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60 - El interés del psicoanálisis (cap II, punto A)

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Esta comparación, este ahorro de gasto a raíz del situarse 
dentro del proceso anímico de la persona productora, sólo 
pueden reclamar significatividad para lo ingenuo si no con-
vienen a lo ingenuo solo. De hecho nace en nosotros la con-
jetura de que este mecanismo, por completo ajeno al chiste, 
es una pieza, quizá la esencial, del proceso psíquico en lo 
cómico. Desde este ángulo —es por cierto la perspectiva más 
importante de lo ingenuo—, lo ingenuo se presenta, así, co-
mo una variedad de lo cómico. Lo cjue en nuestros ejemplos 
de dichos ingenuos viene a sumarse al placer de chiste es un 
placer «cómico». Respecto de este nos inclinaríamos a su-
poner, en términos generales, que nace por ahorro de un 
gasto a raíz de la comparación entre las exteriorizaciones de 
otro y las nuestras. Empero, como aquí estamos en presencia 
de unas intuiciones de vasto alcance, concluiremos antes la 
apreciación de lo ingenuo. Entonces, lo ingenuo sería una 
variedad de lo cómico en la inedida en que su placer brota 
de la diferencia* de gasto que arroja el querer entender al 
otro, y se aproxima al chiste por la condición de que ese 
gasto ahorrado por vía comparativa tiene cjue ser un gasto 
de inhibición.'' 
Pasemos todavía rápida revista a algunas concordancias y 
diferencias entre los conceptos que nosotros hemos obteni-
do ahora y aquellos que desde hace mucho se mencionan 
en la psicología de la comicidad. Es evidente cjue el trasla-
darse dentro, el querer comprender, no es otra cosa que el 
«préstamo cómico» que desde Jean Paul desempeña un pa-
pel en el análisis de lo cómico; el «comparar» el proceso aní-
mico del otro con el propio corresponde al «contraste psico-
lógico», para el cual al fin hallamos un sitio aquí, después 
ciue no supimos qué hacer con él a raíz del chiste [págs. 
13-4]. Sin embargo, en la explicación del placer cómico nos 
apartamos de numerosos autores en cuya opinión el placer 
nace al fluctuar la atención entre las diversas representacio-
nes contrastantes. Nosotros no sabríamos concebir un meca-
nismo de placer semejante;'' en cambio, señalamos que de la 
••' {Véase la nota de la traducción castellana infra, pág. 186.} 
'•'• Aquí he identificado por doquier lo ingenuo con lo cómico-inge-
nuo, lo cual por cierto no siempre es admisible. Pero basta para nues-
tros propósitos con estudiar los caracteres de lo ingenuo en el «chiste 
ingenuo» y la «pulla ingenua». Dar un paso más presupondría el 
propósito de sondear desde aquí la esencia de lo cómico. 
•• También Bergson rechaza esa derivación del placer cómico, ine-
quívocamente influida por el afán de establecer una analogía con la 
risa del que tiene cosquillas; lo hace con buenos argumentos (1900,, 
pág. 99). — En un nivel por entero diverso se sitúa la explicación del 
placer cómico en Lipps, que, en armonía con su concepción de lo cójni-
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comparación de los contrastes resulta una diferencia de gasto 
que, si no experimenta otro empleo, se vuelve susceptible 
de descarga y, de ese modo, fuente de placer. 
Al problema de lo cómico como tal sólo con temor osamos 
aproximarnos. Sería presuntuoso esperar que nuestros empe-
ños contribuyeran con algo decisivo a su solución después 
que los trabajos de una vasta serie de notables pensadores 
no obtuvieron un esclarecimiento satisfactorio en todos sus 
aspectos. En realidad, no nos proponemos sino perseguir du-
rante un tramo, por el ámbito de lo cómico, aquellos puntos 
de vista que demostraron ser valiosos respecto del chiste. 
Lo cómico se produce en primer lugar como un hallazgo 
no buscado en los vínculos sociales entre los seres humanos. 
Se lo descubre en personas, y por cierto en sus movimientos, 
formas, acciones y rasgos de carácter; originariamente es pro-
bable que sólo en sus cualidades corporales, más tarde tam-
bién en las anímicas, o bien en sus manifestaciones. Por vía 
de una manera muy usual de personificación, Juego también 
animales y objetos inanimados devienen cómicos. No obstan-
te, lo cómico puede ser desasido de las personas cuando se 
discierne la condición bajo la cual una persona aparece como 
cómica. Así nace lo cómico de la situación, y con ese discer-
nimiento se establece la posibilidad de volver adrede cómica 
a una persona trasladándola a situaciones en que sean inhe-
rentes a su obrar esas condiciones de lo cómico. El descu-
brimiento de que uno tiene el poder de volver cómico a otro 
abre el acceso a una insospechada ganancia de placer cómico 
y da origen a una refinada técnica. También es posible vol-
verse cómico uno mismo. Los recursos que sirven para volver 
cómico a alguien son, entre otros, el traslado a situaciones 
cómicas, la imitación, el disfraz, el desenmascaramiento, la 
caricatura, la parodia, el travestismo. Como bien se entien-
de, estas técnicas pueden entrar al servicio de tendencias 
hostiles y agresivas. Uno puede volver cómica a una persona 
para hacerla despreciable, para restarle títulos de dignidad 
y autoridad. Pero aunque ese propósito se encuentre por lo 
común en la base del volver cómico, no necesariamente 
constituye el sentido de lo cómico espontáneo. 
Ya este desordenado ^ repaso del surgimiento de lo cómico 
nos permite advertir que debe atribuírsele un radio de ori-
co, debería basarse en algo «inesperadamente pequeño». [En el origi-
nal alemán, esta nota se sitúa al final del párrafo.] 
^ [«Ungcordncten». En la edición de 1912 aparece por error «iinlcr-
geordneten», «secundario».] 
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gen muy extenso, de suerte que no cabe esperar aquí unas 
condiciones tan especializadas como las que hallamos, por 
ejemplo, en lo ingenuo. Con miras a ponernos sobre la pista 
de la condición válida para lo cómico, lo más atinado es 
escoger un caso como punto de partida; elegimos lo cómico 
de los movimientos acordándonos de que la representación 
teatral más primitiva, la pantomima, se vale de este recurso 
para hacernos reír. A la pregunta sobre por qué nos reímos 
de los movimientos del clown, se podría responder: porque 
nos parecen desmedidos y desacordes con un fin. Reímos de 
un gasto demasiado grande. Busquemos esta condición fuera 
de la comicidad obtenida artificialmente, vale decir, allí don-
de uno la descubre de manera no deliberada. 
Los movimientos del niño no nos parecen cómicos, por 
más que se agite y salte. Cómico es, en cambio, que el niño 
que aprende a escribir saque la lengua y acompañe con ella 
los movimientos de la pluma; en estos movimientos conco-
mitantes vemos un gasto superfino que nosotros en igual 
actividad nos ahorraríamos. De igual modo, también en adul-
tos nos resultan cómicos unos movimientos concomitantes 
o aun movimientos expresivos algo desmedidos. Así, son 
casos puros de esta clase de comicidad los movimientos que 
ejecuta el jugador de bolos después que arrojó la bola, cuan-
do sigue su trayectoria como si todavía pudiera regularla 
con posterioridad; cómicos son todos los gestos que exage-
ran la expresión normal de las emociones, aunque se pro-
duzcan de manera involuntaria, como en las personas afec-
tadas por el baile de San Vito {chorea); también los apa-
sionados movimientos de un moderno director de orquesta 
parecerán cómicos a toda persona ignara en música que no 
comprenda su carácter necesario. Y desde esta comicidad de 
los movimientos se ramifica aún lo cómico de las formas 
del cuerpo y los rasgos del rostro, en la medida en que se 
los conciba como si fueran producto de un movimiento lle-
vado demasiado lejos y carente de fin. Ojos saltones, una 
nariz que se proyecte sobre la boca en forma de pico de loro, 
orejas salientes, una joroba y rasgos de esta índole proba-
blemente sólo sean cómicos porque uno se representa los 
movimientos que se habrían requerido para producirlos, a cu-
yo fin la representación considera móviles mucho más de lo 
que lo son en realidad a nariz, orejas y otras partes del cuer-
po. Es sin duda cómico que alguien pueda «mover las ore-
jas», y por cierto que lo sería todavía más el que pudiera 
mover su nariz haciaarriba o hacia abajo. Buena parte del 
efecto cómico que los animales nos producen se debe a que 
percibimos en ellos movimientos que no podríamos imitar. 
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