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Pedrosian - La escucha activa en la comprension critica (1) (1)

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La escucha activa en la comprensión 
crítica. 
Antr. Eduardo Alvarez Pedrosian* 
"Nadie ‘es’, si prohibe que los otros 'sean’". 
Freire, La educación como práctica de la libertad. 
"El arte de construir un problema es muy importante: 
antes de encontrar una solución, se inventa el 
problema, una posición de problema... El quid no está 
en responder las preguntas, sino en escapar, en 
escaparse de ellas". 
Deleuze y Parnet, Diálogos. 
 
 
I. 
Este ensayo pretende ser una contribución para una fundamentación ética y 
epistemológica de una actitud, de una manera de participar, la cual considero esencial en 
el trabajo de campo y en cualquier intervención en general. Metodológicamente, más que a 
un conjunto de normas a seguir, se refiere a una manera de actuar, a una disposición, que 
coloca o afina en determinada clave a la conciencia investigativa y le da el tono de su 
mirada. 
En un trabajo de campo, la necesidad de romper todo tipo de estereotipos es fundamental. 
Sean estos los de género, los de la clase, los de etnia, cualquier manifestación que localice 
de antemano tal problemática, que encasille tal fenómeno, que esconda las diferencias 
bajo mantos de lo obvio, que inhiba la apertura de la personalidad, que nos muestre tan 
solo una de sus caras, la primera de sus tantas máscaras. En los hechos se trata de una 
actitud y una actividad, la de estar lo más posible en silencio, en poder "devenir 
imperceptible", en dejar discurrir y movilizar el discurso, en fomentar que se exprese el 
otro, el sujeto o los sujetos que viven el fenómeno, lo constituyen. En la tensión entre el 
distanciamiento y la proximidad, en la tensión de la objetivación encarnada y producida en 
sujetos, cuando lo que deseamos es conocer al otro, acceder a las diferencias que hacen 
de cada cual lo que es, nuestra participación debe ser comprensiva y crítica a la vez. 
Esto quiere decir, hacer el intento siempre por mantener la tensión, hacer de la situación 
de interacción en el trabajo de campo -justamente- un campo de batalla para los 
“supuestos básicos subyacentes", de las partes. 
Mantener la tensión, no puede hacerse de otra forma que no sea retro-alimenticia. Nunca 
es en el aire, sin piso, sin contar con una “instalación" o "estar” mínimo que asegure el 
vínculo, sin un mínimo de sentido otorgado a algo que sea compartido, que traspase los 
cuerpos, sin unas tomas de “posición". 
 
II. 
Jamás se está fuera del todo, y jamás -y eso es lo deseado- se es idéntico. Más aún, lo 
más peligroso, es que se den supuestos establecidos que cohíban la apertura a la hora de 
dialogar. Pero también puede suceder que el investigador se agarre de muletillas 
conformadas por supuestos a los que apele para resguardarse de lo anterior, y de esa 
manera también se establecen cotas para que se exprese la diferencia. Se puede llegar, 
transferencialmente, a otorgarle al sujeto investigado rótulos, indicadores, modelos, rasgos 
que lo definan según concepciones sólidamente ancladas en lo ya conocido por nosotros, 
cerrando la posibilidad de efectivamente conocer lo aún no conocido, Creencias de toda 
índole, pero de las más potentes en su intensidad, tradicionalismos tanto de la doxa y el 
"sentido común", como de la propia acumulación de Ios saberes instituidos como los de las 
ciencias; ataduras que se reproducen combinadas con lo nuevo. 
Desde el punto de vista de la vigilancia epistemológica, lo que está por conocerse puede 
perderse; metodológicamente el investigador se autoimpone un límite a priori para el 
acceso en el universo subjetivo del otro. Se puede correr el riesgo de realizar alianzas 
frente a la inseguridad ante lo desconocido, y con ello se cierra definitivamente la 
posibilidad de conocer lo particular. Opera por el contrario el miedo que construye diques 
que, frente al abismo de lo diferente, estipula convenciones como plataformas ficticias de 
una solidez ingenua. Si se justifica de algo nuestra labor, si tiene algún sentido, lo 
constituye axiomáticamente la naturaleza heterogénea de lo humano, la diferencia, en sus 
diversas intensidades, hasta llegar a los fondos vacíos de la interioridad subjetiva, a la cual 
ni el propio sujeto se aventura solo sin aceptar correr riesgos; en ocasiones sólo lo puede 
hacer tan solo junto a otro sujeto. 
Una escucha activa, crítica, punzante, demandante del ejercido del extrañamiento, tiene 
que ser a la vez comprensiva, conocedora de Ios marcos que va englobando de lo tácito 
entendido no como valor invariable sino como trampolín hacia el más allá o el más acá, 
hacia la diferencia o singularidad constituyente de lo que queremos conocer. Este tipo de 
fenómenos de aperturas y clausuras, tan cotidianos para los cientistas humanos, no 
pueden ejemplificarse digamos, en la transcripción de lo hablado en una entrevista, pues 
se trata de un proceso general en el sentido de que sólo se lo comprende en el total del 
diálogo, en sus mapas de intensidades, en la modulación variable de las afecciones 
resultantes luego de finalizada la instancia concreta de interacción en el campo: marco 
variable de afecciones en el cual se tejen las emociones englobando y superando cualquier 
acto reflexivo y discursivo; un encuentro entre diferentes formas de ser. 
Lo tácito como instancias interminables que, al establecerse, se difuminan nuevamente; 
esa ha sido nuestra actitud, que conlleva la actividad de cuestionarlas si es necesario en el 
cara-a-cara. Ningún oasis puede complacer al nómade tanto como para no partir 
nuevamente. Esto permite acelerar nuestro proceso de creación de conocimiento. No se 
trata tampoco de hacer que el otro rompa todos sus modelos y quede en una especie de 
vacío, o en demostrarle su ineptitud al estilo de la mayéutica socrática o la simplificación 
ideológica. Por el contrario, se trata de que el otro, el sujeto que está frente a nosotros 
construyendo el relato de su vida por nuestra petición y volcada hacia sí mismo, en una 
experiencia autonómica, pueda experimentar la ruptura para poder controlarla, para poder 
construirse más efectivamente. Con herramientas que no están dadas de antemano y que 
no son pertenencia de nadie. 
No se trata de hacer que el otro tome conciencia de su propia condición en un sentido 
ingenuo, como lo plantearan tantas tendencias teóricas que consideraban al intelectual- 
investigador como el dueño de una verdad de otros. Se trata de un proceso de 
autonomización productor de subjetividad, es decir de deslinde, en el momento mismo del 
otorgamiento de herramientas, que debe ser llevado adelante de forma plástica. El 
enmarque metodológico de la investigación -por ejemplo- debe estar lo menos 
direccionando que sea posible, incluyendo las intervenciones verbales y gestuales de las 
entrevistas. La escucha es sustancial; aun perdiendo protagonismo, a veces callar es lo 
mejor que podemos hacer. En este sentido la psicología toda posee una larga tradición de 
indagaciones al respecto y experiencia acumulada. 
La escucha no tiene nada de pasividad, el investigador se encuentra en pleno proceso de 
complejización participativa, pues demanda del otro la misma actitud sin consuelos hacia 
él; y cuando alza la voz, sea para explicitar y confrontar, sea para cuestionar y relativizar lo 
que el sujeto de la investigación afirma, siempre busca un efecto problematizador, pero en 
la continuidad de la acción, sin cortar el devenir que sí cambia nuevamente de rumbo, en 
el proceso errante del movimiento entre las diferencias, pasando por experiencias 
compartidas, por cálidos parajes de lo tácito, pero no para quedarse en ellos. 
La ética demanda la responsabilidad de no poner en palabras del otro lo que pensamos 
nosotros, sino tratar de que brote algo entre el sujeto y él mismo; tener, -en el sentido 
nietzscheano- una relación de “amistad" con él. Al ser la situación asimétrica -por 
naturaleza contingente, como ya hemos dicho en otraparte-, la acción del investigador 
buscará siempre la posibilidad de establecer un universo de comunicación para acceder, 
un ámbito de interacción emergente: Y como el investigador es quién dispone de las 
técnicas de antemano y es quien aparece con la pretensión de indagar, para que ése algo 
emerja, se necesita de nuestra escucha y no de nuestras afirmaciones. Las afirmaciones 
le competen al otro, quien queremos que las realice desde su punto de vista, -el que 
deseamos conocer- no desde el nuestro. 
El sujeto no necesita ser consolado, el paciente no necesita ser víctima de nuestra 
condescendencia, necesita herramientas para entrar en acción, entrar en movimiento, 
tratar de superar la angustia, y por ello se cuenta con el ejercicio del distanciamiento 
contra todo tipo de esencias establecidas, de la problematización que hace de nosotros 
mismos entes maleables. Hace que nos concibamos como construcción en tránsito, y por 
tanto, que se conciban horizontes más allá y más acá de la situación objetiva que nos 
circunde, con sus limitaciones tan reales y a veces tan opresivamente envolventes. 
Cuando se cae en lugares comunes, cuando el llamado "sentido común" reina en la 
interacción, lo que se produce entre los sujetos es pura doxa, referencialidad que es 
también dato, pero el más pobre de todos los posibles, dato extraído por todo ser humano 
en el día a día cotidiano. 
La escucha para el investigador es esencial en tanto necesita percibir las perturbaciones, 
necesita constantemente calibrar emocionalmente los bordes entre él y los otros, entre los 
sujetos. Debemos estar inmersos, dentro, y a la vez tratando de salir, de salir-nos a la vez 
con el sujeto, el cual fuga hacia otros parajes, y allí todo se dispersa nuevamente. 
Sabemos que para producir esto no necesitamos de una identificación con el otro en el 
sentido de una asimilación, y debemos reconocer la existencia de grados de simpatías que 
fluyen cambiando la atmósfera. El carácter de una afección es universalizante pero 
siempre y por ello singular tan sólo la transferencia imaginada de modelos y rasgos nos 
confunde haciéndonos caer en una homogeneidad intersubjetiva. Se trata como siempre, 
ahora sí es legítimo el "siempre", de los límites, que son en sí conocimiento. Las 
semejanzas que podemos encontrar y localizar con quienes interactuemos en el trabajo de 
campo constituyen los acuerdos mínimos para asegurar una consistencia de la experiencia 
compartida. Jamás hay que forzarlas para que aparezcan, por el contrario el esfuerzo es 
para usarlas como trampolines hacia lo diferente, resortes que liberan su energía potencial 
acumulada en las certezas. Si se las trata de establecer y se vuelve a ellas, el efecto es de 
los más nocivos, se convierten en centros de atracción que succionan remitiendo a sí todo 
sentido. 
Conocimiento de las posibilidades, de los alcances, de las aspiraciones, tanto como de lo 
realizado, de lo hecho. La explicitación de las vivencias de un sujeto convertidas en 
discurso oral en la interacción, -es decir en otra vivencia como lo es un diálogo-, pero en la 
cual somos agentes “intervinientes"*, no nos acerca al otro en un plano idéntico con él. Por 
el contrario, el conocimiento así entendido es productor, es algo nuevo, inédito en el 
encuentro con lo desconocido. 
Como se ha dicho hasta el hartazgo, no se trata tan solo y nada más que de una 
traducción, de un lado hacia el otro, sino de la creación de un lenguaje nuevo en el cruce y 
la bifurcación de los heterogéneos, voz en la cual se pueda decir lo que antes no podía ser 
enunciado. En generar un ámbito productor de subjetividad y no de simple "demarcación" 
de lo real. Esa producción será genuina en tanto nuestra intervención no adopte la posición 
de poder que pueda hegemonizar el intercambio productivo. 
En la llamada “ética de la finitud” plantada por Enríquez, vienen contenidas las tres que él 
considera ya existentes, que son las de la convicción, la responsabilidad, y de la discusión. 
 
“Estas tres formas de ética me parecieron siempre muy interesantes pero demasiado 
racionales. Dejaban de lado un elemento que a mí me parece absolutamente central, es 
decir, la experiencia de los límites del ser humano que habla y actúa... cada uno de 
nosotros hace la experiencia, no solamente de conocer sus límites y su impotencia, sino 
igualmente de su mortalidad, ya que nosotros sabemos bien que es porque el hombre se 
sabe mortal que es capaz de emprender algunas cosas. Lo que quiere decir que en cada 
individuo existe la posibilidad de preguntarse sobre las heridas narcisísticas que él recibe. 
Quiere decir también que el individuo debe ser capaz de efectuar efectivamente el trabajo 
de duelo de un cierto número de ilusiones, y también de confrontarse a sus tendencias 
autodestructivas o heterodestructivas. Pero al mismo tiempo, en la ética de la finitud hay 
esa idea de un pensamiento que se crea continuamente y del placer del pensamiento. Es 
decir que hay esa idea de aceptar que sufrimiento y placer están mezclados siempre”. 
E. Enriquez. Ponencia, en 1er Encuentro Nacional de Sociología Clínica, 1996:18. 
Claro está que para que esto sea posible el investigador debe estar dispuesto a 
transformar su necesidad -temerosa- de ser valorado por el otro como igual; una necesidad 
que no se justifica, cuando sabemos que es desde la heterogeneidad que se plantea la 
búsqueda y se dan los encuentros, cuando sabemos que lo que vamos a buscar nos exige 
enfrentar gustosamente el conflicto de la diferencia. 
 
III. 
La proximidad, la distancia, los límites... No se trata de la vieja empatía weberiana sin más, 
y tampoco de la dicotomía emic-etic del materialismo idealista; se trata de un continuo 
cualitativamente diferencial, de un ámbito donde se fluya de lo propio a lo ajeno y 
viceversa. Para el antropólogo Clifford Geertz* el problema se plantea más claramente 
siguiendo al psicoanalista Heinz Kohut, quien distingue entre los conceptos de "experiencia 
próxima” y de "experiencia lejana o distante”. La primera es aquella que el sujeto puede 
emplear naturalmente y sin esfuerzo alguno para definir lo que 'es' o sus prójimos ven, 
sienten, piensan, e imaginan. La diferencia es de grado y no se caracteriza por una 
oposición dual. Malinowski ha enseñado desde los albores de la etnografía, que no hay 
que ser un 'nativo' más para conocer a uno de ellos. Lo importante es para Geertz cómo 
esos conceptos se despliegan en una interpretación para llegar a la forma en que un sujeto 
o una cultura toda vive y que no sea a su vez prisionera de sus horizontes (“etnografía de 
brujería por y para brujas”) ni se mantenga ajena a las cualidades singulares (“etnografía 
escrita por un geómetra"). Se requiere plantear una “conexión significativa", el ámbito entre 
las diferencias que emerge, hacer fluir lo próximo y lo distante, y desplegar todo un nuevo 
mundo. No se trata de situarse espiritualmente en el mismo lugar del otro; la cuestión 
consiste "en descifrar qué demonios se creen ellos que son", y nadie puede conocer mejor 
la respuesta que ellos mismos, quienes tampoco la poseen. 
Frente a la diferencia radical, frente a la inconmensurabilidad entre el investigador y el 
Investigado, entre los propios componentes subjetivos de cada uno de ellos que son en sí 
heterogéneos, frente a aquello que no se comparte ni puede compartirse, aquello que no 
es "composible", la actitud no debe ser ni de resignación contemplativa ni de negación 
narcisista del hecho, sino de producción de subjetividad, de puesta en marcha del proceso 
de generación de formas de ser humano en el cruce provocado intencionalmente en la 
tarea del trabajo de campo. Hacer fluir lo próximo y lo ajeno, también nos refiere al 
fenómeno de la "graduación de la creencia” en los términos de Vaz Ferreira, aunque quizás 
con otros alcances y buscando otros fines a los por él perseguidos,-siendoigualmente 
sustancial en el planteo la existencia de la posibilidad de establecer una diferencia radical, 
una extracción y corte en el flujo, un "punto/instante de deslinde" que se sitúa “entre” las 
partes, emergiendo de allí nuevos posicionamientos. 
La comprensión crítica se encuentra al borde del estallido y no cesa de reconstituirse junto 
a las partes y no por encima de ellas; graduar la creencia y por tanto instrumentar las 
intensidades, nos puede servir para neutralizar las diferencias y emparejarlo todo, o para, 
por el contrario, incentivar y radicalizar las diferencias con el fin de hacer visible lo singular 
siempre entramado en relaciones también singulares, constituyendo una totalidad abierta y 
parcial. 
Por eso como dice Devereux, el límite, sin ser móvil "strictu sensu", es constantemente 
nuevo: “El deslinde está en cualquier momento dado en el lugar donde se produce la 
perturbación. Si no hay perturbación, no hay deslinde. Por eso no hay deslinde, en el 
sentido que nos interesa, en un cadáver... la vida es un estado de la materia en que puede 
producirse una perturbación autoamplificada creadora de deslinde". La escucha atenta es 
creadora de deslinde, pretende hacer audible lo que el otro tiene para decirnos, sobre todo 
cuando las motivaciones para hacerlo surgen de la acción inicial de! investigador. 
La "objetivación del sujeto objetivante"** implica hacerle a él lo mismo que nos hacemos a 
nosotros mismos; lo que se presenta éticamente como una verdad a defender; el otro es 
un sujeto como el investigador, el otro se objetiviza en tanto también el sujeto investigador 
se objetivice a sí mismo frente a frente con sus miedos. 
Por tal motivo, puede plantearse la necesidad de romper lo más posible con todo aquello 
que se considera como lo establecido, lanzándose a los encuentros con un afuera del cual 
tratará de aprehender lo más posible, comprendiéndolo críticamente, criticándolo 
comprensivamente. 
 
BIBLIOGRAFIA DE REFERENCIA 
-Bourdieu, Comprender, en La miseria del mundo, Paidós. Barcelona, 1999. 
-Bourdieu y Waquant, Respuestas para una antropología reflexiva, Grijalbo, México, 1995. 
-Deleuze y Guattari, Capitalismo y esquizofrenia I (El Anti-Edipo, Paidós, Barcelona. 1998) 
y II (Mil mesetas. Pre-textos, Barcelona, 1992). 
-Devereux, De la ansiedad al método en las ciencias de! comportamiento, Siglo XXI, 
México. 1996. 
-Enriquez, Ponencia, en 1er Encuentro Nacional de Sociología Clínica, Montevideo. 1S95. 
-Freire, La educación como práctica de la libertad, Siglo XXI, Madrid, 2000. 
-Geertz, Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Paidós, 
Barcelona. 1992. 
-Gouldner, La crisis de la sociología occidental, Amorrortu, 1988. 
-Grüner, El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) 
de lo trágico. Raídos, Bs. As., 2002. 
-Kusch. El miedo de ser nosotros mismos, en Geocultura del hombre americano, García 
Cambeiro, Bs. As., 1976. 
Devereux, De la ansiedad al método en las ciencias del comportamiento. 
Bourdieu & Waquant, Respuestas para una antropología reflexiva. 
	I.
	II.
	III.
	BIBLIOGRAFIA DE REFERENCIA

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