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PRÓLOGO Una monografía que introduce un nuevo enfoque en el conocimiento y tera- pia psicológica de la depresión justifica, en cierta medida, una explicación de su desarrollo histórico. Este trabajo es el resultado de muchos años de investigación y práctica clíni- ca. De alguna manera, constituye el producto final de la estrecha colaboración entre numerosas personas: clínicos, investigadores y pacientes. Además de la contribución específica de todos ellos, la terapia cognitiva refleja probablemen- te una serie de cambios graduales que se han venido dando en las ciencias de la conducta desde hace varios años, pero que sólo recientemente ha surgido co- mo una tendencia a tener en cuenta. No es posible, por el momento, determinar hasta qué punto ha influido la llamada “revolución cognitiva en psicología” en el desarrollo de la terapia cognitiva. Para encuadrar el presente volumen en su perspectiva particular, yo remiti- ría al lector a la primera evolución del modelo cognitivo y la terapia cognitiva de la depresión y otras neurosis, recogida en mi obra Depression (La depresión), publicada en 1967. Mi siguiente trabajo, Cognitive Therapy and the Emotional Disorders (La terapia cognitiva y los trastornos emocionales), publicado en 1976, presentaba un resumen de los distintos trastornos cognitivos que se dan en cada tipo de neurosis, una descripción detallada de los principios generales de la terapia cognitiva y un perfil más comprensivo de la terapia cognitiva de la depresión. Los primeros orígenes de mis formulaciones referentes a la terapia cognitiva de la depresión no se me presentan demasiado claros en la actualidad. En lo que puedo recordar, las primeras ideas surgieron en 1956, cuando me propuse vali- dar determinados conceptos psicoanalíticos acerca de la depresión. En aquella época, yo pensaba que las formulaciones psicoanalíticas eran correctas, pero que no habían logrado una aceptación generalizada debido a una cierta “re- sistencia” por parte de los psicólogos y psiquiatras teóricos, atribuible en parte a la falta de datos empíricos que apoyasen tales formulaciones. Convencido de que podían elaborarse las técnicas adecuadas para llevar a cabo los estudios contro- lados que fuesen necesarios, inicié una serie de investigaciones encaminadas a proporcionar datos convincentes. Un segundo motivo, quizás más fuerte que el anterior, fue mi deseo de delimitar la configuración psicológica característica de la depresión con el fin de desarrollar una forma breve de psicoterapia dirigida específicamente a mitigar esta psicopatología focal. Los resultados iniciales de mis estudios empíricos parecían apoyar mi fe en los factores psicodinámicos específicos sobre la depresión, a saber, la hostilidad vuelta hacia sí mismo, expresada corno “necesidad de sufrimiento”. Sin embar- go, experimentos posteriores presentaron algunos resultados inesperados que pa- recían contradecir esta hipótesis. Tales inconsistencias me llevaron a evaluar de un modo crítico la teoría psicoanalítica de la depresión y, finalmente, toda la estructura del psicoanálisis. Los datos contradictorios apuntaban hacia la idea de que los pacientes de- presivos no tienen necesidad de sufrimiento alguno. Concretamente, las mani- pulaciones experimentales indicaron que el paciente depresivo tiende a evitar conductas que pueden generar rechazo o desaprobación, en favor de respuestas que elicitan aceptación o aprobación por parte de otros, con mayor probabili- dad que el individuo no depresivo. Esta marcada discrepancia entre los resulta- dos de laboratorio y la teoría clínica me llevó a realizar un “reajuste de emer- gencia” en mi sistema de creencias. Al mismo tiempo, me hice consciente, no sin cierto dolor, de que la promesa del psicoanálisis que yo había vivido a comienzos de la década de los 50, ya no se podía mantener a mediados y finales de la misma –¡mis compañeros de estu- dios de psicoanálisis y otros colegas comenzaban su sexto o séptimo año de psi- coanálisis sin aparente mejoría en su conducta o en sus sentimientos!–. Es más, observé que muchos de los pacientes depresivos reaccionaban negativamente a las intervenciones terapéuticas basadas en las hipótesis de la “hostilidad vuelta hacia sí mismo” y de la “necesidad de sufrimiento”. Mi reformulación total de la psicopatología de la depresión, a la vez que la de otros trastornos neuróticos, surgió de las nuevas observaciones clínicas y de los estudios experimentales y correlacionales, así como de los repetidos intentos por mi parte para intentar dar sentido a la evidencia que contradecía la teoría psicoanalítica. El resultado de que los pacientes depresivos no necesitan sufrir me animó a buscar otras explicaciones de su conducta, la cual, al menos en apariencia, parece reflejar una necesidad de sufrimiento. ¿Cómo, si no, podrían explicarse sus severas autocríticas, sus interpretaciones de experiencias agrada- bles, y lo que podría parecer la expresión última de la hostilidad dirigida hacia sí mismo, es decir, las ideas de suicidio? Volviendo a pensar en los sueños “masoquistas” que constituían la base de mi estudio original, busqué una amplia variedad de explicaciones alternativas 8 TERAPIA COGNITIVA DE LA DEPRESIÓN de los sueños persistentes o frecuentes, en los que el paciente depresivo aparecía como una persona derrotada: frustrado tras intentar alcanzar una meta impor- tante; perdiendo algo de valor; enfermo, anormal, o feo. Además, como me ha- bía centrado principalmente en las descripciones que los pacientes hacían de sí mismos y de sus experiencias, observé que adoptaban sistemáticamente una vi- sión negativa de sí mismos y sus experiencias en la vida. Este tipo de visiones –si- milares a las imágenes que aparecían en los sueños– eran, más bien, formas dis- torsionadas de interpretar la realidad. Posteriores investigaciones, incluidos el desarrollo y comprobación de nuevos instrumentos, validaron la idea de que el paciente depresivo distorsiona sistemá- ticamente sus experiencias en una dirección negativa. Encontramos que el pa- ciente depresivo tiene una visión global negativa de sí mismo, del mundo, y del futuro, que quedaba expresada dentro de un amplio rango de distorsiones cog- nitivas negativas. A medida que aumentaba la evidencia en apoyo del papel pre- ponderante de las distorsiones cognitivas, intenté minimizar la sintomatología depresiva del individuo. Con este propósito, elaboré varias técnicas para corregir las distorsiones y pa- ra ajustar a la realidad el sistema de procesamiento de la información de los pa- cientes, técnicas basadas en la aplicación de la lógica y de reglas de evidencia. Algunos estudios adicionales incrementaron nuestro conocimiento sobre có- mo evalúa el paciente depresivo su ejecución y cómo hace predicciones acerca de su ejecución futura. Estos experimentos mostraron que, bajo determinadas condiciones, una serie de éxitos graduales que llevasen a la consecución de un objetivo claro, podría tener un considerable efecto para modificar el autocon- cepto y las expectativas de carácter negativo, mitigando así la sintomatología de- presiva. Este estudio añadió un nuevo enfoque a las técnicas que yo había descrito anteriormente para corregir las distorsiones cognitivas; a saber, el uso de expe- rimentos reales para someter a prueba las creencias falsas o excesivamente ne- gativas del paciente. Esta idea de probar hipótesis en situaciones de la vida real cristalizó en el concepto general de “empirismo colaborativo”. Tratando las experiencias cotidianas del paciente como un campo de prue- bas para estudiar sus creencias acerca de sí mismo, podíamos ampliar en gran medida el proceso terapéutico: Prácticamente cualquier experiencia o interac- ción presentaba una oportunidad potencial para someter a prueba las predic- ciones e interpretaciones negativas del paciente. Así, el concepto de tareas para practicar en casa o “autoterapia ampliada”, como lo denominaríamos posterior- mente, incrementaba el efecto de las sesiones de terapia.El movimiento de la terapia de conducta contribuyó sustancialmente al de- sarrollo de la terapia cognitiva. El conductismo metodológico, con su énfasis en los objetivos específicos, al delimitar los procedimientos concretos para lograr di- PRÓLOGO 9 chos objetivos y proporcionar feedback (retroinformación), abrió nuevas dimen- siones a la terapia cognitiva (de hecho, hizo que algunos autores se refiriesen a nuestro enfoque con una nueva denominación: “terapia de conducta cogniti- va”). Gran parte de esta monografía se ha escrito en base a las conferencias sema- nales que se han venido sucediendo durante varios años en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Pennsylvania. Las conferencias consistían en la presentación de problemas concretos de los pacientes; los participantes acu- dían a su propia experiencia y colaboraban ofreciendo sugerencias. Estas fue- ron tomando cuerpo bajo la forma de manuales de tratamiento, que finalmen- te han culminado en el presente volumen. En estas conferencias, hubo tantos participantes que hicieron aportaciones valiosas a nuestro creciente cuerpo de conocimientos que sería imposible darles las gracias individualmente. Estamos muy agradecidos a todos los participantes, quienes, estoy seguro, son conscien- tes de su inapreciable ayuda. Queremos dar las gracias especialmente a los colegas que nos han proporcio- nado materiales, sugerencias y comentarios sobre los distintos manuales de tra- tamiento previos a esta monografía. Entre los más activos figuran Marika Ko- vacs, David Burns, Ira Herman y Steven Hollon. Estamos en deuda con Michael Mahoney, quien leyó el manuscrito completo y apuntó numerosas sugerencias editoriales. También nos gustaría agradecer a Stirling Moorey su diligente ayu- da en las últimas etapas de preparación del libro. La contribución de Ruth L. Greenberg, desde los comienzos harta el término de la obra, ha sido tan importante que no encontramos palabras adecuadas pa- ra expresar nuestra gratitud. Por último, los autores presentan su sincero agradecimiento a los mecanó- grafos, Lee Fleming, Marilyn Starr y Bárbara Marinelli. Nota sobre el lenguaje “sexista”: Cuando hablamos en términos generales de “el terapeuta” y “el paciente”, hemos empleado el pronombre masculino (“el”). Este uso no implica en absoluto que nos estemos refiriendo únicamente a los te- rapeutas y pacientes de sexo masculino. Hemos mantenido la utilización tradi- cional debido a la simplicidad y flexibilidad que permite. AARON T. BECK, M. D. Mayo, 1979 10 TERAPIA COGNITIVA DE LA DEPRESIÓN TERAPIA COGNITIVA DE LA DEPRESIÓN ÍNDICE PRÓLOGO