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Kripper, A y Lutereau, L Maurice Merleau-Ponty, en Introducción a la fenomenología

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Maurice Merleau-Ponty
La fenomenología de Merleau-Ponty suele asociarse con un sujeto 
–“sujeto” en sus dos sentidos: subjetividad y tema– privilegiado: el cuerpo. 
Si bien el propio Husserl ya había dedicado indagaciones fenomenoló-
gicas al cuerpo, en especial en el segundo tomo de Ideas relativas a una 
fenomenología pura y una filosofía fenomenológica (Ideas 2) (1952) –en 
donde se distingue, por ejemplo, el cuerpo físico o cósico (Körper) del 
cuerpo propio o vivido (Leib)–,sucedió que estas reflexiones no se publi-
caron sino muchos años después del fallecimiento del fundador de la 
fenomenología, y quizá en parte debido al trabajo de difusión de dichas 
ideas que el propio Merleau-Ponty realizó en su Fenomenología de la 
percepción (1945) cuando aún estaban inéditas. Por otro lado, también 
en Ser y tiempo, de Heidegger, el cuerpo ocupa un lugar de reflexión, si 
bien notablemente minúsculo, en el concepto de facticidad. Asimismo, 
este concepto es desarrollado por Sartre, a su vez, con descripciones 
mucho más ricas que aquél, en El ser y la nada, en especial en lo rela-
tivo al papel del cuerpo en ciertos afectos, como el deseo y el amor. Sin 
embargo, ningún otro fenomenólogo le dedicó al cuerpo, sin lugar a 
dudas, un análisis tan profundo ni lo puso en un primer plano como lo 
hizo Merleau-Ponty.
Otra característica que distingue la fenomenología de Merleau-Ponty 
de las demás, es su particular utilización de las investigaciones científicas 
de la fisiología, la neurología, la psiquiatría y la psicología de su época, 
sobre todo las inspiradas en perspectivas gestálticas, pero también las pura 
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y duramente naturalistas. Esto se debe a que, a diferencia de Husserl, para 
quien la operación de la reducción, con el paso del fenómeno psicológico 
al fenómeno puro, nos abre el campo de indagación propiamente fenom-
enológico y, por ello mismo, nos cierra el recurso a todo punto de vista 
psicologista, por estar anclados en los fenómenos de la actitud natural, 
Merleau-Ponty considera que los experimentos y experiencias de aquellas 
ciencias pueden ser reinterpretadas productivamente a la luz de argumentos 
fenomenológicamente sanos. Es decir que, según él, no por fundarse 
sus experimentaciones en presupuestos errados serán menos reales sus 
resultados; en todo caso, la forma de leerlos es lo que debe corregirse, 
mas no los datos mismos. Esto es evidente para quien abre la Fenome-
nología de la percepción o alguno de los tantos que Merleau-Ponty dictó a 
lo largo de su vida. Así, con Merleau-Ponty se prosigue un rico diálogo 
entre la fenomenología y las ciencias sociales, o del espíritu, o humanas 
–es decir, entre La fenomenología y las ciencias del hombre, para retomar 
el título de uno de sus cursos–.
Aspectos generales del cuerpo en Merleau-Ponty
Al igual que Husserl, Merleau-Ponty comienza diferenciando su campo 
de estudio (uno la conciencia trascendental, el otro el cuerpo) de concep-
ciones que se equivocan en lo que hace a la naturaleza de su objeto (uno 
de la psicología naturalista, el otro el empirismo y el idealismo). Sus 
dos primeros trabajos, La estructura del comportamiento (1942) y Feno-
menología de la percepción (1945), atestiguan esto. En efecto, la recusa-
ción simultánea del empirismo, por un lado, y del idealismo, por el otro 
–en una especie de movimiento inspirado en el lema de “ni lo uno ni 
lo otro”–, se ve reflejada en el estilo argumentativo de su obra, cosa que 
llevó al Alphonse de Waelhens a caracterizarla como una “filosofía de 
la ambigüedad”.
La doble crítica a dichas perspectivas se cimenta en la atribución a éstas 
de un suelo común: ambas son doctrinas objetivantes, en la medida en 
que se ubican en una clase de mundo peculiar: el mundo de la ciencia. La 
distinción del Husserl tardío, en La crisis de las ciencias europeas y la feno-
menología trascendental (1936), entre un mundo de la vida y un mundo 
de la ciencia, es capital para comprender el movimiento de Merleau-
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Ponty. Estos mundos son dos dominios con características opuestas: el 
mundo de la ciencia es abstracto, ideal, objetivo y no intuitivo, mien-
tras que el mundo de la vida es concreto, real, subjetivo e intuitivo. En 
última instancia, el mundo de la vida es el suelo primordial en el que se 
funda todo discurso científico. Para usar un ejemplo clásico de Husserl, 
la tierra se mueve, como sabemos por la física moderna, pero de algún 
modo también es cierto que cotidianamente no experimentamos su 
movimiento, y, en este sentido, puede decirse que la tierra no se mueve. 
Este argumento no es tanto un retorno al oscurantismo (podría ser mal 
usado, desde luego), sino que, con respecto a la dimensión de la corpo-
reidad, adquiere un relieve particularmente notable.
En palabras de Merleau-Ponty, el cuerpo sería el lugar de la “fe percep-
tiva” como la base última de la cual partir y a la cual retornar. En términos 
husserlianos, el cuerpo sería el momento fundante de la experiencia en 
el cual todos los demás momentos se fundan. En términos kantianos, 
sería la condición de posibilidad, por ejemplo, de la espacialidad y la 
temporalidad. En términos heideggerianos, sería el lugar de apertura 
originaria. Y en términos hermenéuticos, sería la instancia de articula-
ción primordial del sentido. Por caso, el tiempo y el espacio “exactos” y 
“medibles” presuponen una experiencia del cuerpo; lo objetivo se apoya 
en lo pre-objetivo –situación que de por sí no constituye una objeción a 
las objetividades producidas por la ciencia, siempre y cuando esta última 
(he aquí el argumento fenomenológico) no olvide de dónde derivan–.
Por lo tanto, puede apreciarse que el cuerpo, para Merleau-Ponty, 
no es la cosa física meramente (el Körper husserliano, mencionado más 
arriba), pero tampoco alguna instancia metafísica o más allá de la sensi-
bilidad (peligro que algunos fenomenólogos, como Michel Henry, a veces 
corren), sino el Leib, el cuerpo vivenciado, el cuerpo propio que expe-
riencia el mundo inmediatamente. Mi cuerpo no es un mero objeto entre 
los demás, sino que está siempre a mi lado: no lo puedo contemplar con 
mi propio cuerpo, y si lo objetivo como cuerpo físico (por ejemplo, al 
contemplarme en una fotografía), ya no lo capto como propio experi-
mentado. Por otro lado, mi cuerpo no se relaciona con el mundo cono-
ciéndolo en un primer momento para luego actuar sobre él, sino que 
su forma primigenia de conocerlo es haciendo cosas con él y en él. Al 
mismo tiempo, el único modo de conocer mi propio cuerpo es, en defini-
tiva, vivirlo. En este sentido, el cuerpo es comportamiento, es conducta, 
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entendemos esto no en el sentido, propio de Watson, del arco reflejo, 
sino como un plexo o conjunto de significaciones sedimentadas y, simul-
táneamente, abiertas a modificaciones: significaciones prácticas.
Para comprender esto, hay que considerar la diferencia que existe, en 
fenomenología, entre una perspectiva estática y una perspectiva gené-
tica. Según Husserl, la percepción, por ejemplo, en cuanto modalidad 
intencional, puede analizarse desde una perspectiva estática, es decir, 
sincrónica, para hallar las estructuras invariantes propias del acto de 
percibir y el objeto percibido. Pero también puede analizarse desde una 
perspectiva genética, esto es, diacrónica, para encontrar el movimiento 
de constitución mutua entre los actos perceptivos y los objetos perci-
bidos. La perspectiva genética conlleva, entonces, agregar la dimensión 
de la temporalidad en el análisis. Si seguimos los planteos de Husserl 
en Ideas 2, la experiencia se va sedimentando a lo largo de la vida de la 
conciencia, y esta sedimentación constituye en su acumulación una tipi-
cidad (ciertos “tipos” usuales), del lado de los objetos, y una habitualidad 
(ciertos “hábitos” usuales), dellado del sujeto. Avizoramos con esto la 
instancia crucial de la constitución del sentido.
En el caso del cuerpo, el hábito es el resultado de la sedimentación de 
los movimientos corporales individuales que se generalizan. El cuerpo 
adquiere, en su comportamiento con los objetos en el mundo, un sustrato 
de habitualidades: un saber latente y sedimentado del mundo que le 
brinda un estilo propio en la ejecución de sus actos; al mismo tiempo, el 
sentido de los objetos reviste, por esa actividad misma, una serie de tipi-
cidades que constituyen rasgos anticipados y familiares. Es decir que los 
objetos se erigen en tipos empíricos que solicitan o sugieren al cuerpo 
propio ciertas acciones. 
Como se aprecia, hay aquí en juego dos polos: el del sujeto-cuerpo 
y el del objeto-a-la-mano, que –y esto es quizá lo fundamental para 
entender la idea del suelo originario– en virtud de su lazo de correlación 
intencional se co-constituyen en el mismo movimiento y al mismo tiempo 
en hábitos, de un lado, y en objetos típicos, de otro. Que el cuerpo y el 
mundo están hechos de la misma “tela” supone, precisamente, esa corre-
lación entre las habitualidades del cuerpo y las solicitaciones típicas de 
los objetos mundanos. Por último, el nivel de análisis en el que se sitúa 
Merleau-Ponty exige retomar la distinción husserliana entre la intencio-
nalidad de acto (propia de la conciencia, que opera con representaciones 
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explícitas realizando síntesis) y la intencionalidad operante (propia del 
cuerpo, que dialoga con el mundo en un nivel previo a la conciencia). 
La intencionalidad operante, la praxis, es la base de toda de acto repre-
sentativo, de toda teoría; más aún, podría decirse que esta última no es 
sino una modalización de la aquélla.
De la sensación al sentimiento del cuerpo
Queda claro, entonces, que para introducirnos a la fenomenología de 
Merleau-Ponty, es el cuerpo lo que debemos tratar. Seguiremos, luego de 
nuestra presentación general, el hilo mismo de las argumentaciones de 
Merleau-Ponty en Fenomenología de la percepción, con el fin de explicitar 
el progreso mismo de su fenomenología en acción
Una primera delimitación de su noción de cuerpo debe realizarse a 
partir de la revisión que realiza del concepto de sensación, ya que fácil-
mente podría confundirse el sentido de las sensaciones con lo que el natu-
ralismo suele llamar las “cualidades sensibles”. El concepto de sensación 
tiene su punto de arraigo en una concepción atomista, o bien mecanicista, 
de la estructura del cuerpo propio. De hecho, este naturalismo proviene 
de una larga tradición filosófica empirista (cuyo máximo representante 
es Hume), que pretende explicar la experiencia perceptiva, por ejemplo, 
descomponiendo los complejos objetos percibidos en elementos simplí-
simos, “átomos”, llamados sensaciones, que interactúan según leyes auto-
máticas o “mecánicas”, o sea, al modo de una máquina. De acuerdo a esta 
perspectiva, el cuerpo no sería sino una superficie de impacto que regis-
traría la acción de los otros cuerpos pasivamente, afectando el sistema 
nervioso que permite la actualización de las sensaciones que están en 
la base de nuestro contacto con el mundo. Este esquema mecanicista es 
realista en su versión menos refinada (los átomos serían identificables 
con impactos físicos individuales).
Según Merleau-Ponty, en cambio, una concepción crítica del empi-
rismo debe permitir introducir la sensación en el marco de una teoría de 
la percepción que revele la condición del cuerpo propio como sujeto perci-
piente. De este modo, para Merleau-Ponty, la sensación “no es ya una 
propiedad de la cosa, ni siquiera el aspecto perspectivo, sino una modi-
ficación de mi cuerpo” (Merleau-Ponty, 1945: 375). A continuación, 
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veremos cómo una concepción de la sensación que incluya el cuerpo 
propio como sujeto, conduce a una concepción del sentir que enlaza al 
hombre y el mundo en una unidad indisoluble. 
Ahora bien, si Merleau-Ponty aboga por una unidad primaria entre 
el percipiente y lo percibido, es en contra del pensamiento objetivo, que 
“tiene por función constante reducir todos los fenómenos que atesti-
guan la unión del sujeto y del mundo para sustituirles la idea clara del 
objeto como en sí, y del sujeto como pura conciencia. Corta, pues, los 
lazos que reúnen la cosa y el sujeto encarnado y solamente deja subsistir, 
para componer nuestro mundo, las cualidades sensibles” (Merleau-
Ponty, 1945: 370). 
La pregunta por las características de la sensación, según Merleau-
Ponty, tiene que llevar siempre implícita, al mismo tiempo, una pregunta 
por la donación de la cosa. Así, el fenomenológico afirma que
“la cosa es la plenitud absoluta que mi existencia proyecta indivisa delante 
de sí misma. La unidad de la cosa, más allá de todas sus propiedades fijas, 
no es un sustrato, una X vacía, un sujeto de inherencia, sino este único 
acento que se encuentra en cada una, esta única manera de existir, de la 
que aquellas son una expresión segunda.” (Merleau-Ponty, 1945: 368)
En mi experiencia del mundo, la cosa se manifiesta como una unidad 
que yo percibo, mucho antes que la interpretación de ciertas sensaciones 
(o material hylético, la “materia prima” de lo percibido) venga a cumplir 
un papel. Por ejemplo, tomando el caso de la cosa visual, sus propiedades 
no se dan como contenidos sensoriales, antes que cierta simbiosis entre 
el cuerpo y el mundo pueda poner de manifiesto dicho esquema expli-
cativo. La cosa visual, en su condición de cosa coloreada, demuestra que 
“la constancia del color no es más que un momento abstracto de la 
constancia de las cosas, y la constancia de las cosas está fundada en la 
conciencia primordial del mundo como horizonte de todas nuestras expe-
riencias.” (Merleau-Ponty, 1945: 362)
Dos determinaciones pueden extraerse de esta afirmación de Merleau-
Ponty: por un lado, que la experiencia del mundo se verifica en la expe-
riencia de la cosa; por otro lado, que la constancia de las cualidades de la 
cosa es dependiente de la constancia de la cosa, o bien, que la cosa y sus 
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cualidades se dan en un entretejido de dependencia recíproca. De este modo, 
el color, antes que un rasgo secundario y accidental, forma un sistema 
con la significación de la cosa, significación que debe ser entrevista de 
acuerdo a cierta “tipicidad” del mundo, como sostiene Merleau-Ponty 
siguiendo a Husserl. 
Si la cosa se da en una certeza del mundo, para la cual no hay distin-
ción de propiedades aisladas o secundarias, una de las preguntas que 
surge es la de la relación de los sentidos. Detengámonos en el planteo 
de la relación entre el campo visual y lo táctil: 
“Toda percepción táctil, al mismo tiempo que se abre una ‘propiedad obje-
tiva’, comporta un componente corpóreo, y por ejemplo la localización 
táctil de un objeto ubica a éste en relación con los puntos cardinales del 
esquema corporal. Esta propiedad que, a primera vista, distingue abso-
lutamente al tacto de visión permite, por el contrario, aproximarlos.” 
(Merleau-Ponty, 1945: 363) 
El mundo visible está entrelazado con el mundo del tacto. Incluso 
podría decirse, más radicalmente, que el mundo visual es como un “tocar 
con los ojos”, y que la evidencia de ese entrelazamiento se constata en el 
comportamiento móvil que se efectúa en el cuerpo propio al percibir. Esta 
concepción motriz del cuerpo propio, que aúna lo visual con lo táctil, y 
los demás sentidos entre sí, es el soporte desde el cual criticar la teoría 
atomista de la sensación. Las cualidades sensibles son comportamientos 
del cuerpo propio, unidades inmediatamente significativas (antes que estí-
mulos), emplazadas en el contacto primigenio del hombre con el mundo.
Para Merleau-Ponty, la sensación revela la “comunión” entre el sujeto 
y el mundo, entendiendo dicha “coexistencia” como un co-naissance (en 
un juego depalabras que indica a la vez un “conocimiento”, connais-
sance, y “co-nacimieto”, co-naissance):
“No puede decirse que el uno actúe y el otro sufra, que uno sea el agente y 
el otro paciente, que uno dé sentido al otro.” (Merleau-Ponty, 1945: 248) 
Cada cualidad se ofrece a la percepción de acuerdo con un tipo de 
comportamiento, acercando de esta manera lo que la fisiología clásica 
(y mecanicista) había separado: el polo perceptivo y el polo motor del 
comportamiento. Así, por ejemplo, “el azul es lo que solicita de mí cierta 
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manera de mirar, lo que se deja palpar por un movimiento definido de 
mi mirada” (Merleau-Ponty, 1945: 243). Merleau-Ponty critica la reduc-
ción de las cualidades sensibles, como en el empirismo, a ciertos estados 
de una mente pasiva. Aunque también plantea la distancia respecto de 
una posición idealista que entreviera la figura de un yo constituyente del 
mundo y que, por lo tanto, se encontrara fuera de este último. De acuerdo 
con la “rehabilitación de lo sensible” llevada a cabo por Merleau-Ponty 
la sensación es portadora de una “significación vital” (Merleau-Ponty, 
1945: 242). Oponiéndose al idealismo, Merleau-Ponty afirma que “no 
hay mundo inteligible, hay mundo sensible” (Merleau-Ponty, 1964: 267). 
La crítica del empirismo y del idealismo (o intelectualismo) se funda-
menta en una concepción de la percepción como experiencia originaria. El 
mundo sensible es aquel que se abre al cuerpo como sujeto de la percep-
ción, mundo ante-predicativo (anterior a los enunciados sobre el mundo 
mismo) al que sólo puede accederse a través del lenguaje indirecto. En 
Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty describe la estructura del 
cuerpo propio como sujeto, destacando su irreductibilidad a la corpora-
lidad de los otros objetos. Sin embargo, en ciertas experiencias reflexivas 
del cuerpo, como en aquélla en que tocándose a sí mismo se encuentra 
como tocante y tocado, se pone en evidencia una nueva dimensión basal 
de la corporalidad que Merleau-Ponty llamará “carne”, de acuerdo al 
proyecto ontológico de la última parte de su obra en Lo visible y lo invisible.
La percepción no actúa únicamente por el resorte intelectual de las 
anticipaciones que proporciona, sino por el resorte afectivo de ciertos 
estados que las acompañan. Dichos estados, los sentimientos, tienen una 
función regulatoria de la percepción, de la que constituyen un aspecto 
dinámico. El sentimiento es una impresión que nos da, con respecto a 
los objetos, una regla de acción perfectamente adecuada. Podría decirse, 
entonces, que poco de “impresión” tiene el sentimiento si es una “regla 
de acción”. La noción de sentimiento es ejemplar para una teoría de la 
sensibilidad que busque establecer las relaciones prácticas entre el sujeto 
y el mundo, como en el caso de la teoría de Merleau-Ponty. No sólo 
quedaría criticada, de este modo, la teoría asociacionista de la sensación, 
sino también una teoría subjetivista de los afectos –que desconozca su 
proyección mundana–.
En la sensación, lo que es sentido no es una cualidad vista, sino un 
rostro del mundo, una cierta atmósfera que se expresa. En este punto, la 
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sensación también colinda con un rasgo expresivo: esta idea de expresi-
vidad lleva el sentir al lado del afecto antes que el percepto, no es impo-
sible, sin embargo, atribuir la expresividad a la cualidad sensible. De 
este modo, la sensación, a través de su consideración afectiva, se deter-
mina como cualidad sensible. Lo importante, para el caso, se encuentra 
en especificar que la cualidad sensible dista a su vez de la afección de la 
sensación, ya que es una cualidad objetiva. De este modo, la cualidad 
sensible es una determinación que supone la representación.
El sentir es un modo de comunicación entre un ser y el mundo. Si el 
sentir se diferencia en distintos campos sensoriales, cuya misión última 
se aplica al conocimiento del mundo externo, la unidad que los comanda 
entronca, no obstante, en un fondo afectivo. De este modo, la percep-
ción se determina también como una facultad afectiva. El sentir, a un 
tiempo, abre el campo de la percepción, pero también el del sentimiento.
El lenguaje y la intuición de esencias
Para Merleau-Ponty, el lenguaje es una dimensión entre otras de la 
experiencia corporal, por la cual no sólo la experiencia perceptiva sería 
expresiva y conllevaría un sentido, sino que también el lenguaje implica 
el comportamiento del cuerpo. En la concepción merleau-pontyana 
del lenguaje, éste es un fenómeno fundado en la experiencia percep-
tiva, siendo que su “naturaleza” no es la de ser un vehículo de signifi-
caciones puras y abstractas, sino la de enraizar el mundo espiritual en 
el mundo sensible:
“[La palabra y el pensamiento] en realidad están envueltos el uno dentro 
del otro, el sentido está preso en la palabra y ésta es la existencia exterior 
del sentido.” (Merleau-Ponty, 1945: 212)
Para Merleau-Ponty, la palabra es una dimensión sensible más de la 
cosa, entre sus otros modos de darse (el color, el aroma, etc.). Comenzar 
a hablar implica la reestructuración del mundo perceptivo a partir de la 
adscripción de una capa sonora. De este modo, habría cierta correspon-
dencia entre el nombre de un color y la aparición perceptiva del mismo, 
entre la palabra amarillo y la estridencia de un objeto, por ejemplo, el 
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limón, para el cual la acidez es un rasgo que su color y su nombre designan 
tácitamente. En consecuencia, entre las palabras y las cosas no media 
una relación convencional. 
Sin embargo, tampoco se trataría de una concepción natural del signo. 
La relación interior que se establece entre ambas dimensiones, antes que 
un paralelismo, conlleva un entrelazamiento entre lo visible y el lenguaje. 
Por lo tanto, la significación no implica una referencia exterior (ni, como 
fuera dicho, un concepto a traducir), sino la puesta en acto de un habla 
comunicativa a través de la motricidad. En consiguiente, puede encon-
trarse en Merleau-Ponty una concepción de lenguaje como “gesto”: 
“Nuestra visión del hombre no dejará de ser superficial mientras no nos 
remontemos a este origen, mientras no encontremos, debajo del ruido de 
las palabras, el silencio primordial, mientras no describamos el gesto que 
rompe este silencio. La palabra es un gesto y su significación un mundo.” 
(Merleau-Ponty, 1945: 214)
Siguiendo entonces a Merleau-Ponty, cabe afirmar que no es sino 
por su virtud expresiva que el lenguaje es lenguaje. La palabra suscita un 
comentario motor que instituye una semejanza entre el objeto y ella; 
no, como lo cree la teoría ingenua de las onomatopeyas; si hay como un 
aire de familia entre la palabra y el objeto, por el que la palabra diseña 
el objeto antes que designarlo, es porque tenemos el mismo comporta-
miento delante del objeto y delante de la palabra.
Por último, nos detendremos en el comentario de Merleau-Ponty 
sobre la “intuición de esencias” (Wesensschau), método de la fenome-
nología crucial: 
“Se debe insistir sobre el carácter concreto y familiar de la Wesensschau 
[…]. La captación, a través de mi experiencia contingente de significa-
ciones valederas universalmente, no es un absoluto, para emplear las 
propias palabras de Husserl, una ‘operación mística que nos transporte 
más allá de la experiencia’.” (Merleau-Ponty, 1951: 32)
La intuición de esencias es una explicitación de sentido en la expe-
riencia y, por lo tanto, puede ser llamado un “conocimiento concreto” 
(Merleau-Ponty, 1951: 34). Para el fenomenólogo, el conocimiento de 
los hechos es imposible sin el conocimiento de las esencias. No sólo le 
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ocurre esto al fenomenólogo, sino al científico y al hombre ordinario. 
Por ejemplo, cuando Galileo quiso estudiar la caída de los objetos, los 
experimentos desu investigación estaban comandados por cierta supo-
sición de lo que es una “cosa física”, en particular, su carácter espacial. 
Las esencias se hallan implícitas en cualquier investigación experimental. 
La fenomenología es una ciencia de trivialidades. En este punto, puede 
aplicarse la misma consideración, por ejemplo, a la “esencia fenomeno-
lógica” del narcisismo elucidada por Lacan en su tesis de doctorado. Para 
ello, es importante destacar que la reducción eidética tiene el carácter 
de una “constatación” (Merleau-Ponty, 1951: 57), esto es, no se trata 
de una formulación explicativa que postule una entidad abstracta como 
fundamento de la experiencia, sino de la elucidación de la experiencia 
misma. La Wesenschau es una explicitación de lo que ha sido experimen-
tado de forma concreta. Por eso Husserl podía afirmar que toda capta-
ción de esencias supone una intuición de base, una percepción en la cual 
se fundamenta (Fundierung). 
Bibliografía
Merleau-Ponty, M. [1945] (1993) Fenomenología de la percepción. 
Barcelona: Península.
Merleau-Ponty, M. [1951] (1969) La fenomenología y las ciencias del 
hombre. Buenos Aires: Nova.

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