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viosas posteriores de la médula espinal de un pequeño pez, de conformación muy arcaica todavía.^ Hallé que las fibras nerviosas de estas raíces tenían su origen en grandes células situadas en el a^ta posterior de la sustancia gris, lo que no sucede en otros vertebrados. Pero enseguida descubrí que tales células nerviosas estaban presentes, fuera de la sustan- cia gris, en todo el trayecto que va hasta el llamado ganglio espinal de la raíz posterior; y de ahí deduje que las células de estas masas de ganglios habían migrado desde la médula espinal hasta las raíces de los nervios. Esto es lo que enseña también la historia evolutiva; pero en este pequeño pez toda la vía de la migración se manifestaba por unas células re- trasadas.^ Si estudian más a fondo estas comparaciones, no les resul- tará difícil pesquisar sus puntos débiles. Por eso iremos a una formulación directa: Juzgamos posible, respecto de cada aspiración sexual separada, que partes de ella queden retra- sadas en estadios anteriores del desarrollo, por más que otras puedan haber alcanzado la meta última. Advierten ustedes que nos representamos a cada una de estas aspiraciones como una corriente continuada desde el comienzo de la vida, que descomponemos, en cierta medida artificialmente, en oleadas separadas y sucesivas. Es justa la impresión de ustedes en cuanto a que estas representaciones han menester de ulterior aclaración. Pero ese intento nos llevaría demasiado lejos. Per- mítanme añadir todavía que una demora así de una aspira- ción parcial en una etapa anterior debe llamarse fijación (a saber, de la pulsión). El segundo peligro de un desarrollo como este, que pro- cede por etapas, reside en que fácilmente las partes que ya han avanzado pueden revertir, en un movimiento de retro- ceso, hasta una de esas etapas anteriores; a esto lo llamamos regresión. La aspiración se verá impelida a una regresión de esta índole cuando el ejercicio de su función, y por tanto el logro de su meta de satisfacción, tropiece con fuertes obs- táculos externos en la forma más tardía o de nivel evolutivo superior. Aquí se nos presenta la conjetura de que fijación y regresión no son independientes entre sí. Mientras más fuer- tes sean las fijaciones en la vía evolutiva, tanto más la fun- ción esquivará las dificultades externas mediante una re- gresión hasta aquellas fijaciones, y la función desarrollada mostrará una resistencia tanto menor frente a los obstáculos externos que se oponen a su decurso. Consideren esto: si un 1 [El amocetes, larva de la lamprea de río.] 2 [Freud resume aquí los hallazgos de sus dos primeros trabajos (1877<í y 1878a). Una síntesis anterior (18976, n»«- II y III) se incluye en AE, 3, págs. 223-5.] 310 elusivamente a la formación de síntoma en el caso de la neurosis histérica. Ahora bien, ¿dónde halla la libido las fijaciones que le hacen falta para quebrantar las represiones? En las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales abandonados y en los objetos resignados de la niñez. Hacia ellos, por tanto, revierte la libido. La importancia de este período infantil es doble: por un lado, en él se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño traía consigo en su disposición innata; y en segundo lugar, en virtud de influencias externas, de vivencias accidentales, se le despertaron y activaron por vez primera otras pulsiones. No cabe duda, creo, de que tenemos derecho a establecer esta bipartición. La exteriorización de las disposiciones innatas no ofrece asidero a ningún reparo crítico. Ahora bien, la ex- periencia analítica nos obliga sin más a suponer que unas vivencias puramente contingentes de la infancia son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido. No veo ninguna dificultad teórica en esto. Las disposiciones constitucionales son, con seguridad, la secuela que dejaron las vivencias de nuestros antepasados; también ellas se adquirieron una vez: sin tal adquisición no habría herencia alguna. ¿Y puede con- cebirse que ese proceso de adquisición que pasa a la heren- cia haya terminado justamente en la generación que nosotros consideramos? Suele restarse toda importancia a las viven- cias infantiles por comparación a las de los antepasados y a las de la vida adulta; esto no es lícito; al contrario, es pre- ciso valorarlas particularmente. El hecho de que sobreven- gan en períodos en que el desarrollo no se ha completado confiere a sus consecuencias una gravedad tanto mayor y las habilita para tener efectos traumáticos. Los trabajos de Roux^ y otros sobre la mecánica evolutiva nos han mos- trado que el pinchazo de una aguja en un germen en pro- ceso de bipartición celular tiene como consecuencia una gra- ve perturbación del desarrollo. Ese mismo ataque infligido a la larva o al animal ya crecido se soportaría sin que sobre- viniera daño. La fijación libidinal del adulto, que hemos introducido en la ecuación etiológica de las neurosis como representante del factor constitucional [pág. 315], se nos descompone aho- ra, por tanto, en otros dos factores: la disposición heredada y la predisposición adquirida en la primera infancia. Sabemos f [Wilhelm Roux (1850-1924), uno de los fundadores de la em- briología experimental.] 329
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