, pero era extraño no 
haber sabido de ellos durante tanto tiempo. Quizás estaban cansados 
de sus preguntas, pues solía pedirles si podía ir a tal lugar o a visitar 
aquel otro sitio. «¿Cómo podrían cansarse de eso?», se preguntó 
William . «Por lo general me envían con el chofer». 
William estaba comprobando que llevaba bien puestas su 
chaqueta y corbata por cuarta vez cuando la puerta se abrió y notó 
que Monsieur Gamache estaba de pie en el umbral con una 
expresión seria y mirando al suelo antes de fijarse en los enormes 
ojos de William y que sus labios dibujaran una sonrisa forzada. 
—Guillaume, viens, viens. 
William trató de ocultar una sonrisa al escuchar la 
pronunciación de su nombre en francés, la fonética siempre le había 
parecido graciosa. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
7 
—Oui, Monsieur. —William se abotonó la chaqueta, tomó su 
pequeña mochila, se levantó de la silla y caminó rumbo a la oficina. 
—Hola, William —dijo el hombre con acento americano 
mientras le daba la mano—. Me llamo Kevin Boyd y soy abogado. 
—El señor Boyd le mostró a William una pequeña sonrisa—. 
Posiblemente aquí le llamen a mi profesión “jurisconsulto” como lo 
hacen en Inglaterra. 
—No, señor. Yo soy canadiense —aclaró William mientras le 
daba la mano y luego tomó asiento—, y también me refiero a los de 
su profesión como “abogados”. 
—Eh bien, Guillaume. —William notó la mirada que el señor 
Boyd y el director intercambiaron al escuchar esas palabras—. Je 
m’excuse, Monsieur Boyd. —El director se sentó en su silla y se 
disculpó, mientras miraba fijamente a William—. Todavía estamos 
esperando al Monsieur Kleinfelter, pero podemos comenzar sin él, 
non? 
William se encogió de hombros y se sentó en su asiento. No 
tenía sentido continuar con esta farsa si el psicólogo venía. Había 
hecho algo otra vez, algo que se merecía otra regañina para que 
fuera más sociable y amistoso con sus compañeros de clases. «¿Pero 
qué?». Trató con desesperación de pensar en lo que había hecho –o 
había dejado de hacer–, pero no pudo pensar lo suficientemente 
rápido. No le gustaba sentirse así. Experimentaba ansiedad al estar 
frente a esos dos hombres que se estaban comportando tan amables 
con él. Lo hacía sentir nervioso. 
—William —dijo el señor Boyd—, represento a tus padres. —
Cambió de posición ansiosamente y continuó—: Me temo que 
ayer… 
—Oh, non, comment ça? —Monsieur Kleinfelter entró 
corriendo por la puerta, llevaba abrazados varios expedientes 
mientras cerraba la puerta—. Vous n’êtes pas capable d’attendre? 
—Acabamos de comenzar, Hércule —le regañó el director —, y 
por favor habla inglés frente a nuestro invitado de hoy. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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William notó que las mejillas del señor Boyd se enrojecieron 
mientras miraba como el psicólogo se sentaba en el asiento entre 
ellos y fue en ese momento en el que William lo comprendió. No 
fue llamado aquí por algo que él había hecho, sino por algo que 
había ocurrido. Otra vez. Como la vez en la que los estudiantes 
mayores habían escondido la bandera de la escuela en su dormitorio. 
William había tenido que limpiar los retretes como castigo, pero no 
se quejó, jamás lo hizo. Esta era su vida. Y su vida ahora le decía 
que sus padres no volverían. 
—Están muertos, ¿verdad? —La voz de William era seria, pero 
su tono de voz bajo y su mirada estaba fija en su corbata.Pensó que 
parecía un tanto quejumbroso, como si fuera uno de sus compañeros 
de clase, siempre quejándose acerca de cómo, sin la revolución 
francesa, serían príncipes ahora. 
—Sí, William. Lo lamento mucho. —La mano del señor Boyd 
tocó suavemente su hombro. William no dijo nada, pero se sentía 
incómodo al ser tocado así. No había experimentado ningún tipo de 
afecto físico con anterioridad—. Estoy aquí para informarte y 
asegurarme de que regreses sano y salvo a Canadá. 
—¿Por qué a Canadá, señor? —William parpadeó, tratando de 
comprender lo que ocurría. Pensó que debería estar llorando o algo. 
¿No se supone que eso era lo que hacían los niños de su edad 
cuando sus padres morían? 
—El testamento de tus padres fue muy específico acerca de lo 
que debías hacer… quien debía cuidar de ti si algo les ocurría antes 
de tu dieciocho cumpleaños. 
—¿Quién cuidará de mí, señor? —William tartamudeó un poco 
y empuñó las manos al escuchar esta información. Seguramente 
había suficiente dinero para que pudiera terminar sus estudios y 
luego independizarse—. Quiero quedarme aquí. 
—Y nada me haría más feliz. —Monsieur Gamache sonrió—. 
Pero el último deseo de tus padres fue que volvieras a Canadá a vivir 
con unos familiares que… 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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—No tengo familiares —interrumpió William —. No tengo 
abuelos, ni padres, ni tías, ni tíos… 
—Tú madre tiene un primo en Alberta —dijo el señor Boyd 
mientras quitaba su mano del hombro de William y de inmediato el 
chico quiso volver a sentirla—. ¿Has oído hablar del artista Jerry 
McKenzie? 
William sacudió la cabeza. Podía sentir que esta no era una 
batalla que pudiese ganar. Esta vez no se había metido en 
problemas. Era mucho peor que eso, más que nada porque ahora 
tendría que irse de la escuela, el único lugar en el que se sentía como 
en casa. 
—Es muy reconocido por todo el mundo. —El señor Boyd 
cambió de posición en su silla y pasó una mano por su escaso 
cabello. A William le gustaba que no intentara ocultar su calvicie. 
Al contrario de Monsieur Kleinfelter, quien usaba el bisoñé más 
horrible que había visto en su vida. 
«Honestamente, ¿quién creería que los mechones alrededor de 
sus orejas están completamente grises pero el resto del cabello en su 
cabeza es negro?». 
—Vive en un rancho con caballos, bueno con dos caballos. Está 
cerca de las Montañas Rocosas de Banff, un lugar un tanto turístico 
con ríos y… 
—Quiero quedarme aquí. —Ahí estaba. William lo había 
dejado claro, no podrían existir confusiones. 
—Mais, c’est impossible —acalró Monsieur Kleinfelter—. Ce 
n’est pas une question de ce que tu veux, Guillaume… 
William solo podía pensar en Frau Zimmerman. Los otros niños 
lo molestaban por juntarse con la trabajadora de la cafetería, pero 
William la adoraba como a una abuela, o al menos se imaginó que 
así era lo que alguien debía sentir por su abuela, pues nunca conoció 
a las suyas. Frau Zimmerman le preparaba un Sachertorte de gran 
tamaño para su cumpleaños, le deseaba que fuera feliz en su día 
especial y siempre le decía que era maravilloso y que crecería para 
hacer grandes cosas. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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—Estoy seguro —dijo el señor Boyd mientras miraba al 
psicólogo con sus ojos azules oscuros—, que lo que Monsieur 
Kleinfelter trata de decir es que este es un asunto legal. —William 
bajó la mirada; sabía lo que vendría después—. Lo lamento William, 
pero apenas tienes diez años. —EL señor Boyd volvió a poner la 
mano encima de su hombro—. Tus padres fueron muy específicos 
con respecto a quien debía cuidar de ti… 
—Sí, señor. —William no levantó la mirada. 
—Un peu plus de politesse, Guillaume! —William no quiso 
mirar a ver a Monsieur Gamache. No deseaba ver la decepción en 
sus ojos otra vez. 
—Por favor, Monsieur Gamache, no hay problema. —El señor 
Boyd apretó ligeramente el hombro del chico de nuevo—. Ça ne fait 
rien? —William se giró a mirar al sonriente abogado—. ¿Lo he 
dicho bien? 
William asintió y le mostró una sonrisa breve y resignada. El 
señor Boyd retiró la mano de su hombro y levantó su mochila del 
suelo, cogió su chaqueta y se puso de pie. 
—¿Puedo despedirme de Frau Zimmerman? —preguntó 
mientras miraba al señor Boyd. 
Este se volvió para mirar a Monsieur Gamache, quien le explicó 
la conexión que William tenía con la cocinera de la escuela. 
—Por supuesto —respondió el señor Boyd con una sonrisa 
triste—. Creo que tenemos suficiente tiempo. —Se puso de pie y 
extendió su mano hacia el pequeño niño. «Es muy pequeño para 
tener diez años», pensó el abogado recordando a sus dos hijas y lo 
grandes que parecían en comparación con el chico, a pesar de tener 
la misma edad—. ¿Hay alguien más de quien quieras despedirte, 
William? —El abogado sintió una enorme tristeza al ver a William 
sacudir la cabeza y experimentó unas ganas enormes de ir a ver a sus 
dos pequeñas. 
El señor Boyd guió a William a la cocina, en donde una mujer 
regordeta y pequeña estaba observando la harina que había caído 
sobre la encimera y el suelo, mientras amasaba el pan. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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—¿Es usted Frau Zimmerman? 
William tiró la mano del señor Boyd. 
—No habla inglés, señor. —Soltó la mano del abogado, se 
acercó a la mujer y la llamó por su nombre, esperando a que lo 
mirara. 
El abogado sintió deseos de regresar a Toronto para ver a su 
familia, mientras miraba como la expresión del rostro de la mujer 
cambiaba de una de concentración, a una de alegría. Observó cómo 
William sacudía la cabeza y bajaba la mirada, y entonces la mujer se 
arrodilló frente a él y levantó la barbilla del pequeño para observar 
su rostro. Lágrimas recorrían la pequeña cara de William y la 
cocinera lo besó en la frente, diciéndole cosas que el abogado no 
comprendió. Notó que la mujer tenía el ceño fruncido y miró a 
William cuando este habló de nuevo, mirando en su dirección y 
señalándolo. William asintió varias veces cuando Frau Zimmerman 
le habló, mientras le acariciaba las mejillas y el cabello. 
«Ahora entiendo porque parece tan pequeño y asustado», pensó 
el abogado. «Esta era su casa». 
Una hora más tarde William estaba sentado al lado del señor 
Boyd en un asiento de primera clase en un vuelo con rumbo a 
Alberta, Canadá. 
—Frau Zimmerman parece una buena persona —dijo el 
abogado para romper el silencio. William asintió y luego se encogió 
de hombros—. ¿Ella te enseñó alemán? 
—Y en la escuela también. —El tono de voz de William era 
suave y triste. 
—¿Qué idioma te gusta más hablar: el alemán o francés? 
William se encogió de hombros. Para él no era cuestión de que 
idioma le gustaba más, le gustaban los dos pero por razones 
distintas. No quería decirle que la razón por la que le gustaba tanto 
hablar el alemán era porque siempre lo habló con alguien que lo 
besaba, que lo hacía sentir especial y amado. Creyó que si le decía 
eso al señor Boyd pensaría que era un bebé y Frau Zimmerman le 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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dijo que ahora tenía que ser un niño grande y no causarle problemas 
a nadie. 
«Justo como lo fuiste conmigo». William recordó lo que le dijo 
la cocinera antes de darle un abrazo. Trató de no llorar una vez se 
despidió de ella, pero no pudo evitarlo cuando se dio cuenta que ella 
no estaría para su próximo cumpleaños y que ni tan siquiera sabría a 
dónde había ido. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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Capítulo 2 
 
 
—SANTO cielo Kitty, para eso te pago, ¿no? 
—Escúchame, chéri. —Kitty señaló a Jerry con una uña larga y 
roja—. Sé lo que me corresponde hacer y eso no incluye atender 
llamadas de abogados. Sabes que me ponen de muy mal humor los 
abogados. —Kitty le lanzó un pedazo de papel doblado—. Le dije 
que lo llamarías en una hora. —Le lanzó también su móvil, y chocó 
contra su pecho con una fuerza que lo cogió desprevenido. Sus 
manos se movieron rápidamente paraatrapar el teléfono pero 
fallaron. 
—Tu esposo es un abogado —murmuró él, tocándose el pecho 
y levantando el móvil del suelo—: Aunque lanzas como una 
lesbiana. 
—Lo sé. ¡Llama! ¡Ahora! —Kitty comenzó a inspeccionar los 
lienzos de uno en uno y comenzó a organizarlos—. Y para que 
quede claro —dijo mientras reía sarcásticamente—, te parece que 
lanzo como una lesbiana porque los gais no atrapáis una mierda. 
Jerry marcó los números, su mirada se movió nerviosamente 
entre los papeles y las teclas del móvil. Esperó a que alguien 
contestara. 
—Eso es un estereotipo y lo sabes —le regañó Jerry—, además 
solo te estaba molestando, no tenías que insultarme. 
Kitty continuó revisando los lienzos sin prestar atención a los 
comentarios hipócritas de Jerry. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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—Sí, hola —dijo Jerry—. Estoy intentando hablar con el señor 
Boyd. 
—Sí, soy yo. —Después de unos segundos, la voz continuó—. 
¿Señor McKenzie? 
Jerry asintió y rió al escuchar la respuesta tan formal, antes de 
reaccionar y recordar que estaba hablando por teléfono. 
—Sí. Llámeme Jerry, señor Boyd. 
—Jerry, por favor llámeme Kevin. He estado intentando hablar 
con usted. 
—Le escucho. —Jerry notó que Kitty frunció el ceño. Sabía que 
le diría algo acerca de su falta de modales cuando colgara. 
—¿Tiene tiempo para que nos veamos? —El señor Boyd, 
Kevin, parecía que estaba ocupado haciendo diez cosas a la vez—. 
Estoy aproximadamente a diez kilómetros de su rancho y es un 
asunto de suma urgencia. 
—Sí, supongo. —Jerry trató de ocultar el desagrado de su voz, 
pero por la mirada de Kitty, había fallado por completo—. ¿Acaso 
no podemos discutirlo por teléfono? Quiero decir, ¿qué es lo que 
quiere? 
—Se lo explicaré cuando llegue. —La voz de Kevin se había 
vuelto menos profesional y más amistosa—. ¿Le veo en 
aproximadamente quince minutos? 
—Aquí estaré. —Jerry colgó el teléfono y lo lanzó sobre su 
mesa de trabajo—. ¿Contenta?—Sonrió a Kitty. 
—¿Cómo podría estarlo cuando estoy a tu alrededor? —Kitty 
levantó su teléfono y lo metió en el bolso—. ¿En qué trabajas? 
—Vamos, Kitty conoces las reglas. —Jerry la sacó de su 
estudio que se encontraba en la parte superior del granero y cerró la 
puerta con llave. Miró su apariencia, notó su camiseta rota y sus 
pantalones vaqueros manchados de pintura y titubeó—. ¿Crees que 
debería cambiarme? 
—En muchos sentidos, chéri. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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—¿No sabes otra palabra en francés? 
Kitty pasó su mirada por el largo y moreno cuerpo de Jerry y 
sonrió. 
—Trou de cul? 
—“Ano”, excelente. —Jerry rió y guió a Kitty a las escaleras—. 
Eres tan femenina. 
—¡Tú fuiste el que creyó que era lesbiana! ¿Por qué te 
decepcionas? —Ella sonrió mientras buscaba en su bolso un 
cigarrillo—. ¿Qué quería el abogado? 
—Kitty, por favor —Jerry bufó cuando salieron del granero—. 
Sé que estabas escuchando. No me dijo nada, solo que era un asunto 
urgente. 
—¿Crees que se trata de dinero?—Kitty exhaló, pero no inhaló 
de su cigarrillo. Jerry siempre se había preguntado qué gracia tenía 
fumar si no se inhalaba. 
—¿Para qué necesito más dinero? 
—Cierto. —dijo, exhalando y finalmente, apagando su 
cigarrillo casi entero con el tacón de su zapato de imitación a piel de 
leopardo. —Podrías regalármelo. ¿Inaugurar tu propia galería? 
¿Encontrar una casa normal? 
—Tienes mucho más dinero que yo y no quiero mi propia 
galería, además mi casa no tiene nada de malo. 
—Chéri —le regañó ella—, vives en medio de la nada, no 
tienes amigos, jamás haces algo aparte de trabajar y montar en esos 
asquerosos animales. 
—Chérie —la imitó Jerry—, no necesito estar en la cuidad, no 
quiero amigos y esos asquerosos animales se llaman “caballos”. 
—Quoique. 
—Kitty —la sermoneó—, eres una chica judía de Winnipeg. 
¿Por qué demonios hablas en francés? 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
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—Mystique, chéri. —Kitty caminó hacia su coche y antes de 
abrir la puerta le dijo—: Me parece que suena mejor que el Yidis
1
. 
—Gai gesunderhait! 
Kitty rió y le lanzó un beso a Jerry. 
—Grois-halter! 
Mientras Kitty se marchaba, Jerry vio que un coche compacto 
de cuatro puertas estilo sedán estaba llegando a su propiedad. 
«No puede ser dinero. Mis padres ya están muertos», pensó 
Jerry, y se arrepintió de no haberse cambiado de ropa. No era que 
necesitara impresionar a un extraño, pero no quería verse como un 
perezoso. Jerry jamás admitiría su vanidad, pero estaba muy 
satisfecho con su apariencia y figura. Cumpliría cuarenta y seis en 
junio y aún se veía muy bien. Trabajaba en los establos, 
ocasionalmente, levantaba pesas y podía levantar casi el doble de su 
peso. En raras ocasiones, los viernes por la noche, iba a Calgary y 
jamás había tenido problemas para llamar la atención de algún joven 
al que poder follarse unas tres o cuatro veces y luego marcharse 
antes de que amaneciera. 
Mientras el sedán aparcaba, Jerry sacó pecho. 
«Mierda, soy demasiado atractivo y no importa lo que lleve 
puesto. Quien sabe…», Jerry sonrió, «quizás este abogado sea bien 
parecido y lo suficientemente joven para… Espera. Indicios de 
calvicie, bajo y con un traje de tres piezas… Bueno, quizás no». 
Jerry suspiró cuando notó que la puerta del copiloto se abría 
también. ¿Dos abogados? ¿Quién era la mujer con el pequeño traje 
de negocios? Los ojos de Jerry se enfocaron en la pareja y al ver sus 
atuendos le fue imposible recordar cuándo fue la última vez que 
había usado un traje. 
—Jerry —dijo Kevin al acercarse y le extendió la mano—. 
Kevin Boyd. 
 
1
Yidis: Idioma oriental judeoalemán, hablado por las comunidades judías del 
centro de Europa. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
17 
—Kevin. —Jerry asintió y enfocó su mirada en la mujer—. 
Jerry McKenzie. 
—Sara Kaczmerovic —se presentó la mujer—, pero puede 
llamarme Sara. Vengo del departamento de Niñez y Familia. 
—Bueno —rio Jerry—, no tengo ningún niño, así que… ¿En 
qué puedo ayudarles? 
—¿Sería posible que nos sentáramos mientras discutimos esto? 
—Kevin miró a su alrededor y a Jerry le pareció demasiado 
nervioso. 
—¿Discutir qué? 
Kevin se dio cuenta de que Jerry no sería muy fácil de tratar, 
suspiró y comenzó su explicación. 
—Lamento informarle de que su prima, Pamela, murió en un 
accidente automovilístico en el sur de Francia. 
Jerry se encogió de hombros. 
—Bueno, al parecer ella y su esposo… 
—A quienes no he visto desde que se casaron hace casi unos 
veinte años… —Jerry hizo una pausa y suspiró—. Escuchen Kevin 
y Sara, no soy una frágil colegiala y no he visto ni hablado con 
Pamela o Serge en veinte años. —Jerry dejó que los abogados 
absorbieran sus palabras—. Solo, digan lo que sea. 
—Tuvieron un hijo, Sr… Jerry —dijo Sara, casi en un 
susurro—, y su último deseo fue que si algo les llegaba a ocurrir a 
ellos, entonces usted… 
—Lo siento, no estoy interesado. 
—¿Disculpe? —Sara pareció sorprendida. 
—Encuentren otro lugar para él. —Jerry movió sus brazos 
como si fuera a darles un abrazo, pero comenzó a empujarlos hacia 
el sedán—. Si somos parientes, tiene suficiente dinero, ¿no? —Jerry 
vio que Kevin asintió de forma casi imperceptible—, y no creo ser 
su último pariente con vida. Quiero decir, tiene que haber alguien 
más allá fuera, ¿no es cierto? Alguien que de verdad lo quiera. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
18 
—Jerry. —Sara se detuvo y lo volvió a mirar con enojo—. No 
hay nadie más. No hay más familia. —Se cruzó de brazos y esperó, 
pero la expresión de Jerry no cambió—. Si usted no lo quiere, se 
quedará en un orfanato hasta que cumpla los dieciocho años. 
—Claro. —Jerry rio y metió sus manos en los bolsillos de sus 
pantalones vaqueros—. Déjeme adivinar, lo han sacado de un lujoso 
internado en Suiza para llevarlo a un orfanato. —Jerry sacudió la 
cabeza y se giró en dirección a la casa—.Intente ese truco con 
alguien más, señora. Yo no me lo creo. 
—¡Señor McKenzie, por favor! —La voz de Kevin se rompió 
mientras caminaba en su dirección. 
—Escuche, señor Boyd. —Jerry cruzó los brazos sobre su 
amplio pecho pero no se movió del pórtico—. Ese chico tiene 
dinero, como yo. Envíenlo de vuelta al internado, pónganme como 
su número de emergencias o como se llame ahora y déjenlo vivir 
como está acostumbrado. 
—No es tan simple, señor McKenzie. 
—¿Y por qué no? 
—Además del dinero en su fideicomiso, el cual no puede tocar 
hasta que cumpla veinticinco años, sus padres estaban muy 
endeudados. —Kevin pasó sus manos por sus ojos. 
—¿Endeudados? —Jerry no se lo esperaba algo así. ¿Cómo era 
posible que Pamela se hubiera endeudado? Sus padres habían sido 
mucho más ricos que los de Jerry. 
—Al parecer Pamela invirtió mucho dinero en las “ideas” de su 
esposo. —Jerry quiso reír cuando Kevin dibujó comillas con sus 
dedos—. Y… 
—Ya veo… —Jerry miró a Kevin y a Sara y fue en esos 
momentos cuando se dio cuenta que había alguien en el asiento 
trasero del sedán. Jerry apenas podía ver la pequeña gorra de 
beisbol, tenía una hoja de arce roja que parecía moverse de arriba 
abajo y de lado a lado. El chico… Lo habían traído con ellos—. 
Ustedes malditos pedazos de… 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
19 
—Señor McKenzie, por favor —dijo Kevin. 
—Podrían haberme dicho antes que el niño estaba sentado en la 
parte trasera del maldito coche —susurró Jerry mientras caminaba 
en dirección a los dos trabajadores—. ¿Qué pasa si me ha oído? 
—Creo que entonces usted le caerá un poco mal. —Sara 
sonrió—. Quién sabe, Jerry. Quizás así le sea más fácil decidir si 
quiere enviarle a un orfanato. 
—No quise… —Jerry no sabía qué decir, así que simplemente 
dejó de hablar. 
—Por favor. —Kevin fue al frente a la casa mientras Jerry 
miraba como Sara abría la puerta trasera del sedán. Se quedó 
inmóvil mientras miraba a Sara ayudar al niño a bajarse del coche. 
Jerry ni siquiera sabía su nombre, ni estaba seguro de cuál era su 
apellido. ¿En qué demonios había estado pensando su prima? Jerry 
siguió a Kevin a la puerta de la casa y esperó a que el artista la 
abriera, la mano de Jerry tembló mientras sostenía el pomo. Observó 
al pequeño ir a la parte trasera del auto y cómo Sara le ayudaba a 
levantar dos pequeñas maletas. Todo lo que ese niño tenía estaba en 
esas dos maletas. Jerry sintió que el pecho se le encogía. ¿Me habrá 
oído? Kevin tocó los bíceps de Jerry y esperó. Jerry no podía retirar 
la mirada del pequeño niño. 
—¿Cuántos años tiene? —Jerry miró al pequeño ajustarse la 
camiseta, una gran, no, enorme camiseta blanca con una gigantesca 
hoja de arce en el frente que combinaba con su gorra de beisbol. 
«Sin familia, sin hogar, yo definitivamente no lo quiero y lo han 
forzado a vestirse como un turista». Jerry sintió el deseo de darse la 
vuelta para mirar a uno de los dos abogados que habían traído al 
niño y preguntar: «¿Es que no pudieron encontrarle ropa con una 
frase malcriada o del tour de una banda de rock?». 
—Diez. 
«Es demasiado pequeño para tener diez años», pensó Jerry, pero 
no lo dijo. 
—¿Cómo se llama? 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
20 
—William Baldwin Pruit III. 
—¿Tercero? Pensé que su padre se llamaba Serge. —Jerry se 
volvió para mirar a Kevin por un momento antes de enfocar su 
mirada nuevamente en William —. ¿Por qué lo llamaron así? 
—¿Por ostentosos? —Kevin se encogió de hombros y le sonrió. 
Se acercó y añadió—: El verdadero nombre de Serge era Malcolm 
Titford. 
Jerry se carcajeó y volvió a mirar a Kevin. 
—Pobre chico, por lo menos se salvó de esa. —Girándose, con 
los brazos sobre el pecho, estudió la escena frente a él—. Jamás me 
agradó Serge. —Sacudió la cabeza y miró de nuevo a Kevin. 
Deseaba que el abogado dejara de mirarlo así y preguntó—: ¿Cómo 
demonios murió y dejó a su hijo sin nada? 
—No lo hizo, Jerry. William podría tenerlo a usted. Por favor... 
—Kevin repitió suavemente y señaló a la puerta. 
Jerry le permitió entrar a la casa, y fue rápidamente a la ventana 
para poder continuar observando al niño. Sara lo llevaba al pórtico 
para que dejara sus maletas. William levantó la mirada brevemente y 
la enfocó en él, en Jerry. Jerry sonrió, o trató de hacerlo y William 
volvió a mirar para otro lado. Sara y William caminaron hacia el 
granero. 
«No entren en mi estudio», quiso decir Jerry, pero no lo hizo. 
Continuó mirando mientras Kevin le ofrecía explicaciones y 
súplicas. Sara y William no entraron al granero, simplemente se 
recostaron sobre el vallado del corral y comenzaron a hacer ruidos 
para atraer la atención de los caballos. 
—Puedo entender… —Kevin se detuvo para comenzar de 
nuevo—. No, lo siento, no sé cómo se siente ahora, pero créame 
Jerry, intentamos buscar un… 
—¿Lugar mejor? 
—Iba a decir “más conveniente” pero no tenemos otra opción. 
—Kevin caminó unos cuantos pasos y se paró al lado de Jerry—. No 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
21 
tiene abuelos, ni tíos, ni tías y con tu dinero… —Jerry sabía 
significado de lo que no llegó a decir, pero no reaccionó. 
—No tendría ningún problema, ¿cierto? 
—Algo así. —Kevin señaló a uno de los sofás—. ¿Podemos 
sentarnos un minuto? 
Jerry se sentó sin decir ni ofrecer nada. 
—De hecho, me salí del protocolo y convencí a Sara para que 
me ayudara a romper un poco las reglas. 
Jerry levantó una ceja. 
—Si tan solo pudiera quedarse con él, aunque solo fuera unas 
cuantas semanas... —Kevin frotó sus manos. Jerry se preguntó 
porque Kevin parecía estar más molesto que él—. He pasado algo de 
tiempo con el pequeño y es… maravilloso. Creativo, gracioso… y 
está muy, muy confundido. 
—Kevin. —Jerry rió sin que le pareciera gracioso—. Todo lo 
que sé de los niños podría caber en la cabeza de un alfiler y aun 
quedaría suficiente espacio para pintar la capilla Sixtina. 
—Sara le ayudará con las dos cosas, lo prometo. —El abogado 
acercó su silla y sonrió—. El chico necesita un hogar Jerry y me 
temo que usted es todo lo que tiene. 
—¿Y si no funciona? —Jerry colocó sus dedos apretando su 
nariz—. ¿No empeorará… las cosas…? 
—¿Cómo podrían ir a peor? —Kevin rió y se detuvo—. Lo 
único que dijo de sus padres es que no lo querían, nunca estaban 
cerca y que no había hablado con ellos en los últimos tres meses —
Se aclaró la garganta—. Cuando le dije que tenías caballos aquí, sus 
ojos se iluminaron. Se emocionó y se preguntó si le dejarías 
montarlos. —Rió de nuevo. Tenía una risa tan contagiosa que hizo 
que Jerry sonriera también—. Incluso me dijo que limpiaría los 
establos y los arreos… lo que sea que eso signifique. 
—Significa que sabe más de caballos que usted. —Jerry se 
masajeó el cuello con una mano—. ¿Se supone que lo que me ha 
dicho tiene que hacerme sentir mejor? —Los brazos de Jerry 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
22 
volvieron a cruzar su pecho mientras enfocaba su mirada en el 
abogado. 
—Supongo que no —dijo Kevin apoyando la espalda en el 
respaldo de la silla—, pero no puede hacerte sentir peor, ¿o sí? 
Quiero decir, si todo falla siempre podemos enviarlo de vuelta al 
internado en Suiza. Sé que quería quedarse allí. 
—¿Qué? 
Kevin asintió, no se molestó en repetirlo. 
—Bueno, es solo que… —Jerry no quiso continuar con ese 
pensamiento—. Yo odiaba aquel lugar y todo lo relacionado con él. 
Contaba los días para irme de allí. —Jerry estudió el rostro del 
abogado un momento—. Recuerdo cómo me sentía cuando tenía que 
pasar las vacaciones allí porque mis padres estaban demasiado 
ocupados para pasar tiempo conmigo. No sería bueno enviarlo de 
vuelta allí, sin familia. —Jerry miró al pequeño niño—. Mierda. —
Suspiró—. El chico no tiene a nadie más que a mí. —Jerry sacudió 
la cabeza—. Pobre bastardo. —Con un suspiro de resignación, se 
mordió el labio inferior y se volvió para mirar al abogado—. Muy 
bien,supongo. No puedo echar a un niño de diez años, 
especialmente si soy el único familiar que tiene. —Sonrió al ver 
como los labios del abogado se curvaban—. Pero algo me dice que 
ya sabía que yo no sería tan desgraciado, ¿eh? 
—En realidad no, no lo supe hasta ahora. —Kevin se levantó y 
extendió su mano—. Pero es bueno saber que por lo menos está 
dispuesto a intentarlo. —Kevin soltó la mano de Jerry—. ¿Estás 
dispuesto, no Jerry? ¿Estaría bien si él se queda…? No, mejor dicho, 
¿podrías ser la familia de William? 
—Sí. —Jerry suspiró, volvió a mirar por la ventana otra vez. 
William (¿o Sara?) habían logrado que Biscuit y King se acercaran a 
donde estaban. Biscuit parecía contento de estar ahí, lamiendo la 
pequeña mano de William—. Estoy dispuesto a intentarlo, pero no 
puedo prometer nada. 
—Es comprensible, Jerry —dijo Kevin mientras se dirigía a la 
puerta—, completamente comprensible. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
23 
—Soy gay. —Jerry no supo por qué lo dijo así, pero supuso que 
era mejor si lo sabían ahora y no después—. Solo para que lo sepan. 
—Jerry siguió a Kevin hasta la puerta—. Si eso es un problema, 
mejor lléveselo directamente con usted. 
—Hemos… o debería decir, Sara ha hecho una investigación 
exhaustiva de usted Jerry y no encontró nada que le preocupara. —
Kevin le ofreció la mano una vez más—. Tiene todo lo que el niño 
necesita, Jerry. Lo sé. 
—¿Tiene hijos Kevin? 
Kevin frunció el ceño ante el cambio de tema, pero simplemente 
sonrió. 
—Dos niñas. 
—Entonces quizás pueda decirme que es lo que un crío 
necesita. 
—Alguien con dos orejas, un corazón y dos brazos para abrazar. 
—Kevin abrió la puerta. 
—Supongo que puedo hacer eso. 
Kevin asintió en dirección al establo. 
—Ese pequeño necesitará a alguien durante los próximos 
meses, Jerry. Diablos, quizás los próximos años. —Kevin salió al 
pórtico y llamó a Sara y William, luego se dio la vuelta para mirar a 
Jerry—. Pero si necesita algo, lo que sea, hágamelo saber, ¿de 
acuerdo? 
Jerry asintió, bajó del pórtico y se puso al lado de Kevin. 
—Lo tendré en cuenta. 
—Perdóneme por decir esto, Jerry —dijo Kevin, cubriéndose 
los ojos por el sol—, pero algo me dice que se necesitan el uno al 
otro. 
Jerry ignoró el comentario y miró hacia el establo. Sara y 
William habían comenzado a dirigirse hacia el coche. Kevin los 
detuvo, se arrodilló en el suelo y comenzó a conversar con William 
acerca de los caballos, mientras que Sara le explicó a Jerry cuál sería 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
24 
su participación en todo este proceso: habrían revisiones semanales, 
diarios si encontraba algo que les preocupara, visitas con psicólogos 
para William y asistencia para Jerry con cosas como la escuela para 
William, escuela para padres y todo lo que él creyera que necesitaba. 
—Gracias —Jerry suspiró, aturdido por toda la información—, 
y lo siento Sara… por lo que pasó al principio. 
—Pffff. —Sara rió, dándole una palmada en el pecho a Jerry—. 
¿Eso fue todo? Algún día le llevaré conmigo al centro de atención a 
la infancia, y le mostraré como los profesionales intentan herir mis 
sentimientos. 
—¿Jerry? —Kevin caminó hacia él—. Me gustaría que 
conociera a William Baldwin Pruit III. 
Jerry se arrodilló y le ofreció la mano, era consciente de que 
posiblemente William no la aceptara. 
—Mucho gusto en conocerte, William. 
—Sí, señor. El gusto es mío, señor. —William colocó su 
pequeña mano en la enorme “zarpa” de Jerry, pero no lo miró a los 
ojos cuando le respondió y el corazón de Jerry se rompió un poco—. 
Lamento ser una molestia, señor. Prometo que no le importunaré. 
Los ojos de Jerry se llenaron de lágrimas y se volvió para mirar 
a Sara y Kevin. 
«Mierda, me ha oído». 
—Oye, escúchame, William. Lamento lo que dije antes… 
—No se preocupe señor, no tiene que… 
—De acuerdo, antes que nada, puedes llamarme Jerry y no, no 
está bien. —Jerry empujó la gorra de la cabeza de William—. Fui un 
grosero y ese no es el comportamiento de los verdaderos vaqueros. 
—Jerry le quitó por completo la gorra y acarició con una mano el 
cabello rubio de William—. Y lo lamento mucho. —Después de un 
momento, Jerry colocó una mano sobre el hombro de William y 
preguntó—: ¿Cómo puedo disculparme? ¿Te gustaría que fuéramos 
a cabalgar esta noche después de cenar? 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
25 
—¿En serio? ¡Son enormes! —Jerry notó que los ojos de 
William eran de un color azul brillante. Cuando Jerry asintió y 
sonrió, apretando el pequeño hombro, William suspiró—. Gracias, 
señor, digo, Jerry. 
—Oiga, —interrumpió Sara—, ¿qué le parece si me llevo a 
William a buscar el lugar donde se quedará? 
Jerry se levantó y señaló a la puerta. 
—Hay dos habitaciones de huéspedes en la planta superior, en 
el lado izquierdo, escoja la que guste. —Luego añadió mirando a 
William—: podemos ir a comprar muebles mañana, si no te gustan 
los que hay. 
Cuando se alejaron, Jerry volvió a mirar a Kevin. 
—Yo y mi enorme bocaza —murmuró. 
—Lo sé, Jerry, pero no te hará bien culparte por eso. —Kevin 
sonrió—. Créeme, cometerás errores y si mi esposa tiene razón, 
serán unos veinte o treinta al día. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
26 
Capítulo 3 
 
 
DAVID miró la escena pastoral fuera de la ventana de su clase, la 
vista siempre le había ayudado a relajarse y a sentirse sereno, pero 
hoy no. Sin importar a donde mirara, podía ver el trasero de 
Sampson mientras follaba a ese diminuto rubio, podía escuchar su 
risa cuando se había vuelto a mirar a David parado en el umbral de 
la puerta, con las bolsas de la compra en las manos, llenas de 
artículos para Sampson. 
«Ven y pruébalo, cielo, no te imaginas lo estrecho que es», 
había dicho. Y luego había continuado follando al diminuto rubio de 
veintitantos años, como si David no estuviera allí, con el sudor 
cayendo por su espalda mientras gruñía y embestía y el diminuto 
rubio gritaba el nombre de Sampson una y otra vez. 
«En mis sábanas, en mi cama», fue todo lo que David pudo 
pensar. No era la cama de Samspon, claro, él vivía ahí, pero todo era 
de David. «¡Fuera!», había gritado finalmente a los dos hombres 
antes de que pudieran terminar. «Oye David, ¡esta también es mi 
casa!». David no pudo explicar la razón, pero eso le dio tanta risa 
que hasta lágrimas brotaron de sus ojos. En aquel momento no pudo 
discernir si eran lágrimas de risa o tristeza. «¿Desde cuándo? 
Probablemente lo único que has pagado en este año ha sido por ese 
chico de dieciséis años que te estás follando». El diminuto rubio 
habló entonces, explicando que ya tenía veintiuno, pero se negó a 
probarlo cuando David lo retó a que le mostrara su carné de 
conducir. 
«¡Fuera!» había gritado David a todo pulmón, escupiendo saliva 
antes de poder detenerse. Sin esperar, recogió la ropa del suelo y se 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
27 
dirigió al balcón mientras los dos hombres terminaban, Sampson le 
aseguró al diminuto rubio que todo estaba bien. Incluso cuando 
David sacó el resto de la ropa de Sampson –ropa que le había 
comprado él– fuera del armario, Sampson y su pequeño rubio 
permanecieron en la cama respirando fuertemente. 
«¿Qué coño, cariño?». Sampson, finalmente coherente o lo más 
coherente que podía estar, corrió al balcón. El apartamento de David 
estaba en el piso veinticinco y su ropa cayó en la carretera donde los 
coches la habían esparcido. David cogió un cuchillo de carnicero y 
amenazó con llamar a la policía y denunciar un allanamiento de 
morada. Dijo que les daría cinco minutos y con el teléfono en la 
mano marcó los tres dígitos lentamente. 
Una sonrisa amarga se escapó de sus labios mientras se sentaba 
en la silla y se acercaba a su escritorio. Sampson y su diminuto rubio 
habían salido huyendo tan rápido de su apartamento que no habían 
tenido tiempo ni tiempo de cubrirse. Sampson amenazó con llamar a 
un abogado sisus pertenencias se estropeaban. 
«Hazlo, imbécil», le había respondió David. «Solo recuerda que 
no tienes ni un orinal donde cagar mucho menos dinero para pagar 
un abogado. Y que sepas que no reciben sexo a cambio de pago, 
¡hijo de puta!». David ni siquiera se molestó en asomarse por el 
balcón para mirarlos vestirse en la calle, aunque el deseo de ir por su 
cámara lo tentó durante casi cinco minutos. 
Ahora su apartamento estaba en venta y David ya se había 
mudado a un pequeño apartamento de dos habitaciones que le 
quedaba más cerca de la escuela. 
—¡¿Qué tal?! —David dio un brinco al escuchar aquellas 
palabras. Todavía estaba distraído por la pesadilla de su vida al lado 
de Sampson. Miró hacia atrás y vio a Lenore, la consejera de la 
escuela. 
—¿Qué tal? —David trató de parecer animado, pero falló. 
David y Lenore tenían una relación en la que se gastaban bromas y 
se molestaban mutuamente con la intención de que cada uno de ellos 
fuera más cortante en sus respuestas y mejorara su repertorio. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
28 
—¡Se te ve como un pedazo de mierda, osito! 
—¡Gracias querida! —David dudaba que el comentario de 
Lenore fuera un insulto o fuera parte de sus bromas habituales—. 
¿Qué haces aquí? 
—Nuevo estudiante, leo su expediente, ¿y tú? —Cuando David 
no respondió, Lenore continuó hablando—. ¿No deberías estar en 
casa con tu nuevo amor? 
—Ha pasado casi un año, pero no. Ahora es un ex amor. 
—Oh, cariñito, lo siento. 
David rechazó en sentimiento con un movimiento de su mano. 
—Supongo que no hay peor ciego que el que no quiere ver, 
¿no? 
—Bueno, espero que te refieras a Sammy. —Lenore insistía en 
llamarle así, a pesar de que sabía que Sampson lo detestaba. A su 
amiga jamás le había agradado su pareja. «Un desgraciado», le había 
explicado una y otra vez, «¡y un cazafortunas!» 
—No sé a quién me refiero, Lenore. —Ella jamás había 
entendido porque David parecía creer que esa había sido su última 
oportunidad para encontrar el amor. Tenía cuarenta años, era soltero, 
financieramente estable y todavía estaba solo. Sus padres lo habían 
desheredado hacía unos quince años, cuando salió del armario, y sus 
hermanas lo habían rechazado o como Lenore decía «habían 
obedecido al dueño de la billetera». David entendía porque sus 
hermanas lo habían hecho. Siguieron el deseo de sus padres y lo 
apartaron de sus vidas. Si no hubiera tenido veintiuno y su 
fideicomiso, probablemente nunca hubiera dicho nada. De hecho, 
había aprendido a permanecer en silencio. Todo el mundo podía 
prostituirse por el precio adecuado. Sampson era un ejemplo más de 
lo que se estaba convirtiendo una línea de acontecimientos iguales 
sin fin. 
—Si no se ha dado cuenta de lo bueno que eres, entonces es un 
retrasado mental. —Por hábito, David se volvió para mirar la puerta 
abierta, consciente de los oídos de los jóvenes alumnos en los 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
29 
pasillos—. Relájate David, todavía estamos en vacaciones de 
primavera. No hay niños. 
—Nunca me acostumbraré a escucharte hablar de esa manera. 
—David rió y se acercó a abrazar a Lenore—. Quiero decir, ¿cómo 
es que una ex monja desarrolló el vocabulario de un camionero? 
—Asumes que no tenía el vocabulario desde un principio. —
Lenore le dio una palmada en el trasero de David. 
—Oh Dios, casi puedo escucharte. —La risa de David inundó el 
salón—. Bendígame padre, porque la he vuelto a cagar y pequé otra 
maldita vez, ¡mierda!. 
Lenore se rió con él. 
—¡Debiste escuchar mis “Ave María”! 
—¿Qué eso no es un billete directo al infierno? —David todavía 
reía, lágrimas caían por sus mejillas al imaginarse a esta mujer con 
el hábito, arrodillada y tratando de no maldecir en la misa del 
domingo. 
—Por favor —dijo Lenore—. Si eso fuera suficiente para 
enviarme al infierno, estoy condenada desde antes de cumplir los 
diez. 
David rió y abrazó a Lenore otra vez, su risa se disolvió y 
convirtió en llanto. 
—¿Qué pasó, David? —Lenore le acarició la espalda y trató de 
consolarlo. Ella era una mujer de más de un metro ochenta, lo que 
hacía que el abrazo fuera cómodo para los dos—. Estabas tan feliz. 
—Probablemente fuese eso. —David rió tristemente—. Estaba 
demasiado feliz. —Se sentó en el borde del escritorio. Se sentía 
exhausto—. No sé qué es lo que he hecho, pero definitivamente 
estoy en la lista negra de Dios. 
—¡Mentira, cielito! Esto no tiene nada que ver con Dios, ni con 
tu familia ni nada. 
—¿Entonces por qué? ¿Por qué no me di cuenta, otra vez? 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
30 
—Porque era un buen mentiroso, una moneda de doble cara 
hormonal, sin moral, cazador de fortunas y sin cojones. —Lenore se 
acercó y acarició la mejilla de David—. Esas son las razones. —
Lenore lo abrazó con más fuerza y susurró—. Eres demasiado bueno 
para hombres como él, David, demasiado bueno. 
—Sí. —David gimió antes de alejarse—, pero no soy lo 
suficientemente bueno para los otros. 
—Bueno. —Lenore rió—. Si esto se va a convertir en un 
momento de “pobrecito yo que estoy deprimido”, mejor me voy. 
—Gracias, Lenore. —David sonrió y se sentó en su silla—. 
¿Qué querías por cierto? 
—Nada. Vi que tenías la luz encendida y me pregunté qué te 
pasaba. —Lenore levantó el expediente del escritorio—. Pero ya que 
estoy aquí, te adelantaré la información del nuevo estudiante. 
—¿Nuevo estudiante? ¿En abril? 
—Es un caso especial y muy triste. 
—Genial, entonces quizás él y yo podamos formar un club. 
—William Baldwin Pruit III, nació en Toronto, tiene diez años 
y los últimos cinco los ha pasado en un internado. Sus padres 
fallecieron recientemente. No tiene familia cercana a excepción de 
un primo en segundo grado que vive en un rancho a las afueras del 
pueblo. 
—¿Internado? —Los ojos de David se entrecerraron—. ¿Por 
qué no terminó el año…? 
Lenore movió su pulgar e índice en la seña universal del dinero. 
—Aparentemente los padres se habían gastado casi todo el 
dinero de la esposa en malas inversiones y cosas por el estilo, y no 
pudieron terminar de pagar el año escolar. —Lenore inclinó la 
cabeza hacia un lado—. Triste, ¿no es cierto? 
—Vale, ya lo pillo. —David cogió el expediente—. Dejaré de 
quejarme. 
—No me refería a eso. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
31 
David leyó el expediente. ¿Jerry McKenzie? ¿Por qué el 
nombre le resultaba tan familiar? Rancho a las afueras del pueblo… 
—¿Debería hacerles una visita? ¿O crees que debería dejarlos 
en paz hasta el lunes? 
—Bueno, es complicado. —David levantó la ceja, esperando a 
que continuara hablando—. Al parecer Jerry no lo quiere. 
—¿No lo quiere? Pero si no tiene más familia… ¿Qué le pasará 
si…? —David hizo un gesto de dolor cuando Lenore levantó los 
hombros, sabía que no le tenía que responder—. Un orfanato. —
David cerró el expediente y se lo entregó—. ¡Hijo de perra! 
—Hazme un favor… Azótame la próxima vez que digas eso. 
—No lo haría aunque tuvieras pene. Iré a verlo. —David cogió 
sus llaves, la billetera y se tocó el bolsillo trasero, donde solía 
guardar su móvil, pero no estaba—. Dame el número que está en el 
expediente. —David se giró, tomó un marcador y se acercó a la 
pizarra—. Dime. 
Lenore le dijo el número de teléfono que había en el expediente 
y se levantó para marcharse del aula. 
—No vayas a empeorar las cosas, David. —Lenore lo estudió 
por un minuto—. Avísame si quieres que te acompañe. 
—Por favor —dijo David, aún buscando su móvil—. ¿Cómo 
podría empeorar las cosas? —Al encontrar su teléfono comenzó a 
marcar y observó que Lenore tenía una sonrisa mientras salía. 
«Desgraciada, me ha tendido una trampa para que lo haga yo». 
—McKenzie. 
—¿Señor McKenzie? Hola, señor. Mi nombre es David 
Loewenberger. Por favor llámeme David. Ha registrado a William 
en mi clase y comenzará aquí el lunes. —La gran cantidad de años 
de experiencia de David le ayudaron a expresarse claray 
brevemente antes de que cualquier interrupción pudiera detenerlo. 
—Muy bien, David. ¿Qué puedo hacer por usted? William no se 
ha metido ya en problemas, ¿verdad? 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
32 
—No, señor, claro que no… 
—Jerry, por favor. 
—Jerry, intento visitar todas las casas de mis estudiantes antes 
de que el año escolar empiece, para conocerlos a ellos y a sus padres 
o guardianes —explicó David. Le gustaba la voz de Jerry. Hacía que 
los dedos de los pies le cosquillearan, era ronca y sexy. Como el 
sonido de un tambor relajante para los tímpanos—. Entiendo que 
William no estará con nosotros por mucho tiempo, pero… 
—Estará con nosotros lo suficiente para terminar el año escolar. 
—Me disculpo si dije algo que lo ofendió, señor, esto… Jerry, 
pero esperaba poder visitarlo, solo para… 
—¿Cuándo le gustaría hacer esta visita? 
«Controle su actitud, inepto», pensó David. 
—Hoy, si fuera posible. 
—Claro. ¿Podría venir aquí antes de las cinco? —Jerry parecía 
molesto—. Tengo que tener la cena lista y terminar otras cosas aquí 
antes que… 
David revisó su reloj, faltaba una hora para las cinco. Se le 
ocurrió una idea, una que había funcionado con otros padres que no 
querían discutir cosas de seriedad durante la cena. 
—Estaría más que dispuesto a comprar algo de camino. Quizás 
podría pasar un rato con William mientras usted termina sus cosas. 
A menos claro que a su esposa… 
—No tengo de eso. —David escuchó una conversación 
distorsionada mientras esperaba—. No quiero causarle molestias ni 
nada, lo digo porque sé lo poco que ganan los maestros y todo eso, 
pero si quiere traer alguna cosa, podríamos hacer una barbacoa o 
algo así. 
—Claro que sí, y no se preocupe por el dinero. —David sonrió 
—. Lo veré en una hora. 
—¿Tiene la dirección? 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
33 
—Sí, está en el expediente. Gracias nuevamente señor, eh, 
Jerry. Lo siento, Jerry una cosa más… ¿habla francés? 
—No desde que estuve en el internado hace unos treinta años, 
¿por qué? 
—Solo sentí curiosidad, eso es todo. William está inscrito en mi 
curso de inmersión al francés. 
—Ya nos las apañaremos. Lo veo a las cinco. 
La comunicación se cortó y David colgó el teléfono mientras 
corría hacia la puerta. 
—¡Lenore! —David esperaba poder alcanzarla—. Lenore, yo… 
—David se topó con una mano cuando salió por la puerta… la mano 
de Lenore sosteniendo una nota con la dirección escrita en ella—. 
Me utilizaste, ¿verdad? 
—¿Quieres ver una foto? —Lenore se dio aire con el 
expediente. 
—Muy bien, ahora estoy seguro que sí irás al infierno, Lenore. 
Solo tiene diez años… 
Lenore lo golpeó con el expediente. David hizo un gesto de 
dolor. 
—No de niño, imbécil. Del hombre, el primo, ¿McKenzie? 
—Por favor. —David introdujo la nota en su bolsillo trasero—. 
¡Conozco tu gusto en hombres! Además, lo último que deseo ahora 
es más drama. —David se dirigió hacia su automóvil—. Además 
dijo que estuvo en un internado hace más de treinta años. 
Probablemente sea bajo, calvo y con una enorme barriga. 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
34 
Capítulo 4 
 
 
EL RANCHO parecía un mar de césped verde con una casa en el 
centro y dos graneros localizados en la parte de atrás. No estaba muy 
lejos del pueblo, pero aún así David se preguntó que se sentiría al 
vivir en un lugar tan lejos de la civilización, si valdría la pena dejar 
la ciudad para encontrar un poco de paz, lejos de todos. «O al menos 
de hombres como Sampson», pensó mientras aparcaba detrás de un 
pico verde y paraba su coche. Sacó las llaves del contacto y observó 
a un enorme y fornido hombre salir al pórtico, secándose las manos 
con una toalla. David bajó las bolsas del asiento del copiloto y se 
dirigió al hombre, que seguramente fuera Jerry. 
—¿David? —El hombre le extendió su enorme mano con 
hermosos dedos. David no pudo quitarle la mirada de encima. Las 
manos de Sampson siempre se sintieron torpes y extrañas en su 
cuerpo, pero estas probablemente no lo harían. David estaba más 
que dispuesto a apostar por eso. 
—¿Jerry? —respondió David —. Gracias por recibirme con tan 
poco tiempo de antelación. —David levantó las bolsas y notó cómo 
los bíceps de Jerry se movían debajo de su ajustada camiseta para 
tomarlas—. He traído pollo, filetes con pimienta y verduras 
frescas… El maíz todavía trae la cáscara. —David rió 
nerviosamente. 
«Definitivamente no es bajo ni gordo y el cabello con canas 
solo resalta su atractivo sexual. ¡Y esas manos!» David se preguntó 
a qué se dedicaba Jerry… ¿era granjero, carpintero…? 
—Te gustan las mismas cosas de comer que a mí. —Jerry se 
hizo a un lado e invitó a David a pasar, hablándole con más 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
35 
familiaridad—. ¿Cuánto te debo? —Jerry buscó el recibo pero no 
pudo encontrarlo. 
David sabía que no lo encontraría ya que lo tenía en alguno de 
sus bolsillos traseros. 
—Nada. Yo invito. 
—No puedo permitir que… 
—Por favor, el dinero no me preocupa. Además, el maíz lo traje 
de mi frigorífico. —David asintió y miró por la casa, el techo era 
estilo catedral, una chimenea central y muebles contemporáneos… 
todo era de cuero a excepción de los cristales de las mesas que 
parecían estar por doquier, no era su estilo, pero no se veían mal. 
—¿Qué clase de salario reciben los maestros ahora? —Jerry rió 
mientras guiaba a David a la cocina. 
—Familia adinerada. —David se encogió de hombros. 
—¿Y eres maestro? 
David había escuchado esa pregunta un millón de veces, y se 
prometió a sí mismo por enésima vez que dejaría de decirle a la 
gente que su familia era millonaria. 
—Es por mi deseo de cambiar el mundo enseñando a niño a la 
vez, y todo eso. —David se encogió de hombros esperando a que su 
nerviosismo no se notara. 
—Mmm. —Jerry comenzó a dirigirse hacia la cocina, la mirada 
de David se enfocó en las largas piernas del hombre y en su bello 
trasero. 
David tragó fuertemente. «Recuerda lo que te hizo Sampson. 
Recuerda lo que tus cuatro “relaciones” pasadas te hicieron». 
—Tienes una casa muy bonita, Jerry. Es simplemente 
magnifica. —David continuó mirando los altos muros y el techo—. 
¿Tuviste que remodelarla o la mandaste a construir? 
—Todo lo que pude lo hice yo mismo. —Jerry vació las bolsas 
en la encimera y se dio la vuelta—. Por supuesto que tuve que 
contratar a un electricista y a un plomero, pero… 
BUENO SABERLO | D.W. Marchwell 
 
 
36 
—Es… —David no pudo encontrar palabras. 
—¿Quieres algo de beber? 
—Por favor, si tuvieras agua embotellada. Gracias. —Tomó la 
botella de la mano de Jerry y se centró en el cuadro que estaba 
colgando sobre la chimenea—. Jerry McKenzie… —David 
comenzó a pensar rápidamente para hacer la conexión —¿No puedes 
ser el Jerry McKenzie que pintó un tríptico titulado “Becoming 
Morning”? 
Jerry se dio la vuelta y estudió el rostro de David. Estaba 
sonrojado, y este sintió algo al pensar si era así como se veía el 
maestro cuando se corría. 
—Ese soy yo, ¿pero cómo conoces esa pieza? Quiero decir, la 
pinté hace casi… 
—Veintitrés años. Mi padre la compró para su oficina. —David 
sorbió de su agua fría, deseando que sus orejas y mejillas dejaran de 
arderle—. Cuando salía de la universidad del pueblo y cruzaba la 
calle para llegar a su oficina, me sentaba y estudiar esa pintura 
durante horas mientras esperaba para irnos juntos a casa. —David 
rió nerviosamente—. Nunca hacía mis tareas, no podía alejar mis 
ojos de los colores. 
—Mierda —dijo Jerry y luego se detuvo—. Disculpa, David. 
Debo comenzar a cuidar mi vocabulario ahora, supongo. 
—Está bien, estoy seguro que William ha escuchado palabras 
peores. 
—La pinté cuando tenía unos… bueno, debía tener unos 
veintitantos. —Jerry sorbió de su cerveza y le sonrió—. ¿Cuál dijiste 
que era tu apellido? 
—Eh, Loewenberger, pero… 
—No me suena conocido. —Jerry invitó a David a sentarse en 
la enorme mesade la cocina. 
—No, claro que no. —David se sonrojó otra vez. ¿Cómo podría 
explicar esto sin tener que confesar toda su historia familiar?—. El 
apellido de mi padre es Van den Boesch. 
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—¿Van den Boesch? —Jerry le dio una palmada a la mesa 
sorprendiendo a David, que brincó un poco—. Jóder, aquella fue la 
primera pieza que vendí en mi vida. 
—Mi padre estaba, y está, muy encariñado con esa pieza. —
David picó con su uña la superficie de la mesa—. Siempre me dijo: 
«Escúchame bien, oirás ese nombre mucho». —David se sonrojó 
cuando imitó el timbre de voz de su padre. Siempre había hecho 
temblar a sus hermanas con sus excelentes imitaciones. 
Jerry finalmente pensó, «qué diablos, si no quería que le 
preguntara no debió haberlo mencionado». 
—Entonces, ¿Loewenberger? 
—Es el apellido de soltera de mi abuela. —David notó que las 
cejas de Jerry se juntaron en el centro de su frente, y suspiró—. Mi 
familia y yo no estamos muy unidos y cuando les dije lo que soy… 
decidí cambiar mi apellido, era más fácil para todos los 
involucrados. —Se encogió de hombros—. Es estúpido, ahora que 
lo pienso. 
Jerry sonrió y decidió no presionar. 
—Entonces… —dijo frotándose las manos—, ¿quieres conocer 
al pequeño fardeu? 
David no sabía si eso era literal o figurativo, pero le pareció de 
mal gusto llamar a William una carga, especialmente si Jerry 
pensaba en abandonarlo en orfanatos. Ocultó su resentimiento y 
sonrió. 
—Es por lo que vine. 
—Ahora vuelvo. —Jerry flexionó los músculos de su espalda 
mientras se levantaba de la mesa. 
«¿Por qué siempre me siento atraído hacia los idiotas? Al 
menos», pensó, «este se ha comportado como un patán desde la 
primera palabra, no como los otros.» 
—¿William? —Jerry regresó a la cocina con un pequeño niño al 
lado. La cabeza del pequeño apenas si le llegaba al ombligo a su 
guardián. La mano de Jerry estaba acariciando la cabellera rubia del 
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niño más bello que David había visto nunca. El niño tenía los ojos 
azules entristecidos, enfocados en el suelo, sus mejillas estaban 
rojas, no sabía si era por la timidez o por sueño, y llevaba puesta una 
enorme camiseta, con una gran hoja de arce—. Él es el señor 
Loewenberger, tu nuevo profesor. 
—Encantado de conocerte, William. —David se arrodilló en el 
suelo y extendió su mano. Cuando William la tomó, David 
continuó—: Lamento mucho lo que le ocurrió a tus padres. Sin 
embargo estoy contento de que estés en mi clase. Me siento muy 
emocionado por ello. 
—Gracias, señor. —William no levantó la mirada y David 
sintió unas enormes ganas de llorar. 
—Puedes llamarme señor Loewenberger si lo deseas, algunos 
de los otros estudiantes me llaman señor L. —David soltó la mano 
de William y su corazón se partió en mil pedazos al mirar al 
pequeño niño—. Significa… 
—León de montaña. 
David se volvió a mirar inmediatamente a Jerry. 
—Así es. ¿Cómo lo supiste…? —David se sentó en su silla, se 
inclinó hacia adelante enfocando su mirada en William—. William, 
sprichst du auch Deutsch? 
—Ja. 
David volvió a mirar a Jerry otra vez quien se encogió de 
hombros. 
—A mí no me mires. Me perdí después de “león de montaña”. 
—¿Es ist sehr gut, mein Freund, ja? 
William asintió y levantó la mirada por primera vez. David 
pudo sentir una sonrisa dibujándose en su rostro. Amaba esos 
momentos, cuando encontraba algún vínculo especial entre él y un 
alumno. William necesitaría algo así para sentirse cómodo. David se 
aseguraría de que el chico tuviera un cambio tranquilo de su vida en 
el internado a este estilo de vida rural de Alberta. No podía creer lo 
feliz que esto lo hacía sentir, tener a alguien con quien practicar su 
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alemán. Desde que su abuela falleció, hacía unos diez años, David 
no había tenido a nadie con quien hablarlo. Oma Loewenberger era 
la madre de su madre, pero su madre siempre rehusó hablar alemán. 
«Es tan gutural que es asqueroso», se quejaba. David siempre se reía 
y pensaba: «Al menos suena mejor que tu francés». 
—¿Alemán también? —La voz de Jerry recapturó la atención de 
David—. ¿También fuiste al internado en Suiza? 
—No mi madre nació y creció en Saskatchewan, pero su familia 
es de ascendencia austriaca. —David sorbió un poco de agua—. Mi 
oma, eh… abuela, me enseñó alemán. 
—¿La dueña del apellido que usas? 
David asintió su mirada seguía enfocada en William. 
—William, ¿te molestaría si te pidiera que me mostraras tu casa 
mientras tu… mientras…? 
—Hemos decidido que me llamará “tío Jerry”. 
—¿Mientras tú tío Jerry prepara la barbacoa? 
—¿Le gustan los caballos? —El tono de voz que William usó 
era suave y frágil. 
—¿Que sí me gustan? —David aplaudió—. Me encantan. Mi 
caballo favorito de la granja de mis abuelos se llamaba “King” y 
yo… 
—¡Tío Jerry también tiene un caballo que se llama King!—
William tomó de la mano a David y tiró de él en dirección al 
establo. 
David dibujó con sus labios la palabra “perdona” a Jerry y dejó 
que lo arrastraran. Jerry sonrió y los siguió a la puerta, observando 
lo emocionado que estaba William, tirando de David hacia las 
caballerizas. Las diminutas piernas del niño se movían a mil millas 
por minuto para alcanzar los caballos y mostrárselos a su nuevo 
maestro. 
«Maestro», Jerry se carcajeó internamente. «Si hubieran tenido 
profesores así cuando yo estuve en el internado, probablemente no 
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hubiese querido escapar de allí todo el tiempo». Jerry se dirigió a la 
cocina a terminar de preparar la cena. Su mente se mantuvo ocupada 
pensando en lo ocurrido en los últimos veinte minutos. David era 
alto, de cabello oscuro, hermoso trasero y bueno con los niños. 
«Bueno», Jerry se advirtió a sí mismo, «si no funciona, al menos 
puede hacerle compañía al chico». Jerry se regañó al pensar en 
David solo como un niñero. «¿Qué diablos me pasa?» 
Jerry continuó pensando en ello mientras caminaba hacia la 
parte de atrás de la casa para comenzar a preparar la barbacoa. 
«¿Acaso te mataría, Jerry, permitir que el chico se quedara unos 
cuantos años y luego enviarlo de vuelta al internado? ¿Y te mataría 
mirar a alguien como David sin pensar si puede tragarse tu pene por 
completo o si su ano es lo suficientemente ajustado como para hacer 
que te corras en treinta minutos o menos? Eres un cerdo». Jerry notó 
que la parrilla ya estaba lista para poner la carne al fuego. «Como 
Kitty siempre dice, “a la mierda”». Jerry concluyó que algunos 
hábitos son difíciles de romper y que ya había comprometido mucho 
su vida en los últimos días. 
Jerry regresó a la parte de adelante, después de dejar la parrilla 
para toparse con un William emocionado, esperándole. 
—¿Tengo suficiente tiempo para enseñarle al señor 
Loewenberger mi dormitorio tío Jerry? —William jadeaba y tenía el 
rostro enrojecido mientras esperaba por una respuesta. 
—Claro, chico. 
David se molestó al escuchar el epíteto. 
«¿Tan difícil es? El nombre de William no es un trabalenguas.» 
—¿Cuánto tiempo tenemos? —David le sonrió a Jerry, pero no 
hubo calidez en su sonrisa. «Quizás William esté mejor en un 
orfanato». Sin embargo, en seguida se sintió asqueado por lo que 
había pensado y se regañó a sí mismo. 
—¿Veinte minutos? 
—Kommen Sie doch mit. —William tiró de la mano de David 
con un gesto de preocupación. 
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—Ya voy, William. —David rió—. ¡Mach dich locker, ja! —
Mirando a Jerry, David explicó—. Cálmate, voy corriendo. 
Los pantalones de Jerry se abultaron; eso no era algo que 
hubiera pensado oír tan pronto de esa boca, y ciertamente no en la 
cocina. Todavía podía escuchar la voz de Kitty: «¡eres un cerdo!». 
Jerry se rió consigo mismo y se puso un delantal, ajustando su 
miembro con la palma de su mano. 
Podía escuchar las voces en el dormitoriode William, una 
mezcla de francés, inglés y alemán. Quien hubiera dicho que cuando 
el niño se emocionaba, no sabía qué idioma elegir. Un pensamiento 
triste entró en la mente de Jerry y deseó no haber dejado que se le 
olvidara el francés que había aprendido durante todos esos años en 
el internado. Pero bueno, el único francés que le interesaba por aquel 
entonces era el de las chicas locales. Ahora no podía recordar si 
había follado a cada chica que pudo porque le gustaba o porque no 
quería pensar que preferiría estar follándose a los chicos. 
—Señor McK… —Escuchó la voz de David—. Lo siento, 
quiero decir Jerry. —David apareció en la cocina sin William—. 
¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? ¿Quizás pelar el maíz? 
—¿Dónde está William? 
«Ya, como si te importara», fue lo primero que pensó David. 
—Está en su dormitorio, jugando. Le dije que vendría aquí a 
ayudar. 
—El maíz ya está en la olla, ¿quieres poner la mesa? 
—Claro que sí —David se giró sin saber en qué armario debía 
buscar primero—. Eh… 
—El que está sobre el fregadero. 
—Por supuesto, lo siento. —David abrió el armario y sacó tres 
platos, tres tazones y tres platos pequeños. —Son muy bonitos—. 
David giró uno de los platos, notando las iníciales en la parte de 
abajo—. ¿Diseño tuyo? 
—Sí. —Jerry se alejó de la olla hirviendo—. ¿Tú también haces 
de esos? 
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—No. —David se sonrojó—. Me temo que no tengo ningún 
tipo de talento artístico. —Cuando Jerry no dijo nada, sintió la 
necesidad de llenar el silencio—. Suspendí arte en primaria. 
—Igual que yo —dijo Jerry riendo. Su voz envió escalofríos por 
el cuerpo de David—. Pero probablemente fue porque me saltaba las 
clases. 
—¿En primaria? 
 En vez de responder, Jerry simplemente se encogió de hombros 
y guiñó el ojo. Aquella mirada envió una onda de calor a la 
entrepierna de David, despertando deseos que pensó que había 
enterrado con la venta de garaje improvisada de las cosas de 
Sampson. Se había prometido a sí mismo que nunca más se sentiría 
así, pero ahora que tenía a Jerry parado frente a él, con los músculos 
de sus antebrazos flexionándose, no podía recordar porque se 
prometió algo así. 
—Quiero preguntarte algo, Jerry —dijo David—. Bueno, quiero 
decir, siempre quise preguntarle una cosa al artista de Becoming 
Morning si alguna vez lo conocía. ¿El objetivo de la pintura era 
transmitir un sentimiento poderoso de tristeza al observador? 
—¿Por qué preguntas eso? —Jerry se giró y se aproximó a los 
fuegos, con los brazos sobre el pecho. 
—No lo sé, es solo que… Cuando me sentaba ahí y la 
observaba, siempre me sentí tan triste y solo, como nunca me he 
sentido… Me daba la sensación de haber perdido algo. —David 
sintió que se enrojecía al escuchar palabras tan cursis de sus propios 
labios, pero jamás había sido capaz de explicarlo mejor. 
—¿Por qué continuabas mirándola entonces? 
—No podía alejar la mirada. 
Jerry no se giró, y siguió concentrándose en el maíz. No 
respondió inmediatamente. 
—La pinté justo después de que mis padres murieran en un 
accidente aéreo. 
David se escuchó a sí mismo inhalar profundamente. 
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—Oh, por Dios, por favor perdóname Jerry. Lo lamento tanto, 
no tenía el derecho de… 
Jerry se giró otra vez y le mostró una sonrisa sincera. 
—Está bien, David. No lo sabías y fue hace mucho tiempo. —
Jerry se acercó al fregadero. Tan solo unas cuantas pulgadas 
separaban ahora sus cuerpos. David podía sentir el calor irradiando 
del pecho de Jerry. Cuando levantó la mirada para mirarle a los ojos, 
Jerry habló otra vez—. Nunca nadie ha… Quiero decir, al menos 
jamás escuché de alguien que sintiera lo mismo que yo cuando la 
observan. 
—Lo lamento, Jerry, por favor… 
Jerry regresó a la cocina, molesto por las distintas emociones 
que experimentaba cada vez que miraba a ese hermoso rostro y 
boca… 
—¿Y dices que hace veintitrés años de esto? —preguntó Jerry, 
intentando cambiar de tema—. ¿Y ya estabas en la universidad? —
Rió suavemente—. ¿Acaso te dejaron ingresar cuando tenías diez? 
—Cumpliré cuarenta y dos en octubre. —La voz de David 
parecía estar a la defensiva—. Llevo enseñando casi veinte años. 
—No los aparentas. —Jerry le guiñó el ojo, sonriendo cuando 
notó que David estaba sonrojándose. 
«¡Coquetea conmigo y William está en la casa!» 
—Escucha Jerry, creo que eso es muy dulce, pero no creo… 
—Mach dich locker. —lo imitó Jerry—. Me estoy comportando 
como un imbécil. Lamento si te ofendí. —Jerry colocó el maíz en 
cada plato, su mirada se movía entre lo que hacía y David—. Si 
quisiera verte desnudo, te habría dicho que tienes el culo de un joven 
de veintitantos. 
David se dio aire con la mano durante un instante, 
contemplando si coquetear con Jerry le ayudaría a deshacerse de 
esos sentimientos de amargura que había dejado su ex. 
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«¿Qué podría salir mal? Digo, todos lo hacen. ¿Por qué no 
debería usar esto para recuperarme de mi última relación? ¡El culo 
de un joven de veintitantos! ¡Bastardo elocuente!» David estaba 
seguro que en las circunstancias adecuadas, la forma de hablar de 
Jerry podría hacer que se corriera. «Necesito ayuda seriamente», 
pensó mientras escuchaba que la puerta del patio se abría y cerraba. 
«Pero si es que de verdad estoy considerando involucrarme con un 
sujeto que debe tener incontables amantes». 
David y Jerry se la pasaron toda la cena diciéndole a William 
que se calmara. Tragaba comida como si no hubiese comido en un 
mes. David se preguntaba cómo había sido su vida en Suiza, ¿había 
probado comida casera con regularidad? Jerry no era malo 
cocinando, pero David no podía evitar preguntarse qué le pasaría a 
este frágil y pequeño niño con el que se había encariñado tanto en 
tan solo unas horas. ¿Qué era lo que tenía este huérfano rubio que le 
había robado el corazón? ¿Por qué sentía deseos de llorar cada vez 
que el chico sonreía? Pero más importante aún, ¿cuánto tiempo 
tendría que invertir para conseguir que las cosas mejoraran para él? 
—¿William? —dijo David —. Si vas a buscar el recipiente de 
tapadera azul que está en la encimera, encontrarás una sorpresa. 
—¿Para mí? —William tenía la boca llena y una mirada de 
asombro. Rápidamente masticó la comida y miró a su tío pidiéndole 
permiso para retirarse de la mesa. Una vez lo recibió, William tomó 
el recipiente azul, pero no pudo abrirlo. Fue Jerry quien le mostró 
cómo, presionando un pequeño botón, se abría la tapa fácilmente y 
le entregó el recipiente a William para que lo inspeccionara. Los 
ojos de William se abrieron de la sorpresa cuando reconoció el 
postre—. ¿Tarta Sacher? 
—Pensé en traerte algo que te recordara a Europa. —David 
sonrió—. ¿Te gusta la tarta Sacher? 
—Muchísimo. —William se acercó a David y colocó el 
recipiente sobre la mesa, luego envolvió el cuello del maestro con 
sus dos pequeños brazos—. Muchas gracias, señor. 
—No tenías que hacer eso. —dijo Jerry. David levantó la 
mirada y notó la cara de desconcierto en su rostro. 
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—Era mi favorito cuando tenía tu edad. —David acarició la 
espalda de William, se sintió incómodo por el abrazo y le sonrió 
tímidamente a Jerry—. De hecho, todavía lo es. 
William regresó a su silla, con cuidado de no mover mucho el 
pastel. Jerry todavía miraba a David, la expresión de desconcierto 
había cambiado a una sonrisa. Jerry se levantó de su silla, comenzó 
a registrar un cajón y regresó a la mesa con un cuchillo para pastel. 
—¿Nos harías el honor? 
—Si William me ayuda. —David se movió alrededor de la 
mesa, colocó el cuchillo en la mano de William y luego colocó 
gentilmente su mano sobre la del pequeño—. ¿Por qué no le 
preguntas a tu tío si le gustaría una porción pequeña o grande? 
William sonrió a su tío. 
—Tío Jerry, ¿te gustaría una porción pequeñao una grande? 
—Eh, grande, por favor. —Jerry se dejó caer sobre su asiento, 
con demasiada fuerza, o eso le pareció. 
—¿Qué hay de usted señor Loewenberger? 
David sonrió ante la perfecta pronunciación de su nombre. 
—Creo que comeré una porción pequeña. De esa forma, os 
quedará más a tu tío y a ti para después. 
—¿La has hecho tú? —Jerry habló con la boca llena de tarta de 
chocolate—. Es increíble. —Tomó otro bocado—. No puedo 
recordar haber comido algo así cuando estuve en el internado. 
—Yo tampoco. —El comentario de William hizo que los dos 
adultos rieran, como si los recuerdos de William del internado 
fueran tan distantes como los de Jerry. —Frau Zimmerman hat mir 
immer eine Sachertorte am Geburtstage getan! 
Jerry volvió a mirar a David para que le tradujera. 
—La señora Zimmerman siempre le preparaba una tarta de estas 
para su cumpleaños. —David se encogió de hombros después de 
ofrecerle la traducción. 
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—Oye, vaquero. —Jerry miró a William—. Eso fue muy 
amable de su parte, ja? 
William rió cuando Jerry le tiró suavemente la oreja. 
—Ja, siempre fue amable conmigo. —William dejó de 
masticar. 
—¿Estás bien, vaquero? 
William asintió y continuó comiendo, aunque David notó que lo 
hizo con menos entusiasmo. 
—No tienes que acabártela si no quieres, William. —David 
miró a Jerry y movió sus labios dibujando la palabra “disculpa”, 
pero este simplemente movió su mano diciéndole que no importaba. 
—La extraño. 
David miró al pequeño chico frente a él. La tarta no era un 
simple postre para William, era la conexión con una vida que había 
dejado para venir a un país distinto y a vivir con un pariente que no 
era más que un extraño. Pequeño, demasiado para su edad, sensitivo, 
amable, valiente, vulnerable, confundido, perdido… David sintió 
ganas de reír ante la ironía de su vida. Aquí estaba un pequeño que 
lo había abrazado simplemente por una tarta que había preparado 
cientos de veces y en algún lugar de la ciudad había cuatro hombres 
a los cuales David les dio todo, incluyendo su corazón y lo único 
que recibió a cambio fueron traiciones y un corazón roto. 
—Oye. —Jerry colocó su mano sobre su hombro. 
—Lo siento, eh, necesito ir al baño un minuto. 
David siguió a Jerry por el pasillo hasta que señaló una puerta 
debajo de las escaleras. 
—¿Fue algo que…? 
—No. —David rió débilmente—. No es nada. Es solo que estoy 
pasando por un momento complicado justo ahora, eso es todo. —
David se dio la vuelta y entró al baño—. Lo siento, prometo no 
alterar a William. —Cuando David cerró la puerta del baño, dejó a 
Jerry en el pasillo con una expresión de confusión en su rostro. 
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«Santo cielo, Loewenberger, contrólate un poco». David estudió 
sus ojos rojos en el espejo. Vaya primera impresión que estaba 
dando. «Hola, seré el profesor de su niño y soy un desastre 
emocional. ¿Quién querría a su hijo en mi clase?». Se sentó en el 
retrete un minuto, recordándose a sí mismo que William y Jerry no 
tenían por qué verse afectados por su terrible vida amorosa. ¿Por 
qué Sampson no pudo ser el indicado? ¿Por qué tuvo que ser otro 
patán que lo único que le importaba era el dinero de David? Al 
menos, David se reconfortó a sí mismo, Sampson no sabía su 
verdadero apellido, de lo contrario, hubiera aparecido en la casa de 
sus padres exigiendo algún tipo de compensación. «Pero si sabías 
eso, ¿por qué permaneciste tanto tiempo a su lado?». David se 
limpió las lágrimas con un pedazo de papel higiénico. «Porque era 
mejor que estar solo». David estudió su rostro una última vez, 
patético y dependiente. Las dos cualidades más buscadas en los 
miembros de la comunidad gay. 
David salió del baño para toparse con los dos hombres 
terminando su tarta en silencio. «¿Acaso Jerry nunca habla con 
William? No es asunto mío», David se recordó a sí mismo mientras 
se sentaba. 
—William y yo íbamos a ver una película esta noche… —dijo 
Jerry antes de que David pudiera hablar—, y a comer palomitas de 
maíz… eres bienvenido si quieres quedarte, si no tienes otros planes 
claro está. 
—Por favor, señor Loewenberger. —Añadió William. David lo 
miró a los ojos y supo que si el niño se ponía a llorar, David dejaría 
a Jerry con un problema más grande en sus manos. 
—Claro, ¿por qué no? Después de todo es miércoles. —Sintió 
el deseo de agregar: «y es mejor que regresar a un apartamento 
vacío». 
 
 
—¿QUÉ película es esta? —La expresión de Jerry no había 
cambiado en los últimos veinte minutos. 
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—Los cuatro fantásticos —respondió William sin quitar la 
mirada de la pantalla. 
—Tampoco me gusta. —David se acercó a Jerry y susurró. 
Cuando Jerry sonrió, continuó diciendo—: me gustan más las 
películas psicológicas y de terror. 
—Igual que a mí. —Jerry rió y le pasó a David el tazón de 
palomitas de maíz. Después de la negativa de David diciendo que ya 
no podría comer más, Jerry tocó a William en la espalda con su 
enorme pie y le entregó el bol—. Diez minutos más vaquero y luego 
deberás ir a la cama. 
—Pero la película todavía no ha terminado. 
—Seguirá aquí por la mañana. —David le convenció y luego 
agregó—: Así querrás levantarte por la mañana. —David se encogió 
de hombros cuando Jerry lo volvió para mirarlo y susurró—: 
Siempre funcionaba conmigo cuando tenía su edad. 
David notó que Jerry lo miraba fijamente y se sonrojó. Cuando 
Jerry finalmente habló, las palabras eran casi inaudibles. 
—¿Puedo pedirte que te quedes después de…? —Jerry señaló a 
William con su barbilla. 
David asintió, no quería expresar sus preocupaciones estando 
tan cerca de William. Cuando el pequeño estuviera dormido, David 
quería asegurarse que Jerry supiera todo lo que pensaba. 
—Muy bien amiguito, es hora de irse a la cama. —Jerry apagó 
la enorme televisión de pantalla plana y se acercó a David, 
sosteniendo uno de sus codos—. Hay cerveza en el refrigerador 
aunque sé que tienes que conducir. ¿Te gustaría que habláramos en 
el patio? —Cuando David asintió Jerry agregó—: Toma dos 
cervezas, yo voy en unos quince minutos. 
—¿Conoces alguna canción de cuna? —William estaba parado 
frente a David, mientras tiraba con una mano de su pantalón—. El 
tío Jerry no sabe cantar. 
—Bueno, yo… no estoy seguro si eso sería apropiado. —David 
se volvió para mirar a Jerry pidiéndole ayuda. 
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—No se lo diré a nadie. —Jerry se encogió de hombros y sonrió 
pícaramente—. Incluso te acompañaré, para asegurarnos que todo 
sea decoroso. 
—Genial. —David suspiró—. Tendré público. 
Y entonces, después de haber arropado a William, mientras el 
tío Jerry le acariciaba la pequeña cabellera rubia, David se sentó en 
los pies de la cama y cantó Teddy Bear’s Picnic. Se sintió como un 
idiota por hacerlo, William ya tenía diez años y no estaba seguro de 
recordar todas las palabras. La vergüenza se manifestó como un 
sudor que recorría todo su cuerpo. ¿Cómo podían los intérpretes 
cantar cada noche frente a cientos de personas? Para su alivio, 
William no le pidió un concierto entero y Jerry, probablemente al 
notar su vergüenza, no se dio la vuelta para mirarle ni una vez. 
Cuando la respiración de William se profundizó y su cuerpo se 
relajó sobre el colchón, Jerry se bajó de la cama y guió a David 
fuera del dormitorio. 
—Tienes una voz muy hermosa. 
David no respondió hasta que estaban en el patio, con las 
cervezas en las manos, e incluso en ese momento no se atrevió a 
responder el cumplido. 
—Es tan adorable. No puedo imaginarme lo difícil que debe ser 
para él acostumbrarse a todo esto. 
Jerry se dejó caer sobre una de las sillas de madera y suspiró. 
—Lo he llevado a su primera cita con la psicóloga y lo haré 
durante el tiempo que dure su estancia aquí, pero ella y Sara, la 
trabajadora social, parecen muy optimistas. 
—¿Entonces