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CAPÍTULO 13 Médula espinal, nervios raquídeos y reflejos somáticos 507 En la etapa temprana, las víctimas muestran un síndrome llama- do choque medular. Los músculos debajo del nivel de la lesión muestran parálisis flácida (incapacidad para contraerse) y ausencia de reflejos debido a la falta de estimulación proveniente de niveles más altos del SNC. Entre ocho días y ocho semanas después del accidente, el paciente suele perder los reflejos de micción y defeca- ción y, por tanto, retiene la orina y las heces. Al carecer de estimu- lación simpática a los vasos sanguíneos, un paciente puede mostrar choque neurogénico en el que los vasos se dilatan y la presión san- guínea cae a niveles tan bajos que llega a ser peligroso; además, se presenta fiebre porque el hipotálamo no logra inducir la sudoración para enfriar el cuerpo. El choque medular puede durar de unos días a varias semanas (por lo general de 7 a 20 días). A medida que el choque medular cede, empiezan a reaparecer los reflejos somáticos, al principio en los dedos de los pies y luego en el pie y las piernas, de manera progresiva. Los reflejos autóno- mos también reaparecen. De manera contraria a la retención urina- ria y fecal inicial, ahora un paciente experimenta el problema opuesto (incontinencia) porque el recto y la vejiga se vacían de manera refleja como respuesta al estiramiento. Por lo general, los sistemas nerviosos somático y autónomo muestran reflejos exagera- dos, un estado conocido como hiperreflexia o reacción refleja masi- va. Asimismo, estímulos como una vejiga llena o el toque cutáneo pueden disparar una reacción cardiovascular extrema. La presión arterial sistólica, que suele ser de 120 mmHg, salta hasta 300 mmHg, lo cual genera cefalea intensa y en ocasiones un accidente cerebrovascular. Los receptores de presión en la mayoría de las arterias perciben este aumento de la presión arterial y activan un reflejo que desacelera el ritmo cardiaco, en ocasiones hasta 30 o 40 latidos por minuto (bradicardia), comparado con un ritmo normal de 70 a 80. El paciente puede experimentar también sudoración profu- sa y visión borrosa. Al principio, los hombres pierden la capacidad de erección y eyaculación, pero pueden recuperar estas funciones más adelante, así como eyacular y procrear hijos, pero sin sensibilidad sexual. En las mujeres, la menstruación puede volverse irregular o cesar. El efecto permanente más grave del traumatismo de la médula espinal es la parálisis. Así, la parálisis flácida del choque medular cambia más adelante a parálisis espástica, a medida que los reflejos medulares se recuperan, pero falta el control inhibitorio del encéfa- lo. La parálisis espástica suele iniciar con flexión crónica de la cadera y las rodillas (espasmos flexores) y progresa a un estado en el que las extremidades se ponen rectas y rígidas (espasmos extensores). Tres formas de parálisis muscular son la paraplejía, parálisis de ambas extremidades inferiores que se debe a lesiones de la médula espinal en los niveles T1 a L1; la cuadriplejía, parálisis de las cuatro extremidades que se debe a lesiones arriba del nivel de C5; y la hemiplejía, parálisis en un lado del cuerpo, que por lo común no se debe a lesiones de la médula espinal, sino a un accidente cerebro- vascular u otra lesión encefálica. Las lesiones de la médula espinal de C5 a C7 producen un estado de cuadriplejía parcial: parálisis total de las extremidades inferiores y parálisis parcial (paresia o debilidad) de las extremidades superiores. Patogénesis El traumatismo de la médula espinal produce dos etapas de destruc- ción de los tejidos. La primera es instantánea: la destrucción de células debida al acontecimiento traumático, en tanto que la segun- da ola de destrucción, que se relaciona con la muerte tisular por necrosis y apoptosis, empieza en minutos y dura días. Es mucho más destructiva que la lesión inicial y, por lo general, en ella se convierte una lesión en un segmento de la médula espinal a una que abarca cuatro o cinco segmentos: dos arriba y dos o tres abajo del sitio original. Igualmente, aparecen hemorragias microscópicas en la materia gris y la piamadre en minutos y crece en las dos horas siguientes. La materia blanca se vuelve edematosa (se hincha), mientras que la hemorragia y el edema se expanden a segmentos adyacentes de la médula y pueden afectar, con resultados fatales, la respiración, o la función del tallo encefálico cuando ocurre en la región cervical. A su vez, la isquemia (falta de sangre) lleva de manera rápida a la necrosis de tejidos. La materia blanca recupera la circulación en 24 horas, pero la materia gris permanece isquémica. Por su parte, células inflamatorias (leucocitos y macrófagos) infiltran la lesión a medida que se recupera la circulación y, aunque limpian el tejido necrosado, también contribuyen al daño al liberar radicales libres destructivos y otras sustancias químicas tóxicas. La necrosis empeora y se acompa- ña de otra forma de muerte celular: la apoptosis (consúltese la p. 173). La apoptosis de los oligodendrocitos medulares −los neuro- gliocitos mielínicos del SNC− produce desmielinización de las fibras nerviosas medulares, seguida de la muerte de las neuronas. Hasta en menos de cuatro horas, esta segunda ola de destruc- ción, denominada infarto postraumático, consume casi 40% del área de corte transversal de la médula espinal y en un periodo de 24 horas destruye 70%. Hasta cinco segmentos de la médula se trans- forman en una cavidad llena de líquido, que se reemplaza con tejido cicatrizal colagenoso en las tres a cuatro semanas siguientes. Esta cicatriz es uno de los obstáculos para regenerar las fibras nerviosas perdidas. Tratamiento La primera prioridad en el tratamiento de un paciente con lesión medular consiste en inmovilizar la espina dorsal para evitar una lesión mayor. Tal vez se requieran un soporte respiratorio o medidas para preservar la vida. A su vez, la metilprednisolona, un esteroide, mejora de manera importante la recuperación. Si se administra antes de tres horas después del traumatismo, reducirá la lesión de las membranas celulares e inhibirá la inflamación y la apoptosis. Luego de cumplirse estos requisitos inmediatos, es importante reducir (reparar) la fractura. Si una CT o MRI indica compresión de la médula espinal por el conducto vertebral, se podrá realizar una laminectomía descompresiva, en la cual se retirará el arco vertebral de la región afectada. En décadas recientes, la CT y la MRI han ayu- dado en gran medida a evaluar el daño vertebral y medular, a guiar el tratamiento quirúrgico y a mejorar la recuperación. Por otro lado, la fisioterapia es importante para mantener la función muscular y articular; además, se debe promover la recuperación psicológica del paciente. Las estrategias de tratamiento para las lesiones de la médula espinal son un campo vibrante de la investigación médica contem- poránea. Algunos intereses actuales se centran en el uso de antioxi- dantes para reducir el daño producido por los radicales libres, y la implantación de citoblastos embrionarios, que han producido recu- peración significativa (pero no perfecta) de lesiones de la médula espinal en ratas. A menudo, prometedores estudios reportados en la bibliografía científica y los medios de comunicación despiertan esperanzas en el público, sólo con el fin de atenuarse por la incapa- cidad de otros laboratorios para repetir la investigación y confirmar los resultados.
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