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Salomone El sujeto dividido y la responsabilidad

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Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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El sujeto dividido y la responsabilidad 
Gabriela Z. Salomone 
 
 
 
 
Aun cuando el individuo que ha conseguido reprimir estas 
 tendencias en lo inconsciente cree poder decir que no es responsable 
de las mismas, no por ello deja de experimentar esta responsabilidad 
como un sentimiento de culpa, cuyos motivos ignora. 
Sigmund Freud, 1917 
 
 
Ser psicoanalista es estar en una posición responsable, 
la más responsable de todas, en tanto él es aquel, a quien es 
confiada la operación, de una conversión ética radical, 
aquélla que introduce al sujeto en el orden del deseo. 
Jacques Lacan, 1965 
 
 
Comentarios preliminares 
 
En la tarea de analizar los puntos de encuentro y desencuentro entre la dimensión clínica 
y el campo normativo, es necesario tener en cuenta el problema de la confrontación de 
discursos. Mientras el discurso deontológico-jurídico plantea la noción de sujeto autóno-
mo, la dimensión clínica de la práctica nos orienta en el sentido de considerar un sujeto 
no autónomo, sujetado a los avatares de la ley y el lenguaje. Esta diferencia fundamental 
en las concepciones de sujeto que plantea uno y otro campo configura a su vez diferen-
tes modos de entender la responsabilidad. 
 
En el artículo El sujeto autónomo y la responsabilidad hemos analizado la noción de su-
jeto autónomo, fundamento de la responsabilidad en sentido jurídico. A continuación nos 
detendremos en otra conceptualización de responsabilidad. Si bien la diferencia entre 
ambos tipos de responsabilidad es conceptual por una parte, insistimos aquí en que 
también configuran modos distintos para el sujeto de confrontarse al campo de la res-
ponsabilidad. 
 
Nos interesa señalar que estos dos tipos de responsabilidad –provenientes de corpus 
conceptuales y prácticas distintas–, convocan a dos posiciones subjetivas diferentes. Es-
tos dos campos convocan al sujeto a responder desde diferentes lugares1. 
 
Esto vale no sólo para el profesional que dirigiendo un tratamiento debe confrontarse al 
encuadre deontológico y, a partir de allí, tomar una decisión, sino también para el sujeto 
sobre el que se dirigen sus acciones. 
 
Nos ocuparemos más adelante de establecer los puntos de encuentro entre la responsa-
bilidad subjetiva y la jurídica, sin embargo será preciso en primer término ahondar en sus 
diferencias. 
 
 
1 Al respecto, Cf. Consideraciones sobre la Ética profesional: dimensión clínica y campo deontológico-
jurídico, en este volumen. 
 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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Llamaremos responsabilidad subjetiva a aquella que se configura a partir de la noción de 
sujeto del inconciente; sujeto no autónomo que, por definición no es dueño de su volun-
tad e intención (rasgos que definen al sujeto llamado autónomo del discurso jurídico). 
 
Tal responsabilidad subjetiva se distingue de la responsabilidad entendida desde el dis-
curso jurídico, pero también debemos diferenciarla de la responsabilidad moral. En tanto 
el concepto de responsabilidad jurídica es un concepto específico y bien recortado en 
función del sistema de referencias legales, diremos que constituye una de las formas de 
la responsabilidad moral, aunque ésta no se agota en aquélla. Cabe agregar que ambas, 
responsabilidad moral y jurídica, responden a una misma lógica y se constituyen en base 
a las mismas tramas conceptuales. De allí, que nos interese fundamentalmente distin-
guirlas del concepto de responsabilidad subjetiva. Por este motivo, de aquí en adelante 
nos referiremos a la responsabilidad moral entendiendo que la responsabilidad jurídica 
es una de sus formas. 
 
 
Responsabilidad y formaciones del inconciente 
 
“Me presentó a su mujer y agregó: ‘¿Tomará usted el desayuno con nosotros?’. 
Yo tenía una pequeña cosa que hacer a una cuadra de allí, y aseguré que volve-
ría enseguida. Cuando luego entré en la sala donde se servía el desayuno, vi que 
la pareja había tomado asiento en una pequeña mesa situada junto a la ventana, 
y los dos ocupaban uno de sus lados. En el lado opuesto había una sola silla, pe-
ro sobre su respaldo estaba puesta, ocupando el sitio, la grande y pesada capa 
de paño tirolés del hombre. Comprendí muy bien el sentido de esa disposición, no 
deliberada por cierto, pero tanto más expresiva por ello mismo. Quería decir: ‘Pa-
ra ti no hay aquí ningún lugar; ahora sobras’. El hombre no reparó en que yo per-
manecía de pie ante la mesa sin sentarme; no así la dama, que enseguida codeó 
a su marido susurrándole: ‘Le estás quitando su lugar al señor’2. 
 
Freud había compartido con el joven paseos y comidas en el hotel durante varios días 
mientras ambos esperaban la llegada de sus respectivos compañeros de viaje. Quien 
primero llegó fue la compañera de viaje del joven, su esposa, y fue entonces que tuvo 
lugar la escena relatada. 
 
¿Quién no se ha encontrado alguna vez en una situación similar ya sea en la posición de 
Freud o del joven? Situación por demás embarazosa especialmente para el “distraído”, 
cuando algún hecho le hace notar lo sucedido. 
 
Seguido a este relato, Freud agrega el siguiente comentario: “A raíz de esta experiencia 
y de otras parecidas, me he dicho que las acciones cumplidas de manera involuntaria 
han de convertirse inevitablemente en fuente de malentendidos en el trato entre los 
hombres. El actor, que nada sabe de un propósito que se les enlace, no se las imputa a 
sí mismo ni se considera responsable de ellas”3. 
 
Por una parte, el comentario señala las consecuencias prácticas y sociales de este tipo 
de “distracciones”, de estas acciones involuntarias que bien podrían generar situaciones 
enojosas en los vínculos sociales. Pero, lo que nos interesa especialmente en esta oca-
 
2 Freud, S. (1901) Psicopatología de la vida cotidiana, Amorrortu editores, Buenos Aires. 
 
3 Op. cit 206 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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sión es subrayar la segunda idea: “El actor, que nada sabe de un propósito que se les 
enlace, no se las imputa a sí mismo ni se considera responsable de ellas”. 
 
Es decir que este tipo de acciones involuntarias conllevan un propósito que el actor de la 
acción desconoce; de este modo, el sujeto no se atribuye responsabilidad en relación a 
ellas. Y fundamentalmente nos interesa señalar la responsabilidad que indica Freud apa-
rece vinculada a ese propósito desconocido para el sujeto. 
 
Claramente, Freud no parece interesado en destacar cuán moralmente inaceptable es 
una acción como la relatada, qué maleducado es el joven, o qué distraído; tampoco abre 
un juicio sobre cómo el joven supo aprovechar su presencia durante los días anteriores a 
la llegada de su esposa… Por supuesto, entiende que tal situación pudo haber sido cau-
sa de enojo de algún otro “damnificado”, pero él se interesa por la responsabilidad en 
otro plano. 
 
Entonces, vamos acercándonos en este punto a la disyunción de campos. No se trata de 
la responsabilidad moral o social, de las buenas costumbres o lo moralmente correcto. 
Sí, en cambio, Freud nos alerta de una responsabilidad que atañe al sujeto en relación a 
aquello que desconoce de sí mismo. 
 
Desde el campo moral, la valoración de estas acciones tomará como referencia los valo-
res compartidos socialmente, lo esperable o lo condenable en una situación determina-
da. Valores morales que, seguramente, el mismo “distraído”compartirá y, de allí, que 
surja su incomodidad y el sentimiento de ajenidad con respecto a su propia acción. Pero, 
se va configurando aquí otro tipo de responsabilidad, que se distingue del primero, y que 
desarrollaremos con mayor precisión. Llamaremos a este segundo tipo, responsabilidad 
subjetiva. 
 
No sólo en su libro Psicopatología de la vida cotidiana, sino también en muchos otros lu-
gares de su obra, Freud se detiene a indagar sobre acciones simples e inocentes en 
apariencia (pérdida o rotura de objetos, olvidos, olvidos de nombres propios, errores, 
confusión de nombres, acciones casuales o involuntarias). Las nombra genéricamente 
como “acciones sintomáticas”, en función de la siguiente explicación: “Expresan algo que 
el actor mismo ni sospecha en ellas y que por regla general no se propone comunicar, 
sino guardar para sí.”4 
 
Tales acciones conllevan en todos los casos un “propósito inconsciente”; las operaciones 
fallidas poseen una motivación oculta para el sujeto: “Si a ciertas insuficiencias de nues-
tras operaciones psíquicas (…) y a ciertos desempeños que parecen desprovistos de 
propósito se les aplica el procedimiento de la indagación psicoanalítica, demuestran es-
tar bien motivados y determinados por unos motivos no consabidos a la conciencia”5. 
 
Frecuentemente, las mociones inconscientes se valen de algunos episodios de la vida 
cotidiana como un medio para expresarse. En algunos casos, la acción es completamen-
te involuntaria, no siendo posible para el sujeto reconocer intención alguna. Tal el caso 
del joven de nuestro ejemplo inicial quien ocupó con su capa el lugar que aparentemente 
había reservado para Freud. Estas acciones se presentan como una acción cualquiera 
 
 
4 Op. cit. 188 
 
5 Op. cit 233 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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completamente carente de sentido, aún de sentido conciente. No obstante, la intención 
conciente se ve alterada. 
 
Lo mismo sucede con los casos de deslices en el habla, comúnmente conocidos como 
lapsus linguae, los cuales resultan ser el indicio de que algo perturbó la intención con-
ciente. 
 
Resumiendo, las mociones inconscientes se expresan de modo desfigurado a través de 
las operaciones fallidas. Es por este motivo que encontramos en estas acciones fallidas 
un sentido; un significado que se asocia al propósito inconsciente que persiguen, más 
allá de la intención o voluntad conciente. Claramente, ya no nos referimos al sujeto autó-
nomo. 
 
En otros casos, ese propósito aparece con cierta claridad; casi podría pensarse que el 
sujeto realiza una confesión… ¡aunque absolutamente involuntaria! 
 
“Un profesor en su discurso inaugural dice: ‘En el caso de los genitales femeni-
nos, a pesar de muchas versuchungen (tentaciones)… Perdón: Versuche (expe-
rimentos)…”6 
 
“Una muchacha debía ser desposada por un joven que no le era simpático. Para 
aproximar a ambos, los padres convinieron en hacer una reunión a la que asisti-
rían también los futuros novios. La muchacha tuvo bastante dominio sobre sí 
misma como para que su festejante, muy obsequioso con ella, no sospechara su 
antipatía. Pero a la pregunta de la madre sobre si le había gustado el joven, res-
pondió con toda cortesía: ‘Bien, es muy detestable (liebenswidrig, por liebenswür-
dig, amable)”7 
 
Detengámonos ahora en las indicaciones de Freud sobre la técnica para el análisis de 
estas acciones fallidas: “Las interpretaciones de estas pequeñas acciones casuales, así 
como sus pruebas, se obtienen en cada caso, con seguridad creciente, a partir de las 
circunstancias que rodean a la sesión, del tema que en ellas se trata y de las ocurrencias 
que advienen cuando se orienta la atención hacia esa aparente casualidad.”8 
 
¿Por qué señalar la importancia de esta indicación? El motivo ya fue esbozado más arri-
ba. También aquí nos encontramos con aquella disyunción que señalábamos en un prin-
cipio. Si la solución de estas acciones sintomáticas va a ser alcanzada a través de las 
ocurrencias del paciente, entonces tenemos que entender que el significado de ellas va a 
surgir del sentido singular que esa acción tenga para el sujeto. 
 
No se trata de confrontar al sujeto con la dimensión de los valores compartidos, ni de 
confrontarlo con la referencia moral. No se trata de la realidad objetiva ni de medir sus 
dichos en relación a una verdad constatable (por ejemplo, si el pretendiente es verdade-
ramente detestable o si por el contrario es amable). Se trata en cambio, de la realidad 
psíquica. Es decir que, otra vez aquí, Freud nos guía hacia la distinción entre la dimen-
sión moral y la dimensión del sujeto. 
 
 
6 Op. cit. 72 
 
7 Op. cit. 93. 
 
8 Freud, S. (1915-1916) Conferencias de introducción al psicoanálisis. Amorrortu editores, Buenos Aires, Ar-
gentina. T. XV, pág. 110 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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La indicación freudiana es escuchar la verdad que se produce en su decir y que com-
promete al sujeto, aún más en esos puntos donde el yo –que se pretende autónomo– no 
puede dar cuenta. Es en este punto donde Freud ubica la responsabilidad: en relación a 
aquel propósito inconsciente que, ajenamente a la voluntad del yo, propició la acción. 
 
Tanto para las formaciones del inconsciente como para los síntomas, la interpretación 
siempre estará sujeta a los dichos del paciente bajo la regla de la asociación libre; esto 
es, en la forma en que las palabras valen en su literalidad, rompiendo con el sentido 
compartido. Sólo en relación a los dichos del sujeto algo de este sentido singular puede 
advenir9. 
 
Ahora bien, el mecanismo de las acciones fallidas en cualquiera de sus formas (acciones 
u omisiones, olvidos, errores o confusiones, lapsus en el habla, en la escritura o en la 
lectura, etc.) –todas ellas de escasa importancia aparente–, se muestra en un todo coin-
cidente con los mecanismos descriptos para la formación del sueño, de los síntomas y, 
con la técnica del chiste: a través de condensaciones y desplazamientos, las mociones 
inconscientes fallidamente reprimidas encuentran su expresión en forma desfigurada. 
 
Es justamente en el chiste dónde mejor podemos apreciar la disyunción entre las pala-
bras y un sentido fijado. Por eso solemos repetir, muy razonablemente, que no hay nada 
peor que explicar un chiste, ya que el efecto chistoso no se funda en el contenido se-
mántico. La eficacia del chiste reside en medida decisiva en la literalidad de su texto. 
 
“El casamentero ha asegurado al novio que el padre de la muchacha ya no está 
con vida. Tras los esponsales, se sabe que el padre todavía vive y expía una pe-
na en prisión. El novio le hace reproches al casamentero. ‘Y bueno –responde és-
te–; ¿qué le he dicho yo? ¿Acaso eso es vida?”10 
 
Uno de la cosecha local: se trata Soledad Dolores Solari11, un desopilante personaje que 
le hace honor a su nombre, viviendo una vida plagada de miedos, sufrimientos, frustra-
ciones. Al ser interrogada por el empleado público: –¿Nombre? –Soledad Dolores Solari. 
–¿Sexo? –¡Poco! ¡Muy poco! (casi llorando). 
 
El efecto chistoso justamente se logra por el doble sentido de la palabra vida en el primer 
caso, y de la palabra sexo en el segundo, lo cual permite el efecto sorpresa. El chiste no 
radica en la dimensión del sentido sino, por el contrario, en la suspensión del sentido po-
sibilitado por la polisemia del significante. Se trata de un instante en que la palabra vale 
en su materialidad. Se juega allí la disyunción radical entre el significante y el significado. 
 
Tomando al chiste como modelo de las formaciones del inconsciente, vemosque se po-
ne de relieve la eficacia de la palabra en su literalidad. El yo, que sostiene la ilusión de 
 
 
9 Por supuesto que el análisis necesario para revelar el sentido de las acciones sintomáticas encontrará ma-
yor o menor dificultad dependiendo de la motivación que la causa: “…mientras más inocente sea la motiva-
ción de la operación fallida, menos chocante y, por eso, menos insusceptible de conciencia será el pensa-
miento que en ella se exprese, y con mayor facilidad se podrá resolver el fenómeno toda vez que uno le 
preste atención (…) Cuando en la motivación están en juego unas mociones efectivamente reprimidas, para 
la solución hace falta un análisis cuidadoso que en ocasiones hasta puede tropezar con dificultades o fraca-
sar” (Freud, S.: Psicopatología de la vida cotidiana. Op. Cit. Pág.268) 
 
10 Freud, S. (1905) El chiste y su relación con lo inconsciente. Amorrortu editores. Buenos Aires. 
 
11 Personaje creado por el humorista argentino Antonio Gasalla. 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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ser dueño de lo que dice y hace, se enfrenta a ese momento de sorpresa, de desorienta-
ción al que lo confronta la caída del sentido. La técnica de la asociación libre, justamen-
te, opera en la línea de sostener ese punto fructífero del sin-sentido. 
 
Entonces, en tanto el chiste es el modelo de todas formaciones del inconsciente, encon-
tramos el mismo mecanismo de formación para todas ellas. Siendo así, la misma técnica 
de análisis de los actos fallidos se aplica también para el análisis de los sueños. Clara-
mente, la indagación propuesta para los actos fallidos, basada en la materialidad de la 
palabra, es el paradigma de toda indagación psicoanalítica12. 
 
Detengámonos en los sueños. El contenido manifiesto del sueño, las más de las veces 
raro, confuso, fragmentario, es pasible de ser reconducido tras un análisis a lo que Freud 
llamó los “pensamientos oníricos latentes”. Freud parte de un supuesto fundamental: 
“…es muy posible, y aún muy probable, que el soñante a pesar de todo sepa lo que su 
sueño significa, sólo que no sabe que lo sabe y por eso cree que no lo sabe”13. 
 
Con respecto a los sueños, formula además la siguiente pregunta: “¿Debemos asumir la 
responsabilidad por el contenido de nuestros sueños?”. Su respuesta es taxativa: “Desde 
luego, uno debe considerarse responsable por sus mociones oníricas malas”.14 
 
En el sueño, como en los actos fallidos, –en suma, en todas las formaciones del incons-
ciente–, un elemento accesible a la conciencia es medio de expresión de otra cosa, de 
algo desconocido pero sobre el cual podemos suponer un saber no sabido. Nos enfren-
tamos entonces, nuevamente, al campo de la responsabilidad subjetiva, y su relación 
con aquello que perteneciéndole al sujeto le es ajeno. Tal ajenidad no es tomada por 
Freud como causa de inimputabilidad; por el contrario, es a ese punto donde dirige la 
responsabilidad15. 
 
Cuando Freud describe esos pensamientos latentes en los sueños, lo hace sin ahorrar 
calificativos; se refiere a ellos como cumplimiento de mociones de deseo inmorales, 
egoístas, sádicas, perversas, incestuosas. Sin embargo, lejos de abrir un juicio moral so-
bre el sujeto en cuestión, distingue muy claramente lo soñado de lo efectivamente reali-
zado: “Opino, simplemente, que se equivocaba el emperador romano que hizo ejecutar a 
uno de sus súbditos porque este había soñado que le daba muerte. Primero, habría de-
bido preocuparse por buscar el significado de este sueño; muy probablemente, no era el 
que parecía. Y aun si un sueño de texto diferente tuviera ese significado (esa intenciona-
lidad) de lesa majestad, cabría atender todavía al dicho de Platón, a saber, que el virtuo-
so se contenta con soñar lo que el malvado hace realmente.”16 
 
 
 
12 Freud, S. (1915-1916) Conferencias de introducción al psicoanálisis. Amorrortu editores. Buenos Aires. T 
XV, pág. 92. 
 
13 Op. cit. pág. 92 
 
14 Freud, S. (1925), Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto. Amorrortu 
editores. Buenos Aires, Argentina. Pág. 134 y 135. 
 
15 En sentido jurídico, la imputabilidad es la cualidad de aquél a quien se le puede atribuir la responsabilidad; 
es decir que imputable es aquél que es capaz de responder por sus actos. Cf. El sujeto autónomo y la res-
ponsabilidad, en este volumen. 
 
16 Freud, S. (1900-1901) La interpretación de los sueños. Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina. T V, 
pág. 607. 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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Es decir, es importante otra vez, aquí, distinguir junto con Freud la realidad psíquica de 
la realidad material. Freud responsabiliza al sujeto de aquello que desconoce de sí mis-
mo, aún de aquello que él mismo, acorde a sus valores morales, no estaría dispuesto a 
reconocer como propio (sea el propósito inconsciente de las acciones sintomáticas o las 
mociones inmorales de los sueños). 
 
Pero, al mismo tiempo, –debemos enfatizar este punto– Freud no imputa al sujeto en el 
campo moral por aquello que se juega en lo inconsciente17. Este aspecto es muy impor-
tante en lo atinente a distinguir los diferentes tipos de responsabilidad. No debemos con-
fundir la responsabilidad moral, social o jurídica con la responsabilidad subjetiva. Si bien 
podremos ubicar en la responsabilidad moral y/o jurídica lo que de allí corresponda a la 
dimensión de la responsabilidad subjetiva, no toda responsabilidad subjetiva es judicia-
ble. 
 
Con respecto a este punto, en un escrito breve de 1931, Freud establece claramente tal 
distinción, articulada a su vez a la diferencia entre la noción de verdad del sujeto del 
inconsciente y la noción de verdad objetiva. 
 
Se trata de su comentario sobre el dictamen pericial que estableciera la Facultad de 
Medicina de Innsbruck en 1929, a propósito de un joven acusado de parricidio. Freud critica 
duramente ese dictamen, en los siguientes términos: “Si se hubiera demostrado 
objetivamente que Philipp Halsmann asesinó a su padre, estaría por cierto justificado traer a 
cuento el complejo de Edipo con miras a descubrir los motivos de un crimen que de otro 
modo no se comprendería. Pero como esa prueba no se ha producido, la mención del 
complejo de Edipo está fuera de lugar; es por lo menos, ociosa”. 18 
 
Se configuran así dos campos: el de la verdad entendida en términos jurídicos, objetiva, 
que se vincula a la responsabilidad jurídica y moral por una parte; y el de la verdad del 
sujeto, que nos confronta a la dimensión de la responsabilidad subjetiva, por la otra. 
 
Retomemos lo planteado más arriba. Decíamos que Freud no imputa al sujeto en el 
campo moral por aquello que se juega en lo inconsciente. Hemos visto la insistencia con 
que indica sustraer el juicio moral del trabajo analítico. Pero, ¿qué sucede con el sujeto? 
¿Está siempre dispuesto a no degradar a una responsabilidad moral eso que lo convoca 
a responder desde el campo de la responsabilidad subjetiva? Recordemos que la dife-
rencia entre responsabilidad subjetiva y responsabilidad moral no es sólo conceptual. Se 
trata de dos formas distintas de confrontarse al campo de la responsabilidad. 
 
Al respecto, detengámonos en un pequeño ejemplo. Freud transcribe el siguiente relato 
de un amigo suyo: 
 
“Hace algunos años acepté ser elegido para integrar el comité directivo de una 
sociedad literaria porque suponía que esto podría ayudarme a conseguir que se 
representara mi pieza dramática, y participé regularmente, aunque sin mucho in-
terés, en las sesiones que se realizaban todos los viernes. Ahora bien, hace unos 
meses recibí seguridadesde que mi pieza se representaría en el teatro de F., y 
desde entonces me ocurrió olvidar habitualmente las reuniones de esa sociedad. 
 
 
17 Tampoco analiza las mociones inconscientes desde la referencia moral; de allí la importancia de la técnica 
de la asociación libre y la posición de neutralidad. 
 
18 Freud, S.: (1931) El dictamen de la Facultad en el proceso Halsmann. Amorrortu editores. Buenos Aires. 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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Cuando leí su libro sobre estas cosas, me avergoncé de mi olvido, y me reproché 
que era una bajeza faltar ahora, cuando ya no podía servirme de esa gente; tomé 
entonces la resolución de no olvidar por nada del mundo la reunión del viernes si-
guiente. Mantuve continuamente en la memoria este designio hasta que lo cumplí 
y me encontré ante la puerta de la sala de sesiones. Para mi asombro, estaba ce-
rrada. La reunión ya se había realizado; yo había errado el día: ¡ya era sábado!”19 
 
El ejemplo, aunque simple, es muy interesante. Por una parte, muestra cómo el propósi-
to inconsciente se abre paso aún a pesar de las intenciones concientes de limitarlo (gol-
pe asestado al sujeto que se cree autónomo). La intención y voluntad concientes se re-
velan como insuficientes. Por otra parte, nos permite analizar cómo se posiciona el suje-
to frente al campo de la responsabilidad. 
 
En un primer momento las motivaciones inconscientes se expresan más allá de la volun-
tad e intención del yo. El yo desconoce que los olvidos reiterados son el signo de un con-
flicto que el sujeto no se dispuso a resolver por la vía de la decisión. Sin embargo, no es 
hasta encontrarse con el libro de Freud que esta acción interpela al sujeto. La interpela-
ción, retroactivamente, lo lleva a resignificar esos olvidos; ahora sabe que los olvidos no 
son casuales y que tienen un sentido para él. En términos del Circuito de la Responsabi-
lidad, diremos que se ha constituido el Tiempo 120. 
 
La vergüenza nos pone en la pista de un sujeto interpelado por aquello que, aunque vivi-
do como ajeno, le pertenece y perturba su intención conciente confrontándolo a un punto 
de sin-sentido. Esa hiancia, ese punto de inconsistencia, lo interpela, llama al sujeto a 
responder. La interpelación, que nombraremos como Tiempo 2 del circuito, es lógica-
mente anterior al Tiempo 1. 
 
Frente a la interpelación el sujeto resignifica sus olvidos que ahora adquieren un signifi-
cado para él. No nos interesa aquí si el significado de esas acciones es que ya no 
deseaba asistir a las reuniones, si siente que no le debe nada a los miembros de la so-
ciedad literaria, o si, por el contrario, haber logrado su objetivo lo confronta a una deuda 
que lo avergüenza, etc. No podríamos decirlo nosotros, sólo el sujeto podrá ensayar al-
guna teoría de lo que se jugó de él en eso. En cambio sí nos interesa subrayar que los 
olvidos cobran un sentido para el sujeto en tanto se sabe culpable; sabe que eso le per-
tenece. Es a partir de allí que esos olvidos constituyen un Tiempo 1 del circuito de la 
responsabilidad. Se abre así el campo de la responsabilidad subjetiva. 
 
¿Cómo responde el sujeto a esa interpelación? En nuestro ejemplo, el reproche, poste-
rior a la vergüenza, genera un movimiento en el sentido opuesto al de la responsabilidad 
subjetiva. Toma la interpelación (lo cual como vimos genera el movimiento retroactivo 
desde el Tiempo 2 a la constitución del Tiempo 1), pero se responsabiliza moralmente y 
trata de enmendar. Se trata de una culpa moral como respuesta a la interpelación. Eva-
lúa su accionar, lo encuentra moralmente malo y se reprocha por ello. 
 
Entonces, en un intento desesperado por recuperar su cualidad de autónomo (de la que 
ahora sólo quedan algunos retazos) el sujeto se dispone a fortalecer su voluntad vía im-
posiciones morales. Esto resulta muy contraproducente ya que, en realidad, fortalece el 
conflicto original. Prueba de esto último es la equivocación del día de la reunión. El pro-
 
 
19 Op. cit. 224 
 
20 Cf. D’Amore, O.: Responsabilidad y Culpa en este volumen y Fariña, J. J.: “Mar abierto (un horizonte en 
quiebra)”, en Fariña, J. J. & Gutiérrez, C. (comp.) Ética y Cine, Eudeba, JVE ediciones. Buenos Aires. 
Salomone, G. Z.; Domínguez, M. E. (comp.): (2006) La transmisión de la ética: clínica y 
deontología. Volumen I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires. ISBN 950-649-131-3 
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pósito inconsciente desbarata nuevamente la intención conciente. Un acto logrado, sin 
dudas. Una y otra vez, la indestructibilidad del deseo inconsciente. 
 
Comentarios finales 
 
En la noción de sujeto está la clave para comprender el concepto de responsabilidad 
subjetiva y para operar con ella. La responsabilidad subjetiva, en el corazón de la dimen-
sión ética, surge de esa hiancia en lo simbólico que, en tanto campo de indeterminación, 
llama al sujeto a responder, produciéndolo. El sujeto del que aquí hablamos es el sujeto 
que situamos como efecto; como efecto de la palabra que lo divide. En las formaciones 
del inconsciente se manifiesta esa división del sujeto, que el yo experimenta como punto 
de inconsistencia. Algo extraño irrumpe y quiebra todo sentido; el yo se desorienta frente 
a esto que le es ajeno. Entonces, en el campo de la responsabilidad subjetiva no se trata 
del sujeto del enunciado, el yo digo, yo soy, el yo de la voluntad y la intención. No nos re-
ferimos a un sujeto planteado en primera instancia al que confrontaremos con sus actos 
y su responsabilidad. 
 
Se trata en cambio de un movimiento en sentido inverso; de allí la indicación técnica de 
la asociación libre. Dicho de otro modo, la asociación libre responde a la lógica de pro-
ducción de sujeto, sosteniendo esa dimensión donde el pacto con el sentido se rompe. 
Esos puntos de ruptura, de quiebre del sentido, puntos en que se manifiesta la falta es-
tructural, son puntos en los que podemos suponer las mayores potencialidades de efecto 
sujeto. Momentos en los que la posición de obediencia frente a la referencia moral se ve 
conmovida. Entonces, se trata de evocar la falta, sostener y propiciar el punto de incon-
sistencia que da lugar a la responsabilidad subjetiva fundadora de sujeto. En esta misma 
línea, la interpretación apuntará a horadar el campo del saber, haciendo lugar a la pro-
ducción de verdad. 
 
 
 
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