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Mis ojos se asemejaban a los del típico personaje de dibujo animado que está presente frente a una incalculable cantidad de dinero, sólo que en este caso el signo pesos era reemplazado por la entelequia de dos amigos, enfundados en los atuendos de sus superhéroes favoritos, y jugando al juego del hermano mayor y hermano menor, que por entonces mi cabeza incubaba, a toda hora y en cualquier lugar.
-Seguro te va a quedar re bien- afirmaba la empleada de la compañía a la cual había encargado el disfraz de Spider-Man que ya empezaba a ingresar en mi morral.
-De una- le murmuré, aun sabiendo que la realidad era otra.
Es que si bien el célebre justiciero neoyorquino siempre fue de mis mayores ídolos de papel , mi carrera como cosplayer, desde su comienzo, se destacó por consistir en interpretaciones de personajes poco populares u olvidados por buena parte de esto que se llama humanidad. Así fue como supe personificar a la Hormiga Átomica, a Minotauro -uno de los luchadores menos recordados de la serie Mucha Lucha- el pokémon Golduck (cuyo disfraz usé una única vez y rifé literalmente por monedas, con el fin de recaudar fondos para mis novelas gráficas), el Átomo de DC (no el original, el yanqui, sino el chino, que siempre me cayó más copado por su etiqueta de science lover)...
Hasta que un soleado y abrasador día de diciembre del 2018 me daría el gustazo de hacer lo que nosotros los nerds llamamos un team cosplay, o como el término lo indica, una personificación en pareja o equipo. Experiencia en la que me acompañaría uno de los seres de luz más geniales e imprescindibles que -sin temor a exagerar- haya conocido este convulsionado planeta: Matías Revello. A él había llegado gracias a Juli y Flor, dos amigos anteriores que compartían con él el oficio de la animación, e incluso el lugar de trabajo.
Pero con Matute tendría indudablemente el vínculo más fuerte. El sólo hecho de llevar el mismo nombre que mi hermano mayor -a quien ni siquiera conocí por fallecer a las pocas horas de llegar al mundo- y de compartir muchas más cosas de las que creíamos tener en común, me condujeron a percibirlo como el amigo que siempre había querido tener.
-Mándanos después la foto con telaraña y todo- balbuceaba la empleada a modo de despedida.
-Dale, dale- le habré respondido yo, falto de toda originalidad ante la algarabía que me producía ver aquel disfraz en mi poder. 
ElIa ignoraba (y como ya ustedes estarán suponiendo) que el futuro privilegiado en vestir ese disfraz era precisamente el Tiasma. La idea había surgido a partir de mi incomprensible depresión causada por un viaje a Australia y Nueva Zelanda que él emprendería por aquel entonces con su hermano Lucas, como así también el advenimiento de una muy comentada película animada de Spider-Man y la asociación que yo osaría hacer entre el superhéroe azulgrana y Matías, dada la condición de geek que este último se arrogaba, al igual que el célebre fotógrafo devenido en combatiente del crimen.
Fue así como aquella mañana de diciembre me dirigí a su depto en Palermo a llevarle el bendito atuendo. Era la primera vez en poco más de seis meses que nos veríamos físicamente; la anterior había sido en la cena de vigilia por mi vigesimoquinto cumpleaños, en un restaurante de Las Cañitas, en el cual él (como no podía ser de otra manera), destacó entre el resto por enviarme un humilde más sentido -y hecho con amor – saludo animado de parte de Jersey Devil , un luchador libre creado para uno de mis proyectos y -de más está decir- inspirado en él.
-¿Cómo estás Nico, tanto tiempo?-, me decía mientras terminaba de abrir la puerta de entrada al edificio, recién despierto y en chancletas.
-Sabía que ibas a decir eso- fue mi respuesta, sazonada con algo de sarcasmo, que desató en él su siempre presente carcajada.
Cuando ingresamos al depto en cuestión me topé con Emma -su compañero de piso y futuro amigo, que supo tener una fijación con mi personificación de la Hormiga Átomica- y la novia del Matu, Lucila, la cual él conoció siendo su profe de animación en la USAL. Así, mientras el smart TV pasaba vídeos de Chubby Checker, le entregué el disfraz, y lo que vino después lo recuerdo casi milimétricamente: la predecible timidez del Tiasma al volver al comedor, sólo ocultada detrás de los harto conocidos ojos ponsoñozos de Spider-Man; la poca ayuda que brindaba Emma a la escena, gritando de excitación y haciendo aplausos en cámara lenta; las palabras de aliento de Lu; la posterior ocurrencia del roommate de prestarle su sombrero de músico y compararlo con El Zorro (¡cómo no fui capaz de fotografiar ese momento!); el fugaz momento romántico entre un ya desenmascarado Matías y su chica, el cual si no atesoré lo suficiente en mi celular fue porque no quería ser tan o más turbio que el último hombre con el que fueron vistos los hermanos Beaumont (si quieren saber de qué les hablo, googléenlo) 
-Acá está tu cafecito, en mi taza de Racing…- cargoseaba el disfrazado a este simpatizante de Boca que les habla. Era lógico que quisiera verme lo mismo de ruborizado que él se había puesto instantes antes, más yo, sacudido por dentro del éxtasis que tenía, lo naturalizaba.
Sólo dos horas lo tuvo puesto. Alcanzarían aun así para que pusiera a prueba sus habilidades boxísticas en un stand de la última película de Rocky, por entonces próxima a estrenarse, nos tomáramos unas pocas pero igualmente inmortales selfies e hiciéramos de cuenta que éramos Peter Parker y Miles Morales disfrutando de unos nachos.
 Aquella noche, que era el festejo de cumpleaños número 50 de mi tío Juan, y los días siguientes, se caracterizaron por tener a mi cabeza ocupada en todo lo que yo creía que se podía hacer entre Mati y yo. Ante la proximidad de la clásica fiesta de disfraces de Flor de fin de año, le haría una acalorada propuesta:
Entonces, la ansiedad e incapacidad de aceptar las fuerzas de las circunstancias se apoderaría de mí, viéndose plasmado en mi siguiente invitación:
Sabía que no podía perder tan prontamente una amistad por causa de mi tenacidad a respetar sus deseos, como también que la desesperación interna de ver a los míos desvanecerse necesitaba ser saciada. Con todo, y tras ver con otro gran amigo mío, Octavio, la segunda peli de “Ralph el Demoledor” y su moraleja (no puedo spoilearles nada, lo saben), decidí seguir el camino del razonamiento y tolerar las resoluciones del querido Tiasma.
La noche de estreno del filme del trepamuros había arribado, y a mí me encontraba trabajando en la pizzería familiar. Aquellas 3 o 4 horas serían de las más intensas de mi vida, con cada imagen que mi celular me presentaba y que ni mis lagrimales estaban dispuestos a capturar…
-¡Mentiroso!
-¡Traidor!
¡Hijo de re mil p…!
Todas estas punzantes expresiones caían como cascada sobre mi teléfono móvil, que todavía necesitaba recibir una última y aberrante exclamación como reacción al descubrimiento de que mi supuesto hermano mayor de barro había resuelto ver la cinta no sólo con su chica, sino también con uno de sus cuñados, Lucas, y algunos de sus alumnos y compañeros de laburo...
-¡Ojalá que te mueras!
Un atronador ¡CORTALA! de mi viejo impidió que tal vez terminara diciendo que su deceso me haría muy feliz. En un estado de negación e irá extrema, me acosté y traté de conciliar el sueño. Algo me decía que la noche sería larga y que no podría dormir como quisiera…
-¡Mati lucha por su vida! ¡Mati lucha por su vida!- fue el llanto a toda velocidad que empecé a oír de parte de Lu, luego de atender el celular que zumbaba ídem sobre la silla donde suelo dejarlo mientras se carga.
Quedé tan petrificado como los famosos bosques de Santa Cruz, de sólo pensar en que la horripilación manifestada la noche anterior se estaba cumpliendo. Matías había sido apuñalado al llegar al departamento donde Emma lo esperaba, volviendo de ver la película, al resistirse a un asalto. El sentimiento de culpa me atravesaba como una estalactita al punto que ni siquiera me daban ganas de acudir al hospital a verlo. Todo lo que hice fue dirigirmeal Santuario de Lourdes, que queda por donde vivo, con los ojos embebidos en lágrimas de arrepentimiento y de incredulidad de lo tan personalmente que me había tomado la cuestión de la película y carrera de cosplayers que pretendía hacer con el Tiasma; de cómo, yendo al grano, toda nuestra inolvidable amistad parecía valer un simple pero maldito montículo de trapo.
-Oh, Jesús, que tu vida diste por todos nosotros- empecé a rezar ante el primer crucifijo divisado- no encuentro palabra u ofrenda que te induzca a perdonar el imperdonable pecado que cometí al desear la muerte de mi hermano mayor que nunca tuve, y todo por una cuestión de insignificante insignificancia. Pero te pido, por cada grito que pegaste mientras te crucificaban, que no lo dejes morir. Si ello pasa, que sea yo mismo quien se encargue de que nunca más en la vida vuelva a ponerse el disfraz que le regalé, aunque ya sea suyo, o de que nunca más demuestre intolerancia a sus deseos personales…
-¡Hey, Hormiga Átomica! ¿Una foto conmigo y los nenes?- me espeta un señor de cuarenta y pico junto a sus dos pibes que no deben pasar los diez años, al cruzarme en este multitudinario evento de cultura popular.
-Dale, cómo no-es mi trillada respuesta. En mi vida pude haber tenido timidez para muchas cosas, pero para ésta, definitivamente, NO.
Le pido a un muchacho en remera, bermuda de jean y chancletas (por no decir sandalias) que me tenga las cosas mientras la madre de familia nos toma la foto. Entonces nos saludamos y me marcho con el joven del favor a un stand donde hay gente jugando a un juego de luchas entre superhéroes.
-Yo voy con Thor- dejo deslizar al momento de llegar nuestro turno, demostrando una vez más mi aficción por la cultura vikinga.
-Yo voy con Spider-Man- dice él.

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