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4 - Marchesini - La imaginación fantástica

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Angélica Marchesini 
La imaginación fantástica 
 “Si no hacés caso, vas a morir”, le repetían una y otra vez las voces a Emilio, un 
niño de 8 años. Ese infierno invadía su mente, y adoptaba la forma de voces maléficas. 
Emilio sufría al oír las voces: no sabía de dónde procedían, pero tenían poder sobre él y 
su influencia era, sin duda, negativa. 
Los padres separados desde sus dos años, lo llevan a la consulta, porque el niño 
mostraba muy poco interés por sus pares, no se daba con nadie. La entrevista con ellos, 
se dio en un clima agresivo, de acusaciones cruzadas. Cuando intentaron sintetizar las 
explicaciones, ambos coincidieron en que estaban demasiado dedicados a sus propias 
actividades, y que el niño permanecía solo la mayor parte del tiempo. 
En la primera etapa del análisis, Emilio se mostró tímido y reticente a hablar. Se 
inclinó, más bien, a dibujar. Así, durante una sesión, dibujó al personaje Wheezy, uno 
de los juguetes de Andy en la película Toy Story. Wheezy era él mismo: un personaje 
menor, un pingüino de color negro y moño rojo, que siempre estaba preocupado. ¿Cuál 
era el motivo? Emilio me aclaró que había sido un juguete abandonado por Andy, y que 
por eso la Sra. Davis había decidido colocar a Wheezy en un estante alto, entre los 
libros. Luego, el pingüino fue parte de una venta de garaje en el jardín de Andy, ubicado 
dentro de una caja, de la que se tropezó y se cayó. 
Emilio también tropezaba en sus pesadillas nocturnas: se veía caído bajo la 
lluvia, con la cabeza gacha, mientras el mundo explotaba a su alrededor, una escena en 
la que, mientras todo se incendiaba, moría su padre y los animales lo miraban desde sus 
madrigueras. “Es como si mi pesadilla ocurriera en la realidad: imaginé un monstruo 
medio fantasmal, y sentía un rasguño”. (…) “Sé que no es real, pero igual me asusta”, 
decía Emilio, agregando que sentía que algo podía aparecer de pronto y hacerle daño. 
Su angustia no estaba ligada sólo al contenido de sus sueños. En una ocasión, el 
niño manifestó que sentía miedo cuando lo dejaban solo. En otra oportunidad, comentó 
que la noche previa había dormido sentado bajo el marco de la puerta, porque temía que 
alguien entrara y lo lastimara. Él seguía estando solo, y no lograba calmarse a la vista de 
otro cualquiera. Ni siquiera de la señora que lo cuidaba desde su nacimiento. 
Para espantar la soledad, Emilio vivía con sus amigos imaginarios, unas voces 
que se encargaban de crear historias. Estas, se asemejaban a las imágenes que atraían al 
niño en la pantalla. Uno de esos relatos refería a la llegada de los extraterrestres, que 
intentaban atrapar personas para transformarles sus cerebros. Los extraterrestres querían 
crear un nuevo mundo. Mientras Emilio estaba en medio del océano, los extraterrestres 
lo agarraban, lo agredían y él pasaba a ser uno más de ellos. En sus relatos podía 
entreverse la connotación de algo maligno. 
Luego de casi un año, Emiio fue retirado del tratamiento. Pese a la buena 
relación transferencial, los padres sostuvieron que no podían llevarlo al consultorio, que 
les resultaba imposible organizarse para hacerlo. En ese momento manifesté mi 
desacuerdo en la interrupción, y ofrecí múltiples posibilidades, pero fue en vano. 
Seis años más tarde, Emilio –que ya tenía 14 años- me llamó. Al recibirlo, me 
dijo que sus amigos imaginarios le habían aconsejado que fuera a verme, porque la 
situación entre ellos (agresiones y peleas entre las distintas voces, las buenas y las 
malas) se hacía difícil de sostener. “Desde chico me inventé una compañía, para 
compensar la falta de amigos. Dudo si esto que me pasa es normal”. 
Las voces de los amigos imaginarios eran necesarias. Sin ellas, Emilio vivía en 
un gran vacío, en el que se sentía perdido. Por el contrario, cuando las voces no paraban, 
(“porque mis amigos hablan entre ellos sobre mí”), o cuando “la imaginación voló 
mucho”, como solía decirme, esas situaciones le invadían la vida. 
Desde el principio, el problema que surgía era el carácter belicoso, a veces 
injurioso de las voces. También se trataba de un tema de regulación, porque nadie 
conocía de la existencia de sus voces: era algo que permanecía en total secreto entre él 
y yo. Los padres de Emilio no advertían estos fenómenos, que el niño mantenía 
encapsulados, sin contaminar –al menos hasta ese tiempo- su vida cotidiana. Como 
cualquier chico de su edad, Emilio concurría a la escuela y participaba de varias 
actividades extra escolares. 
En un principio, Emilio habla de forma espontánea y abierta sobre sus “voces”: 
relata que ellas imaginan diferentes historias, en las que el niño es hijo de espías, objeto 
de un secuestro, testigo del infierno y de demonios sueltos, etc. Cada vez que 
participaba de una escena social prolongada, Emilio necesitaba ir a otro sitio, a solas, 
para reencontrarse con sus amigos imaginarios. Si no lo hacía –me dijo- se perdía: “me 
encuentro en una nebulosa”. Una vez que se producía el reencuentro, a solas con ellos, 
las voces lo hacían “volver en sí”, según sus palabras. 
Cuando lo interrogaba respecto del funcionamiento, Emilio aclaraba que “Todo 
ocurre en voz alta: imagino que hay alguien al lado mío, es una imagen borrosa. De 
todas formas, la voz es más importante que la imagen”, sostenía. “La voz sale de mí: es 
un mecanismo por el que respondo como si hubiese una persona a mi lado”. En esa 
instancia, él mismo era quien movía la boca, “No emito el sonido, pero si hubiera 
alguien parado al lado mío, se daría cuenta por mis gestos. Es como si yo actuara”, 
explicaba. Y agregaba que “es como expresarme en voz alta. Pero no hablo yo, son las 
voces las que hablan,”. La voz emerge automáticamente, el otro está ahí: “No es que yo 
actúo por el otro, sino que en mi voz aparece la voz del otro”. “Es un recurso que 
tengo, y que tiene fuerza”. A Emilio le preocupaba que ese recurso pudiera debilitarse. 
¿Quién habla en Emilio? Las voces malas, son prepotentes, agresivas, y se 
imponen de manera dominante, lo someten. Él mismo reconoce que la voz es 
distorsionada, inauténtica: “La voz no es mía. A veces las convoco, pero otras no”. En 
esas ocasiones, las voces se le imponen, surgen más allá de su voluntad: ”Ellos, los 
amigos, hablan a través mío…” Emilio describe para sí dos estados: la confusión y el 
orden. Si está en orden es por el trabajo de las voces; si está confuso, es porque las 
voces callan, y eso lo desorienta. Es preferible que sean agresivas, antes de que callen. 
En lo que respecta a su propia historia, Emilio sostenía que “no tengo un pasado 
real. Sí recuerdo mi angustia de chico. Pero no recuerdo personas. Recuerdo mi 
imaginación sobre las personas”. Aseguraba que sus padres nunca habían estado 
demasiado en su vida, y que eran apenas un ruido de fondo, un cúmulo de gritos y 
peleas. “En mi casa algo no anda. Son fríos. De chico, nunca me pasé a la cama de mis 
padres. No parezco hijo de ellos”. 
En relación con el resto de su vida, sostiene que “algunas personas acaparan 
parcialmente mi imaginación, pero no tengo lazos de hermandad. Cuando tengo que 
profundizar una relación, me encuentro en problemas con las personas reales”, 
explica. En los registros escolares, cuando Emilio debía completar el casillero de padre 
o tutor, escribía Nadie. El trabajo con él en principio estuvo orientado a identificar las 
voces, a diferenciarlas. Aquellas maliciosas vaticinaban catástrofes, que no se cumplían, 
por lo que Emilio comenzó a hacerles frente. 
Su verdadera relación se da con los amigos imaginarios, sobre quienes dice: 
“Los necesito como a una relación de sangre”. “Mi mamá tiene una influencia terrible 
sobre mí. No puedo mirarla a los ojos, porque pierdo la tranquilidad”. 
Transcurridos cinco años de tratamiento, lo interesante en Emilio es que 
denomina a sus fenómenos un sistema de imaginación, un sistema de compensaciones. 
“Es un sistemade elementos que integran el sistema. Yo soy quien elige cuáles son los 
elementos, porque tienen que reunir ciertas condiciones. Mi mamá, por ejemplo, no 
entra. Ellos no merecen estar en el sistema”. 
En esa selección, Emilio decidió dejar afuera a las voces a las que llama 
negativas, un conjunto frente al cual él había mostrado un comportamiento pasivo y 
sumiso. 
 
Con su trabajo psicótico, Emilio logra ser agente: en esa imaginería, él es quien 
aparece dominando las situaciones, quien lleva las riendas, quien se instala como el 
líder popular que todo grupo de un grupo de estudiantes. Para describirlo, Emilio 
explica que es “un sistema que tiene a la imaginación como combustible. Es lo más real 
de lo que estoy hecho. Todo lo que hablo acá, antes lo hablo con ellos”. En varias 
ocasiones, mantiene soliloquios en voz alta, antes de la sesión: “Y si hablo de cosas 
nuevas, luego las retomo con ellos”, explica. 
Al interrogarse sobre “cómo sería mi vida sin los amigos imaginarios?”, Emilio 
no duda al responder que “no tendría sentido: sería sólo una máquina sin 
pensamientos”. Cuando el cae, se levanta -me dice-, porque el sistema mismo tiene la 
capacidad de reestablecerse. Lo amigos le dan esa energía, aclara. Pero al aludirme, 
sostiene que poder contar con una figura real lo organiza: “Vos sos una figura real, que 
entras en todas las historias. A partir de que hablo algo acá, eso pasa a tener 
importancia”. Emilio dice de sí mismo que siempre supo “que vivía así. Pero nunca lo 
analicé, ni lo entendí. Hasta que vine acá, lo hacía naturalmente. Ahora –continúa-
siento que me sirve y reconozco de qué manera me sirvió de chico. Pese a que muchas 
voces eran malas, yo tenía con quién hablar. Sin ellas no puedo. Son fieles”. 
Las intervenciones apuntan a evitar que Emilio se encierre sobre sí mismo. Si 
bien las voces le resultan indispensables, él aclara que necesita de amigos reales, que lo 
provean de nuevos alimentos para sus delirios. “Acá me di cuenta de que, más allá de 
que tenga las voces de los amigos, para mí es importante el vinculo real” 
A Emilio lo invade una soledad infinita. Por eso, desde la transferencia, la 
estrategia no apunta a eliminar las voces, sino a reducirlas, a ponerles un freno, a 
mantenerlas a raya. “Sólo acá digo las cosas como son, mejoré. Hay un stop. Lo que no 
hable acá queda como un vacío”. 
 
En curso de publicación en Bitacora Lacaniana Revista de Psicoanálisis de la Nueva Escuela Lacaniana. 
Mexico

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