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LAS TRES FORMAS DE LA FALTA DE OBJETO El seminario acerca de la relación de objeto es inaugurado con una afirmación tajante: el objeto en psicoanálisis debe caracterizarse como la falta de objeto. Esta afirmación paradójica es indicativa de la mira a la que apunta el desarrollo de Lacan sobre este tema, mira que es el estudio de la formulación del objeto a partir de la falta misma, o sea la prevalencia en tanto tal del objeto simbólico, del objeto perdido del deseo. La falta de objeto pues es el nombre que Lacan dará al objeto perdido del deseo freudiano, en tanto que condición de posibilidad de las otras dos series. El anonadamiento introducido por lo simbólico no se agota en la formulación de la pura falta, la nada que es el objeto no es un campo único y homogéneo, comienzan a establecerse en él distinciones. El trabajo de despejar entre sí las series freudianas recién se inicia y obliga a Lacan a revisar la clínica misma. Sus guías en esta revisión serán, a más de casos de autores de la tendencia teórica criticada, dos casos freudianos: Juanito y la “joven homosexual”. La inclusión de Dora en esta serie se debe más bien a la oportunidad que brinda de realizar un contrapunto entre la histeria y la homosexualidad femenina. La riqueza clínica de este seminario es enorme y lamentablemente me tendré que ajustar tan sólo a aquellas puntuaciones pertinentes al tema. Sin embargo, pueden precisarse tres formas del objeto a nivel clínico que centrarán la atención de Lacan: el objeto fóbico, el fetiche y el falo. Este último adquiere una importancia creciente, importancia ya delimitada en el seminario sobre las psicosis, cuyo último capítulo fue titulado “El falo como meteoro”. (1) A partir de la constatación de la ausencia de una significación fálica estabilizada en las psicosis, Lacan comienza a investigar el funcionamiento del falo en las otras dos grandes estructuras clínicas, la neurosis y la perversión. Esta investigación culminará, hacia el final del Seminario IV, con el descubrimiento de la estructura de la metáfora en el objeto fóbico, que le brindará los elementos con que construirá luego la metáfora paterna. La importancia del falo entraña de modo necesario una revisión de las formulaciones lacanianas acerca de la sexualidad e inaugura de modo magistral la nueva articulación del Edipo y la castración que comienza a desplegarse. El seminario de las psicosis confluye poco a poco en la problemática del falo y del Nombre-del-Padre, punto en el que los hallazgos kleinianos referidos al Edipo precoz le permiten a Lacan una reflexión más acerada acerca de las relaciones entre el Edipo y el orden simbólico. El recorrido de estas dos estructuras clínicas producirá una acumulación importante de conceptos que devendrán capitales para la estructuración del grafo y del esquema Rho. Entre ellos cabe enfatizar el concepto de demanda, en la medida en que su aparición señala un vuelco novedoso y fructífero. También permite la demostración de las limitaciones del esquema L al ser este aplicado a la clínica y a la teoría del Edipo y la castración. Seminario sumamente freudiano, reordena la clínica de la relación de objeto de modo original, conservando empero aquellos aportes que enriquecen, a su juicio, el legado freudiano. Es imposible leerlo, sin duda, sin remitirse al caso Juanito, a la joven homosexual, a Dora y también a determinados textos cuyo conocimiento resulta indispensable: el Proyecto..., el capítulo VII de la Traumdeutung, La fase genital infantil, Inhibición, síntoma y angustia, El fetichismo, Psicología de las masas..., son tan sólo algunos de ellos. También, desde ya, su análisis entraña el conocimiento de la obra de Abraham, de Klein, de Jones, de la escuela francesa de la relación de objeto –los Leibovici, Bouvet, etc. para mencionar algunos nombres–, de Ferenczi, de A. Freud y de Winnicott, para citar algunas de sus referencias psicoanalíticas. La frustración, la privación y la castración En primer término, interesa destacar las coordenadas a partir de las cuales Lacan construirá una matriz de doble entrada, que retomará en diferentes momentos de su enseñanza y que, en cuanto tal, implica una combinatoria, cuyas consecuencias se irán desentrañando de modo progresivo. Por un lado, este cuadro de doble entrada articula las tres formas de la falta con los tres órdenes, es decir, con lo imaginario, lo simbólico y lo real. Por otro, las formas de la falta sufren un clivaje peculiar, se articulan en función de la relación de los tres órdenes con tres elementos que inicialmente desconciertan: la acción, el objeto y el agente. ¿A qué se debe esta tripartición? Obsérvese que bajo el acápite de la acción se colocan las tres formas de la falta. La acción es padecida por el sujeto y, por ende, podemos colocar aquí al sujeto psicoanalítico. El sujeto es aquí un sujeto sujetado a la acción de un agente, agente que dibujará, según la época, distintos rostros del Otro, distintos modos de su encarnación. Incluso, algunos de ellos recién serán definidos al final del camino andado por Lacan. El objeto en su relación con los órdenes es producido por la forma de la falta que se introduce en el sujeto por acción del agente. La no homogeneidad de las formas de la falta implica la noción de que todos los agujeros no son iguales, pero implica también algo que surgirá con claridad en el seminario sobre la identificación – cuando Lacan empieza a disponer de una topología adecuada para formular la relación espacial entre el sujeto y el objeto, esa que primero calificó como éxtima–, sujeto y objeto comparten una comunidad topológica en lo referente, por ejemplo, al agujero central del toro y Lacan retoma allí, al producir su teoría de la identificación y del objeto a, las tres formas de la falta. También las retoma, por ejemplo, en el Seminario XII, “Problemas cruciales para el psicoanálisis” –cuyo título original, como él mismo señala, debía ser “Posiciones subjetivas del ser”–. Este cuadro pues tiene, a mi entender, la importancia de marcar, por vez primera en esta enseñanza, la solidaridad del sujeto como sujeto del inconsciente con el objeto, más allá de la articulación yo-objeto propia del estadio del espejo. Incluso lo imaginario sufre aquí una ampliación, en la medida en que incluye objetos otros que los especulares, incluso excluidos –como es el caso del falo– de la imagen especular. Además, la posición del agente señala la dependencia estructural de las formas de la falta del Otro como tal, como lugar del significante, más allá de su encarnación en la madre o el padre y más allá de la dimensión subjetiva que habita a quienes encarnan ese lugar del Otro, la cual será reemplazada por la fórmula del Otro barrado ( ) como puro lugar. No hay duda de que vemos producirse entonces en este seminario el proceso mismo que desembocará en la caída del concepto de intersubjetividad y del deseo del Otro como deseo de reconocimiento. Sólo una de las formas de la falta es de neta raigambre freudiana: la castración. Las otras dos son tomadas respectivamente de la teoría de la relación de objeto, es el caso de la frustración, y de la teoría de Ernest Jones, es el caso de la privación. ACCIÓN OBJETO AGENTE Frustración (Imaginaria) Real Simbólico Privación (Real) Simbólico Imaginario Castración (Simbólica) Imaginario Real Ya se desarrolló el olvido de la castración que caracterizó a la teoría de la relación de objeto y su sustitución por el papel de la frustración. (2) La articulación entre la castración y el significante asoma ya en el Seminario III, cuando Lacan formula la disimetría esencial de ambos sexos en el Edipo: “[…] la razón de la disimetría se sitúa esencialmente a nivel simbólico, se debe al significante. Hablando estrictamente no hay, diremos, simbolización del sexo de la mujer en cuanto tal. […] Este defecto proviene del hecho de que, en un punto, lo simbólico carece de material […]”. (3) Esta exploración de la falla en el significante comienza pues a tomar la delantera y guía el examen dela clínica en el seminario de la relación de objeto. La riqueza de la cosecha de este seminario puede rastrearse en forma dispersa en distintos textos de los Escritos. La frustración, la demanda y el don Lacan logra arrancar a la noción de frustración del contexto empirista dentro del cual estaba presa. Como puede ya apreciarse en la cita del “Discurso de Roma”, (4) Lacan sitúa la frustración en el marco de la relación especular con el otro y, al mismo tiempo, impide considerarla como formando parte de las experiencias vividas en una relación dual con un otro “real”. En este seminario se produce una serie de nuevas conceptualizaciones que tienen como resultado una definición novedosa y original de la frustración, la cual ya no cabe en el vector a-a’. En realidad, el primer cambio que se introduce se debe a un comienzo de diferenciación que remite a las series freudianas del objeto. La función del agente en sí misma, en efecto, introduce al otro como objeto de amor, como “persona”, colocándose así el Otro de la intersubjetividad de los Seminarios I y II, el Otro del reconocimiento del deseo, en el marco de una continuidad con el objeto de amor y su elección en Freud. De este modo, un aspecto que antes se confundía con el objeto imaginario especular es diferenciado y situado a nivel del Otro como agente. En segundo lugar, encontramos que el objeto, definido aquí como real, real que aún no se diferencia de la realidad, corresponde más estrictamente al objeto del deseo como deseo del otro, ese objeto que el transitivismo y la competencia que lo caracterizan describe claramente y cuya medida da el semejante. El establecimiento de las coordenadas simbólicas de la frustración implican necesariamente ese lugar del Otro como agente, diferenciado del objeto como real y del matiz imaginario de la vivencia subjetiva. Este lugar tercero, el del agente, lugar que es absolutamente ajeno al mecanismo de proyección, es inseparable de la dimensión simbólica que funda esa vivencia imaginaria de la falta que es la frustración. Lacan delimita pues la estructura misma del fenómeno, más allá de su presentación ingenua en las teorías de la relación de objeto. Recuerda, en primera instancia, que este término en cuanto tal está ausente de la obra freudiana y recoge en ella el término de Versagung, que en alemán implica renuncia, que remite a una palabra rota, a la anulación de una promesa. Esta ruptura de promesa se articula con una nueva concepción del amor, que modifica de manera parcial las formulaciones del Seminario I y del “Discurso de Roma”, en la medida en que el amor – en su dimensión simbólica– remite a la madre como encarnación de ese Otro primordial. En el Seminario IV, Lacan establece una diferencia interna a la frustración misma, diferencia que me parece fundamental en la medida en que pone en claro y sitúa determinados conceptos que, en sí mismos, son difíciles de delimitar, pues remiten a las distintas coalescencias que se han producido entre las formulaciones freudianas acerca del objeto. La primera de estas dos vertientes de la frustración ya está formulada, sin duda, en la cita del “Discurso de Roma” en términos de frustración del objeto de goce por parte del semejante. Predomina en esta vertiente la frustración en relación con el objeto “real” de goce, de satisfacción en cuanto tal. Lo real debe entenderse todavía en su uso primero por parte de Lacan, como exterior a la experiencia analítica, pero asimismo –luego de los desarrollos de los Seminarios II y III– como lo que vuelve siempre al mismo lugar e incluso tomarlo en su acepción corriente. Sin embargo, está preparado aquí el lugar mismo que posteriormente tendrán el objeto y el goce en tanto que reales. Lacan denomina esta vertiente “frustración de goce”. La segunda vertiente remite al objeto en su dimensión simbólica. En ella la madre funciona como agente simbólico –encarnación primera del Otro–, y genera esa forma de la frustración que Lacan denomina “frustración de amor”. Desarrollar en detalle ambas vertientes exige en primer término precisar la constitución de esa función que se denomina agente simbólico. Esta es una consecuencia lógica de la anterioridad fundante del orden simbólico para el sujeto hablante, anterioridad que Lacan ya ha definido netamente. Si se recuerda que la consecuencia misma del nacimiento del deseo en el sujeto debido a su apresamiento por el lenguaje era la pérdida de naturalidad del objeto, esta transmutación es pues inseparable del paso del objeto de la necesidad por el lenguaje. Freud ya en el Proyecto... había postulado cómo la indefensión del lactante, su necesaria dependencia de un otro, estaba en la base de toda comunicación. Importa destacar hasta qué punto el desamparo es uno de los conceptos freudianos más asimilados y desarrollados por Lacan de manera permanente. Está implícito, por ejemplo, en la construcción misma de la madre como Otro simbólico primordial, en su ubicación como agente de la frustración, y desembocará de modo necesario en el concepto de demanda, que aparece por vez primera en este seminario. Antes de llegar a ese concepto, cabe referirse, aunque brevemente, al concepto de llamado, articulado de modo insoslayable con el de demanda. El llamado surge como tal en el análisis del caso Dick de Melanie Klein en el Seminario I. (5) Alude allí a la importancia del pronunciamiento, por parte de Dick, de un primer llamado hablado, con lo que este entraña como respuesta, señalando que a partir de él se vuelve posible para el niño la dimensión de los objetos imaginarios, surgiendo recién ahí la posibilidad de eso que comúnmente se denomina relaciones de dependencia. Todo cuanto la teoría psicoanalítica desarrolló a partir de este encabezamiento recibe una nueva interpretación que, a mi juicio, es decisiva. La función del llamado es inseparable del carácter simbólico del agente de la frustración, la madre, como aquel que en lo real puede responder o no al llamado. Para responder a él no hay más remedio que aceptar que la necesidad sea transformada a través de su paso por ese Otro, que por esta razón misma deviene código; que introduce en la necesidad la discontinuidad significante y que entraña la pérdida de especificidad de su objeto; ese Otro del cual el sujeto recibe su propio mensaje invertido. La posibilidad misma que tiene ese Otro de responder o no al llamado lo vincula con el par presencia-ausencia. Precisamente, es la presencia-ausencia del Otro simbólico lo que constituye al agente de la frustración en cuanto tal. El problema no es pues la presencia-ausencia del objeto real sino la presencia-ausencia de este Otro simbólico. Una vez que la necesidad atravesó el lugar del código surge transformada en demanda. Este término presenta una polivocidad en francés (6) que Lacan aprovecha ampliamente, combinando sus diferentes acepciones y enfatizando según los diversos contextos alguna de ellas. Me parece significativo, por ejemplo, el sentido de pregunta que este término puede adquirir en francés, sentido ausente en castellano, pues una de las dimensiones esenciales de la demanda es su articulación con la interrogación acerca del carácter y el significado de la respuesta del Otro simbólico al llamado, acerca de su sentido mismo, más allá de que la respuesta sea positiva o negativa. El agente simbólico de la frustración, que devendrá luego el significante M del esquema Rho, introduce pues la presencia-ausencia del Otro como una dimensión fundamental que se superpone e incluso eclipsa la presencia o ausencia del objeto “real” de satisfacción. El carácter mismo de la satisfacción sufre modificaciones fundamentales debido a la transformación necesaria (lógicamente) de la necesidad (biológica) en demanda. Una nueva forma de alienación se instala entonces, diferente a la alienación en la imagen del semejante, Lacan se refiere a ella en los siguientes términos: “[…] en la medida en que sus necesidades están sujetas a la demanda, retornan a él alienadas. Este no es un efecto de su dependenciareal […] sino de la conformación significante como tal y del hecho de que su mensaje es emitido desde el lugar del Otro. Lo que se encuentra así alienado en las necesidades constituye una Urverdrängung por no poder, por hipótesis, articularse en la demanda […]”. (7) Nueva formulación entonces de la particularidad perdida, en la cual la referencia a la represión primaria freudiana no puede pasar desapercibida. Efectivamente, el efecto de esa Urverdrängung será ese retoño que es el deseo. Por estructura, es por ende imposible que la necesidad se articule en la demanda, así como tampoco podría articularse en ella ese retoño que es el deseo. La demanda es pues demanda, no de la satisfacción de la necesidad, sino de la presencia o ausencia del Otro como agente. Este Otro detenta el privilegio de poder responderle o no, privilegio que lo dota de un poder que es el fundamento de su omnipotencia, la cual es en primer término omnipotencia del Otro, no omnipotencia del niño y su supuesto pensamiento inmaduro. Cuando la madre accede a este poder, cuando deviene su sede misma, pasa a ser, según Lacan, real y, en cambio, el objeto que era real deviene un objeto simbólico: el don. Es esta pues una nueva vuelta de tuerca del desarrollo que se mencionó en el seminario sobre “La carta robada”, con un nuevo despliegue en torno a la presencia-ausencia de la madre como objeto primordial. El poder real que le otorga a la madre el carácter de omnipotencia –descripción que no puede dejar de evocar los comentarios freudianos del Proyecto... y de Inhibición, síntoma y angustia acerca del desamparo y las situaciones de peligro– brinda a su respuesta un valor: los objetos de satisfacción se vuelven signos de la buena o mala voluntad de ese Otro, poder en lo real, signos en última instancia de su amor. Pero, cuidado, se trata de signos del amor del Otro, no de objetos de amor, el verdadero objeto de amor es ese Otro primordial, al que Lacan mismo designará como objeto primordial. Estos signos del amor del Otro, que transforman el objeto u objetos reales de la necesidad en objetos indiferentes desde el ángulo de la necesidad misma, son aquello que Lacan denomina con toda precisión dones. Un abanico tridimensional se abre a partir de esta redefinición de la frustración: 1. El objeto primero de la satisfacción, el pecho real por ejemplo. 2. El objeto como objeto de amor, la madre como objeto primordial y agente simbólico. 3. El don, signo del objeto de amor, avatar del objeto de la necesidad que pierde su especificidad adquiriendo en su lugar eso que se denomina valor. Se produce entonces un intercambio de lugares entre objeto y agente, siempre en el campo de la frustración en tanto que dimensión imaginaria de la falta, que genera las dos vertientes antes mencionadas: Un casillero permanece sin modificaciones, el que define la frustración como daño imaginario. Por lo tanto, las dos vertientes en juego se relacionan con una doble estructura de la frustración, dependiente del intercambio en los casilleros del objeto y del agente, de lo simbólico y lo real. Sin embargo, el daño imaginario experimentado no es en ambos casos exactamente el mismo. En la primera vertiente se produce estrictamente la frustración del objeto de goce, en la segunda la del objeto de amor. Conviene tener presentes los desarrollos realizados al respecto en el examen de la obra freudiana y kleiniana. (8) ¿Cuáles son las consecuencias de esta diferencia en lo que a nuestro tema respecta? Primero, el problema del objeto parcial y del objeto total recibe un enfoque tal que se logra una salida de algunos de los impasses más importantes de las teorías de la relación de objeto. En particular queda despejado el problema de la articulación entre la “relación objetal” y el acceso a la realidad, más allá de las proyecciones fantasmáticas y de toda interpretación madurativa de ese acceso. Segundo, el cuadro arriba reproducido permite deslindar ya la serie del objeto de amor de la serie pulsional parcial. Klein, incluso Winnicott por ejemplo, se topan con el obstáculo de tener que definir el acceso a la realidad a partir de la satisfacción alucinatoria del deseo, el punto de partida común entonces es el objeto del deseo. Ambos no toman en cuenta las consideraciones freudianas al respecto, cosa que sí en cambio hace Lacan. La dialéctica kleiniana de los objetos parciales surgidos respectivamente de las experiencias de frustración y gratificación –objeto bueno y objeto malo–, concebidos, tal como se dijo, de manera empirista, choca por un lado, con el impasse surgido de la equiparación del objeto bueno con Eros y del objeto malo con Tánatos. El circuito del deseo se confunde, ya se vio, con el circuito amor-odio, tal como Freud lo estructuró en Pulsiones..., la delimitación freudiana se desdibuja y las series pierden la originalidad que les es propia. ¿Cómo salir pues de la realización alucinatoria y acceder a la realidad? Aquí la diferencia establecida por Lacan se vuelve especialmente pertinente. La noción de frustración recupera su potencia operativa que pierde precisamente en la medida en que Klein no diferencia entre las dos vertientes de la frustración, frustración de amor y frustración de goce son para ella idénticas, equivalentes, inclinándose a equiparar amor y goce. La diferenciación lacaniana apunta a separarlas para dar cuenta justamente del acceso a la realidad a partir del objeto perdido del deseo. Klein describe más bien la frustración de goce del objeto “real”, su paso a una realidad humana se produce gracias a un proceso de psicogénesis del símbolo que es, en sentido estricto, consecuencia de una especie de teoría psicoanalítica del aprendizaje por ensayo y error emocional. (9) El establecimiento de estas dos vertientes de la frustración le permite a Lacan introducir acotaciones específicas acerca del acceso a la realidad tal como este se produce en el niño humano. Al respecto, su posición es harto clara: el acceso a la realidad humana en cuanto tal depende de la frustración de amor. El sujeto queda preso de la dialéctica del intercambio por intermedio de la constitución del don como forma simbólica del objeto. Esto equivale a sostener que el acceso a la realidad humana depende del orden de la alianza, de la Ley, de la prohibición del incesto y no de una experiencia empírica de la realidad. Freud, Marcel Mauss y Lévi-Strauss se conjugan de un modo peculiar para producir la superación del impasse posfreudiano. El pequeño humano es así introducido en una realidad simbólica que en cuanto tal le preexiste, realidad simbólica en cuyo contexto podrá ser entonces designado como sujeto y no como organismo viviente. Retomemos aún por un momento la frustración de goce. Aparentemente, esta vertiente no es luego retomada por Lacan. Sin embargo, esto es más aparente que real, dado que encontramos en lo que sobre ella se dice en el Seminario IV, la estructura misma de los desarrollos posteriores sobre la pulsión y su objeto. Observemos, por lo demás, que aquí ya está en germen la posibilidad misma de la fórmula de la pulsión del grafo ( ), pues ambas vertientes de la frustración dependen de la función de la demanda. La demanda interviene pues en los dos pisos del grafo del lado desde donde surgen las preguntas, desde el piso inferior a nivel del A, entendido como Otro de la demanda de amor, Otro de la presencia-ausencia, y también en el piso superior, dónde el A es reemplazado por la fórmula de la pulsión. Puede deducirse que a nivel del piso superior se sitúa lo que Lacan llama en este Seminario IV la frustración de goce. En el Seminario V, “Las formaciones del inconsciente”, esta diferencia es precisada en términos de que la frustración de goce es frustración de una demanda vinculada a la satisfacción en cuanto tal, con el disfrute del objeto, con el goce de él. La frustración de amor, en cambio, se dirige a un objeto que en sí no tiene valor de goce alguno, es una pura nada, su valor depende tan sólo de su posición como signo del amor del Otro.Esto obliga a precisar por qué Lacan considera en “La relación de objeto” que la frustración de goce no constituye ningún objeto. Esta aseveración indica hasta qué punto Lacan centra su interés en ese momento en la constitución del objeto como simbólico, del don. El objeto “real”, igual que en el Seminario I o en el “Discurso de Roma”, queda incluido en el circuito a-a’, circulando dentro de la dinámica imaginaria propia del estadio del espejo, en la medida en que el Eros, la libido, siguen siendo inseparables de lo imaginario. El movimiento de esta época se centra en la delimitación de las coordenadas simbólicas del objeto, especialmente en su articulación con el significante, su culmen será la producción del objeto fóbico a partir del caso Juanito. El objeto de la frustración de goce, desde la perspectiva significante que ocupa a Lacan, queda sumergido en la teoría de lo imaginario, incluso es equiparado al objeto transicional, que comparte exactamente su posición. Tenemos pues que en lo imaginario quedan ubicados tanto los objetos propios del narcisismo como los propios de las pulsiones parciales. Explícitamente la frustración de goce es articulada con el autoerotismo y permite, en cuanto tal, la delimitación del objeto pulsional: “[…] la pulsión se dirige al objeto real como parte del objeto simbólico”. (10) Como ya se enfatizó, el quid para entender esta cita es tener presente que ese objeto real no engendra realidad simbólica alguna. Si relacionamos esta posición de Lacan con las tesis freudianas resulta claro que Lacan está enfrentando una doble dificultad: por un lado, delimitar a la madre –agente de la frustración de amor– en su doble carácter ya indicado por Freud, objeto primordial del amor, en el sentido de una catexia objetal, y asimismo fuente de ese “poder” del que hablaba Freud en el Proyecto... y en Inhibición, síntoma y angustia, mostrando que el amor dependía en su posibilidad misma del traslado de la situación de peligro económico a la señal de la condición de posibilidad de la experiencia de invasión económica, o sea al peligro de la ausencia materna primero y luego al peligro de la pérdida de su amor. Pero también cabe señalar que este objeto necesita para producirse la pérdida de la especificidad y de naturalidad propia de la constitución del objeto del deseo como tal. Por otro, la deducción del objeto pulsional queda todavía, y durante un tiempo más o menos largo, dentro de lo imaginario, equiparado al objeto parcial clásico, mientras que el objeto simbólico primordial ocupa el lugar que, a partir de Abraham, se caracterizó como el del objeto total o la persona total. En esta época, Lacan está construyendo esa tripartición que es la serie necesidad, demanda y deseo. Más adelante, el término “necesidad” tenderá a desaparecer, siendo sustituido por el goce, definido como satisfacción pulsional, no ya como libido imaginaria, sino como lo real que yace en el centro mismo de la experiencia analítica, ese real que por excelencia ella debe alcanzar. Así el goce devendrá el tiempo mítico uno del origen del sujeto que sustituye al sujeto mítico de la necesidad. Si la necesidad podía ser definida como un real ajeno, externo, a la experiencia analítica misma, el goce, en cambio, es un real producto del sistema significante y, en tanto tal, interno a ese sistema. La Urverdrängung de la necesidad será reemplazada por la del goce y su pérdida. Esta modificación, empero, no invalida las tres formas de la falta, que seguirán siendo trabajadas por Lacan en ese nuevo contexto. Retomemos pues el hilo de la frustración de amor en su articulación con el acceso a la realidad específicamente humana. Si hay algo que sea total, que sea todo, en lo referente a esta vertiente de la frustración, este reside en el todo o nada de la presencia-ausencia del Otro, de los (+) y los (-), del signo que el Otro otorga o no. El objeto de amor no es un objeto total, no es esta la característica que le da su peso propio, sino que el objeto primordial como objeto de amor, como agente simbólico cuando muta a ser el agente real, un poder en lo real, brinda objetos que son dones, por ello son simbólicos, de esa potencia. También se juega en torno al todo en la medida en que la demanda de amor se presenta con un carácter “incondicionado”, (11) que transforma el don del Otro en una prueba del “todo o nada”. Vuelve a encontrarse, modificada, la apuesta primitiva del símbolo del Seminario II. En el “Discurso de Roma”, el don ya es equiparado con el símbolo: “[…] el símbolo quiere decir pacto y en cuanto son en primer lugar los significantes del pacto que constituyen como significado […]”. (12) Insistamos en que las palabras de reconocimiento presiden estos dones primeros, teniendo presente que el reconocimiento era, en ese texto, el objeto simbólico del deseo por excelencia. Este objeto sólo puede ser otorgado mediante la palabra y es esta la fuente primordial del don. En el Seminario IV, el don considerado como el objeto simbólico de la frustración dibuja un Otro que responde según su capricho –ese poder real–, todavía no incluido en el pacto. La característica misma del don en tanto que simbólico es su posibilidad de ser revocado, anulado. El objeto otorgado con carácter de don sólo puede perfilarse sobre el fondo del anonadamiento simbólico de su particularidad como objeto. Por eso, al ser otorgado, su valor depende de su carácter de signo del acto del Otro, introduciéndose por esta vía el aspecto decepcionante del orden simbólico mismo, pues todo objeto donado puede ser sustituido, podría ser otro, sólo es un mero sustituto, desparece... El don implica un circuito de circulación de dones, el intercambio, las estructuras del parentesco, la ley de la alianza, la interdicción del incesto. Esta implicación del don le permite a Lacan realizar una nueva articulación entre el Edipo y el objeto. El don es un concepto tomado del célebre ensayo de Marcel Mauss “Ensayo sobre los dones. Razón y forma del cambio en las sociedades primitivas”, (13) ensayo en el que se articulan moral, derecho y economía. El fondo querellante, reivindicativo, judicial, de la demanda de amor se establece sobre el telón de fondo de una legalidad particular, que Mauss diferencia de la que nos es propia, a la cual considera por demás mercantilista. En el marco entonces de esa legalidad particular dar, sobre todo, es dar lo que no se tiene. La definición del amor en Lacan se articula con esta formulación: amar es dar lo que no se tiene. Debe leerse pues teniendo presente su articulación con la conceptualización de Mauss, cuyo ejemplo princeps es el potlatch y la gratuidad que este pone en escena. Se establece así el intercambio por excelencia, el de nada por nada, donde la anulación de la dimensión de goce del objeto llega a su punto máximo. La frustración de amor abre el acceso a la realidad “simbólica”, característica del intercambio humano, precisamente en la medida en que se funda en la anulación del goce del objeto, en la pérdida de la particularidad de este último en relación con la naturalidad, vale decir, en la anulación de su valor natural, en la medida en que deviene esa “nada” simbólica que es un signo de la buena o mala voluntad de ese Otro, que encarna un poder en lo real. La frustración de goce, en cambio, remite al sujeto al círculo sin salida de la posesión del objeto como tal, a una dialéctica de la agresividad competitiva con el semejante. Hasta puede incluso decirse que Klein misma percibió el círculo sin salida que entrañaba y que, por lo tanto, su introducción del concepto de gratitud –que conforma una diada oposicional con el de envidia– fue un intento de fundar esta dimensión simbólica de la realidad humana en la posición depresiva. En todo caso, queda claro que los desarrollos de Mauss introducen el problema de la creación del valor, creación que es posible en la medida misma en que el valor “natural” es anulado por acción misma del significante. Darlo todo, el máximo desprendimiento, equivale, a su vez, a no darnada. Lacan señala que ese todo mítico de los objetos del don confluye en Klein en el continente materno, en cuyo interior se sitúan todos los objetos imaginarios. Sin embargo, esos objetos debido a su inclusión en el Otro simbólico –definido por el campo de anonadamiento que el par presencia-ausencia crea– constituyen un campo cuyo carácter sobresaliente es la virtualidad. Cualquier relación con un “objeto parcial” en el campo creado por la presencia materna no es más que aplastamiento del amor del Otro, no una satisfacción en cuanto tal. Como bien lo señala Lacan, el objeto en juego es el paréntesis simbólico mismo, en sí más precioso que cualquier bien. Desde esta perspectiva, todo bien no es sino un aplastamiento del principio del llamado, en la medida en que este es a la vez principio de la presencia y el término que permite rehusarla. Este objeto del llamado, de la presencia, dibuja una forma peculiar de satisfacción que se produce cuando la demanda llega a “buen puerto”. (14) Cuando esta se produce, no hay satisfacción, sino mensaje de esa presencia, en la medida en que el niño tiene ante sí la fuente de todos sus bienes. En este punto privilegiado se sitúa en el niño, para Lacan, el estallido de la risa. La risa es pues la primera comunicación, más allá de la demanda misma, dado que allí la presencia no es presencia empírica, sino presencia a nivel del mensaje de lo que Lacan denomina “significante de la presencia”, significante que yace para él en la raíz de la identificación. En suma, puede concluirse que el signo de la presencia domina sobre la satisfacción; siendo este el punto de arraigo de la identificación con el significante del Ideal, primer sello de ese Otro omnipotente. En el interior de este paréntesis simbólico los objetos mismos ya están significantizados. Al devenir el objeto don simbólico se ha transformado también en signo de la voluntad del Otro, signos que son ya moneda del Otro, no sólo en el sentido de moneda de cambio, sino en tanto y en cuanto son signos constituyentes en la medida en que aseguran como tales la creación del valor. Aquí el valor y su creación son inseparables del deseo como deseo de reconocimiento, pues esos signos representarán el ser mismo del sujeto que busca el reconocimiento. Lo imaginario ofrece una gama privilegiada de objetos, tomados del propio cuerpo en su articulación con el estadio del espejo, que serán consagrados al don. De este modo el niño encuentra en su propio cuerpo un real presto para nutrir lo simbólico: el pecho, las heces y ese objeto problemático que es el falo se introducen de este modo en el circuito simbólico del don. El concepto de regresión, en este contexto, sufre determinadas modificaciones. Cada vez que la frustración de amor se hace presente, surge la regresión, que asume la forma de una compensación a través de la satisfacción del goce del objeto. Formulación, puede apreciarse, aun muy cercana a la que se citó en el “Discurso de Roma”. En la vertiente de la frustración de amor, el Otro surge en determinado momento como herido en su potencia, en su poder. Esta herida responde a una dimensión doble. Por un lado, a la imposibilidad del Otro de responder, por razones de estructura, a la demanda y, por otro, a la pregunta que el vaivén de su presencia-ausencia suscita. El Otro aparece pues doblemente habitado por una falta, falta que se sitúa más allá de la demanda, falta idéntica a su deseo, vale decir, al secreto de su ir y venir. Esta división del Otro por la acción misma de la demanda introduce la Spaltung entre demanda y deseo, que se tornará visible en el desdoblamiento de las dos líneas del grafo del deseo. Pero, antes de examinar la conocida fórmula de Lacan según la cual el deseo es el margen que se sitúa entre la demanda y la necesidad, conviene explorar las primeras formulaciones que realiza, en el Seminario IV, en torno al deseo del Otro. Estas formulaciones son inseparables de las dos formas de la falta de objeto que aún falta examinar: la privación y la castración. En relación con ellas, tanto el Edipo como ese punto de vuelco que era para Freud la castración materna, reciben una lectura que modifica decisivamente la articulación del objeto en la enseñanza de Lacan. Privación y castración en su articulación con el deseo del Otro La falta que se esboza en el Otro materno se convierte aquí en la nueva mira del deseo. El reconocimiento experimenta aquí un cambio de matiz: el problema es ahora cómo ser reconocido como objeto del deseo del Otro. Problema doble en la medida en que no se sabe qué desea el Otro y en la medida en que aquello que el deseo del Otro designa como objeto deviene no el objeto del sujeto, sino aquello con lo que el sujeto identificará su ser. Por eso Lacan puede afirmar “[…] la falta es el deseo mayor”. (15) Conocemos la respuesta que Freud encontró para esa falta, al designar al falo como su objeto, la Penis-neid que marca el paso de la niña por el complejo de castración. Si el falo es aquello que podría colmar la falta en el Otro, el camino más sencillo que se le ofrece a la cría humana es proponerse como tal, identificándose con él, lisa y llanamente en la medida en que se presenta como objeto privilegiado de la madre. El falo configura pues un objeto de tipo particular, cuya delimitación respecto al objeto en cuanto tal produce permanentes ambigüedades en esta etapa de la obra de Lacan. Por lo pronto, su prevalencia se impone netamente en lo imaginario y comienza asimismo a esbozarse en lo simbólico. En el Seminario IV, lo encontramos definido del siguiente modo: “[…] objeto imaginario de la deuda simbólica de la castración”. (16) Gracias a él, el sujeto es introducido en la dialéctica del don y del intercambio simbólico, más allá de la frustración de amor y su dialéctica. Irrumpe la ley como instancia reguladora del poder materno, sometiendo así a su capricho. El falo, por lo tanto, es en la castración un objeto imaginario y opera en su carácter de tal. Lo simbólico es propio en este caso de la acción misma y de sus efectos sobre el sujeto. Si el sujeto experimenta la frustración como un daño imaginario, experimenta, en cambio, la castración como una deuda simbólica, es decir, como una acción que lo inscribe en la filiación y su dialéctica. Castigo simbólico, impuesto del lenguaje, que deberá saldar mediante el imaginario corporal, con ese objeto privilegiado que es el falo, φ, que no debe ser confundido con lo que en este seminario Lacan califica como el pene real (π). La privación se caracteriza a nivel de la acción por la presencia de la falta en lo real, aun cuando –Lacan lo repite insistentemente– en lo real nada falta. La aparición de una falta en lo real es efecto de lo simbólico y, siendo así, el objeto faltante por lógica ha de ser un objeto simbólico, objeto que Lacan articula de modo explícito con el falo simbólico. Ejemplo paradigmático de la privación así definida es la castración femenina. En lo real nada le falta a la mujer, sólo puede faltarle el falo en la medida en que este es un objeto simbólico prevalente en el orden simbólico como tal. Prevalencia que, ya se indicó, corresponde para Lacan, desde el Seminario III, a una deficiencia del sistema significante en lo tocante al significante de la mujer. Si continuamos con el desarrollo hasta aquí realizado, puede apreciarse que la promoción a lo simbólico del objeto de la frustración por obra y arte del agente, que se vuelve real, nos lleva al casillero de la privación con sólo intercambiar los casilleros de la acción y el agente. La madre, potencia real, por acción misma de la demanda, aparece herida en su potencia y, como tal, surge como sujeto de una acción en lo real, cuyo agente será imaginario, en la medida en que en lo real, nada le falta. Esa falta en lo real del Otro es un punto clave en relación con la acción de castración, hecho ya señalado por Freud al destacar la importancia de la castración materna. En Lacan esa falta se vuelve la meta del deseo como deseo del Otro, ese Otro que se inscribiráen el grafo como ( ), en oposición al Otro sin tachar de la demanda de amor (A). En relación con la privación materna se sitúa la dialéctica de ser o no el objeto que obtura esa falta, vale decir, el falo simbólico. Siéndolo, el sujeto se coloca en una posición en la que logra ser un señuelo eficaz del deseo del Otro. En esta dimensión se despliega el análisis de Lacan del caso Juanito. El enigma es pues el objeto del deseo materno. Su respuesta hace necesario el paso por la acción simbólica de la castración. Es decir, el objeto simbólico, el falo como simbólico, deberá dejar su lugar al falo imaginario, o sea, a la significación fálica. Este paso implica una desidentificación del ser del sujeto con el falo simbólico. Se pueden aquí realizar algunas precisiones acerca de la relación entre los conceptos de objeto y de falo. Lacan nos enseña que la significación es engendrada gracias a dos mecanismos fundamentales, la metáfora y la metonimia, equivalentes a la condensación y al desplazamiento, tropos que acaba de descubrir en el Seminario III. Si el deseo del Otro se presenta como un enigma, desde la perspectiva de las significaciones, pueden surgir dos significaciones como respuesta: una producida por la metonimia, la otra por la metáfora. J.-A. Miller diferenció de este modo dos formas de la significación fálica, a las que calificó como falo metonímico y falo metafórico. (17) Lacan, en el Seminario IV, lo formula del siguiente modo: “[…] para la madre el niño puede ser la metáfora de su amor por el padre o la metonimia de su deseo del falo. En el segundo caso, el niño no es falóforo [portador del falo], sino que es en su totalidad metonímico [ecuación cuerpo-falo]”. (18) Cuando el niño es la metonimia del deseo del falo de la madre, la sustitución metafórica no opera, sustitución que en el caso de la significación fálica requiere la operación del Nombre-del- Padre en la metáfora paterna, quedando entonces preso de la metonimia deseante de la madre. La comparación entre ambas significaciones fálicas se despliega en Lacan a través de una comparación entre el objeto fetiche y el objeto fóbico, tema del próximo capítulo. Ya sea bajo la forma del ser o del tener, el falo deviene el objeto universal del sujeto en tanto que su deseo es deseo del Otro, apareciendo la significación fálica como respuesta a la pregunta acerca del deseo del Otro. El falo se vincula así primordialmente con el ser del sujeto en su relación con el deseo del Otro, dado que el sujeto debe competir con el falo para llegar a situarse como objeto de deseo del Otro. 1 J. Lacan, El Seminario, Libro III, Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984. 2 Véase, supra, los capítulos “M. Klein en los senderos de Sade” y “W. Bion o los límites del kleinismo”. 3 J. Lacan, El Seminario, Libro III, ob. cit., p. 4 J. Lacan, “Función y campo...”, ob. cit., pp. 239-240. 5 J. Lacan, El Seminario, Libro I, Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 1981, pp. 131-140. 6 Le Grand Robert de La Langue Française, ob. cit., tomo 4. 7 J. Lacan, “La significación del falo”, en Escritos II, ob. cit., p. 670. 8 Véase, supra, los capítulos mencionados en la nota 2 y también los capítulos “El deseo freudiano y su objeto” y “El objeto de la pulsión parcial y el objeto del amor”. 9 Ibíd. 10 J. Lacan, El Seminario, Libro IV, La relación de objeto, Buenos Aires, Paidós, 1994. 11 J. Lacan, “La significación...”, ob. cit. 12 J. Lacan, “Función y campo...”, ob. cit., p. 261. 13 M. Mauss, “Ensayo sobre los dones...”, Sociologia y antropología, Madrid, Tecnos, 1979. 14 J. Lacan, El Seminario, Libro V, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 1998. 15 J. Lacan, Seminario IV, ob. cit. Las tres formas de la falta de objeto
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