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7 - Zaremsky - No hay mas sordo

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“No hay más sordo que el que no quiere…escuchar” 
Liliana Zaremsky 
 
Sordo de nacimiento, no oye las conversaciones. Solo una leve captación de algunos 
sonidos en los extremos del espectro auditivo. 
Fue su madre quien lo detectó en los primeros meses de su vida, y empeñada en re-
parar esta falta, lo envió a una escuela para sordos desde que tenía dos años. 
“Ser lo más parecido a un oyente” fue el mandato materno, que en convivencia con la 
escuela, marcó su vida en un velado rechazo de su singularidad. 
Lee los labios, y habla dos idiomas con un dejo gutural en la voz. 
Un pequeño audífono que amplifica los rango agudos y graves le sirve para orientar-
se, incluso conducir un auto. 
A los 43 años, divorciado desde hace dos, consulta por su adicción a la cocaína, al 
chat, y las relaciones compulsivas con mujeres. 
Cumple al pie de la letra las obligaciones que le impone la ley respecto su ex mujer y 
sus dos hijos; pero, ausente en sus actos, no está implicado en la relación con ellos. 
Explica lo que le pasa con estándares universales sobre la sordera que la escuela pa-
ra sordos, le ha aportado. 
Ninguna enunciación propia, ninguna división subjetiva. 
Es el cuarto hijo de una familia de hacendados, y en las oficinas familiares cumple su 
horario. Su padre, muerto hace 10 años, alcohólico y agresivo tanto con su mujer como 
con sus 4 hijos, lo ignoraba o lo despreciaba. 
-“No me hablaba, nunca me enseñó nada. Se burlaba cuando yo hablaba inglés. No 
creía que yo pudiera, no confiaba en mí”. 
No soporta estar solo en su departamento, lo que lo lanza al ciberespacio al tiempo 
que consume cocaína y chatea con sus contactos de Facebook; termina las noches al-
coholizado, y circunstancialmente con alguna mujer. 
 En un primer momento recortar el significante “contactos”, permite ubicar la modali-
dad de sus lazos. 
Relaciones superficiales y efímeras, tras las que subyace un profundo y mudo aisla-
miento, al que llama “bloqueo”. 
El lazo transferencial que posibilita poner palabras al silencio de este goce autista, lo 
alivia, y disminuye el consumo de cocaína. 
Obligado a mirar para poder escuchar, solo puede hacerlo con una persona a la vez, 
confesando su irritación agresiva en las conversaciones grupales, en las que no consigue 
seguir el ritmo. 
Habla mucho y rápido; tratando de rellenar con enunciados vacíos las lagunas de lo 
que no captó. 
 Responder rápido y sin pensar, hacer un ping pong con el Otro, es el modo singular 
de cumplir el mandato de “ser lo más parecido a un oyente”. 
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Quedarse fuera es el precio que paga, por seguir el ritmo del Otro. 
Es este síntoma, y no la sordera lo que lo margina. Identificado al Otro oyente, desa-
parece él mismo. 
Trabajar con los significantes: oír/escuchar, le resulta absolutamente revelador. 
Dice emocionado; “¡Nunca lo había pensado!”. 
Se subraya no pensar; y él pone en serie: pensar y escuchar. 
Hablar mucho, hablar rápido, para no pensar. 
“Es como una droga”, dice; “para escaparse de la realidad”. 
Recuerda que su hermano mayor le advertía; “¿Qué decís? ¡Pará de hablar! ¡Callate y 
escuchá!”. 
Disminuida la consistencia de los excesos de goce por el trabajo del análisis, se inau-
gura otro momento en el que aparecen preguntas por su paternidad. 
Es citado por el colegio de sus hijos por un problema de conducta grave. 
En ese contexto trae el análisis una pesadilla: “Los hijos sentados en el marco de una 
ventana. Hay una explosión y salen volando por el aire”. 
La intensidad de este sueño lo hace a él volar por el aire, y caerse de la cama lesio-
nándose el nervio ciático. 
Rengo y dolorido dice: “Nunca había pensado que se puede perder a los hijos”. 
Dolor por una pérdida que le toma el cuerpo. Concernido, por primera vez se hace 
responsable: “Me lavé las manos, como si los hijos fueran solo de la madre”. 
“Solo de la madre” es la metáfora significante que da cuenta de su novela edípica. 
Una serie de recuerdos infantiles puestos al trabajo, permiten que empiece a separar-
se del goce incestuoso puesto en juego entre un padre que ignora y las demandas de una 
madre adquieren el carácter de mandatos. 
Escuchar su singularidad con interés por sus causas, en lugar de aplicarle los están-
dares preestablecidos para la sordera, le ha permitido empezar a pensar-se y escuchar-
se.

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