Logo Studenta

24-y-25

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

24 y 25
Las puertas del tren no dejan pasar un segundo desde el pitido que indica que serán cerradas, no obstante el flujo de pasajeros en este atardecer de principios de diciembre es más que intenso, y Eusebio lo tiene bien sabido. 
Hace media hora atrás, tuvo su última sesión de criolipólisis del año, la cual, al igual que las anteriores, no hubiera podido abonar de no ser por el dinero que semanalmente su mismísimo padre, a estas alturas recibido de inocente por excelencia, le otorga en recompensa a su paupérrimo aporte laboral a la fábrica familiar, dedicada a la elaboración de churros; la misma que Eusebio una y otra vez maldice, e incluso en este momento, por el hecho de que de ella no es habitual que salga sino hasta llegadas y también pasadas las 16 horas, con notables y contadas excepciones en las que se ha alcanzado el horario de las 17 o 18, más ahora no veo necesario enumerar los posibles motivos de ello.
El asunto es que Eusebio ignora que, a pesar de la lógica y entendible indignación que produce el pasar días comiendo a deshora, o saliendo de los pelos a x lugar que se le antoje, implicando ello el tener que ducharse a prisa en el enharinado y precario baño del establecimiento, y un no tan largo etcétera, está obteniendo un botín más que generoso por lo que su servicio prestado significa, que inlcuye un (a todos los ojos de las personas con sentido común) abuso abominable de su condición de hijo de, con el uso continuo y enfermizo de su celular, que a más de uno de sus compañeros de profesión le produciría la más que comprendida necesidad de abofetarlo, como el mejor ejemplo. 
Ese dispositivo que no ha parado de contemplar y mantener imantado a sus manos desde que subió al tren, el cual ahora se nutre de nuevas almas y seres de todo tipo: novios y novias que han recorrido toda la metrópoli en busca de un regalo para sus amados y jugado a ser Papá Noel, otros que vaya a saber de dónde vienen, con sus verdes inciensos de cada día, la infaltable embarazada o flamante madre que hará resignar a algún pasajero rezongón de su asiento...y dos jóvenes hombres empapados en sudor y con su ropaje de trabajo colgado sobre sus cabezas y hombros.
A la vista de nuestro descontentadizo viajante, estos dos últimos tripulantes no son otra cosa sino un componente más del sofocante ciempiés que lentamente se va alejando del corazón de la gran urbe. Pero bastarán unos pocos segundos para que las palabras de uno de ellos caiga cual avión kamikaze sobre sus oídos, y Eusebio inicie un viaje de no retorno:
-Qué cosa eh, decí que igual nos van a pagar las horas extra- desliza uno de ellos
-Sí, ¿pero cuanto irá a ser?-arremete su compañero
-Es lo que menos me calienta ahora-señala el otro sujeto-, ya de que digan que tendremos que laburar el 24 y 25, 16 horas, me hace resbalar sobre cualquier otra cosa, incluso lo que nos vayan a pagar por semejante bestialidad.
-Y bueh..., ¿qué se le va a hacer, loco?. Es al parecer el mundo de la industria de los sándwich de miga- es la resignada respuesta que recibe de su colega
-A este ritmo olvidate que el 31 e incluso el 1ro estemos en la misma.
-Tal cual...
Esas últimas simples más predecibles locuciones hacen que Eusebio abandone su estabilidad y unidad tiempo-espacio, y , por unos prolongados segundos que se volverán luego minutos, no piense en cosa otra sino lo que sus oídos estuvieron procesando. O sí, en las numerables ocasiones en las que su padre, envuelto en desencanto, lo pescaba viendo el celular, pagándole aún así, en la dicha de poder destinar todos esos billetes caídos del cielo en lo que se le diera la gana, en los fideos con huevo frito y caricias que su madre le servía, habitualmente, al regresar de la fábrica, en la posibilidad de estar fresco y duchado para poder comer mantecol y turrón en cada Navidad y Año Nuevo...al punto que , cuando la formación se detiene en la siguiente estación, consistente en un andén central, decide abandonarla saliendo por el lado derecho, y enfilar, en un estado más que catatónico, hacia su norte.
La caída sobre las vías opuestas no se siente en ninguna de las personas que se hallan a la espera de los próximos trenes, en cualquiera de sus direcciones, menos en Eusebio mismo.
A lo lejos, desde el horizonte ya crepuscular de los raíles en los cuales este incomprensible muchacho ha ido a parar, se observa una luz diminutísima, creciente segundo a segundo…

Continuar navegando