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LAS MUJERES DE PARÍS

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Programa de Formación Humanística 
CÁTEDRA VALLEJO 2022- I 
 
LAS MUJERES DE PARÍS 
(César Vallejo) 
París, 1924 
Para el neomundial que por primera vez visita París, hay una cosa en la gran urbe, que él, más 
que ningún otro, constata de inmediato: la escasa población infantil. Caminará por las opulentas 
avenidas; verá la recova divina de siglos en el Louvre; irá a los paseos lacustres; se sentará a la 
diestra de los palacios trascendentales y casi metafísicos; espectará a Moliere en la Comedia 
Francesa; verá las olimpiadas en Longchamp; más pocas veces oirá reír o llorar a un niño. En los 
halls de los hoteles y de las residencias particulares, se asomará de mañana o de tarde, y será 
rara una vocecilla, una carrera, un berrido de gracia e inocencia. 
París, desde este respecto, es árido y desolado. La mujer, por lo general, en medio de su 
jolgorio de boulevard, da una extraña impresión de esterilidad. Si sonríe, lo hará mostrando un 
rictus negativo, del cual acaso ha desaparecido toda señal humana de mujer. Ella parece haber 
violentado el ritmo espiritual de su sexo, hacia un rol desconocido en la vida del hogar. Trabaja 
al lado del hombre, en el bureau, en el taller, en la fábrica, en la campaña, y, de esta manera, 
vive las mismas preocupaciones y luchas por la existencia que él, en las que para nada entra el 
instinto angular frente a la especie, el regazo gentilicio, el pectoral arranque matriz. Se supera o 
se rebaja, no se sabe; pero se desnaturaliza. 
Un médico de América me decía: 
-En París la mujer ya no es mujer. Tiene horror a ser madre. Esto es escalofriante. 
Yo le respondo: 
-Es la miseria. 
-No hay miseria mayor que la de Rusia y de Alemania; y sin embargo, en Rusia y en Alemania 
la natalidad supera actualmente en un setenta por ciento a la de Francia. 
-Entonces es la civilización... 
El doctor se echa a reír. Repongo: 
-Entonces es la raza. 
No atino a explicarme. Mi amigo tampoco. Me dice él en crudo: 
-Oiga usted. Yo soy médico y visito los hospitales de París. Yo conozco esto. Hay mujeres aquí 
que para procurarse un aborto pagan miles de francos. 
Recuerdo entonces a míseras mujeres de América, que dan -su vida por la vida del hijo que 
llevan todavía en las entrañas. EI médico me arguye: 
-Eso es primitivo, brutal, antiestético, feo. Los griegos de Alejandría no comprenderían 
semejante atentado a la euritmia e integridad del mármol femenino. 
-Entre la Manca de Milo y una madre que da a dos manos el seno a su bebé, yo, naturalmente, 
me inclino ante ambas: las dos cosas puede ser la mujer, al mismo tiempo. 
[El Norte, Trujillo, 4 de abril de 1924]

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