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Trabajo Final Seminario Hist Política II Alberto Miguel Sánchez

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Seminario de Historia Social y Política II
	Alberto Miguel Sánchez
Legajo 8712
Licenciatura en Historia
	
LA LUCHA POR LA PAZ COMO ACCION TRANSFROMADORA. 
LENIN ANTE LA PRIMERA GRAN GUERRA
 
Alumno: ALBERTO MIGUEL SANCHEZ
Legajo: 8712
Carrera: Licenciatura en Historia
Seminario: Seminario de Historia Social y Política II
Profesor: Marcelo Summo
Universidad Nacional 3 de febrero 
Julio 2021
Resumen
El propósito del presente trabajo es abordar el pensamiento de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, en relación a la Primera Guerra Mundial y específicamente a la cuestión de la lucha por la paz como objetivo táctico en un contexto de convulsión regional de inédita magnitud. Se explorará tanto en los escritos del propio Lenin, como en los de otros dirigentes revolucionarios que profundizaron en la cuestión y provocaron divergencias en las propias formaciones proletarias. Al mismo tiempo, se buscará diferenciar las posturas pacifistas inspiradas en motivaciones morales o éticas de aquellas que, desde un análisis clasista de la sociedad, establecen un criterio diferente a partir de premisas claramente rupturistas con las formas dominantes de organización social. El trabajo buscará interpretar, en su real dimensión, el rol de la paz para Lenin, dentro de un conjunto de elementos que constituyen una estrategia de transformación social del sistema de dominación existente.
Introducción
La guerra que estallará en Europa en 1914 tendrá tantas implicancias y será de tal magnitud, que producirá transformaciones que pondrán en crisis el poder de la Rusia zarista tanto como de la monarquía alemana y, al mismo tiempo, acelerarán las condiciones para la irrupción de los grupos proletarios más radicales que acabarán asaltando el poder de la Rusia zarista de la mano de los bolcheviques rusos liderados por Lenin y Trotsky. 
Al mismo tiempo que las acciones de guerra se multiplicaban y extendían a amplios territorios como parte de un conflicto de características imperiales, se producía hacia el interior de las fuerzas obreras y revolucionarias un agitado debate en relación a la postura que dichos sectores debían asumir ante la guerra y ante la cuestión nacional, que era azuzada por los sectores dominantes de los diferentes países europeos, con la clara intencionalidad de generar un clima que favoreciera las políticas guerreristas y alentaran en la población el sentimiento de nacionalidad.
Eric Hobsbawm califica al año 1914 como un punto de inicio de “catástrofes masivas donde los métodos salvajes pasaron a ser un aspecto pleno y esperado del mundo civilizado, hasta el punto de que enmascararon los procesos constantes y sorprendentes de la tecnología y de la capacidad humana para producir, incluso el innegable perfeccionamiento de la organización social humana ocurridos en muchas partes del mundo, hasta que fueron imposibles de ignorar durante el gran salto hacia delante de la economía mundial en el tercer cuarto del siglo XX.[footnoteRef:1] [1: Hobsbawm, Eric, La era del imperio: 1875-1914, 2° ed., Buenos Aires: Crítica, 2011, p.292] 
Ya desde 1912, al redactarse el Manifiesto de Basilea de la II Internacional, se había fijado la postura del proletariado organizado, ante la evidencia de las tensiones regionales propias de lo que Lenin consideraba un estado de “descomposición del capitalismo”. En dicho documento se instaba a las organizaciones obreras de las diferentes naciones a que opongan una férrea resistencia a los intentos belicistas del imperialismo, evitando de ese modo ser utilizados como carne de cañón de los conflictos inter-capitalistas. Era claramente un llamado a la paz y a la unidad de los trabajadores, independientemente de sus nacionalidades, en la certeza de que el desencadenamiento de un conflicto armado traería solo más penurias a los sectores postergados:
 “El congreso lanza un llamamiento a todos vosotros, proletarios socialistas de todos los países, para que en esta hora decisiva hagáis que vuestra voz se escuche y afirméis vuestra voluntad bajo todas las formas y en todas partes. Elevad con todas vuestras fuerzas vuestra protesta unánime en los parlamentos; uníos en manifestaciones y acciones de masas, utilizad todos los medios que pone en vuestras manos la organización y fuerza del proletariado, de forma que los gobiernos sientan constantemente ante ellos la voluntad atenta y activa de una clase obrera resuelta a favor de la paz. Oponed así al mundo capitalista de la explotación y muerte, las masas del mundo proletario de la paz y la unión de los pueblos”.[footnoteRef:2] [2: Manifiesto del Congreso Socialista Internacional Extraordinario Basilea, 24-25 de noviembre de 1912, disponible en http://www.grupgerminal.org/?q=system/files/1912-11-25-manifiestobasilea.pdf] 
Para Lenin, no había ninguna duda que el conflicto desatado a partir del asesinato en Sarajevo del archiduque de Austria el 28 de junio de 1914, era una clara expresión del papel imperial de las potencias que se disputaban el predominio, no solo de territorios sino de influencia política en un contexto de “conquista, pillaje y rapiña” que implicaba ejercer el poder y la fuerza para obtener mayores ventajas en el reparto del mundo.[footnoteRef:3] [3: Lenin, V.I. Prólogo a las ediciones francesa y alemana de El imperialismo, etapa superior del capitalismo, 1921] 
Esta disputa por la hegemonía permitió el desarrollo del imperialismo como modo de dominación capitalista pero bajo formas globales:
“…el capitalismo se convirtió en imperialismo capitalista sólo al alcanzar un grado muy definido y muy alto de su desarrollo, cuando algunas de sus características fundamentales comenzaron a convertirse en sus contrarios, cuando tomaron cuerpo y se manifestaron en todo los rasgos de la época de transición del capitalismo a un sistema económico y social más elevado”[footnoteRef:4]. [4: Lenin, V.I., El imperialismo, etapa superior del capitalismo, Editorial Cartago, México, 1982, p.86] 
Para el líder bolchevique, el imperialismo era la manifestación palpable de la descomposición de un sistema en decadencia y “la antesala de la revolución social del proletariado” y esta consideración podía de algún modo tener vigencia y un grado de confirmación con la explosión insurreccional de 1917 en Rusia.
El análisis que hacía Lenin permitía constatar que el reparto del mundo entre las grandes potencias configuraba una política colonial enmarcada en la etapa financiera del desarrollo capitalista que, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, se había extendido a la totalidad de las regiones del planeta. Esta etapa del capitalismo es para Lenin la de la dominación por parte de los monopolios en un proceso de concentración de riquezas y materias primas que garanticen supremacía y la posibilidad de extenderla arrasando las competencias en “luchas encarnizadas”.
Para Lenin, “los capitalistas se reparten el mundo, no debido a una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado los obliga a seguir ese camino para obtener beneficios; y se lo reparten proporcionalmente al capital, proporcionalmente a la fuerza…”, y en este sentido el papel de la fuerza está relacionado al nivel de desarrollo económico y político de cada nación.
En ese contexto, el imperialismo es una etapa continuadora en la evolución del sistema, cuando ciertas características propias del mismo comienzan a ser trabas para el desarrollo de los capitales monopólicos, los cuales solo enarbolan las banderas de la libre competencia como una manifestación teórica que de ningún modo se adecúa a las reales intenciones y necesidades de dichos cárteles. En este sentido, Hobsbawm afirma que “la primera guerra mundial perseguía objetivos ilimitados debido a la fusión de la política y la economía en esta etapa imperialista de la historia.[footnoteRef:5] [5: Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, 10° ed., Buenos Aires, Crítica, 2011, p.34] 
Esta dinámica de concentración es propia del capitalismo desde su nacimiento, sin embargo, su aceleracióncondujo a la conformación de monopolios cada vez más complejos que limitaron al máximo las posibilidades de una real competencia. Es en esos conceptos que se basa Lenin para afirmar, a modo de simplificar definiciones, que “el imperialismo es la etapa monopolista del capitalismo”, es el paso de formas coloniales de reparto territorial del mundo hacia la dominación de los territorios ya conquistados a través de los monopolios.
El proceso de transformación capitalista crea las condiciones para que gracias a la concentración de la producción surjan los monopolios que evolucionarán velozmente desde los países más avanzados como Inglaterra o Estados Unidos y modificarán sustancialmente la estructura del sistema al avanzar en modos de apropiación de materias primas fundamentales, dificultando cada vez más la posibilidad de competencia industrial o comercial.
Todo este desarrollo teórico de Lenin le permite comprender las causas centrales que condujeron al desencadenamiento de la Gran Guerra y las consecuencias penosas que el conflicto traería para las clases subalternas, al ser éstas las principales perjudicadas, tanto por su participación directa en alguno de los bandos en pugna, como por la creciente miseria que acarrearía, durante y después de las acciones.
Es por ello que Lenin, considera necesario oponer la fuerza de la organización proletaria internacional a los designios guerreristas y plantear con firmeza la lucha por la paz, viendo esto no desde una dimensión moral, sino desde una estrategia que permita accionar las fuerzas sociales, motorizando las energías con el objetivo de abrir instancias que aceleren las condiciones hacia situaciones de carácter revolucionario.
Lenin establecía, desde su análisis marxista de la historia, una concepción clasista y en sus trabajos teóricos se encargó de dejar en evidencia la distinción que hacía entre los intereses de clase de cada sociedad y el papel que la guerra cumplía en los diferentes contextos en los que se podía manifestar.
Desde una postura casi principista Lenin afirmaba en el primer capítulo de su trabajo Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1915:
Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz. Pero nuestra actitud de principios hacia la guerra es diferente de la de los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el vínculo inevitable que une a las guerras con la lucha de clases dentro del país, en que comprendemos que es imposible suprimir las guerras si no se suprimen las clases y se instaura el socialismo…” [footnoteRef:6] [6: Lenin, V.I., El socialismo y la guerra (la actitud del POSDR hacia la guerra), Buenos Aires, Editorial Anteo, 1973, p. 51] 
Desde esta concepción es que Lenin analiza las particularidades históricas de cada guerra situándolas dentro de un contexto que determinará su funcionalidad. Es por ello que siguiendo esa línea, afirma que hay guerras que pueden tener un contenido progresista y de transformación, del mismo modo que otros enfrentamientos se ajustan solamente a la defensa de los intereses de las clases dominantes dentro de la lógica de expansión y concentración capitalista.
Desatada la Gran Guerra, Lenin debatirá fuertemente hacia el interior de las formaciones proletarias y cuestionará aquellos posicionamientos que, no solo iban en contra de lo que se había declamado en el Manifiesto de Basilea de 1912, sino que constituían una traición a los intereses y a los postulados del proletariado mundial.
El socialchovinismo sustenta la idea de la “defensa de la patria” en la guerra actual. Esta idea lleva, lógicamente a abandonar la lucha de clases durante la guerra, conceder los créditos de guerra, etc. En los hechos los socialchovinistas siguen una política anti proletaria, burguesa, pues en la realidad no propugnan la “defensa de la patria” para combatir el yugo extranjero, sino el “derecho” de una a otra “gran” potencia a saquear las colonias y a oprimir pueblos ajenos.[footnoteRef:7] [7: Ibid., p.65] 
La crítica a los pequeños burgueses que se apartan del marxismo son para Lenin una señal inequívoca de que los mismos operan bajo una apariencia revolucionaria, aunque sostienen posturas claramente conciliadoras y de características reformistas al “ahogar las protestas” y consolar la indignación ante la injusticia. En este sentido emparenta dicha funcionalidad con la de los clérigos que consuelan bajo diferentes formas a los explotados prometiéndoles ilusiones en un futuro incierto.
Lenin considera que existen en el seno de las organizaciones proletarias de las diferentes naciones sectores conciliadores y sectores revolucionarios; y acusa a los primeros de representar los intereses burgueses infiltrados en las fuerzas obreras con el claro objetivo de minimizar la potencia de sus acciones y desviar el sentido transformador de las ideas revolucionarias para la clase trabajadora.
Estas diferencias fundamentales serán las que determinarán lo que Lenin llama la bancarrota de la II Internacional, al producirse un claro quiebre hacia el interior de la organización obrera. Las posturas ante la guerra, de dirigentes como Kautsky o Plejánov, considerados como intelectuales marxistas de relevancia, son calificadas por Lenin como oportunistas y esencialmente tergiversadoras del marxismo.
Kautsky, que en 1912 suscribió el Manifiesto de Basilea sobre la utilización revolucionaria de la guerra inminente, trata ahora por todos los medios de justificar y embellecer el socialchovinismo, y, como Plejánov, se une a la burguesía para ridiculizar cualquier idea de revolución, cualquier paso tendiente a la lucha revolucionaria directa. [footnoteRef:8] [8: Ibid. p.71] 
El análisis de Lenin apunta a acrecentar los niveles de conciencia de clase aportando elementos que permitan comprender el verdadero sentido de la guerra identificando los diferentes componentes que la constituyen. Afirma el carácter reaccionario del conflicto y la necesidad de los revolucionarios de trabajar en el sentido de agitar el estado de ánimo de las masas para que las mismas asuman un papel activo, transformando “la guerra imperialista en guerra civil” dejando de lado las cuestiones nacionales, que acabarían siendo solo un instrumento de las clases burguesas para garantizar su predominio manipulando a los pueblos.
Lenin, los marxistas y la paz
Todo lo que se ha expuesto permite comprender que el dirigente bolchevique ruso no era un pacifista en el sentido tradicional del término, sino un intelectual y un dirigente convencido de la necesidad de la organización y concientización del proletariado con el objetivo central de transformar la realidad derribando los modos capitalistas de organización y suplantándolos por el comunismo.
La sustitución del estado burgués por el estado proletario es imposible sin una revolución violenta. La supresión del estado proletario, es decir, la supresión de todo estado, solo es posible por medio de un proceso de “extinción”.[footnoteRef:9] [9: Lenin, V.I., El estado y la revolución. La doctrina marxista del estado y las tareas de la revolución, 8° ed., Buenos Aires, Editorial Anteo, 1985, p.30] 
La utilización de la violencia con fines políticos está presente en el pensamiento de Lenin bajo la convicción de que sería inevitable recurrir a ella, no solamente para derribar el poder burgués, sino también para ejercer autoridad que repelan cualquier intento reaccionario de los sectores afectados por el tránsito revolucionario. Un período de transición al que Lenin denomina “dictadura del proletariado” y que permitiría establecer las bases de una sociedad que se encamine a la supresión de las diferencias de clases y con ello la desaparición del propio estado:
Que el estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que la democracia pequeño burguesa no podrá jamás comprender.Según Marx, el estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases.[footnoteRef:10] [10: Ibid, p.14] 
Lenin diferenciaba con absoluta claridad los diferentes intereses de clase y la lucha que entre estos se ejecutaba como parte de una constante histórica, que ya había sido desarrollada por Marx y Engels con amplitud en el Manifiesto Comunista en 1848: La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.[footnoteRef:11] [11: Marx, Carlos y Engels Federico, Manifiesto del partido comunista, 15° ed., Buenos Aires, Editorial Anteo, 1985 ] 
La interpretación materialista de la historia hará que Lenin dirija todos sus esfuerzos en el sentido de acelerar las condiciones revolucionarias, no solo en Rusia, sino en el resto del continente. Es por ello que ante la inminencia de la Gran Guerra y en el propio transcurso del conflicto, agite consignas de corte pacifistas instando a los obreros de las diferentes naciones a evitar derramar su sangre en una guerra burguesa e imperialista. Sin embargo, insta a canalizar todas las energías de los pueblos en rechazar una guerra de características reaccionarias y transformarla en una lucha contra la clase explotadora:
Quien desee una paz firme y democrática, debe estar por la guerra civil contra los gobiernos y la burguesía.[footnoteRef:12] [12: Lenin, V.I., El socialismo y la guerra (la actitud del POSDR hacia la guerra), Buenos Aires, Editorial Anteo, 1973, p. 76] 
Desde una visión emparentada al pensamiento de Lenin, Rosa Luxemburgo profundiza en las diferencias entre la interpretación de la paz que pregonan las clases burguesas y aquella derivada del pensamiento revolucionario propio del marxismo. Claramente dentro de las fuerzas de lo que se denominaba socialdemocracia se producía un profundo debate acerca de la guerra y al papel que debían asumir los sectores que apostaban a la transformación de la sociedad. 
Nuestra tarea no es solamente demostrar con vigor en todo momento nuestro amor por la paz, sino en primer lugar aclararles a las masas la naturaleza del militarismo y resaltar en forma nítida y clara la diferencia fundamental entre la posición de la socialdemocracia y la de los entusiastas burgueses de la paz.[footnoteRef:13] [13: Luxemburgo, Rosa, Utopías pacifistas, en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, 1° ed., Buenos Aires, Ediciones IPS, 2014, p. 24-25] 
Si bien esta concepción general tenía un amplio consenso entre los principales pensadores socialistas, van a comenzar a mostrarse diferencias con el avance de la guerra, el reclutamiento masivo y la agitación de los sentimientos patrióticos en las masas. La cuestión nacional cobrará una importancia generando una crisis hacia adentro de las formaciones obreras.
 Es en ese sentido que Rosa Luxemburgo establece un punto de vista en el que otorga prioridad a la cuestión de clase por encima de las nacionalidades, lo que hace que los objetivos fundamentales del proletariado deriven de la lucha de clases, y la cuestión local deba adecuarse a ese nivel de relevancia.
Sin embargo, los diferentes contextos nacionales merecen un análisis que de ninguna manera es estático ya que las condiciones y la correlación de fuerzas varían sustancialmente entre ellas, como varían las interpretaciones que se le otorga a ese proceso desde la mirada de los diferentes actores de la vida revolucionaria de su tiempo. Karl Kautsky plantea sus diferencias con los planteos de Rosa Luxemburgo y expone sus posiciones en las que asigna importancia relevante a la cuestión nacional, fundamentalmente en referencia a Polonia, considerando que en ocasiones la realidad nacional debe ser tenida en cuenta para desarrollar, en la práctica, la lucha política y profundizarla en favor de los intereses obreros.
En ese debate también interviene Trotsky que muestra su férrea oposición a los sectores de la socialdemocracia que, contrariando a lo establecido por los congresos precedentes, comienzan a otorgar valor a la defensa de los territorios nacionales poniendo en un plano secundario la lucha de clases. Trotsky fustiga a dirigentes como Kautsky por sus afirmaciones en relación a la necesidad de que cada nación debía “preservar su pellejo lo mejor que pueda” ante el avance de la guerra y que de ninguna manera ello debía considerarse un motivo reprochable.[footnoteRef:14] [14: Trotsky, León, La guerra y la Internacional, octubre de 1914, en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, 1° ed., Buenos Aires, Ediciones IPS, 2014, p. 129] 
Coinciden Trotsky con Lenin en la importancia de la lucha por la paz oponiéndose a los intereses de los imperios y a la necesidad de encausar las energías de las masas hacia el enfrentamiento contra las burguesías y con el objetivo superior de transformar la sociedad derribando las estructuras capitalistas de poder y dominio.
 La agitación por la paz que debe ser realizada simultáneamente con todos los medios a disposición de la socialdemocracia, así como de aquellos otros medios que con buena voluntad pueda adquirir, no sólo arrancará a los trabajadores de su hipnotismo nacionalista; hará también el trabajo reparador de una purificación interna en el presente partido oficial del proletariado. Los revisionistas nacionales y los socialistas patrioteros que en la Segunda Internacional han estado explotando la influencia que el socialismo adquirió sobre las masas trabajadoras con fines militaristas nacionales, deben ser expulsados al campo de los enemigos de la clase trabajadora por una agitación revolucionaria inflexible en defensa de la paz.[footnoteRef:15] [15: Ibid. p.154] 
Tanto Lenin, Trotsky como Luxemburgo, a pesar de las particularidades de sus pensamientos y posturas coyunturales, consideran imperioso asumir la acción de lucha contra la guerra impuesta por las naciones y fortalecer la organización internacional de la clase obrera convencidos de que el imperialismo y la guerra imperialista no podían superarse en el marco del capitalismo, ya que surgían de los intereses vitales de la sociedad capitalista. 
Es en ese marco de análisis que se inscribe una política concreta en la cual confluían y se volvían inseparables la lucha contra la guerra imperialista y paralelamente por la instauración del socialismo como sistema social superador.
Trotsky, años más tarde analizará las diferentes posturas pacifistas y desentrañará las diferencias entre aquellas de carácter burgués y otras expresadas en la fuerza revolucionaria de un proletariado consciente. Para el dirigente ruso es totalmente coherente la oposición a la guerra inter imperial con la agitación que conduzca a tensionar las contradicciones y provocar un quiebre en el poder constituido:
 La consigna de paz adquiere un carácter pacifista, es decir estupidizante, debilitante, sólo cuando juegan con ella los políticos democráticos y otros por el estilo; cuando los sacerdotes ofrecen plegarias por la rápida terminación de la matanza; cuando los "amantes de la humanidad", entre ellos los social-patriotas, urgen plañideramente a los gobiernos a hacer rápido la paz "sobre una base justa". Pero la consigna de paz no tiene nada en común con el pacifismo cuando surge en los cuarteles y trincheras de la clase obrera, cuando se entrelaza con la consigna de fraternidad entre los soldados de los ejércitos enemigos y unifica a los oprimidos contra los opresores. La lucha revolucionaria por la paz, que asumirá formas cada vez más amplias y audaces, es el medio más seguro de "transformar la guerra imperialista en guerra civil".[footnoteRef:16][16: Trotsky, León, La guerra y la IV Internacional, ítem 60, disponible en https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ceip/escritos/libro3/T05V225.htm] 
Más allá de las rupturas que se produjeron en las formaciones obreras por las distintas interpretaciones de la guerra y sus derivaciones, los sectores más radicales e intransigentes persistirán en su prédica contraria, no solo a la guerra en desarrollo, sino en la férrea oposición a ser objeto de la utilización burguesa que infatigablemente se encargó de estimular en las poblaciones los sentimientos patrióticos.
En septiembre de 1915 estos sectores emitirán un documento que será conocido como Manifiesto de Zimmerwald, en el cual dejarán plasmadas las posturas en relación a la guerra y a las tareas que debía asumir el proletariado internacional. Allí será resaltada la lucha histórica de los socialistas contra el militarismo y la responsabilidad de los sectores dominantes de la sociedad capitalista en el estallido del conflicto armado poniendo en riesgo el avance social y el progreso.
En dicho trabajo se hacía mención a la traición que había significado que sectores pertenecientes a las organizaciones de trabajadores terminen siendo elementos que operen en el sentido que las burguesías nacionales necesitaran. Ello es, en primer lugar, el “suspender” todas las luchas obreras privilegiando la situación de guerra desdeñando las penurias de la población y por otro lado, apoyando con su voto los créditos de guerra que significaban favorecer las intenciones guerreristas de las diferentes naciones europeas.
Esta lucha es la lucha por la libertad, por la fraternidad de los pueblos, por el socialismo. Hay que emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una paz así no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de violación de derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir ni a la ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales.[footnoteRef:17] [17: Manifiesto de Zimmerwald de la “Conferencia Socialista Internacional” reunida en septiembre de 1915 en Suiza, citado en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires: Ediciones IPS, 2014, p.241-245] 
Esta declaración significaría un llamamiento a todos los pueblos afectados por el conflicto a la unidad y a afianzar los vínculos solidarios que permitan oponer una fuerza contundente contra la “barbarie sanguinaria” del imperialismo capitalista y retome las tareas históricas del proletariado en defensa de los sectores postergados con el objetivo ineludible de luchar por el socialismo, más allá de las fronteras.
Lenin descalificaba abiertamente a todos aquellos que habían asumido una posición claudicante desde un supuesto discurso progresista y los catalogaba como simples oportunistas provistos de un “socialchovinismo” que significaría una derrota para los movimientos obreros europeos. Consideraba que era necesario desarrollar al máximo la potencialidad de la propaganda y la difusión de las ideas revolucionarias que permitan dejar al descubierto a todos aquellos que se habían inclinado hacia una política “liberal-nacionalista” abandonando la verdadera motivación de los revolucionarios.
El idealismo pacifista
Como ha quedado evidenciado, Lenin y los principales dirigentes e intelectuales del marxismo europeo no eran pacifistas en el sentido común del término. Consideraban que la paz era una consigna movilizadora y necesaria para contrarrestar el aluvión de patrioterismo que proliferaba instigado por los sectores dominantes, afectando incluso a las propias organizaciones del marxismo revolucionario. La paz entre los pueblos y la necesidad de detener el derramamiento de sangre de obreros enfrentados entre sí, al servicio de intereses ajenos, no significaba de ninguna manera una paz bucólica como la que desde algunos sectores pequeño burgueses se proponía. Por el contrario, se lanzaba a modo de consigna movilizadora el fin de la guerra entre pueblos vecinos y su reemplazo por una guerra de características civiles contra las burguesías y sus poderes imperiales.
Diferentes intelectuales desde miradas diferentes a la socialdemocracia, levantaban su voz por la paz y generaron una importante corriente de opinión contra la guerra y sus efectos devastadores. Entre ellos el austríaco Stefan Zweig, quien desde una perspectiva humanista opondrá su palabra a la guerra como manifestación bárbara y salvaje. Para Zweig entre las causas que condujeron a la guerra no existe un componente ideológico en disputa, sino un acelerado sentimiento de supremacía y un poder que, debido a la prosperidad y la estabilidad reinante, parecía inducir a los estados a expandir su energía imperial.
Zwieg relata el papel idealista de la intelectualidad de la época en relación a los conflictos que se precipitarían y considera que la visión de fraternidad entre los pueblos y el respeto por las diferentes culturas se imponía, tal vez ignorando los sucesos que se avecinaban y que eran propiciados desde otras esferas del mundo político y social. Siguiendo esta lógica, describe el papel de los intelectuales en relación a la guerra y su posicionamiento personal, ajeno al clima guerrerista que había contagiado a una importante porción de las personalidades del arte, que serían funcionales a los intereses de la guerra irradiando desde sus obras el sentir patriótico de aquel momento histórico. Zwieg afirma que, si bien cada manifestación de la gente de la cultura era honesta, en poco tiempo comenzaron a visualizar “la tremenda desgracia que originaban con su alabanza de la guerra y sus orgías de odio”, pero ya era demasiado tarde y la maquinaria de la guerra estaba en su máxima expresión de irracionalidad.
Esta acción de propaganda y exaltación de los sentimientos más primarios de los pueblos condujo invariablemente a lo que el autor define como “el delirio de la masa, el odio de la masa…”, y fueron pocos los intelectuales que, como Zwieg, asumieron una postura pacifista y contraria a la guerra como medio de solucionar conflictos.[footnoteRef:18] [18: Zwieg, Stefan, El mundo de ayer, versión de la cátedra, Untref Virtual] 
En un sentido similar, Romain Rolland describe los interrogantes que le produce la guerra, la incertidumbre en relación al futuro y cierto escepticismo con respecto a la posibilidad de construcción de sociedades basadas en la tolerancia y el progreso espiritual de los seres humanos. Nos habla de una “epidemia moral” que atraviesa el conjunto de las sociedades europeas y una dirigencia con ambiciones desmedidas de conquista y expansión.
Traza un paralelo crítico entre los cristianos y los socialistas que defienden las causas de la guerra, traicionando principios fundamentales de ambas doctrinas y priorizando una coyuntura que solo conduce a mayores grados de polarización regional y a que el imperialismo sea un modo permanente de influencia y dominio de las naciones con mayor capacidad militar y tecnológica sobre aquellas con menos desarrollo en ambos sentidos.
El imperialismo prusiano, es para Rolland el principal peligro para las naciones occidentales que han conseguido un mayor desarrollo cultural en todos sus aspectos y que ven que todos sus avances sociales son puestos en riesgo ante la barbarie que significa la conquista y la depredación de lo diferente. El idealismo de Rolland lo lleva a afirmar que existe una necesidad imperiosa de que las almas sean atendidas para de ese modo curar el exacerbado orgullo que no permite contemplar al prójimo como tal.
El nacionalismo, como fuente de irradiación del desprecio por las naciones vecinas, es para Rolland la dificultad central para establecer modos de convivencia “universalistas” y considera que, de evolucionar hacia formas de mayor radicalidad, la situación europea puede tornarse destructora hasta límites intolerables. Rolland considera, apesadumbrado, que la guerra con toda su energía destructora y devastadora ha utilizado como “carne de cañón” a lo mejor de su intelectualidad sometiéndolosa ser parte de un conflicto imperial y arrastrándolos a abandonar su prédica en favor de la belleza y de los mejores sentimientos humanos.[footnoteRef:19] [19: Rolland, Romain, El espíritu libre, versión de la cátedra, Untref Virtual] 
Desde una perspectiva diferente Bertrand Russel manifiesta su rechazo categórico a la Gran Guerra y desde su desarrollo teórico analiza las causas de los conflictos de las sociedades humanas. Russel adhiere a las ideas socialistas como un conjunto de conceptos que signifiquen la superación de la injusticia innata del capitalismo como sistema. A pesar de ello, su observación está cargada de un idealismo tras el cual pone en duda, o al menos relativiza, la concepción materialista de la historia elaborada por Marx y Engels.
En el mismo sentido, y a pesar de coincidir con el análisis de los principales pensadores socialistas e incluso anarquistas en relación a los efectos nocivos del capitalismo y de adjudicarle una importante cuota de responsabilidad en las expresiones guerreristas de las naciones, duda y establece otro criterio en relación a la guerra como expresión del conflicto entre pueblos.
 Uno de los lugares comunes del socialismo y del anarquismo es que todas las guerras modernas son causadas por el capitalismo y cesarían si el capitalismo fuera abolido. Esto, a mi juicio, es solamente una verdad a medias; la mitad que es cierta, tiene importancia, pero la mitad que no es cierta, es quizá tan importante cuando uno piensa en una reconstrucción fundamental de la sociedad. Yo no creo eso. El punto de vista de los socialistas, tanto como de los anarquistas, me parece, en este sentido como en otros también, excesivamente divorciado de los instintos fundamentales de la naturaleza humana. Hubo guerras antes que el capitalismo existiera, y la lucha es habitual entre los animales. [footnoteRef:20] [20: Russell, Bertrand, Los caminos de la libertad: socialismo, anarquismo y comunismo, Editorial Tecnos, Madrid, 2010] 
Para Russel existe un componente psicológico como parte de la propia naturaleza humana que arrastra a los hombres hacia comportamientos ligados a la competencia, influidos por sentimientos como la envidia y los deseos de obtención de posiciones de poder, lo que explicaría determinadas acciones y conflictos. Tras ese análisis, considera necesario que como modo de establecer relaciones más armónicas entre las naciones se avance hacia la conformación de una instancia que denomina Sociedad de las Naciones, que sería una herramienta para contrarrestar cierta naturaleza instintiva y responsable de gran parte de la conflictividad social. 
Russel, desde su intelectualidad idealista, afirma que es posible construir un mundo más justo donde “la felicidad” sea una realidad concreta y para ello considera que debe trabajarse e influir en los sentimientos humanos para incrementar y expandir “la esperanza, encausada y fortalecida por el pensamiento”. 
De todos los males de la guerra el mayor, en mi opinión, es el mal puramente espiritual; el odio, la injusticia, el repudio de la verdad, el conflicto artificial donde, si alguna vez la ceguera de los instintos atávicos y la siniestra influencia de los intereses antisociales, como los armamentísticos o la prensa subversiva, pudieran haber sido superados, se habría podido apreciar que hay una consonancia real de los intereses y la identidad esencial de la naturaleza humana; de cualquier razón para reemplazar odio por amor.[footnoteRef:21] [21: Russel, Bertrand, La ética de la guerra, artículo publicado originalmente en enero de 1915 en International Journal of Ethics, disponible en https://www.skeimbol.com/bp0525] 
El llamamiento de Russel a la paz y el entendimiento le provocará ser perseguido y encarcelado durante la Gran Guerra. Su observación utópica de la realidad, a pesar de sentirse atraído e influenciado por las ideas básicas del socialismo, lo llevará a sentirse decepcionado con el desarrollo de la revolución rusa y por aspectos en los que disiente terminantemente. Su modo de concebir el mundo le indica que de ningún modo debe sacrificarse la libertad en aras de la igualdad.
Consideraciones finales
El presente trabajo ha intentado desarrollar la cuestión de la lucha por la paz durante la contienda bélica de 1914-1918, desde la perspectiva de los principales intelectuales socialistas y revolucionarios. Se ha centrado el análisis en las posturas de V.I. Lenin al considerar la relevancia que el dirigente bolchevique tuvo, no solo por su participación central en la revolución de octubre de 1917 en Rusia, sino por la gravitación que su pensamiento tendrá en importantes sectores del marxismo revolucionario de todo el mundo. 
La concepción leninista de organización de las masas con claros objetivos transformadores estarán guiados por las ideas marxistas a lo que se los adecuará a las circunstancias particulares, estableciendo las tareas prioritarias de acuerdo a los contextos, como modo de avanzar hacia una sociedad sin clases.
A diferencia de otras miradas en relación a la paz, Lenin –y también otros revolucionarios de su época- consideraron siempre que la lucha en contra de guerra era parte necesaria de un enfrentamiento prioritario contra las clases dominantes. Es en ese sentido que Lenin traza una diferencia rotunda entre lo que es considerado “pacifismo” desde los ámbitos burgueses y la paz observada desde el proletariado consciente.
Del mismo modo que Lenin llama a la paz y al no enfrentamiento entre obreros de las diferentes naciones, como parte de la guerra del capitalismo imperial, llama a transformar toda esa energía hacia el desarrollo de guerras civiles contra las burguesías para poner fin a su dominación.
La paz es una circunstancia, y en el núcleo del pensamiento revolucionario, tanto de Lenin como de los demás revolucionarios europeos, la verdadera paz solo podrá obtenerse y garantizarse con la instauración de una sociedad sin clases derribando las estructuras que mantienen los privilegios de las clases dominantes. 
 
						 Alberto Miguel Sánchez
 
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