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Zappino -Compilacion de los principales conceptos (1)

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SOCIOANÁLISIS - ANÁLISIS INSTITUCIONAL. 
COMPILACIÓN DE LOS PRINCIPALES CONCEPTOS SEGÚN SUS REFERENTES 
CENTRALES. 
Compiladora: Lic. Alicia Zappino. 
 
 
INTRODUCCION 
 
 
La presente compilación cumple el objetivo de recuperar los párrafos en que, a mi 
entender, los principales exponentes de la corriente socioanalítica (R. Lourau y G. 
Lappasade) y uno de sus seguidores, (M. Brito) expresan más claramente los conceptos 
que considero básicos para la comprensión del Socioanálisis- Análisis Institucional. 
El texto está dividido en tres partes: 
I. Institución y Análisis: el concepto de institución tiene múltiples sentidos, es por 
eso que este apartado apunta a aclarar fundamentalmente cuáles son algunos de esos 
sentidos, sus efectos y propone el modo de entender el concepto por la corriente 
socioanalítica, estrechamente ligado al modo en que Castoriadis conceptualiza el 
Imaginario social. También, y relacionado con lo anterior, se incluye aquí los antecedentes 
de la formación de esta corriente y, por último qué se entiende en este contexto por 
análisis. Cada una de estas cuestiones son fundamentales para comprender los dos 
siguientes apartados. 
II. Conceptos centrales: cada uno de ellos está íntimamente ligado al modo de 
comprender el concepto de institución. 
III. Intervención. De acuerdo a todo lo anterior, este modo de pensar singular se ve 
reflejado en un modo de hacer propio. 
Por último y, fundamentalmente esta compilación cumple el objetivo de brindar una 
herramienta más de comprensión a los alumnos. 
 Alicia Zappino 
 
 
I. INSTITUCION Y ANALISIS. 
 
 
La polisemia del concepto de institución. 
“Desde la filosofía del derecho hasta los más recientes desarrollos de la sociología, la 
polisemia del concepto de institución es evidente. Resumamos. La filosofía del derecho, a 
partir de Hegel, acentúa sobre todo el momento de la universalidad del concepto. Recuenta 
las normas universales, las forma de regulación establecidas, ya-ahí en los códigos o en la 
costumbre no escrita. Cuando la institución posee un aparato jurídico, la filosofía del 
derecho se esfuerza -siguiendo siempre a Hegel, pero asimismo en la corriente de la 
escuela tradicionalista- en sacar a luz la universalidad de las formas singulares de 
jurisprudencia y de legislación. Con ello contribuye en gran medida a mistificar el problema 
de la institución. En efecto, nada más relativo y contingente que esas formas singulares de 
regulación que son las leyes y las constituciones; pero como la función ideológica del 
derecho consiste en volver evidente, intocable y sagrado lo que no es sino contingencia 
política, el filósofo del derecho acepta convertirse en filósofo del Estado, legitimando en el 
plano ideológico algo que solamente la fuerza justifica. Por último, el momento de la 
particularidad del concepto de institución es escotomizado con frecuencia, lo cual es una 
consecuencia lógica de lo antedicho: la participación de los ‘particulares’ en las 
instituciones aparece como un complemento secundario o un lujo peligroso. 
Las diversas tendencias sociológicas que ponen la institución en el centro de su 
pensamiento presentan más o menos las mismas características que la filosofía del 
derecho. Sin embargo, sociólogos y etnólogos suelen atenerse al momento de la 
particularidad, valorizado a veces a tal punto que la institución termina por no ser más que 
una modalidad psicológica: la interiorización de normas. También aquí, y aunque el 
procedimiento sea inverso al operado por el derecho, el momento de la singularidad es 
descuidado o confundido con el momento de la universalidad. La función ideológica de tal 
subestimación salta a la vista: se trata, de acuerdo con la ideología psicologista, de apelar 
a una ‘naturaleza humana’ (vista a través de la psicología social o del psicoanálisis) para 
negar o descartar la existencia de lo político. 
Con la historia en general, y más en especial con el marxismo como ‘ciencia de la historia’, 
el momento de la universalidad del concepto es sometido a una severa crítica El nivel de 
análisis sincrónico que privilegia los conceptos de estructura y de función es confrontado 
con el nivel del análisis histórico. Las instituciones ya no aparecen como invariantes 
sociales, receptáculos de la racionalidad y del consenso, sino como formas singulares 
aprehendidas en las relaciones de fuerza, las relaciones de clases, las relaciones de 
producción. El momento de la universalidad aparece como el momento de lo ideológico: la 
‘idea’ de Hauriou, la ‘carta’ de Malinowski, y la ‘representación colectiva’ de Durkheim o de 
Mauss, el ‘sistema de representación’ de Lévi-Strauss, etc., permiten captar la función 
simbólica de las instituciones, pero no la totalidad de las funciones objetivamente 
cumplidas por aquellas. En cuanto al momento de la particularidad, el marxismo se 
empeña unas veces en ponerlo de relieve, otras en olvidarlo. Hipostasiados en tanto 
agentes históricos, constructores de su propia historia, los individuos arriesgan perder esta 
autonomía y esta iniciativa instituyente en el momento en que el marxismo, dejándose 
llevar por las facilidades dogmáticas del economismo y del filosofismo materialista, se 
vuelve institucional. 
El equívoco del concepto de institución reside en el hecho que de designa alternativa o 
simultáneamente lo instituido o lo instituyente...” 
“... ¿No es mejor admitir que la institución pertenece a lo instituido y a lo instituyente a la 
vez? Ambas faces del concepto de institución recuerdan en algo las dos faces del signo de 
acuerdo con Saussure: significante y significado. Al igual que el signo, la institución no es 
unívoca, salvo en determinadas circunstancias en las que aparece como únicamente 
permisiva o como únicamente represiva. Por ejemplo: un sindicato no es solamente una 
burocracia represiva (salvo en el caso de sindicatos directamente controlados por el poder, 
como en algunos regímenes totalitarios), sino también una institución cuya negatividad 
respecto de las instituciones económicas y políticas se ejerce, al menos potencialmente, en 
forma de reivindicaciones o de movimientos de protesta A la inversa, desde el punto de 
vista conservador, el sindicato nunca es (salvo en períodos de huelga prolongada y de 
crisis social) un mero instrumento de reivindicación e impugnación; también es un 
organismo regulador del movimiento obrero, un medio para controlar indirectamente las 
iniciativas de la ‘base’ obrera. Y por esa razón, el derecho sindical terminó siendo 
institucionalizado en la mayoría de los países industriales..." 
“...Mientras que el etnólogo y el sociólogo generalizan una serie de observaciones para 
inducir la existencia de tal o cual institución (por ejemplo, la prohibición del incesto, o la 
kula, o el potlach), el análisis institucional debe captar la acción social en su dinamismo y 
sin prejuzgar acerca del sistema institucional existente, tratar de poner en evidencia dónde 
está la institución, es decir, las relaciones entre la racionalidad establecida (reglas, formas 
sociales, códigos) y los acontecimientos, desarrollos, movimientos sociales que se apoyan 
implícita o explícitamente en la racionalidad establecida y/o la cuestionan. 
Presente-ausente, es decir, simbólicamente presente en los grupos, agrupamientos, 
organizaciones, ‘instituciones’ (en el sentido trivial del término), pocas veces la institución 
ofrece en las prácticas que se pretenden analíticas, la faz objetiva que se manifestó sobre 
todo durante la primera parte de este estudio. Es preciso, por consiguiente, explorar los 
dominios donde, tras los sistemas de referencia que la expulsan o le asignan un lugar 
reducido (psicoanálisis, psicosociología, pedagogía), su presencia-ausencia hace surgir la 
índole problemática del concepto.Propongo denominar intervenciones institucionales las prácticas que acabo de mencionar: 
ya se trate del psicoanálisis individual o de grupo, de la psicosociología de grupo, de la 
psicoterapia o de la pedagogía, todas tienen como rasgo común no solo desarrollarse en 
un marco institucional preciso (aunque a menudo ocultado),sino también trabajar (una vez 
más de manera empírica y espontánea, salvo en cuanto a la terapia y la pedagogía 
institucionales) con un material que no es sino la relación que los individuos mantienen con 
las instituciones. 
El tipo de intervención que se da por objeto analizar este material ocultado o desfigurado 
por los demás tipos de intervención, se llamará socioanálisis.” 
 
Lourau,R. “El análisis institucional” Buenos Aires, Amorrortu; 1988. Cap.III. pag. 141 a 144. 
 
El movimiento antinstitucional. 
“Podemos preguntamos si el esclarecimiento de la institución como forma general de las 
relaciones sociales no ha estado más bien a cargo de las corrientes de la antipsiquiatría y 
la antiescuela. Ya hemos visto que cuando Ivan Illich, por ejemplo, pone en tela de juicio la 
forma general, mundial, de la Universidad, la adopción en todas partes de esta forma de 
las relaciones de formación llamada Escuela, no habla de los establecimientos escolares y 
universitarios, sino de una noción más fundamental, de una elección general y estructural 
que aparece en la historia en un momento determinado y que luego se encuentra por 
doquier. Y esto es la institución, este producto de la sociedad instituyente en tal momento 
de su historia. De igual modo, con el encierro de la locura, que es institución de la 
enfermedad mental y de la separación entre los ‘locos’ y las ‘personas normales’. No es 
una separación que hagan todas las sociedades (así, el poseído no es un loco ni un 
enfermo mental en el sentido en que nosotros lo entendemos). Y una vez más es la 
antipsiquiatría quien realiza el análisis institucional de la institución de la locura, a la que el 
establecimiento psiquiátrico instrumentaliza. 
Se puede, pues, decir que el análisis institucional, si toma al pie de la letra los pedidos de 
intervención, que son análisis de establecimiento, se convierte en un análisis 
organizacional, en el sentido más trivial del término, es decir, en un sentido que no toma 
siquiera en cuenta a la organización como proceso y que sólo la capta como producto, 
sistema y disposición instrumental, como conjunto práctico organizado para determinados 
fines. Para que haya análisis institucional distinto de las demás operaciones de 
intervención, preciso es que la mira del análisis tal sea lo que da un sentido a la 
organización, a determinado conjunto práctico ‘cliente’ que se instrumentalice en una 
organización social determinada, en un establecimiento cliente. 
Apenas comenzamos a poder orientamos en este lío de palabras, en esta polisemia de 
términos que ha representado, en parte, el éxito del movimiento institucionalista. Es 
necesario un nuevo esfuerzo de clarificación; el éxito del renovado término institución y de 
sus derivados obliga a un mayor rigor en el uso del vocabulario, con tal que se convenga 
en que no todos los ‘institucionalistas’ acuerdan el mismo sentido a las mismas palabras. 
En rigor, el término institución sólo puede ser útil con la condición de definir algo que, como 
el inconsciente de Freud, no sea al mismo tiempo reconocible -si no, el análisis no sería 
necesario- e inmediatamente problemático. Por otra parte hay que hacer un esfuerzo 
permanente para renunciar a su uso trivial, a no ser que se agregue cada vez la mención 
‘en el sentido corriente del término’. 
Si en tales condiciones el término institución se ha conservado, pese a todos los enredos 
que provoca, no ha sido tan sólo porque connote un movimiento, cosa que sigue siendo 
aún muy imprecisa y llena de ambigüedades, sino sobre todo porque conserva en el uso 
mismo el sentido que le da la etimología: su sentido activo de hacer que se mantenga en 
pie la máquina social y hasta de producirla, y además con la vertiente de lo instituido, no 
para significar el establecimiento, sino porque la noción de instituido remite a formas 
universales de relaciones sociales originariamente nacidas en una sociedad instituyente, 
que nunca son definitivas, sino que, por el contrario, se transforman y hasta pueden entrar 
en el tiempo de su declinación. 
Las corrientes denominadas ‘antinstitucionales’ son, debido a ello, institucionalistas, como 
ya lo he señalado en la medida en que revelan la precariedad institucional y muestran que 
la institución no es natural, que lleva en sí su decadencia. La antipsiquiatría no es un 
análisis institucional crítico simplemente porque proponga el cierre de los asilos, su 
destrucción; está ligada al movimiento institucionalista y le otorga su sentido en la medida, 
precisamente, en que, en su carácter de antipsiquiatría, interroga a la hipótesis básica de 
la psiquiatría, esto es, a cierta concepción de las ‘alteraciones mentales’ que da origen a 
establecimientos asistenciales, a prácticas terapéuticas determinadas, a conceptos, una 
enseñanza, una organización, prácticas sociales. 
A la pregunta formulada a menudo a los antipsiquiatras, y que consiste en decir: ‘¿Qué 
haréis vosotros, concretamente, por los enfermos mentales?’, no responden tan sólo las 
comunidades terapéuticas de los antipsiquiatras: la inscripción de esta problemática 
institucional en el movimiento de la historia y el hecho de que las prácticas y los escritos 
publicados de los antipsiquiatras hacen nacer entre los jóvenes psiquiatras interrogaciones 
que no son, como lo sugiere Jean Oury, efectos de la moda y la barbarie, sino, por el 
contrario, una necesaria interrogación sobre la institución de la enfermedad y las prácticas 
asociadas a ella.” 
Lapassade,G. “Socioanálisis y Potencial Humano”, Gedisa editorial; 1980. Cap. 2 pág. 88 a 90. 
 
“Los tres terrenos profesionales del análisis institucional” 
 
 
La Psicoterapia institucional. 
Nacida en la inmediata posguerra, la Psicoterapia Institucional es un movimiento de 
cuestionamiento y de análisis de la institución psiquiátrica. Este movimiento pronto se 
dividió en dos corrientes: una sociológica, que no dejaba de tener inserciones políticas 
importantes a nivel de los partidos políticos franceses y una tendencia psicoanalítica que, 
con la sola excepción de Tosquelles, estaba constituida fundamentalmente por los jóvenes 
que participaban en dicho movimiento. 
El movimiento de la Psicoterapia Institucional pasó por tres fases. La primera de ellas, 
ayudada por la situación de racionamiento y las condiciones de vida durante la ocupación, 
se constituyó a partir del eje de cambiar la relación médico-paciente. Este cambio se veía 
promovido por la necesidad de dejar los aspectos propiamente terapéuticos en función de 
las necesidades de supervivencia de los pacientes. Los médicos más que pensar en los 
procesos de la enfermedad mental, tenían que establecer, junto con los pacientes, los 
mecanismos necesarios para hacerse de los satisfactores básicos, muy escasos en 
situación de guerra y ocupación. 
A este período, sucedió la fase de socialización mediante el grupo. En esta segunda fase, 
la ergoterapia, la psicoterapia de grupo, los experimentos alrededor del Club Terapéutico, 
espacio organizado por los pacientes, todas estas modalidades pusieron de manifiesto 
que, como los psicoterapeutas institucionales decían, no era al paciente, sino a la 
institución a la que debían curar. Sin embargo, su crítica no se detenía allí. El trabajo con 
los pacientes permitió descubrir, en lo que se refiere a los procesos terapéuticos, que era 
la actividad instituyente de los pacientes el elemento propiamente terapéutico. Esto 
descentraba la posición del médico, inserto en un cuestionamiento más o menos 
permanente de su lugar de poder. La autogestión de los pacientesy del hospital tenía una 
eficacia terapéutica La tercera fase se constituyó como una fase propiamente 
psicoanalítica La tabla de actividades permaneció prácticamente inalterable, o con 
enriquecimientos eventuales. Sin embargo, si en el momento anterior era la autogestión y 
las posibilidades instituyentes de los pacientes el agente terapéutico, el psicoanálisis, 
introducido por los médicos al hospital, convertía dichas actividades en soporte de otro 
análisis. El agente terapéutico ya no es la actividad misma paciente, sino el análisis 
realizado sobre dichas actividades. 
El psicoanálisis que se introdujo en el hospital era un psicoanálisis crítico frente a las 
prácticas predominantes en el medio francés: el lacanismo, en nombre del ‘retomo a 
Freud’, se mantenía crítico frente a la problemática del sujeto individual, relevando el papel 
de la ‘estructura’. Esto permitió un avance teórico innegable en el seno de la Psicoterapia 
institucional, pero al mismo tiempo mermaba las bases mismas desde las que ésta se 
había constituido. La inserción del Psicoanálisis sustituyó con la teoría la experimentación 
que se realizaba en psicoterapia. 
Tiempo después, los movimientos de las comunidades terapéuticas en Inglaterra, la 
experiencia italiana liderada por Basaglia, permitieron cuestionar la frontera entre salud y 
enfermedad mental. Estas experiencias mostraron menos los problemas relacionados con 
la complejidad sofisticada del inconsciente freudiano que el problema del poder. Aunque la 
creencia casi religiosa en el Psicoanálisis fuera ganando poco a poco a la pequeña 
burguesía, la evolución de la ultra-izquierda y su crítica radical de la vida cotidiana, del 
problema de la homosexualidad y de la mujer, etcétera, significaron un dique importante a 
dicha tendencia. Así, los debates actuales sobre la institución psiquiátrica tratan menos 
sobre las divergencias de las diferentes escuelas psicoanalíticas, que sobre las políticas 
psiquiátricas o la política en la psicoterapia. 
 
La pedagogía Institucional. 
Con un itinerario más breve y bastante diferente, la Pedagogía Institucional encuentra 
también la problemática de una teoría de la acción política fuera de las organizaciones 
políticas o sindicales. 
Este movimiento tuvo influencias, a veces paralelas y a veces convergentes, por un lado, la 
influencia de la Psicoterapia Institucional, en sus aplicaciones a niños desadaptados o 
‘débiles mentales’, tendencia que sería representada por Fernand Oury, Deligny y, 
posteriormente, por Maud Manoni. Por otra parte, la influencia de una corriente 
psicosociológica desviante, marcada por la autogestión y la pedagogía libertaria, tanto 
como por la psicosociología, creada por Lapassade. 
En un principio, todos los practicantes de la Pedagogía Institucional están de acuerdo en 
tres puntos: a)considerar la institución escolar (y no solamente el establecimiento donde se 
ejerce) como objeto de análisis; b) establecer las formas de regulación (autogestión, 
‘instituciones’ de clase, etcétera) sobre la base de un funcionamiento lo más democrático 
posible del conjunto maestro-alumnos; c) crear las condiciones de este funcionamiento y, 
consecuentemente, de un análisis colectivo de la institución escolar a partir de relaciones 
no-directivas entre maestros y alumnos. 
Al poco tiempo, en un terreno tan explosivo como el de la enseñanza, aparecieron 
situaciones que orillaron la escisión del movimiento en dos tendencias: psicoanalítica 
(Oury, Deligny...) y autogestiva (Lourau, Lapassade, Lobrot, Fonvieille). Si bien las 
discusiones giraban en tomo a conceptos de origen psicoanalítico o psicosociológico, de 
fondo existían diferencias tanto de sensibilidad política como de comportamientos políticos 
y apreciaciones estratégicas. 
El debate entonces actual en la izquierda francesa alrededor de la autogestión permeaba 
fuertemente las tendencias pedagógicas. 
Al mismo tiempo, la concepción pedagógica estaba, ya de inicio, abierta hacia lo político, a 
través de las tesis del grupo Socialismo o Barbarie sobre la autogestión yugoslava y 
argelina. El problema de la autogestión pedagógica desembocaba, necesariamente, sobre 
el de la autogestión social. Se analizaron intensamente las relaciones entre el no- 
directivismo y la autogestión. 
Por su parte, otro elemento importante fue la colectivización del análisis. Estos análisis 
colectivos sobre lo instituido de la formación, esas instituciones ‘externas’ o transversales 
al grupo que determinaban su quehacer y los límites de sus acciones posibles, sufrieron 
diferentes suertes de acuerdo al grado de aislamiento, de virulencia, al origen social de los 
alumnos, etcétera 
Pero quizás la aportación más importante de la Pedagogía Institucional fue el análisis de la 
dinámica de la institución, por lo pronto centrado en la institución escolar. Desde allí fue 
posible observar cómo las transformaciones de la institución tenían relación con diversos 
modos de acción, que van desde la apatía, la deserción, acciones no-institucionales; el 
rechazo más o menos expresado a los exámenes, a las instrucciones oficiales, acciones 
antiinstitucionales; o experimentaciones pedagógicas que ponían en cuestión los 
fundamentos mismos de la institución escolar, tales como las pedagogías autogestivas, 
acciones contrainstitucionales. Estos modos de acción se convertirían pronto en los 
referentes básicos tanto de la psicoterapia como de la pedagogía institucionales. 
La Pedagogía Institucional descubrió que el análisis de la institución escolar desemboca, 
necesariamente, en el análisis generalizado de las instituciones. Esto mismo descubrieron 
los practicantes del Socioanálisis. Intervención hecha bajo encomienda de un ‘cliente’ en 
diversas organizaciones. 
 
El Socioanálisis. 
El término Socioanálisis fue enunciado por primera vez por el equipo de Van Bockstaele 
(picosociólogo francés) en los años ’60. Se trata de un método de intervención que tiene 
orígenes diversos y a veces desconocidos. Sin embargo, podemos decir que este método 
de intervención se sitúa en la prolongación de la Psicoterapia y la Pedagogía Institucional, 
en particular en lo que concierne a los conceptos de autogestión, implicación (el cual 
reemplaza, ampliándolos, los conceptos de transferencia y contratransferencia 
institucional), de transversalidad y de analizador, poco elaborado pero enunciado por la 
Psicoterapia Institucional. 
Se ha confundido mucho al Socioanálisis, asociándolo a una forma más de la práctica 
psicosociológica, o tratando de equipararlo como una forma específica de intervención 
grupal. Es cierto que, en este sentido, el Socioanálisis heredó de la psicología de los 
grupos, un dispositivo de análisis micro-social: una reunión de grupo pequeño, en un 
espacio cerrado y con un tiempo pre-delimitado. Sin embargo, lo específico del Análisis 
Institucional es que se constituye en la subversión de dicho dispositivo. 
En efecto, es en el preciso momento en el que Lapassade, con sus primeros ‘clientes’, 
analizan lo instituido de la práctica psicosociológica, es decir, las condiciones sobre las 
cuales esta práctica es posible, la serie de reglas sin las cuales resultaría imposible realizar 
dicha práctica, es en este momento en el que se origina el Análisis Institucional. Así, 
resultaría imposible comprender el Socioanálisis sin la práctica grupal que le dio origen. 
Pero al mismo tiempo, no lo podemos reducir a dichas prácticas. El Socioanálisis rebasa, 
desde un análisis de carácter político, las prácticas psicosociológicas. Y este análisis 
político es el análisis de lo impensado y lo impensable de dichas prácticas, desde el marco 
conceptual de la psicosociología misma. 
Además de los orígenes psicoterapéuticos, pedagógicos y psicosociológicos del 
Socioanálisis, tenemos que reconocer la importancia de una reflexión decisiva, la Crítica de 
la Razón Dialéctica de Sartre,así como la experiencia del movimiento estudiantil de mayo 
del 68 francés entre las raíces fundamentales de este método de intervención.” 
 
Brito, Manero. “Introducción al Análisis Institucional”, en Tramas, Revista de Psic., Universidad Autónoma 
Metropolitana, N° 1, México, 1990. Pág. 122 a 127. 
 
“La Teoría Institucional de Castoriadis” 
Cardan Castoriadis es el primer teórico del institucionalismo actual. Su teoría de la 
institución ha nacido de la relación política entre la práctica -del movimiento trotskysta, al 
principio- y la teoría. El punto de partida es el marxismo, y en seguida el psicoanálisis. 
Resulta interesante observar que esta teoría política de la sociedad en su conjunto sigue la 
misma evolución que las teorías institucionalistas en psicoterapia y psicosociología. En 
efecto, el punto de partida de Cardan Castoriadis es la crítica trotskysta de la burocracia y, 
de una manera más general, de lo que en el movimiento marxista se llama el problema de 
la organización. La crítica de la burocracia es organizacional. En el vocabulario de la 
sociología norteamericana de las organizaciones, influida por Max Weber, los términos 
organización y burocracia tienden a hacerse sinónimos. Por lo demás, Castoriadis ha 
sufrido la influencia de Max Weber, de quien ha hecho una lectura política. Por último, la 
teoría de la autogestión constituye en cierto modo una réplica organizacional al problema 
de la burocratización y de la nueva “clase dominante”. 
Castoriadis ha construido su concepto de la institución en un momento en que, por una 
parte, ciertos sostenedores de la psicoterapia institucional se interesaban en su 
elaboración y en que por la otra, la corriente autogestionaria del institucionalismo 
participaba, por la pedagogía institucional, en el grupo Socialismo o Barbarie. 
Castoriadis desarrolló entonces, en 1965, su teoría de la sociedad instituyente, de lo 
imaginario social, del conflicto entre la sociedad instituyente y la sociedad instituida, de la 
<institución del capitalismo> Es una teoría que está en la base de la actual corriente 
institucionalista. La resume un pasaje del texto acerca de la historia del movimiento obrero: 
<El hacer de la burguesía engendra una nueva definición de la realidad, de lo que cuenta y 
de lo que no cuenta, esto es, de lo que no existe (o poco menos: de lo que puede ser 
contado y de lo que no puede entrar en los libros de cuenta)... Nueva definición asentada, 
no en los libros, sino en el proceder de los hombres, en sus relaciones, en su organización, 
en su percepción de lo que es, en sus miras de lo que vale, y también, por supuesto, en la 
materialidad de los objetos que producen, utilizan y consumen. 
<Ese hacer es, pues, institución de una realidad, de un nuevo mundo y de un nuevo modo 
de existencia social-histórica. En esta institución -que a su vez se desenvuelve durante 
varios siglos y no ha terminado aún- subtiende y unifica la innumerable multitud de 
instituciones secundarias, de instituciones en el sentido corriente del término, en las cuales 
y por las cuales se instrumenta: desde la empresa capitalista hasta el ejército de Lazare 
Camot, desde el ‘Estado de derecho’ hasta la ciencia occidental, desde el sistema de 
educación hasta el arte de los museos. 
Únicamente por referencia a ellas se dejan captar en su especificidad histórica tanto el 
modo de instituir como el contenido de las significaciones instituidas y la organización 
concreta de las instituciones particulares de la era capitalista. 
“Esta institución es creación: ningún análisis causal podría predecirla a partir del estado 
que la ha precedido; ninguna serie de operaciones lógicas podría producirla a partir de 
conceptos. Surge, evidentemente, en una situación dada, entre las creaciones del pasado 
todavía vivas; retoma una innumerable cantidad de éstas, y durante mucho tiempo 
permanece esclavizada a algunas de ellas. Pero a medida que el hacer instituyente de la 
burguesía progresa, el sentido de lo que del pasado se había conservado al principio se 
transforma. El hacer de la burguesía es creación imaginaria visible como institución del 
capitalismo”1 
He citado largos extractos de texto para mostrar que no sólo nuestros conceptos básicos, 
sino además las hipótesis fundamentales de la práctica socioanalítica institucionalista se 
articulan en él. 
La idea central es la de que una sociedad instituye un conjunto organizado de relaciones 
sociales mediante un <hacer instituyente> que se apoya en <una situación dada>, en 
<creaciones del pasado todavía vivas>, en el hecho de que ya existe mía sociedad 
instituida cuando el nuevo hacer instituyente la tras-forma. No todas las instituciones son 
nuevas cuando se construye la nueva sociedad: La Iglesia, el Ejército, la Familia y el 
Estado no son instituciones que aparezcan con el capitalismo. Pero la institución del 
capitalismo trastorna sus articulaciones, su lugar en las nuevas relaciones sociales, su 
equilibrio y su poder. Lo que se instituye es, a través de esos reacondicionamientos y 
también de la producción de instituciones nuevas, <una nueva definición de la realidad, 
inscripta, no en los libros, sino en el proceder de los hombres, sus relaciones, su 
organización>. 
La institución de capitalismo introduce una nueva división entre los hombres, entre <lo que 
cuenta y lo que no cuenta>, y esta nueva división, esta separación, atraviesa todo el 
sistema nuevo. 
Lo instituyente originario, que se halla a la vez en todas partes y que en parte alguna se lo 
puede captar cual si se tratara de una esencia realizada, es a un tiempo <el proceder>, 
<las relaciones>, <la organización>, de la vida y de la sociedad, y <las instituciones por las 
cuales se instrumenta^: la empresa capitalista, un sistema de educación, <el encierro de 
 
 
1 Castoriadis, Cardan. L’experience du mouvement ouvrier (Collection 10/18) Plon, Paris, 1974 
(nota del autor) 
los locos>... Y ahí, en esos grupos, en esas relaciones, organizaciones e <instituciones en 
el sentido corriente del término>, se puede analizar la institución del capitalismo. Pero la 
base del sistema, que es, como lo muestra Marx, la constitución del capital se halla oculta. 
Y debido a esto es necesario, como se dice en El Capital, un análisis. Tal es la base de 
nuestro trabajo.” 
 
Lapassade, G. “Socioanálisis y potencial humno” Gedisa Editorial; 1980. Cap. II Pág. 96 a 99. 
 
La Institución para el socioanálisis: 
“El concepto de institución se sitúa en la problemática de las relaciones entre movimiento e 
institución. 
El intento de mostrar las estructuras institucionales trabajadas y corroídas por el 
movimiento de su base social, es lo que está en el origen del concepto de institución. 
Cuando decimos ‘lo que la institución dice’, ¿a qué nos referimos? Existe aquí una 
identificación de la institución con lo instituido, lo cual deja fuera el movimiento instituyente 
que permanentemente la trabaja, y sin lo cual la institución no existiría ni un segundo más. 
La historia está llena de cadáveres de esas instituciones desertadas. 
Ayudado por una simplificación de la lógica hegeliana, Lourau realizó un intento de mostrar 
a la institución en su dinámica, a través de momentos de un proceso en el cual movimiento 
e institución aparecen confundidos, en el sentido más estricto del término, en una forma 
social visible: 
Momento universal, positivo, instituido o ideológico de la institución, que se constituye 
como lo que ya está allí de la institución, lo ya instituido, el sistema de normas y objetivos 
universales que sostiene y que la sostienen. La carta de la institución, como ésta se 
presenta, su razón de ser, constituyen este momento. 
Momento particular, negativo, instituyente o libidinal de la institución que es el momento de 
la institución que nos habla de la negatividad actuante, de cómo toda verdad universal deja 
de serlo cuando se particulariza,que expresa la multiplicidad de demandas de la base 
social de la institución, que manifiesta como ésta no se encuentra unida por el consenso, 
sino por una multiplicidad infinita de factores que rebasan la mera ideología. 
Momento singular, de unidad negativa, de institucionalización u organizacional de la 
institución, que nos habla del movimiento necesario para absorber, al interior de las 
prácticas dominantes, la acción de lo negativo, de los desviantes que manifiestan otros 
posibles; momento en que la institución, a través de la organización mantiene el 
predominio de un proyecto o de un movimiento sobre todos los otros posibles. 
Es importante mencionar que desde este concepto la institución no puede confundirse con 
el establecimiento. Ejemplo de un establecimiento: la Universidad Autónoma Metropolitana 
-Xochimilco (UAM-X) o la tienda de la esquina. El establecimiento es el lugar en donde se 
entrecruzan segmentariamente una infinidad de instituciones: por ejemplo, en la tienda se 
cruza la institución de la moda que utiliza la tendera, al mismo tiempo que las formas 
instituidas de intercambio que se han establecido socialmente. La fiesta, la enseñanza, el 
castigo, el encierro, son todas instituciones sociales que no debemos confundir con los 
establecimientos en donde resultan instituciones centrales. Derivar al análisis del 
establecimiento, nos haría caer en formas como las adoptadas por el Desarrollo 
Organizacional, entre otras comentes que intentan, a través del desconocimiento de las 
dimensiones instituyentes, el trabajo cada vez más eficaz de la institucionalización” 
 
Brito, Manero. Ob. Cit. Pág. 152 a 154. 
 
El análisis. 
“... ¿Qué significa, ante todo, análisis? Comenzaremos por la definición que nos propone 
Yves Barel: < ¿En qué consiste el método analítico? Esencialmente, descansa en la 
hipótesis de que es posible comprender y explicar una realidad completa 
descomponiéndola en elementos simples, analizando cada uno de éstos y adicionando o 
llevando al tope los análisis. El método analítico no desatiende las relaciones y la 
interacción entre elementos. Se basa en la idea de que las relaciones se explican mejor 
por la acción de los elementos, más aún de lo que ellas explican la acción. Precisemos 
algo más: la conducta clásica del método analítico para estudiar el papel de un elemento 
dentro de un conjunto consistirá en hacer variar experimental o idealmente al elemento 
sosteniendo constantes a los otros, o, por el contrario, en mantener constante al elemento 
mientras los otros varían. De esta manera, procediendo elemento por elemento, o relación 
por relación, se llega a una comprensión del conjunto>2 
He ahí la definición <clásica> del análisis. Cuando se habla de análisis en ciencias 
humanas (psicoanálisis, análisis institucional, socioanálisis), también se tiene en cuenta la 
descomposición de un todo en sus elementos. 
A ello se añade, sin embargo, la idea de interpretación. Interpretar un sueño, un habla de 
grupo, es pasar de lo desconocido a lo conocido; es una operación de descifre. Freud 
compara el descubrimiento del inconsciente con el descifre de los jeroglíficos. En este caso 
el análisis pasa a ser una hermenéutica; procede por descifre sacado a luz de lo que está 
oculto y que sólo se revela por la operación que cosiste en establecer relaciones entre 
 
2 Barel, Yves. L’analyse des systèmes: problèmes et possibilités, mimeógrafo, 1973. (nota del autor) 
elementos aparentemente desunidos. Se trata de reconstruir una totalidad astillada. 
Marx emplea corrientemente el mismo término -análisis- en El capital. Precisa que el 
análisis sólo es necesario cuando hay relaciones sociales que no son inmediatamente 
visibles, sobre todo la relación de explotación. En efecto, la explotación es visible en el 
sistema feudal: el discurso analítico no es, pues, necesario. Pero en el sistema capitalista 
se disimula: para sacarla a luz, para revelarla, es necesario, por lo tanto, un análisis. 
 
Lo oculto, lo inconsciente, lo reprimido. 
Las instituciones forman la trama social que vincula y atraviesa a los individuos, quienes, 
gracias a su praxis, son sostenedores de las instituciones y creadores o innovadores de 
instituciones nuevas (instituyentes). 
Las instituciones no son tan sólo objetos o reglas visibles en la superficie de las relaciones 
sociales. Presentan una faz oculta, y ésta, que es la que el análisis institucional se propone 
sacar a luz, se revela en lo no-dicho. Tal ocultación es fruto de una represión. En este 
punto se puede hablar de represión social, que produce al inconsciente social. Lo 
censurado es el habla social, la expresión de la alienación, la voluntad de cambio. Así 
como hay un regreso de lo reprimido en el sueño o en el acto fallido, así también hay un 
<regreso de lo reprimido social>en las crisis sociales. 
El esclarecimiento de lo no-dicho, de lo censurado, es obra de dos grandes <caladores de 
máscaras>: Marx y Freud. Uno puso en evidencia la lucha de clases como significado de 
movimiento de la historia, y la plusvalía capitalista (oculta por la institución del salariado), y 
el otro descubrió el inconsciente oculto por un orden institucional proveedor de 
racionalizaciones. Uno y otro invitan a una búsqueda de lo oculto a partir del enjuiciamiento 
de las instituciones ocultadoras, así sean del orden de la racionalización o de la ideología. 
Esta búsqueda es una hermenéutica que implica el despeje de la represión del sentido 
mediante el análisis de los factores de desconocimiento, que siempre tienen a instituciones 
por fundamento. La ocultación se cumple <a través de las mediaciones institucionales, que 
penetran por doquier en la sociedad>. 
Las leyes, las reglas, los prejuicios, que limitan la sexualidad a su <función> de 
procreación, han ocultado la verdad sobre el deseo sexual. La lucha instituyente contra las 
reglas instituidas se ha manifestado en ciertos comportamientos o en algunas obras 
artísticas condenadas: se quemó a Urbain Grandier como tiempo después las obras de 
Diderot o de Sade. Estas manifestaciones, en desacuerdo con lo instituido, son en sí 
mismas reveladoras de la naturaleza de éste. Son su analizador. De igual modo, la 
Comuna de París fue el revelador del Estado clasista y su verdad: gracias a la Comuna 
descubre Marx qué es realmente el Estado. 
Marx y Freud elaboraron sus teorías gracias a lo que revelaban los dispositivos 
analizadores: la práctica revolucionaria y el ceremonial de la cura psicoanalítica.” 
 
Lapassade, G. Ob. Cit. Pág. 99 a 102. 
 
II. CONCEPTOS FUNDAMENTALES. 
 
 
Los Analizadores. 
“El <nuevo espíritu científico> halla su origen en el trastrueque a partir del cual es el 
analizador quien conduce el análisis... 
...El análisis institucional ya no significa hoy, como lo significaba en su primera fase 
psicoterápica (Saint-Alban, Cour-Chevemy), la técnica que consiste en manipular 
<instituciones de cuidados> para tratar enfermos. Ya no significa un uso de las 
instituciones para producir los materiales del análisis. El análisis institucional es ahora la 
irrupción en la escena política de los antiguos <clientes> de los analistas. Es la 
transformación de un habla terapéutica hasta ahora sojuzgada por los analistas en habla 
política liberada -y liberadora- de los analizadores. 
Es el ataque llevado en el terreno mismo donde se ejercía hasta ahora la dominación 
analítica. 
Así se pasa de la noción de análisis a la noción de analizador. 
En esta noción se encuentra asimismo la idea esencial de la descomposición de una 
totalidad en sus elementos componentes. El analizador químico es lo que descompone a 
un cuerpo en sus elementos, con lo que produce, de alguna manera, un análisis. Estamos 
en las ciencias físicas: no se trata de interpretar, sino tan sólo, en este primer nivel, de 
descomponer un cuerpo. No se trata de construir un discurso explicativo, sino tan sólode 
sacar a luz los elementos que componen el conjunto. 
Cuando llama <analizadores> a la corteza cerebral y a los órganos de los sentidos, Iván 
Pávlov quiere destacar el hecho de que el aparato neurológico produce un primer 
<análisis> del mundo exterior. A partir de ese primer <análisis> se construirán teorías. Pero 
ya el sistema nervioso lleva a cabo una entresaca: hace una primera <interpretación> de la 
realidad. 
La recuperación del concepto de analizador en los trabajos de psicoterapia institucional 
(Torrubia, Guattari, etc.) se inspira, sin formular una referencia explícita a ello, en esta 
definición del analizador. Efectivamente, en la institución de atenciones se llama analizador 
a los sitios de habla, pero también a ciertos dispositivos que provocan la revelación de lo 
que estaba oculto. 
René Lourau escribe : <El objeto del análisis institucional en situación de intervención 
consiste en validar el concepto de analizador. Propuesta tal parece referirse de modo 
inmediato a una mira experimental. Si bien es cierto que no se trata ya de ratas ni de 
monos, no menos cierto es por ello que el aspecto experimental, o experiencial, está 
siempre presente en la intervención socioanalítica. Cuando unos alumnos sometidos a la 
pedagogía institucional le reprochan al formador el hecho de ser sus ‘conejillos de Indias’; 
cuando en un hospital psiquiátrico hay enfermos que advierten que, si los cuidadores 
aparecen como ‘capitalistas’, ellos, los enfermos, son los ‘proletarios’; cuando, tras la 
lectura de los informes de intervenciones socioanalíticas, unos católicos dicen que ellos no 
tienen nada que ver con las muestras de población de Lévi-Strauss, está claro que la 
relación de dominación que existe en la experimentación en general ha salido a luz, 
piensen lo que pensaren al respecto el pedagogo, el psiquiatra o el socioanalista>. 
En los seminarios autoadministrados, la autogestión aparece como un dispositivo artificial y 
carente de eficacia directa sobre el cambio social. La autogestión de un seminario de corta 
duración, o de una intervención socioanalítica que dure sólo unos pocos días, no es la 
autogestión de una clase o de un establecimiento escolar. En el caso del establecimiento, 
encaramos un verdadero proyecto social de transformación. 
Todas las situaciones de análisis e intervención se basan en el manejo de analizadores 
construidos y artificiales (la cura psicoanalítica, el T. Group, etc.), hechos para hacer 
emerger, como dice Freud, un material analizable. El <ceremonial de la cura analítica> es, 
en rigor, un dispositivo casi experimental que produce artificialmente una <neurosis de 
transferencias. 
Los analizadores históricos <naturales>, no <artificiales>- huelga, crisis sociales, 
revoluciones- son una fuente casi experimental de conocimientos. Definen el <laboratorio 
social>; para las ciencias sociales son el equivalente del laboratorio. 
El cientificismo es, en sentido estricto, la reproducción del laboratorio en el campo de las 
ciencias sociales y psicológicas. No es lo que proponemos con la teoría de los 
analizadores naturales y artificiales. En este caso se trata de equivalencia y no de 
reproducción ni imitación. El concepto de analizador es, por el contrario, el único medio de 
superar la oposición y el antagonismo de hecho que existen, hoy por hoy, entre las 
ciencias humanas experimentales y las ciencias humanas clínicas.” 
 
 
Lapassade, G. Ob. Cit. Pág. 102 a 104.
 
“La teoría de los analizadores sociales concierne también a la intervención-consulta. 
Hemos mostrado, en efecto, que una técnica central es la institución de los analizadores 
construidos. Que funcionan como provocadores de habla social y <simuladores> de la 
institución analizada. 
Además, el análisis así construido apunta a descubrir analizadores institucionales ya no 
construidos, sino <naturales>, o, mejor aún, sociales. 
Vemos, pues, que la teoría de los analizadores <naturales>, o, por el contrario, 
<construidos>, es capaz de unificar el conjunto teórico de la investigación activa que va del 
análisis <consultante> al análisis <militante>, para retomar una oposición que en la 
práctica está aún lejos de haber sido superada... 
A partir de allí se podría adelantar una definición del análisis institucional, con la 
proposición de que apunta al esclarecimiento, dentro de los grupos y formas sociales, del 
inconsciente político a partir de los analizadores institucionales. Debido a ello, el análisis 
institucional es a la vez el análisis de las instituciones sociales y de los analizadores 
sociales que las revelan. 
Propondremos, luego, la siguiente definición del analizador: El analizador es una máquina 
de descomponer, ya natural, ya construida con fines de experimentación o con fines de 
intervención.” 
 
 Lapassade,G. Ob.Cit pág. 128 y 129. 
 
“El analizador es un concepto básico del Análisis Institucional, y su validación es la 
validación misma del método. Hablar del analizador es hablar del principio mismo del 
análisis, que en esta corriente de pensamiento tiene significados distintos al significado 
común, significados que ponen en juego el proyecto mismo del Análisis Institucional. 
A grandes rasgos, podemos decir que el analizador es toda aquella persona, situación, 
acción, que deconstruye lo instituido de la institución. Y en esta definición encontramos ya 
una serie de elementos interesantes. 
El primer elemento en el que podríamos situar la atención es precisamente el que nos 
señala que lo que realiza el análisis es el analizador. Más allá de las teorías o 
conceptualizaciones, el análisis es aquí entendido como el efecto analizador, el análisis es 
una acción de desconstrucción que tiene efectos mediatos e inmediatos, en función de las 
relaciones de poder, de autoridad, del saber de los participantes de toda la estructura 
oculta de la institución, revelada de manera más o menos virulenta por los analizadores. 
Así, el proyecto de Análisis Institucional revela dos cuestiones: una concepción del análisis 
que critica la concepción tradicional, en donde, a través del saber de los especialistas, es 
posible develar dimensiones no percibidas por el sentido común de los participantes...; la 
segunda cuestión es precisamente la colectivización del análisis, puesto que la 
significación y el efecto de los analizadores no puede existir sino en relación a las 
diferentes posiciones y jerarquías presentes en el grupo cliente. 
De esta manera, el concepto de analizador es un concepto que tiene que ver más con una 
acción específica, una acción de denuncia de develar las situaciones que conforman el no- 
saber de los miembros respecto de la institución a la que pertenecen. 
La acción del analizador se opone a las fuerzas institucionales, que pueden tener origen en 
diferentes momentos de la institución, que pugnan por mantener un secreto, un no-saber, 
incluso de ellas mismas, que constituye la base del funcionamiento y la funcionalidad 
institucional. El análisis deja de ser un mero ejercicio intelectual, con posibles aplicaciones 
prácticas, y se constituye como un trabajo, una acción de desconstrucción en la acción de 
lo instituido, de las formas de funcionamiento ya establecidas y naturalizadas, ya 
integradas en la institución. 
Podemos reconocer tres tipos fundamentales de analizadores: 
El analizador construido, dispositivos de intervención diversos que tienden a poner de 
manifiesto, durante su operación, dimensiones y elementos diversos que normalmente se 
constituyen como un no-saber colectivo sobre la institución. Así, por ejemplo, el dispositivo 
socioanalítico intentaría constituir una crisis en frío de lo instituido, de lo ya establecido, 
para desmontar su funcionamiento y estructuración. Otro ejemplo sería la autogestión del 
pago del staff analítico, que intenta poner de manifiesto la base material de la institución. 
El analizador natural, que al interiorde los dispositivos de intervención construidos irrumpe 
generando consigo un saber sobre los fundamentos mismos de la institución. La irrupción 
de lo inesperado, la manifestación de todos aquellos elementos que se encontraban 
ocultos y cuya invisibilidad sostenía una forma de funcionamiento, se constituyen como 
analizadores naturales. Estos son los más virulentos, revelando todas aquellas alianzas y 
relaciones que mantienen una forma específica de implicación del grupo cliente y del staff 
analítico con la institución. 
El analizador histórico, situaciones de explosión social- revoluciones movimientos sociales 
más o menos generalizados- que tienden a un Análisis Institucional generalizado al 
conjunto de la sociedad (...las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, los movimientos 
del 68, etcétera). 
Así por ejemplo, los encuadres de cualquier tipo de dinámica de grupo en instituciones 
educativas son analizadores construidos tendientes a poner de manifiesto las redes de 
comunicación, las ansiedades predominantes en el grupo, los emergentes, los portavoces, 
las latencias, la estructura grupal, etcétera. Sin embargo, el momento de la calificación se 
constituye como un analizador de aquello que el encuadre no contemplaba: su inserción en 
la institución, cómo la calificación signaba ya, desde un principio, un sistema de 
competencia que se oponía directamente a las relaciones de cooperación instauradas 
desde el análisis de grupo. 
No podemos confundir el concepto de emergente con el de analizador. Las referencias 
teóricas y de proyecto son enormes. Mientras que el primero nos remite a la emergencia 
de las estructuras latentes de un grupo, el segundo nos remite a la transversalidad 
institucional del grupo. El emergente tiene que ver con las estructuras imaginarias del 
grupo, y el analizador es fundamentalmente un concepto político, que devela las relaciones 
de poder al interior del mismo, o entre el grupo y su medio institucional. Esto no obsta para 
que un emergente se pueda constituir en analizador, lo cual sucede en momentos límite, 
en los momentos agonísticos del propio grupo: por ejemplo, su disolución. 
En 1971, Lapassade elucidaba la relación entre el analizador y el analista. Esta relación, 
que aparentemente se constituye como función del análisis, no resulta tan simple. 
Partiendo de diferentes experiencias históricas que constituyeron la base del dispositivo 
socioanalítico, Lapassade se da cuenta de que el analista, capaz en un momento de 
proponer un analizador construido, obtura, obstaculiza la acción de los analizadores que 
surgen en la situación. El analista, que en un momento dado puede funcionar como 
analizador, se opone a su misma acción. 
Así, se constituye una oposición: analizador-analista. Los efectos y las significaciones de la 
acción de los analizadores son múltiples y se efectúan en muy diversas dimensiones de lo 
real. 
Sin embargo, es desde el saber del analista (saber sobre el inconsciente, sobre el grupo, 
sobre las instituciones, sobre la sociedad) donde estas múltiples significaciones quedan 
reducidas al significado privilegiado desde el saber del analista. El análisis de la 
implicación sociológica del analista se constituye, así, como condición necesaria para que 
exista un Análisis Institucional.” 
 
M.Brito, Ob. Cit. pág. 143 a 145 
 
Segmentaridad. 
“La unidad positiva de todo agrupamiento social se apoya en un consenso o en una regla 
exterior al grupo, o en ambos a la vez. El consenso puede ser el del sentido común, el de 
la solidaridad <mecánica> u <orgánica>, el de la creencia común, etc. El reglamento puede 
estar más o menos interiorizado o ser vivido como coerción pura, según se trate de un 
reglamento elaborado por la colectividad o aceptado por ella, o también impuesto por una 
parte de esa colectividad. En todos los casos, la unidad positiva del agrupamiento, lo que 
le da su carácter de formación social (es decir: le confiere una forma, determinaciones 
morfológicas observables), funciona a la manera de la ideología. Desde ese punto de vista, 
todo agrupamiento es una comunidad con intereses convergentes. Tiene algo de sagrado y 
de intocable. 
En el extremo opuesto a esta visión ideológica, la acentuación de las particularidades de 
los individuos que componen el agrupamiento produce la negación, a veces absoluta, de la 
idea misma de comunidad. La unidad positiva del grupo, de la organización, de la 
colectividad étnica o política, es destruida por el peso de la negatividad cuando esta última 
toma la forma del individualismo o del nihilismo; cuando se consideran irreductibles los 
intereses o las características individuales. 
Es posible considerar un sobrepasamiento de la primera concepción, que sea, a la vez, 
una negación de la primera negación. Se considera entonces que la existencia de los 
agrupamientos es innegable, pero que estos poseen una unidad negativa. Más allá de la 
unidad abstracta de la ideología universalista, y más allá de la extrema división basada en 
las particularidades individuales, se advierte que la unidad de los agrupamientos 
observables es pluralista y heterogénea. Los individuos yuxtapuestos no constituyen un 
agrupamiento: lo que da su unidad a la formación, y su forma al agrupamiento es la acción 
recíproca, y a menudo oculta de una multitud de grupos fragmentarios en el interior del 
agrupamiento. Los individuos no deciden en abstracto vivir o trabajar juntos, pero sus 
sistemas de pertenencia y sus referencias a numerosos agrupamientos actúan de tal 
modo, que pueden constituirse nuevos agrupamientos, agregándose así a los sistemas de 
pertenencia y de referencia ya-ahí que al mismo tiempo niegan en diversos grados, puesto 
que los sistemas de pertenencia y de referencia anteriores entrañan, en general, 
oposiciones y criterios exclusivos, los cuales, sin embargo son obligados a fundirse en la 
multitud de diferencias. Este carácter singular de los agrupamientos detectado por la 
intervención socioanalítica, toma el nombre de segmentaridad. 
Notemos que la pluralidad de grupos reales más o menos visibles, reconocidos y 
declarados, que componen un determinado agrupamiento, no se confunde con la 
pluralidad de los <subgrupos> que la psicosociología desentraña en el aquí y ahora del 
análisis. Sin embargo, estos <subgrupos> contingentes no carecen de vínculos con los 
grupos de pertenencia y de referencia que existen en el agrupamiento (o fuera de él, 
funcionando así como grupos de no pertenencia, o como grupos de referencia exterior). 
Por ejemplo, un subgrupo de <jóvenes> se refiere a una clase de edad que en la sociedad 
global es percibida menos como una pertenencia universal y natural que a la manera de un 
grupo segmentario que establece relaciones de dependencia y relaciones agonísticas con 
el grupo de los <viejos>. 
 
Transversalidad - Grupo Objeto y Sujeto. 
“La ideología grupista (en los pequeños grupos) o comunitaria (en las grandes formaciones 
sociales como el partido, la Iglesia, la nación, etc.) tiende a construir la imagen ideal del 
grupo monosegmentario, de la coherencia absoluta, producida por una pertenencia única y 
omnipotente, que relega al segundo plano todas las demás. El «grupo» - cualquiera que 
sea su volumen y su historia- se contempla narcisísticamente en el espejo de la unidad 
positiva, excluyendo a los desviantes, aterrorizando a aquellos de sus miembros que 
abrigan tendencias centrífugas, condenando y a veces combatiendo a los individuos y 
grupos que evolucionan en sus fronteras. Este tipo de agrupamiento que rechaza toda 
exterioridad es un primer caso de grupo-objeto. 
Un segundo caso de grupo-objeto está constituido, a la inversa, por los agrupamientos que 
no se reconocen a sí mismos ninguna existencia efectiva, fuera de la que les confieren 
instituciones o agrupamientos exteriores a los que se asigna la misión de producir las 
normas indispensablespara el grupo-objeto, y de controlar y sancionar el respeto o la falta 
de respeto hacia esas normas exteriores. Si el primer caso de grupo-objeto es el de la 
banda o la secta, el segundo es el de agrupamientos definidos por el lugar que ocupan en 
la división del trabajo y, por consiguiente, en las jerarquías de poder. La estrategia de la 
secta o de la banda consiste en someter al adversario, o simplemente al vecino; la de un 
grupo totalmente dependiente consiste en «someterse» ante las instancias superiores (o lo 
que las reemplaza), y en compensar este sometimiento mediante una racionalización de la 
polisegmentaridad absoluta, es decir, del individualismo. Mientras que la secta mantiene 
constantemente abierta la herida de su ruptura institucional con respecto a la sociedad, y la 
banda no ve en la sociedad más que un riesgo de desbandada, el personal de un 
establecimiento de enseñanza o de una pequeña empresa ocupa todo su tiempo en 
desbandarse y en conjurar cualquier amenaza de separación entre él mismo y la imagen 
de la autoridad instituida. 
En los dos casos de grupo-objeto que se acaba de evocar hay negación de la 
transversalidad constitutiva de todo, agrupamiento humano. Se puede entonces definir la 
transversalidad como el fundamento de la acción instituyente de los agrupamientos, en la 
medida en que toda acción colectiva exige un enfoque dialéctico de la autonomía del 
agrupamiento y de los límites objetivos de esa autonomía. La transversalidad reside en el 
saber y en el no saber del agrupamiento acerca de su polisegmentaridad. Es la condición 
indispensable para pasar del grupo-objeto al grupo-sujeto.” 
 
Lourau, R. Ob.cit Cap. VII. Pág. 264 a 267 
 
“Los grupos objeto son aquellos que caen en cualquiera de estas dos autonomizaciones: el 
grupo fuertemente burocratizado, que no se reconoce sino en función de la jerarquía que 
aparentemente los funda; o la pequeña secta o banda, que no puede reconocer sus 
atravesamientos verticales, en función de una horizontalidad de sus relaciones que se 
constituye como ley. 
Guattari dice que el pasaje al grupo sujeto se da en la elaboración de estas dos formas de 
alienación. La elaboración de la verticalidad y la horizontalidad del grupo lo remite a su 
estar en el mundo, a su situación y, en última instancia, al sin sentido, en ese proceso de 
totalización y desmoralización que constituye a toda forma colectiva. Esta elucidación de la 
relación entre verticalidad y horizontalidad que atraviesa al grupo es su coeficiente de 
transversalidad. 
La elucidación de la transversalidad del grupo es un objeto fundamental en la intervención 
socioanalítica. Desconstrucción de las relaciones marcadas por el signo de la verticalidad 
pura o la pura horizontalidad, y la elaboración de las relaciones transversales, 
inconscientes, ignoradas o des-conocidas, que revelan el análisis de la encomienda y de la 
demanda, el análisis de la implicación de cada participante y del socioanalista, la alteración 
de lo instituido por efecto de la autogestión de la base material, sin olvidar la acción 
subterránea o espectacular de los analizadores. 
Sin embargo, entre la concepción de Guattari sobre la transversalidad y la concepción 
socioanalítica hay un salto, que se refiere a la referencia teórica, al nivel conceptual del 
análisis. Porque la verticalidad en Guattari nos refiere a verticalidades inmediatas, que sólo 
en un segundo análisis se ligan con el conjunto de las instituciones sociales. En el 
Socioanálisis, esta verticalidad totalizadora es inmediata, en la multiplicidad de 
instituciones sociales que atraviesan segmentariamente al grupo cliente. Guattari tiene 
enfrente un grupo en proceso, con cierta historia, buscando, quizás sin mucho desearlo, 
porque lo teme, su lugar en el mundo, cuestionando su propia actividad cotidiana. El 
Socioanálisis tiene enfrente un colectivo que presenta, en su propia constitución. Los 
atravesamientos del sistema social completo, que constituyen, de inicio, su propio objeto 
de elucidación. No hay más proyecto fuera de esto. 
Esto tiene repercusiones a nivel de la concepción de la institución. Tratando de elucidar 
este coeficiente de transversalidad, nos damos cuenta de que no es analizable desde esa 
concepción en la cual el establecimiento es sinónimo de institución... a partir de la 
elucidación de la transversalidad, la institución aparece como una práctica social, como un 
proceso dinámico que está constituido por diversos momentos. La institución es una forma 
en que aparece la praxis humana. 
El problema de la transversalidad hace aparecer al grupo, entonces, como un grupo 
abierto, permanentemente atravesado por fuerzas cuyo origen es muchas veces 
desconocido, articulado por el no-saber de estos mismos atravesamientos. De aquí la 
crítica socioanalítica a los diversos métodos grupales que, en su mayoría desconocen esta 
dimensión. Aparece un grupo determinado por y desde lo social, pero que al mismo tiempo 
es capaz de dar formas específicas y de curvar, desde su propio proyecto, dichas 
determinaciones. El interjuego entre el adentro y el afuera grupal resulta cada vez más 
difícil de determinar: no se saben exactamente las fronteras de dicho grupo. En la 
elucidación de la transversalidad no buscamos un “equilibrio” entre la verticalidad y la 
horizontalidad, que sería el de la ausencia de la Historia, sino una confrontación, un 
conflicto, una contradicción por resolver o resuelta a nuestro pesar en la acción, primer y 
último analizador.” 
 
M. Brito. Ob. Cit Pág.141 a 143 
 
La Implicación. 
“La implicación es un nudo de relaciones. No es ni “buena” (uso voluntarista), ni “mala” 
(uso jurídico-policial). La sobreimplicación, ella, es la ideología normativa del sobretrabajo, 
de la necesidad de “implicarse”. 
Lo que para la ética, para la investigación, para la ética de la investigación, es útil o 
necesario, no es la implicación, siempre presente, sino el análisis de la implicación ya 
presente en nuestras adhesiones y no adhesiones, nuestras referencias y no referencias, 
nuestras participaciones y no participaciones, nuestras sobremotivaciones y 
desmotivaciones, nuestras investiduras y no investiduras libidinales... 
Un ciudadano que participa de cerca o de lejos en quince asociaciones y vota 
regularmente, no está más “implicado” ni “se implica” más que aquel que sólo forma parte 
de dos asociaciones y no va jamás a depositar su boleta en las urnas. Es más participativo, 
está más comprometido. Las implicaciones del no participacionista no son menos fuertes 
que las del participacionista. Ambas deben ser analizadas. El ausentismo y el 
abstencionismo no son formas de no-implicación. Son actos, comportamientos, tomas de 
posesión éticas, políticas. La deserción, la defección, son tan significativas (como lo ha 
señalado Hirschmann) como la toma de palabra participativa, incluida la contestación 
participativa o la participación contestataria. Si la participación, el compromiso en ciertos 
sectores de la vida oficial (y no necesariamente en todos) pueden simbolizar una adhesión, 
o una integración, o una identificación, a la inversa la deserción, la defección, pueden 
simbolizar una desafectación que es una fuerza altamente instituyente.” 
 
Lourau, R. “Implicación y Sobreimplicación”. Traducción de. María J. Acevedo. 1987-1990. Pag.5-6. 
 
“La implicación quiere poner fin a las ilusiones e imposturas de la <neutralidad> analítica, 
heredadas del psicoanálisis y, más generalmente, de un cientificismo superado, que olvida 
que ya para el <nuevo espíritu científico> el observador se halla cogido en el campo de la 
observación, y que su intervención modifica el objeto de estudio, lo transforma. El analista 
es siempre, por el mero hecho de su presencia y aun cuando lo olvide, un elemento del 
campo.” 
 Lapassade, G. Ob. Cit Pág. 107. 
 
“El modelo de intervención socioanalítico pone en cuestiónel saber y el no saber del 
especialista en la situación misma de la intervención. Si bien no es primera vez en la 
historia de las ciencias sociales que este cuestionamiento aparece, lo que sí es cierto es 
que la corriente socioanalítica del Análisis Institucional es la que más ha profundizado esta 
perspectiva. 
El problema de la implicación podríamos situarlo desde diversas perspectivas, pero para 
entenderlo podríamos partir del mismo Hegel, que decía que en ciencia, el concepto debe 
representar no sólo al objeto, sino también al sujeto, así como la relación que los vincula. 
Por su parte, Sartre ponía de manifiesto que no se puede estar fuera de un grupo, fuera de 
un conjunto, sin estar dentro de otro. En relación con este sistema sujeto-objeto desde el 
cual se producen los conocimientos, este mismo autor, evocando a Leiris, decía que el 
sociólogo y su objeto forman un conjunto, una pareja en la que la cada uno debe ser 
interpretado por el otro, y cuya relación debe ser entendida como un momento de la 
historia. 
Como podemos observar, el cuestionamiento de la relación desde la que se produce el 
conocimiento, el análisis de las situaciones concretas, es lo que puede determinar los 
límites históricos de dicho conocimiento. El análisis de la implicación es lo que nos permite 
relativizar históricamente nuestras “verdades”, abriendo, en el terreno mismo, la posibilidad 
 de reflexión sobre nuestro propio entendimiento. 
Este cuestionamiento apareció, por primera vez en el movimiento institucionalista, en el 
período psicoanalítico de la Psicoterapia institucional. Ante la problemática transferencial 
de los pacientes, los terapeutas se vieron obligados a explorar y ampliar el concepto 
psicoanalítico de la contratransferencia. En este sentido, la contratransferencia institucional 
aparecía como un concepto que no podía restringirse a la respuesta del médico ante la 
posición transferencial del paciente. La respuesta del médico era una respuesta a la 
posición del paciente, a su lugar en el hospital, a su posición en la jerarquía, a la ideología 
hospitalaria. La contratransferencia institucional permite pensar la respuesta del terapeuta 
como una totalización que involucra toda su existencia. Esto mismo permitió a Pontalis 
analizar cómo el médico, más que establecer un contrato con el paciente, pasa contrato 
con la comunidad, no sólo del hospital, sino en la cual éste se inserta, comunidad 
geográfica y comunidad cultural. 
Podemos observar, con esto, que los referentes teóricos del concepto de 
contratransferencia dejen de estar centrados en el psicoanálisis, y empiezan a ampliarse 
hacia la Sociología. Desde las experiencias de la Pedagogía Institucional al Socioanálisis, 
el concepto de contratransferencia institucional se amplió, y se prefirió, en este sentido, la 
denominación de implicación. Implicación, así, contiene y rebasa los límites el concepto de 
contratransferencia institucional.” 
M. Brito. Ob. Cit Pág. 133-134 
 
“La sistematización del concepto de implicación trajo consigo la necesidad de volverlo más 
operativo, un poco más esquemático para las situaciones de intervención. Así, en 1983, 
Lourau propone un modelo de análisis de las implicaciones, de la siguiente manera: 
Implicaciones Primarias: 
Implicaciones del investigador-practicante en su objeto de investigación/intervención; 
Implicación en la institución de investigación u otra institución de pertenencia, y en primera 
instancia en el equipo de investigación/intervención; 
Implicación en el mandato o encomienda social y en las demandas sociales. 
Implicaciones Secundarias: 
Implicaciones sociales, históricas, de los modelos utilizados (implicaciones 
epistemológicas); 
Implicaciones en la escritura o en cualquier otro medio utilizado para la exposición de la 
investigación.” 
M. Brito. Ob. Cit. Pág. 135-136
 
Autogestión. 
“La autogestión de la sesión. El problema de la autogestión atraviesa de inicio a fin la 
historia del Análisis Institucional. Recordamos que en el segundo momento de la 
Psicoterapia Institucional, el momento de la socialización mediante la psicoterapia de 
grupo, el elemento propiamente terapéutico podría entenderse como una autogestión en 
ciernes del hospital. De la misma manera, la escisión en la Pedagogía Institucional estuvo 
fuertemente marcada por las experimentaciones de carácter autogestivo. 
Desde su creación, el Análisis Institucional estuvo en contacto con corrientes y momentos 
históricos en los cuales la autogestión jugó un papel protagónico. Las experiencias en 
Argelia y Yugoslavia de autogestión generalizada, aunque en cierta medida controlada por 
aparatos de Estado que finalmente traicionarían el proceso, constituían referencias 
importantes para sacar la reflexión sociopolítica de los pantanos creados por el stalinismo 
desde el final de la guerra. Se empiezan a rescatar las experiencias agónicas de la guerra 
en España, con la importancia de la organización anarquista del Frente Popular. De esta 
manera, muchas fuerzas sociales al interior de Francia ponen atención a una discusión que 
cuestiona de fondo las alternativas de organización social y política. 
En el origen del Análisis Institucional, se encuentra precisamente una demanda de 
formación a la dinámica de grupos, pero una demanda que había sido vehiculizada por un 
sindicato estudiantil (la UNEF, Unión Nationale d’Etudiants de France). Es así que la 
autogestión, siendo un concepto cuya referencia es fundamentalmente política, se integra 
en el mismo origen de la constitución de un Corpus de nociones que constituirían al 
Análisis Institucional. En este sentido, en un primer momento, la autogestión sirvió para 
analizar lo que estaba ya allí, ya instituido por el curso en dinámica de grupos. Roles de 
animador de la sesión y de participante, los tiempos, los espacios, los calendarios, todo 
esto constituía una serie de normas que, justificadas técnicamente, determinaba ya desde 
un inicio el desarrollo de todo el proceso grupal, y normas que se consideraba natural que 
quedaran en manos del coordinador o animador de la sesión o del curso, normas sin las 
cuales era imposible trabajar. 
El proyecto atacó de inicio esa situación. Con los estudiantes de la UNEF, en este caso el 
cliente, fue posible organizar conjuntamente el curso, una especie de cogestión, que 
permitía mostrar las posibilidades de trabajo. Si era posible trabajar sin que el coordinador 
o animador fijara desde su propia voluntad las condiciones del curso. En el origen de la 
Pedagogía Institucional al estilo del GPI (Grupo de Pedagogía Institucional) se encuentra 
precisamente esta discusión. 
En el momento de la creación del Socioanálisis como método de intervención, el problema 
de la autogestión se generaliza. 
Recordemos también que este momento es muy especial en la historia francesa. La 
primera intervención socioanalítica se realiza a finales del año 1967, cuando ya empiezan 
a manifestarse algunos elementos de la efervescencia que tendría lugar el siguiente mayo. 
El movimiento de mayo de 1968 estuvo fuertemente marcado por ideologías de carácter 
anarquista y libertario, en las cuales la autogestión tiene un lugar central. Decíamos que en 
las primeras intervenciones socioanalítica el problema de la autogestión se generaliza. Si 
en el Análisis Institucional anterior se había visto que el acting-out se constituía 
propiamente en un analizador y, consecuentemente se encontraba en el campo de análisis 
y de intervención, a partir de 1967 será el conjunto del grupo cliente el que gestione el 
proceso de la intervención socioanalítica Se rompe completamente la condición de setting 
o encuadre que se había heredado de la psicosociología. La Asamblea General se da sus 
tiempos, sus espacios, sus contradicciones que la atraviesan y que estallan de una manera 
más o menos violenta 
En cierto momento, la autogestión de la sesión comenzóa cuestionar también el pago al 
staff analítico. Existe también una autogestión del pago, que se constituirá en el analizador 
privilegiado de la base material oculta de la institución. 
Como podemos observar, la autogestión se constituye como un disparador de una serie de 
procesos al interior del grupo cliente y, en general, de todos los participantes en la 
intervención socioanalítica. Sin embargo, en los procesos sociales la suerte de la 
problemática autogestiva corrió por distintos caminos. Los planteamientos autogestivos, 
que de alguna manera eran bandera de grupos sociales bastante radicales, que habían 
tenido experiencias de este tipo en sus propias organizaciones, fueron pronto absorbidos 
por el Estado. Se constituyen así, “autosugestiones dirigidas” o lo que Lourau denominó “la 
autogestión de los gerentes”. Lapassade analiza con una claridad sorprendente cómo, en 
el movimiento universitario y juvenil de 1968, la cogestión en instancias colegiadas fue el 
arma más eficaz del Estado contra el fantasma de la autogestión. 
En lo que respecta la intervención socioanalítica, la autogestión es una especie de mito 
movilizador, la escenificación de una fuerza que trabaja a favor de una des- 
institucionalización necesaria para el proceso de Análisis Institucional.” 
Brito, M. Ob.Cit pág. 137 a 139. 
III. LA INTERVENCION SOCIOANALITICA. 
 
 
“El análisis institucional en situación de intervención es el socioanálisis. 
Hay intervención socioanalítica cuando se reúnen las operaciones siguientes: 
El análisis de la demanda, que comprende el encargo oficial del staff-cliente (dirigentes de 
la organización) su demanda implícita desviada con relación al encargo, u oculta tras el 
encargo, y la demanda del grupo-cliente compuesto de los miembros y usuarios de la 
organización. El conjunto del staff-cliente y de los grupos que componen el grupo-cliente es 
el colectivo sobre el que incide la intervención. Es el campo de intervención, a condición de 
que se le sumen las determinaciones de lugar y de tiempo de la sesión o las sesiones 
socioanalíticas. 
La autogestión de la intervención por el colectivo-cliente: horarios, numero de sesiones, 
ligazón entre las sesiones de análisis y las demás actividades cotidianas, orden del día, 
programa, distribución en eventuales subgrupos de análisis, demandas especiales al staff- 
analítico (grupo de socionalistas), modalidades de pago del staff-analítico. Se analizan los 
obstáculos a la autogestion de la sesión, sus límites evidentes o no, y se revelan 
determinaciones institucionales ocultas. 
La regla de «decirlo todo» o de libre expresión. Se trata de reconstruir en las sesiones lo 
no dicho «institucional», los rumores, los secretos de la organización, las filiaciones 
sociales. No faltan los obstáculos, las imposibilidades para que se lleve a cabo esta 
reconstrucción completa; se los analiza en cuanto reveladores de la estructura institucional 
y del no-saber que gobierna las organizaciones. 
La elucidación de la transversalidad de las filiaciones positivas y negativas, de las 
adscripciones positivas o negativas a los numerosos grupos, categorías ideologías y otras 
particularidades que vienen a negar la pertenencia común a la organización. Las 
particularidades de filiación y de adscripción atraviesan la organización, pues el sistema 
social global, la estructura de la sociedad dividida en clases, se refractan en la unidad 
microsocial de la organización. Si la institución es lo que reproduce las relaciones sociales 
dominantes en el seno de una organización o de una colectividad, el análisis de la 
transversalidad no puede sino chocar con resistencias, reveladoras de las relaciones que 
los actores mantienen con las instituciones de su transferencia institucional. 
La elaboración de la contratransferencia institucional, o análisis de las respuestas que el 
staff analítico (o el socioanalista, si trabaja solo) dan a la transferencia institucional del 
cliente colectivo. Al sociólogo, psicosociólogo, socioanalista, les cuesta reconocer sus 
intereses personales en el objeto estudiado (intereses afectivos, ideológicos, políticos). Las 
resistencias a este reconocimiento forman parte del objeto de conocimiento: entran en el 
campo de análisis. 
La construcción o elucidación de los analizadores. Se entiende por analizador aquellos 
elementos que, debido a las contradicciones de diverso tipo que introducen en la lógica de 
la organización, expresan las determinaciones de la situación. Por ejemplo, un subgrupo 
desviado merced a su presencia o por su razonamiento, o su acción, incita a otros 
miembros o subgrupos del colectivo a expresarse (o a ocultar algunas cosas), a ejercer 
presiones, verbigracia una represión reveladora de las relaciones de poder real. Se trata 
aquí de analizadores «naturales». Por el contrario, los ejemplos de operaciones 
reveladoras de la estructura institucional que se han mencionado en los parágrafos 
precedentes constituyen analizadores construidos en beneficio del dispositivo 
socioanalítico de intervención, que es el analizador experimental de base.” 
Lapassade, G - Loaran, R. “Claves de la Sociología”. Claves de la Sociología. Barcelona, Editorial Laia, 
1973. Pág. 231 a 233. 
 
El dispositivo de intervención. 
“Durante algunos años, es dispositivo de intervención (encuadre) del Socioanálisis fue muy 
similar al de las intervenciones grupales. No obstante, muy pronto las fronteras del grupo 
estallaron por la introducción de la dimensión institución del análisis. Así, por ejemplo, 
respecto de los participantes en el grupo hubieron transformaciones importantes. Mientras 
en las diferentes formas de análisis grupal existe un período de inscripción de personas en 
el grupo, las cuales, después de ciertas deserciones, constituirán una constante del grupo, 
en el Socioanálisis las cosas suceden de manera distinta. Pueden participar en la 
experiencia socioanalítica todos aquellos que de cerca o de lejos, tengan que ver con la 
encomienda o encargo de intervención. Así, tendremos un número siempre fluctuante de 
participantes y una circulación bastante fuerte de los mismos. Aparece entonces un grupo 
abierto permanentemente, que no cierra su entrada a aquellos que estén interesados o 
sean requeridos para la intervención. En la medida en que la participación tiende a 
generalizarse al conjunto del establecimiento donde se efectúa la intervención, el grupo 
tiende a constituirse más como una forma de Asamblea General. 
De la misma manera, los horarios y los lugares en los cuales se realiza la intervención, 
pueden ser modificados, incluso pueden verse destruidas las formas psicosociológicas de 
intervención, por la presión del grupo cliente o por la voluntad experimental de los 
analistas. 
El Socioanálisis se estructura a partir de tres polos principales: 
el « staff » analítico, constituido por los “expertos” demandados por la intervención, 
aunque eventualmente pueda ampliarse con miembros del establecimiento donde se 
efectúa el socioanálisis; 
el « staff » cliente, es decir, la persona o personas que son portadoras del encargo de 
intervención, quienes realizan directamente la demanda a los analistas; 
y el grupo cliente, el conjunto de personas que participan en la intervención. 
Podríamos decir que la base del dispositivo socioanalítico consiste en trastornar, 
descomponer el recorte espacio-temporal de los intercambios y del trabajo instituidos, la 
desestructuración provisoria del organigrama, la des-institucionalización más o menos 
profunda, de acuerdo con las posibilidades del establecimiento y del grupo-cliente. 
Existen algunas técnicas que van en ese sentido de des-institucionalización: 
La socialización del proceso de contratación de la intervención, es decir, de la forma en 
que se efectuó la encomienda (encargo) y su respuesta, lo cual permite elaborar 
colectivamente una relación que podría leerse como

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