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Zubizarreta, Historia de los unitarios

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Historia de los unitarios 1820-1852
Ignacio Zubizarreta
Historia de los unitarios 1820-1852
 
Sudamericana
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
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fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia
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IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito
que previene la ley 11.723.
© 2014, Random House Mondadori S.A.
Humberto I 555, Buenos Aires.
www.megustaleer.com.ar
ISBN 978-950-07-
Esta edición de ejemplares se terminó de imprimir en,
, Buenos Aires, en el mes de agosto de 2014.
Zubizarreta, Ignacio
 Historia de los unitarios 1820-1852. - 1
a 
ed. - Buenos Aires:
Sudamericana, 2014.
 224 p. ; 23x16 cm. - (Historia)
 ISBN 978-950-07-
 1. Historia Argentina. I. Título
 CDD 982
ÍNDICE
Introducción .............................................................................. 9
1. El momento rivadaviano (1820-1824) ............................. 17
Las reformas rivadavianas .................................................... 20
Comienzo de las divisiones políticas y primeros proyectos 
de unión .............................................................................. 28
Entreacto I. ¿Buenos o malos? La historiografía 
y la construcción de la imagen de los unitarios .......... 35
La historiografía liberal y un legado favorable .................... 37
Hacia un paulatino viraje interpretativo .............................. 41
El revisionismo histórico y su mirada mordaz ..................... 45
2. El proyecto unitario nacional y las Asambleas 
Constituyentes (1825-1827) ............................................... 53
Los debates constituyentes y el nacimiento 
de las facciones ................................................................... 54
Rivadavia y su fugaz experiencia presidencial..................... 61
Entreacto II. Una relación compleja: los unitarios 
y los sectores populares .................................................... 73
Las tensiones con los campesinos y con la plebe porteña .... 74
Los unitarios y los sectores populares del Interior .............. 83
3. La guerra civil: auge y caída del unitarismo 
en armas (1828-1831) .......................................................... 91
 índice
El levantamiento de Juan Lavalle ........................................ 94
La Liga del Interior del general Paz ................................... 101
Entreacto III. La violencia se hace cotidiana: 
Un día en la vida de tres unitarios ............................... 110
Las contingencias de un hombre de letras ......................... 111
Huyendo de las garras de la Mazorca ................................. 116
Vine, vi, perdí: La derrota de Lamadrid en Rodeo 
del Medio ................................................................................... 125
4. Los unitarios en el exilio (1832-1840) ........................... 133
Primeros movimientos antirrosistas en el exilio ................ 134
Nacen las logias secretas en suelo oriental ........................ 139
La irrupción de la Generación del 37: entre la tensión 
y la cooperación ................................................................ 143
Entreacto IV. Las dicotomías internas 
del unitarismo ...................................................................... 149
Provincianos y porteños ....................................................... 150
Los gobiernos filo-unitarios de Mendoza, San Juan 
y Salta ...................................................................................... 153
Los unitarios de “La Espada y la Pluma” ........................... 162
La pluma y sus colaboradores ..............................................172
5. Nuevas campañas contra Rosas y disolución 
de la agrupación (1840-1852) .......................................... 179
Las logias se organizan en Buenos Aires ............................ 180
Las campañas de Lavalle y Lamadrid ................................ 184
La lenta descomposición de la facción y la caída 
de Rosas ............................................................................ 190
Conclusión ............................................................................. 197
Bibliografía y fuentes .......................................................... 205
Agradecimientos .................................................................. 221
INtroDuCCIóN
Si quisiéramos hacer el experimento de buscar en el google maps 
(un reconocido servidor de aplicaciones de mapas de internet) 
el nombre de “Bernardino Rivadavia”, esa pesquisa nos llevará 
a los siguientes resultados. En la ciudad de Buenos Aires en-
contraremos que Rivadavia es una de sus principales avenidas. 
En otros puntos de la capital, nos toparemos con el “Hospital 
General de Agudos, Bernardino Rivadavia”, o con el “Museo 
Argentino de Ciencias Naturales”. También hallaremos con esa 
denominación a un gran parque, donde se venden libros y discos 
usados, o a una reconocida estación de radio. Si ampliamos aún 
más nuestra perspectiva geográfica, localizaremos la “Escuela 
N° 1 Bernardino Rivadavia” en Capilla del Señor, la “Biblioteca 
Pública Rivadavia”, de Trenque Lauquen, un imponente monu-
mento que lo homenajea en Bahía Blanca o una plaza que lleva 
su nombre en la ciudad de Lincoln. Existen también localidades 
así bautizadas, como aquella situada en la parte más austral de 
la provincia de Salta. Toda la geografía argentina está abarro-
tada de ejemplos similares a los mencionados: en casi todos los 
pueblos y ciudades, al menos, una calle, una plaza, un monu-
mento, hacen referencia a su persona. Eso nos permite inducir 
que tiempo atrás existió una suerte de culto por Rivadavia. No 
obstante, observando los listados de nombres utilizados en las 
inauguraciones públicas recientes, tanto de la esfera nacional 
como provincial, es casi imposible toparse con el de quien fuera 
el primer presidente argentino.
10 historia de los unitarios 1820-1852
Esta cuestión nos deposita en el primer interrogante de la obra 
que da inicio. ¿Qué motivos llevan a que una persona o un grupo 
político sean reconocidos en ciertos momentos para ser relegados 
tiempo después? Son los gustos, las perspectivas y las circuns-
tancias desde donde la sociedad entiende e interpreta su pasado 
los que cambian produciendo los desplazamientos en las figuras 
y procesos históricos reivindicados. Pero esos gustos, esas inter-
pretaciones que la sociedad establece con su pasado, también son 
influidos por aquello que los historiadores tienen para contarnos 
sobre los tiempos acaecidos. En el presente libro abordaremos un 
tema que no fue profusamente investigado por los historiadores 
en estos últimos años. De algún modo, también ha sido postergado 
como centro de interés por parte de la sociedad. Hacemos referen-
cia al unitarismo argentino, del cual Bernardino Rivadavia fue su 
figura más emblemática.
El tiempo borra el interés por las cosas y sólo en algunos casos 
se lo devuelve. Los unitarios hace mucho que dejaron de exis-
tir. Cuando las anécdotas familiares, los relatos orales, los viejos 
refranes y canciones populares se desgastan, van perdiendo su 
magia por el paso de los años, la historia y lo que interesa de ella 
se vuelve, de algún modo, un poco más caprichosa. Se comienza 
a leer y saber de nuestro pasado sólo a través de los libros o de 
los manuales escolares cuyos contenidos fueron diseñados desde 
un gabinete. Se aprende así lo que políticos e historiadores de-
signan como importante. No se trata de una crítica sino de una 
constatación. 
Todavía a principios del siglo XX existían muchas familias que 
dividían sus preferencias entre unitarios y federales. Esas dife-
rencias políticas eran a su vez la base de discusiones, polémicas yacalorados debates que seguían teniendo lugar de forma cotidia-
na. Algunas familias, incluso, siguieron distanciadas o mantuvie-
ron resentimientos anacrónicos muchos años después de sucedi-
dos los más cruentos enfrentamientos entre unitarios y federales. 
Por citar un ejemplo conocido, el palacio Miró, una gran mansión 
de la familia Dorrego que se encontraba en el centro porteño, 
 introducción 11
estaba ubicado frente a una plaza. Una ordenanza municipal, 
a fines del siglo XIX, la bautizó como “Plaza Lavalle”, haciendo 
homenaje al antiguo militar unitario. Golpeados en su orgullo, los 
miembros de la familia Dorrego, descendientes directos del líder 
federal Manuel Dorrego —fusilado por orden de Juan Lavalle en 
1828—, decidieron tapiar las ventanas que daban a la plaza. Por 
muchos años esas ventanas no ofrecieron sino penumbras a sus 
moradores, proyectando la oscuridad de las heridas que parecían 
no haber cicatrizado aún. Otras familias, sin llegar a ese extremo, 
mantuvieron vivas sus tradiciones y preferencias por una de las 
agrupaciones políticas recién aludidas. Extraído de la literatura, 
un buen ejemplo de ello lo representa la idolatría e idealización 
por el pasado unitario de la familia de Alejandra, la protagonista 
de Sobre héroes y tumbas, considerada por muchos como la mejor 
novela escrita por Ernesto Sabato.
Pero con el devenir del tiempo, aquellos testigos —directos 
e indirectos— que tenían algo para decir acerca de ese pasado 
violento y particular que experimentó nuestro país durante las 
guerras entre unitarios y federales, fueron dejando lentamente 
de existir. Sumado a ello, los traumáticos años vividos durante 
la segunda mitad de la centuria pasada, obligaron a priorizar el 
presente, relegando la atención hacia el pasado y concentrando 
la discusión en las apremiantes cuestiones políticas y económicas 
del momento. De esa manera, unitarios y federales se volvieron 
viejas entelequias que ya sólo podían alimentar los debates de 
amantes de la historia, de estudiantes en humanidades o de al-
gunas personas que por cierta inclinación familiar conservaron 
la memoria de ese pasado desvanecido. Ello no significó, sin em-
bargo, un absoluto desconocimiento de la sociedad por los hechos 
que transcurrieron en ese tiempo pretérito. La historia argentina 
se siguió enseñando en las escuelas; muy pocas personas pueden 
desconocer lo elemental en la materia. Pero las interpretaciones 
históricas por ellas recibidas, cargadas en su mayor parte de con-
notaciones ideológicas, colaboraron a fortalecer un relato mani-
queo, antitético, en el cual unitarios y federales encarnaron lo más 
12 historia de los unitarios 1820-1852
sublime o lo más execrable que podía imaginarse del pasado. El 
transcurrir de los años no dio, desafortunadamente, lugar a una 
interpretación moderada, distante e integradora de los aconte-
cimientos. Recién en las últimas décadas los historiadores han 
podido hacer una relectura sobre ese periodo de un modo más 
neutral y profesional. 
La intención del presente libro radica en presentar una histo-
ria sobre el unitarismo desde la perspectiva recién aludida (neu-
tral y profesional), e introduciendo a su vez nuevas miradas y di-
versos aportes. Considero que colaborar a una mejor comprensión 
(y difusión) de nuestro rico pasado puede contribuir a generar una 
sociedad más interesada por ese legado y más tolerante de las di-
vergencias culturales y políticas de sus integrantes. Pero también, 
pretendo favorecer una mirada de la historia que cumpla con la 
doble (y nada sencilla) tarea de simplificar mientras confronta la 
complejidad de los fenómenos que se analizan. Es decir, brindar 
explicaciones claras de fenómenos complejos y que llevaron años 
de investigación para promover así interpretaciones sobre nuestro 
pasado asequibles a un vasto público pero sin que por ello pequen 
de reduccionistas o maniqueas. 
Los unitarios son una presencia insoslayable de nuestro pa-
sado. Marcaron, desde el poder como fuera de él, con aciertos y 
desaciertos, una larga época. Sus políticas sirvieron de modelo 
a los hombres que transformaron el país en la segunda mitad 
del siglo XIX. Están siempre presentes en los libros que se han 
ocupado de la historia nacional y, además, forman parte de las 
visiones del pasado arraigadas en las representaciones colectivas 
de los argentinos hasta nuestros días. Por todos esos motivos, 
ameritaban un espacio que pudiese reflejar su historia con mayor 
profundidad. 
La obra que pronto comienza es, principalmente, una historia 
política del unitarismo. Ella refleja el esfuerzo de muchos años 
de trabajo, desde mi tesis doctoral hasta el presente. Quisiera, 
en las páginas que la componen, rastrear cómo pensaban sus in-
tegrantes, por qué actuaron como lo hicieron, qué los motivó a 
 introducción 13
mantenerse unidos y qué los llevó a enfrentarse de forma tan 
violenta con otras agrupaciones de su tipo. El libro se divide en 
capítulos y entreactos. 
Los capítulos son cinco, y se caracterizan por respetar siempre 
un sentido cronológico. El primero de ellos comienza con el inicio 
del unitarismo, allá por 1820, mientras que el último refleja la 
caída definitiva del régimen de Juan Manuel de Rosas y el regreso 
de los exiliados unitarios al país (1852). Los entreactos, que son 
cuatro en total, se encuentran intercalados entre los capítulos y 
tienen por finalidad dar un descanso a la narración cronológica 
mientras permiten brindarle un lugar a ciertos aspectos específi-
cos sobre el unitarismo que no podrían ser desarrollados de otra 
manera. 
De este modo, el libro ofrece dos alternativas a los lectores. Si 
uno quisiera, podría leer los cinco capítulos de corrido y, así, no 
perder el hilo sucesivo de los acontecimientos. Y luego, en otro 
momento, introducirse en las páginas de los entreactos, pues al 
tratar temáticas diferenciadas pueden ser leídos como pequeños 
ensayos independientes. Pero también es posible encarar la obra 
respetando el orden continuo de páginas leyendo consecutivamen-
te capítulos y entreactos puesto que estos últimos fueron escritos 
y ordenados de modo tal que permiten ser comprendidos sin la 
necesidad de haber leído previamente todos los capítulos. 
Antes de dar lugar al inicio de nuestra historia, creo conve-
niente presentar el telón de fondo donde se desarrollará la mis-
ma. Dicho en otras palabras y en el lenguaje propio de los his-
toriadores, introduciré un breve contexto histórico de los hechos 
fundamentales que antecedieron (y en buena medida explican) al 
surgimiento del unitarismo.
En el año 1810, Buenos Aires, capital del Virreinato del Río 
de la Plata, se sublevaba contra el dominio español. Aunque 
inicialmente esa ruptura no fue absoluta —pues se continuó ju-
rando fidelidad al rey Fernando VII, cautivo de Napoleón— un 
grupo de criollos que tenía el control del Cabildo logró destituir 
al virrey Cisneros y crear un gobierno autónomo. Ese osado paso, 
14 historia de los unitarios 1820-1852
meramente local, es conocido hoy como Revolución de Mayo. Es 
interesante recordar que uno de los principales problemas que 
el primer gobierno patrio debió afrontar se vincula al rol de los 
pueblos del interior —luego denominados provincias— en ese 
mismo gobierno que acababa de conformarse. Desde ese mo-
mento inicial, dos tendencias comenzaron a diferenciarse: una 
proclive a permitir una activa participación de los pueblos del 
interior y otra que defendía la soberanía que Buenos Aires había 
ejercido como capital virreinal pretendiendo dominar desde ella 
y sin disputa el nuevo escenario político. Los protagonistas de 
las dos tendencias opuestas no serían aún bautizados como fe-
derales y unitarios. Las facciones políticas que por ese entonces 
surgieron en el área rioplatense fueron conocidas como “more-
nistas” y “saavedristas”. La primera, porteñocéntrica, seguía al 
abogado Mariano Moreno, de tendencia jacobina. La segunda, 
más conciliadora con los interesesdel interior, al presidente 
de la Primera Junta y líder militar Cornelio Saavedra. Ambas 
agrupaciones fueron efímeras, extremadamente personalistas 
y jamás gozaron de la envergadura que tendrían luego las de 
unitarios y federales. 
Los primeros diez años que siguieron a la Revolución de 
Mayo dejaron como corolario la caída de los dos proyectos po-
líticos más ambiciosos de la región rioplatense: el Directorio 
Supremo de las Provincias Unidas y su antagonista, la Liga de 
los Pueblos Libres. El primero, centralista y con sede en Buenos 
Aires pero con apoyo en algunos pueblos del interior. El segun-
do, de mayor influencia en la región del Litoral y liderada por 
el oriental José Gervasio Artigas. En los tiempos en que tuvo 
lugar el Directorio (desde 1814 hasta 1820), este régimen apoyó 
táctica y materialmente a las principales campañas libertadoras 
(recordemos, por ejemplo, el incondicional respaldo del Director 
Supremo Juan Martín de Pueyrredón a José de San Martín). Pero 
también, persiguió a los opositores porteños (Manuel Dorrego, 
Feliciano Chiclana, entre otros) y combatió encarnizadamente a 
los ejércitos acaudillados por Artigas. 
 introducción 15
En 1819 el Directorio promulgó una Constitución unitaria 
(es decir, que impulsaba un sistema de gobierno centralizado en 
Buenos Aires) despertando el rechazo de la mayoría de los pueblos 
del interior. Finalmente, las cruentas guerras que enfrentaron 
a directoriales y federalistas —más otras cuestiones que alar-
garían demasiado nuestro relato— los debilitarían al punto de 
llevarlos a su desaparición. Unitarios y federales, como se verá 
mejor en el caso de los primeros, fueron y no fueron una continua-
ción de las propuestas políticas recién expuestas. Pero lo concreto 
es que a partir de 1820 los distintos pueblos que habían constitui-
do las Provincias Unidas y la Liga Federal de Artigas quedaron 
en plena autonomía de sus funciones político-administrativas, 
cada uno de ellos regido por un gobernador. De esa forma nacían 
las provincias. Buenos Aires había proclamado a la cabeza de 
su gobierno al militar y hacendado Martín Rodríguez, quien en 
1821 nombró como ministro a Bernardino Rivadavia, un liberal y 
admirador de la cultura europea que comenzó una profunda serie 
de reformas. 
CapÍtulo 1
El momENto rIvaDavIaNo 
(1820-1824)
En 1820, como consecuencia de la disolución del Directorio, se 
iniciaba una renovación política que llevó al poder de la provincia 
de Buenos Aires al denominado “grupo rivadaviano” o “partido 
del Orden”. Aunque nunca actuaron bajo esas denominaciones, 
entre 1820 y 1822 se fue conformando gradualmente un elenco 
de actores algo indefinido que acompañó las medidas del ministro 
de gobierno Bernardino Rivadavia y al que sus contemporáneos 
tildarían de “ministeriales”. La base de ese movimiento, origi-
nalmente de exclusiva raigambre porteña, sería poco después la 
plataforma del futuro unitarismo. En este primer capítulo trata-
remos de comprender cómo pensaba y actuaba dicha agrupación, 
pero también el rol de sus protagonistas, las condiciones históri-
cas que lo generaron y el proceso en el que se iría transformando 
en la posterior facción unitaria.
Juan Manuel Beruti, un testigo de época, nos brinda un deta-
llado panorama de la situación en la que se encontraba Buenos 
Aires en 1820, luego de haber caído el Directorio y de ser ocupada 
por las tropas milicianas de Estanislao López y Francisco Ramírez:
La gran ciudad (…) después de tantas glorias y nombre inmortal 
que adquirió, ha venido a quedar reducida a un gobierno de pro-
vincia, perdiendo la preeminencia que obtenía de capital y corte de 
18 historia de los unitarios 1820-1852
las provincias de la Unión; llegando a tal su infelicidad, que un ejér-
cito que se nombra federado, compuesto de mil y más hombres mal 
armados, de un triste pueblo como Santa Fe, lo haya hecho ceder, y 
entrar por cuanto ha pedido, reduciéndolo a ceder en mucha parte 
con deshonor y bajeza, que se vio precisado a deponer al supremo 
director, disolver el soberano Congreso, admitir el gobierno federal 
y finalmente con desaire del pueblo.1
Así, observamos que existía un terreno propicio para el sur-
gimiento de un nuevo y vigoroso movimiento político que res-
taurase el orden social y político de Buenos Aires. Éste nacería 
de una coalición entre algunos pocos antiguos directoriales y 
un grupo de jóvenes completamente nuevos en la arena polí-
tica porteña. Entre éstos, podemos mencionar los nombres de 
Bonifacio Gallardo, Juan Gil, Ramón Díaz, Juan Cruz, Jacobo y 
José Varela; Fortunato Lemyone y Juan C. Lafinur. Destacando 
el origen social tanto de sus integrantes como de muchos de 
sus simpatizantes, Vicente Fidel López aseguraba que con esta 
renovación política “venían los ricos, los propietarios, el gremio 
comercial, los abogados, los estudiantes, los tenderos, los hijos 
de familia, y todo ese potente conjunto de fuerzas sociales en-
gendradas por la tradición de mayo, agrupadas en la ciudad, y 
esencialmente centralistas y directoriales”.2 Los líderes de este 
movimiento se fueron incorporando al proyecto que encarnaba 
el flamante gobernador Martín Rodríguez, quien había sido ele-
gido por la recientemente creada Sala de Representantes. Poco 
tiempo antes, en marzo de 1820, durante el inestable gobierno de 
Martín de Sarratea se había inaugurado esta última institución, 
que con carácter deliberativo y legislativo venía a reemplazar 
al tradicional pero algo desprestigiado Cabildo. El objetivo del 
1. Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas. Buenos Aires: Emecé, 2001, p. 307.
2. López, Vicente Fidel. Historia de la República Argentina: su origen, su re-
volución y su desarrollo político hasta 1852, tomo IV. Buenos Aires: Carlos 
Casavalle, 1883, p. 444.
 el momento rivadaviano (1820-1824) 19
nuevo cuerpo representativo no difería, en ciertos aspectos, de 
su antecesor, puesto que buscaba reflejar las inquietudes e in-
tereses de los vecinos notables de la ciudad. Pero la novedad 
radicaba en que se incorporaban representantes del ámbito rural 
y sus integrantes debían ser elegidos por el sufragio de todos 
los varones mayores libres, tal como lo establecía la nueva ley 
electoral implementada en 1821.
La agrupación política que algunos comenzaban a denominar 
como “partido de los principios”, “partido ministerial” o “partido 
liberal” tomó mayor impulso con la incorporación de quienes ocu-
parían respectivamente los ministerios de Gobierno y Hacienda. 
Nos referimos a Bernardino Rivadavia y Manuel J. García. Al 
haber vivido ambos en el exterior —el primero como enviado ex-
traordinario en Francia e Inglaterra y el segundo con cargo si-
milar en Río de Janeiro—, fueron vistos por sus contemporáneos 
como personas independientes de las viejas facciones e ideales 
para ocupar sus respectivos cargos. A pesar de las amistades y 
relaciones que se fueron estrechando dentro del grupo gobernan-
te, sus integrantes no desarrollaron, en una primera etapa, una 
verdadera conciencia de pertenencia a un movimiento o partido. 
Recién lograrían identificarse con un proyecto político más defini-
do cuando se comenzaron a debatir en la Sala de Representantes 
las medidas modernizadoras que arraigaron en la historia como las 
“reformas rivadavianas”. 
En su primera aparición pública en el recinto parlamenta rio, 
Bernardino Rivadavia agradeció el honor de haber sido elegido 
para ese cargo, pero también señaló la importancia de aper-
sonarse con frecuencia en la Sala y la necesidad de que am-
bos poderes —ejecutivo y legislativo— trabajaran de manera 
conjunta para restablecer el orden de la provincia en todos los 
ramos. Su primera iniciativa, de resonancia extra-provincial, 
se orientó a desalentar el congreso que se realizaba por ese en-
tonces en Córdoba, bajo los auspicios de su gobernador Juan 
Bautista Bustos. Poco después, el nuevo gobierno bonaerense 
lograba desarticular los Cabildos de Buenos Aires y de Luján. Si 
20 historiade los unitarios 1820-1852
bien la primera apuesta fuerte de Rivadavia, es decir, debilitar 
los alcances del congreso cordobés, tuvo razonable aceptación 
parlamentaria, no sucedió lo mismo con su segunda propuesta, 
la ley del indulto. Esta exoneraba a los participantes de los 
varios levantamientos sucedidos en 1820, pero luego de haber 
sido debatida intensamente fue rechazada por mayoría y recién 
volvería a ser objeto de debate algún tiempo después. De ese 
modo, y como se observa a través de las diferentes iniciativas 
que surgieron de los ministros de Martín Rodríguez, la construc-
ción del poder simbólico y político se lograría de forma gradual. 
El peso de la oratoria, la potencia argumentativa y la capacidad 
de convencimiento hacia el auditorio resultaron determinantes 
a la hora de hacerse de los votos necesarios para materializar 
las propuestas, en un momento en que, como se advirtió, aún no 
había delimitaciones facciosas precisas. Durante esos años, la 
política no era percibida como un asunto que involucrara gru-
pos o facciones determinadas, sino individuos independientes, 
racionales y preferentemente ilustrados. La Sala se vio colmada 
de abogados, de juristas y de aquellos que habían recorrido la 
movediza “carrera de la revolución”. No obstante, hacendados 
y comerciantes tanto de la ciudad como de la campaña también 
se contaban entre los nuevos representantes, aunque sus inter-
venciones eran algo esporádicas dejando la iniciativa de la “cosa 
pública” a los hombres de la pluma y la palabra. 
Las reformas rivadavianas
Las reformas que impulsó la administración rivadaviana consti-
tuyeron un conjunto de medidas tendientes a un tipo de regula-
ción social. No sólo abarcaban la idea de regular las relaciones 
sociales, sino también aquellas que se daban en el interior del 
Estado, viéndose reflejado esto último en la división de funciones 
en sus cuadros directivos. Una audaz reforma eclesiástica y la 
supresión de los cabildos significaron pasos importantes hacia 
 el momento rivadaviano (1820-1824) 21
la concentración del poder político. Otra ley de reforma, aplicada 
al ámbito militar, pretendía no sólo dar forma a un ejército más 
reducido y menos peligroso para el orden público, sino y sobre 
todo más decididamente sometido a la administración civil. Esto 
último se logró mediante cambios como la reducción en el número 
de oficiales y la prescindencia de hombres que guardaban pres-
tigio y autonomía. Por otro lado, con el objetivo de lograr mayor 
estabilidad política y, debido a la estrecha relación entre los fre-
cuentes alzamientos y los líderes castrenses, se optó por alejar 
a las tropas permanentes de la ciudad de Buenos Aires. De esta 
forma, el grueso de la estructura marcial fue desplazado hacia las 
fronteras para extenderlas y resguardarlas de las tribus pampas y 
araucanas. Así, Rodríguez ensanchaba “los límites de la provincia 
[con el consecuente] deseo de emplear los capitales en un negocio 
el más lucrativo, [mientras] dio fomento a la industria de la cría 
de ganados, que hasta entonces se había mirado en poco a pesar de 
la feracidad del suelo”.3
Las reformas que emprendió la administración bonaerense 
bajo influencia de Rivadavia dieron resultados muy pronto: “Los 
ingresos al tesoro eran más cuantiosos, los empleados civiles y 
militares, el clero reformado, eran escrupulosamente pagados; 
se construyó el mercado público. Se mejoró el servicio del hos-
pital de caridad pública. Se fundó una sociedad denominada de 
Beneficencia; surgieron como por encanto nuevas poblaciones [ha-
biendo también] estimables garantías públicas: las del derecho de 
propiedad, la individual, la de la prensa libre”.4 Este panorama 
legado por un testigo de época puede ser complementado por re-
ferencias sobre la eficacia de las reformas en otros ramos, como 
en el de la educación: 
3. Iriarte, Tomas. Memorias. Rivadavia, Monroe y la guerra Argentino-Brasileña. 
Buenos Aires: Ediciones Argentinas, 1944, p. 35.
4. Ibídem, pp. 52-53.
22 historia de los unitarios 1820-1852
La instrucción pública ha recibido un considerable incremento: en 
cada distrito de la Campaña, que por lo general se compone de dos 
a cuatro mil almas, el erario ha dotado una escuela de primeras 
letras: en la ciudad ha formado más de veinte para jóvenes de 
ambos sexos, sin incluir ni en una ni en otra multitud de escuelas 
particulares. Se ha erigido una universidad y establecido un colegio 
de ciencias morales, otro de ciencias naturales, y otro de estudios 
eclesiásticos…5
El centro académico aludido era la Universidad de Buenos 
Aires. A pesar de que la ciudad homónima había crecido conside-
rablemente, y que incluso había llegado a ser capital virreinal, 
hasta la fundación de dicha casa de estudios en 1821 los porteños 
debían trasladarse a Santiago de Chile, Chuquisaca o Córdoba 
para instruirse. 
Las reformas también afectaron el rubro de la justicia. Se 
estableció para el ámbito urbano un régimen judicial de primera 
instancia, letrado y rentado. Se dividió la campaña en departa-
mentos asignando a cada jurisdicción un juez de paz, cargo de 
carácter lego y ad honorem. En el ámbito de la economía se creó 
el Banco de Descuentos, entidad que estaba autorizada a emitir 
moneda. También se fundó la Bolsa Mercantil buscando dinami-
zar el comercio luego de tantos años de guerras y estancamiento 
económico. Se entablaron negociaciones para lograr un emprés-
tito con la casa británica Baring Brothers al objeto de realizar 
obras públicas. Se instituyó el Departamento Topográfico, fiel 
indicador del repunte del sector rural y de la importancia de 
contar con registros catastrales más precisos de una tierra que, 
gracias a los avances de las milicias, se extendía cada día más 
hacia el sur y el oeste. Con ello, el proyecto rivadaviano buscaba 
promover la posesión de esas tierras por parte de los hacendados 
y establecer así nuevos derechos de propiedad que terminarían 
5. Núñez, Benito Ignacio. Noticias históricas, políticas y estadísticas de las 
Provincias Unidas del Río de la Plata. Londres: Ackermann, 1825, p. 30.
 el momento rivadaviano (1820-1824) 23
afectando los intereses de numerosos pobladores rurales con an-
tiguos derechos de posesión. 
En relación a las políticas de la tierra, el rivadavianismo tam-
bién pretendió impulsar la inmigración europea para fomentar 
las tareas agrícolas. A mediados de la década de 1820 una colonia 
escocesa se asentaría en Santa Catalina y se dedicaría principal-
mente a la elaboración de productos lácteos. Otras colonias con 
contingentes de diversas latitudes, principalmente de Francia, 
fueron por entonces planificadas pero fracasarían como conse-
cuencia de la inestabilidad generada por las posteriores guerras 
civiles.
Las reformas clericales fueron sin duda las más proble-
máticas entre aquellas que encaró la gestión de Rodríguez. 
Inspiradas por las ideas de la Ilustración y en la constitución ci-
vil del clero implementada en Francia poco después de iniciada 
la Revolución (1790), a través de ellas se suprimieron algunas 
órdenes religiosas y el Estado se apropió de sus bienes. También 
se pusieron en práctica una serie de reglamentaciones que di-
ficultaban el ingreso a la vida conventual y se suprimieron los 
diezmos. Los impulsores de las reformas entendían que den-
tro del giro modernizador que querían implementar, la Iglesia 
representaba, en varios aspectos, una institución retrógrada 
que además había gozado de mucho influjo político. A través 
de estas medidas se buscaba reforzar al Estado y escindir con 
mayor claridad la esfera religiosa de la civil, fortaleciendo la 
última. Aunque las medidas no eran propiamente anti eclesiás-
ticas, pues con ellas se pretendía priorizar y sostener al clero 
secular en desmedro del regular, despertaron resistencia entre 
un amplio sector de la Iglesia. A su vez, provocarían desconten-
to entre sectores conservadores y subalternos. Pero, por sobre 
todo, brindaban fundamentos alos disconformes, que con cada 
reforma iban en aumento, para amalgamarlos bajo un mismo 
estandarte. A través de la prensa, clérigos como Cayetano José 
Rodríguez o Francisco de Paula Castañeda criticaban con iro-
nía la política eclesiástica impulsada por Rivadavia y todo el 
24 historia de los unitarios 1820-1852
basamento ideológico que servía como sustento para la gene-
ralidad de las reformas. La voz de Castañeda resonaba en las 
páginas de sus periódicos alertando al “pueblo soberano” sobre 
la existencia de “una facción numerosa de Sanculotes y ateístas 
que aborrecen al Venerable Clero”.6
A partir de esta coyuntura, fueron tomando forma “uno y otro 
partido, de los que querían sostener el gobierno y el de los que 
querían subsistiese las comunidades religiosas”.7 Finalmente, 
como consecuencia del malestar generado por las reformas, en 
1823 estalló un motín dirigido por el ex directorial Gregorio Tagle. 
Sostenido por ciertos oficiales reformados, sumado a hombres cer-
canos a la Iglesia, el movimiento, sin apoyo masivo, terminó en 
un fracaso. Si bien pudo ser reprimido por un reducido cuerpo de 
soldados que estaba apostado en el Fuerte y que se mantuvo leal, 
el motín desnudó las primeras fisuras de las políticas rivadavia-
nas. A su vez, demostró la imprudencia que había significado 
la parcial desmilitarización de la ciudad. En una entrevista que 
por ese entonces había mantenido Rivadavia con John M. Forbes 
—representante norteamericano en Buenos Aires— el ministro 
porteño le habría confesado que “el Gobierno ha tomado medidas 
para prevenir la posibilidad de ser derrocado por la fuerza, pero 
sus miembros están resueltos a retirarse de la función pública 
si llega a establecerse que no cuentan con el apoyo de la opinión 
pública”.8 La afirmación de Rivadavia refleja el sistema de ideas 
que él y su entorno cultivaban y defendían. La forma de gobierno 
que intentaban solidificar debía apoyarse siempre en la opinión 
pública. En otras palabras, pretendían prescindir del apoyo de 
6. De Paula Castañeda, Francisco. “Prospecto de un nuevo periódico intitulado 
La Guardia vendida por el centinela y la traición descubierta por el oficial del 
día”, miércoles 28 de agosto de 1822.
7. Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas, op. cit., p. 344.
8. Forbes, John Murray. Once años en Buenos Aires, 1820-1831. Buenos Aires: 
Emecé, 1956, p. 200.
 el momento rivadaviano (1820-1824) 25
las fuerzas militares diferenciándose de todas las experiencias 
políticas que los habían precedido. De este modo, “lo que hasta 
entonces había sido el asunto exclusivo de la espada, pasó a ser 
el principal negocio de gabinete…”,9 dando lugar al predominio 
del elemento civil por sobre el militar. Estas ideas eran compar-
tidas por gran parte de la intelectualidad de la época, la que se 
convocaba en los cafés cercanos a la plaza de la Victoria —ac-
tual Plaza de Mayo—, o la que se reunía en tertulias como la de 
Esteban de Luca. En esos encuentros se leían y comentaban las 
obras de moda del abad de Pradt, Benjamin Constant, Antoine 
Destutt de Tracy, Jeremy Bentham y otros autores. Dicho círculo 
apoyaba al gobierno y era frecuentado por hombres como Miguel 
Darregueira, Avelino Díaz, Aimé Bonpland, Juan Lafinur y Juan 
Cruz Varela. Muchos miembros de ese grupo formaban parte de 
la vida asociativa de entonces, dividiendo sus ocupaciones entre 
la reciente enseñanza universitaria, la actividad científica, la li-
teraria y el periodismo. También participaban activamente en 
las flamantes academias de Jurisprudencia, Física, Matemática, 
Música, Medicina, además de hacerlo en otras agrupaciones hu-
manistas como la Sociedad Literaria o la logia Valeper. 
Dado que recientemente remarcamos que Rivadavia asegu-
raba que gobernaría sólo con el consentimiento de la opinión pú-
blica, vale la pena indagar brevemente qué entendían los actores 
de ese tiempo por aquel concepto. Para el grupo rivadaviano, la 
voz “opinión pública”, a primera vista, constituiría el dictamen de 
las mayorías o del “pueblo”. Pero no justamente de las mayorías 
incultas, ya que podían degenerar en “tiranía de opinión”, y eso 
sucedía cuando eran manipuladas por un “caudillo” o líder de una 
“facción”. Es por ello que la opinión pública, para los adeptos de 
Rivadavia, debía gestarse, ilustrarse, pulirse, siendo tarea del 
gobierno la de instaurarse en pedagogo del pueblo. Con este 
9. Núñez, Benito Ignacio. Noticias históricas, políticas y estadísticas de las 
Provincias Unidas del Río de la Plata, op. cit., p. 30.
26 historia de los unitarios 1820-1852
sentido, se afirmaba “la opinión pública no es una cosa que se 
merca, o que se encuentra en el medio de la calle: es menester 
crearla, organizarla”.10 De allí, como vimos, el gran impulso dado 
a la educación y a la divulgación de la prensa. Los rivadavianos 
invitaban a sus compatriotas “en sus diferentes condiciones y ap-
titudes, a que se ocupen atentamente de la cuestión que se agita 
en los periódicos: a que la miren con un espíritu de investigación, 
a que se empapen en ella, y formen por resultado el buen juicio”.11 
A su vez, pretendían que los ciudadanos “aprendan a obrar por 
sí mismos, a saber lo que quieren”.12 Esta exhortación al acceso 
de información y a la participación ciudadana estaba relacionada 
con la vida política que se pretendía promover en Buenos Aires. 
Ignacio Núñez, tal vez el más estrecho colaborador de Rivadavia, 
aseguraba que se había refrendado un decreto por el cual el go-
bierno “proscribió como una obligación la publicidad en sus actos; 
y su ejecución llevada hasta el término de haberse asegurado […] 
que no existe en todos los departamentos un solo documento reser-
vado, ha puesto al alcance del pueblo las leyes, los decretos, y las 
órdenes que ha producido…”.13 De aquí se desprende la manifiesta 
intención de transmitir transparencia en el manejo de lo público 
por parte de los mandatarios hacia sus gobernados. Se buscaba 
difundir las medidas gubernamentales, pero también los debates 
de la Sala de Representantes. Para esto último se construyó el 
recinto parlamentario con una configuración arquitectónica que 
permitía la concurrencia de los ciudadanos facilitándoles la fisca-
10. El Centinela, 14 de septiembre de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Colección 
de obras y documentos para la Historia Argentina, tomos I-III. Buenos Aires: 
Senado de la Nación, 1960.
11. El Centinela, 30 de noviembre de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Colección de 
obras y documentos para la Historia Argentina, op. cit.
12. El Porteño, 6 de agosto de 1826, Biblioteca Nacional, Sala del Tesoro.
13. Núñez, Benito Ignacio. Noticias históricas, políticas y estadísticas de las 
Provincias Unidas del Río de la Plata, op. cit., p. 30.
 el momento rivadaviano (1820-1824) 27
lización de la actividad política de sus representantes. Así, mitad 
realidad, mitad deseo, el periódico filo-rivadaviano El Centinela 
aseguraba en noviembre de 1822: “Aquel mismo pueblo retraído 
en unas épocas; mudo en muchas, escasamente expresivo en la 
sesión del 21, en la de este año se ha desplegado de tal modo 
que ha tomado el carácter no de un espectador atento, sino de un 
rígido fiscal en muchos casos”. 
La particular forma con que se había diseñado la Sala de 
Representantes había tenido como fuente de inspiración los escri-
tos del filósofo británico Jeremy Bentham. Una relación epistolar 
y de amistad unía a este último pensador con Rivadavia. El fruto 
de ese diálogo permitía a ambos imaginar la instauración de una 
nueva ingeniería social que facilitara maximizar la felicidad y sa-
tisfacción de los ciudadanos reduciendo su sufrimiento, según las 
máximas de la filosofía utilitarista en boga por ese tiempo. Si el 
encorsetado contexto político europeo luego de la Restauración im-
pedía aplicar muchas de esas innovadoras propuestas, la América 
recién emancipada resultaba un campo virgen y permeable a los 
idearios benthamianos. Así, algunas de las reformas emprendidaspor Rivadavia llevan la clara impronta del pensador británico. Por 
dar un ejemplo, el reglamento de la Sala de Representantes que 
regulaba el comportamiento de sus integrantes está basado por 
entero en su obra “Táctica de las Asambleas Legislativas”. Sin 
embargo, no todas las reformas rivadavianas fueron incentivadas 
por la doctrina de Bentham. Muchas de ellas nacieron como una 
réplica de las medidas impulsadas por Carlos III en España du-
rante la segunda mitad del siglo XVIII. Detrás del reformismo his-
pánico, se encontraba el activo Conde de Floridablanca, máximo 
exponente del despotismo ilustrado peninsular. Desde un papel 
similar al que a Rivadavia le tocó ocupar en relación a su gober-
nador, Floridablanca, en tanto Secretario del Estado, modernizó, 
centralizó y fortaleció a la monarquía española. Lo pudo lograr 
promoviendo la educación y robusteciendo la enseñanza secun-
daria y universitaria. Pero también, debilitando la autonomía de 
la Iglesia (fue uno de los mayores artífices de la expulsión de los 
28 historia de los unitarios 1820-1852
jesuitas en América). A su vez, fomentó la agricultura y creó las 
sociedades literarias y de beneficencia. Demasiadas casualidades. 
Rivadavia parece, en muchos aspectos, haber obrado siguiendo la 
traza legada por Floridablanca.
El objetivo principal de las reformas impulsadas en Buenos 
Aires se sostuvo en un basamento ideológico muy marcado. Sus 
promotores estaban convencidos de que los cambios llevados a 
cabo eran en beneficio de la sociedad. Pero también eran conscien-
tes de que emprendían una aventura inédita en muchos aspectos 
y que, para llevar a buen puerto ese conjunto de medidas, se debía 
pagar un importante costo político. Rivadavia y García, en mayo 
de 1823, presentando un balance en la Sala de Representantes 
de todo lo que se había realizado hasta ese momento, señalaban 
que no se habían: “Podido plantificarse las nuevas instituciones, 
sin romper y arrancar con violencia antiguos cimientos, sobre los 
que el curso de los años había amontonado memorias venerables, 
y dejando arraigar intereses de todo género. Esta ardua obra ha 
sido ordenada con valentía por las dos legislaturas precedentes, 
y el gobierno, para ejecutarlas, ha debido vencer resistencias, y 
chocar con sentimientos personales y preocupaciones comunes”.14 
Comienzo de las divisiones políticas 
y primeros proyectos de unión 
El 15 de junio de 1822, Manuel Moreno, hermano del ilustre y mal 
aventurado Mariano, iniciaba sus funciones como representante. 
Esta figura emblemática, culta, federal por doctrina pero, según 
sus contemporáneos, de carácter complejo, colaboró tal vez como 
ningún otro en iniciar una completa ruptura dentro de la Sala de 
Representantes. Si las reformas eclesiásticas tuvieron opositores 
14. La Abeja Argentina, 15 de mayo de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Colección 
de obras y documentos para la Historia Argentina, op. cit.
 el momento rivadaviano (1820-1824) 29
ocasionales, Moreno inauguró una tendencia política que sería ad-
versa a la gestión rivadaviana por definición, por sistema y de la 
que no se apartaría jamás. Esta situación colaboró a que algunos 
de los principales referentes de la Junta provincial, quienes an-
tes se mostraban dubitativos frente al ministro Rivadavia, luego 
cerraran filas por su causa. Durante el año 1823 se comenzaban 
a distinguir dentro del recinto deliberativo dos frentes más deli-
mitados, con algunos diputados que si bien se resistían a ciertas 
medidas del Ejecutivo —incluso con acalorados discur sos—, por 
lo general tendían a favorecerlo. De ese modo se conformó un 
grupo inte grado por quienes entonces fueron denominados “opo-
sitores”, entre los que ya encontramos a Manuel Dorrego, Manuel 
Moreno, José M. Díaz Vélez, Pedro Medrano y Esteban Gascón; 
frente a otro más cercano a Rivadavia, en el que se ubicaban Diego 
Zavaleta, Julián S. de Agüero, Juan M. Fernández de Agüero y 
Valentín Gómez, entre otros. 
Estas crecientes tensiones políticas entre los sectores diri-
gentes deben ser contextualizadas en un escenario que excede 
el mero marco bonaerense. Aunque sea cierto que desde la caída 
del Directorio cada provincia había emprendido el camino de la 
autonomía, no lo era menos que aquello que sucedía en la vieja 
capital virreinal no resultaba indiferente para ninguna de ellas. 
Por dar un ejemplo, el modelo de la Sala de Representantes im-
plantado en Buenos Aires durante 1820 fue luego introducido con 
entusiasmo en el resto de las provincias. Algunas noticias de la 
prensa porteña, y otras que eran recopiladas y reproducidas en las 
escasas publicaciones existentes en el Interior, permitían estar al 
corriente de las reformas implementadas en la ciudad-puerto, las 
que repercutieron entre curiosos, entusiastas y detractores. Sin 
lugar a dudas, aquellas que se efectuaron en el ámbito religioso 
fueron las que también más pasiones despertaron en todo el país. 
Paralelamente, lo que sucedía en el exterior, como veremos acto 
seguido, comenzaba a tener un peso cada vez más decisivo, acele-
rando los procesos que ayudarían a definir la situación de un con-
junto de soberanías regionales que no parecían ponerse de acuerdo 
30 historia de los unitarios 1820-1852
para integrarse bajo una sola. Buenos Aires tomaría la iniciativa 
de acercamiento con el resto de las provincias justificando sus 
maniobras en cuatro cuestiones que pasaremos a detallar. 
La primera, en los numerosos antecedentes de organización 
nacional: desde la Asamblea del año 1813 hasta el infructuoso 
congreso cordobés anteriormente mencionado, se buscó repetidas 
veces organizar un nuevo Estado regido bajo una carta consti-
tucional. Si bien esos intentos habían fracasado rotundamente, 
no es menos cierto que reflejaban una cierta inclinación por la 
unidad. Incluso las propuestas políticas más opuestas a las del 
centralista gobierno directorial habían promovido la existencia 
de un gobierno general regido por una ciudad capital. Una se-
gunda cuestión que también colaboró a un acercamiento entre 
las provincias surgió de la necesidad de dar una respuesta con-
sensuada a los representantes que España envió a Buenos Aires 
para negociar una salida a sus diferencias diplomáticas. Mientras 
tanto Rivadavia buscaba cerrar un acuerdo con Gran Bretaña 
para que esta potencia reconociera la independencia. Lo que no 
parecía claro era la jurisdicción en la que dicha independencia 
debía ser reconocida. Por esa razón un entendimiento entre las 
provincias resultaba vital. Un tercer motivo que incentivaba 
a renovar los antiguos vínculos entre los pueblos del extinto 
virreinato lo constituyó el interés que existía en ciertas provin-
cias por conformar un Estado general a imagen y semejanza de 
la experiencia bonaerense. En pequeño y según sus modestas 
posibilidades, ciertas administraciones del interior (San Juan, 
Salta, Mendoza) habían reproducido algunas instituciones ri-
vadavianas con diverso grado de éxito. Existían muchos otros 
motivos que, a criterio de las elites provincianas, justificaban un 
Estado centralizado: el temor a la influencia desbordante de los 
caudillos que dominaban —formalmente como de facto— diver-
sas regiones del país. Existía, finalmente, una cuarta motiva-
ción aún más acuciante —y que ahora profundizaremos— para 
tratar de unificar las provincias: el emergente conflicto con el 
Imperio del Brasil por la cuestión de la Banda Oriental. Resulta 
 el momento rivadaviano (1820-1824) 31
evidente que, para este caso, se pensaba que la unión hacía la 
fuerza. El temor a la agresión de un enemigo externo podría ace-
lerar y motivar lo que de otro modo llevaría años. 
Brasil, Argentina y Uruguay no eran ni remotamente las na-
ciones que hoy día conocemos; ni sus sistemas políticos, ni sus go-
biernos, ni sus alcances geográficos estaban claramente definidos 
ni se corresponden con los actuales. Argentina era un conjunto de 
provincias fragmentadas que tenían como antecedenteinmediato 
el hecho de haber formado parte de las Provincias Unidas del Río 
de la Plata. Años antes, habían sido parte de una misma admi-
nistración virreinal con cabeza en Buenos Aires, junto a lo que 
hoy son Bolivia, Paraguay y Uruguay. Este último territorio —por 
ese tiempo denominado Banda Oriental—, había sido permanen-
te motivo de disputa entre las coronas de España y de Portugal, 
logrando sus habitantes una brevísima autonomía entre 1815 y 
1816. Antes y después de ese lapso ese territorio estuvo bajo influ-
jo del dominio español, luego fue dependiente de la supremacía del 
Directorio porteño; más tarde estuvo bajo soberanía portuguesa, 
para finalmente constituir la más austral de las provincias del 
flamante Imperio del Brasil: la Cisplatina. En cambio, el Imperio 
brasileño había nacido como fruto de la desobediencia de Pedro, 
hijo del rey de Portugal hacia su padre, Juan VI. Actuando como 
regente de su progenitor en Brasil, a través del célebre Grito de 
Ipiranga —“Independencia o muerte”—, Pedro optó por plegarse 
a los nacionalistas brasileños que buscaban independizarse de la 
metrópoli nombrándolo su emperador. El nuevo Imperio, a pesar 
de su enorme extensión, tenía límites inciertos. Adoleció de una 
gran inestabilidad política durante sus primeros años de vida y 
debió afrontar una sucesiva serie de conflictos militares contra 
fuerzas leales a Portugal, insurrecciones de los rebeldes orientales 
y finalmente haciendo frente al ejército republicano rioplatense.
Como dijimos, la Banda Oriental había sido motivo constante 
de disputa entre España y Portugal. Por eso, resulta lógico que 
los problemas no resueltos anteriormente hayan persistido en 
los nuevos estados que surgieron como herederos de las antiguas 
32 historia de los unitarios 1820-1852
jurisdicciones coloniales. Las tierras que cubrían el este del río 
Uruguay y el norte del Río de la Plata hasta el afluente del Ibicuy 
formaban, para fines del siglo XVIII, parte del virreinato del Río 
de la Plata. Si sólo a partir de 1815 el territorio oriental logró una 
fugaz autonomía, un año más tarde sería nuevamente invadido 
por las tropas lusas al mando de Carlos Lecor. Recién en 1820 es-
tas últimas fuerzas lograron derrotar definitivamente a los orien-
tales que habían resistido la ocupación siguiendo las directivas de 
Artigas. Así, la situación siempre inestable del territorio conquis-
tado se agitó cuando en 1822 Brasil se independizó de Portugal. 
Aprovechando la coyuntura, fuerzas locales intentaron sublevarse 
y pidieron ayuda a sus vecinos rioplatenses, quienes no estaban 
convencidos de colaborar por temor a enfrentarse con un enemi-
go algo aturdido pero aún muy poderoso. Buenos Aires, luego de 
muchos años, gozaba de una paz general y de una prosperidad que 
no tenía intención de abandonar para aventurarse en una senda 
tan riesgosa como imprevisible. Desde que se había disuelto el 
Directorio, la élite porteña había podido al fin dedicarse a sanar 
sus heridas y administrar las riquezas de su provincia y aquellas 
que llegaban a través de su próspero puerto. Pero esa tranquilidad 
no estaba destinada a durar mucho tiempo. A pesar de que los 
pedidos orientales de colaboración recibieron una respuesta poco 
entusiasta de los gobernantes bonaerenses, los opositores políticos 
de estos últimos y amplios sectores de la opinión pública porteña 
se volcarían fervorosamente en su favor. Auxiliar al pueblo inva-
dido no implicaba sólo una cuestión moral sino también recuperar 
la soberanía sobre un territorio que, creían, nunca se debía haber 
perdido. La causa oriental se volvió pronto muy popular. 
En Buenos Aires, durante el emergente conflicto contra el 
Imperio del Brasil, las facciones tendieron a diferenciar aún más 
sus propuestas transformándolas en disputas verbales y tensiones 
que se manifestaban en la prensa diaria. Los embates pro belicis-
tas de los “opositores” chocaban una y otra vez contra la tendencia 
pacifista de los ministeriales. Cuando Rivadavia —quien también 
se ocupaba del manejo de las relaciones internacionales— inició 
 el momento rivadaviano (1820-1824) 33
negociaciones con Río de Janeiro por la causa oriental, al entrar 
éstas poco después en punto muerto, pidió la colaboración de la 
Sala para que legitimara su política diplomática. Los “opositores” 
juzgaron conveniente darle la espalda. En cambio, para los ahora 
ya más nítidamente ministeriales las funciones del órgano legisla-
tivo no podían ser otras que las de la colaboración efectiva e inme-
diata con el Ejecutivo. Esa cooperación entre poderes, promovida 
antes por Rivadavia, se comenzaba a implementar mientras las 
discusiones iban aumentando su tenor. 
Luego de la caída del Directorio se habían constituido go-
biernos de provincia con administraciones “filo-unitarias”. Para 
aprovechar esa afinidad interprovincial se decidió mandar des-
de Buenos Aires un representante al interior, Diego Estanislao 
Zavaleta, con el objetivo explícito de tratar la firma de la 
“Convención Preliminar de Paz” con España. Pero también, para 
tantear las posibilidades de realizar, en un futuro cercano, un 
congreso constituyente en aras de unificar el país. Desde tiempo 
atrás Rivadavia se encontraba entusiasmado con esa posibilidad 
y por ello había reanudado los lazos con las provincias a través 
de un intercambio epistolar con sus res pectivas autoridades. Es 
preciso dejar constancia que la “irradiación de las luces” impul-
sada por la gestión porteña también se desplegaba en el interior 
a través de los envíos de periódicos como El Argos o El Correo de 
las Provincias. De este modo, los intercambios epistolares y la 
admiración por una administración “feliz” lograron las simpatías 
que sirvieron de aliciente para el futuro establecimiento de una 
facción con alcance na cional. A lo largo del año 1824 irían llegan-
do representantes de las provincias para acometer la tarea de 
unificar al país.
La experiencia rivadaviana constituye un antecedente directo 
de la posterior conformación del unitarismo. Muy pronto veremos 
a sus principales protagonistas actuando en un nuevo escenario 
y dentro de un movimiento político que, a diferencia de su ante-
cesor, lograría generar consenso entre sectores de las elites de 
varias provincias y extendería sus propuestas mucho más allá 
34 historia de los unitarios 1820-1852
de la provincia de Buenos Aires. Todo lo que se logró en la etapa 
que acabamos de ver, desde el plano de las ideas al mucho más 
concreto de las prácticas, sirvió de basamento para la etapa con-
secutiva. Delimitó el contorno de los reformistas y seguidores del 
ministro de Martín Rodríguez; pero además, en dicho proceso, la 
construcción de las identidades políticas diferenció cada vez más 
a los rivadavianos de sus “opositores”. Así, en el periodo recién 
analizado se advierten muchas de las causas que llevarían a una 
y otra agrupación a romper lanzas y luchar en la arena que con-
formarían las guerras fratricidas entre unitarios y federales.
EntrEacto I
¿BuEnos o malos? la hIstorIografía y la construccIón 
dE la ImagEn dE los unItarIos 
La imagen que tenemos sobre nuestra historia es una construc-
ción labrada por diversos actores que han escrito acerca del pasa-
do, entremezclada con relatos orales que pasan de generación en 
generación y aceptada —hasta cierto punto— como suya por una 
sociedad dada. Pero aquello que sabemos de los tiempos que nos 
preceden también es el fruto de un proceso de instrucción en el 
que han intervenido tanto nuestros padres, familiares y amigos, 
como la escuela. En torno a esta última institución educativa, el 
Estado nacional se ha ocupado —y se ocupa actualmente— de la 
narración del pasado que los estudiantes aprenden a través de 
currículos y manuales escolares. En años recientes, los canales 
de televisión (History Channel, Encuentro, etc.), pero principal-
mente internet (Wikipedia y otras fuentes de información virtual) 
se destacan como alternativas masivasde acceso al conocimiento 
histórico antes reservado a los libros tanto académicos como de 
divulgación. Dentro de este torbellino de opciones, de interpre-
taciones y de fuentes, tan divergentes entre sí, es lógico que se 
hayan consolidado algunas imágenes que parecen arraigadas en 
el imaginario social sobre los hechos pasados. Pero escarbando 
un poco más profundo, descubrimos pronto que existen opiniones 
diferentes sobre lo ocurrido en la historia, la valoración de los 
procesos y la actuación de sus protagonistas. Así, las variables 
36 historia de los unitarios 1820-1852
interpretativas de lo que ocurrió en la historia van continuamente 
mutando a través del tiempo, sin lograr por ello conformar relatos 
uniformes compartidos por toda una sociedad. Cabe señalar que 
esas divergencias tienen a su vez raigambres ideológicas e idiosin-
cráticas sumamente complejas cuyo análisis excede los objetivos 
de esta obra. En el entreacto que aquí comienza intentaremos 
responder las siguientes preguntas: ¿qué imagen nos ha legado 
la historiografía sobre los unitarios? ¿Cómo se fue transformando 
la misma a través del tiempo? 
La historiografía liberal y la revisionista han sido, durante la 
mayor parte del siglo XX, las dos corrientes predominantes y de 
mayor producción e influencia en nuestro país. Para la primera 
de ellas, los unitarios representaron una generación desafor-
tunada pero imprescindible, pues colaboraron en cimentar las 
bases institucionales (previo paso por el “oscurantismo rosista”) 
del Estado-nación de orden liberal que se instauraría a partir de 
la segunda mitad del siglo XIX. En cambio, para los revisionis-
tas, personificaban todos los males imaginables, al haber abierto 
el comercio y los créditos con el Imperio Británico fomentando 
paralelamente la inmigración. Siguiendo al revisionismo, fueron 
los unitarios quienes exaltaron el valor de la cultura europea 
por sobre la vernácula, mancillando una supuesta identidad 
nacional. De esta forma, posicionándose una corriente historio-
gráfica en las antípodas de la otra, colaboraron ambas a fortale-
cer la idea de la existencia pasada de dos facciones sumamente 
acabadas, una el reverso perfecto de la otra. Las dos posturas 
construyeron un relato sesgado de la realidad, en el cual cada 
una de las facciones encarnaba todas las características posi-
tivas imaginables, mientras la otra adolecía sólo de defectos. 
Dichas tendencias se plasmaron y se corporizaron principalmente 
en los líderes o máximos exponentes de cada agrupación política: 
Bernardino Rivadavia para el caso unitario y Juan Manuel de 
Rosas en relación al federalismo.
 entreacto i. ¿Buenos o malos? 37
La historiografía liberal y un legado favorable 
Las primeras interpretaciones que surgieron sobre la actuación 
política de los unitarios se las debemos a la pluma de los miem-
bros de la Generación del 37. Este grupo de intelectuales asomó a 
la escena política porteña con la creación del Salón Literario, en 
la librería de Marcos Sastre, un día de junio de 1837. Liderados 
por Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, sus integrantes 
se dedicaron a la lectura y análisis de las últimas corrientes que 
llegaban de Europa, principalmente el romanticismo y el socia-
lismo. Con el correr de los meses, y como veremos más adelan-
te, incursionaron en política intentando despegarse de las dos 
facciones predominantes de ese entonces (unitarios y federales) 
para proponer una vía alternativa. A pesar de sus intenciones de 
reformismo político, los jóvenes románticos debieron abandonar 
el país pues Rosas no estaba dispuesto a concederles el espacio 
que pretendían para materializar su programa. Desde el exilio y 
en clave literaria surgieron las primeras reflexiones y representa-
ciones sobre los unitarios, en obras célebres como “El Matadero”, 
de Esteban Echeverría, Amalia, de José Mármol, Bases, de Juan 
Bautista Alberdi y Facundo, de Domingo F. Sarmiento. 
Dada la potencia narrativa y la trascendencia en la cultura ar-
gentina que ha logrado este último libro, nos adentraremos por un 
momento en su relato, pues ha colaborado tal vez como ningún otro 
a plasmar dicotómicamente las características de unitarios y fede-
rales. Dentro del marco de su visión de la realidad nacional, para 
Sarmiento los unitarios encarnaron los valores de urbanismo y civi-
lización contraponiéndose a los que representaba la barbarie agreste 
del federalismo. Siguiendo esta lógica, Rivadavia personificaba “la 
civilización europea en sus más nobles inspiraciones”, transformán-
dose en la antítesis de Rosas, quien reflejaba “la barbarie ame-
ricana en sus formas más odiosas y repugnantes”.15 La propuesta 
15. Sarmiento, Domingo F. Facundo. Buenos Aires: Altamira, 2001, p. 104.
38 historia de los unitarios 1820-1852
sarmientina se podría sintetizar de este modo: las divisiones y di-
ferencias que debilitaban la salud del país eran de raigambre cultu-
ral. El trinomio barbarie-federalismo-campo se contraponía así al de 
civilización-unitarismo-ciudad. 
Otro de los jóvenes de la Generación del 37, Juan Bautista 
Alberdi, hacía una lectura distinta a la de Sarmiento. Pensaba 
que las diferencias entre unitarios y federales eran la consecuen-
cia de la lucha constante entre el Interior y Buenos Aires por el 
predominio del país. Se posicionaba en las antípodas del pensador 
sanjuanino cuando sostenía que: 
La división en hombre de la ciudad y hombre de las campañas es 
falsa, no existe […] Rosas no ha dominado con gauchos, sino con la 
ciudad. Los principales unitarios fueron hombres de campo, tales 
como Martín Rodríguez, los Ramos, los Miguens, los Díaz Vélez; por 
el contrario, los hombres de Rosas, los Anchorenas, los Medranos, 
los Dorregos, los Arana, fueron educados en las ciudades […] La 
única subdivisión que admite el hombre americano español es un 
hombre del litoral y hombre de tierra adentro o mediterráneo. Esta 
división es real y profunda.16
Alberdi consideraba que con Rosas Buenos Aires había logrado 
imponer la unidad de las provincias “disfrazándola” bajo el título 
de federación. Mediante el criterio de unidad, Buenos Aires ejer-
cía efectivamente el control de todo el territorio nacional, pero 
detrás del ropaje federal, guardaba la soberanía de su jurisdicción 
evitando compartir el tesoro y los grandes beneficios que obtenía 
de su privilegiado puerto.17 Por ende, a Alberdi poco le importaban 
las distinciones entre unitarios y federales, las creía irreales: más 
bien prefería centrar el eje del conflicto en los intereses divergen-
tes de las provincias desde un aspecto principalmente económico. 
16. Alberdi, Juan Bautista. Bases. Buenos Aires: Plus Ultra, 2001, p. 83.
17. Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata. Buenos Aires: 
Plus Ultra, 1979, p. 107.
 entreacto i. ¿Buenos o malos? 39
Esta postura notablemente anti-porteña lo llevaría a reivindicar 
modalidades como el caudillismo, fenómeno que habría surgido, 
siempre siguiendo su pensamiento, como una reacción lógica del 
interior ante los constantes intentos porteños por dominarlo. Si 
Alberdi no es considerado por esto último como un iniciador del 
revisionismo histórico, eso se debe a lo poco asimilable que resul-
taron a esa corriente historiográfica varias de sus otras ideas. Es 
importante aclarar, en todo caso, que todas estas discusiones e 
interpretaciones recién esbozadas se hicieron al calor de los acon-
tecimientos que se vivían en el exilio y sobre personas con las que 
se interactuaba. Por ese motivo, y por la manera de analizar el pa-
sado sin la verificación de fuentes que avalaran sus afirmaciones, 
es que no podemos incluir al legado de Sarmiento y Alberdi como 
de índole estrictamente historiográfica. No obstante, las ideas 
circulantes de ese entonces resultan vitales para comprender las 
interpretaciones sobre el unitarismo que comenzaban a consoli-
darse por esos años y perduran, en varios aspectos, hasta hoy. La 
historiografía liberal propiamentedicha nace en la segunda mitad 
del siglo XIX gracias a las obras de Bartolomé Mitre. 
En su doble perfil de político e historiador, Mitre se mos-
tró prudente a la hora de reivindicar al unitarismo. Líder del 
partido Liberal durante la década de 1850, gobernador de la 
provincia de Buenos Aires entre 1860 y 1862 y presidente de la 
República desde este último año hasta 1868, sus obligaciones 
políticas lo invitaban a opinar con cautela. El definitivo triun-
fo de un proyecto político asentado en los valores federales de 
la Constitución nacional de 1853 incomodaba cualquier mirada 
cordial hacia la vieja facción centralista. Por otro lado, el lega-
do unitario presente en las instituciones liberales incitaba a 
reconocer todo lo positivo que para la generación que los había 
sucedido, de corte netamente antirrosista, había representado. 
Muchos de los miembros de la Generación del 37, gravitantes en 
la política nacional posterior a Caseros, se habían instruido en las 
instituciones educativas rivadavianas. Esa tensión manifiesta 
entre evitar reivindicarlos abiertamente sin mostrarse ingratos 
40 historia de los unitarios 1820-1852
con su memoria la resolvió Mitre de forma elegante. Optaría por 
valorar no a la facción en su conjunto sino a figuras puntuales 
del unitarismo, en especial la de Bernardino Rivadavia. En él, 
creía ver al “más grande hombre civil de la tierra de los argenti-
nos, padre de las instituciones libres”.18 A diferencia de Alberdi, 
para Mitre el peso del regionalismo como factor causante de 
disputas facciosas se diluía en la responsabilidad puntual de 
ciertos individuos. Así como hombres de la talla de Rivadavia 
habían podido torcer el destino para bien, otros como Rosas lo 
habían hecho con nefastos resultados. 
Rivadavia representaba el fiel reflejo histórico en el que Mitre 
quería verse retratado, con la convicción de que el fracaso de la 
experiencia unitaria no había sido en vano. Por ello exclamaba: 
“¡Han sido necesarios treinta y cinco años de dolorosas luchas 
y veinte de bárbara tiranía para volver al punto de partida!”.19 
Los años rosistas, suerte de “edad media argentina”, sólo habían 
servido como dolorosa ligazón entre dos momentos. No por casua-
lidad, aquellos aspectos que Mitre rescataba con mayor firmeza 
de la gestión rivadaviana, representaban las políticas en que más 
había puesto empeño por hacer prosperar durante su presidencia 
(1862-1868): la inmigración europea y el progreso material del 
país. Su visión sobre el rosismo era muy diferente a la ensayada 
por Sarmiento. En lugar de considerar que Rosas había surgido 
como un fiel reflejo de la sociedad de ese momento, adoptó una 
postura más liberal y menos determinista que lo llevó a afirmar: 
“La tiranía de Rosas fue un hecho aislado, y ese hecho anormal 
ha sido vencido y sólo queda de él una terrible lección que debemos 
18. Mitre, Bartolomé. Centenario de Rivadavia. Oración pronunciada en la Pla-
za de la Victoria de Buenos Aires el 20 de mayo de 1880. Al presentar la plan-
cha y distribuir la medalla conmemorativa del centenario de Rivadavia. Buenos 
Aires: Institución Mitre, 1945, p. 11.
19. Ibídem, p. 37.
 entreacto i. ¿Buenos o malos? 41
estudiar”.20 Es decir, entendía al rosismo como el fruto poco fortui-
to de un conjunto de sucesos azarosos, que sólo se prestaban con 
posterioridad al frío análisis histórico. Aunque Mitre no escribió 
obras que específicamente retrataran a los unitarios, y aun cuan-
do su pensamiento al respecto debamos extraerlo de proclamas y 
oraciones públicas, la huella historiográfica legada por tan pro-
lífico autor sentaría las bases de lo que luego sería denominada 
como historiografía liberal. 
A diferencia de otros miembros de la Generación del 37, 
Vicente Fidel López, destacado político e historiador, fue el úni-
co que tuvo una opinión crítica de Rivadavia. Puede que esa vi-
sión sobre el pasado, reflejada en su monumental obra Historia 
de la República Argentina, se haya debido a viejas ojerizas per-
sonales que le imposibilitaron una mirada imparcial hacia los 
hechos que en ella analiza. Esa antipatía con el líder unitario y 
su círculo era tanto producto de su propia experiencia, como he-
redada de las opiniones políticas de su padre, Alejandro Vicente 
López y Planes (autor de la letra del himno nacional y figura pú-
blica de primer orden desde la Independencia hasta mediados 
del siglo XIX). Entre las caracterizaciones con que descalifica 
a los viejos centralistas destacan los términos “conservadores” 
y “oligarcas”, ampliamente utilizados por el posterior revisio-
nismo histórico. 
Hacia un paulatino viraje interpretativo
A fines del siglo XIX el liberalismo comenzaba a ser cuestiona-
do. Esa situación facilitó los espacios necesarios para que sur-
gieran reflexiones históricas desde perspectivas novedosas. De 
ese modo, el revisionismo histórico posterior se toparía con un 
20. Mitre, Bartolomé. Columna aparecida en el periódico Los Debates, 15 de 
mayo de 1857. En: Halperín Donghi, Tulio. Proyecto y construcción de una nación, 
1846-1880. Buenos Aires: Ariel, 1995, p. 307.
42 historia de los unitarios 1820-1852
liberalismo que había sido no sólo revisado previamente, sino 
también, profundamente cuestionado. Entre esas corrientes crí-
ticas se destaca el positivismo.21 Este movimiento intelectual 
originario de Europa aseveraba que el único conocimiento au-
téntico era el producido por el método científico (predominando 
el de la física) y que tanto el individuo como la sociedad debían 
ser objeto de estudio siguiendo las rígidas leyes que establecía 
dicho sistema. En ese marco, la sociología despertaba como una 
nueva y prometedora ciencia. En nuestro país, dos exponentes 
significativos de este pensamiento introdujeron destacados apor-
tes historiográficos. Se trata de José María Ramos Mejía y José 
Ingenieros. Gracias a ellos el pasado se interpretaba desde una 
mirada que pretendía ser más distante de los fenómenos —y los 
actores— que estudiaba. Además, se incorporaban al análisis, en 
clave evolucionista, las tensiones de clase, el comportamiento de 
los sectores sociales populares (o las masas), al tiempo que se bus-
caba también dar respuesta a fenómenos complejos e inexplorados 
como el caudillismo. 
Durante la época del positivismo también surgieron otras vi-
siones del pasado argentino que no siguieron las mismas lógicas. 
Adolfo Saldías (1849-1914), discípulo de Bartolomé Mitre, de una 
familia filo-unitaria y empapado de un mundo liberal y antirrosis-
ta, se interesó por explorar al periodo bajo una mirada diferente. 
Aprovechando los inexplorados archivos del propio Restaurador, 
en poder de su hija Manuelita y ubicados en los suburbios londi-
nenses, comenzó una obra de largo aliento que en 1881 vería la 
luz bajo el título Historia de Rosas. Si su profundo estudio sobre 
la vida y obra de esta personalidad lo llevó a la incómoda situación 
de reivindicar a su biografiado, no por ello dejó un instante de 
elogiar también la figura de quien para Sarmiento o Mitre fue su 
antítesis, Bernardino Rivadavia. Lo curioso de este autor radica 
21. Para una mirada sobre el positivismo en Argentina y sus principales pro-
motores, ver: Terán, Oscar. Historia de las ideas en la Argentina, diez lecciones 
iniciales, 1810.1980. Buenos Aires: Siglo XXI, 2009.
 entreacto i. ¿Buenos o malos? 43
en que, sin criticar lo que luego con total libertad y frecuencia 
reprobarían los revisionistas, equilibró —en una suerte de re-
lato acrítico— las principales figuras de las distintas facciones 
analizadas. Pero se debe destacar que Saldías tuvo el coraje para 
expresar una opinión para la cual la mayor parte de la sociedad de 
su tiempo no estaba preparada. Incluso el propio Mitre terminó 
desilusionado con su joven aprendiz. 
Mucho más lejos por la senda reivindicatoria del rosismo 
iría Ernesto Quesada (1858-1934). El privilegio de haber podido 
acceder por motivos familiares a los archivos no sólo de su padreVicente (diputado y diplomático de la Confederación Argentina), 
sino y sobre todo del general rosista Ángel Pacheco —por vía 
conyugal—, le permitió publicar su más célebre obra, La época 
de Rosas, en 1898. A diferencia de Saldías, Quesada se animó 
abiertamente a enaltecer la figura de Rosas incorporando en 
su relato críticas sobre los unitarios que luego el revisionismo 
haría propias. Con respecto al propósito de sus investigacio-
nes, afirmó que era “exclusivamente buscar la verdad —per-
teneciendo a una generación que es ya posterior para la época 
estudiada”.22 Asimismo, aseguró que no era posible “sostener la 
candorosa ingenuidad de que con Rosas estaban todos los pillos, 
y con los unitarios todos los virtuosos”.23 Puede que su desen-
canto por los unitarios, y también su simpatía por el rosismo, 
se debieran a una disconformidad con la sociedad liberal de su 
tiempo, que comenzaba a ser, como anticipábamos, severamen-
te cuestionada desde distintas perspectivas. Las críticas a un 
presente demasiado materialista y cosmopolita serían moneda 
corriente a principios del siglo XX. Esa visión era estimulada 
principalmente por las clases altas y generada por situaciones 
concretas: el proceso de masificación. Las grandes corrientes 
22. Quesada, Ernesto. Lamadrid y la Coalición del Norte. Buenos Aires: Artes 
y Letras, 1926, p. 12.
23. Ibídem, p. 21.
44 historia de los unitarios 1820-1852
migratorias arribadas a las costas del Plata llevaban a reivin-
dicar un hipotético pasado criollo como medio de fortalecer un 
sentimiento de identidad nacional. En esa construcción también 
colaboraron algunas corrientes de pensamiento como el moder-
nismo, con su descrédito hacia el progreso. La reivindicación 
del universo rosista llegó de la mano de un impulso más amplio 
pero gradual de revitalización y admiración de la cultura rural 
por autores como José Hernández, Manuel Gálvez, José Sixto 
Álvarez (Fray Mocho), Ricardo Güiraldes y Leopoldo Lugones. 
Esta corriente, que era vitalista, anti-intelectualista, criollista, 
de algún modo conservadora y nacionalista, no podía simpati-
zar con todo aquello que representaba la generación precedente 
—liberal y filoeuropea—; y, por consecuencia lógica, tampoco 
con el unitarismo.
Sin embargo, un poco antes de que el revisionismo viviera 
su época dorada, nació en la década de 1920 la “Nueva Escuela 
Histórica”, que se constituyó en un movimiento historiográfico 
de gran trascendencia. Impulsó nuevas maneras de trabajar la 
historia, afianzando procedimientos científicos y metodológicos 
más análogos con los que proponían en Francia los historiadores 
Charles Seignobos y Charles Victor Langlois. Sus principales 
exponentes fueron Ricardo Levene y Emilio Ravignani, quienes 
a su vez encabezaron las dos principales instituciones historio-
gráficas de la Argentina: la Junta de Historia y Numismática 
Americana —años después devenida en Academia Nacional de 
la Historia—, y el Instituto de Investigaciones Históricas de la 
Facultad de Filosofía y Letras (hoy denominado Instituto de 
Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”). Si 
algunos de sus miembros tuvieron una mirada bastante favora-
ble sobre el unitarismo, como Ricardo Levene, otros, en cambio, 
fueron más proclives a criticarlo, adoptando una postura más 
filorrosista. Así sucedió con Emilio Ravignani o Diego Molinari, 
quienes a su vez integraban el partido radical. Por lo tanto, los 
miembros de la “Nueva Escuela Histórica” compartían ciertos 
presupuestos metodológicos pero tenían divergencias de inter-
 entreacto i. ¿Buenos o malos? 45
pretación significativas. Esto nos habla de una diversidad muy 
distante de lo que comúnmente se entiende por el restringido 
término de “historia oficial”, mote con la que fue calificada por 
parte de los revisionistas la principal obra colectiva de este 
grupo: Historia de la Nación Argentina.24
El revisionismo histórico y su mirada mordaz 
La corriente positivista, con su remanente historiográfico, perdió 
mucho de su influencia con el avance de otros movimientos luego 
de la Primera Guerra Mundial, brindando espacio a la herme-
néutica, en el caso las ciencias; al modernismo en las letras; y 
en relación con la historia argentina, al revisionismo. Vamos a 
detenernos por un momento en esta última corriente historiográ-
fica. Su nombre se lo debe a su temprana vocación por “revisar” 
la historia en aras de encontrar una verdad “oculta” o “distor-
sionada” elaborada desde la “historiografía oficial” o “liberal”. Si 
hasta ese momento la figura de Rivadavia había sido enaltecida 
hasta el encomio, el revisionismo, por el contrario, rehabilitaría 
la imagen de Rosas hasta ubicarlo en lo más alto del panteón na-
cional. Ese proceso de revitalizar su memoria llevaría por inercia 
a una gradual crítica al unitarismo, que in crescendo llegaría a 
transfigurarse en la causa inicial de todos los males que experi-
mentó con posterioridad el país.
Hacia fines de la década de 1920 el revisionismo alineó a un 
grupo de autores que, aunque luego irían transitando caminos 
no siempre convergentes, se encontraban unidos por afinidades, 
dentro de las cuales la atracción por la figura de Rosas fue la 
24. Levene, Ricardo (dir.). Historia de la Nación Argentina, desde los orígenes 
hasta la organización definitiva en 1862. Buenos Aires: Academia Nacional de 
la Historia, 1942.
46 historia de los unitarios 1820-1852
principal.25 Sus más representativos exponentes fueron Julio 
Irazusta, Carlos Ibarguren, Ernesto Palacio y Raúl Scalabrini 
Ortiz. De este nutrido grupo, razones de espacio nos obligan a 
detenernos solamente en Julio Irazusta, y ello por haber sido tal 
vez el más brillante de su generación. Influido por las ideas 
nacionalistas del francés Charles Maurras, Irazusta se serviría 
de la historia para denunciar los males de su presente al verse 
desencantado por la frustrada presidencia del fascistoide José 
Félix Uriburu y, aún más, por la política filo-británica de su 
sucesor, Agustín P. Justo. Pero fue en particular el llamado pac-
to Roca-Runciman (1933) a través del cual Argentina quedaba 
subordinada económicamente a las necesidades de Inglaterra, lo 
que más rechazo le generó. En tanto historiador, Irazusta bus-
caba rastrear el origen de una política económica que juzgaba 
—como todo su grupo— errada y demasiado dependiente de las 
potencias extranjeras. Y, según su interpretación, los unitarios 
eran los responsables de ese pecado original. Estos últimos no 
sólo habían abierto las puertas al capital británico —lo que podía 
leerse desde un enfoque nacionalista como una acción desafortu-
nada pero no necesariamente malintencionada—, sino que lo ha-
bían hecho porque eran moralmente reprochables. El empréstito 
con la Baring Brothers, un préstamo pedido por el gobierno porteño 
a la banca británica en 1824, era considerado como el elemento 
25. Fue, sin dudas, en la década de 1930 que lograrían su auge. “Hacia 1930, 
Carlos Ibar guren publicaba y vendía con notable éxito su Juan Manuel de Rosas. 
Su vida, su drama, su tiempo; cuatro años más tarde, Julio y Rodolfo Irazusta 
presentaban Argentina y el imperialismo británico, un estudio en el que el tramo 
dedicado a la historia era breve, pero que ofrecía algunos de los enfoques que 
los revi sionistas harían suyos; ese mismo año se organizaba la Comisión por la 
Repa tria ción de los Restos de Rosas. En 1936, a su vez, Julio Irazusta publicaba, 
con el sello de la editorial Tor, su Ensayo sobre Rosas; las insti tuciones revisio-
nistas que serían las más duraderas se fundaron dos años después: el Institu-
to Juan Manuel de Rosas de Inves tiga ciones Históricas fue creado así en 1938, 
subsu miendo a un grupo santafecino similar”. En: Cataruzza, Alejandro y Euje-
nian, Alejandro. Políticas de la Historia Argentina. Buenos Aires: Alianza, 2003.
 entreacto i. ¿Buenos o malos? 47
inicial de una política de “dependencia” económica hacia ese país 
insular. Obras como Influencia

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