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Apraxia Ennio De Renzi (1989), Capitulo 13 en Handbok of Neuropsychology, volumen 2, 1990. Traducción libre realizada por Lic. Laura Margulis, El término apraxia cubre un espectro de desórdenes que afectan la ejecución precisa de movimientos llevados a cabo deliberadamente y fuera de contexto, en ausencia de déficits sensorio-motores elementales, dificultades perceptuales o de comprensión y deterioro mental severo. El punto crucial es que el paciente tiene todas las potencialidades sensorio-motoras para la ejecución apropiada del movimiento, y efectivamente lo logra en muchas circunstancias, pero falla cuando el noto debe ser realizado en respuesta al requerimiento del examinador. Así, aunque en los casos más severos las rutinas diarias también están afectadas, lo más común es ver pacientes que fallen para hacer la señal de la cruz o la mímica de utilización del cepillo de dientes a la orden, y sin embargo se persignen al entrar a una iglesia y se cepillen los dientes en el baño sin dificultad. Esta disociación entre los comportamientos de todos los días y el rendimiento en el test explica la desestimación del déficit por parte del paciente, su familia e incluso los profesionales, muchos de los cuales estarían sorprendidos de saber que la apraxia ocurre en aproximadamente un tercio de los pacientes con daño cerebral izquierdo testados en el estadio agudo del ataque. Además, el interés que la apraxia tiene para los neurólogos es más por la luz que arroja acerca de la organización neural para la planificación del movimiento, que por sus consecuencias prácticas. En la jerga neurológica, el término apraxia ha sido utilizado para designar desórdenes de la actividad motora que poco tienen en común con el tipo de déficits para los cuales se aplicaba originariamente, por ejemplo apraxia constructiva, apraxia del vestir, apraxia de la mirada, apraxia de la marcha, etc., Las dos primeras probablemente dependan de desórdenes espacio perceptuales, mientras que las dos últimas conciernen a movimientos automáticos. No serán tratadas aquí. Apraxia ideomotora Cuando a un individuo se Ir solicita la ejecución de un gesto, primero debe recordar su configuración general y luego transformarla en un patrón bien coordinado de inervaciones para ser transmitido a los centros de ejecución motora. Cada uno de estos pasos puede dañarse, resultando en dos tipos distintos de apraxia: apraxia ideatoria (Al), cuando el concepto mismo del gesto está perdido (el paciente no sabe que hacer); y apraxia ideomotora (AIM), donde es la implementación del gesto en un programa motor preciso lo que está interrumpido (el paciente sabe que hacer pero no sabe como hacerlo). Las dos alteraciones aparecen con frecuencia juntas, pero deben mantenerse separadas, porque reflejan la disfunción de diferentes mecanismos y están subordinadas a estructuras discretas. La AIM es de lejos la forma de apraxia mejor estudiada y definida y será la que la trataremos primero. Procedimiento de evaluación Los errores cometidos por los apráxicos ideomotores no conciernen a la configuración general el gesto, que generalmente puede ser reconocida, a menos que sea echada a perder por perseveración, sino más bien al despliegue de los movimientos simples que constituyen la acción, la elección de las inervaciones musculares correctas, la posición de los miembros en el espacio, etc. Por ejemplo, cuando se le pide que salude, el paciente puede colocar el dorso de su mano sobre su frente con los dedos extendidos y abducidos; cuando se le solicita que eche una moneda al aire, el paciente abre y cierra sus dedos alternativamente. Debe reconocerse, de cualquier modo, que no siempre es fácil decidir si el paciente tiene la representación clara del gesto en su mente, especialmente cuándo el déficit ideomotor es severo, y ésta es una de las razones por las que los tests de imitación son a menudo preferibles a los de órdenes verbales para la evaluación de AIM. Dado que, el examinador provee, el modelo de la acción y el paciente solo debe copiarla, los errores pueden deberse solamente a déficits en la ejecución. Otra ventaja de las tareas de imitación es que las dificultades de la comprensión verbal, que en algunos afásicos puede impedir la comprensión de la orden, son evitadas y los tests de apraxia pueden ser administrados confiadamente a Wernicke severos o afásicos globales. De cualquier modo, dado que la apraxia es tradicionalmente concebida como un desorden gestual, de movimientos que son expresiones de ideas, intenciones o de emociones, muchos autores requieren la ejecución a la orden verbal de gestos simbólicos convencionales (saludar, etc.) y de pantomima de uso de objetos (Muéstreme como utilizaría un martillo, una llave, etc.). Si el paciente falla, el gesto es evaluado a la imitación, para descartar un déficit en la comprensión. Hecaén y Rondot (1985) propusieron una clasificación algo sofisticada de gestos como base para una evaluación comprensiva, distinguiendo entre gestos simbólicos, icónicos expresivos e indexados (ej. describir la utilización de objetos), pero la relevancia de esta categorización para los propósitos clínicos necesita ser demostrada. Todavía no hay razones convincentes para argumentar que la naturaleza significativa y simbólica de la acción es crítica para poner en evidencia el déficit de ejecución que caracteriza a la AIM. De Renzi et. aL (1980) y Lehmkuhl et. al. (1983) encontraron que no había diferencias entre la sensibilidad de los movimientos con significado y sin significado como con secuencia de lesiones cerebrales izquierdas, y Pieczuro y Vignolo (1967) reportaron que los últimos más que los primeros eran realizados más pobremente por pacientes lesionados izquierdos que por los controles normales. Haaland y Flaherty (1984) dijeron que sólo la imitación de movimientos de uso de objetos pretendidos y no la de movimientos representativos y no representativos/ intransitivos estaba significativamente asociada a daño del hemisferio izquierdo. Este hallazgo discrepa con lo reportado en la gran mayoría de los estudios, y además es difícil de explicar, ya que la distinción entre distintos tipos de movimientos es de un significado psicológico dudoso en tareas de imitación, ¿Cuál es la diferencia entre imitar el gesto de chasquear los dedos (un gesto representativo, intransitivo), y el de hacer como que se echa una moneda al aire (un gesto de uso de objeto)? Utilizamos un test de 24 Ítems, armado con una proporción igual de movimientos de los dedos y movimientos de todo el brazo, la mitad de los cuales son significativos y la otra mitad no significativos. La presentación de cada ítem debe repetirse tres veces si el rendimiento del paciente no es impecable, y se asigna un puntaje de 3, 2, 1 ó 0 dependiendo si la imitación correcta es alcanzada en la primara, en la segunda, en la tercera presentación, o nunca. Este sistema de puntuación es simple y fiable y la administración del test a pacientes control permite la identificación de un puntaje de corte discriminando el rendimiento normal del patológico. Las tareas de imitación pueden ser complementadas por tests en los cuales la información obtenida de los movimientos es brindada a través de un solo canal sensorial (verbal, visual, táctil). Así al paciente se le puede dar la orden de hacer como que usa un martillo, o puede mostrársele un martillo y pedirle que haga la pantomima de uso, o puede estar sosteniendo un martillo que se encuentra fuera de su vista, y se le solicita que lo use. El propósito de este proceso es comparar el rendimiento a través de distintas modalidades y evaluar si los errores son específicos de una de ellas. De Renzi et al, (1982) encontró que este puede ser el caso de algunos pacientes. Dominancia del hemisferio izquierdo. Una característicabásica de la apraxia es su relación con el daño del hemisferio izquierdo. Esto fue averiguado primero por Liepmann (1908), quien comparó 41 pacientes con hemiplejía derecha y 42 pacientes con hemiplejia izquierda y encontró una ejecución de gestos deteriorada en 20 pacientes del primer grupo y ninguno del segundo. Ya que el rendimiento fue evaluado con el miembro no paralizado (el izquierdo en los lesionados izquierdos), Liepmann infirió que el hemisferio izquierdo controlaba la organización de la actividad motora de ambos lados del cerebro. Subsecuentes estudios proveyeron evidencia inequívoca en apoyo a esta afirmación. En los datos de investigaciones llevadas a cabo con tests cuantitativos, los cuales basan su diagnóstico de apraxia en la determinación de una puntuación base, que usualmente corresponde a la más pobre encontrada en el grupo control normal, el miembro ipsilateral al hemisferio dañado era el que siempre se utilizaba. Aproximadamente un tercio de los pacientes lesionados izquierdos eran apráxicos. La proporción de pacientes lesionados derechos que caía debajo de la línea de base era marcadamente baja en los cinco estudios donde fueron examinados. La prevalencia de apraxia seguida de lesión del hemisferio izquierdo no aplica que el hemisferio derecho carezca de potencialidad para movimientos planificados. En algunos pacientes los dos lados del cerebro pueden en apariencia actuar independientemente, como lo sugieren dos casos que se hicieron famosos en la historia de la apraxia: el primer paciente descripto por Liepmann (1900), Regierungsrat y el paciente calloso de Geschwind y Kaplan (1962). Ambos podían realizar gestos a la imitación y Regierungsrat también a la orden con la mano izquierda, a pesar de una lesión callosa que bloqueaba la transmisión de información del lado izquierdo al lado derecho. Su comportamiento, en este aspecto, era marcadamente diferente del de otros pacientes con daño patológico del cuerpo calloso y más parecido al de pacientes epilépticos callotomizados. El hallazgo de pacientes diestros con grandes infartos del lado izquierdo que involucran la región parieto-frontal que no son apráxicos en el estadio agudo, sugiere que aquellos pacientes no son una excepción. Mientras que la dominancia del hemisferio izquierdo para la planificación de movimientos parece ser la regla, el grado de intensidad es variable de sujeto a sujeto y puede haber casos de equipotencialidad. Relación de la dominancia del hemisferio izquierdo para las praxias con la preferencia manual y la dominancia para el lenguaje. La naturaleza de la dominancia izquierda en diestros para las praxias ha sido objeto de muchas especulaciones. Algunos autores enfatizan su íntima relación con la preferencia de la mano derecha, y lo someten a que ambas dependen del hecho de que los engramas para los movimientos aprendidos están almacenados en el hemisferio izquierdo. Estarían inmediatamente disponibles para que la corteza motora guíe los miembros derechos pero solos a través de la transmisión callosa para guiar los miembros izquierdos. De ahí la gran predominancia de la mano derecha sobre la izquierda. Por lo mismo la mano izquierda puede sufrir apraxia cuando se daña el hemisferio izquierdo o una interrupción callosa deja sin disponibilidad a los engramas para la corteza motora derecha. Lo opuesto se espera en los zurdos. Esta hipótesis es más convincente para explicar la apraxia que la preferencia manual, ya que no está claro porqué la transferencia de los engramas motores de un lado al otro del cerebro podría transmitir una información tan notable y persistente degradada como para justificar el retraso de la mano izquierda en la adquisición de nuevos aprendizajes. Más aún, si el mismo mecanismo cuenta para manualidad y organización del movimiento, el abaño del hemisferio ipsilateral a la mano de preferencia, sea la izquierda o la derecha, nunca podría resultar en apraxia, o, en otras palabras, la apraxia siempre debería ser producida por lesión izquierda en diestros y derecha en zurdos. Hay evidencia de que esta regla no siempre se cumple en zurdos. A pesar de que hay 10 casos en la literatura de apraxia en zurdos por daño derecho, el número de apráxicos por lesión izquierda es mayor, y de una revisión cuidadosa de, la literatura Signoret y North (1979) pudieron concluir que en zurdos la apraxia de los gestos es muchas veces producida por lesión izquierda. Como en diestros, se reportaron algunos casos de afasia cruzada (afasia asociada con lesión derecha en diestros) que muestran apraxia de los miembros. Mas aún, se encontró un rendimiento definidamente por debajo de la línea de base en la mano izquierda de una minoría de diestros con lesión derecha. Estos hallazgos, aunque infrecuentes; no pueden conciliar con la asunción de que del mismo mecanismo básico depende la preferencia manual y la planificación gestual. La apraxia está frecuentemente asociada con afasia y una correlación de aproximad, 0,40 entre la severidad de los desórdenes ha sido reportada en dos estudios. Creyéndola significativa, esta correlación es muy baja para soportar la idea de que haya un vínculo casual entre estos dos síntomas, como lo sugieren algunos autores que ven a la apraxia como un desorden en la comunicación. Esta hipótesis debería ser albergada si solo fueran afectados los gestos simbólicos, pero apenas puede explicar el intento infructuoso que los pacientes hacen para imitar acciones sin sentido realizadas por el examinador. La asociación entre los dos síntomas parece ser debida a la intrusión de la lesión en estructuras contiguas, diferencialmente especializadas para lenguaje y praxias. La independencia de la apraxia de la afasia es sustentada además por casos individuales reportados de pacientes diestros quienes, luego de una lesión izquierda tienen una apraxia severa pero no tienen afasia o es muy leve, porque las representaciones del lenguaje fueron movidas hacia el hemisferio derecho. La naturaleza del déficit apráxico Ha habido muchos intentos de definir más precisamente la naturaleza, del déficit apráxico. Kimura y Archibald (1974) basados en la mayor sensibilidad del test de acciones múltiples sobre el de posiciones simples de la mano, propusieron que la apraxia es básicamente un desorden de secuencia, que aparece cuando debe controlarse la rápida transición de una posición motora a otra. La creencia de que las posiciones simples de la mano no se afectan en pacientes lesionados izquierdos discrepa con la experiencia clínica, como Kimura posteriormente reconoció por si misma (1977), y Jason (1983) halló lesionados izquierdos que no estarían afectados en comparación con pacientes lesionados derechos para realizar secuencias de posiciones de la mano con un tiempo determinado, en condiciones que podrían favorecer la ocurrencia de errores secuenciales. Otros autores argumentaron que la apraxia refleja un déficit en el aprendizaje más que en el rendimiento. Pacientes con lesiones del hemisferio izquierdo, sea por accidente cerebro-vascular (Jason, 1983) o sometidos a excisiones corticales temporales o frontales circunscriptos (Jason, 1985) se desempeñan más pobremente que grupos de lesionados derechos en el aprendizaje de una secuencia de cuatro o cinco posiciones de la mano, mientras que no tenían dificultades para reproducirlas luego de un lapso de 28 a 45 minutos. Jason (1985) infirió que el hemisferio izquierdo está especializado en la adquisición más que el almacenamiento o recuperación de secuencias manuales. González Rothi y Heilman (1984) a su vez, interpretaron el rendimiento pobre que tuvieron pacientes apráxicos en comparación con lesionados izquierdos no apráxicos en el aprendizaje de una secuencia de doce gestos, como evidencia de un déficit de consolidación de los engramasmotores en la memoria. El déficit del aprendizaje que muestran los apráxicos es consistente con la hipótesis de que el lóbulo parietal izquierdo, que estaba dañado en todos ellos, es el depósito de los engramas motores visuocinestésicos, necesarios para la programación de movimientos aprendidos. La evidencia de que los pacientes lesionados izquierdos en general y los apráxicos en particular muestran un déficit en la memorización de secuencias no puede ser disputada. Su relevancia para la interpretación de la apraxia es, de cualquier modo, cuestionable, ya que apráxicos severos también fallan en la reproducción de posiciones simples de la mano, sean con o sin significado, cuando el modelo está presente. Los muchos intentos que realizan para elegir el movimiento apropiado de los dedos y para alcanzar la posición espacial correcta se debe no a un déficit de memoria sino a la dificultad en la selección del repertorio de inervaciones motoras apropiadas para implementar la acción correcta. Una vez que el programa ha sido construido, puede ser repetido fácilmente, como lo demuestra el hecho de que los apráxicos no difieran de los lesionados izquierdos no apráxicos en rendimientos hábiles como golpear con los dedos, rotar un destornillador, etc., donde la misma acción debe ser repetida una y otra vez. Sin embargo, si una acción que ha sido ejecutada eventualmente es presentada de nuevo luego de un lapso de tiempo, la dificultad para realizar la elección correcta aparece nuevamente. Modelos anatomo-funcionales de apraxia Ochenta años después de su formulación original, la interpretación de Liepmann (1908,1920) sobre apraxia todavía guarda mucho de su interés y provee el mareo básico a partir del cual la mayoría de los hallazgos de investigaciones posteriores pudieron ser ubicados. Esto no quiere decir que no requiera de modificaciones o refinamientos, o que explique convincentemente todo aspecto de la sintomatología, pero su principal dogma - que la AIM se produce por el aislamiento de la corteza motora primaria que hierva los miembros desde las áreas del hemisferio izquierdo donde el movimiento es programado - sigue siendo válido. Liepmann propuso que la información sensitiva obtenida del movimiento, sea por el hemisferio izquierdo o por el derecho, debe ser procesada por el izquierdo, donde se construye un programa motor que especifica los arreglos espaciales y de orden de los movimientos simples que componen la acción. Vagamente sugirió donde y como se realiza este programa, pero asumió que debe ser transmitido a la corteza sensorio-motora izquierda, donde las memorias táctiles y cinestésicas de las inervaciones necesarias para implementar el movimiento son activadas y excitan la corteza motora. Hoy en día el concepto de sensomotorium ha sido abandonado y sustituido por el de corteza de asociación motora, o área 6 (Geschwind, 1965). Si el miembro izquierdo debe ser usado, los comandos son transferidos al área 6 derecha, viajando a través del cuerpo calloso. La apraxia ideomotora surge cuando una lesión interrumpe en diferentes puntos la transferencia del plan de acción a los centros de ejecución. Tomando en cuenta la contribución de otros autores, Liepmann (1908) consideró tres formas de apraxia: 1) apraxia ideatoria, donde el paciente falla para lograr el proyecto general de la acción; 2) apraxia ideomotora, donde la lesión impide la transferencia del plan motor hacia las áreas donde se almacenan, los engramas inervatorios; 3) apraxia mielokinética, debida a la perdida de engramas inervatorios. Esta forma, que fue primero propuesta por Kleist (1907), nunca fue descripta con suficiente precisión para hacerla distinguible de una forma leve de paresia y ganar la aceptación de los neurólogos. Liepmann, sin embargo, enfocó principalmente en la AIM, que puede aparecer en tres contextos clínicos, dependiendo del locus de la lesión: Apraxia parietal, debida a la interrupción de las vías de conexión de las áreas asociativa sensoriales con el sensomotorium y afectando arribos miembros. Liepmann sospechó que el impedimento era más severo en el miembro derecho que en el izquierdo, ya que el último puede, hasta cierto punto, verse beneficiado por la orientación del hemisferio derecho, pero Kimura y Archibald (1974), Kimura (1977) y Lekmkuhl et al (1983) no pudieron confirmar esta sospecha. Apraxia frontal, consecuencia del daño de la corteza premotora izquierda, donde se almacenan los engramas inervatorios. La lesión casi siempre involucra el área motora adyacente, causando paresia del miembro derecho, por lo cual sólo la apraxia del miembro izquierdo es evidente. Apraxia callosa, debida a la interrupción de la salida del área 6 izquierda al área 6 derecha, causando apraxia del miembro izquierdo. Ahora valoraremos el cuerpo de evidencias que soportan este modelo y las modificaciones que han sido sugeridas por estudios posteriores. Apraxia parietal y frontal. La primera cuestión a indagar es si la transmisión de información a la corteza premotora, que almacena los engramas inervatorios, debe ser precedida por su procesamiento en un centro donde los movimientos necesarios para implementar la acción son elegidos y organizados en una secuencia. Si fuera así, la corteza parietal es una posible candidata para albergar este centro, ya que está recíprocamente conectada con el área 6 y recibe, entradas de todas las cortezas asociativas sensoriales. Liepmann (1908) y Geschwind (1965) presentaron objeción a esta hipótesis, y sostuvieron que el daño parietal sólo causa apraxia por la interrupción del fascículo arcuato, que corre en la sustancia blanca del giro supramarginal. Este fascículo está formado por fibras de las cortezas temporal, parietal y occipital que están dirigidas a la corteza frontal. Ellas constituyen un haz compacto que sólo se profundiza en el opérculo parietal, donde una lesión puede involucrarlas a todas (Dejarine, 1895). La razón aducida por Geschwind para refutar la hipótesis de un centro parietal es la existencia de apraxia de la mano izquierda en asociación con una lesión prerolándica izquierda. Un centro parietal izquierdo, según él, debería estar conectado con la región homóloga del hemisferio derecho y transmitir la información que procesa hacia y desde el área prenotara derecha, sobrepasando el bloqueo que representa una lesión frontal izquierda. La contundencia de este argumento depende del hallazgo de que la apraxia frontal es por lo menos, tan frecuente y severa como la apraxia parietal. La clínica disponible y la evidencia experimental cuestionan esta asunción. Faglioni y Basso (1985) han revisado los casos reportados en la vieja literatura y encontraron un sorprendentemente escaso número de pacientes cuya apraxia pudiera ser atribuida inequívocamente a una lesión frontal izquierda, en contraste con la abundante documentación de apraxia parietal. Los estudios cuantitativos realizados en series consecutivas de pacientes corroboran esta diferencia. En un test de imitación de posturas simples de la mano sólo los pacientes parietales izquierdos y no los frontales izquierdos presentaron alteraciones comparados con los grupos correspondientes del lado derecho (Kimura, 1982), y De Renzi et. Al. (1983) hallaron que los apráxicos parietales no sólo eran más numerosos (75% vs. 25%), sino que además tenían alteraciones más severas que los frontales. En consistencia con este hallazgo, Basso et al. (1985b) reportaron el 62% de pacientes parietales contra un 24% de frontales. Al administrar un test de múltiples posiciones manuales, nuevamente los pacientes parietales izquierdos mostraron un rendimiento más pobre que los frontales izquierdos. La diferencia era significativa en los estudios de Kolb y Milner (1981) y de De Renzi et al., (1983), pero no en el de Kimura (1982). En suma,el cuerpo de evidencia argumenta en contra de asignar mismo rol a las lesiones parietales y frontales y desafía la idea de que los impulsos que excitan los engramas inervatorios, de la mano izquierda deben primero ser transmitidos por el área premotora y luego viajar a través de las fibras que conectan la corteza premotora izquierda con la derecha. Como lo sugirió Kleist (1934), las fibras que se originan en el lóbulo parietal izquierdo y cruzan el cuerpo calloso en su camino hacia el hemisferio derecho pueden constituir una vía alternativa que compensa parcialmente el daño del área promotora izquierda. Esta hipótesis implica que la corteza parietal, y no simplemente la sustancia blanca subyacente, está involucrada en la transmisión de información a las áreas premotoras. Estudios del flujo sanguíneo cerebral, realizados en normales, sostienen la participación de la cortezas parietal y premotora en la orientación de la actividad motora. Cuando el sujeto ejecuta movimientos complejos llevados a cabo en el espacio externo, tales como trazar una espiral en el aire o mover su dedo índice a lo largo de un laberinto siguiendo instrucciones verbales, el área sensorio-motora contralateral a la mano movida y las regiones parietal y promotora de ambos lados muestran un incremento del flujo sanguíneo (Roland et al.,1980). Los experimentos de estimulación cortical, realizados en un hombre durante una operación, también corroboran la postura de que la corteza parietal participa en la organización do los movimientos orales se interrumpe tras la estimulación del área parietal o de la premotora (Ojemann y Meteer, 1979). La pregunta debe dirigirse, a saber si las cortezas parietal y frontal participan en la organización de los actos motores en el mismo nivel funcional, o si están relacionadas jerárquicamente, con la primera proveyendo el programa para la elección y ordenamiento de los movimientos simples y la última los patrones inervatorios para la activación de la corteza motora. Si así fuera, deberían esperarse diferencias cualitativas entre los deterioros práxicos asociados con las dos localizaciones, pero no se ha provisto suficiente evidencia para sostener esta predicción (Lehmkuhl et. al, 1983). Luria (1966) contrastó la apraxia aferente, debida a una lesión parieto-occipital, donde la organización espacial de la acción estaría deteriorada, con la apraxia eferente, debida a una lesión frontal, donde la organización de una acción en el tiempo estalla desintegrada, pero no dio las reglas empíricas para hacer esta distinción Heilman et al. (1982) pidieron el reconocimiento de dos formas distinguibles de AIM, una relacionada con lesión parietal y la otra con una lesión que desconecta la corteza parietal del área premotora, y basaron esta diferencia en el rendimiento en tesis de reconocimiento de pantomimas. Ellos argumentaron que si la corteza parietal almacena los engramas visuocinestésicos del movimiento, debería esperarse que los apráxicos parietales se encontraran con dificultades en la discriminación entre correctos e incorrectos de los gestos videograbados, mientras que los apráxicos con daño más anterior no. Sus hallazgos fueron aparentemente consistentes con su predicción, pero su consistencia es debilitada por el criterio cuestionable que adoptaron para clasificar a los apráxicos en parietales o no-parietales (cuando no estaban disponibles los datos de la TC, utilizaban la dimensión fluente / no- fluente del lenguaje oral). En un segundo trabajo (González Rothi et al. 1985) se reportó que el rendimiento de los afásicos apráxicos era más pobre que el de los afásicos no-apráxicos en una tarea de comprensión de pantomimas, a pesar de un deterioro igual en la severidad total de la afasia. Desgraciadamente, no había datos disponibles acerca de la localización de la lesión, excepto que todos los pacientes tenían infartos unilaterales del hemisferio izquierdo. Apraxia callosa. El paciente Ochs de Liepmann y Maas fue la primera documentación de apraxia callosa. Fue seguida por un número sustancial de casos reportados (revisados por Faglioni y Basso, 1985) los cuales confirmaron que las lesiones vasculares, inmorales y traumáticas que interrumpen las vías callosas resultan en apraxia de los miembros izquierdos. Desgraciadamente, la rareza de esta localización ha impedido los estudios sistemáticos de series consecutivas de pacientes callosos con el fin de evaluar la frecuencia relativa de casos positivos y negativos (algunos de los últimos fueron reportados en la vieja literatura; ver Berlucchi 1926), Sería también interesante saber con mayor precisión que parte del callosum es crítica para la transferencia de información relevante para la ejecución del acto motor. El único estudio disponible en humanos (De Lacoste et al., 1985) está basado en degeneración regresiva callosa asociada con los sitios anatómicos de lesiones corticales focales. Indica que las fibras desde el gyri frontal inferior y medio corren en el genu y rostrum, mientras que las fibras de la confluencia temporo parieto occipital corren en los dos quintos posteriores del cuerpo calloso. No se observó apraxia del miembro izquierdo en pacientes que sufrieron sección esplenética durante la extirpación de un tumor (Trescher y Ford, 1937, Damasio et al., 1980) e incluso pacientes con sección de la mitad posterior del tronco o sus vías de salida izquierda (Sugishita et al. 1980; Gersh y Damasio, 1981) no mostraron apraxia del miembro izquierdo, sólo agrafia de la mano izquierda. Desafortunadamente, no se han reportado casos con lesiones confinadas a la mitad anterior del tronco del cuerpo calloso. Es justo reconocer, sin embargo, que la idea de que la integridad de las vías callosas es necesaria para asegurar las praxias normales de la mano izquierda es desafiada por los datos de pacientes con agenesis callosa y pacientes sometidos a sección callosa para el alivio de una epilepsia resistente las drogas. En la primera condición procedimientos de evaluación refinados han abierto un desacuerdo certero de las alteraciones motoras, consistente en una disminución en la precisión de los movimientos, especialmente aquellos que requieren coordinación bimanual (Ferris y Dorsen, 1975; Golt y Saul, 1978) y la transferencia intermanual de aprendizajes manuales (Golt y Saul, 1978), pero no apraxia (Ettlinger et al. 1972,1974). En pacientes comisurotomizados, se halló enlentecimiento en el rendimiento en pruebas de coordinación motora y destreza manual y alteración en tareas que requerían movimientos alterados (Zaidel y Sperry, 1977), pero nuevamente no hubo clara evidencia de apraxia del miembro izquierdo. Alternativamente, la discrepancia entre la alteración observada en enfermedades callosas ocurridas naturalmente y el rendimiento normal en los casos quirúrgicos debo ser entendida asumiendo que en la primera se involucran estructuras frontales paramedianas (especialmente el área motora suplementaria) que contribuyen a la apraxia. En una revisión de los casos publicados de apraxia callosa de la mano izquierda, Goldenberg et al. (1915) señalaron que el daño siempre involucraba al lóbulo frontal medio, especialmente el izquierdo, y conjeturaron que ésto influía en la producción de apraxia, sin embargo, esto no era el caso en dos publicaciones recientes de pacientes callosos (Watson y Heilman,1983; Graff-Radford et al., 1987). Warson et al. (1986) reportaron dos casos de apraxia bilateral asociada con infartos del hemisferio izquierdo que involucraban el área motora suplementaria, pero estos hallazgos deben competir con los muchos casos negativos de la literatura y con el resultado de un estudio (Freund y HummeIshein, 1985) llevado a cabo en trece pacientes con daño en el lóbulo frontal medio, diseminado en la corteza motora precentral (11 tenían infartosde las arterias cerebrales anteriores y dos tenían tumores). Nunca se observó apraxia ideomotora. La conclusión es algo más complicada en un estudio reciente de Milner y Kolb (1985), quienes hallaron alteraciones en la reproducción de posiciones motoras luego de una callosotomización. Ellos examinaron cuatro pacientes, dos con una sección completa de las comisuras y dos con una sección limitada a las comisuras anteriores, los 5 cm anteriores del cuerpo calloso y probablemente las comisuras del hipocampo. Todos debían imitar una prueba de secuencia de tres movimientos que los autores habían usado previamente con pacientes sometidos a extirpaciones corrientes circunscriptas (Kolb y Milner, 1981), y que había mostrado alteraciones en pacientes frontales de ambos lados y más marcadas en pacientes parietales izquierdos. Inesperadamente, los pacientes callosos eran tan deficientes como los pacientes parietales izquierdos y significativamente más que los pacientes frontales, independientemente de la mano usada para llevar a cabo la tarea. Estos hallazgos aparentemente son argumentos en contra de la dominancia del hemisferio izquierdo para las praxias. Pero, aunque es muy interesante en sí mismo, no debe ser relevante en las conclusiones sobre apraxia. Tomados en conjunto con los datos de escisiones frontales, los datos de los pacientes callosos muestran que la cooperación de las dos áreas frontales es necesaria para asegurarse el buen rendimiento tanto de la mano derecha como de la izquierda en tareas de secuencias manuales, pero la especificidad de la prueba para desórdenes apráxicos está abierta a discusión. ¿Los pacientes callosos fallan debido a las demandas práxicas de la prueba, o, como los autores conjeturan, por su carga mnésica, que puede ser muy pesada para pacientes de los que se sabe que tienen dificultades para pruebas de memoria verbal y visual (Zaidel y Sperry 1977)?. Considerando la mayor parte de la evidencia sobre apraxia y los hallazgos negativos en pacientes comisurotomizados, la última interpretación parecería más plausible, pero debe reconocerse que los datos de secciones quirúrgicas vuelven dificultosa la interpretación en el contexto de teorizaciones seriales en apraxia. Evolución en AIM Muy pocos estudios han investigado la evolución de la AIM. Uno de ellos estudió pacientes con Alzheimer y encontró, predeciblemente, que la AIM se deteriora en el curso de la enfermedad (Della Sala et al. 1987). La. Pregunta por la recuperación de una apraxia luego de una lesión fue formulada por Basso et al. (1987). Veintiséis pacientes con daño cerebral izquierdo, diagnosticados como apráxicos en el primer mes después de la lesión, fueron retesteados en un intervalo de ocho meses. Solo 13 de ellos seguían siendo apráxicos en la segunda evaluación y sólo cinco en la tercera, llevada a cabo por lo menos seis meses después. Había una tendencia en los pacientes con las regiones temporo-parietales o parieto-occipitales conservadas a mejorar más que aquellos que tenían dañadas estas áreas (como era el caso de todos los pacientes que aún eran apráxicos en la tercera evaluación). Otras variables - sexo, edad, tamaño de la lesión, tipo de afasia, déficit en la comprensión no concernían a la consecuencia de la apraxia. Apraxia Ideatoria Aproximadamente, al mismo tiempo en que Liepmann estaba investigando la AIM, Pick (1902, 1905) reportó algunos pacientes que mostraban errores en la demostración del uso de objetos que nombraban y reconocían correctamente. La alteración se manifestaba, particularmente, cuando al paciente se le requería que llevara a cabo acciones que involucraban la utilización de más de un objeto (ej. Encender una vela, o poner una carta dentro de un sobre), pero también aparecían con objetos simples. Por ejemplo, una paciente (Pick, 1905) intentaba cepillarse el cabello con un cuchillo, se ponía el fósforo en la boca cuando se le pedía que lo utilizara, y giraba la llave y la tijera en la mano sin poder demostrar su uso. La mayoría de estos pacientes sufrían de daños cerebrales generalizados (ataques de epilepsia diarios, demencias), pero por lo menos un caso (Pick, 1905, paciente N°3) fue afectado por un infarto, presuntamente localizado en la región posterior del hemisferio izquierdo. Pick, la llamó apraxia motora (ya que quería contrastarla con la apraxia sensorial, apraxia secundaria a déficits de reconocimiento) pero el nombre fue pronto abandonado en favor del de apraxia ideatoria. Él sugirió que se debía a la falta de representación de la intención del movimiento, consecuencia de un desorden de la atención. Liepmann (1908) primero consideró a la Al como una manifestación extrema de una forma severa de AIM, pero más tarde (1920) admitió su autonomía y la atribuyó a una lesión en el hemisferio izquierdo, localizada en la unión parieto-occipital, más posterior a la responsable de la AIM. La AI es mencionada en todas las discusiones sobre apraxia, pero pocas veces ha sido objeto de estudios específicos, y hay muy pocos casos reportados (Zangwill, 1960; Brown, 1972; Poeck y Lehmkuhl, 1980) que documenten sus características y el contexto clínico en el cual ocurre. Por eso no es sorprendente que persistan muchas incertidumbres respecto a su verdadera naturaleza, la forma en que debe ser evaluada y el tipo de errores que produce. Hay consenso general en la definición de la Al como un desorden del plan ideacional de la acción, manifestándose a través de la falla en el uso de objetos cuando debe organizarse una secuencia compleja de actos. Todavía hay opiniones divergentes en cuanto a su real autonomía respecto a otros desórdenes, la razón por la que los pacientes fallan para alcanzar una representación clara de la forma general del movimiento y el valor de idealizar el síntoma. La autonomía de la AI ha sido desafiada desde dos puntos de vista. Algunos autores (Sittig, 1931; Zangwill, 1960) reavivaron la última postura de Liepmann de que la Al es sólo una forma extrema de AIM, tan severa como para dificultar la facilitación que ejerce el sostener un objeto para su manipulación. Sittig (1931) mostró que muchos de los errores ideomotores son difíciles de distinguir de los ideatorios y que incluso las acciones fallidas que aparentemente apuntan a una alteración ideatoria (e j., Apagar el fósforo antes de haber encendido la vela) se deberían a un descarrilamiento en la ejecución y no refleja lo que el paciente tiene en mente. Es verdad que la AIM y la Al coexisten frecuentemente en el mismo paciente y que la primera puede afectar tan prolongamente la ejecución del movimiento como para producir un uso de herramientas inefectivo y hacer el proyecto ideacional irreconocible, pero se han reportado repetidamente casos de disociación entre los dos desórdenes (Poeck y Lemkuhl, 1980) y la calidad de los errores muchas veces revela la naturaleza del déficit. En una investigación sistemática, cuantitativa (De Renzi et. al., 1968), donde se comparaban la imitación de movimientos con el uso de objetos, 11 pacientes con daño cerebral izquierdo tuvieron un rendimiento normal en la primera y alteraciones en la última. Recientemente se halló una correlación no significativa de 0.31 (De Renzi y Lucchelli, 1988) entre los errores producidos por 20 pacientes con lesión izquierda en una evaluación que requería el uso coordinado de objetos y los puntajes en una evaluación de imitación de movimientos, y se observaron ejemplos llamativos de disociación entre los rendimientos en las dos pruebas. Por la calidad de los errores, sería difícil atribuirlo a errores de deficiencia ejecutiva tales como poner la estampilla dentro del sobre, cuando se prepara una carta para ser enviada, o raspar la vela en vez del fósforo cuando la tarea es encender la vela. Así, la autonomía de la Al respecto dela AIM parece estar bien establecida. La independencia de la Al ha sido cuestionada también desde un lugar diferente. La frecuencia con la cual fue reportada, especialmente en la vieja literatura, asociada con deterioros difusos (demencia senil, o estadas confusionales post-epilepticos) y la naturaleza conceptual de los errores llevó a algunos autores (Dejereni, 1914; Goldstein, 1948; Denni-Brown, 1958) a negarle a la AI el estatuto de síntoma discreto, y a concebirla como una manifestación de un deterioro mental global. La interpretación de un déficit cognitivo en términos de deterioro mental ha recurrido muchas veces en la historia de la neuropsicología, Pero para ser argumentado en forma convincente necesita más que la mera observación de que algunos, o varios, pacientes mostrando el déficit presentado con una declinación global de la inteligencia, o con errores de atención. Ajuriaguerra et al. (1960) hallaron que sólo los pacientes en un estadio avanzado de demencia senil sufrían Al, mientras que el síntoma ha sido observado repetidamente en pacientes con lesiones focales que no estaban mentalmente deteriorados. Si se concede que la Al es un síntoma discreto, que requiere de tratamiento separado, su naturaleza última parece abierta a discusión. La mayoría de los autores la conciben como un déficit en el ordenamiento de las unidades de la acción, los actos individuales pueden ser ejecutados correctamente, pero fuera de la secuencia. Consecuentemente, sólo las tareas que involucran el uso coordinado de múltiples objetos podrían ser adecuadas para poner en evidencia la AI. Sin embargo, investigados sistemáticamente, los pacientes con lesiones cerebrales izquierdas también se mostraron incapaces de demostrar el uso de objetos aislados (De Renzi et al, 1968). ¿Es legítimo llamar Al a este déficit? Para responder a esta pregunta y ganar un mejor entendimiento de la Al, De Renzi y Lucchelli (1988) evaluaron 20 pacientes lesionados izquierdos con pruebas tanto de objetos múltiples como de objetos aislados. Un déficit en la evocación del uso apropiado de los objetos aislados, más que una alteración en el ordenamiento de los actos que componen una acción, aparecería como la causa más común de falla. El rendimiento en las pruebas de objetos aislados se correlacionaba ampliamente (0.85) con el de las pruebas de objetos múltiples. Morlaas (1928) fue el primero en enfatizar que los pacientes con Al también fallan con objetos simples y por ésto infirió que la Al es básicamente una agnosia del uso. El término es equivoco y debería ser reemplazado por el de amnesia de uso, el cual identifica más claramente a la Al como una forma particular de amnesia semántica. El paciente falla porque no puede ganar acceso a ese particular aspecto del depósito semántico donde se almacena la memoria de la forma en que un objeto debe ser utilizado. Se han reportado repetidamente formas selectivas de amnesia semántica - la dificultad para recuperar rasgos esenciales de estímulos presentados visualmente, a pesar de su identificación - en pacientes con lesiones izquierdas: ej. Pueden ser incapaces de asociar la forma de un objeto con su sonido (Faglioni et. al., 1969), con su celar (De Renzi y Spinnler, 1967), con la pantomima que muestra su uso (Gainolli y Lemmo; 1976), etc. El correlato entre estos desórdenes y la amnesia de uso requiere investigación. Considerada en esta perspectiva, la Al es un síntoma radicalmente diferente a la AIM, ya que pertenece más al reino de los déficits conceptuales que al de los desórdenes de movimientos. No es una alteración inespecífica debida a una disfunción generalizada de la certeza, sino que se debe a una lesión focal del hemisferio izquierdo. Nunca se encontró Al por daño del hemisferio derecho (Ajuriaguerra et al., 1960a; De Renzi et al.,1968) y su aparición en pacientes con demencia senil puede bien ser una expresión del deterioro del hemisferio izquierdo, sin diferencias respecto a lo que sucede con la afasia. Hay consenso en la literatura (Foix, 1916; Liepmannn, 1920; Morlaas, 1928; Hecaen, 1972) de que el daño en la región temporo-pariental izquierda juega un rol crucial en la determinación de la Al, pero la carencia de estudios realizados en nuestras no seleccionadas de pacientes, con lesiones documentadas por hallazgos en autopsia, cirugía o TC, impide sacar conclusiones firmes en este punto.
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