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Franco, Yago-Sexualidad, sexuación, Edipo

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Sexualidad, sexuación, Edipo: alteraciones en la teoría y en la clínica1 
 
Yago Franco 
 
 
Ya es hora de que nos demos cuenta 
de la disociación que se ha establecido 
entre el respeto que la obra freudiana sigue 
mereciendo, y la tirria que provocan a 
veces en la sociedad civil los enunciados 
repetidos, coagulados o incluso moralistas 
de los psicoanalistas que sostienen 
verdades acuñadas hace un siglo sin 
preguntarse por su vigencia y sin 
reposicionar sus núcleos de verdad en la 
época actual. Silvia Bleichmar 
 
 
Nuevamente la sexualidad le genera interrogantes y es exigencia de trabajo –teórica y en la 
práctica cotidiana– para el psicoanálisis, tal como ocurrió en su origen con la histeria. 
La significación de la sexualidad (que comprende el lugar de la sexualidad en la cultura, el orden 
de sexuación, el ordenamiento de género y sus características, etc.) ha cambiado notablemente 
durante el siglo XX. Dada la aceleración de la temporalidad hemos visto nosotros mismos buena 
parte de ese cambio, no solamente en su ejercicio y su lugar en la cultura, sino en el modo de 
representar, en los afectos y los modelos identificatorios a partir de los dictados del Otro en relación 
a la misma, que pasaron de la exigencia de represión a la exigencia de goce. Los modos de ser 
hombre, mujer, heterosexual, homosexual se han alterado; diversas modalidades (transgénero, 
travestismo, intersexualidad) parecen ir encontrado un modo de institución. Se ha pasado de una 
moral sexual cultural a otra. Y de una nerviosidad a otra. 
El debate que propongo –para el cual haré desarrollos relativos a la teoría y a la clínica, también 
al orden socio-cultural– es sobre la alteración de esta significación: si esto es debido a un estado de 
descomposición producto a su vez de la crisis de las significaciones de nuestra sociedad; o si se trata 
realmente de una nueva significación de hecho y de derecho (como entiendo que ocurrió en buena 
 
1 Este texto retoma desarrollos de trabajos presentados en la APA en 2013/14, también de trabajos presentados 
este año en el Colegio de Psicoanalistas por Rodolfo Espinosa, Irene Meler y Leticia Glocer; y del trabajo de 
Carlos Guzzetti “Edipo, mito, tragedia, complejo. Destinos de un enigma” presentado el año pasado. Temáticas 
desplegadas en estas presentaciones que a su vez están siendo trabajadas en el seminario que coordino, 
Psicoanálisis y sexualidad: alteraciones en la teoría y en la clínica, a cuyos participantes agradezco 
especialmente. http://coldepsicoanalistas.com.ar/biblioteca-virtual/leer/?id=61 
 
http://coldepsicoanalistas.com.ar/biblioteca-virtual/leer/?id=61
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medida a partir de la intervención de Freud y de los movimientos de las mujeres, los jóvenes y los 
homosexuales durante el siglo XX); o si se trataría de una situación mestiza. 
Antes de continuar, quisiera resaltar varias cuestiones: 
que estos desarrollos se basan en la experiencia clínica (propia y de casos compartidos con 
colegas). Y señalar luego algunas advertencias que siempre tengo muy presentes: 
Una es el cuidado en evitar el elogio de lo nuevo por lo nuevo mismo: un elemento central en 
nuestra sociedad de consumo. Como fue dicho hace unas semanas: no todo tiempo futuro es mejor, 
ni todo tiempo pasado lo fue. 
La otra advertencia es la necesidad para el psicoanálisis de sostener el cuestionamiento de lo 
instituido. Lo cual no significa el cuestionamiento por el cuestionamiento mismo, sino que debemos 
dar cuenta y razón de qué instituidos sociales producen un malestar sobrante (Silvia Bleichmar), tal 
como Freud lo hizo con la represión social de la sexualidad, que le hizo hablar a un Marcuse de 
represión sobrante. 
Y una tercera advertencia: para el tratamiento tanto clínico como teórico de ciertas problemáticas 
de la sexualidad (transgénero, intergénero, travestismo), escasea nuestra casuística (personalmente 
no tengo ninguna), lo cual no evita intentar elucidar algunas cuestiones que plantean para la teoría. 
 
 
Edipo y orden de sexuación 
 
Quiero comenzar por aquello que podemos considerar como el dispositivo que transmite el orden 
de sexuación, a partir de las significaciones referidas a la sexualidad, que coexisten con la 
transmisión inconsciente de los padres respecto de la misma, más allá de sus enunciados 
conscientes. Me refiero al Complejo de Edipo. Wilhelm Reich y Deleuze y Guattarí veían en el mismo 
una función de sujeción del individuo tanto en interés del orden patriarcal como en el de las clases 
dominantes y del Estado. Reich remarcaba que es en el Edipo donde incide el modo social imperante, 
fijando al sujeto a la fase edípica, ya que el sometimiento al padre favorece el sometimiento social. 
El sometimiento a la llamada Ley del Padre fue denunciado por Deleuze y Guattarí: el psicoanálisis 
quería hacer entrar en el molde del patriarcado a los sujetos, al confundir complejo de Edipo con 
sometimiento a una ley que no era interrogada. 
Lacan –nos recordaba Carlos Guzzetti en su texto del año pasado– a su turno afirmaba que 
“…aquello en lo cual la teoría analítica concretiza la relación intersubjetiva, que es el Complejo de 
Edipo, tiene un valor de mito”. Cuestionando el triángulo clásico dirá “todo el esquema del Edipo debe 
ser criticado”. Pero puso en su lugar a la Ley del Padre, a la metáfora paterna y las diferentes 
versiones de la castración. 
Laplanche a su vez se preguntará quién puede apostar a la subsistencia del Edipo freudiano, 
qué va a permanecer del mismo, y, al mismo tiempo, quién puede sostener que sin ello el ser humano 
dejaría de ser tal. 
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Para Jessica Benjamin –también nos recordaba Carlos Guzzetti–, el Edipo al restringir la 
diferencia sexual al par fálico/castrado, o varón/mujer, genera un binarismo que impide pensar dicha 
diferencia, la cual, a su vez, está regida por un código de dominación, que obstaculiza el 
reconocimiento de la alteridad. Esta autora feminista señala el poder dado al padre edípico. 
Ya que he introducido a una autora feminista, es bueno recordar el reconocimiento que Freud 
hace a las feministas en Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales 
anatómicas. Allí dirá que "La masculinidad y la feminidad puras no pasan de ser construcciones 
teóricas de contenido incierto". Este es un texto que Freud inicia con suma cautela, alertando acerca 
de que lo que desarrollará "requiere urgente verificación, antes de que sea posible decidir respecto 
de su valor o insignificancia", y en el cual termina sosteniendo que lo expuesto acerca de las 
consecuencias psíquicas de la distinción anatómica entre los sexos podrá ser mantenido "siempre 
que mis comprobaciones, basadas hasta ahora sólo en un puñado de casos, demuestren tener 
validez general y carácter típico". De no ser así, "serían meras contribuciones a nuestro conocimiento 
de los múltiples caminos que en su desarrollo puede recorrer la vida sexual”. 
Este texto es en el cual Freud refina la articulación entre Edipo y sexuación. Y en el cual, 
entiendo, se pueden observar dos lógicas, habitualmente presentes en su pensamiento. Una de ellas 
es lineal, responde a la lógica formal, y lo lleva a realizar afirmaciones taxativas: la primacía del pene 
es absoluta; el par fálico/castrado –ubicando al hombre de un lado y a la mujer del otro–, el complejo 
de castración y su tramitación, decidirán el camino hacia la masculinidad o feminidad. Pero hay otra 
lógica presente, laberíntica –que no se guía por los principios de identidad, de contradicción, de 
tercero excluido-, que lo lleva a hablar de la masculinidad y feminidad puras como construcciones 
teóricas de contenido incierto. Habla además de los múltiples caminos de la sexualidad. Estas dos 
lógicas –necesarias por otra parte- atraviesan el pensamiento de Freud, tal como ocurre con el texto 
que he citado, que más allá de sus advertencias ha permanecido como irrefutable para muchosautores y corrientes del psicoanálisis. 
Entiendo que es urgente revisar conceptualizaciones que hacen girar sobre la masculinidad y lo 
paterno el universo del orden de sexuación humana, una concepción que –en general– ha 
ignorado la institución social de dicho ordenamiento. 
Y que es necesario revisar si la teoría sexual infantil que significa a la diferencia sexual 
anatómica como una falta, responde a una suerte de teoría sexual cultural, derivada en este caso 
del orden patriarcal de sexuación. Que conduce a la lógica fálico/castrado, que en nuestra cultura 
señala a la mujer como a la que le falta y al hombre como aquel que tiene lo que a ella le falta, pero 
que puede perderlo. 
Eso que conocemos como Edipo es un dispositivo de socialización de los sujetos, permite el 
labrado de su mundo identificatorio y pulsional, es un caldero de pasiones, y hay evidentemente una 
utilización que la sociedad realiza del mismo, haciendo variar de época en época su contenido, 
pretendiendo hacer ingresar a los sujetos en el orden instituido. Es el Otro a través de sus 
significaciones, modelos identificatorios, de sublimación y satisfacción del mundo pulsional, el que 
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en cada período histórico instituye un orden de sexuación que es transmitido por el portavoz de la 
cultura y por los diversos medios de socialización de la psique. Aunque siempre estará sometido 
a la actividad figurativa y fantasmática de ésta. 
 
 
Lo universal y lo necesario (aunque no suficiente) 
 
Lo que quiero remarcar son los pasos que sigue el sujeto humano en lo relativo a la sexuación –
que, como veremos, coinciden con los de la estructuración de su psiquismo–. Nos encontramos así 
con situaciones universales, y con condiciones que deben estar presentes, necesarias pero no 
suficientes. 
Hay así algunas situaciones universales, propias de la especie humana: 
El estado de encuentro entre el infans y el mundo adulto. La asimetría: el infans, que nace 
en un estado de prematurés y desamparo, se encuentra con la sexualidad de los adultos, 
inconsciente y reprimida (en el mejor de los casos) que lo excede en su capacidad ligadora, y que es 
al mismo tiempo exigencia de trabajo para su psiquismo. En ese encuentro originario se producirá 
una atribución de género. 
Esto lo ubica en un plano de pasivización a manos de los adultos. 
Luego tenemos la característica central de la psique humana: su desfuncionalización. Para 
este animal loco (Castoriadis) no hay fines canónicos para la satisfacción –tal como sí ocurre en los 
animales, que están adaptados y su psique es funcional–. Esta desfuncionalización lo es también 
para su sexualidad. 
 
 
Pasamos entonces a condiciones que deben estar presentes: 
 
Estas hacen necesaria la presencia de un objeto asistente que cumpla con funciones que 
seguidamente veremos, para favorecer la capacidad de figuración. 
El placer mínimo que debe sentir la psique del infans para seguir invistiendo la actividad 
psíquica. Este placer debe ser simultáneo al placer que el objeto asistente experimenta. Se trata 
entonces del encuentro de dos experiencias de placer. Si el objeto asistente no experimenta placer 
en el encuentro deseante con el infans, este no podrá crear su experiencia de placer, basamento del 
fondo representativo. 
El displacer mínimo que evitará la presencia indefinida de esa primera representación que 
llevaría finalmente a la muerte psíquica, impidiendo la emergencia de la creación de 
representaciones, afectos, deseos, de modo abierto y que solo cesará con la muerte biológica. 
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La experiencia de dolor está en el fundamento de la castración: es el primer 
descompletamiento que afecta a la psique del infans, y remite a una falta fundamental: la de la cosa, 
ese otro prehistórico e inolvidable que nunca será igualado, reino del sentido perdido para Piera 
Aulagnier. Esa falta remite a una presencia, perdida para siempre. 
Es de destacar que en este primer momento no hay masculino ni femenino, no hay bisexualidad 
por lo tanto, no está presente el esquema fálico/castrado. Sí hay, desde el mundo adulto, una 
atribución temprana de género. 
En esta primera fase de la estructuración de la psique debe estar presente el dispositivo de 
ternura, tal como ha sido definido por Fernando Ulloa. Su fracaso acerca al sujeto humano a lo 
instintivo, impidiendo la creación de la pulsión –creada en ese encuentro con el otro, que la propicia. 
La ternura instala al sujeto en un lugar de reconocimiento para la madre como de alguien separado 
de ella. Va de la mano, como vimos –y es necesario que sea así– de la irrupción de la sexualidad del 
otro, produciendo en el psiquismo del infans una imposibilidad de procesamiento: al mismo tiempo 
que un incesante trabajo de figuración y puesta en relación que habitará en lo originario y sus 
figuraciones pictográficas, imantando todo el funcionamiento del aparato que no cesará de intentar 
poner en relación y traducir y figurar en cada estrato a partir de esa presencia sexualizante. 
Sabemos también que debe estar presente un deseo de la madre u objeto asistente por fuera 
del deseo por el infans, cuestión que abre el esquema tradicional del Edipo, siendo este un punto 
fundamental de incidencia de la sociedad en la socialización de la psique: la significación que en la 
sociedad se les asigne a la madre, al padre, a los hermanos, a la diferencia sexual anatómica, al ser 
hombre o mujer, a lo prohibido y lo permitido y valorado... Esto incluye la prohibición del incesto –
hacia los padres y el infans– que tiene en la prohibición hacia la madre de reintegrar su producto, 
la prohibición fundamental, es decir, la prohibición de tomar al infans como aquello que la completa 
y retenerlo en su deseo. Tiene en esta prohibición a aquello que la ubica como castrada. 
Lo que da lugar en el infans a otro esquema que debe estar presente: el de la separación –
correlato de la autolimitación del objeto asistente y por lo tanto de la propia–. Entramos en el terreno 
del denominado complejo de castración, las prohibiciones, el superyó. 
Quisiera decir en este punto que una prohibición en sí misma no instituye nada. Lo 
fundamental –y que va de la mano de la prohibición fundamental, que afecta tanto al objeto como 
al infans– es el pacto, la alianza que tiene como motor el conservar el amor del objeto amado por 
renunciar a los deseos incestuosos, alianza que contiene la transmisión del deseo de que advenga 
a su vez a la posición de genitor, todo lo cual implica diques al mundo pulsional, y que lo orientan –
ideales del yo mediante– hacia la sublimación y el encuentro con otros objetos: se inicia así la 
socialización en su segunda etapa, con la creación del superyó y los ideales. Que culminará con la 
autodestitución del padre del lugar de otro no castrado. 
 
 
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Las diferencias sexuales anatómicas, la castración 
 
Esto coincidirá con algo que es también del orden de lo universal y es el Encuentro con las 
diferencias sexuales anatómicas, ese gran enigma junto con el del origen y la muerte. Este es 
un punto controvertido dentro de la teoría, ya que sabemos que se ha significado como hemos visto, 
al varón como a quien tiene algo que puede perder y que le da valor y poder y a la mujer como a la 
que le falta –y la ubica en un lugar de disvalor y de no tener un significante que la represente–. El 
universo de sexuación girará alrededor de la dupla fálico/castrado, y en la versión freudiana el pene 
será el eje –y en general así ha sido tomado en el psicoanálisis, pese a los esfuerzos de Lacan por 
separar falo y pene. Este es un punto de fundamental importancia y que merece urgente revisión. Ni 
más ni menos que la psicopatología se ha ordenado alrededor de este eje. La asunción, renegación 
o rechazo de la diferencia ordena la clínica en neurosis, perversión y psicosis. 
Pienso que el reconocimiento de las diferencias sexuales anatómicas está en el núcleodel reconocimiento de la diferencia, es decir, de un principio fundamental de la vida social: el 
reconocimiento del otro. Implica el reconocimiento del otro como diferente pero también del propio 
sujeto como diferente en relación al otro y, más profundamente aún, de la radical ajenidad que habita 
al sujeto mismo. Adquisición producida a lo largo del tiempo de crianza, debe partir de la base de 
que la diferencia no implica superioridad, o que un sexo tiene y el otro no. Es la versión más profunda 
de la castración bien entendida. La autolimitación y la limitación del otro. Aquello que significa a la 
castración como no atada exclusivamente a las diferencias sexuales anatómicas. Desde 
esta perspectiva, la diferencia sexual anatómica puede ser o no causa del deseo. Volvemos en 
este punto a Freud: la masculinidad y la feminidad puras como construcciones teóricas de contenido 
incierto, y que de lo que se trata es de los múltiples caminos que en su desarrollo puede recorrer la 
vida sexual. 
Por lo que entiendo –decía al principio del texto– que es necesario revisar si la teoría sexual 
infantil que significa a la diferencia sexual anatómica como una falta responde a una suerte de teoría 
sexual cultural. Que a su vez le ofrece a la mujer una ecuación simbólica supuestamente “natural”: 
podrá tener lo que le falta a través de un hijo. 
Sin embargo, no habría una “incompleta” mujer, o un “bebé” que la rescate de su incompletud, 
sino que de lo que se trataría es de una incompletud ontológica, una finitud escrita en el psiquesoma 
humano, más allá de las diferencias sexuales anatómicas –que en todo se traslada a estas y puede 
fijarse por imperio de la institución de la sociedad–, incompletud que se instala al salir de la fusión 
originaria. Ante la misma se erigen diversos espejismos –sociales y teóricos– para tranquilizarnos y 
producir la creencia de una completud posible. 
Avanzando un poco más: el orden patriarcal de organización social deja a las mujeres sin 
representaciones adecuadas para significarse en un lugar que no sea en relación al del hombre. Esto 
le llevó a sostener a Lacan que La Mujer no existe. Faltaría aclarar: en nuestro orden de sexuación 
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(creado socialmente) no tiene representación propia, debe representarse en relación al hombre, 
poseedor del pene, que es lo que está significado fálicamente. 
 
 
Sexualidad y género 
 
La conformación anatómica de la mujer no le alcanza para garantizar su sexualidad femenina. Y 
el pene no es la vía regia a la masculinidad. La sexualidad es un camino de transformaciones, se 
deviene hombre o mujer. Y –como señalamos previamente– este camino tiene una tendencia a 
autonomizarse tanto respecto de lo biológico como del discurso sobre la sexualidad y el género. La 
rebelión producida por el psiquismo humano, su tendencia a la transformación/metabolización, sea 
de lo que viene del cuerpo, del deseo del otro, como de la cultura, hace que no sea sencilla la tarea 
de sexuación: no hay un orden lineal, la psique humana es un laberinto en el que ingresan y se 
transforman el cuerpo y la sociedad. La desfuncionalización de la sexualidad permite hoy en 
pensar en diversas formas de la masculinidad y la feminidad, ahí inclusive donde se ha tendido a 
pensar que un hombre homosexual estaba identificado con una mujer y una mujer homosexual lo 
estaba con un hombre, o que desean lo igual. Hay diversas heterosexualidades y homosexualidades. 
Por otra parte, y con respecto a los enunciados sobre el género, y lo imposible de separar plenamente 
la sexualidad del género (lo cual para Laplanche llevaría a ingresar al corpus psicoanalítico la noción 
de género): “Cuando un adulto le dice a su hijo que él es un chico, le dice al mismo tiempo todo 
aquello que piensa acerca de los chicos y de las chicas, pero también todas las dudas que tiene 
sobre lo que esconde exactamente la noción de identidad de sexo y de género. Seguramente 
podemos afirmar que, por medio de esta asignación de género, el adulto, sabiéndolo o no, confronta 
al niño con todo lo que puede haber de ambiguo en la diferencia anatómica de sexos y en lo sexual, 
y ello en razón de sus propias ambivalencias, incertidumbres y conflictos internos. La asignación de 
género no es una simple determinación social trasmitida por el adulto al niño”. (Dejours) 
Ciertamente, hay una determinación respecto de las diferencias sexuales anatómicas y a como 
éstas son metabolizadas por cada sujeto. Esto último es un componente central de la elucidación 
psicoanalítica, aunque evidentemente debe ser resituado, por las confusiones a las que ha llevado 
ya desde el pensamiento del mismo Freud, en quien tanto puede considerarse a la homosexualidad 
como una renegación de la diferencia sexual anatómica siendo una perversión, tanto como un camino 
posible para la sexualidad. 
La clínica ha hecho evidente que no puede sostenerse que la homosexualidad sea una 
perversión. Sabemos que –merced a la desfuncionalización de la sexualidad humana– hay diversos 
caminos para ésta que no implican ni perversión ni psicosis per se. La perversión debe situarse 
exclusivamente como aquello que implica la desubjetivación del otro, el hacerlo descender a la 
categoría de objeto de goce, tal como la ubicaran en la clínica Piera Aulagnier y entre nosotros Silvia 
Bleichmar. 
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Así, entiendo que no corresponde ordenar la clínica alrededor de la castración si esta queda 
atada a las consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales anatómicas en los términos en los 
cuales han sido tratadas en general por el psicoanálisis. Por lo tanto corresponderá considerar la 
neurosis como algo que puede ocurrir tanto en la hetero como en la homosexualidad o en las 
llamadas nuevas sexualidades, y lo propio en relación a la psicosis. La sexualidad quedaría así por 
fuera de la psicopatología, salvo evidentes trastornos de la misma. La perversión debe quedar 
relegada a hacer del otro objeto de la satisfacción del sadismo –la perversión fundamental ya 
señalada así por Piera Aulagnier–, y desubjetivándolo. 
Esto obligaría a repensar en toda una serie de articulaciones teóricas y también clínicas. Que no 
es ni más ni menos que estar alertas a aferramientos a la teoría que distorsionan la práctica del 
psicoanálisis, haciendo que el analista más que escuchar a sus analizantes escuche sus propios 
latiguillos teóricos, descansando en las fidelidades a grupos, instituciones, maestros, con la ilusión 
de una completud narcisista ligada a su “superyó analítico”, implicando así la muerte del deseo de 
autonomía, de desalienación que está en el núcleo de la creación freudiana. 
Se hace así necesario abandonar un concepto como el de la envida del pene (salvo que aparezca 
como un componente patológico), o que la actividad está ligada a la masculinidad y la pasividad a la 
feminidad, conceptualizaciones que han producido estragos en la clínica, tanto como el sostener la 
debilidad o ausencia de superyó en la mujer, o que una mujer activa es fálica. Recordemos lo que 
Freud sostenía en relación al superyó en la mujer: “Uno titubea en decirlo, pero no es posible 
defenderse de la idea de que el nivel de lo éticamente normal es otro en el caso de la mujer. El 
superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos 
como lo exigimos en el caso del varón. Rasgos de carácter que la crítica ha enrostrado desde siempre 
a la mujer -que muestra un sentimiento de justicia menos acendrado que el varón, y menor inclinación 
a someterse a las grandes necesidades de la vida; que con mayor frecuencia se deja piar en sus 
decisiones por sentimientos tiernos u hostiles- estarían ampliamente fundamentados en la 
modificación de la formación-superyó que inferimos en las líneas anteriores En tales juicios no nos 
dejaremos extraviar por las objeciones de las feministas, que quieren imponernos una total igualación 
e idéntica apreciaciónde ambos sexos”. 
 
 
La moral sexual cultural actual y la ¿crisis? del Edipo 
 
Señalé al principio la crisis de la significación de la sexualidad como un modo de entender lo que 
nos presenta la clínica, sosteniendo que nos encontramos ante una moral sexual cultural diferente a 
la del mundo en el cual vivió Freud. Se observa que se ha dado el pasaje de un orden de sexuación 
que resaltaba la prohibición a uno que exalta el disfrute ilimitado. Esto implica un cambio sustancial 
en el Otro –quien sigue vivo aunque algunos lo den por muerto. Este exige el disfrute sin límites, tan 
bien expresado en esa publicidad que dice: “sé ilimitado”. Se ha instituido como un principio 
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ordenador, una suerte de mandato, formando parte del superyó cultural –diría Freud-, y entiendo que 
afecta los lazos en lo atinente a la sexualidad y el orden de sexuación. Lo cual no quiere decir que 
se cumpla inexorablemente, pero está presente y suele ser visible en los discursos de adolescentes 
y jóvenes. Si es un movimiento que dará lugar a una institución más estable y no por eso más rígida 
(rigidez que pudimos observar en el documental sobre Irán que proyectó Rodolfo Espinosa) es algo 
que no podemos adelantar. 
Esto por ahora parece favorecer que se hagan presentes y deban ser abordadas analíticamente 
formas de goce que están más allá de la identidad sexual, como ser compulsiones, adicciones, 
afánisis del deseo, etc. 
Preguntaba si esta crisis implica la institución de un nuevo orden de sexuación, o si es un 
fenómeno de descomposición. O si coexisten ambas cuestiones. 
Si se piensa esta pregunta desde lo que debe instituir el Complejo de Edipo, hay episodios que 
pueden estar señalando una crisis en lo relativo a la institución de la prohibición del incesto, del 
asesinato intraclánico, y de las leyes de filiación y de deseo. Me refiero a los recurrentes hechos de 
abuso sexual, al femicidio, a la violencia en sus diversas manifestaciones –no solamente 
delincuencial-, temas recurrentes en los consultorios y también en la vida cotidiana. Ante los cuales 
pienso no es un argumento válido –es elusivo y riesgoso- que lo que ocurre es que ahora hay más 
denuncias o manipulación mediática. Sin ir más lejos: se ha duplicado la tasa de homicidios en las 
últimas dos décadas (de acuerdo a estadísticas de la ONU). Me parece más honesto sostener que 
han aumentado tanto la frecuencia, como las denuncias y el lugar otorgado en los medios. 
Como hipótesis, pienso que es valedero considerar esto como una consecuencia de la crisis de 
significaciones de nuestra sociedad (por lo tanto con crisis del mundo simbólico), que también afecta 
a la de la sexualidad y el orden de sexuación que promueve. 
En los tratamientos de niños y adolescentes es frecuente observar una vacilación de los adultos 
en términos de la transmisión de la Ley. Suele no haber una separación clara entre el mundo adulto 
y el de los niños en términos de la intimidad y de sostener una asimetría estructurante. Por otra parte 
está presente la exposición de los niños a la sexualidad de los adultos y a su violencia a través de 
los medios de comunicación, estando imposibilitados por cuestiones de estructuración de su aparato 
psíquico para la tramitación de los mismos, por lo tanto quedando en posición pasiva, como objetos. 
Al mismo tiempo las significaciones referidas a la paternidad, la maternidad, la niñez, el ser hombre 
o mujer, están en crisis. Si seguimos considerando que la identificación al superyó paterno (que 
contiene el superyó cultural de la época) es la adquisición final del Edipo, la crisis de las 
significaciones y de los modelos identificatorios también se transmitirán. 
Tal vez estemos asistiendo a las turbulencias producidas por una nueva institución –que lo será 
también de otro Edipo–, y lo que podemos hacer como psicoanalistas es ir analizando, tal como 
Freud lo hizo, aquello que agrega sufrimiento. 
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Lo cierto es que tanto el abuso sexual como el femicidio, el visible incremento de la violencia en 
sus diversas manifestaciones, etc., hablan de la situación descripta por Ulloa como de encerrona 
trágica, sin tercero de apelación. Y ese tercero de apelación es una de las adquisiciones del Edipo, 
instancia pacificadora y ordenadora, por lo tanto de amparo. Y la falta de amparo –es decir, la falla 
en el dispositivo socializador de la ternura y de sus embajadores en la escena de lo social– nos ubica 
antes del Edipo, hace fallar la socialización de los sujetos en aquello que permite que haya vida en 
común. 
 
 
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Buenos Aires, 1987. 
Meler, I., Sobre Jessica Benjamin. En: http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num17/autores-
jessica-benjamin.php

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