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Balneario

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Balneario 
Sale sin el más mínimo problema del salón de juegos, que también dispone de una decena de computadoras conectadas a la gran nube , en el cual ha permanecido por al menos las últimas dos horas. Apenas un día llevan sus pies apoyados sobre el suelo de esta localidad balnearia, que ya cae en ese marañón que representa el sentirse desligado de la cotidianeidad misma. Y casa ya está muy lejos de aquí. 
Camina un par de cuadras por la calle céntrica, y, al finalizar el recorrido por la breve longitud de seis manzanas que conforman el centro de la diminuta urbe, en su cabeza empiezan ya a anidarse sentimientos encontrados. Hace ya tiempo que no salía a dar una de esas caminatas que tanto amaba realizar, cuando salido de su Instituto de estudios terciarios, por las ampulosas calles, avenidas y boulevards de Balvanera, Recoleta, Palermo o inclusive Saavedra.
Al caminar en dirección oeste, desviándose de este interminable sendero de brea que en una mitad de hora se convertirá en una suerte de paseo peatonal, y en busca de la casa que lo acogerá por un puñado de días más, entra en un estado de perdición consigo mismo. Ha ingresado, a partir de este momento, en una desorientación absoluta.
Da vueltas alrededor de la misma manzana como unas cuatro veces. Cuando, ya no más inundado por un océano de melancolía, recobra el sentimiento, enfila por una calle poblada de casaquintas y condominios que se ofrecen en alquiler, esperando llegar al tan ansiado hospedaje. Pero, ¡sorpresa! Ha vuelto a cruzar la traza principal de la villa turística. Como de casualidad, a nuestro transeúnte se le ocurre dirigirse hacia el mar, y poder así apreciar las líneas y cañas de pesca que a esta hora comienza a acobijar en su orilla, como también las olas que causan un silencio sublime como tenebroso. Interesantemente, lo que visualiza es un horizonte nunca distante. Percibe la sensación de que esta calle podría prolongarse no más allá de dos cuadras. En ello, despierta de su estado de desconcierto total. Mira hacia un lado: ve la misma rotisería por segunda vez en el día. Se da cuenta que está parado sobre la rúa que alberga la tan buscada casa. Ergo, toma la decisión de retroceder, atravesar nuevamente la calzada céntrica y poder cumplir el objetivo primordial, el de llegar a destino. 
Más lo que halla son decenas y decenas de cuadras, en perfecta monotonía, de viviendas que son de lo más parecido a aquellas que pueden apreciarse en su barrio. Ya no son abundantes los vastos espacios verdes ni terrenos baldíos. Los autos estacionados a una orilla del pavimento empiezan a recobrar el protagonismo cedido ante las bicicletas, dobles y cuádruples que suelen reinar en la localidad balnearia. 
Nuestro protagonista, lógicamente, entra en una espiral de pánico, especialmente cuando llega a una arboleda que cubre la calle, tal túnel bajo un puente, que son muy comunes en su entrañable vecindad. Es ésta la gota que le colma el vaso. Da una media vuelta, y se apresura a correr lo mejor que pueda, hasta alcanzar, eventualmente y como él supone, la rúa principal. 
Sin embargo, una nueva dosis de azoro se apodera de él, y es al alcanzar dicha traza. Se apresta a recorrerla, pero lo que empieza a contemplar no son ni librerías, ni tiendas de souvenirs, ni bares, pizzerías, confiterías, y otros salones de juegos. En cambio, halla un tránsito inusual de coches, camiones, motocicletas, y, llamativamente, autobuses. Los únicos comercios en aparecer son una tienda de cadena de supermercados asiática, un quiosco que a esta hora de sábado por la noche congrega a una pandilla de amigos, y alguna que otra peluquería. 
Este peatón , hogareño en demasía, comienza a darse por vencido. Comprende lo que está ocurriendo. Su poca felicidad expresada en esta ciudad balnearia le ha conducido a un lugar mucho más familiar. Piensa durante unos minutos, toma algo de aire , y decide enfrentarse a la providencia, al intentar obtener, en el quiosco, esa codiciada recarga virtual que le permitirá tomar un medio de transporte que le conduzca a aquellas calles tan seductoras que predominan en Balvanera, Recoleta, Palermo y Saavedra, en estado de nostalgia y angustia en abundancia. 
MARCO BECKETT

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