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87 - Freud - La negacion

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La negación 
(1925) 
Nota introductoria 
«Die Verneinung» 
Ediciones en alemán 
1925 Imago, 11, n" 3, págs. 217-21. 
1926 Psychoanalyse der Neurosen, págs. 199-204. 
1928 GS, 11, págs. 3-7. 
1931 Theoretische Schrijten, págs. 399-404. 
1948 GW, 14, págs. 11-5. 
1975 SA, 3, págs. 371-7. 
Traducciones en castellano* 
1948 «La negación». BN (2 vols.), 2, págs. 1042-4. Tra-
ducción de Luis López-Ballesteros. 
1955 Igual título. SR, 21, págs. 195-201. Traducción de 
Ludovico Rosenthal. 
1967 Igual título. BN (3 vols.), 2, págs. 1134-6. Traduc 
ción de Luis López-Ballesteros. 
1974 Igual título. BN (9 vols.), 8, págs. 2884-6, El mis-
mo traductor. 
Según Ernest Jones (1957, pág. 125), este artículo fue 
escrito en julio de 1925, aunque sin lugar a dudas Freud 
venía reflexionando sobre el tema desde algún tiempo atrás, 
como lo indica la nota al pie que agregó en 1923 al historial 
ch'nico de «Dora» (1905^) (cf. infra, pág. 257, n. 9) . 
Es uno de sus trabajos más sucintos. Aunque trata pri-
mordialmente de un punto especial de la rnetapsicología, en 
sus pasajes iniciales y finales roza cuestiones técnicas. Las 
referencias contenidas en las notas al pie mostrarán que 
ambos aspectos del artículo tenían ya una larga historia. 
James Strachey 
* {Cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano», supra, pág 
.xiü y n, 6.} 
251 
EI modo en que nuestros pacientes producen sus ocu-
rrencias durante el trabajo analítico nos da ocasión de hacer 
algunas interesantes observaciones. «Ahora usted pensará 
que quiero decir algo ofensivo, pero realmente no tengo ese 
propósito». Lo comprendemos: es el rechazo, por proyec-
ción, de una ocurrencia que acaba de aflorar. O bien: «Usted 
pregunta quién puede ser la persona del sueño. Mi madre 
no es». Nosotros rectificamos: Entonces es su madre. Nos 
tomamos la libertad, para interpretar, de prescindir de la 
negación y extraer el contenido puro de la ocurrencia. Es 
como si el paciente hubiera dicho en realidad: «Con respec-
to a esa persona se me ocurrió, es cierto, que era mí ma-
dre; pero no tengo ninguna gana de considerar esa ocu-
rrencia».^ 
A veces es dable procurarse de manera muy cómoda el 
esclarecimiento buscado acerca de lo reprimido inconciente. 
Uno pregunta: «¿Qué considera usted lo más inverosímil de 
todo en aquella situación?». Si el paciente cae en la trampa 
y nombra aquello en que menos puede creer, casi siempre 
ha confesado lo correcto. Una neta contrapartida de ese expe-
rimento se produce a menudo en el neurótico obsesivo que 
ya ha sido iniciado en la inteligencia de sus síntomas. «He 
tenido una nueva representación obsesiva. Al punto se me 
ocurrió que podría significar esto en particular. Pero no, no 
puede ser cierto, pues de lo contrario no se me habría podido 
ocurrir». Desde luego, lo que él desestima con este funda-
mento, espiado en la cura, es el sentido correcto de la nueva 
representación obsesiva. 
Por tanto, un contenido de representación o de pensa-
miento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condi-
ción de que se deje negar. La negación es un modo de tomar 
noticia de lo reprimido; en verdad, es ya una cancelación 
de la represión, aunque no, claro está, una aceptación de lo 
1 [Freud ya había llamado la atención sobre esto en otros lugares; 
por ejemplo, tn e! análisis del «Hombre de las Ratas» (1909¡/), AE. 
10, páp. 14'5, /;. 20,1 
253 
reprimido. Se ve cómo la función intelectual se separa aquí 
del proceso afectivo. Con ayuda de la negación es enderezada 
sólo una de las consecuencias del proceso represivo, a saber, 
la de que su contenido de representación no llegue a la con-
ciencia. De ahí resulta una suerte de aceptación intelectual 
de lo reprimido con persistencia de lo esencial de la repre-
sión.^ En el curso del trabajo analítico producimos a menudo 
otra variante, muy importante y bastante llamativa, de esa 
misma situación. Logramos triunfar también sobre la nega-
ción y establecer la plena aceptación intelectual de lo re-
primido, a pesar de lo cual el proceso represivo mismo no 
queda todavía cancelado. 
Puesto que es tarea de la función intelectual del juicio 
afirmar o negar contenidos de pensamiento, las consideracio-
nes anteriores nos han llevado al origen psicológico de esa 
función. Negar algo en el juicio quiere decir, en el fondo, 
«Eso es algo que yo preferiría reprimir». El juicio adverso 
{Verurteilung} es el sustituto intelectual de la represión,^ su 
«no» es una marca de ella, su certificado de origen; digamos, 
como el «Made in Germany». Por medio del símbolo de la 
negación, el pensar se libera de las restricciones de la repre-
sión y se enriquece con contenidos indispensables para su 
operación. 
La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones 
que adoptar. Debe atribuir o desatribuir una propiedad a 
una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia de una 
representación en la realidad. La propiedad sobre la cual se 
debe decidir pudo haber sido originariamente buena o mala, 
útil o dañina. Expresado en el lenguaje de las mociones pul-
sionales orales, las más antiguas: «Quiero comer o quiero 
escupir esto». Y en una traducción más amplia: «Quiero in-
troducir esto en mí o quiero excluir esto de mí». Vale decir: 
«Eso debe estar en mí o fuera de mí». El yo-placer origi-
nario quiere, como lo he expuesto en otro lugar, introyectarse 
todo lo bueno, arrojar de sí todo lo malo. Al comienzo son 
2 Ese mismo proceso está en la base del hecho conocido de la invo-
cación. «¡Qué suerte que hace tanto tiempo que no tengo mis ja-
quecas!»: he ahí el primer anuncio del ataque que se siente inminente, 
pero en el cual no se quiere creer. [Esta explicación le fue sugerida 
a Freud por una de sus primeras pacientes, la señora Cacilie M.; 
véase al respecto una larga nota al pie en Estudios sobre la histeria 
(1895í/), AE, 2, págs. 95-6.] 
'^ [Aparentemente, la primera formulación de esta idea se halla en 
e¡ libro de Freud sobre el chiste (1905Í:), AE, 8, pág. 167. Reaparece 
en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» 
(J911¿), AE, 12, pág. 225, y en «Lo inconciente» {\9l5e), AE, 14, 
pág, 183,] 
254 
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para él idénticos lo malo, lo ajeno al yo, lo que se encuentra 
afuera.'' 
La otra de las decisiones de la función del juicio, la que 
recae sobre la existencia real de una cosa del mundo repre-
sentada, es un interés del yo-realidad definitivo, que se desa-
rrolla desde el yo-placer inicial (examen de realidad). Ahora 
ya no se trata de si algo percibido (una cosa del mundo) 
debe ser acogido o no en el interior del yo, sino de si algo 
presente como representación dentro del yo puede ser reen-
contrado también en la percepción (realidad). De nuevo, 
como se ve, estamos frente a una cuestión de afuera y aden-
tro. Lo no real, lo meramente representado, lo subjetivo, es 
sólo interior; lo otro, lo real, está presente también ahí 
afuera. En este desarrollo se deja de lado el miramiento por 
el principio de placer. La experiencia ha enseñado que no 
sólo es importante que una cosa del mundo (objeto de satis-
facción) posea la propiedad «buena», y por tanto merezca 
ser acogida en el yo, sino también que se encuentre ahí, en 
el mundo exterior, de modo que uno pueda apoderarse de ella 
si lo necesita. 
Para comprender este progreso es preciso recordar que 
todas las representaciones provienen de percepciones, son 
repeticiones de estas. Por lo tanto, originariamente ya la 
existencia misma de la representación es una carta de ciuda-
danía que acredita la realidad de lo representado. La oposi-
ción entre subjetivo y objetivo no se da desde el comienzo. 
Sólo se establece porque el pensar posee la capacidad de vol-
ver a hacer presente, reproduciéndolo en la representación, 
algo que una vez fue percibido, para lo cual no hace falta 
que el objeto siga estando ahí afuera. El fin primero y más 
inmediato del examen de realidad (de objetividad} no es, 
por tanto, hallar en la percepción objetiva {real} un objeto 
quecorresponda a lo representado, sino reencontrarlo, con-
vencerse de que todavía está ahí.^ Otra contribución al di-
vorcio entre lo subjetivo y lo objetivo es prestada por una 
diversa capacidad de la facultad de pensar. No siempre, al 
reproducirse la percepción en la representación, se la repite 
•* Esto se examina en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915Í:) 
{AE, 14, págs. 130-1; la cuestión es retomada en el capítulo I de Et 
males lar en la cultura (1930a)]. 
' [Gran parte de lo que aquí se afirma está prefigurado en La in-
terpretación de los sueños {i900fl), AE, 5, págs. 556-9, y más espe-
cialmente en el «Proyecto de psicología» de 1895 (1950a), AE, 1, 
pág. 374, donde el «objeto» que debe reencontrarse es el pecho de la 
madre. En un contexto semejante se dice en Tres ensayos de teoría 
sexual (1905í¿), AE, 7, pág. 203: «El encuentro de objeto es propia-
mente im reencuentro»,] 
255 
con fidelidad; puede resultar modificada por omisiones, alte-
rada por contaminaciones de diferentes elementos. El examen 
de realidad tiene que controlar entonces el alcance de tales 
desfiguraciones. Ahora bien, discernimos una condición para 
que se instituya el examen de realidad: tienen que haberse 
perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción obje-
tiva {real}. 
El juzgar es la acción intelectual que elige la acción motriz, 
que pone fin a la dilación que significa el pensamiento mis-
mo, y conduce del pensar al actuar. También en otro sitio 
he tratado ya esa dilación del pensamiento." Ha de conside-
rársela como una acción tentativa, como un tantear motor 
con mínimos gastos de descarga. Reflexionemos: ^;Dónde 
había practicado antes el yo un tanteo así, en qué lugar 
aprendió la técnica que ahora aplica a los procesos de pen-
samiento? Ello ocurrió en el extremo sensorial del aparato 
anímico, a raíz de las percepciones de los sentidos. En efecto, 
de acuerdo con nuestro supuesto la percepción no es un pro-
ceso puramente pasivo, sino que el yo envía de manera pe-
riódica al sistema percepción pequeños volúmenes de inves-
tidura por medio de los cuales toma muestras de los estímu-
los externos, para volver a retirarse tras cada uno de estos 
avances tentaleantes.^ 
El estudio del juicio nos abre acaso, por primera vez, la 
intelección de la génesis de una función intelectual a partir 
del juego de las mociones pulsionales primarias. El juzgar 
es el ulterior desarrollo, acorde a fines, de la inclusión 
{Einbeziehung] dentro del yo o la expulsión de él, que ori-
ginariamente se rigieron por el principio de placer. Su pola-
ridad parece corresponder a la oposición de los dos grupos 
pulsionales que hemos supuesto. La afirmación —como sus-
tituto de la unión— pertenece al Eros, y la negación —suce-
sora de la expulsión—, a la pulsión de destrucción. El gusto 
de negarlo todo, el negativismo de muchos psicóticos, debe 
comprenderse probablemente como indicio de la desmezcla 
* [Cf. El yo y el ello (1923¿), supra, pág. 56. Pero tsto fue soste-
nido repetidas veces por Freud, a partir del «Proyecto» de 1895 
(1950ij), AE, 1, págs. 376-7. Se hallará una lista de referencias en la 
32' de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a). 
Digamos de paso que el tema del juicio es tratado en su totalidad, 
siguiendo lineamientos similares a los que aquí se advierten, en las 
secciones 16, 17 y 18 de la parte I del «Proyecto».] 
" [Cf. Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 27-8, 
y «Nota sobre la "pizarra mágica"» (1925a), supra, pág. 247, aunque 
en el último de los pasajes citados Freud dice que no es el yo sino 
el inconciente el que extiende las antenas al encuentro del mundo 
exterior.] 
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de pulsiones por débito de los componentes libidinosos.^ 
Ahora bien, la operación de la función del juicio se posibilita 
únicamente por esta vía: qur la creación del símbolo de la 
negación haya permitido al pensar un primer grado de inde-
pendencia respecto de las consecuencias de la represión y, 
por tanto, de la compulsión del principio de placer. 
Armoniza muy bien con esta manera de concebir la nega-
ción el hecho de que en el análisis no se descubra ningún 
«no» que provenga de lo inconciente, y que el reconocimien-
to de lo inconciente por parte del yo se exprese en una fór-
mula negativa. No hay mejor prueba de que se ha logrado 
descubrir lo inconciente que esta frase del analizado, pro-
nunciada como reacción: «No me parece», o «No (nunca) se 
me ha pasado por la cabeza».'* 
•'* [Véase una observación en el libro sobre el chiste (19ü5c), AE, 
8. pág. 167, «. 12.] 
•' [Freud sostuvo esto casi con las mismas palabras en una nota al 
pie agregada en 1923 al caso «Dora» (19ü5t'), AE, 7, pág. 51. Volvió 
sobre el tema una vez más en su artículo «Coinstrucciones en el aná-
lisis» (1937í/).l 
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