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Esta comparación, este ahorro de gasto a raíz del situarse dentro del proceso anímico de la persona productora, sólo pueden reclamar significatividad para lo ingenuo si no con- vienen a lo ingenuo solo. De hecho nace en nosotros la con- jetura de que este mecanismo, por completo ajeno al chiste, es una pieza, quizá la esencial, del proceso psíquico en lo cómico. Desde este ángulo —es por cierto la perspectiva más importante de lo ingenuo—, lo ingenuo se presenta, así, co- mo una variedad de lo cómico. Lo cjue en nuestros ejemplos de dichos ingenuos viene a sumarse al placer de chiste es un placer «cómico». Respecto de este nos inclinaríamos a su- poner, en términos generales, que nace por ahorro de un gasto a raíz de la comparación entre las exteriorizaciones de otro y las nuestras. Empero, como aquí estamos en presencia de unas intuiciones de vasto alcance, concluiremos antes la apreciación de lo ingenuo. Entonces, lo ingenuo sería una variedad de lo cómico en la inedida en que su placer brota de la diferencia* de gasto que arroja el querer entender al otro, y se aproxima al chiste por la condición de que ese gasto ahorrado por vía comparativa tiene cjue ser un gasto de inhibición.'' Pasemos todavía rápida revista a algunas concordancias y diferencias entre los conceptos que nosotros hemos obteni- do ahora y aquellos que desde hace mucho se mencionan en la psicología de la comicidad. Es evidente cjue el trasla- darse dentro, el querer comprender, no es otra cosa que el «préstamo cómico» que desde Jean Paul desempeña un pa- pel en el análisis de lo cómico; el «comparar» el proceso aní- mico del otro con el propio corresponde al «contraste psico- lógico», para el cual al fin hallamos un sitio aquí, después ciue no supimos qué hacer con él a raíz del chiste [págs. 13-4]. Sin embargo, en la explicación del placer cómico nos apartamos de numerosos autores en cuya opinión el placer nace al fluctuar la atención entre las diversas representacio- nes contrastantes. Nosotros no sabríamos concebir un meca- nismo de placer semejante;'' en cambio, señalamos que de la ••' {Véase la nota de la traducción castellana infra, pág. 186.} '•'• Aquí he identificado por doquier lo ingenuo con lo cómico-inge- nuo, lo cual por cierto no siempre es admisible. Pero basta para nues- tros propósitos con estudiar los caracteres de lo ingenuo en el «chiste ingenuo» y la «pulla ingenua». Dar un paso más presupondría el propósito de sondear desde aquí la esencia de lo cómico. •• También Bergson rechaza esa derivación del placer cómico, ine- quívocamente influida por el afán de establecer una analogía con la risa del que tiene cosquillas; lo hace con buenos argumentos (1900,, pág. 99). — En un nivel por entero diverso se sitúa la explicación del placer cómico en Lipps, que, en armonía con su concepción de lo cójni- 179 comparación de los contrastes resulta una diferencia de gasto que, si no experimenta otro empleo, se vuelve susceptible de descarga y, de ese modo, fuente de placer. Al problema de lo cómico como tal sólo con temor osamos aproximarnos. Sería presuntuoso esperar que nuestros empe- ños contribuyeran con algo decisivo a su solución después que los trabajos de una vasta serie de notables pensadores no obtuvieron un esclarecimiento satisfactorio en todos sus aspectos. En realidad, no nos proponemos sino perseguir du- rante un tramo, por el ámbito de lo cómico, aquellos puntos de vista que demostraron ser valiosos respecto del chiste. Lo cómico se produce en primer lugar como un hallazgo no buscado en los vínculos sociales entre los seres humanos. Se lo descubre en personas, y por cierto en sus movimientos, formas, acciones y rasgos de carácter; originariamente es pro- bable que sólo en sus cualidades corporales, más tarde tam- bién en las anímicas, o bien en sus manifestaciones. Por vía de una manera muy usual de personificación, Juego también animales y objetos inanimados devienen cómicos. No obstan- te, lo cómico puede ser desasido de las personas cuando se discierne la condición bajo la cual una persona aparece como cómica. Así nace lo cómico de la situación, y con ese discer- nimiento se establece la posibilidad de volver adrede cómica a una persona trasladándola a situaciones en que sean inhe- rentes a su obrar esas condiciones de lo cómico. El descu- brimiento de que uno tiene el poder de volver cómico a otro abre el acceso a una insospechada ganancia de placer cómico y da origen a una refinada técnica. También es posible vol- verse cómico uno mismo. Los recursos que sirven para volver cómico a alguien son, entre otros, el traslado a situaciones cómicas, la imitación, el disfraz, el desenmascaramiento, la caricatura, la parodia, el travestismo. Como bien se entien- de, estas técnicas pueden entrar al servicio de tendencias hostiles y agresivas. Uno puede volver cómica a una persona para hacerla despreciable, para restarle títulos de dignidad y autoridad. Pero aunque ese propósito se encuentre por lo común en la base del volver cómico, no necesariamente constituye el sentido de lo cómico espontáneo. Ya este desordenado ^ repaso del surgimiento de lo cómico nos permite advertir que debe atribuírsele un radio de ori- co, debería basarse en algo «inesperadamente pequeño». [En el origi- nal alemán, esta nota se sitúa al final del párrafo.] ^ [«Ungcordncten». En la edición de 1912 aparece por error «iinlcr- geordneten», «secundario».] 180 gen muy extenso, de suerte que no cabe esperar aquí unas condiciones tan especializadas como las que hallamos, por ejemplo, en lo ingenuo. Con miras a ponernos sobre la pista de la condición válida para lo cómico, lo más atinado es escoger un caso como punto de partida; elegimos lo cómico de los movimientos acordándonos de que la representación teatral más primitiva, la pantomima, se vale de este recurso para hacernos reír. A la pregunta sobre por qué nos reímos de los movimientos del clown, se podría responder: porque nos parecen desmedidos y desacordes con un fin. Reímos de un gasto demasiado grande. Busquemos esta condición fuera de la comicidad obtenida artificialmente, vale decir, allí don- de uno la descubre de manera no deliberada. Los movimientos del niño no nos parecen cómicos, por más que se agite y salte. Cómico es, en cambio, que el niño que aprende a escribir saque la lengua y acompañe con ella los movimientos de la pluma; en estos movimientos conco- mitantes vemos un gasto superfino que nosotros en igual actividad nos ahorraríamos. De igual modo, también en adul- tos nos resultan cómicos unos movimientos concomitantes o aun movimientos expresivos algo desmedidos. Así, son casos puros de esta clase de comicidad los movimientos que ejecuta el jugador de bolos después que arrojó la bola, cuan- do sigue su trayectoria como si todavía pudiera regularla con posterioridad; cómicos son todos los gestos que exage- ran la expresión normal de las emociones, aunque se pro- duzcan de manera involuntaria, como en las personas afec- tadas por el baile de San Vito {chorea); también los apa- sionados movimientos de un moderno director de orquesta parecerán cómicos a toda persona ignara en música que no comprenda su carácter necesario. Y desde esta comicidad de los movimientos se ramifica aún lo cómico de las formas del cuerpo y los rasgos del rostro, en la medida en que se los conciba como si fueran producto de un movimiento lle- vado demasiado lejos y carente de fin. Ojos saltones, una nariz que se proyecte sobre la boca en forma de pico de loro, orejas salientes, una joroba y rasgos de esta índole proba- blemente sólo sean cómicos porque uno se representa los movimientos que se habrían requerido para producirlos, a cu- yo fin la representación considera móviles mucho más de lo que lo son en realidad a nariz, orejas y otras partes del cuer- po. Es sin duda cómico que alguien pueda «mover las ore- jas», y por cierto que lo sería todavía más el que pudiera mover su nariz haciaarriba o hacia abajo. Buena parte del efecto cómico que los animales nos producen se debe a que percibimos en ellos movimientos que no podríamos imitar. 181
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