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Lacan, J La significación del falo

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664 OMEJtV....C16N SOBRE EL INfORME DE DANIEL LACACHE 
ofrecen e n verdad al sujeto sino la sa lida d emasiado indetermi­
nada que lo aparta de una vía demasi ado ardu a. aquella respecto 
de la eua] p uede pensarse que el secreto poHtieo d e los moralis­
tas ha consistido siempre en incitar al sujeto a desprender efec­
tivamente algo: su castaña del fu ego del deseo? El huma nismo 
en este juego no es ya más que un a profesión diletante . 
Noscit, sabe, ¿lleva acaso la figura de un a elisión de ignoscit, 
del que la etimología muestra que sólo tiene un falso prefijo, que 
además no quiere decir un no-saber, sino ese olvido qu e consuma 
el perdón? 
N escit entonces, modificándole un a sola letra, ¿nos dejaría sos­
pechar que sólo contiene una negativa fin gida a posteriori 
(nachtrliglich) ? Qué importa, puesto que, semejante a aque llas 
cu ya constan cia h a hech o sonreír en los objetos metafísicos, esa 
negación no es más que una máscara: de las primeras personas. 
LA SIGNIFICACIóN DEL FALO' 
Es sab ido que el complejo de castración in conscien te tiene una 
funció n de nudo. 
lo. en la estructuración dinámica de los síntomas en el sen­
tido a nalítico del término, queremos decir de lo que es anal iza­
ble 'en las neurosis, las perversiones y las psicosis; 
20. en un a regul ación del desarrollo que da su ra tio a este 
primer pape l: a saber la in sta lación en el sujeto de una posición 
in consciente sin la cu al n o podría identifi carse con el l ipo ideal 
de su sexo, ni siquiera respond er sin graves vicisitudes a las 
necesidades de su partenaire en la relación s'exual. e incluso 
acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas. 
H ay aquí un a a ntinomia intern a a la asunción por el hombre 
(Mensch) de su sexo: ¿por qué no debe asumir sus atributos 
sino a través de una a men aza, incluso bajo el aspecto de una 
privación ? Es sabido que Freud en El malestar en la CU,ltU1"O'1 
llegó hasta sugerir un desarreglo no contingente. sino ese ncial 
de la 5ex ua lidad hu mana y que uno de sus últimos art ícu los se 
refiere a la irreductibilidad a todo a nálisis finit o (end lich e) de 
las se cuelas que resultan del complejo de castración en el in. 
consciente masculino, del penisneid en el inconsciente de la 
mujer. 
Esta aporía no es la única pero es la primera que la experien­
cia freudia na y la me tapsicología que result a de ell a introdu · 
jeron en n u'estra experiencia del hombre. Es insoluble en toda 
reducción a datos biológicos: la sola necesidad del m ito subya­
1 Damo..~ aqu( sin modjficción de texto la conferencia que pronunciamos 
eu alemán ("Die 6edeutung des Phallus") el 9 de mayo de 1958 eu el lusti ­
t uto Max Planck de Munich donde el profesor Paul Ma tussek nos había 
invitado a hablar. 
Se medirá eu ella, a condició n de tener a lgnnos pUU lOS de refcTcucia 50­
bre los modos mentales que regían unos medios no especia lmente inadver· 
tidos en esa época, la ma nen en que los ténninos que fuimos los primeros 
en extraer de Frelld , "el otro escenario", para lomu uuo c..itado aquL podlan 
resonar en ello s. . 
Si la retroacción [ap,..es·coup, Nt'lchtragl, paTa citar ot ro de esos términos 
del dominio del espiritu refinado donde ahora tienen curso, hace este es· 
fue rzo imprac ti cab le, sepase que erau a lli inauditos. 
[665J 
, 
666 
LA SICNIFICACIÓN DEL FALO 
cerote a la estructuración del complejo de Edipo lo demuestra 
suficientemente. 
No es sino un ani ficio invocar para esta ocasión un elemento 
adquirido de am nesia hereditaria, no sólo porque éste es en sí 
mismo discutible, sino porque deja el problema intacto: ¿cuál 
es el nexo del asesi nato d'el padre con el pacto de la ley primor. 
dial, si está incluido en él que la castración sea el castigo del 
incesto? 
Sólo sobre la base de los hechos cHnicos puede ser fecunda 
la discusión . Éstos d'cmuestran una relación del sujeto con el 
(ala que se establec:e ind.ependientemente de la diferencia ana­
tómica de los sexos y que es por ello de una inrcrpretación es­
pecialmente espinosa en la mujer y con "relación a la mujer, con­
cretamente en los cuatro capítulos siguientes: 
lo. d'e por qué la niña se considera a sí misma, au nque fuese 
por un momento, como castrada, en cuanto que ese término 
quiere decir: privada de falo , y por la operación de alguien, el 
cua l es en primer lugar su madre, punto importante, y después 
su padre, pero de una manera tal que es preciso reconocer allí 
una transferencia e n el se ntido a nalítico del término; 
20. de por qué más primordialmente, en los dos sexos, la ma­
dre es considerada como provis ta de falo, como madre fálica; 
30. de por qué correlativamente la significación de la castra­
ción no toma de hecho (clínicamente manifiesto) su alcance 
eficiente en cuanto a la formación de los síntomas si no a partir 
de su descubrimiento como castración de la mad re; 
40. estos tres problemas culmi nan en la cuestión de la razón, 
en el desarrollo, de la fase fálica . Es sabido que Freud especifica 
bajo este término la primera maduración genita l: en cuanto 
que por una pane se caracteriza por la dominación imaginaria 
del atr ibuto [álica, y por el goce masturba torio, y por otra parte 
localiza es te goce en la mujer en el clítoris, promovido asl a la 
función del falo, y que parece excluir así en los dos sexos, hasta 
la terminación de esta fase, es decir hasta la declinación del 
Edipo, toda localización instintual de la vagina como lugar de 
la 	penetración gen ital. 
Esta ignorancia es muy sospechosa de desconocimiento en el 
sentido técnico del término, y tanto más cuanto que a veces es 
totalmente inventada. ¿Concordaría unicamente con la fábula 
en la que Langa nos muestra la iniciación de Dafnis y Cloe 
subordinada a los esclarecimientos de una anciana? 
Así es como ciertos autores se vieron arrastrados a considerar 
LA 	 SIGNIFICACIÓN DEL FALO 667 
la fase fálica como efecto de una represión, y la función que 
toma en ella el objeto fálico como un síntoma. La dificultad em­
pieza cuando se trata de sabe r qué síntoma: fobia, dice uno, 
perversión, dice otro, y a veces el mismo. Este último caso pare­
ce el no va m~ls: no es que no se presenten interesantes trasmuta. 
ciones del objeto tle una fobia en fetiche, pero precisamente si 
son interesantes es por la diferencia de su lugar en la estructura. 
Pedir a los autores que formulen esa diferencia en las perspec­
tivas actualmente en favor bajo el título de relación de objeto 
sería pretensión vana. Esto en cuanto a esa materia, a falta de 
otra r eferen cia qu'e la noción aproximada de ob jeto parcial, 
nunca criticada desde que Karl Abraham la introdujo, por des­
gracia debido a las grandes facilidades que ofreGe a nuestra 
época. 
Queda el hecho de que la discusi"n ahora abandonada sobre 
la fase fálica, releyendo los textos sobre ella que subsisten de 
los años 1928-32, nos refresca por el ejemplo de una pasión doc. 
trinal a la que la degradación del psicoanálisis, consecuti va a su 
trasplante americano, añade un valor nostálgico. 
Con sólo resumir el debate no podría dejar de al terarS'e la 
diversidad auténtica tIe las posiciones tomadas por una Helene 
Deutsch, una Karen Horney, un Ernest Jones, para limitarnos 
a los más eminentes. 
La sucesi6n de los tres artículos que este último consagró al 
lema es especia lmente sugestiva: aunque s610 fuese por el enfoque 
primero sobre el que construye y que s'eña la e l término por él 
forjado de afanisis. Pues planteando muy justamente el proble­
ma de la relación de la castración con el deseo, hace patente en 
ello su incapacidad para reconocer ]0 que sin embargo rodea de 
tan cerca, que el término que dentro de poco nos dará su clave 
parece surgir de su falta misma. 
Se encontrad especialmente divertido su éxito en ar ticular 
bajo la égida de la letra misma de Freud una posición que le es 
estrictamente opuesta: verdadero modelo en un género difícil. 
No por ello se deja ahogar el pez, que parece ridiculizar 'en 
Jonessu alegato tendiente a restablecer la igualdad de los de­
rechos naturales (¿actlso no lo 'empuja hasta el punto de ce­
rrarlo con el "Dios los crer. hombro y mujer" ele la Biblia?). De 
hecho, ¿qué ha ganado al normalizar la funci ón del falo como 
ohjeto parrial, si necesita invocar su presencia en el cuerpo de 
la madre como obj'e to intcrno, término que es función de las 
Lmtasías reve lauas por l\{ebnie Klein, y si n o puede separarse 
, 
-
669 
668 LA SICNIFl CACI6N DEL FALO 
o tro tanto de la doctrina de esta última, refiriendo esas fanta­
sías a la recurrcncia hasta los límites de la primera infancia, d'e 
la forma ción edípica? 
No nos engañaremos si reanudamos la cuestión preguntándo­
nos qué es lo que podría imponer a Freud la evidente paradoja 
de su posición. Porque nos veremos obligados a admi tir que 
estaba mejor guiado que cualquier otro en su l"econocimiento 
del orden de los fenómenos inconscientes de los que él era el 
inventor, y que, a falta de una articulación suficiente de la na­
turaleza de esos fenómenos, sus seguidores estaban condenados 
a extraviarse más o menos. 
Partiendo de esta apuesta -que asentamos como principio de 
un comentario d'c la obra de Freud que proseguimos desde hace 
sie te años- es como nQS hemos visto conducidos a ciertos resul­
tados: en primer lu gar, a promover como necesaria para toda 
articulación del fenómeno analítico la noción de significante, 
en cuanto se opone a la de significado en el análisis lingüístico 
moderno. De ésta Freud no podía tener conocim iento, puesto 
que nació más tarde, pero pretendemos que el descubrimiento 
de Freud toma su relieve precisamente por haber debido an tici­
par sus fórm ulas, partiendo de un dominio donde no podía es­
perarse que se reconociese su reinado. Inversamente, es el descu­
brimiento de Freud el que da a la oposición del significante yel 
significado el alcance efectivo en que conviene en tenderlo: a 
saber que el signi ficante tiene función activa en la d·e termina. 
ción de los efectos en que lo signifi cab Je aparece como sufrien­
do su marca, convirtiéndose por medio de esa pasión en el 
significado. 
Esta pasión del significante se convierte entonces en una di­
mensión nueva de ]a condición humana, en cua n lo que no es 
únicamente 'el hombre quien habla, sino que en el hombre y por 
el hombre "ello" h abla, y su naturaleza resulta tejida por efectos 
donde se encuentra la estructura del lenguaje del cu al él se con ­
vi'ene en la materia, y por eso resuena en él, más allá de todo 
lo que pudo concebir la psicología de las ideas, la relación de 
la palabra. 
Puede decirse así 'lue las consecuencias del descubrimiento del 
inconsciente no han sido ni siqu iera entrevistas aún en la teoría, 
aunque ya su sacudida se ha hecho sentir en la praxis, más de 
lo que lo medimos todavía, incluso cuando se traduce en efec­
tos de re troceso. 
Precisamos que esta promoción de la relación del hombre co n 
LA SIGNIfiCACiÓN DEL FALO 
el significante como tal no tiene nada que ver con una posición 
"culturalista" en el sentido ordinario del término, aquella en 
la cua l Karen Horney, por ejemplo, resultó anticiparse en la 
qu"<:rella sobre el falo por su posición, calificada por Freud de 
feminista. No es de la relación del hombre con el lenguaje en 
cuanto fenómeno social de lo que se trata, puesto que ni siqu ie­
ra se plantea algo que se parezca a esa psicogénesis ideológica 
conocida, y que no queda superada por el recurso perentorio a 
la noción completamente metafísica, bajo su petición de princi. 
pio de ape lación a lo concreto, irrisoriamente transmitida bajo 
el nombre de afecto. 
Se trata de encontrar en las leyes que rigen ese otro escenario 
(eine anderp, Schauplatz) que Freud, a propósito de los sueños, 
designa como el del inconsciente, los efectos que se descubren 
al nivel de la cadena de elementos materialmente inestables que 
constituye el lenguaje: efectos det"<:rminados por e l doble juego 
de la combinación y de la sustitución en e l significante, según 
las dos vertientes generadoras del significado que constituyen 
la metonimia 'y la metáfora; efectos determinantes para la ins­
titución del sujeto. En esa prueba aparece una topología en el 
sentido matemático del término, sin la cual pronto se da uno 
cuenta de que es imposible notar tan siquiera la estructura de 
un sín toma en el s"entido analítico del término. 
"Ello" habla en el Otro, decimos, designando por el Otro el 
lugar mismo que evoca el recurso a la palabra en toda relación 
en la que interviene . Si "ello" habla 'en el Otro, ya sea que el 
sujeto lo escuche o no con su oreja , es que es a llí donde el sujeto. 
por una anterioridad lógica a todo despertar del significado, 'en­
cuentra su lugar significante. El descubrimiento de 10 que ar· 
ticula en ese lugar, es decir en el inconscien te, nos permite cap­
ta r a l precio de qué división (Spall.ttng) se ha constituido así. 
El falo aquí se esclarece por su función . El falo en la doctri­
na [reuel iana no es una fantasía, si hay qU'e entender por ello 
un efecto jmaginario. No es ta mpoco como tal un objeto (par­
cial, inlerno, bueno, malo, etc ...) en la medida en que ese tér· 
mino tiende a apreciar la realidad interesada en una relación . 
Menos aún es e l órgano, pene o cHtoris. que simboliza. Y no 
sin razón tomó Freud su referencia del simulacro que era para 
los antiguos. 
Pues el falo 'es un significante, un significante cuya fundón , 
en la· economía intrasubjetiva del análisis, levanta tal vez el velo 
de la que tenía en los misterios. Pues es el significante destinado 
670 
LA 	 SICNlrrC:ACI6N Dll FALO 
a d'esigna r e n su conjunto los efectos del significado, en cuan to 
el signif icante los condiciona por su presencia de sign ificante. 
Examinemos pues los efectos de esa presencia. Son en primer 
lugar los de una desviación de las necesidades del hombre por 
el hecho de que habla, en el sentido de que en la medida en q ue 
sus necesidades es tán sujetas a la demanda , retornan a él ena­
jenadas. Esto no es el efecto de su dependencia rea l (no debe 
creerse que se 'encuentra aquÍ esa concepci6n parásita que es la 
noci ón de dependencia en la teoría de la neurosis), sino de la 
conformación significante como tal y del hecho de que su men­
saj'e es emitido desde el lugar del Otro. 
Lo que se en cuentra así enajenado en las necesidades consti. 
tuye una Urverdriingung por no poder, por hipótes is, articular­
se en la demanda pero que aparece en un retoño, que es lo que 
se presenta en el hombre como el deseo (das flegehren) . La feno­
menología que se desprende de 1a experiencia ana lítica es si n 
duda de una natura l'eza tal como para demostrar en el deseo el 
carácter paradójico, desviado, errá ti co, excentrado, incluso es. 
candaloso, por el cua l se distingue de la necesidad, Es éste in. 
c1 uso un hecho demtl siado afirmado para no haberse impuesto 
desde siempre a Jos moralistas d ignos de este nombre, El freu­
dismo de antaño parecía deber dar su estatuto a este hecho, 
Paradójicamente, sin embargo, el psicoanáli sis resulttl encontrar­
se a la cabeza del oscurantismo de siempre y más adormecedor 
por negar el hecho en un ideal de redu cción teórica y pr;íctica 
del deseo a la n eces' dad. 
Por eso necesitamos articular aquí ese estatuto partiendo de 
la demand a, cuyas características propias quedan e ludidas en la 
noción de frustración (que Freud no empleó nunca) , 
La demanda en sí se refiere a otra cosa que a las satisfaccio_ 
nes que reclama, Es demanda de una presencia o de una ausen. 
cia, Cosa que manifiesta la relación primordi al con la madre , 
por estar preñada de ese Otro que ha de situarse mds acd de las 
necesidades que puede colmar, Lo constituye ya como provis to 
del "privilegio" de sa tisfacer las necesidades, es decir del poder 
de privarlas de lo único con que se sa tisfa cen. Ese pr ivilegio 
del Otro dibuja as í la forma radical del don de Jo que no t iene, 
o sea lo 	que se llama su amor. 
Es asfcomo la demanda anula (aufhcbt) la particu laridad 
de todo lo que puede ser concedido trasmut<Índolo en prueba 
de amor, y las satisfacciones incluso que obtiene para la n'ecesi­
dad se rebajan (sicJ¡ erniedrigt) a no ser ya sino el ap lastamien-
LA SIGNIFICACIÓN DI:.L fALO 	 671 
lo de la demanda de amor (todo esto perfectamente sensible en 
la psicología de los primeros cuidados, a la que nuestros a na­
Jistas-nurses se ha n ded icado), 
H ay pues una necesidad de que la particularidad as í abolida 
reaparezca más allá de la demanda, Reaparece efectiva mente 
all á, pero conservando la estructura que esconde ]0 incondicio­
nado de la demanda de amor. Mediante un vuelco que no es 
simp le negación de la negación, el poder d'e la pura pérdida 
surge del residuo de una obliteración, A 10 in condicion ado de 
la demanda, el deseo sustituye la condición "absoluta"; esa con­
dición desanuda en -efecto 10 que la prueba de amor tiene de 
rebelde a la satisfacción de una necesidad. Así, el deseo no es 
ni el apetito de la satisfacción, ni la demand a de amor, sino la 
diferencia que resulta de la sustracción del primero a la segun­
da, el fenómeno mismo de su escisión (Spaltung). 
Puede concebirse cómo la relación sexual ocupa ese campo 
cerrado del deseo, y va 'en él a jugar su suerte. Es que es el 
campo hecho para que se produzca en él el enigma que esa 
relación provoca en el sujeto al "signiEicársela" doblemente: re­
torno de la demanda que suscita, en [forma de ] demanda sobre 
el sujeto de la necesidad; ambigüedad presentificada sobre el 
Otro en tela de juicio en la prueba de amor dema nd ada. La 
hiancia de eSle enigma manifiesta lo que ]0 determina, 'en la 
fórmul a más simple para hacerlo patente, a saber: que el su­
jeto, lo mismo que el Otro, para cada uno de los participantes 
'en la relación , no pueden bastarse por ser sujetos de la nece~idad, 
ni objetos de l amor, sino que deben ocupar el 1ugar de causa 
del deseo. 
Esta verdad está en el corazón, en la vida sexu al, de todas las 
malformaciones posibles del campo d'el psi coaná li:,i:;. Consti tuye 
tambi én en ella la cond ición de la felicidad de l sujeto, y disi­
mular su hi anc ia remitiéndose a la virtud de 10 "genita l" para 
resolverl a por med io de la maduración de la ternura (es deci r 
del recurso único al O tro como realidad), por muy piadosa que 
sea su intención , no deja de ser una es tafa . Es preciso decir 
aquí que los a na listas fran ceses, con la hipócrita noción de ob la­
t ividad genita l, han abierto la marcha moral izcllue, que a los 
compases de orfeones sa lvacionistas se prosigu e ahora en todas 
partes, 
De todas maneras, el hombre no puede aspirar a ser ínl"egro (a 
la 	"persona li dad total", otra premisa en que se desvía la psico­
terapia moderna), desde el momento en qu'e el juego de des ­
673 
672 LA SIGNIFICACIÓN DEL FALO 
plazamiento y de condensación al que está destinado en el 
ejercicio de sus fun ciones marca su relación d'e sujeto con el 
signif icante. 
El fa lo es el significante privilegiado de esa marca en que 
la parte del logos se une al advenimiento d'el deseo. 
Puede decirse que ese significante es escogido como lo más 
so bresa liente de lo q u'e puede captarse en 10 rea l de la copula~ 
dún sexu a l, a la vez que como el más simbólico en e l sentido 
literal (tipográfico) de este término, puesto que equiva le allí 
a la cópula (lógica). Puede decirse. tambi én que es por su tur ­
gencia la imagen del flujo vital en cuanto pasa a la generación, 
Todas estas expresiones no hacen sino seguir velando el hecho 
de que no puede desempeñar su papel sino velado, es decir 
como signo él mismo de la latencia de que adolece todo signHi. 
ca ble, desde el momento en que es elevado (aufgehoben) a la 
(unción de signifi cante. 
El falo es el significante de esa Aufhebung misma que inau­
gura (in icia) por su desaparición. Por eso el de monio del Atoo>; 
(Scham) 2 surge en el momento mismo en que en el misterio 
antigu o, el fa lo es develado (el. la pintura cé lebre de la Villa 
de Pompeya) . 
Se convierte entonces en la ba rra que. por la mano d'e ese 
demonio, cae sobre el signi fi cado. marcándolo como la progeni ­
tu ra bastarda de su conca tenación signifi can te . 
Así es co mo se prod uce una condición de comp lemen tariedad 
en la instauración del sujeto por 'el significante, la cua l explica 
su Spalt ung y e l movimiento de intervención en que se aca ba. 
A sa ber: 
1. que el suje to s610 designa su ser poniendo una barra en 
todo lo que significa, tal como aparece en el hecho de que 'luiera 
ser amado por si mismo, espejismo que no se redu ce por ser 
denunciado como gramati cal (puesto que impli ca la aboli ción 
del discurso) ; 
2. que lo que está vivo de ese ser en lo wiJerdriingt encu entra 
su significante por recibir la marca de la Verdrlingu.ng del falo 
(gracias a lo cual el inconsciente es lenguaje). 
El falo como significante da la razón del deseo (en la acep ­
ción en que el término es empleado como " med ia y extrema 
razón" de la división armónica). 
Así pu es, es como un a lgoritmo como voy a emplearlo ahora, 
t El d emonio del Pud or. 
LA SICNIFICACI6 N DEL FALO 
ya que, si no quiero inflar indefinidament'e mi exposición, no 
puedo sino confiar en el eco de la experíen cia que nos une para 
hacer captar a ustedes ese empleo. 
Que el falo sea un significante es algo que impone que sea en 
e l lugar del Otro donde el suj'eto tenga acceso a él. Pero como 
ese sjgnifica nte no está allí sino velado y como razón del deseo 
de l Otro, es ese deseo del Otro como ta l lo que a l sujeto se le 
impone reconocer, es decir el otro en cuanto que es él mismo 
su jeto dividido de la Spaltung significante . 
Las emergencias que aparecen en la gén esis psicológica con­
fi rman esa funci ón sign ificante del falo. 
Así en primer lugar se formul a más correctamente el hecho 
idei niano de que el niño aprehenda desd'e el origen qu e la madre 
"contiene" el falo. 
Pero es en la dialéctica de la d emanda de amor y de la prueba 
del deseo donde se ordena el desa rrollo. 
La demanda de amor no puede sino padecer de un deseo cuyo 
signi fi ca nte le es extraño. Si e l deseo de la madre es el fa lo, el 
niño quiere ser el fa lo para satisfacerlo. Así la divi sión inma­
nente al deseo se hace s-entir ya por ser experimentada en el 
deseo del otro, en la medida en que se opone ya a que el sujeto 
se satisfaga presentando al otro 10 qU'e puede tener de real que 
responda a ese falo, pues lo que tiene no vale más que lo que 
no tiene, para su demanda de amor que qui siera que 10 fu'ese. 
Esa prueb a del deseo del Otro, la clínica nos mues tra que 
no es decisiva en cuanto que el suj eto se entera en ella de si él 
mismo tiene o no ti ene un falo real, sino en cuanto que se entera 
de que la madre no lo tiene. Tal es el momento de la expe rien­
cia sin el cual ninguna consecuencia sintomá tica (fobia) o es­
tructural (Penisneid) que se ref iera a l complejo de castración 
tiene efecto. Aquí se sell a la conjunción del deseo en la medida 
en que el signifi ca nte fálico es su marca, con la amenaza o nos­
ta lgia de la careucia de tener. 
Por supuesto, es de la ley introducida por el padre 'en esta se­
cuencia de la que depende su porvenir. 
Pero se puede, a teniéndose a la función del fa lo, señalar las 
estructuras a las que esta rán sometidas las relaciones en tre los 
sexos. 
Digamos que esas re laciones girarán alrededor de un ser y de 
un tener que, por re ferirse a un significante, el fa lo, tienen el 
efecto contrariado de dar por un a parle realidad a l suj'e to en 
http:Verdrlingu.ng
673 674 L.... SICNIFIC....CIÓN DEJ, FALO 
ese signifi cante, y por otra parte irrea li z.a r las relaciones que 
han de signifi ca rse . 
Esto por la interve nci6n de un parecer qu'e se sustitu ye al 
ten er, para protegerlo p or un lado, para enmascarar la fa lta en 
el o tro, y que tiene el e fecto de p royectar ente ramente en la 
comedi a las manifes taciones idealeso típi cas del comportamiento 
de cada uno de los sexo:" h as ta el límite eI"el acto de la copula. 
ciún. 
Estos ideales reciben su vigencia de la dema nda que tienen 
el poder de satisfa ce r, y que 'eS siempre d emanda de am or, con 
su complemento de la redu cción del deseo a demanda . 
Por mu y paradójica qu e pu eda p arece r es ta formulaci ón, de­
cimos que es pa ra S'eT el fa lo, es decir el significante de l deseo 
del Otro, para lo q ue la muje r va a rech az.a r u na parte esencial 
de la femin eidad, concre tamente tod os sus a tributos en la masca­
rada. Es po r lo que no es por lo que pretende ser deseada al 
mismo tie mpo que amada, Pero el sjgnifíca nte de su deseo pro­
pi o lo en cuentra en el cuerpo de aquel a qui'en se dirige su d e­
mand a de amor. Sin duda no hay que olvidar que por esta fun­
ción significante, el órgano que qued a revestido de e ll a toma 
valor de fetiche. Pero el res ul tado para la mujer sigue siendo 
que convergen sobre el mismo objeto una experiencía de amor 
que como ,al (d . más arriba) la pri va idealmente de lo que da , 
y un deseo qu e 'Encuentra en él su significante. Por eso puede 
observarse que la <llIsencia de la sati sfa cción propia d e la necesi­
dad sexual. di cho de otra manera la fri gidez, es en ella re lati va­
mente bien tole rada, mie ntras que la Verd,-üngung, inherente 
al deseo es menor que en el hombre. 
En e l hombre, por el co ntra rio, la dia léctica de la demanda 
y del deseo engendra los dectos a propósito de los cua les hay 
que admirar una vez más con q ué segurid ad Freud los situú en 
las junturas mismas a las que pertenecen bajo la rúbri ca de un 
reb ¡:¡jamien to (Ern i('drigung) 'específica de la vida amorosa , 
Si el hombre encuelltra en efecto cómo sn tisfacer su demanda 
d e a mor en b relaci ón con la mujer ell la medida en que 'el 
significante del fa jo la constituye cierta mente como dando en el 
a mor lo que no tiene, in versam'ente su propio deseo del fal o 
hará surgir su significan le en ~u d ivergenci a remanente haci a 
"otra mujer" que puede signifi ca r ese fa lo a tí tulos diversos, ya 
sea como virge n , ya s'ea como prostituta. Resulta de ell o una 
tenden cia centrífug'a de la pulsión genital en la vid n amorosa, 
que hace que en él la impotencia sea soportada mu cho peor, al 
I,A SIGN IFICACiÓN DEL FALO 
mismo tiempo que la Verdriingung inherente al deseo es más 
importante . 
Sin embargo, n o debe creerse por ell o que In cl ase de infide­
lidad que aparece aquí como constitutiva d'e la función mascu­
lin a le sea propi a. Pues si se mira de cerca el mismo desdobla­
miento se encuentra en la mujer, con la dife rencia de qu'e el 
Otro del Amor como ta l, es decir en cuanto que está privado 
de lo q ue da, se percibe ma l 'en el retroceso en que se sustituye 
a l ser de l mismo hombre cu yos atributos a ma , 
Podría añadirse aquí que la h omosexu alid ad masculina, con­
forme a la marca fáli ca que constituye el deseo , se constiLUye 
sobre su vertiente, mi entras que la h omosexualidad femenina, 
por el contra rio, como lo mues tra la observación , se orienta sobre 
una decepción que refuerza la vertiente de la demanda de amor. 
Estas observaciones merecerían matizarse con un retorn o so bre 
la (unción de la másca ra en la medida en que domina las identi­
fi caciones en que se resuelven los rechazos de la dema nda , 
El hecho de que la femine idad en cuentre su refugi o en esa 
máscara por el hecho de la Jlerdrangung inherente a la ma rCa 
fáli ca del deseo, acarrea la curiosa consecuencia de hacer que 
en el ser humano la osrentacibn vi ril misma parezca femenina , 
Correla ti vamente se entrevé la razón d e ese rasgo nunca elu­
cid ad o en que una vel más se mide la profundid ad de la in tui­
ción de 'Freud : a saber por qué sugiere que no hay más que una 
libido, que, como lo demues tra su tex to, él con cibe co mo de n a­
turaleza masculina, La fun ción del significante fáli co desem­
boca aquí en su relación más profunda : aquella por la cua l los 
a ntiguos encarn aban en él e l N O Ü~ y el Aóyo-; . 
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