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Pan de caldo de paloma
Sus relativamente enceradas, peludas y puntiagudas orejas estaban a punto de recibir, por enésima vez, el reiterativo e irritante estorbo que la alarma de su celular significaba para él, aun cuando ello era consecuencia de su incomprensible fatiga que se manifestaba hasta en una situación tan insulsa como la que el simple cambio de un sonido por defecto, a cualquier canción –popular o no- , representaba no sólo a los miembros de su familia, sino también a cualquier residente de Ameghinia.
-¡CLUC,CLINC,CLUNCH,CUCH,SUCU-CLINC CLU-LUC CUC- CUCH!
Un impetuoso garrotazo envió al teléfono al otro lado de su cama, de tal forma que desde el dormitorio en el que estaban descansando sus padres podría tranquilamente haberse oído el porrazo del dispositivo, más las fuerzas de las circunstancias, en las cuales el Sr. Lasconi se hallaba en su quinto sueño, figurativamente, tras un longevo y ajetreado día en su inhóspita pero servicial fábrica de harina de pescado, y la Sra. Arambales, quien hacía no muchas horas atrás había regresado a su hogar luego de un demandante día (enésimo) en el Hospital de Felinos República Árabe de Egipto, también con sus ojos bien cerrados, casi adheridos con cola vinílica, se encargaron de impedir que el incidente llegara a sus oídos.
Gastón Lasconi se sintió más aliviado que nunca.
Entonces se aprestó a iniciar la rutina que ya cumplía más de un año de edad, y sin la cual el pobre se sentía vacío, sin sentido propio e incluso indigno de vivir: enfiló con su bicicleta un tanto polvorienta y necesitada de una buena mano de limpieza, a la panadería de la que no podía jamás retirarse sin comprar unos panes de caldo de paloma que tan bien le sentaban a su estómago, alternando en el trayecto tramos de pedaleo tradicional y otros de la misma acción pero parado sobre los pedales. Era normal que Gastón en ciertas ocasiones- adrede- estirara la longitud de lo recorrido con el fin particular de hacer tiempo y lógicamente realizar más actividad física y mantener su rojizo y peludo cuerpo –siempre desde su punto de vista- en las condiciones más atléticas posibles.
Una vez regresado a su casa, y observando que aún sus progenitores contaban ovejas, se dirigiría al patio trasero del inmueble, en el cual, también como de costumbre, se pondría en el celular las clases de Sebastián Lavado, la célebre liebre española que llevaba ya un par de años dando clases de musculación y aerobismo a través de las redes sociales e Internet.
Resultaba algo gracioso ver a nuestro protagonista, un gato de lo que nosotros los humanos podríamos denominar unos 22 años, emulando las contorsiones y figuras que el roedor transatlántico realizaba desde el otro lado del vidrio, porque por más incorrectas que algunas fueran realizadas, para Gastón eran vistas como un elemento de suma a lo que él concebía como un plan ideado con la finalidad de nunca perder el cuerpo que él se obsesionaba en moldear y mantener en buen estado, y con el que planeaba algún día conquistar alguna felina con la que nuestro personaje fantaseaba infinitas veces, todos los días, al pasar sus garras por la entrepierna que tanto disfrutaba maltratar.
-Buen día, hijo- soltó una voz débil que aún no había superado el sueño.
Gastón se dio vuelta repentinamente, para saludar a su padre Diego, a quien siguió su esposa, y por ende, madre del joven felino, Emilia.
-¿Ya de temprano tan obsesivo?- acotó la mujer, quien se disgustaba cada vez que su hijo se levantaba la remera o pasaba sus garras por el mentón como si fuera que se lo estuviera midiendo o corroborando que cuyo tamaño fuera de su gusto.
-Es que después me tildan de gordo- respondió el joven gato, algo a la defensiva, si bien su justificación era un tanto justa si se tiene en cuenta que la señora Arambales tenía cierta tendencia a demostrar una disconformidad constante con su vástago.
-Si, si, eso es obvio, el asunto es que después por más que te mates viendo a ese conejo gallego e irritante, o salgas como un desaforado por las calles con tu más que oxidada y polvorienta bicicleta, te clavás panes de caldo de paloma, bizcochos de grasa de rata o galletas de baba de caracol, y entonces todo lo que hiciste habrá perdido su sentido de ser…
-Mamá,mejor disfrutá de tu desayuno bien merecido, que acabás de despertar y tuviste muchísimo laburo últimamente y deberías ser recompensada de la forma más conmovedora y apropiada que pueda haber.
Emilia entonces asintió de modo reluctante, mientras Diego Lasconi, su esposo, preparaba el café con la mismísima leche que bebemos nosotros, los humanos, y que es una de las muy pocas cosas que compartimos con los de su especie: la vacuna. 
Dicho momento sería aprovechado por Gastón, el cual enfilaría al patio delantero de la casa, y tomando la cuerda de saltar que solía colgar de uno de los barrotes de una de las ventanas del frente del inmueble, se dispuso a afrontar su desafío aeróbico de otra manera, más con el mismo objetivo de siempre.
Apenas el chasquido reiterativo del choque de la soga contra el piso llegó a los oídos de la matriarca de la familia, ésta se resolvió a interrumpir la rutina y a llamar a su hijo a la mesa donde se encontraba compartiendo de un delicioso y cremoso café con su marido.
-Gastón, necesito que lo antes posible te presentes en el comedor- le espetó a lo lejos. El sonido de lo que parecía ser una interminable cadena de azotes contra el suelo dificultaba la buena audición de toda cosa que se oyera en el lugar, lo que provocaba la irritación aún peor de lo que Emilia estuviera dispuesta a decir a su retoño.
-Ya voy- era todo lo que él parecía tener como respuesta, una y otra vez, pero la impaciencia de su madre lejos estaba de ser aplacada. Y sería ella misma la cual, con un potente zamarreo, unos pocos segundos después del primer “ya voy” esgrimido, puso fin a los saltos.
Gastón era consciente de que su progenitora no se hallaba para nada de buen humor, y que lo mejor sería no empeorar el clima de tenue armonía que se inspiraba y exhalaba en la casa de los Lasconi. Fue entonces que se decidió a ingresar al comedor, donde ya los pocillos de café se encontraban vaciados al completo, con la mirada cómplice de su padre quien de antemano estaba dispuesto a acompañar todo lo que su esposa tuviera para decir a su hijo.
Mientras el tembloroso Gastón tomaba asiento, su madre comenzaría a decir las siguientes palabras:
-Entiendo que tengas una determinada fijación por el cuidado de tu salud corporal incluso cuando luego es incomprensible que para lo que más agarres tu bicicleta sea el irte hasta la panadería más opulenta del condado y traer todas estas cosas rebosantes de calorías (mientras señalaba los muy últimos pocos panes que restaban en el plato), no obstante, luego te pones a hacer todo lo que ese conejo…
-Liebre- la interrumpiría su vástago, tratando de demostrar que en algo podía tener razón delante de su progenitora.
-No me interesa, es prácticamente lo mismo- intentaba imponer ella, dando por sentado que a Gastón lo único que le interesaba era tener razón en algo, o desviar por un buen espacio de tiempo el tópico central de la conversación , el cual nuestro peludo protagonista no quería tolerar por nada del mundo.
-No lo es- proseguiría él.
 -¿Qué tan importante es que yo no llegue a donde quiera llegar, que es decirte que, una vez que nuevamente estás acá en la casa, y después de entretenerte tanto con esa liebre (sí liebre, así estás contento), todo lo que hacés es sujetar ese dispositivo de porquería en tu mano (apuntando a su celular, el cual se posaba a un costado del brazo derecho de Gastón)el cual pareciera que está imantado a la misma, y antepongas casi siempre esa patética excusa de que trabajás de lunes a sábado en la fábrica de tu padre, hasta casi el horario del té, ignorando que es la fuente de ingresos de esta familia, y por ende, que no disponés del tiempo necesario para comunicarte con tus amigos, o simplemente usar ese aparato todo el tiempo que se te antoje?- comenzó la larga exposiciónde Emilia, la cual su hijo hubiera preferido evitar a cualquier precio.
-Siempre lo mismo vos eh- ironizó él.
-Sí sí, siempre lo mismo, y seguiré sosteniendo lo mismo, cada vez que yo piense que lo que salga de mi boca sea para tu evolución personal, pues reitero, no me molesta en lo absoluto que quieras cuidar de tu imagen y de una buena vez conseguirte una novia y eventualmente un día abandonar esta casa, empero, te vuelvo a repetir, es ya hartante que esa sea tu rutina, la misma de todos los días, por causa de que lo mismo hacés al regresar de la fábrica y ducharte, imantar ese dispositivo en tu mano como si no bastara con usarlo no más de dos horas diarias- enfatizó Emilia.
-Es que yo luego de tantas horas de laburo me merez…
-¡No me veas la cara, Gas- empezó a ironizar la matriarca de la familia- , sé muy bien que aprovechas el hecho de ser el hijo de para revisar tu celular cuantas veces puedas, y que tu papá como no tiene la cintura y autoridad que yo sí tengo, lo permite con total pasividad!
-¿A vos te gustaría estar 8 horas en la clase de trabajo en el que yo estoy?- se victimizaría el joven Lasconi.- No sé realmente qué es lo que estás pretendiendo de mí, que me convierta en una máquina de trabajar, parece, si no, no se entiende. No es mi culpa que vos ahora pases una buena cantidad de horas, tanto de día como de noche, en un hospital, y que por ese motivo, quieras que todos en esta familia emulen lo que hacés, tal vez con el fin de satisfacer alguna frustración personal tuya, ¿no es así?
A la señora Arambales se le comenzaría a ir paulatinamente la paciencia.
-Mirá querido, no empezés a querer faltarme el respeto- su voz empezó a crecer en rigidez- porque si no fuera por la tal frustración personal que estás denunciando, vos no estarías en este lugar, sino a lo mejor, bajo un puente junto a un río torrentoso y contaminado donde las ratas suelen apolillar porque no tendrían sino donde caerse muertas, ni tampoco, usarías esos pantalones apretados ni esa remera ajustada y empapada en transpiración, ni esas zapatillas que lavás cada luna azul, ni comprarías los panes de caldo de paloma, en fin …¡no serías nada de lo que sos ahora!
-Entonces, ¿qué es lo que tanto te molesta de que use demasiado (como vos decís) mi teléfono, como si fuera lo único que hago en mi vida?-esgrimió Gastón.- Hace unos años, cuando mi papada estaba más caída que la manzana de Newton, y vos misma me implorabas de que largara la computadora e hiciera algo de actividad física, supe que tenía que hacer un click en mi vida y eso es lo que básicamente hago hace tiempo…
-¿Sabés que pasa?-intentó calmarse Emilia- Vos con eso buscás justificar que no tenés luego obligación de no hacer nada más en tu vida, y, entonces, dejás de hacer más cosas productivas, te la pasás haciendo X o Y ejercicio, salís en bicicleta, en fin, tratás de ocupar todo el tiempo que necesites para que por ende no tengas que realizar tareas de la casa que son muy necesarias, ya que bajo el techo de la misma vivimos todos nosotros, tanto yo, como tu papá y tu hermana. De más está decir que sabiendo que no te queda nada por hacer, tenés imantado el teléfono cuantas veces puedas.
Gastón inició entonces uno de sus tantos revoleo de ojo, los cuales solía hacer a la primera crítica o plática negativa de su mamá.
-Por mí, poné los ojos más en blanco que hoja de examen de alumno pésimo, pero la realidad es esa, y es que tenés que aprender, te guste o no, a dividir tu tiempo, a pensarlo como un reloj de arena que está pronto a vaciar su mitad superior...
-Vos y tus analogías más rebuscadas- ironizó el joven gato.
-¡No me interrumpas!- nuevamente la impaciencia de su madre empezó a brotar. ¿Vos no te acordás de cuando antes, cuando apenas tenías acceso a la tecnología, y ni siquiera tenías (por tu edad) un celular? Que salíamos a contemplar un rato el río, o al parque, y al volver, recién a la noche, te ponías a ver la computadora, y sentías esa magia de actualizarte y ponerte al tanto de lo que ocurría en el día, y sobre todo, de conocer las últimas novedades sobre tus series y videojuegos favoritos…
¿Te acordás?
-¿Y por qué debería yo tener esa vida?- preguntó un molesto Gastón.
-Porque estoy segura, pero segurísima, que esa es la vida y rutina que tus amigos deben tener. Ellos viven muy ocupados, por lo que me vivís contando, y dudo mucho de que entre todo el tiempo que diariamente deben destinar al uso del celular, sumen unas dos o tres horas, mientras si vos no totalizás unas 8, es un milagro. 
-Bueno, ¿sabés qué?- comenzó a sacar pecho Gastón.- ahora mismo, voy a arrojar este teléfono al medio de la pileta, para que entonces termine por hundirse y destruirse, y vos estés tan contenta como nena con juguete nuevo, ¿dale?
Esas palabras serían lo suficientemente convincentes, a los oídos de la señora Arambales, de que su hijo buscaba desafiarla e incluso burlarse mordazmente de ello, lo que la llevó, por consiguiente, a pararse de su silla.
-¡Conmigo no, Gas, conmigo no!- espetó con dureza-¡Muchas cosas puedo permitirte en la más absoluta pasividad, pero no que intentes mojarme la oreja ni que siempre que tratemos este tema te pongas tan a la defensiva, como si ese maldito aparato fuera tu mamá, una novia, o un amigo!
-¡Decíselo también a esa vagabunda que tenés por hija y que todavía está en su quinto sueño, después de haber salido de parranda toda la bendita noche!- empezó a violentarse Gastón, por dentro.
-Está durmiendo, pero perdé cuidado, que apenas abra los ojos la encararé de la misma manera que lo estoy ahora haciendo con vos, así vos también estás contento como nene con juguete nuevo- deslizó Emilia, buscando implícitamente cobrarse cierto tipo de venganza de la irónia que su hijo le había escupido segundos atrás.
-Delante de mí quiero que lo hagas, y que también te deshagas en insultos a su celular como tanto disfrutás de hacerlo con lo mío- se envalentonó nuestro protagonista.
La mirada de acero con la que esbozaría esta última frase fue lo que su progenitora necesitaba para determinar que Gastón estaba necesario de una buena medida disciplinaria. Lo cual ella manifestó de la siguiente manera:
-Vos mismo lo dijiste. Como todo indica que necesitás estar siempre por encima del resto, y que tu palabra es la sagrada, y que sos lo suficientemente maduro para distinguir qué es lo correcto y qué no lo es, siento que es el momento de demostrarlo y por ende, de que durante todo lo que queda de día, hagas tareas productivas para el hogar y tengas este dispositivo bien lejos de tus ojos. ¿Se entendió? Y te está saliendo barato esto, puesto que en realidad debería darme el gusto de deshacerme en palabrotas para con él, pero no quiero darte el gusto de que sigas siendo irónico y mordaz conmigo. Y la dejamos ahí, si no estás deseando de que esté alejado de tu vista por unos cuantos días, ¿dale?- concluyó Emilia.
El intento de Gastón de impedir que su madre retirara impetuosamente el celular de la mesa con su acostumbrada velocidad con la que manifestaba enorme enojo, falló épicamente, y la mirada de satisfacción de su progenitora con la que solía pretender que sus hijos estuvieran disciplinados, bastó para que el joven gato se levantara de su asiento, intentara contener su rabieta, y, tras unos largos segundos, se dirigiera como un cohete a su habitación y arrojara un feroz portazo que solamente provocó que Emilia se envalentonara aún más .
-¡Tres días!- se le oía decir ya un poco más desfasada, gracias a la barrera acústica que la puerta del dormitorio de Gastón suponía.
Todo lo que pudo hacer el joven felino a partir de ese instante fue destinar su ira ferviente a una de las almohadas de su cama, que por momentos parecía que podía deshilacharse y estallar en retazos de algodón.
-¡GRRRRRRRRRRRRRRRRRIIIIIIIIIIIJ! ¡GRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRIJJJJJJJ!- es la onomatopeya con la que podríamos describir la tremenda frustración que tenía nuestro protagonista por descargar, y que con seguridad tapaba todo lo que Emilia tendría para decirle del otro lado de la abertura.El día se pasaría, y Gastón no haría otra cosa sino permanecer en su lecho, completamente estirado, con sus manos bien estrechadas y tocando las puntas del suelo y la pared contra la cual su cama se encontraba ubicada. El día se haría noche, la noche se haría madrugada, y Gastón, desconectado por completo de lo que el resto de su familia hubiera hecho durante el devenir de todas esas horas, permaneció recostado sobre el colchón, sin la más mínima intención de despertarse y realizar algo que pudiera hacer sentir orgullosa a Emilia, y por extensión, a Diego.
Ramón Queizele
A altas horas de la noche y/o la madrugada, es muy complicado que cualquier individuo, cual estepicursor, se movilice con agilidad por la ciudad. Sin embargo, este no es el caso de Ameghinia, o al menos no lo sería esa misma noche de domingo mientras Gastón, con un ojo completamente sellado y el otro apenas abierto, con las pestañas cuasi petrificadas, y su larga lengua salida y adherida débilmente al suelo producto de la baba que desprendía de la misma, permanecía aún en un cierto estado catatónico derivado del sinsabor recibido por el castigo de su mamá, Emilia.
Es que mientras esa escena continuaba manteniéndose intacta con el correr de las horas, otro sujeto, causalmente una rata del tamaño de un frasco de mermelada, vestido de camisa y pantalones formales, y tan veloz como un auto de Fórmula 1, deambulaba por las calles de la urbe, gritando desaforadamente una misma y monótona palabra. O mejor dicho, nombre:
¡GRETAAAAAA! ¡GRETAAAAAA!- era todo lo que emanaba su minúscula más potente boca.
En la casa de los Lasconi, ya todos se encontraban durmiendo. Gastón tal vez lo hacía a medias, debido a que el estado de prolongado catatonismo en el que se ubicaba, lo mantenía con poca capacidad de dormirse, como cuando cualquier persona encuentra dificultad para pegar ojo alguno, especialmente si tuvo una siesta larga y concluyente en las primeras horas de la noche.
No obstante, el alarido de este roedor cambiaría por completo ese panorama. 
Gastón terminó por pegar un elevado suspiro, similar a los de aquellos que tienen una pesadilla y se deshacen en un infinito jadeo. El único sonido que se oía al unísono de los gritos de la rata, era el de los grillos, y algún que otro sapo que aprovechaba la ausencia de animales más portentosos y merodeaban el jardín que cubría por completo la pileta de la casa de los Lasconi.
El joven felino realizó que ya era un horario posterior a la medianoche, y que su enfado con Emilia tal vez había sido exagerado, mas ya era tarde para reaccionar y lo que ahora le preocupaba era descifrar el origen de los alaridos que se replicaban por las calles de Ameghinia. 
Fue así que acomodándose la remera que se le había arrugado de tanto permanecer echado en su cama, calzándose de nuevo las medias y zapatillas algo olorosas por la transpiración plantar producto de su actividad física y calzando el primer abrigo que encontró en su ropero y poniéndoselo a las apuradas, salió de su hogar, no sin antes con sigilo tomar el celular que se encontraba sobre la isla donde la familia Lasconi solía amasar pizzas y otros productos de panadería con la harina de pescado elaborada en la fábrica familiar, y haciendo uso de sus garras y flexibidad, salió por la chimenea del inmueble, y como si no existiera un mañana, salió disparado decidido a averiguar el porqué de tanto griterío.
Fue recorriendo con sugestivo cuidado las diferentes arterias de la urbe, siempre con la mayor discreción posible, cruzando enredaderas, arbustos, medianeras y cercas de madera, con muchos más nervios que un falso testigo, pero con la mentalidad en su interior de que, intuyendo que se trataba de algo no muy agradable, con su resolución podría darle a su progenitora un motivo del cual sentirse orgullosa.
En el devenir de esta secuencia fue que, providencia mediante, nuestro protagonista daría con el emisor de los gritos, al pisotear su larga cola que, milimétricamente, coincidiría con la pisada de una de las suelas de zapatilla de Gastón, que provocaría un estiramiento hacia atrás de la rata, la cual por inercia regresaría en la posición contraria a la que caminaba, y produciría en el joven felino una sensación similar a una fuerte trompada. 
Unos pocos segundos posteriores a esta muy detallada acción, ambos recobraron sus sentidos y, naturalmente, se miraron con desconfianza, más la lógica que el roedor fabricaba en su cabeza le hacía deducir que estaba en desventaja tanto en tamaño como por su ya simple condición de presa del otro animal. Por lo tanto, se limitó a simular como que aún se sentía dolido por el impacto (si bien en su derecho lo estaba, ya que no es lo mismo estrellarse contra la cabeza de un gato que sentirse peloteado por una insulsa rata), y pretendió darle a Gastón la sensación de que no buscaba confrontación alguna, al tiempo que el felino aún no se encontraba del todo recuperado del impacto y su descripción era lo más parecido a alguien que está comenzando a entrar en estado de ebriedad.
-Buenas noches, o buenas madrugadas, como lo prefiera… ¿se encuentra bien?-balbuceaba el diminuto animal.
-Sí…sí…di..digamos…qué,..s…sí- tartamudeaba Gastón, a quien sorprendía el hecho de que el roedor no tuviera una reacción más escurridiza o desesperada ante su presencia.
-Sólo buscaba saber si sabe algo de mi novia. Estoy muy desesperado buscándola, y es ahora donde deduzco que a lo mejor lo habré despertado con mis alaridos, más bueno- su voz empezó a quebrarse-, no sé dónde puede estar localizada.
El gato no entendía muy bien de qué hablaba la rata, la cual siguió con su parloteo:
-Para más datos, me llamo Ramón. Ramón Queizele, soy empleado de seguridad de la tienda de ropa deportiva para ratas de la ciudad. Había acordado con mi imprescindible novia, la querida y dulce Greta, el encontrarnos a las veintidós horas en el restaurante Le Roi des Fondues, y estuve ahí aguardándola , tras un arduo día de trabajo en dicha tienda , abierta de lunes a lunes, y…
-Ya entendí,ya entendí- esbozó Gastón, como si nada, y de golpe, situado nuevamente en tiempo y espacio.
-¿Usted acaso se toma por la chacota lo que le estoy diciendo?- respondió un Ramón entre quebrado y furioso por el accionar del gato.
-No, no, es que no sé, sinceramente, cómo se vino a dar este encuentro, aunque, digamos, sí, o eso tendría que saber, ya que fueron sus gritos los que me despertaron la curiosidad de recorrer esta inmensa ciudad en busca de una respuesta, porque a pesar de que todo el mundo pueda tenerme de sonso e idiota, al menos sé descifrar, y muy bien , que alaridos como los suyos sólo pueden ser indicadores de que alguien está muy necesitado de ayuda, y eso es lo que yo precisamente preciso, ayudar y que de una buena vez por todas deje de ser metido en la misma bolsa, ¿se entiende?- fue la prolongada justificación de Gastón a su inicial relativización de las declaraciones de la rata. 
-Ahora lo único que importa es saber dónde se encuentra Greta. Y nada más.- contestó Ramón.
El felino sabía que intentar desviar el foco de atención de los problemas del roedor era mucho más embarazoso de lo que él podía imaginar, entonces prefirió acoplarse a lo que este último tenía para acotar, sabiendo desde lo más profundo de su inconsciente que de ello era muy factible el surgimiento de algo que le permitiera obtener una deseada redención para con su familia:
-Ella era su novia, ¿no?- preguntó.
-Es mi novia, porque estoy muy seguro de que se encuentra bien a pesar de todo, y espero que, gracias a tu infortunada declaración, ahora su vida se haya prolongado mucho más de lo que pudiera llegar a vivir- reaccionó Ramón.
-Estoy muy seguro de que así es, empero, creo que la información hasta ahora recibida de tu parte es un tanto pobre- argumentó Gastón.
-Es que todo lo que tenía para decirte lo dije. Que nos íbamos a ver en Le Roi des Fondues, a las veintidós horas, puesto que yo regreso a las veinte del trabajo en la tienda, y entre que me doy un merecido baño, afilomis bigotes, me cepillo los incisivos hasta que el último milímetro de sarro haya sido desprendido, me seco al calor de la estufa y preparo mi mejor esmoquin para asistir a un lugar de tal magnitud, sumando a todo ello el viaje que realizo desde mi apartamento en los containers del puerto en mi coche personal, habré completado un total de dos horas entre mi salida de un lugar y la llegada a otro. Cuando yo aterricé en el restaurante en cuestión, me informaron que mi querida Greta aún no había llegado ahí, ni que su moto se hallaba estacionada en las inmediaciones del lugar, como yo preveía que debía ocurrir. En fin, en el medio de su viaje desde su casa en las madrigueras VIP del paseo costanero, a Le Roi, debió haberse efectuado este terrible suceso- concluyó Ramón.
Gastón intentaba maquinar un plan de acción que permitiera dar con el paradero de la joven rata, en sincronía con su reiterado sacudón de los jeans que llevaba puestos (era un gato destacado por presumir todo el tiempo, incluso durante su entrenamiento, de la vestimenta que utilizaba, al punto de producirse muy exageradamente, para inclusive llevar a cabo algo tan simplón como el entrenamiento físico diario), que se encontraban un poco cubiertos del hollín impregnado en la chimenea de su casa, la cual, recordemos, había utilizado como vía de escape del inmueble.
-Lo más lógico sería enfilar al restaurante, ya que si bien lo más probable es que ya esté cerrado, podría brindarnos información sobre algún que otro evento que pudiera haber tenido lugar en las cercanías del mismo…
-Me lo debieron haber dicho, porque estuve alrededor de media hora ahí, esperando que me acercaran cualquier data de relevancia, más eso no sucedió- abrió el paraguas Ramón.
-Claro, comprendo, es que en mi cabeza imaginaba que de todo pudo haber sucedido, como alguna explosión o choque cercano, de muy fácil audición, que llamase fácilmente la atención al personal de trabajo, ¿no lo cree?- espetó Gastón.
-Olvídate por favor de ese sitio- remarcó la rata-. 
-¿Entonces qué tenés para decir o suponer?- esgrimió el felino ¿Cuál es acaso la distancia del trayecto entre el paseo costero y ese tal le ruá de fondiú?
-Cuatro kilómetros aproximadamente- señaló el roedor.
-Ajá, y ahora bien, ¿le dijo Greta que había salido de su domicilio, o ella estaba ahí al momento de haberlo mensajeado por última vez?- interrogó Gastón.
-No, ya se encontraba fuera de ella y en camino al restaurante.
-MMMMMM…a ver- comenzó a indagar el joven gato-. ¿Era la primera ocasión en la cual visitarían ese sitio? 
-¡Pues claro que no!- contestó en seco Ramón-. ¡De las pocas cosas que nosotros podemos comer y decir que es un lujo comerlas, esa es el queso! ¡Con el que se hacen las más deliciosas fondues del planeta! Hemos ido varias veces. 
¿Por qué lo preguntás?
-Sencillo, porque debés entonces conocer, como la palma de tu mano, al recorrido empleado para llegar a le ruá de fondiú y analizarlo milimétricamente, sabiendo que para que te haya mensajeado en el transcurso de su viaje al destino final, debió haber tenido que aprovechar todo tipo de paradas que tanto un semáforo como un lomo de burro o cualquier otra señal o dispositivo destinado al freno vehicular, podía ofrecerle. Cualquier ser con sentido común sabe de lo peligroso que es tener el teléfono en mano cuando se conduce, y eso que yo ni sé conducir, ni tampoco sé no tener tan imantado el celular- reflexionaba Gastón.
-Claro que lo conozco a ese nivel-recalcó Ramón-. Tal es así que sé muy bien por donde doblamos, en qué situaciones hay que detenerse, cuántos semáforos hay, en qué lugar parar a cargar el combustible, en fin…Pero no pienses que a esta altura de la noche/madrugada estaré dispuesto a revisar cada uno de los semáforos para ver si, en alguno de ellos, ocurrió algún impensado que permitiera definir qué ocurrió con Greta.
Gastón empezó a mostrarse incrédulo.
-¿O sea que no pensás tomarte el trabajo de investigar por ejemplo semáforo por semáforo o senda por senda, todo sea por tu amada?
-No, el problema es que podríamos estar arriesgando nuestras vidas y exponernos a cualquier asalto que a esta hora cualquier malviviente podría estar pergeñando sabiendo que la vigilancia a esta hora es muy débil- señaló el roedor. Es que lógicamente Ramón quería cuanto antes tener conocimiento de lo sucedido con Greta, más no estaba dispuesto a sacrificar tiempo valioso en investigar tan milimétricamente algo de lo que fuera muy poco probable conseguir indicios y pistas que llevasen al paradero de la prometida de la rata.
-Mira-dijo Gastón-. Si alguien nos ataca o pretende hacerlo, yo saltaré en tu defensa, aún cuando ello pudiera costarme la vida, vida que a veces siento que podría valer la pena perder, para luego ser valorado por aquellos que no supieron hacerlo en su debido momento.
Esas palabras al roedor le impactaron demasiado. Si bien no conocía casi nada de la vida de su nuevo colaborador, podía hacerse espacio en su diminuta pero sabuesa cabeza de que se trataba de un animal ciertamente marginado. Fue así que, sin dudar, le comunicó al gato:
-Adelante.
O Posto
Tanto nuestro protagonista como su nuevo aliado comenzaron a rastrillar cada uno de los cruces vehiculares en los que hubiera un semáforo, más como ese circuito se trataba de una zona muy transitada de la ciudad, podría decirse que en un promedio de uno cada dos cuadras, se encontraba alguno. Ello hizo que lógicamente a ambos les tomara un buen tiempo llevar a cabo el rastrillaje, en el cual se fijaban si alguno pudo haberse descolgado, reventado, haber sido saboteado, o si en alguno de ellos o en su alrededor habían incluso sido dejados dispositivos como miguelitos o clavos o vidrio molido, pues la principal teoría tejida en sus cabezas era la de un robo, y, mal que pesara a Ramón, la consiguiente muerte o herida de gravedad de Greta, con su posterior traslado a un hospital y la negligencia del personal en no informar sobre suculento suceso, sin embargo, la hipótesis de un rapto asomaba con fuerza mayor, levemente, y la mejor explicación de eso debería ser que la primer teoría era algo más dramática a corto plazo, pues imaginando que la joven rata hubiese sufrido dicho destino, a que al menos hubiera una confirmación de hallarse con vida más en un paradero indescifrable, tanto a Gastón como a Ramón podría haberles incitado a rápidamente abandonar una causa de la que no convenía desapegarse tan pronto.
-Ya van 15 semáforos, y no hemos encontrado absolutamente nada que nos permita decir “bueno, esto nos puede conducir a descifrar lo que pudo suceder”- se molestó el felino.
-El próximo, tres cuadras delante de donde actualmente nos encontramos, tiene la apariencia de localizarse en lo que , sin equivocarme, es una estación de servicio- advirtió el roedor.
Y no andaba para nada errado. Efectivamente, lo que encontraron al correr (sí, ya que el temor muy grabado a sufrir algún tipo de asalto les impulsaba a galopar como caballo a punto de recibir un rebencazo), fue un sitio al que se le llamaba O Posto, que era atendido por monos arañas brasileños, de ahí la denominación, y como deben estar suponiendo, resultaba ser una estación de servicio, o al menos para quienes de ustedes sepan algo de portugués. Al ser un lugar sito en una ubicación tan estratégica, aún permanecía abierto, y si bien su personal de atención se hallaba notoriamente cansado y con unas importantes ansias de sueño, en cuanto divisaron a la rata, algunos de los empleados enfilaron hacia ella en un relativo entusiasmo.
-¡El de los gritos!¡El de los gritos!- empezaron a exclamar para el desconcierto de un Ramón que poco entendía el meollo de la cuestión o el motivo del repentino acercamiento hacia su persona.
-¿Qué les sucede conmigo?- fue todo lo que se animó a decir, ante el insólito acoso que los monos efectuaban hacia él.
-¿Acaso aún no te diste cuenta que por tus desaforados gritos, has llegado a nuestros ojos, y que estás a nada de experimentar cierta fama?- aclamó un mono.
-¡Hey! ¿Es que noles llega el agua al tanque, o no se han dado cuenta que el asunto por el cual mi colega profirió todos esos alaridos, es porque su amada, de nombre Greta, y al igual que él una rata (de más está aclarar que no es con intenciones ofensivas), de un momento para otro en el transcurso de esta fresca y larga noche, se esfumó mientras se dirigía a disfrutar de alguna deliciosa fondiú , más nunca llegó a destino, y eso es lo que desde entonces mi estimado colega ha perseguido, poder dar con ella.- salió Gastón en defensa de su nuevo aliado.- Además, ¿cómo es que pudieron tener conocimiento de lo ocurrido, al punto de burlarse de descarada forma de su infortunio y arrogarse de que ello habría de traerle fama en el futuro?
-Sencillo-expuso uno de los monos-. Algunos de nosotros tenemos familiares en distintos puntos de esta gran ciudad, no es que residimos todos en una misma área geográfica o que más allá de donde se nos tiene como hábitat, ya no hay ninguno más de nosotros en existencia. Por ende, hubo parientes nuestros que desde sus casas oyeron los gritos de este joven señor, y sin detenerse un segundo a pensar en qué pudo haberle acontecido, sacaron sus teléfonos celulares, y grabaron la escena por cuanto mucho creyeron que podían hacerlo, nos la enviaron, e incrédulos, llegamos a creer que no era sino algo de tinte humorístico, bizarro o incluso digno de viralizarse, de que pudiera tratarse de un pobre demente queriendo llamar la atención, o alguien de la calle rebuscándoselas para torcer el destino de su vida, o….
-¡Ya entendí!-gritaron al unísono tanto Gastón como Ramón, y durante unos escasos segundos se miraron el uno al otro, quizá impactados por el curioso hecho de coincidir en un mismo grito. 
-No es nuestra intención que se ofendan- espetó uno de los trabajadores de O Posto.
-Es que a medida que van hablando y hablando, a uno se le empieza a insertar la idea de que sus padres están en lo cierto, que tienen la razón, y que muy pocas veces algo bueno puede salir de un celular- admitió un Gastón que se ponía cada vez más reflexivo sobre lo ocurrido la mañana del día anterior.
-¿Podemos ir al grano, por el amor de Dios? – se fastidió Ramón.
-De acuerdo-fue la vaga respuesta de uno de los monos-. Lo que podríamos añadir a estas anécdotas es que , casualmente, una rata femenina, de unos veintipico de años en edad de rata, se pasó por nuestro negocio y…
-¿En una moto?- interrumpió desaforadamente el colega de Gastón.
-¡Sí!- continuó el mono.
-¿Y vestía de calzas bordó con un tapado tipo Montgomery y llevaba una cartera de nenúfar además de sandalias de nogal?
-Podría decirle que sí, señor, a pesar de las rebuscadas descripciones de la ropa, más o menos algo así era en lo que consistía su vestuario- acotó el mono un tanto nervioso y presionado por la desesperación notoria de la rata.
-¿Y sabe dónde fue una vez que realizó la carga de nafta?
El apuro que la desesperación y ansiedad denotaban en la voz de Ramón y del que Gastón formaba parte, les había hecho olvidar, a lo largo de toda la estadía de tanto el felino como del roedor del predio, de la colocación de un vallado y algunas señales de “desvió” y “obra en construcción”, que anticipaban que en la inmediata continuación de la avenida donde O Posto se localizaba, se llevaban a cabo tareas de mantenimiento vial. Gastón se dio una palmada en la frente:
-¡Cómo no distinguimos eso antes! ¿Sabés que significa eso, querido Queizele?
-Sí, que aparentemente, Greta debió tomar otro recorrido hacia el restaurante, por medio de esa calle, y eventualmente, girar a la izquierda en la primera arteria que imitara el trayecto de esta avenida. ¿Ustedes recuerdan haber oído algún ruido extraño, algo que les permitiera hacerse la idea de que hubo algún choque, secuestro, robo, etcétera?- señaló el roedor ante los monos que intentaban mantenerse en vilo, siendo entonces las dos de la madrugada de aquella noche.
-En lo personal, no, en lo absoluto-señaló uno de los playeros de la estación- .Nada que pudiera llamarnos la atención, quizás a lo mejor porque hasta las cero horas suele existir un tráfico muy fluido en una dirección o la otra, e incluso te diría que a las una horas, se ven varios vehículos , algunos más ruidosos y portentosos que otros, sumado al de los colectivos e inclusive los aviones hacen su aporte, por eso…
-Andá al grano, por favor- le espetó un comprensiblemente impaciente Ramón.
- Lo más certero es que haya doblado en esta calle a la derecha, mucho menos transitada y tranquila, porque es atravesada por otras arterias que son paralelas a la avenida, la cual al tomar y continuar en la misma dirección que ésta, eventualmente a uno lo conduce a Le Roi des Fondues, entonces….
-¿Cómo sabés que nos íbamos a juntar en ese lugar?- advirtió la rata.
-Estaba muy concentrada en enviarle mensajes a alguien con su celular, entonces, como creyó por un segundo que mi compañero (el mono que hablaba apuntó a otro de los playeros) la había mirado con antipatía, se excusó delante de él admitiendo que se hallaba en un apuro, y fue así como supimos que se dirigiría al lugar en cuestión.
-Lo comprendo, señor Mono, o como se apellide-indicó Gastón-, mis papás ya la hubieran amenazado con lanzarle el celular al fondo de la pileta o al medio de la avenida, pero bueno, no quiero enroscarme con temas de los que es mejor no hablar.
Ramón lo miró un poco indignado.
-No es gracioso, querido. No sé dónde ella puede estar ahora, y no me parece muy correcto que incurras en una declaración así.
-Lo siento colega, y por cierto, ya que he cometido este pequeño más tonto furcio, te contaré cómo llegué a dar con vos.
-Primero encontremos a mi amada, después me podés decir el resto-se atajó Ramón.
Tanto el felino como el roedor se despidieron lo más cortésmente posible de los monos y de O Posto y se encaminaron a investigar la calle que se encontraba girando a la derecha, la cual a esa hora del día se hallaba oscura, y con alguna que otra luz que se encendía al pasar por el edificio al que pertenecía.
La primera arteria a atravesar era, naturalmente para la organización vial de una gran ciudad, en sentido contrario al que Greta debió de haber tomado. La siguiente, resultaba ser una vía cortada en la vereda a la izquierda de los dos protagonistas, que iba en dirección similar a la avenida. La que le seguía, enfilaba en dirección de regreso a las residencias tanto de Ramón como de su pareja. Ya la cuarta, afortunadamente, permitía doblar nuevamente hacia el restaurante.
-¡Por fin una calle que vaya en la misma dirección que esa avenida!- fue la poco original más predecible exclamación de Gastón al saber que el camino hacia Le Roi des Fondues era nuevamente retomado.
-Así es, debemos doblar, hagámoslo tranquilos, puesto que no se ve ningún vehículo cercano- advirtió Ramón.
En el momento de cruzar la arteria, como ya el vínculo que se había formado era ciertamente sólido, los dos jóvenes comenzaron a conversar y a soltar alguna que otra carcajada que sirviera de alivio al pésimo momento que la rata estaba atravesando.
Gastón, de la concentración que tenía en mirar fijo al roedor al hablarle, no advertiría que un extraño objeto se hallaba debajo del suelo, sobre el pavimento.
¡ZAAAAAAAAAAASSSSSSSZ!- fue el ruido de su pisada y resbalo del felino del cual quedaría atontado por segundos.
-¡Mirá esto! ¡Mirá esto! – le reiteraba Ramón al gato mientras pestañeaba continuamente. 
Apenas recobrados los sentidos, Gastón agarró el extraño elemento.
Era un dardo.
El dardo
El gato observaba con meticulosa atención el dardo que su nuevo partenaire le enseñaba cual hipnotizador lo hace con un medallón para hacer entrar en trance a quien lo desee. 
-¿Qué hay con esto?- comenzó a decir apenas fue recobrando los sentidos.
-Sabés muy bien lo que eso es-acotó Ramón.
-Sí, es de esas cosas que se tiran en los redondos esos con uno y otro círculo superpuesto, que suelen aparecer en varios dibujos animados y…
-¡Un dardo!- lo cortó en seco el roedor.
-Eso mismo, lo sé.-expuso el gato.
-Que nosólo se utiliza con fines deportivos, práctica de puntería o juegos por dinero, sino que también como elemento tranquilizador o incluso somnífero-acotó la rata-. Ya que estabas hablando de dibujos animados, ¿nunca has presenciado alguno en el que a alguien por estar muy chiflado recibe uno en el cuello (por lo general) para que se calme? ¿O los cazadores de animales que los usan con el fin de asegurarse que su presa caerá desvanecida por completo?
-Sí, sí, por supuesto-comentó el felino.
-Bien, lo que yo ahora estoy empezando a temer, y mucho- comenzó a hablar Ramón con voz temblorosa y rayando lo quebrado-, es que a ella alguien pudo haberla interceptado y arrojado esto, con el fin de adormecerla o atacarla, y que terminó por desaparecer y/o caer en manos de alguien muy siniestro.
Gastón, que constantemente se encontraba acomodándose los pelos de su cabeza rojiza, le espetó:
-¿Y por qué deberían querer apoderarse de ella? ¿Conocés de alguien que la haya odiado a lo largo de su vida? ¿Era alguien digno de estar en la mira de gente con muy pocos escrúpulos? No entiendo a dónde querés llegar…
-A la persona que raptó o se apoderó de Greta, ¡sencillo!-empezó a exclamar Ramón, con gran evidencia de estar muy desesperado antes las hipótesis que el mismo elaboraba.
-Mirá, no quiero parecer frívolo, pero es que si ninguna de mis teorías es ciertas- señaló el joven gato-, lo que se me viene a la cabeza es que pudieron haberla, haberla, haberla…
-¿Haberla qué?- se impacientó el roedor.
-Haberla llevado a algún lugar muy secreto, de difícil acceso, y …matado-, señaló el felino al tiempo de haberse tapado la boca con las dos manos, como si fuera que lo que había dicho era algo indecible.
-Mira-señaló su colega-, estoy intentando mantenerme calmo muy a pesar de toda sospecha que mi cerebro, antes que mi cabeza, incube, no sé qué pensar, más a modo de preservar tranquilidad alguna, habría que presentar este dardo ante las autoridades policiales, o arriesgarnos y consultar a los residentes de esta calle, si es que hay uno todavía en pie, en búsqueda de testimonios que me ayuden a concluir con este horrible tormento.
Gastón estaba a punto de desaprobar categóricamente esa última sugerencia, cuando divisaron en la siguiente cuadra, a lo lejos, algo asemejado a un estacionamiento. Decidieron avanzar hacia él y una vez ubicados a pocos pasos del lugar, comprobaron que efectivamente se trataba de un aparcamiento. Afortunadamente, aún estaba custodiado por su respectivo sereno, quien no era ni más ni menos que un búho algo rechoncho y que se mantenía en vilo bebiendo de un termo de café.
-Buenas noches- resultó ser la más que obvia manera de presentarse ante el ave, que tanto el roedor como el felino, tenían a mano.
-¿Ladrones?- abrió el paraguas el sereno.
-No, no, no, no- empezó a atajarse nuestro protagonista-. Al contrario, creo que usted podría sernos de gran ayuda para poder descifrar un gran enigma que nos tiene muy en vilo tanto a mí como a mi compañero.
Sin perder tiempo, sabiendo que el ave podía considerar rápidamente que se encontraba delante de maleantes, Ramón sacó de uno de los bolsillos de su camisa el dardo y lo mostró ante los inmensos ojos del custodio del estacionamiento. Éste, al contemplarlo, reaccionó con una relativa rapidez, y sus óculos se incrementaron aún más en tamaño, como dando a entender que poseía cierta data sobre la historia que había detrás del dispositivo.
-¿Qué le sucede?- consultó Gastón.
-He visto a una persona quitándose esto, más como fue todo tan ligero, muy veloz, no comprendí bien lo que le había ocurrido- señaló el búho-; podría sí afirmar que consistía en una mujer algo joven, que circulaba a gran velocidad, en una motocicleta rosada y…
Ramón no pudo contener más su respiración e interrumpió al sereno con una impetuosidad indescriptible:
-¡Es mi novia! ¡Es mi novia! ¡Dígame que esa cosa no tenía veneno ni nada mortal, por el amor de Dios, o en quien usted crea!-exclamó desesperadamente-. ¡Necesito que me dé más datos! ¡Y por qué, si estaba tan atento, no fue capaz de investigar más allá dentro de sus posibilidades!
-Porque yo tengo ante todo un empleo, y no puedo retirarme de este lugar y perderlo, tengo tres hijos que mantener y no quiero victimizarme, pero desearía añadir que soy viudo, imagínese entonces cómo viene para mí la mano-se sinceró el búho.
-Pero igual, ¿usted sabe acaso qué pudo haberle ocurrido a mi amada Greta?-contrarrestó la rata-.
¡Ahora ella podría estar vaya uno a saber dónde!
-¿Qué quiere que le haga, señor? Sí puedo ayudarlo a razonar con cierta lógica de lo que posteriormente a esa escena, debió de acontecer con su pareja, y, así, llegar a buen puerto aunque el resultado final de la búsqueda sea de lo más indeseado
-Entonces, hágalo. Por su bien, y el mío y sobre todo de Ramón-se adelantó Gastón.
El búho, que intentaba limar las asperezas, les ofreció un sorbo de su café a los otros dos animales, y si bien éstos lo tomaron con una cara de pocos amigos, al menos se habían tomado el trabajo de aceptarlo y beberlo; el ave al mismo tiempo sirvió su parte correspondiente y luego de vaciar su vaso, un tanto más relajado, les dijo:
-¿En cuánto tiempo creen ustedes que puede llegar a desmayarse una persona, o en nuestro caso, un animal, si le dispararan un dardo? ¿Qué tanto le llevaría perder la conciencia, el control de lo que estaba realizando, y quedar completamente paralizado o imposibilitado de seguir en pie?
Mis estimaciones son que, con suerte, en medio minuto ya no sería posible mantenerse consciente.
-¿Qué tan larga es esta calle?- fue la ocurrencia de Gastón.
-¿Hay lugares importantes cercanos a este aparcamiento?- consultó Ramón.
-Primero, en seis cuadras, esta calle es cortada por otra avenida importante, la De Los Yacarés, y bordea el famoso Parque de las Percas. Creo que con esta respuesta he matado dos pájaros de un disparo, o para decirlo de un modo menos chocante, les he respondido a sus sendas dudas.
Durante unos largos segundos, tanto el felino como el roedor se rascaron sus respectivos mentones, y meditaron con profundidad de lo que el búho les había planteado, Gastón constantemente pasaba las manos por sobre sus cabellos capilares y Ramón estiraba uno de sus bigotes cada tres segundos aproximadamente. En ello, al felino se le iluminó la lámpara:
-¿Y qué tal si Greta, inconsciente, perdió el control de su moto, y se dirigió rauda hacia el parque, donde yace un gran lago artificial, al cual cayó y del cual ya no pudo salir?- decía mientras miraba con cierto reojo y pesadumbre a la rata, al que le costaba hablar.
-Tal cual, a eso yo quería llegar-se arrogó el búho-, el lago de las percas (el cual hace que ese parque lleve ese nombre, naturalmente), tiene aproximadamente unos cinco metros de profundidad, sobre el cual tranquilamente cualquiera puede caer y hundirse hasta el fondo del mismo.
Fue entonces que Ramón recuperó el deseo de hablar y exclamó:
-¡Con más razón debió arriesgar su empleo y vida! ¡Dios quiera que ella ahora no esté aún ahí, ya sin vida, porque en parte la culpa también será suya!
-¡Ya, amigo, dejá de dejar estigmas en este pobre señor, que demasiado hizo ya por colaborar con nosotros, y dirijámonos a ese parque, que seguro no habrá nadie, y lo más probable es que alguien ya haya podido rescatarla e intentado dar con vos con el fin de reunirlos nuevamente!
Ramón de golpe quedó muy sorprendido. Era la vez primera que el joven gato le llamaba amigo, cuando apenas llevaban horas conocidos, y lo suyo de momento se había reducido a una investigación por el paradero del ser más amado por la vigilante rata.
Sin demasiado tiempo que perder, ambos se despidieron del sereno, disculpas de parte de Ramón mediante, y enfilaron al Parque de las Percas.
La búsqueda aparentaba acercarse a su fin.
La dama del lago

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