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SOCIOANÁLISIS - ANÁLISIS INSTITUCIONAL. COMPILACIÓN DE LOS PRINCIPALES CONCEPTOS SEGÚN SUS REFERENTES CENTRALES. Compiladora: Lic. Alicia Zappino. INTRODUCCION La presente compilación cumple el objetivo de recuperar los párrafos en que, a mi entender, los principales exponentes de la corriente socioanalítica (R. Lourau y G. Lappasade) y uno de sus seguidores, (M. Brito) expresan más claramente los conceptos que considero básicos para la comprensión del Socioanálisis- Análisis Institucional. El texto está dividido en tres partes: I. Institución y Análisis: el concepto de institución tiene múltiples sentidos, es por eso que este apartado apunta a aclarar fundamentalmente cuáles son algunos de esos sentidos, sus efectos y propone el modo de entender el concepto por la corriente socioanalítica, estrechamente ligado al modo en que Castoriadis conceptualiza el Imaginario social. También, y relacionado con lo anterior, se incluye aquí los antecedentes de la formación de esta corriente y, por último qué se entiende en este contexto por análisis. Cada una de estas cuestiones son fundamentales para comprender los dos siguientes apartados. II. Conceptos centrales: cada uno de ellos está íntimamente ligado al modo de comprender el concepto de institución. III. Intervención. De acuerdo a todo lo anterior, este modo de pensar singular se ve reflejado en un modo de hacer propio. Por último y, fundamentalmente esta compilación cumple el objetivo de brindar una herramienta más de comprensión a los alumnos. Alicia Zappino I. INSTITUCION Y ANALISIS. La polisemia del concepto de institución. “Desde la filosofía del derecho hasta los más recientes desarrollos de la sociología, la polisemia del concepto de institución es evidente. Resumamos. La filosofía del derecho, a partir de Hegel, acentúa sobre todo el momento de la universalidad del concepto. Recuenta las normas universales, las forma de regulación establecidas, ya-ahí en los códigos o en la costumbre no escrita. Cuando la institución posee un aparato jurídico, la filosofía del derecho se esfuerza -siguiendo siempre a Hegel, pero asimismo en la corriente de la escuela tradicionalista- en sacar a luz la universalidad de las formas singulares de jurisprudencia y de legislación. Con ello contribuye en gran medida a mistificar el problema de la institución. En efecto, nada más relativo y contingente que esas formas singulares de regulación que son las leyes y las constituciones; pero como la función ideológica del derecho consiste en volver evidente, intocable y sagrado lo que no es sino contingencia política, el filósofo del derecho acepta convertirse en filósofo del Estado, legitimando en el plano ideológico algo que solamente la fuerza justifica. Por último, el momento de la particularidad del concepto de institución es escotomizado con frecuencia, lo cual es una consecuencia lógica de lo antedicho: la participación de los ‘particulares’ en las instituciones aparece como un complemento secundario o un lujo peligroso. Las diversas tendencias sociológicas que ponen la institución en el centro de su pensamiento presentan más o menos las mismas características que la filosofía del derecho. Sin embargo, sociólogos y etnólogos suelen atenerse al momento de la particularidad, valorizado a veces a tal punto que la institución termina por no ser más que una modalidad psicológica: la interiorización de normas. También aquí, y aunque el procedimiento sea inverso al operado por el derecho, el momento de la singularidad es descuidado o confundido con el momento de la universalidad. La función ideológica de tal subestimación salta a la vista: se trata, de acuerdo con la ideología psicologista, de apelar a una ‘naturaleza humana’ (vista a través de la psicología social o del psicoanálisis) para negar o descartar la existencia de lo político. Con la historia en general, y más en especial con el marxismo como ‘ciencia de la historia’, el momento de la universalidad del concepto es sometido a una severa crítica El nivel de análisis sincrónico que privilegia los conceptos de estructura y de función es confrontado con el nivel del análisis histórico. Las instituciones ya no aparecen como invariantes sociales, receptáculos de la racionalidad y del consenso, sino como formas singulares aprehendidas en las relaciones de fuerza, las relaciones de clases, las relaciones de producción. El momento de la universalidad aparece como el momento de lo ideológico: la ‘idea’ de Hauriou, la ‘carta’ de Malinowski, y la ‘representación colectiva’ de Durkheim o de Mauss, el ‘sistema de representación’ de Lévi-Strauss, etc., permiten captar la función simbólica de las instituciones, pero no la totalidad de las funciones objetivamente cumplidas por aquellas. En cuanto al momento de la particularidad, el marxismo se empeña unas veces en ponerlo de relieve, otras en olvidarlo. Hipostasiados en tanto agentes históricos, constructores de su propia historia, los individuos arriesgan perder esta autonomía y esta iniciativa instituyente en el momento en que el marxismo, dejándose llevar por las facilidades dogmáticas del economismo y del filosofismo materialista, se vuelve institucional. El equívoco del concepto de institución reside en el hecho que de designa alternativa o simultáneamente lo instituido o lo instituyente...” “... ¿No es mejor admitir que la institución pertenece a lo instituido y a lo instituyente a la vez? Ambas faces del concepto de institución recuerdan en algo las dos faces del signo de acuerdo con Saussure: significante y significado. Al igual que el signo, la institución no es unívoca, salvo en determinadas circunstancias en las que aparece como únicamente permisiva o como únicamente represiva. Por ejemplo: un sindicato no es solamente una burocracia represiva (salvo en el caso de sindicatos directamente controlados por el poder, como en algunos regímenes totalitarios), sino también una institución cuya negatividad respecto de las instituciones económicas y políticas se ejerce, al menos potencialmente, en forma de reivindicaciones o de movimientos de protesta A la inversa, desde el punto de vista conservador, el sindicato nunca es (salvo en períodos de huelga prolongada y de crisis social) un mero instrumento de reivindicación e impugnación; también es un organismo regulador del movimiento obrero, un medio para controlar indirectamente las iniciativas de la ‘base’ obrera. Y por esa razón, el derecho sindical terminó siendo institucionalizado en la mayoría de los países industriales..." “...Mientras que el etnólogo y el sociólogo generalizan una serie de observaciones para inducir la existencia de tal o cual institución (por ejemplo, la prohibición del incesto, o la kula, o el potlach), el análisis institucional debe captar la acción social en su dinamismo y sin prejuzgar acerca del sistema institucional existente, tratar de poner en evidencia dónde está la institución, es decir, las relaciones entre la racionalidad establecida (reglas, formas sociales, códigos) y los acontecimientos, desarrollos, movimientos sociales que se apoyan implícita o explícitamente en la racionalidad establecida y/o la cuestionan. Presente-ausente, es decir, simbólicamente presente en los grupos, agrupamientos, organizaciones, ‘instituciones’ (en el sentido trivial del término), pocas veces la institución ofrece en las prácticas que se pretenden analíticas, la faz objetiva que se manifestó sobre todo durante la primera parte de este estudio. Es preciso, por consiguiente, explorar los dominios donde, tras los sistemas de referencia que la expulsan o le asignan un lugar reducido (psicoanálisis, psicosociología, pedagogía), su presencia-ausencia hace surgir la índole problemática del concepto.Propongo denominar intervenciones institucionales las prácticas que acabo de mencionar: ya se trate del psicoanálisis individual o de grupo, de la psicosociología de grupo, de la psicoterapia o de la pedagogía, todas tienen como rasgo común no solo desarrollarse en un marco institucional preciso (aunque a menudo ocultado),sino también trabajar (una vez más de manera empírica y espontánea, salvo en cuanto a la terapia y la pedagogía institucionales) con un material que no es sino la relación que los individuos mantienen con las instituciones. El tipo de intervención que se da por objeto analizar este material ocultado o desfigurado por los demás tipos de intervención, se llamará socioanálisis.” Lourau,R. “El análisis institucional” Buenos Aires, Amorrortu; 1988. Cap.III. pag. 141 a 144. El movimiento antinstitucional. “Podemos preguntamos si el esclarecimiento de la institución como forma general de las relaciones sociales no ha estado más bien a cargo de las corrientes de la antipsiquiatría y la antiescuela. Ya hemos visto que cuando Ivan Illich, por ejemplo, pone en tela de juicio la forma general, mundial, de la Universidad, la adopción en todas partes de esta forma de las relaciones de formación llamada Escuela, no habla de los establecimientos escolares y universitarios, sino de una noción más fundamental, de una elección general y estructural que aparece en la historia en un momento determinado y que luego se encuentra por doquier. Y esto es la institución, este producto de la sociedad instituyente en tal momento de su historia. De igual modo, con el encierro de la locura, que es institución de la enfermedad mental y de la separación entre los ‘locos’ y las ‘personas normales’. No es una separación que hagan todas las sociedades (así, el poseído no es un loco ni un enfermo mental en el sentido en que nosotros lo entendemos). Y una vez más es la antipsiquiatría quien realiza el análisis institucional de la institución de la locura, a la que el establecimiento psiquiátrico instrumentaliza. Se puede, pues, decir que el análisis institucional, si toma al pie de la letra los pedidos de intervención, que son análisis de establecimiento, se convierte en un análisis organizacional, en el sentido más trivial del término, es decir, en un sentido que no toma siquiera en cuenta a la organización como proceso y que sólo la capta como producto, sistema y disposición instrumental, como conjunto práctico organizado para determinados fines. Para que haya análisis institucional distinto de las demás operaciones de intervención, preciso es que la mira del análisis tal sea lo que da un sentido a la organización, a determinado conjunto práctico ‘cliente’ que se instrumentalice en una organización social determinada, en un establecimiento cliente. Apenas comenzamos a poder orientamos en este lío de palabras, en esta polisemia de términos que ha representado, en parte, el éxito del movimiento institucionalista. Es necesario un nuevo esfuerzo de clarificación; el éxito del renovado término institución y de sus derivados obliga a un mayor rigor en el uso del vocabulario, con tal que se convenga en que no todos los ‘institucionalistas’ acuerdan el mismo sentido a las mismas palabras. En rigor, el término institución sólo puede ser útil con la condición de definir algo que, como el inconsciente de Freud, no sea al mismo tiempo reconocible -si no, el análisis no sería necesario- e inmediatamente problemático. Por otra parte hay que hacer un esfuerzo permanente para renunciar a su uso trivial, a no ser que se agregue cada vez la mención ‘en el sentido corriente del término’. Si en tales condiciones el término institución se ha conservado, pese a todos los enredos que provoca, no ha sido tan sólo porque connote un movimiento, cosa que sigue siendo aún muy imprecisa y llena de ambigüedades, sino sobre todo porque conserva en el uso mismo el sentido que le da la etimología: su sentido activo de hacer que se mantenga en pie la máquina social y hasta de producirla, y además con la vertiente de lo instituido, no para significar el establecimiento, sino porque la noción de instituido remite a formas universales de relaciones sociales originariamente nacidas en una sociedad instituyente, que nunca son definitivas, sino que, por el contrario, se transforman y hasta pueden entrar en el tiempo de su declinación. Las corrientes denominadas ‘antinstitucionales’ son, debido a ello, institucionalistas, como ya lo he señalado en la medida en que revelan la precariedad institucional y muestran que la institución no es natural, que lleva en sí su decadencia. La antipsiquiatría no es un análisis institucional crítico simplemente porque proponga el cierre de los asilos, su destrucción; está ligada al movimiento institucionalista y le otorga su sentido en la medida, precisamente, en que, en su carácter de antipsiquiatría, interroga a la hipótesis básica de la psiquiatría, esto es, a cierta concepción de las ‘alteraciones mentales’ que da origen a establecimientos asistenciales, a prácticas terapéuticas determinadas, a conceptos, una enseñanza, una organización, prácticas sociales. A la pregunta formulada a menudo a los antipsiquiatras, y que consiste en decir: ‘¿Qué haréis vosotros, concretamente, por los enfermos mentales?’, no responden tan sólo las comunidades terapéuticas de los antipsiquiatras: la inscripción de esta problemática institucional en el movimiento de la historia y el hecho de que las prácticas y los escritos publicados de los antipsiquiatras hacen nacer entre los jóvenes psiquiatras interrogaciones que no son, como lo sugiere Jean Oury, efectos de la moda y la barbarie, sino, por el contrario, una necesaria interrogación sobre la institución de la enfermedad y las prácticas asociadas a ella.” Lapassade,G. “Socioanálisis y Potencial Humano”, Gedisa editorial; 1980. Cap. 2 pág. 88 a 90. “Los tres terrenos profesionales del análisis institucional” La Psicoterapia institucional. Nacida en la inmediata posguerra, la Psicoterapia Institucional es un movimiento de cuestionamiento y de análisis de la institución psiquiátrica. Este movimiento pronto se dividió en dos corrientes: una sociológica, que no dejaba de tener inserciones políticas importantes a nivel de los partidos políticos franceses y una tendencia psicoanalítica que, con la sola excepción de Tosquelles, estaba constituida fundamentalmente por los jóvenes que participaban en dicho movimiento. El movimiento de la Psicoterapia Institucional pasó por tres fases. La primera de ellas, ayudada por la situación de racionamiento y las condiciones de vida durante la ocupación, se constituyó a partir del eje de cambiar la relación médico-paciente. Este cambio se veía promovido por la necesidad de dejar los aspectos propiamente terapéuticos en función de las necesidades de supervivencia de los pacientes. Los médicos más que pensar en los procesos de la enfermedad mental, tenían que establecer, junto con los pacientes, los mecanismos necesarios para hacerse de los satisfactores básicos, muy escasos en situación de guerra y ocupación. A este período, sucedió la fase de socialización mediante el grupo. En esta segunda fase, la ergoterapia, la psicoterapia de grupo, los experimentos alrededor del Club Terapéutico, espacio organizado por los pacientes, todas estas modalidades pusieron de manifiesto que, como los psicoterapeutas institucionales decían, no era al paciente, sino a la institución a la que debían curar. Sin embargo, su crítica no se detenía allí. El trabajo con los pacientes permitió descubrir, en lo que se refiere a los procesos terapéuticos, que era la actividad instituyente de los pacientes el elemento propiamente terapéutico. Esto descentraba la posición del médico, inserto en un cuestionamiento más o menos permanente de su lugar de poder. La autogestión de los pacientesy del hospital tenía una eficacia terapéutica La tercera fase se constituyó como una fase propiamente psicoanalítica La tabla de actividades permaneció prácticamente inalterable, o con enriquecimientos eventuales. Sin embargo, si en el momento anterior era la autogestión y las posibilidades instituyentes de los pacientes el agente terapéutico, el psicoanálisis, introducido por los médicos al hospital, convertía dichas actividades en soporte de otro análisis. El agente terapéutico ya no es la actividad misma paciente, sino el análisis realizado sobre dichas actividades. El psicoanálisis que se introdujo en el hospital era un psicoanálisis crítico frente a las prácticas predominantes en el medio francés: el lacanismo, en nombre del ‘retomo a Freud’, se mantenía crítico frente a la problemática del sujeto individual, relevando el papel de la ‘estructura’. Esto permitió un avance teórico innegable en el seno de la Psicoterapia institucional, pero al mismo tiempo mermaba las bases mismas desde las que ésta se había constituido. La inserción del Psicoanálisis sustituyó con la teoría la experimentación que se realizaba en psicoterapia. Tiempo después, los movimientos de las comunidades terapéuticas en Inglaterra, la experiencia italiana liderada por Basaglia, permitieron cuestionar la frontera entre salud y enfermedad mental. Estas experiencias mostraron menos los problemas relacionados con la complejidad sofisticada del inconsciente freudiano que el problema del poder. Aunque la creencia casi religiosa en el Psicoanálisis fuera ganando poco a poco a la pequeña burguesía, la evolución de la ultra-izquierda y su crítica radical de la vida cotidiana, del problema de la homosexualidad y de la mujer, etcétera, significaron un dique importante a dicha tendencia. Así, los debates actuales sobre la institución psiquiátrica tratan menos sobre las divergencias de las diferentes escuelas psicoanalíticas, que sobre las políticas psiquiátricas o la política en la psicoterapia. La pedagogía Institucional. Con un itinerario más breve y bastante diferente, la Pedagogía Institucional encuentra también la problemática de una teoría de la acción política fuera de las organizaciones políticas o sindicales. Este movimiento tuvo influencias, a veces paralelas y a veces convergentes, por un lado, la influencia de la Psicoterapia Institucional, en sus aplicaciones a niños desadaptados o ‘débiles mentales’, tendencia que sería representada por Fernand Oury, Deligny y, posteriormente, por Maud Manoni. Por otra parte, la influencia de una corriente psicosociológica desviante, marcada por la autogestión y la pedagogía libertaria, tanto como por la psicosociología, creada por Lapassade. En un principio, todos los practicantes de la Pedagogía Institucional están de acuerdo en tres puntos: a)considerar la institución escolar (y no solamente el establecimiento donde se ejerce) como objeto de análisis; b) establecer las formas de regulación (autogestión, ‘instituciones’ de clase, etcétera) sobre la base de un funcionamiento lo más democrático posible del conjunto maestro-alumnos; c) crear las condiciones de este funcionamiento y, consecuentemente, de un análisis colectivo de la institución escolar a partir de relaciones no-directivas entre maestros y alumnos. Al poco tiempo, en un terreno tan explosivo como el de la enseñanza, aparecieron situaciones que orillaron la escisión del movimiento en dos tendencias: psicoanalítica (Oury, Deligny...) y autogestiva (Lourau, Lapassade, Lobrot, Fonvieille). Si bien las discusiones giraban en tomo a conceptos de origen psicoanalítico o psicosociológico, de fondo existían diferencias tanto de sensibilidad política como de comportamientos políticos y apreciaciones estratégicas. El debate entonces actual en la izquierda francesa alrededor de la autogestión permeaba fuertemente las tendencias pedagógicas. Al mismo tiempo, la concepción pedagógica estaba, ya de inicio, abierta hacia lo político, a través de las tesis del grupo Socialismo o Barbarie sobre la autogestión yugoslava y argelina. El problema de la autogestión pedagógica desembocaba, necesariamente, sobre el de la autogestión social. Se analizaron intensamente las relaciones entre el no- directivismo y la autogestión. Por su parte, otro elemento importante fue la colectivización del análisis. Estos análisis colectivos sobre lo instituido de la formación, esas instituciones ‘externas’ o transversales al grupo que determinaban su quehacer y los límites de sus acciones posibles, sufrieron diferentes suertes de acuerdo al grado de aislamiento, de virulencia, al origen social de los alumnos, etcétera Pero quizás la aportación más importante de la Pedagogía Institucional fue el análisis de la dinámica de la institución, por lo pronto centrado en la institución escolar. Desde allí fue posible observar cómo las transformaciones de la institución tenían relación con diversos modos de acción, que van desde la apatía, la deserción, acciones no-institucionales; el rechazo más o menos expresado a los exámenes, a las instrucciones oficiales, acciones antiinstitucionales; o experimentaciones pedagógicas que ponían en cuestión los fundamentos mismos de la institución escolar, tales como las pedagogías autogestivas, acciones contrainstitucionales. Estos modos de acción se convertirían pronto en los referentes básicos tanto de la psicoterapia como de la pedagogía institucionales. La Pedagogía Institucional descubrió que el análisis de la institución escolar desemboca, necesariamente, en el análisis generalizado de las instituciones. Esto mismo descubrieron los practicantes del Socioanálisis. Intervención hecha bajo encomienda de un ‘cliente’ en diversas organizaciones. El Socioanálisis. El término Socioanálisis fue enunciado por primera vez por el equipo de Van Bockstaele (picosociólogo francés) en los años ’60. Se trata de un método de intervención que tiene orígenes diversos y a veces desconocidos. Sin embargo, podemos decir que este método de intervención se sitúa en la prolongación de la Psicoterapia y la Pedagogía Institucional, en particular en lo que concierne a los conceptos de autogestión, implicación (el cual reemplaza, ampliándolos, los conceptos de transferencia y contratransferencia institucional), de transversalidad y de analizador, poco elaborado pero enunciado por la Psicoterapia Institucional. Se ha confundido mucho al Socioanálisis, asociándolo a una forma más de la práctica psicosociológica, o tratando de equipararlo como una forma específica de intervención grupal. Es cierto que, en este sentido, el Socioanálisis heredó de la psicología de los grupos, un dispositivo de análisis micro-social: una reunión de grupo pequeño, en un espacio cerrado y con un tiempo pre-delimitado. Sin embargo, lo específico del Análisis Institucional es que se constituye en la subversión de dicho dispositivo. En efecto, es en el preciso momento en el que Lapassade, con sus primeros ‘clientes’, analizan lo instituido de la práctica psicosociológica, es decir, las condiciones sobre las cuales esta práctica es posible, la serie de reglas sin las cuales resultaría imposible realizar dicha práctica, es en este momento en el que se origina el Análisis Institucional. Así, resultaría imposible comprender el Socioanálisis sin la práctica grupal que le dio origen. Pero al mismo tiempo, no lo podemos reducir a dichas prácticas. El Socioanálisis rebasa, desde un análisis de carácter político, las prácticas psicosociológicas. Y este análisis político es el análisis de lo impensado y lo impensable de dichas prácticas, desde el marco conceptual de la psicosociología misma. Además de los orígenes psicoterapéuticos, pedagógicos y psicosociológicos del Socioanálisis, tenemos que reconocer la importancia de una reflexión decisiva, la Crítica de la Razón Dialéctica de Sartre,así como la experiencia del movimiento estudiantil de mayo del 68 francés entre las raíces fundamentales de este método de intervención.” Brito, Manero. “Introducción al Análisis Institucional”, en Tramas, Revista de Psic., Universidad Autónoma Metropolitana, N° 1, México, 1990. Pág. 122 a 127. “La Teoría Institucional de Castoriadis” Cardan Castoriadis es el primer teórico del institucionalismo actual. Su teoría de la institución ha nacido de la relación política entre la práctica -del movimiento trotskysta, al principio- y la teoría. El punto de partida es el marxismo, y en seguida el psicoanálisis. Resulta interesante observar que esta teoría política de la sociedad en su conjunto sigue la misma evolución que las teorías institucionalistas en psicoterapia y psicosociología. En efecto, el punto de partida de Cardan Castoriadis es la crítica trotskysta de la burocracia y, de una manera más general, de lo que en el movimiento marxista se llama el problema de la organización. La crítica de la burocracia es organizacional. En el vocabulario de la sociología norteamericana de las organizaciones, influida por Max Weber, los términos organización y burocracia tienden a hacerse sinónimos. Por lo demás, Castoriadis ha sufrido la influencia de Max Weber, de quien ha hecho una lectura política. Por último, la teoría de la autogestión constituye en cierto modo una réplica organizacional al problema de la burocratización y de la nueva “clase dominante”. Castoriadis ha construido su concepto de la institución en un momento en que, por una parte, ciertos sostenedores de la psicoterapia institucional se interesaban en su elaboración y en que por la otra, la corriente autogestionaria del institucionalismo participaba, por la pedagogía institucional, en el grupo Socialismo o Barbarie. Castoriadis desarrolló entonces, en 1965, su teoría de la sociedad instituyente, de lo imaginario social, del conflicto entre la sociedad instituyente y la sociedad instituida, de la <institución del capitalismo> Es una teoría que está en la base de la actual corriente institucionalista. La resume un pasaje del texto acerca de la historia del movimiento obrero: <El hacer de la burguesía engendra una nueva definición de la realidad, de lo que cuenta y de lo que no cuenta, esto es, de lo que no existe (o poco menos: de lo que puede ser contado y de lo que no puede entrar en los libros de cuenta)... Nueva definición asentada, no en los libros, sino en el proceder de los hombres, en sus relaciones, en su organización, en su percepción de lo que es, en sus miras de lo que vale, y también, por supuesto, en la materialidad de los objetos que producen, utilizan y consumen. <Ese hacer es, pues, institución de una realidad, de un nuevo mundo y de un nuevo modo de existencia social-histórica. En esta institución -que a su vez se desenvuelve durante varios siglos y no ha terminado aún- subtiende y unifica la innumerable multitud de instituciones secundarias, de instituciones en el sentido corriente del término, en las cuales y por las cuales se instrumenta: desde la empresa capitalista hasta el ejército de Lazare Camot, desde el ‘Estado de derecho’ hasta la ciencia occidental, desde el sistema de educación hasta el arte de los museos. Únicamente por referencia a ellas se dejan captar en su especificidad histórica tanto el modo de instituir como el contenido de las significaciones instituidas y la organización concreta de las instituciones particulares de la era capitalista. “Esta institución es creación: ningún análisis causal podría predecirla a partir del estado que la ha precedido; ninguna serie de operaciones lógicas podría producirla a partir de conceptos. Surge, evidentemente, en una situación dada, entre las creaciones del pasado todavía vivas; retoma una innumerable cantidad de éstas, y durante mucho tiempo permanece esclavizada a algunas de ellas. Pero a medida que el hacer instituyente de la burguesía progresa, el sentido de lo que del pasado se había conservado al principio se transforma. El hacer de la burguesía es creación imaginaria visible como institución del capitalismo”1 He citado largos extractos de texto para mostrar que no sólo nuestros conceptos básicos, sino además las hipótesis fundamentales de la práctica socioanalítica institucionalista se articulan en él. La idea central es la de que una sociedad instituye un conjunto organizado de relaciones sociales mediante un <hacer instituyente> que se apoya en <una situación dada>, en <creaciones del pasado todavía vivas>, en el hecho de que ya existe mía sociedad instituida cuando el nuevo hacer instituyente la tras-forma. No todas las instituciones son nuevas cuando se construye la nueva sociedad: La Iglesia, el Ejército, la Familia y el Estado no son instituciones que aparezcan con el capitalismo. Pero la institución del capitalismo trastorna sus articulaciones, su lugar en las nuevas relaciones sociales, su equilibrio y su poder. Lo que se instituye es, a través de esos reacondicionamientos y también de la producción de instituciones nuevas, <una nueva definición de la realidad, inscripta, no en los libros, sino en el proceder de los hombres, sus relaciones, su organización>. La institución de capitalismo introduce una nueva división entre los hombres, entre <lo que cuenta y lo que no cuenta>, y esta nueva división, esta separación, atraviesa todo el sistema nuevo. Lo instituyente originario, que se halla a la vez en todas partes y que en parte alguna se lo puede captar cual si se tratara de una esencia realizada, es a un tiempo <el proceder>, <las relaciones>, <la organización>, de la vida y de la sociedad, y <las instituciones por las cuales se instrumenta^: la empresa capitalista, un sistema de educación, <el encierro de 1 Castoriadis, Cardan. L’experience du mouvement ouvrier (Collection 10/18) Plon, Paris, 1974 (nota del autor) los locos>... Y ahí, en esos grupos, en esas relaciones, organizaciones e <instituciones en el sentido corriente del término>, se puede analizar la institución del capitalismo. Pero la base del sistema, que es, como lo muestra Marx, la constitución del capital se halla oculta. Y debido a esto es necesario, como se dice en El Capital, un análisis. Tal es la base de nuestro trabajo.” Lapassade, G. “Socioanálisis y potencial humno” Gedisa Editorial; 1980. Cap. II Pág. 96 a 99. La Institución para el socioanálisis: “El concepto de institución se sitúa en la problemática de las relaciones entre movimiento e institución. El intento de mostrar las estructuras institucionales trabajadas y corroídas por el movimiento de su base social, es lo que está en el origen del concepto de institución. Cuando decimos ‘lo que la institución dice’, ¿a qué nos referimos? Existe aquí una identificación de la institución con lo instituido, lo cual deja fuera el movimiento instituyente que permanentemente la trabaja, y sin lo cual la institución no existiría ni un segundo más. La historia está llena de cadáveres de esas instituciones desertadas. Ayudado por una simplificación de la lógica hegeliana, Lourau realizó un intento de mostrar a la institución en su dinámica, a través de momentos de un proceso en el cual movimiento e institución aparecen confundidos, en el sentido más estricto del término, en una forma social visible: Momento universal, positivo, instituido o ideológico de la institución, que se constituye como lo que ya está allí de la institución, lo ya instituido, el sistema de normas y objetivos universales que sostiene y que la sostienen. La carta de la institución, como ésta se presenta, su razón de ser, constituyen este momento. Momento particular, negativo, instituyente o libidinal de la institución que es el momento de la institución que nos habla de la negatividad actuante, de cómo toda verdad universal deja de serlo cuando se particulariza,que expresa la multiplicidad de demandas de la base social de la institución, que manifiesta como ésta no se encuentra unida por el consenso, sino por una multiplicidad infinita de factores que rebasan la mera ideología. Momento singular, de unidad negativa, de institucionalización u organizacional de la institución, que nos habla del movimiento necesario para absorber, al interior de las prácticas dominantes, la acción de lo negativo, de los desviantes que manifiestan otros posibles; momento en que la institución, a través de la organización mantiene el predominio de un proyecto o de un movimiento sobre todos los otros posibles. Es importante mencionar que desde este concepto la institución no puede confundirse con el establecimiento. Ejemplo de un establecimiento: la Universidad Autónoma Metropolitana -Xochimilco (UAM-X) o la tienda de la esquina. El establecimiento es el lugar en donde se entrecruzan segmentariamente una infinidad de instituciones: por ejemplo, en la tienda se cruza la institución de la moda que utiliza la tendera, al mismo tiempo que las formas instituidas de intercambio que se han establecido socialmente. La fiesta, la enseñanza, el castigo, el encierro, son todas instituciones sociales que no debemos confundir con los establecimientos en donde resultan instituciones centrales. Derivar al análisis del establecimiento, nos haría caer en formas como las adoptadas por el Desarrollo Organizacional, entre otras comentes que intentan, a través del desconocimiento de las dimensiones instituyentes, el trabajo cada vez más eficaz de la institucionalización” Brito, Manero. Ob. Cit. Pág. 152 a 154. El análisis. “... ¿Qué significa, ante todo, análisis? Comenzaremos por la definición que nos propone Yves Barel: < ¿En qué consiste el método analítico? Esencialmente, descansa en la hipótesis de que es posible comprender y explicar una realidad completa descomponiéndola en elementos simples, analizando cada uno de éstos y adicionando o llevando al tope los análisis. El método analítico no desatiende las relaciones y la interacción entre elementos. Se basa en la idea de que las relaciones se explican mejor por la acción de los elementos, más aún de lo que ellas explican la acción. Precisemos algo más: la conducta clásica del método analítico para estudiar el papel de un elemento dentro de un conjunto consistirá en hacer variar experimental o idealmente al elemento sosteniendo constantes a los otros, o, por el contrario, en mantener constante al elemento mientras los otros varían. De esta manera, procediendo elemento por elemento, o relación por relación, se llega a una comprensión del conjunto>2 He ahí la definición <clásica> del análisis. Cuando se habla de análisis en ciencias humanas (psicoanálisis, análisis institucional, socioanálisis), también se tiene en cuenta la descomposición de un todo en sus elementos. A ello se añade, sin embargo, la idea de interpretación. Interpretar un sueño, un habla de grupo, es pasar de lo desconocido a lo conocido; es una operación de descifre. Freud compara el descubrimiento del inconsciente con el descifre de los jeroglíficos. En este caso el análisis pasa a ser una hermenéutica; procede por descifre sacado a luz de lo que está oculto y que sólo se revela por la operación que cosiste en establecer relaciones entre 2 Barel, Yves. L’analyse des systèmes: problèmes et possibilités, mimeógrafo, 1973. (nota del autor) elementos aparentemente desunidos. Se trata de reconstruir una totalidad astillada. Marx emplea corrientemente el mismo término -análisis- en El capital. Precisa que el análisis sólo es necesario cuando hay relaciones sociales que no son inmediatamente visibles, sobre todo la relación de explotación. En efecto, la explotación es visible en el sistema feudal: el discurso analítico no es, pues, necesario. Pero en el sistema capitalista se disimula: para sacarla a luz, para revelarla, es necesario, por lo tanto, un análisis. Lo oculto, lo inconsciente, lo reprimido. Las instituciones forman la trama social que vincula y atraviesa a los individuos, quienes, gracias a su praxis, son sostenedores de las instituciones y creadores o innovadores de instituciones nuevas (instituyentes). Las instituciones no son tan sólo objetos o reglas visibles en la superficie de las relaciones sociales. Presentan una faz oculta, y ésta, que es la que el análisis institucional se propone sacar a luz, se revela en lo no-dicho. Tal ocultación es fruto de una represión. En este punto se puede hablar de represión social, que produce al inconsciente social. Lo censurado es el habla social, la expresión de la alienación, la voluntad de cambio. Así como hay un regreso de lo reprimido en el sueño o en el acto fallido, así también hay un <regreso de lo reprimido social>en las crisis sociales. El esclarecimiento de lo no-dicho, de lo censurado, es obra de dos grandes <caladores de máscaras>: Marx y Freud. Uno puso en evidencia la lucha de clases como significado de movimiento de la historia, y la plusvalía capitalista (oculta por la institución del salariado), y el otro descubrió el inconsciente oculto por un orden institucional proveedor de racionalizaciones. Uno y otro invitan a una búsqueda de lo oculto a partir del enjuiciamiento de las instituciones ocultadoras, así sean del orden de la racionalización o de la ideología. Esta búsqueda es una hermenéutica que implica el despeje de la represión del sentido mediante el análisis de los factores de desconocimiento, que siempre tienen a instituciones por fundamento. La ocultación se cumple <a través de las mediaciones institucionales, que penetran por doquier en la sociedad>. Las leyes, las reglas, los prejuicios, que limitan la sexualidad a su <función> de procreación, han ocultado la verdad sobre el deseo sexual. La lucha instituyente contra las reglas instituidas se ha manifestado en ciertos comportamientos o en algunas obras artísticas condenadas: se quemó a Urbain Grandier como tiempo después las obras de Diderot o de Sade. Estas manifestaciones, en desacuerdo con lo instituido, son en sí mismas reveladoras de la naturaleza de éste. Son su analizador. De igual modo, la Comuna de París fue el revelador del Estado clasista y su verdad: gracias a la Comuna descubre Marx qué es realmente el Estado. Marx y Freud elaboraron sus teorías gracias a lo que revelaban los dispositivos analizadores: la práctica revolucionaria y el ceremonial de la cura psicoanalítica.” Lapassade, G. Ob. Cit. Pág. 99 a 102. II. CONCEPTOS FUNDAMENTALES. Los Analizadores. “El <nuevo espíritu científico> halla su origen en el trastrueque a partir del cual es el analizador quien conduce el análisis... ...El análisis institucional ya no significa hoy, como lo significaba en su primera fase psicoterápica (Saint-Alban, Cour-Chevemy), la técnica que consiste en manipular <instituciones de cuidados> para tratar enfermos. Ya no significa un uso de las instituciones para producir los materiales del análisis. El análisis institucional es ahora la irrupción en la escena política de los antiguos <clientes> de los analistas. Es la transformación de un habla terapéutica hasta ahora sojuzgada por los analistas en habla política liberada -y liberadora- de los analizadores. Es el ataque llevado en el terreno mismo donde se ejercía hasta ahora la dominación analítica. Así se pasa de la noción de análisis a la noción de analizador. En esta noción se encuentra asimismo la idea esencial de la descomposición de una totalidad en sus elementos componentes. El analizador químico es lo que descompone a un cuerpo en sus elementos, con lo que produce, de alguna manera, un análisis. Estamos en las ciencias físicas: no se trata de interpretar, sino tan sólo, en este primer nivel, de descomponer un cuerpo. No se trata de construir un discurso explicativo, sino tan sólode sacar a luz los elementos que componen el conjunto. Cuando llama <analizadores> a la corteza cerebral y a los órganos de los sentidos, Iván Pávlov quiere destacar el hecho de que el aparato neurológico produce un primer <análisis> del mundo exterior. A partir de ese primer <análisis> se construirán teorías. Pero ya el sistema nervioso lleva a cabo una entresaca: hace una primera <interpretación> de la realidad. La recuperación del concepto de analizador en los trabajos de psicoterapia institucional (Torrubia, Guattari, etc.) se inspira, sin formular una referencia explícita a ello, en esta definición del analizador. Efectivamente, en la institución de atenciones se llama analizador a los sitios de habla, pero también a ciertos dispositivos que provocan la revelación de lo que estaba oculto. René Lourau escribe : <El objeto del análisis institucional en situación de intervención consiste en validar el concepto de analizador. Propuesta tal parece referirse de modo inmediato a una mira experimental. Si bien es cierto que no se trata ya de ratas ni de monos, no menos cierto es por ello que el aspecto experimental, o experiencial, está siempre presente en la intervención socioanalítica. Cuando unos alumnos sometidos a la pedagogía institucional le reprochan al formador el hecho de ser sus ‘conejillos de Indias’; cuando en un hospital psiquiátrico hay enfermos que advierten que, si los cuidadores aparecen como ‘capitalistas’, ellos, los enfermos, son los ‘proletarios’; cuando, tras la lectura de los informes de intervenciones socioanalíticas, unos católicos dicen que ellos no tienen nada que ver con las muestras de población de Lévi-Strauss, está claro que la relación de dominación que existe en la experimentación en general ha salido a luz, piensen lo que pensaren al respecto el pedagogo, el psiquiatra o el socioanalista>. En los seminarios autoadministrados, la autogestión aparece como un dispositivo artificial y carente de eficacia directa sobre el cambio social. La autogestión de un seminario de corta duración, o de una intervención socioanalítica que dure sólo unos pocos días, no es la autogestión de una clase o de un establecimiento escolar. En el caso del establecimiento, encaramos un verdadero proyecto social de transformación. Todas las situaciones de análisis e intervención se basan en el manejo de analizadores construidos y artificiales (la cura psicoanalítica, el T. Group, etc.), hechos para hacer emerger, como dice Freud, un material analizable. El <ceremonial de la cura analítica> es, en rigor, un dispositivo casi experimental que produce artificialmente una <neurosis de transferencias. Los analizadores históricos <naturales>, no <artificiales>- huelga, crisis sociales, revoluciones- son una fuente casi experimental de conocimientos. Definen el <laboratorio social>; para las ciencias sociales son el equivalente del laboratorio. El cientificismo es, en sentido estricto, la reproducción del laboratorio en el campo de las ciencias sociales y psicológicas. No es lo que proponemos con la teoría de los analizadores naturales y artificiales. En este caso se trata de equivalencia y no de reproducción ni imitación. El concepto de analizador es, por el contrario, el único medio de superar la oposición y el antagonismo de hecho que existen, hoy por hoy, entre las ciencias humanas experimentales y las ciencias humanas clínicas.” Lapassade, G. Ob. Cit. Pág. 102 a 104. “La teoría de los analizadores sociales concierne también a la intervención-consulta. Hemos mostrado, en efecto, que una técnica central es la institución de los analizadores construidos. Que funcionan como provocadores de habla social y <simuladores> de la institución analizada. Además, el análisis así construido apunta a descubrir analizadores institucionales ya no construidos, sino <naturales>, o, mejor aún, sociales. Vemos, pues, que la teoría de los analizadores <naturales>, o, por el contrario, <construidos>, es capaz de unificar el conjunto teórico de la investigación activa que va del análisis <consultante> al análisis <militante>, para retomar una oposición que en la práctica está aún lejos de haber sido superada... A partir de allí se podría adelantar una definición del análisis institucional, con la proposición de que apunta al esclarecimiento, dentro de los grupos y formas sociales, del inconsciente político a partir de los analizadores institucionales. Debido a ello, el análisis institucional es a la vez el análisis de las instituciones sociales y de los analizadores sociales que las revelan. Propondremos, luego, la siguiente definición del analizador: El analizador es una máquina de descomponer, ya natural, ya construida con fines de experimentación o con fines de intervención.” Lapassade,G. Ob.Cit pág. 128 y 129. “El analizador es un concepto básico del Análisis Institucional, y su validación es la validación misma del método. Hablar del analizador es hablar del principio mismo del análisis, que en esta corriente de pensamiento tiene significados distintos al significado común, significados que ponen en juego el proyecto mismo del Análisis Institucional. A grandes rasgos, podemos decir que el analizador es toda aquella persona, situación, acción, que deconstruye lo instituido de la institución. Y en esta definición encontramos ya una serie de elementos interesantes. El primer elemento en el que podríamos situar la atención es precisamente el que nos señala que lo que realiza el análisis es el analizador. Más allá de las teorías o conceptualizaciones, el análisis es aquí entendido como el efecto analizador, el análisis es una acción de desconstrucción que tiene efectos mediatos e inmediatos, en función de las relaciones de poder, de autoridad, del saber de los participantes de toda la estructura oculta de la institución, revelada de manera más o menos virulenta por los analizadores. Así, el proyecto de Análisis Institucional revela dos cuestiones: una concepción del análisis que critica la concepción tradicional, en donde, a través del saber de los especialistas, es posible develar dimensiones no percibidas por el sentido común de los participantes...; la segunda cuestión es precisamente la colectivización del análisis, puesto que la significación y el efecto de los analizadores no puede existir sino en relación a las diferentes posiciones y jerarquías presentes en el grupo cliente. De esta manera, el concepto de analizador es un concepto que tiene que ver más con una acción específica, una acción de denuncia de develar las situaciones que conforman el no- saber de los miembros respecto de la institución a la que pertenecen. La acción del analizador se opone a las fuerzas institucionales, que pueden tener origen en diferentes momentos de la institución, que pugnan por mantener un secreto, un no-saber, incluso de ellas mismas, que constituye la base del funcionamiento y la funcionalidad institucional. El análisis deja de ser un mero ejercicio intelectual, con posibles aplicaciones prácticas, y se constituye como un trabajo, una acción de desconstrucción en la acción de lo instituido, de las formas de funcionamiento ya establecidas y naturalizadas, ya integradas en la institución. Podemos reconocer tres tipos fundamentales de analizadores: El analizador construido, dispositivos de intervención diversos que tienden a poner de manifiesto, durante su operación, dimensiones y elementos diversos que normalmente se constituyen como un no-saber colectivo sobre la institución. Así, por ejemplo, el dispositivo socioanalítico intentaría constituir una crisis en frío de lo instituido, de lo ya establecido, para desmontar su funcionamiento y estructuración. Otro ejemplo sería la autogestión del pago del staff analítico, que intenta poner de manifiesto la base material de la institución. El analizador natural, que al interiorde los dispositivos de intervención construidos irrumpe generando consigo un saber sobre los fundamentos mismos de la institución. La irrupción de lo inesperado, la manifestación de todos aquellos elementos que se encontraban ocultos y cuya invisibilidad sostenía una forma de funcionamiento, se constituyen como analizadores naturales. Estos son los más virulentos, revelando todas aquellas alianzas y relaciones que mantienen una forma específica de implicación del grupo cliente y del staff analítico con la institución. El analizador histórico, situaciones de explosión social- revoluciones movimientos sociales más o menos generalizados- que tienden a un Análisis Institucional generalizado al conjunto de la sociedad (...las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, los movimientos del 68, etcétera). Así por ejemplo, los encuadres de cualquier tipo de dinámica de grupo en instituciones educativas son analizadores construidos tendientes a poner de manifiesto las redes de comunicación, las ansiedades predominantes en el grupo, los emergentes, los portavoces, las latencias, la estructura grupal, etcétera. Sin embargo, el momento de la calificación se constituye como un analizador de aquello que el encuadre no contemplaba: su inserción en la institución, cómo la calificación signaba ya, desde un principio, un sistema de competencia que se oponía directamente a las relaciones de cooperación instauradas desde el análisis de grupo. No podemos confundir el concepto de emergente con el de analizador. Las referencias teóricas y de proyecto son enormes. Mientras que el primero nos remite a la emergencia de las estructuras latentes de un grupo, el segundo nos remite a la transversalidad institucional del grupo. El emergente tiene que ver con las estructuras imaginarias del grupo, y el analizador es fundamentalmente un concepto político, que devela las relaciones de poder al interior del mismo, o entre el grupo y su medio institucional. Esto no obsta para que un emergente se pueda constituir en analizador, lo cual sucede en momentos límite, en los momentos agonísticos del propio grupo: por ejemplo, su disolución. En 1971, Lapassade elucidaba la relación entre el analizador y el analista. Esta relación, que aparentemente se constituye como función del análisis, no resulta tan simple. Partiendo de diferentes experiencias históricas que constituyeron la base del dispositivo socioanalítico, Lapassade se da cuenta de que el analista, capaz en un momento de proponer un analizador construido, obtura, obstaculiza la acción de los analizadores que surgen en la situación. El analista, que en un momento dado puede funcionar como analizador, se opone a su misma acción. Así, se constituye una oposición: analizador-analista. Los efectos y las significaciones de la acción de los analizadores son múltiples y se efectúan en muy diversas dimensiones de lo real. Sin embargo, es desde el saber del analista (saber sobre el inconsciente, sobre el grupo, sobre las instituciones, sobre la sociedad) donde estas múltiples significaciones quedan reducidas al significado privilegiado desde el saber del analista. El análisis de la implicación sociológica del analista se constituye, así, como condición necesaria para que exista un Análisis Institucional.” M.Brito, Ob. Cit. pág. 143 a 145 Segmentaridad. “La unidad positiva de todo agrupamiento social se apoya en un consenso o en una regla exterior al grupo, o en ambos a la vez. El consenso puede ser el del sentido común, el de la solidaridad <mecánica> u <orgánica>, el de la creencia común, etc. El reglamento puede estar más o menos interiorizado o ser vivido como coerción pura, según se trate de un reglamento elaborado por la colectividad o aceptado por ella, o también impuesto por una parte de esa colectividad. En todos los casos, la unidad positiva del agrupamiento, lo que le da su carácter de formación social (es decir: le confiere una forma, determinaciones morfológicas observables), funciona a la manera de la ideología. Desde ese punto de vista, todo agrupamiento es una comunidad con intereses convergentes. Tiene algo de sagrado y de intocable. En el extremo opuesto a esta visión ideológica, la acentuación de las particularidades de los individuos que componen el agrupamiento produce la negación, a veces absoluta, de la idea misma de comunidad. La unidad positiva del grupo, de la organización, de la colectividad étnica o política, es destruida por el peso de la negatividad cuando esta última toma la forma del individualismo o del nihilismo; cuando se consideran irreductibles los intereses o las características individuales. Es posible considerar un sobrepasamiento de la primera concepción, que sea, a la vez, una negación de la primera negación. Se considera entonces que la existencia de los agrupamientos es innegable, pero que estos poseen una unidad negativa. Más allá de la unidad abstracta de la ideología universalista, y más allá de la extrema división basada en las particularidades individuales, se advierte que la unidad de los agrupamientos observables es pluralista y heterogénea. Los individuos yuxtapuestos no constituyen un agrupamiento: lo que da su unidad a la formación, y su forma al agrupamiento es la acción recíproca, y a menudo oculta de una multitud de grupos fragmentarios en el interior del agrupamiento. Los individuos no deciden en abstracto vivir o trabajar juntos, pero sus sistemas de pertenencia y sus referencias a numerosos agrupamientos actúan de tal modo, que pueden constituirse nuevos agrupamientos, agregándose así a los sistemas de pertenencia y de referencia ya-ahí que al mismo tiempo niegan en diversos grados, puesto que los sistemas de pertenencia y de referencia anteriores entrañan, en general, oposiciones y criterios exclusivos, los cuales, sin embargo son obligados a fundirse en la multitud de diferencias. Este carácter singular de los agrupamientos detectado por la intervención socioanalítica, toma el nombre de segmentaridad. Notemos que la pluralidad de grupos reales más o menos visibles, reconocidos y declarados, que componen un determinado agrupamiento, no se confunde con la pluralidad de los <subgrupos> que la psicosociología desentraña en el aquí y ahora del análisis. Sin embargo, estos <subgrupos> contingentes no carecen de vínculos con los grupos de pertenencia y de referencia que existen en el agrupamiento (o fuera de él, funcionando así como grupos de no pertenencia, o como grupos de referencia exterior). Por ejemplo, un subgrupo de <jóvenes> se refiere a una clase de edad que en la sociedad global es percibida menos como una pertenencia universal y natural que a la manera de un grupo segmentario que establece relaciones de dependencia y relaciones agonísticas con el grupo de los <viejos>. Transversalidad - Grupo Objeto y Sujeto. “La ideología grupista (en los pequeños grupos) o comunitaria (en las grandes formaciones sociales como el partido, la Iglesia, la nación, etc.) tiende a construir la imagen ideal del grupo monosegmentario, de la coherencia absoluta, producida por una pertenencia única y omnipotente, que relega al segundo plano todas las demás. El «grupo» - cualquiera que sea su volumen y su historia- se contempla narcisísticamente en el espejo de la unidad positiva, excluyendo a los desviantes, aterrorizando a aquellos de sus miembros que abrigan tendencias centrífugas, condenando y a veces combatiendo a los individuos y grupos que evolucionan en sus fronteras. Este tipo de agrupamiento que rechaza toda exterioridad es un primer caso de grupo-objeto. Un segundo caso de grupo-objeto está constituido, a la inversa, por los agrupamientos que no se reconocen a sí mismos ninguna existencia efectiva, fuera de la que les confieren instituciones o agrupamientos exteriores a los que se asigna la misión de producir las normas indispensablespara el grupo-objeto, y de controlar y sancionar el respeto o la falta de respeto hacia esas normas exteriores. Si el primer caso de grupo-objeto es el de la banda o la secta, el segundo es el de agrupamientos definidos por el lugar que ocupan en la división del trabajo y, por consiguiente, en las jerarquías de poder. La estrategia de la secta o de la banda consiste en someter al adversario, o simplemente al vecino; la de un grupo totalmente dependiente consiste en «someterse» ante las instancias superiores (o lo que las reemplaza), y en compensar este sometimiento mediante una racionalización de la polisegmentaridad absoluta, es decir, del individualismo. Mientras que la secta mantiene constantemente abierta la herida de su ruptura institucional con respecto a la sociedad, y la banda no ve en la sociedad más que un riesgo de desbandada, el personal de un establecimiento de enseñanza o de una pequeña empresa ocupa todo su tiempo en desbandarse y en conjurar cualquier amenaza de separación entre él mismo y la imagen de la autoridad instituida. En los dos casos de grupo-objeto que se acaba de evocar hay negación de la transversalidad constitutiva de todo, agrupamiento humano. Se puede entonces definir la transversalidad como el fundamento de la acción instituyente de los agrupamientos, en la medida en que toda acción colectiva exige un enfoque dialéctico de la autonomía del agrupamiento y de los límites objetivos de esa autonomía. La transversalidad reside en el saber y en el no saber del agrupamiento acerca de su polisegmentaridad. Es la condición indispensable para pasar del grupo-objeto al grupo-sujeto.” Lourau, R. Ob.cit Cap. VII. Pág. 264 a 267 “Los grupos objeto son aquellos que caen en cualquiera de estas dos autonomizaciones: el grupo fuertemente burocratizado, que no se reconoce sino en función de la jerarquía que aparentemente los funda; o la pequeña secta o banda, que no puede reconocer sus atravesamientos verticales, en función de una horizontalidad de sus relaciones que se constituye como ley. Guattari dice que el pasaje al grupo sujeto se da en la elaboración de estas dos formas de alienación. La elaboración de la verticalidad y la horizontalidad del grupo lo remite a su estar en el mundo, a su situación y, en última instancia, al sin sentido, en ese proceso de totalización y desmoralización que constituye a toda forma colectiva. Esta elucidación de la relación entre verticalidad y horizontalidad que atraviesa al grupo es su coeficiente de transversalidad. La elucidación de la transversalidad del grupo es un objeto fundamental en la intervención socioanalítica. Desconstrucción de las relaciones marcadas por el signo de la verticalidad pura o la pura horizontalidad, y la elaboración de las relaciones transversales, inconscientes, ignoradas o des-conocidas, que revelan el análisis de la encomienda y de la demanda, el análisis de la implicación de cada participante y del socioanalista, la alteración de lo instituido por efecto de la autogestión de la base material, sin olvidar la acción subterránea o espectacular de los analizadores. Sin embargo, entre la concepción de Guattari sobre la transversalidad y la concepción socioanalítica hay un salto, que se refiere a la referencia teórica, al nivel conceptual del análisis. Porque la verticalidad en Guattari nos refiere a verticalidades inmediatas, que sólo en un segundo análisis se ligan con el conjunto de las instituciones sociales. En el Socioanálisis, esta verticalidad totalizadora es inmediata, en la multiplicidad de instituciones sociales que atraviesan segmentariamente al grupo cliente. Guattari tiene enfrente un grupo en proceso, con cierta historia, buscando, quizás sin mucho desearlo, porque lo teme, su lugar en el mundo, cuestionando su propia actividad cotidiana. El Socioanálisis tiene enfrente un colectivo que presenta, en su propia constitución. Los atravesamientos del sistema social completo, que constituyen, de inicio, su propio objeto de elucidación. No hay más proyecto fuera de esto. Esto tiene repercusiones a nivel de la concepción de la institución. Tratando de elucidar este coeficiente de transversalidad, nos damos cuenta de que no es analizable desde esa concepción en la cual el establecimiento es sinónimo de institución... a partir de la elucidación de la transversalidad, la institución aparece como una práctica social, como un proceso dinámico que está constituido por diversos momentos. La institución es una forma en que aparece la praxis humana. El problema de la transversalidad hace aparecer al grupo, entonces, como un grupo abierto, permanentemente atravesado por fuerzas cuyo origen es muchas veces desconocido, articulado por el no-saber de estos mismos atravesamientos. De aquí la crítica socioanalítica a los diversos métodos grupales que, en su mayoría desconocen esta dimensión. Aparece un grupo determinado por y desde lo social, pero que al mismo tiempo es capaz de dar formas específicas y de curvar, desde su propio proyecto, dichas determinaciones. El interjuego entre el adentro y el afuera grupal resulta cada vez más difícil de determinar: no se saben exactamente las fronteras de dicho grupo. En la elucidación de la transversalidad no buscamos un “equilibrio” entre la verticalidad y la horizontalidad, que sería el de la ausencia de la Historia, sino una confrontación, un conflicto, una contradicción por resolver o resuelta a nuestro pesar en la acción, primer y último analizador.” M. Brito. Ob. Cit Pág.141 a 143 La Implicación. “La implicación es un nudo de relaciones. No es ni “buena” (uso voluntarista), ni “mala” (uso jurídico-policial). La sobreimplicación, ella, es la ideología normativa del sobretrabajo, de la necesidad de “implicarse”. Lo que para la ética, para la investigación, para la ética de la investigación, es útil o necesario, no es la implicación, siempre presente, sino el análisis de la implicación ya presente en nuestras adhesiones y no adhesiones, nuestras referencias y no referencias, nuestras participaciones y no participaciones, nuestras sobremotivaciones y desmotivaciones, nuestras investiduras y no investiduras libidinales... Un ciudadano que participa de cerca o de lejos en quince asociaciones y vota regularmente, no está más “implicado” ni “se implica” más que aquel que sólo forma parte de dos asociaciones y no va jamás a depositar su boleta en las urnas. Es más participativo, está más comprometido. Las implicaciones del no participacionista no son menos fuertes que las del participacionista. Ambas deben ser analizadas. El ausentismo y el abstencionismo no son formas de no-implicación. Son actos, comportamientos, tomas de posesión éticas, políticas. La deserción, la defección, son tan significativas (como lo ha señalado Hirschmann) como la toma de palabra participativa, incluida la contestación participativa o la participación contestataria. Si la participación, el compromiso en ciertos sectores de la vida oficial (y no necesariamente en todos) pueden simbolizar una adhesión, o una integración, o una identificación, a la inversa la deserción, la defección, pueden simbolizar una desafectación que es una fuerza altamente instituyente.” Lourau, R. “Implicación y Sobreimplicación”. Traducción de. María J. Acevedo. 1987-1990. Pag.5-6. “La implicación quiere poner fin a las ilusiones e imposturas de la <neutralidad> analítica, heredadas del psicoanálisis y, más generalmente, de un cientificismo superado, que olvida que ya para el <nuevo espíritu científico> el observador se halla cogido en el campo de la observación, y que su intervención modifica el objeto de estudio, lo transforma. El analista es siempre, por el mero hecho de su presencia y aun cuando lo olvide, un elemento del campo.” Lapassade, G. Ob. Cit Pág. 107. “El modelo de intervención socioanalítico pone en cuestiónel saber y el no saber del especialista en la situación misma de la intervención. Si bien no es primera vez en la historia de las ciencias sociales que este cuestionamiento aparece, lo que sí es cierto es que la corriente socioanalítica del Análisis Institucional es la que más ha profundizado esta perspectiva. El problema de la implicación podríamos situarlo desde diversas perspectivas, pero para entenderlo podríamos partir del mismo Hegel, que decía que en ciencia, el concepto debe representar no sólo al objeto, sino también al sujeto, así como la relación que los vincula. Por su parte, Sartre ponía de manifiesto que no se puede estar fuera de un grupo, fuera de un conjunto, sin estar dentro de otro. En relación con este sistema sujeto-objeto desde el cual se producen los conocimientos, este mismo autor, evocando a Leiris, decía que el sociólogo y su objeto forman un conjunto, una pareja en la que la cada uno debe ser interpretado por el otro, y cuya relación debe ser entendida como un momento de la historia. Como podemos observar, el cuestionamiento de la relación desde la que se produce el conocimiento, el análisis de las situaciones concretas, es lo que puede determinar los límites históricos de dicho conocimiento. El análisis de la implicación es lo que nos permite relativizar históricamente nuestras “verdades”, abriendo, en el terreno mismo, la posibilidad de reflexión sobre nuestro propio entendimiento. Este cuestionamiento apareció, por primera vez en el movimiento institucionalista, en el período psicoanalítico de la Psicoterapia institucional. Ante la problemática transferencial de los pacientes, los terapeutas se vieron obligados a explorar y ampliar el concepto psicoanalítico de la contratransferencia. En este sentido, la contratransferencia institucional aparecía como un concepto que no podía restringirse a la respuesta del médico ante la posición transferencial del paciente. La respuesta del médico era una respuesta a la posición del paciente, a su lugar en el hospital, a su posición en la jerarquía, a la ideología hospitalaria. La contratransferencia institucional permite pensar la respuesta del terapeuta como una totalización que involucra toda su existencia. Esto mismo permitió a Pontalis analizar cómo el médico, más que establecer un contrato con el paciente, pasa contrato con la comunidad, no sólo del hospital, sino en la cual éste se inserta, comunidad geográfica y comunidad cultural. Podemos observar, con esto, que los referentes teóricos del concepto de contratransferencia dejen de estar centrados en el psicoanálisis, y empiezan a ampliarse hacia la Sociología. Desde las experiencias de la Pedagogía Institucional al Socioanálisis, el concepto de contratransferencia institucional se amplió, y se prefirió, en este sentido, la denominación de implicación. Implicación, así, contiene y rebasa los límites el concepto de contratransferencia institucional.” M. Brito. Ob. Cit Pág. 133-134 “La sistematización del concepto de implicación trajo consigo la necesidad de volverlo más operativo, un poco más esquemático para las situaciones de intervención. Así, en 1983, Lourau propone un modelo de análisis de las implicaciones, de la siguiente manera: Implicaciones Primarias: Implicaciones del investigador-practicante en su objeto de investigación/intervención; Implicación en la institución de investigación u otra institución de pertenencia, y en primera instancia en el equipo de investigación/intervención; Implicación en el mandato o encomienda social y en las demandas sociales. Implicaciones Secundarias: Implicaciones sociales, históricas, de los modelos utilizados (implicaciones epistemológicas); Implicaciones en la escritura o en cualquier otro medio utilizado para la exposición de la investigación.” M. Brito. Ob. Cit. Pág. 135-136 Autogestión. “La autogestión de la sesión. El problema de la autogestión atraviesa de inicio a fin la historia del Análisis Institucional. Recordamos que en el segundo momento de la Psicoterapia Institucional, el momento de la socialización mediante la psicoterapia de grupo, el elemento propiamente terapéutico podría entenderse como una autogestión en ciernes del hospital. De la misma manera, la escisión en la Pedagogía Institucional estuvo fuertemente marcada por las experimentaciones de carácter autogestivo. Desde su creación, el Análisis Institucional estuvo en contacto con corrientes y momentos históricos en los cuales la autogestión jugó un papel protagónico. Las experiencias en Argelia y Yugoslavia de autogestión generalizada, aunque en cierta medida controlada por aparatos de Estado que finalmente traicionarían el proceso, constituían referencias importantes para sacar la reflexión sociopolítica de los pantanos creados por el stalinismo desde el final de la guerra. Se empiezan a rescatar las experiencias agónicas de la guerra en España, con la importancia de la organización anarquista del Frente Popular. De esta manera, muchas fuerzas sociales al interior de Francia ponen atención a una discusión que cuestiona de fondo las alternativas de organización social y política. En el origen del Análisis Institucional, se encuentra precisamente una demanda de formación a la dinámica de grupos, pero una demanda que había sido vehiculizada por un sindicato estudiantil (la UNEF, Unión Nationale d’Etudiants de France). Es así que la autogestión, siendo un concepto cuya referencia es fundamentalmente política, se integra en el mismo origen de la constitución de un Corpus de nociones que constituirían al Análisis Institucional. En este sentido, en un primer momento, la autogestión sirvió para analizar lo que estaba ya allí, ya instituido por el curso en dinámica de grupos. Roles de animador de la sesión y de participante, los tiempos, los espacios, los calendarios, todo esto constituía una serie de normas que, justificadas técnicamente, determinaba ya desde un inicio el desarrollo de todo el proceso grupal, y normas que se consideraba natural que quedaran en manos del coordinador o animador de la sesión o del curso, normas sin las cuales era imposible trabajar. El proyecto atacó de inicio esa situación. Con los estudiantes de la UNEF, en este caso el cliente, fue posible organizar conjuntamente el curso, una especie de cogestión, que permitía mostrar las posibilidades de trabajo. Si era posible trabajar sin que el coordinador o animador fijara desde su propia voluntad las condiciones del curso. En el origen de la Pedagogía Institucional al estilo del GPI (Grupo de Pedagogía Institucional) se encuentra precisamente esta discusión. En el momento de la creación del Socioanálisis como método de intervención, el problema de la autogestión se generaliza. Recordemos también que este momento es muy especial en la historia francesa. La primera intervención socioanalítica se realiza a finales del año 1967, cuando ya empiezan a manifestarse algunos elementos de la efervescencia que tendría lugar el siguiente mayo. El movimiento de mayo de 1968 estuvo fuertemente marcado por ideologías de carácter anarquista y libertario, en las cuales la autogestión tiene un lugar central. Decíamos que en las primeras intervenciones socioanalítica el problema de la autogestión se generaliza. Si en el Análisis Institucional anterior se había visto que el acting-out se constituía propiamente en un analizador y, consecuentemente se encontraba en el campo de análisis y de intervención, a partir de 1967 será el conjunto del grupo cliente el que gestione el proceso de la intervención socioanalítica Se rompe completamente la condición de setting o encuadre que se había heredado de la psicosociología. La Asamblea General se da sus tiempos, sus espacios, sus contradicciones que la atraviesan y que estallan de una manera más o menos violenta En cierto momento, la autogestión de la sesión comenzóa cuestionar también el pago al staff analítico. Existe también una autogestión del pago, que se constituirá en el analizador privilegiado de la base material oculta de la institución. Como podemos observar, la autogestión se constituye como un disparador de una serie de procesos al interior del grupo cliente y, en general, de todos los participantes en la intervención socioanalítica. Sin embargo, en los procesos sociales la suerte de la problemática autogestiva corrió por distintos caminos. Los planteamientos autogestivos, que de alguna manera eran bandera de grupos sociales bastante radicales, que habían tenido experiencias de este tipo en sus propias organizaciones, fueron pronto absorbidos por el Estado. Se constituyen así, “autosugestiones dirigidas” o lo que Lourau denominó “la autogestión de los gerentes”. Lapassade analiza con una claridad sorprendente cómo, en el movimiento universitario y juvenil de 1968, la cogestión en instancias colegiadas fue el arma más eficaz del Estado contra el fantasma de la autogestión. En lo que respecta la intervención socioanalítica, la autogestión es una especie de mito movilizador, la escenificación de una fuerza que trabaja a favor de una des- institucionalización necesaria para el proceso de Análisis Institucional.” Brito, M. Ob.Cit pág. 137 a 139. III. LA INTERVENCION SOCIOANALITICA. “El análisis institucional en situación de intervención es el socioanálisis. Hay intervención socioanalítica cuando se reúnen las operaciones siguientes: El análisis de la demanda, que comprende el encargo oficial del staff-cliente (dirigentes de la organización) su demanda implícita desviada con relación al encargo, u oculta tras el encargo, y la demanda del grupo-cliente compuesto de los miembros y usuarios de la organización. El conjunto del staff-cliente y de los grupos que componen el grupo-cliente es el colectivo sobre el que incide la intervención. Es el campo de intervención, a condición de que se le sumen las determinaciones de lugar y de tiempo de la sesión o las sesiones socioanalíticas. La autogestión de la intervención por el colectivo-cliente: horarios, numero de sesiones, ligazón entre las sesiones de análisis y las demás actividades cotidianas, orden del día, programa, distribución en eventuales subgrupos de análisis, demandas especiales al staff- analítico (grupo de socionalistas), modalidades de pago del staff-analítico. Se analizan los obstáculos a la autogestion de la sesión, sus límites evidentes o no, y se revelan determinaciones institucionales ocultas. La regla de «decirlo todo» o de libre expresión. Se trata de reconstruir en las sesiones lo no dicho «institucional», los rumores, los secretos de la organización, las filiaciones sociales. No faltan los obstáculos, las imposibilidades para que se lleve a cabo esta reconstrucción completa; se los analiza en cuanto reveladores de la estructura institucional y del no-saber que gobierna las organizaciones. La elucidación de la transversalidad de las filiaciones positivas y negativas, de las adscripciones positivas o negativas a los numerosos grupos, categorías ideologías y otras particularidades que vienen a negar la pertenencia común a la organización. Las particularidades de filiación y de adscripción atraviesan la organización, pues el sistema social global, la estructura de la sociedad dividida en clases, se refractan en la unidad microsocial de la organización. Si la institución es lo que reproduce las relaciones sociales dominantes en el seno de una organización o de una colectividad, el análisis de la transversalidad no puede sino chocar con resistencias, reveladoras de las relaciones que los actores mantienen con las instituciones de su transferencia institucional. La elaboración de la contratransferencia institucional, o análisis de las respuestas que el staff analítico (o el socioanalista, si trabaja solo) dan a la transferencia institucional del cliente colectivo. Al sociólogo, psicosociólogo, socioanalista, les cuesta reconocer sus intereses personales en el objeto estudiado (intereses afectivos, ideológicos, políticos). Las resistencias a este reconocimiento forman parte del objeto de conocimiento: entran en el campo de análisis. La construcción o elucidación de los analizadores. Se entiende por analizador aquellos elementos que, debido a las contradicciones de diverso tipo que introducen en la lógica de la organización, expresan las determinaciones de la situación. Por ejemplo, un subgrupo desviado merced a su presencia o por su razonamiento, o su acción, incita a otros miembros o subgrupos del colectivo a expresarse (o a ocultar algunas cosas), a ejercer presiones, verbigracia una represión reveladora de las relaciones de poder real. Se trata aquí de analizadores «naturales». Por el contrario, los ejemplos de operaciones reveladoras de la estructura institucional que se han mencionado en los parágrafos precedentes constituyen analizadores construidos en beneficio del dispositivo socioanalítico de intervención, que es el analizador experimental de base.” Lapassade, G - Loaran, R. “Claves de la Sociología”. Claves de la Sociología. Barcelona, Editorial Laia, 1973. Pág. 231 a 233. El dispositivo de intervención. “Durante algunos años, es dispositivo de intervención (encuadre) del Socioanálisis fue muy similar al de las intervenciones grupales. No obstante, muy pronto las fronteras del grupo estallaron por la introducción de la dimensión institución del análisis. Así, por ejemplo, respecto de los participantes en el grupo hubieron transformaciones importantes. Mientras en las diferentes formas de análisis grupal existe un período de inscripción de personas en el grupo, las cuales, después de ciertas deserciones, constituirán una constante del grupo, en el Socioanálisis las cosas suceden de manera distinta. Pueden participar en la experiencia socioanalítica todos aquellos que de cerca o de lejos, tengan que ver con la encomienda o encargo de intervención. Así, tendremos un número siempre fluctuante de participantes y una circulación bastante fuerte de los mismos. Aparece entonces un grupo abierto permanentemente, que no cierra su entrada a aquellos que estén interesados o sean requeridos para la intervención. En la medida en que la participación tiende a generalizarse al conjunto del establecimiento donde se efectúa la intervención, el grupo tiende a constituirse más como una forma de Asamblea General. De la misma manera, los horarios y los lugares en los cuales se realiza la intervención, pueden ser modificados, incluso pueden verse destruidas las formas psicosociológicas de intervención, por la presión del grupo cliente o por la voluntad experimental de los analistas. El Socioanálisis se estructura a partir de tres polos principales: el « staff » analítico, constituido por los “expertos” demandados por la intervención, aunque eventualmente pueda ampliarse con miembros del establecimiento donde se efectúa el socioanálisis; el « staff » cliente, es decir, la persona o personas que son portadoras del encargo de intervención, quienes realizan directamente la demanda a los analistas; y el grupo cliente, el conjunto de personas que participan en la intervención. Podríamos decir que la base del dispositivo socioanalítico consiste en trastornar, descomponer el recorte espacio-temporal de los intercambios y del trabajo instituidos, la desestructuración provisoria del organigrama, la des-institucionalización más o menos profunda, de acuerdo con las posibilidades del establecimiento y del grupo-cliente. Existen algunas técnicas que van en ese sentido de des-institucionalización: La socialización del proceso de contratación de la intervención, es decir, de la forma en que se efectuó la encomienda (encargo) y su respuesta, lo cual permite elaborar colectivamente una relación que podría leerse como
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