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LA PIEL Y LA MARCA ACERCA DE LAS AUTOLESIONES DAVID LE BRETON EDITORIAL Colección Fichas para el Siglo XXI Serie Futuro Imperfecto INTRODUCCIÓN RECURRIR AL CUERPO EN UNA SITUACIÓN DE SUFRIMIENTO Aproximar la muerte tan cerca cuanto se pueda soportar. Sin aflojar . . . si es necesario incluso desmayando . . . � si es necesario, incluso muriendo G. Bataille, Le Coupable Este libro se me ha impuesto, a mi pesar, en el cruce de Conductas de Riesgo y de Signes d'identité, 1 es decir de dos investigaciones: una sobre las conductas de riesgo de las jóvenes generaciones, y la otra sobre la moda contemporánea en relación a las marcas del cuerpo {tatuajes, piercings . . . ) . Me conmovió la importancia de las heridas corporales que los jóvenes en estado de sufrimiento2 se infligen con total lucidez. Espe cialmente porque no se trata aquí de comportamientos relacionados con "la locura" , como se suele decir para desembarazarse de comportamien tos insólitos, sino de una forma particular de luchar contra el malestar de vivir. Hombres y mujeres, sobre todo mujeres, perfectamente inser tos en el seno del lazo social, recurren a esto como una forma de regu lar sus tensiones. Nadie podría suponer sus comportamientos . O que atravesaran por esa situación en un momento doloroso de su historia. En general, nunca se lo han contado a nadie, experimentando un senti miento de vergüenza por haber vivido tal experiencia. Las lastimaduras corporales (incisiones, rasguños, escarificaciones, quemaduras, lacera ciones, etc.) son el último recurso para luchar contra el sufrimiento (como las conductas de riesgo, pero en otro plano) , remiten a un uso de la piel que también implica un signo de identidad, pero bajo la forma de heridas. 1 N. del T.: Signos de identidad. 2 N. del T.: "En souffrance" tiene un doble significado: en estado de sufrimiento Y también se refiere a un paquete que no ha sido reclamado en el correo, o algo que ha quedado en suspenso, pendiente. 7 En mi experiencia personal, he observado que estas heridas delibera' das preocupan profundamente, mucho más que las conductas de riesgo de las generaciones jóvenes, que sin embargo alientan la hipótesis nada insignificante de morir. A la inversa, una persona que se corta está lejos de poner su existencia en peligro. Pero la incisión corporal deliberada golpea las conciencias porque testimonia una serie de transgresiones insoporta bles para nuestras sociedades occidentales. Agrediéndose así, el individuo rompe la sacralidad social del cuerpo. La piel es una barrera infranqueable para no provocar el horror. Así mismo, es impensable que cualquiera se lastime con total conciencia sin que se lo incluya en la locura, el masoquis mo o la perversidad. Hacer correr la sangre es otra transgresión prohibida, dado que, para muchos de nuestros contemporáneos, su sola vista provoca desmayos o espanto. Yendo más lejos, herirse es un juego simbólico con la muerte en tanto imita el asesinato de uno mismo, el juego con el dolor, la sangre, la mutilación. La herida corporal deliberada, pero manteniéndose al margen de la mutilación, es el hilo conductor de esta obra. La experiencia en los límites analizada aquí obliga a pensar al hombre más allá de una intención inge nua de felicidad, de una autorrealización, lejos de especulaciones; por lo contrario, nos confronta con la demanda brutal al dolor o a la muerte para existir. El hombre no es un ser razonable o racional, va a lo peor con total lucidez, y puede ser el único que no se da cuenta que pone su vida en peligro, que se inflige heridas en la memoria o en el cuerpo que perma necerán indelebles. Incluso en la vida cotidiana se mezclan la ambivalen cia, la incertidumbre, la confusión, atajos que a menudo son los únicos que todavía pueden tomarse mientras que los demás caminos se alejan. Puede ser que el hombre pierda la posibilidad de elegir sus recursos y que, temporalmente, entre en una zona de turbulencia donde su existencia se tensa en el filo de la navaja. Se vuelve víctima de su inconsciente, de aque llo que se le escapa de sus comportamientos pero ya no responde a una coherencia social o personal . A menudo, para seguir existiendo, le hace falta jugar con la hipótesis de su propia muerte, infligirse una prueba indi vidual, hacerse mal para tener menos mal en otra parte. La tarea es de una antropología paradoja! como la de Georges Bataillé cuando hablaba en su juventud de una filosofía paradoja! (Surya, 1 992, 6 1 0) . Son más bien las lógicas de la humanidad (las antropo-lógicas) , las que aquí se ponen en 8 juego. Es importante comprenderlas para entender por qué, en situacio nes de gran sufrimiento, el cuerpo deviene como un último recurso para no desaparecer. Por propia naturaleza, nada de lo humano es ajeno a la antropología, ciencia del hombre por excelencia. El enfrentamiento con los límites que aquí nos interesa en ningún caso es la voluntad disimulada de perecer, por lo contrario, es una voluntad de mantenerse vivo, de despojarse de la muerte que se pega en la piel para salvar su piel. Por supuesto, hay una ambivalencia. La búsqueda de uno mismo toma caminos tortuosos. Para darse a luz, a menudo hace falta correr el riesgo de perderse, no por elección, sino por una necesidad inte rior, porque el sufrimiento o la falta de ser lo atormentan y lo separan de la existencia. En los comportamientos analizados aquí, se trata trampear con la muerte o con el dolor para producir significados para uso personal, para reinsertarse en el mundo. Pero es necesario no temer quemarse. A menudo es esperando lo peor, que se puede acceder a una versión más aliviada de uno mismo. Si el enraizamiento en la existencia no está apoyado en las suficientes ganas de vivir, sólo queda capturar furtivamente el sentido poniéndose en peligro o en situaciones difíciles para encontrar por fin los límites que faltan y, sobre todo, probar la legitimidad personal. Cuando la existencia ya no está garantizada por los auspicios del sentido y del valor, el indivi duo dispone entonces de un último recurso tomando prestados espacios poco frecuentados con el riesgo de perecer. Arrojándose contra el mundo, lacerándose o quemándose la piel, busca autoafirmarse; pone a prueba su existencia, su valor personal. Si el camino del sentido ya no está marca do frente a él, la confrontación con el mundo se impone por medio de la invención de ritos íntimos de contrabando. Por el sacrificio de una porción de sí en el dolor, la sangre, el individuo se esfuerza por salvar lo esencial. Infligiéndose un dolor controlado, lucha contra un sufrimiento infinitamente más pesado. Salvar el bosque implica sacrificar una parte. Así es la parte del fuego. Aquí se expresa una idea antropológica fundamental, en el consen timiento para despojarse de un fragmento de sí para continuar existien do. Se trata de pagar el precio del sufrimiento para tratar de liberarse, de satisfacer una demanda abrumadora, pero que permite escapar del horror. Las incisiones corporales son una forma de sacrificio. El individuo acep- 9 ta separarse de una parte de sí para salvar toda su existencia. El reto. es no morir. Son las heridas de la identidad, las tentativas de acceder a uno mismo desafiando lo peor. Mi trabajo de investigación a menudo me ha dado la sensación de un lienzo donde cada obra es un hilo, un avance sobre una línea divisoria que inscribe su necesidad antes que otro la lleve más lejos todavía. Del cuerpo maltratado del mundo contemporáneo a las conductas de riesgo, de las marcas corporales al dolor, estamos siempre en el mismo registro de un sentimiento de identidad difícil de cristalizar, de un debate interior que toma al cuerpo como rehén y es una especie de materia prima de la difícil fabricación de uno mismo. Analizo de este modo las conductas de riesgo de los jóvenes como formas de resistencia, maneras dolorosas y torpes de incluirse enel mundo, de recuperar el control , de reparar el sentido para existir. Signes d'identité (Le Breton, 2002) recuerda que las marcas corporales (piercings, 3 tatuajes, brandings, 4 etc.) son también una manera de capturar las marcas simbólicas con el mundo. Aquí la lesión corporal (incisión, quemadura, laceración, etc.) es una forma de control de uno mismo para aquel o aquella que ha perdido la posibilidad de elegir los medios y no dispone de otros recursos para mantenerse en el mundo. Es entonces, de algún modo, una forma de "autocuración" (Hewitt, 1 997) . Le incisión5 deliberadamente infligida es un medio para escapar al sufrimiento y de dar un paso hacia otro yo más propicio. Inventa un refu gio provisorio permitiendo retomar el aliento. Haciendo una fractura en sí mismo, el individuo invoca otra presencia en el mundo, espera expulsarse de sí, devenir por fin un otro y redefinirse de un modo más duradero. De ningún modo es un acto ciego. Sin destacar la reflexión, no carece de 3 N. del T.: Piercing, del inglés "perforar". Práctica de perforar el cuerpo para insertar aros u otras piezas de joyería. 4 N. del T.: Brandinges una técnica de escarificación del cuerpo que consiste en quemar, escarar o lastimar partes de la piel para hacer dibujos con las cicatrices de la herida, como un tatuaje sin tinta. 5 La incisión es la forma más corriente de las lastimaduras corporales deliberadas, sobre todo en las generaciones jóvenes que son el punto de partida de esta investigación. A menudo hablaré de incisión sobreentendiendo las otras lastimaduras. Precisaré la naturaleza de la alteración cada vez que sea necesario. 1 0 lógica aunque corte justamente con las maneras habituales del individuo. De hecho no es irreflexivo aunque participe de un impulso. Descarga una tensión, una angustia que ya no permite elegir los medios para liberar se. Pero a menudo se inscribe permaneciendo bajo la forma de un ritual privado. Me refiero a los comportamientos habituales del individuo que escapan a la vida cotidiana pero cuya significación subjetiva no por ello es menos eminente. Las agresiones corporales traducen un entramado de significados que sólo echan luz sobre la historia del individuo, sobre las circunstancias que preceden al acto. Las incisiones, las escarificaciones, las escoriaciones, las raspaduras superficiales o profundas, los rasguños, las quemaduras de cigarrillos, son a menudo hechas en el antebrazo o la muñeca izquierdos, lugares del cuerpo fácilmente más accesibles, inmediatamente visibles y que recuerdan entonces el control ejercido sobre uno mismo. A menudo se hacen sobre el vientre o las piernas, con objetos que se encuentran al alcance de la mano; instrumentos elegidos cuidadosamente y preciosa mente conservados si la autoagresión se inscribe en una repetición bien organizada: máquina de afeitar, bisturí, cuchillo, tijeras, trozo de vidrio, chinche, compás, clips . . . Para la población que aquí nos interesa, salvo por los rasguños y raspaduras, pero "superficiales" , incluso cabellos arran cados, siempre es evitado el rostro en tanto que principio de identidad, lugar importante de la sacralidad personal y social. La intención no es borrarse del lazo social sino justamente purificarse de un sufrimiento para retornar. Cuando es atacado el rostro, el pronóstico es más grave. El indi viduo empieza a perder el equilibrio y corta los puentes detrás de él. Las autoagresiones al cuerpo pueden empezar muy tempranamente. Diferentes trabajos muestran la "normalidad" de los movimientos "autoa gresivos" en la primera infancia: morderse, rasparse, pincharse, arrancar se costras, rasguñarse hasta sangrar, golpearse la cabeza, tirarse al piso. Shentoub y Soulairac observan esto en niños de 9 meses a 2 años, con una frecuencia máxima de entre 12 y 1 8 meses. Estos comportamientos se inscriben en una trama relacional y satisfacen una exploración de sí mismos y del entorno mientras se protegen de una tensión personal. Parti cipan de la formación del Yo y afectan sobre todo a niños hiperactivos, sobre todo a los varones (Shentoub, Soulairac, 1 96 1 , 1 20) . El niño no siempre percibe la consecuencia de su acto, ni ha aprendido plenamente 1 1 su necesidad de descarga. Estas formas de autoagresiones son corrientes,. pero disminuyen alrededor de los 2 años. A medida que elabora el esquema corporal el niño abandona los comportamientos asociados al dolor, aprende a evitar lastimarse. Si persis te, su acción está entonces orientada y dosificada en función del bene ficio secundario que obtiene. De este modo, las situaciones cargadas de ansiedad o de cólera lo llevan a intentar llamar la atención de su madre o de personas cercanas lastimándose. Si percibe el terror que induce en sus padres, se instaura una relación perversa, volviendo a los demás rehenes de su deseo. Ya de una forma precoz, la lesión corporal es un lenguaje, una forma de ejercer presión sobre el entorno y de controlar las tensiones interiores. En otras circunstancias también es el índice de un sufrimiento aplastante. En situaciones de carencias afectivas graves, René Spitz ( 1 965) observó en los niños comportamientos autoagresivos como golpearse la cabeza, golpearse con los puños, morderse, arrancarse los cabellos, etc. A menudo la muerte espera al final del camino si las situaciones de carencia permanecen. Pero no hablaremos aquí de los niños, que requieren otro análisis. El estudio de los autoagresiones corporales deliberadas se considera más avanzado en los EEUU, donde se han escrito importantes obras sobre este tema (Hewitt, 1 997; Babiker, Arnold, 1 997; Smith, Cox, Saradj ian, 1 998; Ross, Me Kay, 1 979; Kettlewell, 1 999) . Se han evaluado a tres millo nes de mujeres norteamericanas de todas las edades, que han pasado con regularidad al acto con hojas de afeitar, trozos de vidrio, cuchillos, despe llejándose, quemándose, etc. En Francia, faltan las cifras, hay pocos textos y fuentes de referencia, salvo de manera anexa, evocando otras formas de sufrimiento, sobre todo en adolescentes (Corraza, 1 976; Pommereau, 1 997, 200 1 ; Marcelli, Braconier, 2000; Scharbasch, 1 986) , o en la lite ratura referida a la prisión (Frigon, 200 1 ; Gonin, 1 99 1 ) . En los EEUU el tema es tratado sin moralismo, suscita menos susto y repulsión que en nuestras sociedades europeas donde el respeto por la integridad corporal se mantiene como un valor fundamental. El puritanismo norteamerica no, la reivindicación de los derechos personales, lleva a tratar sin reparos un sufrimiento que, en la vieja Europa, permanece contaminado de una transgresión intolerable. Las mujeres norteamericanas usan corrientemen te sus cuerpos como una superficie de protección de su malestar de vivir, 1 2 pero una parte de los adolescentes y de las mujeres adultas europeas recu rren a esto igualmente, sin encontrar el mismo eco en la clínica o en la reflexión antropológica. También es cierto que su número es menor. Los norteamericanos ponen en marcha programas de atención para las muje res en quienes las heridas autoinfligidas se vuelven una adicción. Si bien los psiquiatras estadounidenses clasifican bien las autoagresiones corpo rales en un síndrome reconocible, todavía quedan en nuestra sociedad anomalías poco estudiadas en sus especificidades. Las incisiones corporales deliberadas, en el contexto de nuestras socie dades contemporáneas, componen la trama de esta obra. Si me detengo un momento sobre las marcas corporales ligadas a los ritos de pasaje de las sociedades tradicionales, es sobre todo para demostrar en qué, en nues tras sociedades de individuos, aunque esté involucrado el cuerpo es mejor hablar de ritos íntimos de contrabando, de ritos personales, privados. Se trata de evitar el lugar común que consiste en decir que un joven impli cado en las conductas de riesgo o en autoagresiones corporales repetidas, vive "una especie" de rito de pasajeo, a la inversa, que su comportamien to solamente es provocado por su ausencia en nuestras sociedades. Las antropo-lógicas son más ambivalentes, más ricas de sentido, y es impor tante comprenderlas sin remitirlas a clichés. Las prácticas ritualizadas y públicas de las agresiones deliberadas al cuerpo son comunes en muchas sociedades humanas, más allá de los ritos de pasaje donde son tradicionales {capítulo 1 ) . Así, todavía hoy en Fili pinas, durante la semana santa, hay hombres que piden ser crucificados. Patrick Vandermeersch {2002) describe las flagelaciones que tienen lugar en el norte de España, en San Vicente de la Sonsierra, en especial el jueves y el viernes de semana santa. Allí también hay hombres que se flagelan la espalda con largas trenzas de lino hasta producirse hematomas. "Cada penitente tiene un acompañante que lo monitorea, lo incita o calma según el caso, para que pueda entrar en trance, pero lo presiona a golpearse más fuerte si flaquea. De hecho, se trata de evitar cualquier crueldad inútil. Hace falta golpearse rápido y fuerte, llegar rápidamente al estado donde la espalda esté suficientemente magullada para recibir los pinchazos que van a liberar al penitente" (p. 1 8) . Las disciplinas han marcado hace mucho tiempo a las instituciones monásticas cristianas. No abordaré este uso del dolor o de las alteraciones corporales porque excede la preocupación que 1 3 anima esta obra de comprender cómo un sufrimiento individual encuen tra en un acto singular una salida provisoria. La tradición cristiana está lejos de tener el monopolio del uso ritualizado del dolor y de las alteracio nes corporales como expresión de la devoción. Encontramos un principio cercano en el Islam chiita. Las heridas por aflicción son comunes en los ritos fúnebres de ciertas sociedades donde se araña, se corta la piel, se arrancan los cabellos . . . Ciertas prácticas devocionales, en especial en el hinduismo, requieren también de los místicos una voluntad para franquear los límites de la carne {Roux, 1 988) . La lista sería innumerable. Limitaré mi estudio únicamente a los Occidentales que se inscriben en el lado difícil de la preocupación del ser de nuestras sociedades, a los hombres y mujeres que no temen lesionar sus cuerpos.6 La tarea es comprender, no juzgar. El cuerpo es para el hombre el primer lugar del asombro de ser uno mismo. La condición humana es corporal, pero la relación con la encar nación nunca está del todo resuelta. El bello film de Marina de Van, Dans ma peau,1 confronta la inquietante extrañeza de estar apegado a una carne. Muchas tomas de la película testimonian este proceso de alejamiento y simultáneamente de retorno a sí mismo por la herida, vale decir el regreso a la piel, el recuerdo de la interioridad materializada por la sangre o el dolor. Esther es una mujer joven que ofrece todas las apariencias de una feliz integración a la sociedad, posee una buena situación y vive con un hombre que la ama. Un evento reabrirá una llaga de la infancia, una fragi lidad de la que no sabemos nada. Una tarde, durante una fiesta, mientras atraviesa una construcción, se lastima seriamente la pierna, pero no se da cuenta hasta más tarde. Esta confrontación inesperada con la carne, y entonces consigo misma, la lleva de pronto fuera de los caminos trillados. Se apasiona con sus llagas, las aviva otra vez, se crea otras, encontrando allí consuelo a quién sabe qué desborde. Su compañero, muy normalizador, 6 Abandonaré la cuestión del masoquismo como una forma del erotismo lúdi co donde a menudo el dolor es utilizado como un ingrediente del placer bajo la forma de incisiones, quemaduras, golpes o de "torturas" respondiendo a una demanda explícita o aceptada en el marco de un contrato moral con su pareja (Poutrian, 2003). Las heridas corporales evocadas en esta obra están en las antí podas, se inscriben en un contexto de sufrimiento personal, o una búsqueda de autocontrol durante las performances o actos de artistas del Body Art. 7 N del T. "En mi piel" o "Dentro de mi piel" . 14 no comprende su tranquila deriva. El mundo se desliza fuera de ella. Vivir ya no le alcanza, no está más en la sensación de realidad, busca sentirse existir pero pagando el precio. La descubrimos entonces borderline, sobre el filo de la hoja de afeitar de una realidad que lentamente se le escapa, no dejándole otros pliegues que su cuerpo al que se adhiere desesperadamente rallándolo, haciéndolo sangrar, incluso devorándolo. Cuando pierde los l ímites del mundo, los busca en su cuerpo, lacerando su piel, haciendo correr la sangre. Esther abandona el lazo social, incluso le cuesta restaurar la menor relación con los demás, refugiada en una habitación de hotel donde celebra ritos sangrantes con su cuerpo, termina por lacerarse el rostro, despedida simbólica del mundo que trasunta entonces la gravedad de su estado. En las últimas tomas del film, ella está congelada, catatónica, sobre una cama. A la inversa de la joven mujer del film de Marina de Van, donde el derrotero doloroso es sin retorno, los individuos de los que trata este libro no son psicóticos, no ignoran cuánto sus hábitos perturban, molestan e incluso repelen a los demás. Pero la escisión de su sufrimiento tiene ese precio. Más allá de los actos de ofensa a su cuerpo, llevan una vida perso nal que apenas se distingue de la de los demás. Para seguir existiendo, para luchar contra el desorden, recurren a un medio que, sin dudas, no es el mejor a los ojos de los demás, pero es lo único que funciona para ellos (capítulo 1 ) . En las prisiones donde abundan estos comportamientos, lo que importa es oponerse al embotamiento de los sentidos, al sufrimien to de la separación de los seres queridos, al sentimiento de injusticia, al desgaste del tiempo, al ocultamiento del cuerpo. Son actos circunstan ciales que permiten luchar contra el sufrimiento. En principio, cuando el preso recobra la libertad paran inmediatamente (capítulo 2) . En cuanto a los artistas, empujan su voluntad hasta un extremo en que atentan contra sus cuerpos. Siguen una necesidad interior de crea ción, con total lucidez de lo que les cuesta. Analizaremos de este modo las performances del body art, especialmente aquellas de Bob Flanagan o de Gina Pane que ponen en escena la alteración corporal. Trataremos de comprender la lógica que anima a aquellos que en nuestras sociedades occidentales contemporáneas inventan ritos que exigen tener sangre fría, como colgarse de ganchos fijados bajo la piel en búsqueda de "visiones" . Ni los unos ni los otros están enfermos, al contrario, desean vivir más. Su 1 5 desesperado deseo de vivir los conduce a los límites de la condición huma na, con el doloroso deseo de "reventar la opacidad de su piel que lo separa del mundo", como escribió Arthur Adamov.8 He utilizado numerosos testimonios recogidos durante la investiga ción en torno del tatuaje y del piercing durante los cuales los individuos evocaron prácticas de heridas deliberadas, me encontré con ellos, he reanudado el diálogo con los piercers, con los artistas, los performers. En lo que concierne a las generaciones jóvenes, ya conocía de larga data nume rosos testimonios porque el campo de las conductas de riesgo de los jóve nes se me ha vuelto familiar hace muchos años. Pude discutir sobre este tema con distintos profesionales: trabajadores sociales, psicólogos, médi cos, directores de instituciones, etc. Les agradezco a todos por su ayuda. Mi reconocimiento está dirigido sobre todo a quienes me acompañaron en el curso de esta reflexión, a Thierry Goguel d'Allondans (IFCAAD), Claudine Sutter (IFCAAD), Denis Jeffrey (Université Laval du Québec), Hakima Aft El Cadi (Université Marc Bloch de Strasbourg), Sylvie Frigon (Université d'Otawa), Constantin Zaharia (Université de Buca rest), Christian Michel (Université Marc Bloch de Strasbourg), Hnina Tuil, Frarn¡:ois Chobeaux (CEMEA), Crass (TribalTouch, Strasbourg), Esté (Tribal Touch, Strasbourg), Lucas Zpira (Weird Faktory-Body Art, Avignon), Anne-Dominique Moussay, Gérard Arnoult, Lydia Mazzoletti , Dominique Guillien, Alain Heiny, Marieke Romain. Agradezco por su ayuda a Meryem Sellani, Espéranze Delvaux, Perrine Labrux, estudian tes de Sociología en la Universidad Marc Bloch de Strasbourg, que han reflexionado conmigo acerca de estas prácticas y han realizado una serie de entrevistas con las personas que atentan contra su cuerpo de una forma u otra. También quiero hacer un reconocimiento especial a Thierry Goguel d'Allondans, Christian Michel, Carmen Ziegler y Hnina Tuil por haber releído el manuscrito. 8 Arthur Adamov,je . . . ils . . . , París, Gallimard, p. 27. 16 CAPÍTULO 1 LA INCISIÓN EN LA CARNE: MARCAS Y DOLORES PARA EXISTIR Es cierto que la vida humana está hecha de dos partes heterogéneas, que nunca se unen. Una sensata, cuyo sentido está dado por propósitos útiles, en consecuencia subordinados: es la parte que se muestra en la conciencia. La otra es soberana: ocasionalmente, se forma a favor de un desorden de la primera, es oscura, o más bien, si es clara, es encegueced.ora; de cualquier manera, ella escapa a la conciencia. George Bataille, L'Erotisme Los juegos de identidad El Yo que funda la relación con el mundo nos parece asegurado, irre futable, pero nada es más vulnerable, nada está más amenazado por la mirada de los otros o por los eventos de la historia personal. No esta mos inmutablemente encerrados en nosotros mismos como dentro de una fortaleza sólidamente guardada. La identidad personal nunca es una entidad, no está encerrada, se trama siempre con lo inacabado. El mundo en nosotros y el mundo fuera de nosotros no existen más que a través de las significaciones que no cesamos de proyectar a su encuentro. El senti miento de ser uno, único, sólido, con los pies sobre la tierra, no es más que una ficción personal que los demás deben sostener con más o menos buena voluntad. Ciertamente, si fuera demasiado flojo, inconsistente, la existencia será imposible. La identidad no es substancial sino relacional. Es un sentimiento. El Yo es el ensamble de los discursos vitales que el indi viduo es susceptible de sostener acerca de sí mismo. Un instrumento que se esfuerza en poner conciencia en un teatro de sombras, que responde a la cuestión de la imagen de sí mismo, pero que a menudo es ciego para los caracteres que saltan a la vista de los demás. El hombre no cesa nunca de nacer y sus condiciones de existencia lo cambian al mismo tiempo que él influye sobre ellas. Los movimientos que 1 7 animan el sentimiento de sí mismo no existen sino estrechamente ligados a los movimientos de la sociedad. Sobre todo en las sociedades contenl. poráneas sujetas a un reciclaje permanente, exigiendo a sus miembros a remodelar sin respiro sus investimentos, sus valores, sus relaciones con los otros y con el mundo. El sentimiento de identidad se ha vuelto modular, fluido, sin enraizamiento profundo, sujeto a la moda. Además, se renueva según las circunstancias inherentes a la condición humana: un encuentro, el nacimiento de un niño, un accidente, un duelo, una separación, una decepción, etc. Un individuo crispado en una identidad inflexible, hoy día sería barrido por los datos cambiantes de su entorno. En principio, la identidad es un movimiento hacia lo idéntico, en el sentido que lo esencial de uno mismo permanece en el tiempo, donde el individuo se reconoce de una época a la otra. Pero también es flexible en la medida que los eventos mellan o mejoran la autoestima, obligando a cambios bruscos de valor, etc. La puesta en juego de las reservas de sentido y de los valores propios para afrontar lo inédito en uno y alrededor de uno es sin duda un dato antropológico elemental, porque más que nunca, en la obsolescencia del mundo en que vivimos, es la cualidad que se exige de los individuos. Una trama móvil de valores, de representaciones, de mode los, de roles, de afectos, orienta los proyectos y da las bases del sentido de identidad construyendo una historia propia. Un "espectro de identidad" (M'Uzan, 1 972) , por una parte consciente, pero escapando a cualquier lucidez por lo esencial, traduce una relación con el mundo, un estilo de presencia, una afectividad en acto, un sistema más o menos coherente de valores y de señales. Pero esta trama siempre está abierta en relación a los demás o a los acontecimientos. Más allá de la impresión de ser uno mismo y de controlar su existen cia, se extiende un universo pulsional que nunca descansa y que ignora al tiempo, dijo Freud. Las circunstancias pueden en cualquier instante despertar el eco, recordar las cicatrices de la memoria. Lo que permanece, la estructura durable, asegura el sentimiento de la continuidad de uno mismo, restaura líneas afectivas modeladas en la infancia, en la historia de vida. Así los eventos se anudan en un campo de fuerza y orientan larga mente la existencia, incluso aunque sea posible modificar el impacto para lo mejor o para lo peor. Ciertos hilos de la historia parecen irrompibles y siempre la vida gira alrededor de ellos, mientras que otros se desgastan o se 1 8 rompen y permiten liberarse de sucesos dolorosos. El hombre está hecho de innumerables laberintos que se entreveran en él, nunca tiene acceso a su verdad, sino a su dispersión en las mil situaciones donde se encuentre. Está siempre en una búsqueda de sí mismo de una forma propicia o dolo rosa, coherente o caótica, por lo tanto nunca abandona el orden del senti do. Permanentemente encarna una trama de lógicas múltiples donde las claves se le escapan, pero nunca desespera mientras tengan sentido para él. La adolescencia, más que otras edades de la existencia, se caracteriza por la fluctuación de la autoestima. En esta etapa donde se trata de obte ner una nueva imagen yendo más allá de las viejas identificaciones de la infancia, el joven está en búsqueda de sí mismo. Para algunos, el derrotero es tanto más difícil cuanto las bases narcisistas estén fallando. El despertar del deseo, la interrogación de lo femenino y lo masculino, la entrada en la sexualidad, en este momento son percibidos como peligros que amenazan la integridad difícilmente elaborada del Yo. El delicado pasaje a la edad adulta se efectúa con la herencia estructural de la infancia, revive las fragi lidades y las fortalezas. Si las heridas autoinfligidas afectan mayormente a los jóvenes, es porque en el momento de la adolescencia, el cuerpo se transforma profun damente en su forma y sus funciones. A la vez ineluctable, raíz identitaria, se asusta simultáneamente por sus cambios, las responsabilidades que lo implican con los demás. Es una amenaza para el Yo. Por lo tanto, el cuer po es una adscripción al mundo, la única permanencia tangible, el único medio de tomar posesión de su existencia. A la vez amado y detestado, encarna un medio de expresión simbólica que se traduce algunas veces por una búsqueda de originalidad en el peinado, las ropas, las marcas corpo rales (piercings, tatuajes, etc.) o un estilo diferenciado de relacionarse con el mundo. El joven sobreactúa lo que pretende ser, lo muestra en exceso en este pasaje a la edad adulta que lo deja despojado. Escucha desde el principio un discurso sobre sí mismo a través de la apariencia física que exhibe. Su cuerpo es la única marca estable, aunque sea necesario conjurar la inquie tud de los cambios que sufre, porque está en los fundamentos de la iden tidad y persiste allí donde el entorno aparece cargado de miedo e imprevi s ibilidad. Esta incertidumbre conlleva, en contrapartida, una voluntad de dominio. El discurso recurrente de los jóvenes después de un tatuaje o un 19 piercingdiciendo que ellos se han "reapropiado" de su cuerpo testifica con claridad su necesidad de un desvío simbólico para acceder al sentimiento de identidad. Para el adolescente,el cuerpo es el campo de batalla de su identidad en vías de constituirse. Los ataques contra él están dirigidos a hacerle la piel, vale decir, a cambiarlo. Si bien son numerosos los que atentan contra su cuerpo para cambiar la imagen, los adolescentes no tienen el monopolio de esta cirugía del sentido. Cuando el hombre o la mujer están luchando por vivir, pueden volverse contra sí mismos para encontrar al fin sus marcas haciendo la parte del fuego. Lo que ellos abandonan para existir retorna luego como potencia. Lo que es válido para los adolescentes es válido también para aquellos que, varios años después de la adolescencia, continúan cortando sus cuerpos. Para cualquier hombre, su cuerpo es el rostro de lo que él es. Quien no se reconoce en su existencia puede actuar sobre su piel para cincelarla de otra manera. El cuerpo es una materia de identidad. Accionar sobre él viene a modificar el ángulo de la relación con el mundo. Tallar la carne, es tallar una imagen de sí mismo aceptable por fin, remodelando la forma. La profundidad de la piel no tiene fin para fabricar la identidad. La piel La piel encierra al cuerpo, los límites de uno mismo, establece la fronte ra entre el adentro y el afuera de manera viviente, porosa, porque también es una apertura al mundo, memoria viva. Envuelve y encarna a la persona distinguiéndola de las otras. Su textura, su color, su tez, sus cicatrices, sus particularidades (lunares, etc.) dibujan un paisaje único. Conserva, como un archivo, las marcas de la historia individual como un palimpsesto del cual sólo el individuo tiene la clave: marcas de quemaduras, de heridas, de operaciones, de vacunas, de fracturas, signos grabados, etc. A tal punto que las marcas agregadas deliberadamente pueden funcionar como signos de identidad desplegados sobre uno: tatuajes, piercings, implantes, escari ficaciones, burnings . . . La superficie presentada a los otros está sostenida detrás de la escena por eventos de la vida, heridas o defensas identitarias. La piel es una barrera, un envoltorio narcisista que protege del posible caos del mundo. Puerta que se abre o se cierra a voluntad pero a menu do también sin saberlo. Es una pantalla donde se proyecta una identi- 20 dad soñada, como en el tatuaje, el piercing, o los innumerables modos de puesta en escena de la apariencia que registran nuestras sociedades. O, a "1 inversa, una identidad insoportable de la que uno desea despojarse y en la cual las heridas corporales autoinfligidas son el índice. "La piel, escribió l)idier Anzieu ( 1 985 , 95) provee al aparato psíquico las representaciones constitucionales del Yo y de sus principales funciones." Es una instan cia de mantenimiento del psiquismo, vale decir del enraizamiento de la identidad dentro de una carne que individualiza. La piel ejerce así una función de contención, es decir de amortiguar las tensiones que vienen ranto de afuera como de adentro. Instancia de frontera que protege de las agresiones exteriores y de las tensiones íntimas, otorga sobre todo al individuo el sentimiento de los límites de significado que lo autorizan a sentirse sostenido por su existenc�a y no presa del caos o de la vulnerabili dad. La relación con el mundo de todo hombre es entonces una cuestión de piel, y de solidez de la función de contención. Estar mal en su piel 1 implica a menudo la remodelación de la superficie de uno mismo para hacer una piel nueva donde hallarse mejor. Las marcas corporales son más bien mojones de identidad, maneras de inscribir los límites directamente en la piel, y no solamente en la metáfora. La piel es doblemente el órgano del contacto. Si en principio condi ciona el tacto, mide también la calidad de la relación con los otros. Habla mm naturalmente de un buen o un mal contacto. La piel es el sismógrafo de Ja historia personal. Es el lugar del pasaje del sentido en la relación con el mundo. La psicosomática de la piel, o mejor aún, la fisiosemántica (Le Breton, 1 990) muestra que las afecciones cutáneas son enfermedades de la falta de contacto. Las madres de los niños afectados por eccemas son poco pródigas en contactos cutáneos (Montagu. 1 979, 1 55) . El eccema infantil viene a obturar las lagunas de contacto piel a piel. El niño asume él mismo su envoltura cutánea pero, de manera ambigua, al mismo tiempo manifiesta su falta de ser y satisface las estimulaciones que le faltan. En la ambivalencia, traduce su voluntad de cambiar de piel, sus síntomas son una llamada simbólica en dirección de la madre para despertar su aten ción y motivar su afecto. Pero simultáneamente, volviéndose "repulsivos" , son un reproche a su abandono. El niño envía un pedido inconsciente a 1 N. del T. Etre mal dans sa peau literalmente "estar mal en su piel'', significa l'star a disgusto, con infelicidad, incómodo. 2 1 su madre para ser tocado. Simuldneamente, su eccema es una manera tortuosa de experimentar por sí mismo esa envoltura corporal que el Otr6 no toca con suficiente amor y co nfianza . " Los espacios i n ter iores y cxtd.. riores habladn del intercambio piel a p iel materno filial o por el contrari(¡ de los maltratos, los olvidos, los rechazos. Las destellos maternales soA terribles. Colpean en la piel que los recuerda: en el acné, tatuajes, granos, h u medad , maquil la je , permanecen las inscripciones . . . Las huellas de los padres sobre uno mismo permanecen indelebles pero se matizan con el tiempo, desvaneciéndose a voluntad de las autoreparaciones establecidas" (Papett i-Tisseron , 1996, 18). La piel es una memoria viviente de las carencias de la infancia, poste rior a los eventos penosos vividos por el individuo. 1 ,os problemas crónicos o circunstanciales a menudo dan granos, en sentido real o figurado, una crisis de eccema, de pso r ias is o de urticaria. A f-lor de piel se lec entonces la edad moral del individuo. La irritación interior f-lorece sobre la pantalla cud.nea. Si bien la piel no es m;Ís que una supcrf-icie, es la profundidad f-igurada de uno mismo, encarna la int erioridad, Tocíndola, tocamos al sujeto en sentido propio y en sen t ido f-igurado. I.a piel es una superf-icie de inscripción de sentido. "El Yo, escribió Freud, deriva en última instancia de las sensaciones corporales, principal mente de aquellas que tienen su origen en la superf-icie del cuerpo. Pode mos considerarlo como la proyección me11ral de la superf-icie del cuerpo¡ m;Ís aún, considerarlo¡ . . . l como representant l' de la supnf-icie del aparatd psíquico" (Freud, J l)8 I, 2.)8). Didier Anzieu hizo el enlace entre las do� instancias y habla del "Yo-Piel" Este último como "represent allte psíquicq que emerge de los juegos entre el cuerpo del 11i1-10 y L'I cuerpo de la madre ' como así también de las respuestas aportadas por la madre a Lis sensacio nes y emociones del bebé, respuestas gestuales'.'' vocales" (A nzirn , 1985 100). La experirncia ulterior del mundo consolida o debilita los dato según los eventos personales encontrados. 1 .a piel es el eterno ctmpo dl batalla entre uno y el otro, y sobre todo, el otro e11 11no. Las a u roagresiones corporales, si son repetidas, forman una "en vol ru ra de sufrimirnto" que resuhlccc una fi111cil'lll deficiente de la insercil'>� rn el mundo. A Edra de un invcstimenro atl:ctivo suf-icie11rc en la infancia por med io de u11a reciprocidad tangible co11 los nLÍs cercanos afrctiva� l lll'lltl', el i11dividuo queda l'll Edra, e11 su.-,¡ll'mo de sí mismo. " Resu l tad 1 en una fluctuación incesante de sus procesos identificatorios que enton ces a menudo privilegian el recurso a procesos y procedimientos iniciá ricos singulares entre los cuales el sufrimiento, en particular del cuerpo, riene un lugar de elección" (Enriquez, 1 984, 1 79) . El cuerpo que no ha sido sentido como experiencia de placer queda fuera de sí mismo, separa do, y sólo a través de un dolor controlado puede devenir signo de identi dad, emblema de unomismo. La piel no es más la frontera propicia para regular los intercambios de sentido. El dolor y la marca cutánea refundan d contorno de uno mismo, reanudando una frontera a seguir, entre el afuera y el adentro, ocluyendo las brechas. La envoltura de sufrimiento es d precio a pagar para asegurar la continuidad de uno mismo. En ningún caso se trata de masoquismo porque el esfuerzo no está puesto en gozar s i no más bien en sufrir y asegurarse de ese modo una existencia que de otro modo sería demasiado incierta. Tentativa de "restituir la función del yo-piel continente, no ejercida por la madre o el entorno . . . Yo sufro entonces yo soy" (Anzieu, 1 985 , 204-205) . Esta necesidad de hacerse mal para tener menos mal, de probar sus fronteras personales para asegurarse de su existencia, abarcan, por supuesto, enormes variaciones individua les, y la significación íntima del acto una asombrosa polisemia que trata remos de restituir aquí. No hay dolor sin sufrimiento Las heridas voluntarias remiten, por supuesto, a la pregunta por el dolor. Pero lo interrogan de manera singular en lo que su posible virulencia no previene el acto. En la necesidad interior del acto, está "olvidado" ; cesa de jugar un rol de protección del individuo. El dolor es un desgarramiento de sí que rompe la evidencia de la relación con el mundo. Fija el hombre a su cuerpo al estilo de la violación. No hay castigo físico que no implique una repercusión en la relación del hombre con el mundo. El dolor implica el sufrimiento. No está confinado a un órgano o a una función, también es moral. El dolor de muelas no está en la muela, está en la vida, altera todas las actividades del hombre, incluso aquellas que le gustan. Pero si el sufrimiento es inherente al dolor, es más o menos intenso según las circunstancias. Está modulado por la significación que toma el dolor, que está en proporción a la cantidad de violencia sufrida. Puede 23 ser ínfimo o trágico, nunca está ligado matemáticamente a una lesiónJ El sufrimiento desborda el dolor especialmente en los casos de tortura q de enfermedad, vale decir de una adversidad que rompe al individuo sin dejarle elección. Por lo contrario, en las circunstancias que él domina� el sufrimiento es insignificante y entonces permite conocer situacione� límite, como por ejemplo en los deportes extremos o en el body art, el dolor muda en algo separado de uno mismo con la intención de tocar los márgenes de la condición humana. Así hay individuos que fuera de cualquier referencia religiosa buscan vivir estas experiencias extremas en una búsqueda de exploración de sí mismos (capfrulo 3). Sienten las cuchi llas del dolor, pero lo controlan antes que se transforme en sufrimiento. Entre dolor y sufrimiento, los lazos son a la vez estrechos o laxos según los contextos, pero profundamente significativos y abren camino a una antropología de los límites. Si existe una pluralidad de dolores, es en prin cipalmente porque existe una pluralidad de sufrimientos. A través de la agresión deliberada al cuerpo, el individuo sofocado por su sufrimiento se hace daño para escapar de él, ataca su cuerpo con brutalidad porque quiere liberarse. En esas circunstancias, la sensación del dolor físico tiene profundas diferencias en cada individuo. La mitad de los jóvenes internos de un correccional canadiense que se graba la piel dicen no sentir ningún dolor después de su acción. 31 % dicen experi mentar un dolor leve y el 18% solamente acusan un dolor extremo (Roos y Me Kay, 1979). El momento de la alteración del cuerpo es raramen te doloroso en principio. Su objetivo es justamente cortar con el sufri miento, aunque el individuo no tenga una conciencia clara de ello. Está anestesiado de su acción porque en primer lugar está en búsqueda de alivio, de una descarga de tensión. Muriel recuerda el momento en que se cortaba su piel con un pedazo de vidrio roto: "Yo tallaba, tallaba y veía la sangre que corría, ni siquiera recuerdo que me dolió. Recuerdo que picabtl, que picaba, eso sí. Creo que tenía tanto dolor en el corazón que realmente no sentía el dolor." 2 Daniel Gonin, médico de prisiones, dijo que lo importante en las autoagresiones corporales de los detenidos es la dificultad de cuidados, "porque a menudo el detenido, que ha mostrado una insensibilidad al 2 Cuando los testimonios son citados sin referencia a una obra o a un artículo, son producto de una recopilación personal. 24 dolor infligiéndose múltiples cortes, se vuelve cómodo, pusilánime, y rrata de evadir las curaciones. Es necesaria toda la paciencia del agente para convencerlo de dejarse curar" (Gonin, 1 99 1 , 1 47) . Esto sólo es una paradoja aparente que opone en un mismo individuo dos significaciones radicalmente diferentes del dolor, y compromete dos relaciones con el sufrimiento. Atacando su piel , el detenido se esfuerza en poner término a su confusión, a su vacío. Encerrado en su cuerpo, sin otra perspectiva que los cuatro muros que lo encierran, abre su piel para acabar con su tensión. Y, en la mayoría de los casos, lejos de sentir dolor, se sumerge en una sensa ción difusa de alivio. Después, enfrentando las consecuencias en la enfer mería, toma conciencia de un dolor tanto más vivo cuanto recupera su s i tuación de detenido, curado en condiciones rudimentarias, solo, privado de su familia.3 La percepción del dolor está agudizada por el sufrimiento en la situación carcelaria contra el cual trata de luchar. En ese momento, él se vuelve sensible. De un episodio a otro, no se trata del mismo dolor porque no son los mismos sufrimientos. En pocos minutos las circunstan cias redefinen lo que siente el detenido. Después de haber conjurado el aumento del sufrimiento, ahora está confrontado con el dolor de la herida provocada, pero simultáneamente reencuentra los límites de sentido que le faltaban. Recupera sus marcas. El dolor ofrece aquí la paradoja de brindar un medio de lucha eficaz contra la virulencia de la tristeza. Amortigua el sufrimiento. Entonces es buscado con intensidad como una forma de aturdirse, de pensar en otra cosa. Stéphanie, colegiala de 1 8 años, después de cortes y episodios de anorexia, logró por un momento liberarse y retomar el control de su exis tencia. Pero se vuelve a quebrar después de una frustración que no sopor ta. Se quema con un cigarrillo y revienta las ampollas que se forman en su piel. Se aplica sal en las llagas. La quemadura es intensa, dura una semana, pero Stéphanie declara experimentar alivio, aunque trate de hablar más de su acción. Más vale el dolor (que dominamos) que el sufrimiento (que se impone sin remisión) . Si en ciertos casos al principio es capaz de aguan tarlo, el sufrimiento encarna siempre lo intolerable, el exceso que destruye. La herida materializa la angustia, la fija. 3 Mientras que en el hombre libre la situación dolorosa es el arquetipo de la reunión de la familia para curarlo y cuidarlo. 25 Las mujeres más que los hombres Que las autoagresiones corporales sean netamente superiores en cuanto a cantidad en las mujeres m;Í.s que en los hombres conf-irma el hecho que en las primeras el sufrimiento se interioriza mientras que en los segundos toma m;Í.s bien la forma de una agresión contra el mundo exterior. Donde el hombre se proyecta con fuerza contra el mundo. la mujer toma la angustia sobre sí. Esos comportamientos, incluso cuan do participan de los límites extremos, reproducen datos educativos que le imponen al hombre una autodemostración, acompañando valores tradicionalmente asociados a la virilidad: la agresividad, la violencia, el alcoholismo, la velocidad en las rutas, que son a menudo explícitamente valorizadas como conductas "viriles". El hombre debe demostrar que está a la altura, que sabe enfrentar los desafíos, proteger su "honor", que es resistente al dolor o sabe arreglarse con la ley si hay una chance de no ser atrapado. La mujer interioriza su confusión,traduce m;Ís Hcilmente una fragili dad que va de la mano con los criterios de seducción que se le imponen. Que se doble ante el dolor está en el orden cultural de las cosas. Pero su sufrimiento (el que est;Í en la vida), retorna contra su propia piel, la mujer también rechaza el modelo de seducción que la sofoca y que hace de su apariencia el mayor criterio de evaluación de lo que ella es, cuando el hombre es más bien juzgado por sus obras. Precisamente ella dice que está siempre a flor de piel. Y que está harta, subrayando esto con gestos de rabia. Que artistas como Cina Pane u Orlan atenten contra sus cuer pos, despierta más miedo y resistencia social que si se tratase de hombres. Hay m;Í.s mujeres que recurren a estas performances, aunque también los hombres se dediquen a ellas. Estos artistas reivindican de todos modos un an;ílisis político de sus cuerpos y de los bloqueos sociales que los encierran en su condición. Una mujer supuestamente es fdgil, dulce, portadora de vida, etc., no puede hacer correr su sangre o "perjudicar" su cuerpo. La fuerza de la interrogación es aún más inquietante (capítulo 3). Este investimento diferente de la piel en el hombre o en la mujer se traduce también por el status respectivo de sus cortes. Mientras la mujer suele actuar sola, es común que el hombre lo haga bajo la mirada de los otros en una inequívoca demostración de su "virilidad". En una situación 2ú donde está en dificultades, tiene la intención de mostrar "que tiene lo que b;ly que tener" . Ciertamente, en su acción se traduce un sufrimiento, pero b incisión está sublimada, magnificada, desviada hacia otra significación que supuestamente lo valorizará4• Slim, de 1 7 años, está en un café con ainigos de su edad que se burlan amablemente. Las mesas están plagadas de vasos de cerveza vacíos. El tono de la discusión sube. Slim; que acumula fracasos personales, repentinamente se enciende para expresar la fuerza de su carácter. Se levanta la remera, toma el cuchillo que tenía en su bolsillo v se tajea varias veces el pecho con aire de desafío. Sus amigos, asombra dos, lo acompañan al baño para limpiar la sangre. Slim ha proclamado simbólicamente su virilidad, aunque la vida no le estaba sonriendo preci samente. Recordamos al personaje de Malraux, Kassner, en El Tiempo del desprecio, que se marca a cuchillo la línea de la vida en la mano. Es una lógica de autoafirmación la que anima al personaje de Samy en el libro de Cyril Collard. "Samy va a la cocina, vuelve con un cuchillo. Se planta delante del espejo del baño, las piernas separadas, el tronco ergui do; entonces se tajea metódicamente el torso, los brazos y los muslos con el cuchillo. Agarra una botella de alcohol de 90º y vuelca el líquido sobre los surcos rojos cavados en su carne."5 Bajo la mirada de sus dos amantes, un hombre y una mujer, muestra su vitalidad, su virilidad, y traspasa así el conflicto de una existencia siempre al filo. El hecho de tener sangre fría y no temer lastimarse para imponer su posición es una actitud más bien masculina. Muchas quemaduras de cigarrillos se hacen bajo la mira da de los otros a quienes se quiere impresionar. A menudo dentro de un grupo, a partir de un desafío lanzado por alguien que suele dar el ejemplo, burlándose de la impotencia de sus testigos para ir más lejos. La resistencia al dolor es un valor clásico de la afirmación de la virilidad, de todos modos ha marcado desde hace mucho tiempo la antigua historia del tatuaje, pero siempre exige del público. 4 Sucede que algunos hombres atentan contra su cuerpo en forma discreta Y algunas mujeres de manera pública y espectacular, pero son hechos menos frecuentes , salvo en las instituciones, y volveremos sobre este tema. Sobre las conductas de riesgo de las niñas, ver Hakima Ait El Cadi, 2002. 5 Cyril Collard, Les Nuitsfauves, Paris, "J 'ai lu'' , 1 989, p. 1 65 . 27 El corte del cuerpo como límite de identidad Muchas incis iones conciernen a personas que sufren de ausencia dt l ímites, de una incertidumbre acerca de las fronteras de su psiquismo y df su cuerpo, de su realidad y de su ideal , de aquello que depende de ellos y de lo que corresponde a los otros . Son vulnerables a la mirada de los dem .. o a las fluctuaciones de su entorno. La inconsistencia del Yo fragil iza s9 relación con el mundo y los pone en carne viva, es decir despellej ados d� sentido, s in defensa contra las heridas narcisistas infligidas por los demás o por su indiferencia de acuerdo a sus expectativas . Fal la la cohes ión de uno mismo, el narcisismo necesario para la existencia no está suficientemente fortalecido. Cualquier decepción es vivida con intensidad, s in retroceso. Tienen el sentimiento de no ser absolutamente reales , de no habitar verda deramente en sus cuerpos y en sus existencias. La insuficiencia de una relación sólida y confiable con el mundo provoca el volverse contra uno m ismo en una especie de ci rugía brutal pero ritual , s ignificante, para reen contrar lo más cerca de sí las marcas que faltan . Entonces los momentos fulgurantes de pasaje al acto se i mponen con una necesidad imperiosa en los momentos de crisis . Un hombre de unos tre inta años l lega a consulta médica por causa de la fatiga que siente. El médico general ista le pide que se desvista. El hombre lo hace y revela un pecho lacerado por grandes cicatrices . El médi co, demudado, le pregunta qué le ha pasado. En los días precedentes, el hombre vivió un conflicto con su esposa. Ella, dice el hombre, no lo comprende. No soportando más su indiferencia, agarró un cuchi l lo , se rasgó las ropas y se tajeó el pecho. Entonces le dijo a su mujer: "Ves, esto que me hago no es nada en comparación de lo que tú me haces. " El dolor, la incisión, la sangre corriendo que desborda en un sufrimiento aplastante. Frente a la parál isis de cualquier posibi l idad de acción, el pasaje al acto restablece una l ínea de orientación , retorna al individuo al sentimiento de su presencia. Le recuerda que él está vivo por medio de la brutal sensación de existencia que sign ifica la ruptura cutfoea. La imposibi l idad de sal i r de la s i tuación por medio del lenguaje fuerza el pasaje por el cuerpo para descargar la tensión . El dolor psíquico es un freno simbólico para oponer al sufrimiento , una manera de contener su hemorragia y transferirla a un espacio donde deviene por un instante controlable. Últ ima tentativa, desesperada, de mantenerse en el mundo, de encontrar un amarre. Es un 28 dolor homeopático porque previene un sufrimiento indecible y aplastan re. La marca corporal lleva el sufrimiento a la superficie del cuerpo, allí donde deviene visible y controlable. Se lo extirpa de una interioridad que parece un abismo. Muriel, de 1 6 años en ese momento, ha escrito con fragmentos de vidrio sobre su piel las iniciales de su compañero toxicómano mientras él está en la cárcel, formula de manera ejemplar la potencia de la atracción del corte en esos momentos de angustia: "Eres tan desgraciada en el fondo de ti misma, es la pena de amor, sabes. Te sientes desgraciada en tu corazón, y entonces te haces mal para tener un dolor corporal más fuerte, para no sentir más el dolor en tu corazón, ¿te das cuenta un poco cómo es?" Martine, hoy con 38 años de edad, se ha cortado durante mucho riempo alrededor de sus 20 años, cuando era estudiante. ''Es un estado de ánimo. Una especie de exceso de alguna cosa. Hace falta que yo lo haga salir, como la pus. A�o destructivo. Es como una energía negra, hace falta que la elimine, que la haga salir ftsicamente de mí, quizás porque yo no la puedo decir. "Evoca de ella misma la inquietante búsqueda de marcas que atenazó su existencia. ''Había una búsqueda de límites. Pero no solamente a través del hecho de cortarme. Quería encontrar el punto donde ya no podía ir más lejos. Esos límites los encontré en el riesgo, el peligro. Me he puesto sin cesar en situacionesde desequilibrio. Estaba buscando a�o que me llevara de vuelta a donde estaba a salvo. " A los 1 3 años, Isabel, impregnada del sentimien to de su soledad, de su insignificancia, se tajea las muñecas para hacerse la promesa que algún día podrá amar a alguien. Pacto de sangre con su propia historia, mensaje lanzado más allá del tiempo a la otra Isabel que la espera dentro de unos años para exorcizar el sufrimiento de ser uno mismo y de no quererse. El corte es el precio a pagar por el intercambio simbólico con el tiempo para asegurarse un futuro mejor. Haciéndose daño, puede esperar que el maleficio afloje por fin su influencia. Kim Hewitt recuerda, a sus 1 4 años, un fuerte enojo de su madre contra su padre y su impotencia para intervenir. Se encontraba en ese momento en el baño y con un pedaw de metal que encontró, se raspó la piel del antebraw para poner fin a su ebullición interior (Hewitt, 1 997, VII) . Las autoagresiones corporales son gritos liberados en la carne a falta de lenguaje. Este testimonio de sufrimiento es ambiguo porque es una negación de la comunicación (Killby, 200 1 , 1 24) . Recurrir al cuerpo 29 marca el fracaso de la palabra y del pensamiento, la evasión del significa do. Ambivalencia de una marca que a menudo no busca ningún testigo. "Lo que no puede ser dicho en palabras, dice Kim Hewitt, deviene un lenguaje de sangre y de dolor" (Hewitt, 1997, 58). La herida trata de llevar el lenguaje a otro nivel, de ir más allá del impasse relacional, de la impo tencia frente al mundo, pero se priva de los recursos de la palabra.<' En lugar de gritar o mostrar su angustia contra el mundo o contra aquellos que son responsables, el individuo la vuelve contra sí mismo. Frente a la oleada de afectos que viven, ciertos adolescentes se golpean la cabeza contra un muro, se rompen la mano contra una puerta, se queman con un cigarrillo, se cortan, se raspan, se mutilan para conte ner un sufrimiento que arrasa todo a su camino.7 Golpeando el mundo en forma que lastime, retoman el control de un sentimiento potente y destructor, buscan algo que lo contenga y encuent ran entonces el dolor o la herida. Conjuración de la impotencia por medio de un desvío simbóli co que permita tener donde agarrarse en una situación que se les escapa. O bien, secretamente, se hacen inscripciones cutáneas con un compás, un vidrio, una máquina de afeitar, un cuchillo ... El corte es superficial o profundo según la intensidad del sufrimiento que se sienta, está limitado a un punto del cuerpo o disperso. Hace a la economía de una posible intervención sobre el mundo. Cambia su cuerpo ante el fracaso de cambiar un entorno nefasto, o amortiguar una ofensiva del exterior sobre sí, amenazante para el sentimiento de identidad. La inci sión es, primero, una cirugía del sentido. La conversión del sufrimiento en dolor físico restaura provisoriamente el enraizamiento en el mundo. El apaciguamiento obtenido es diferente según las circunstancias y las perso nas que agreden a su cuerpo. Algunos se dicen "calmados" por el solo hecho de la herida, otros por el dolor sentido en el momento, otros más G A veces para reencontrarlas después si el acto ha tenido testigos o si las cicatrices son de repente deliberadamente descubiertas y suscitan la interrogación del entorno. En ese caso, el llamado encuentra al fin un destinatario. 7 No es anodino que la práctica intensiva de skate o de roller implique múltiples heridas y fracturas. No cesan de caerse y de lastimarse en búsqueda de un instanre de virtuosismo, como si fuera necesario siempre rasparse contra el mundo para sentirse existir, a falta de límites de sentido encuentran por fin el tope de un límite físico (Le Breton, 2002b). 30 b ien por el correr de la sangre. En principio, el apaciguamiento es siempre provis��io. No resuelve �inguna de l�s circunstancias que han provocado b rens10n, pero proporciona un respiro. Los atentados a la integridad corporal ni siquiera tienen, en principio, [J hipótesis de morir. Las incisiones, las escarificaciones, las quemaduras, [os pinchazos, los golpes, las raspaduras, la inserción de objetos en la piel no son el indicador de una intención de destruirse o de morir. No son rentativas de suicidio sino tentativas de vivir, última manera de abrochar [os sentidos en su cuerpo haciendo la parte del fuego, vale decir sacrifican do una parte de sí para poder continuar existiendo. La herida autoinfligida no es un sufrimiento sino una oposición al sufrimiento, es un compromi so, un intento de restauración del sentido. La conspiración íntima no está contra la existencia sino a su favor, trata de abrir una salida permitiendo por fin ser uno mismo. El pasaje al acto de los cortes corporales o de las conductas de riesgo, conjuran una catástrofe de los sentidos, absorben los efectos destructivos fijándola en la piel y tratando de recuperar el control. Sin duda sería tranquilizador eliminar el problema de aquellos que atentan contra su cuerpo remitiéndonos a la locura, a la enfermedad, pero es imposible no ver que una inmensa mayoría de quienes proceden así muestran todas las apariencias de una integración social sin problemas. Si las autoagresiones corporales abundan en las instituciones totales (hospita les psiquiátricos, prisiones, reformatorios, etc.), no están menos presentes en el seno de la sociedad, en individuos donde los allegados a menudo están lejos de imaginarse que ellos recurren a semejantes prácticas para mantener un control sobre sus vidas. Las heridas corporales deliberadas no son más índices de locura que las tentativas de suicidio, las fugas, los tras tornos alimentarios u otras formas de conductas de riesgo de las jóvenes generaciones, son más bien tentativas de forzar el pasaje para existir (Le Breton, 2002b). Martine, citada anteriormente, lo dice con fuerza: ''Las cortaduras, eran la única manera de soportar ese sufrimiento. Eran la única manera que encontré en ese momento para no desear morir. " La alteración corporal es una redefinición de uno mismo en una si tuación dolorosa. Puede ser única, remitiendo a un episodio que en ese rnomento haya desbordado la capacidad de elaboración simbólica del sujeto, pero puede repetirse muchas veces, deviniendo una manera habi tual de luchar contra el miedo a la fragmentación. Los trabajos dan cuenta 3 1 <le cicatrices que van de unas pocas a más de una centena según los indi. viduos (S impson , 1 980, 267) . La muñeca es el pr imer lugar del cuerp� tomado como objetivo, pero también el antebrazo , el pecho, el vientr� o las p iernas. El rostro rara vez es tocado, porque j ustamente encarna el principio sagrado de la identidad personal , el l ugar m�ís sagrado de uno mismo. Si finalmente es atacado, entonces el individuo ha hecho un paso fuera de la vida ordinaria y entra en los preludios de la psicosis . El deseo de salvar el rostro traduce la voluntad de mantenerse dentro del l azo social, de no romper los puentes. Aunque j uegue co n los l ími tes, el individuo no pierde del todo el control de su acción. Fn las formas m�ís crón icas , más densas, que no son las que aquí nos i nte resan , hay una perdurable "envol tura de sufrimiento" ( Enriquez, 1 984) que asegura la existencia. Una multitud de violencias auto inA igidas puntúan entonces una vida personal en el fi lo de la navaja . El cuerpo es desinvestido de todo disfrute que no sea el del dolor (Anzieu, 1 98 5 , 209) . El seguro de la navaja8 La incis ión erige un dique para conj urar el sentimiento de pérdida narcis ista, el aumento fulgurante de una angustia o un afecto que amenaza arrasar todo a su paso. '1 El sufrimiento desborda, hace fractura y amenaza con destru ir un Yo debili tado, vulnerable. El rol de escudo protector de la piel es desbordado por la v iru lencia de los afectos y cortarse es la ún ica oposición al sentim iento de estar herido. La restauración de los l ímites del yo seefectúa por el regreso a la concreción de la piel y la sangre. El dolor del sufrimiento es eliminado por una agres ión vuelta contra uno mismo 8 N. del T Cmn d' arrh es el t í ru lo original en francés . Se refiere al seguro de la navaj a que la mant iene to tal mente abierta con b hoja extendida o to tal men te cerrada con la hoja guardada. Este t ipo de navaja se l lama en francés "Couteau a eran d , arrct" . 9 Las automut i laciones son acom pañadas a men udo de act i tu des que la ps i quiatr ía clas ifica como "enfermedades mentales" , ta nto e n los aut i stas como en los ps icót icos . Pero podríamos pregu ntarnos legít i mamente s i esas conduccas son p roducto de un s íntoma i n herente a su estado o una reacción a las con dic iones de existencia que t ienen, una res istencia a l a i n d i ferencia , al encierro, muchas veces en relac ión a la violencia s imból i ca d e la inst i tuc ión o de las fami l ias correspondien tes . 32 porque allí es el único lugar donde es manejable. Mediante un regreso brutal a la realidad, la herida deliberada provoca el retorno a la unidad de uno mismo. Habla del rencor contra sí mismo y contra los otros llevando los golpes al lugar del cuerpo, la piel, que simboliza mejor la interface con d mundo. Pretende cortar de raíz el malentendido. El sujeto experimenta una intrusión mortífera, vive un colapso de los sentidos, el despliegue de un afecto que parece no tener fin; se lanza contra su cuerpo para inscribir un límite sobre la piel, una fijación del vértigo. En lugar de ser una víctima, deviene un actor, como en las otras conductas de riesgo. Cortarse la piel es un medio paradoja!, pero provisoriamente eficaz, de luchar contra el vértigo por la iniciativa de saltar al abismo, pero controlando las condiciones. Cuando el sufrimiento ahoga, colapsan los l ímites entre el yo y uno mismo, entre el afuera y el adentro, entre el sentimiento de presencia y los afectos que golpean. La salvación es chocar contra el mundo en busca de un continente. La herida trata de romper la disolución, testimonia la tentativa de reconstruir el lazo interior-exterior por medio de una manipulación de los límites de uno mismo. Es una restauración de la envoltura narcisista. El ataque psíquico se reabsorbe sobre una piel que no es totalmente suya, porque el cuerpo no es aceptado ya que lo enraíza en una existencia repudiada, tampoco totalmente ajena porque es a él a quien busca maltratar. Para reencontrar un vínculo comprometido con el mundo, el ataque al cuerpo es un seguro, un freno. Si es conocido por su entorno, la movili zación eventual de los amigos, los maestros, o por supuesto de los padres, es entonces una inyección de sentido que restablece por un momento el narcisismo maltrecho. El sujeto reencuentra entonces sus marcas con los otros por medio de la palabra y ya no necesita reencontrarlas en la superfi c ie de su cuerpo. El desvío por la agresión corporal es una forma paradoja! <le apaciguamiento. El cuerpo es material de cura porque es material de identidad, es el soporte de una medicina severa pero eficaz. El dolor purifi ca al sujeto de sus "humores" infelices, lo reubica en el camino después de haber pagado la deuda de un momento. Que corra sangre es una especie de "drenaje" de esa inundación de sufrimiento que ahoga al individuo. Remedio contra la desintegración personal , la incisión es cortar por lo sano para salvaguardar la existencia. Es un rito privado para retornar al inundo después de haber fallado y perdido su lugar, pagando el precio. El 33 correr de la sangre refuerza la frontera entre el adentro y el afuera, mate rializa una frontera tranquilizadora. Se trata de liberar tensiones i n to lera bles que amenazan des i n tegra r al Yo. Despu(·s de la incisión o el pasaj e al acto sobre el cuerpo, vuelve la cal ma, el m u ndo nuevamente es pensab le aunque a menudo continúe doloroso. Las inscripciones corporales tradicionales en los ritos de pasaje Las i nscr ipciones corporales acompañan los ri tos i n i c iát icos de n ume rosas sociedades trad ic ionales : c i rcuncis i ó n , ablación, sub i n c is ión , defor mac i ó n , l i mado o arrancado de d ientes , amputación de u n dedo, esca r ificaciones, tatuaj es , escoriaciones, quemaduras , gol pes, i nt im i daciones, pru ebas d iversas , etc. Arn old Van Cen nep recuerda que "el cuerpo h u m a no h a s ido tratado como un s i mple pedazo de madera que cada uno ha tal lado y arreglado a su manera : cortando lo que sobresal ía , perforando las paredes , roturando l as superficies planas, y a veces , co n verdaderos decha dos de i m agi nación [ . . . ] las mut i lacio nes son un medio de d i ferenciac ión defin i t iva" (Van Cennep, 198 1 , 1 04 y 1 06) . 1 1 1 A l a marca fís i ca que a part ir de ahora des igna al j oven para ser aprobado por e l grupo, a men udo el dolor agrega su suplemento cu idadosamente dest i lado, como si no fuera menos n ecesario , más alLí. de la marca grabada . El trazo corporal , con el dolor que lo enraíza, aco m paña la m u tación o n tológica, el pasaj e de un u n iverso soc ia l a otro , transformando la antigua relac ión con el m undo. La c icatr iz , que posee una s ign i ficación prec isa para la cultura i m pl icada, trad uce en la p iel l a i n mers ión al seno del gru po. El cuerpo no pertenece m ás al j oven , es el miembro de un cuerpo colectivo. La marca r i tual redo� bla el cambio onto lógico del i n ic iado , que ya no es el mismo después de la redefi nic ión de l a que su carne ha s ido obj eto . El dolor sufrido durante los r i tos d e pasaje lleva a men udo a l joven al límite de la condic ión humana para vo lverlo un hombre en tero a qu ien, de aquí en adelant e , no asustar;Í.n los peligros ni los enem igos. Pero el r i to tam b ién part ic ipa de una redefin ic ión rad ical del novic io . La meta� morfosis de uno mismo no es solamente moral, también es fís ica . En 1 O Sobre l a teor izac ión por A r n o l d Van Cen nep de los r i to s de pasaje y un debate en torno de la s i tuac i ó n co n rem por;Ínea , rem i to a · ¡ h i erry Coguel d ' A l l o n d a n s (2002) . 34 111uchas sociedades, los iniciados ven así sus cuerpos rediseñados mientras Jguantan el dolor y muestran que son más fuertes que la naturaleza que se expresa en ellos . En los Aché, por ejemplo, la ascensión a la edad adulta se rraduce por una laceración dorsal profunda. El hombre joven, estirado sobre el piso, ofrece su espalda al "fendeur" . 1 1 Con una piedra cortante, el hombre raja la piel desde el hombro a los riñones. La desgarra emplean do rodas sus fuerzas y traza líneas derechas y paralelas en una docena de cortes. "El dolor es atroz, comenta Pierre Clastres, pero [ . . . ] no escuchará JI joven dejar escapar quejas o gemidos: antes perderá el conocimiento, pero sin aflojar los dientes . Con ese silencio se mide su valor y su derecho a ser tomado como un hombre consumado" ( Clastres, 1 972, 1 73- 1 7 4) . Tiles citas podrían aquí continuar largamente. El rito de pasaje de las sociedades tradicionales solicita, por medio de episodios a menudo dolorosos, los recursos morales requeridos por la comunidad. Declara los valores fundantes del lazo social, y sobre todo ororga a sus miembros una experiencia del dolor en un encuadre ritual que los prepara para soportar las vicisitudes de la existencia. En un entor no hostil, el coraje es, en efecto, una virtud esencial para la supervivencia Jel grupo. El dolor sufrido interioriza una memoria de la resistencia a la adversidad que vuelve al iniciado menos vulnerable frente a las prue bas inherentes a su condición. La marca corporal es el sello de la alianza, tiene sentido para cada uno de los miembros de la comunidad. Es un s igno de identidad que nadie discute. El iniciado es socialmente redefi n ido por una modificación física de su aparienciaque tiene un eminente valor simbólico. Su identidad sexual está establecida de una vez por todas. Acoger el signo distintivo sobre la piel y domesticar el dolor con los ojos abiertos, manifiestan la bravura de un joven que no cede bajo el yugo y atestigua su membresía completa a la comunidad. El escritor guineano C :amara Laye recuerda todavía el momento en que esperaba la circunci s ión: "Sabía perfectamente que iba a sufrir, pero quería ser un hombre, no 1ne parecía que nada podía ser demasiado doloroso para acceder al rango de hombre. 1 2 El rito de pasaje es una escuela de moral social. Una afectividad en común se mantiene entonces entre los jóvenes de una misma edad a través del recuerdo de anécdotas, de esfuerzos y l J N. del T. "Lonjeador'' , que hace cortes a lo largo, como tiras o lonjas. 1 2 Camara Laye, L'enfant noir, Paris, Plon, 1 953 , p. 1 25 . 35 emociones compart idas . La m isma marca fís i ca material i za permanente mente su des t i n o com ú n . De este modo la cont i n u idad se opera de u na generac ión a la otra. La v ía segu ida en o t ros t i e m pos por los anc ianos durante sus m is mas p ruebas movi l iza e n los j óvenes los recu rsos i nter iores para volverse d ignos . No s u fre n solos , s i n o j u nt os , como sus padres (o sus mad res s i se t rata de n i ñas) , sus a n cest ros , en u n a suces ión s i n fi n donde cada u n o had u n d ía la demostració n de su exce lenc ia perso nal . El dolor es u n a potenc ia de metamorfos i s , est;Í sel lado por u na c icatriz p lena de sent ido que marca en l a carn e u na memor ia i ndeleble del ca mbio y de la pertenencia al gru po. En esas sociedades el hombre no se perten ece, su s tatus de person a lo sumerge, co n su es t i lo p ro p i o , en e l seno de la co m u n idad . Las i nscr ipc io n es sobre su cuerpo i m p ri men u na cosmogo n ía co m p rens ib le para todos, no pertenecen a una dec i s ión i n d iv idual . Son también el s igno de u na i na l i enable i gualdad . 1 ·1 A la i nversa, en n uestras sociedades occ idental es donde p redom i na el i n d iv idua l i smo democrát ico , vale dec i r el h o m b re separado de los otros y l i b re de s us elecciones y sus valo res , cada u n o hace lo que le parece con su cuerpo. Po r c ie rt o e l Estado , a t ravés de las leyes , defi ne u n encuad re de i nt e rvenc i ó n , y p roscribe por ejemplo la m u t i lac ión salvo que sea por razones médicas . Pero el cuerpo se mantiene en potenc ia co mo p ropiedad del su j eto. Y las marcas que él se i nfl i ge sólo le co nc iernen a él , traducen de todos modos u na re i v i n d i cac ión de la i nd iv idual idad . N uestras soc ie ciades no co nocen n i ngún r i to de pasaj e , no sabrían adem;Ís qué tran s m i t i r. Pero la d i ficul tad del acceso a la edad ad u l ta y el deseo de escapar de la cris is ex i s tenc ial , i m p l i can la m u l t i p l icac iún de p ru ebas perso nales q ue los j óvenes se au to i n A igen para convence rse que estfo a la al tura de las c i rcuns tancias . La fabr ica de u n o m is m o , en las sociedades occident a les , i m pone :i algu nos u n choque severo co n el m u ndo. ( :omo por e j emplo las co nduc tas de r iesgo de las jóvenes generac iones . Le jos de apoyar esos co m po rt a m ientos , n uestras sociedades buscan m ;Ís b ien p reve n i r estos actos perc i bi.J 1 .) " [ .a m a rca sobre e l cunpo. i g u a l sobre rodos los cue rpos , a n u n c i a : ru nd rend rús e l d eseo d e poder, ru n o re n d ds e l deseo d e s u m i s i ó n . Y esa l ey i n sepa� rab ie n o p uede e n co n t ra r p a ra i n scr i b i rse m ;Ís q u e o t ro espac i o i n separab le : d p ro p i o c uerpo ." ( Cl a s r res , 1 974 . 1 60 ) 36 dos como algo que pone en peligro sus reservas físicas y morales. El cotejo entre las marcas corporales de estas sociedades tradicionales y el piercing, el tatuaje o las incisiones, sólo tiene un valor anecdótico, aunque unas y 0rras apunten a fabricar la identidad. Su estatus cultural y su significación íntima son distintas. Pero lejos está de ser indiferente que miembros de sociedades tan opuestas se encuentren recurriendo a la piel, al dolor y a las marcas para imprimir una metamorfosis personal . Ritos íntimos En nuestras sociedades, son los individuos con malestar social quienes cortan sus cuerpos en solitario. La agresión al cuerpo es puntual; responde al desborde del sufrimiento y no se renueva más, el individuo queda enton ces asustado de su acto o recurre a otras formas de autocontrol. Pero para algunos, deviene una manera regular de existir, de mantener en juego las heridas afectivas cotidianas. La incisión es entonces una ceremonia secre ta cumplida como una liturgia íntima. Son los cortes que dejan menos marcas cutáneas, salvo los de los momentos más agudos de dificultades personales. La incisión es la ritualización in extremis de lo insostenible, de un pasaje doloroso de la existencia, una "auto-iniciación" , dijo Kim Hewitt ( 1 997) , una "autocirugía'' (Favazza, Favazza, 1 987, 1 95) operada con urgencia porque no había otra salida. Algunos individuos dependen de sus cortes como otros dependen del alcohol o de la droga. Ante cada evento doloroso, vuelven allí en busca de tranquilidad. Hace falta romper el cuerpo sin cesar para mudar de piel, alejarse de la adversidad. Si bien los cortes tienen aquí una función de identificación en la economía psíquica, sólo se hacen en línea de puntos, por otra parte, en las sociedades tradicio nales , bajo una u otra forma, son una manera eficaz inmediatamente de i n scribir una memoria del cambio en la carne. La incisión es una ritualización salvaje de la liminaridad, un escape fuera del intermedio. La impotencia para salir del paso, para neutralizar lo i n tolerable, provoca el repliegue sobre sí, el refugio en el cuerpo a través de una ceremonia íntima y secreta. La prueba es la autorrevelación, quita ª la existencia las trampas que impiden mirarla a la cara, disipa la impo s ib il idad de continuar viviendo. Muestra simbólicamente la vieja versión de uno mismo devenida insoportable y el surgimiento de otra que todavía 37 no s iempre es sól ida y fel iz . La sangre que corre material iza la ruptura radical con el viej o Yo (o su renovación regular si se trata de una ritual idad inscri pta en el t iempo) , manifiesta la efusión de la inter io ridad más sagra da, la más cargada de sentido. La i ncis ión es un episodio dentro de l a búsqueda de uno mismo, un momento de despojo. De ahora en adelante una parte de la vie ja piel y de la viej a sangre queda detrás , pero resta un cam ino por lograr. Y a menu do es necesario recomenzar. Pero el r i to ínt imo es generador de sentido aunque no sea la repetición de una palabra primordial como en las cere monias rel igiosas de las sociedades trad icionales. Cristal iza la afectividad y ata y desata los h i los de la ex istencia. Movi l iza el incon sciente fi jando los recursos personales en la resol ución de una dificultad. Es eficaz en aquel lo que autoriza el pasaje provisorio, e s un pal iativo antes de encontrar una solución más propicia . Martine, ya c i tada, habla de l a r itualización de sus cortes . Durante muchos aÍlos, los i mplementa con poca modificación . Busca primero la calma, esperando la tarde, con la certeza que d ispondd. más horas por delante s in que nadie venga a molestarla. "No había urgencia, no me tira ba sobre un cutter. Había una preparación pam no infectarme. Tenía miedo porque si había uruz infección debz'rz hablar con un médico. No queda hablar de eso. Luego estaba preprzrando la pluma, nccesitabr1 el pcZpel. Era necesario que tomara la sangre directamente, ya sea pam escribir, ya sea para mastietzr el papel. No era improvisado. Luego, había una parte de improvisación, porque no calculaba,
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