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Historia de los unitarios 1820-1852 Ignacio Zubizarreta Historia de los unitarios 1820-1852 Sudamericana Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escrito de la editorial. IMPRESO EN LA ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723. © 2014, Random House Mondadori S.A. Humberto I 555, Buenos Aires. www.megustaleer.com.ar ISBN 978-950-07- Esta edición de ejemplares se terminó de imprimir en, , Buenos Aires, en el mes de agosto de 2014. Zubizarreta, Ignacio Historia de los unitarios 1820-1852. - 1 a ed. - Buenos Aires: Sudamericana, 2014. 224 p. ; 23x16 cm. - (Historia) ISBN 978-950-07- 1. Historia Argentina. I. Título CDD 982 ÍNDICE Introducción .............................................................................. 9 1. El momento rivadaviano (1820-1824) ............................. 17 Las reformas rivadavianas .................................................... 20 Comienzo de las divisiones políticas y primeros proyectos de unión .............................................................................. 28 Entreacto I. ¿Buenos o malos? La historiografía y la construcción de la imagen de los unitarios .......... 35 La historiografía liberal y un legado favorable .................... 37 Hacia un paulatino viraje interpretativo .............................. 41 El revisionismo histórico y su mirada mordaz ..................... 45 2. El proyecto unitario nacional y las Asambleas Constituyentes (1825-1827) ............................................... 53 Los debates constituyentes y el nacimiento de las facciones ................................................................... 54 Rivadavia y su fugaz experiencia presidencial..................... 61 Entreacto II. Una relación compleja: los unitarios y los sectores populares .................................................... 73 Las tensiones con los campesinos y con la plebe porteña .... 74 Los unitarios y los sectores populares del Interior .............. 83 3. La guerra civil: auge y caída del unitarismo en armas (1828-1831) .......................................................... 91 índice El levantamiento de Juan Lavalle ........................................ 94 La Liga del Interior del general Paz ................................... 101 Entreacto III. La violencia se hace cotidiana: Un día en la vida de tres unitarios ............................... 110 Las contingencias de un hombre de letras ......................... 111 Huyendo de las garras de la Mazorca ................................. 116 Vine, vi, perdí: La derrota de Lamadrid en Rodeo del Medio ................................................................................... 125 4. Los unitarios en el exilio (1832-1840) ........................... 133 Primeros movimientos antirrosistas en el exilio ................ 134 Nacen las logias secretas en suelo oriental ........................ 139 La irrupción de la Generación del 37: entre la tensión y la cooperación ................................................................ 143 Entreacto IV. Las dicotomías internas del unitarismo ...................................................................... 149 Provincianos y porteños ....................................................... 150 Los gobiernos filo-unitarios de Mendoza, San Juan y Salta ...................................................................................... 153 Los unitarios de “La Espada y la Pluma” ........................... 162 La pluma y sus colaboradores ..............................................172 5. Nuevas campañas contra Rosas y disolución de la agrupación (1840-1852) .......................................... 179 Las logias se organizan en Buenos Aires ............................ 180 Las campañas de Lavalle y Lamadrid ................................ 184 La lenta descomposición de la facción y la caída de Rosas ............................................................................ 190 Conclusión ............................................................................. 197 Bibliografía y fuentes .......................................................... 205 Agradecimientos .................................................................. 221 INtroDuCCIóN Si quisiéramos hacer el experimento de buscar en el google maps (un reconocido servidor de aplicaciones de mapas de internet) el nombre de “Bernardino Rivadavia”, esa pesquisa nos llevará a los siguientes resultados. En la ciudad de Buenos Aires en- contraremos que Rivadavia es una de sus principales avenidas. En otros puntos de la capital, nos toparemos con el “Hospital General de Agudos, Bernardino Rivadavia”, o con el “Museo Argentino de Ciencias Naturales”. También hallaremos con esa denominación a un gran parque, donde se venden libros y discos usados, o a una reconocida estación de radio. Si ampliamos aún más nuestra perspectiva geográfica, localizaremos la “Escuela N° 1 Bernardino Rivadavia” en Capilla del Señor, la “Biblioteca Pública Rivadavia”, de Trenque Lauquen, un imponente monu- mento que lo homenajea en Bahía Blanca o una plaza que lleva su nombre en la ciudad de Lincoln. Existen también localidades así bautizadas, como aquella situada en la parte más austral de la provincia de Salta. Toda la geografía argentina está abarro- tada de ejemplos similares a los mencionados: en casi todos los pueblos y ciudades, al menos, una calle, una plaza, un monu- mento, hacen referencia a su persona. Eso nos permite inducir que tiempo atrás existió una suerte de culto por Rivadavia. No obstante, observando los listados de nombres utilizados en las inauguraciones públicas recientes, tanto de la esfera nacional como provincial, es casi imposible toparse con el de quien fuera el primer presidente argentino. 10 historia de los unitarios 1820-1852 Esta cuestión nos deposita en el primer interrogante de la obra que da inicio. ¿Qué motivos llevan a que una persona o un grupo político sean reconocidos en ciertos momentos para ser relegados tiempo después? Son los gustos, las perspectivas y las circuns- tancias desde donde la sociedad entiende e interpreta su pasado los que cambian produciendo los desplazamientos en las figuras y procesos históricos reivindicados. Pero esos gustos, esas inter- pretaciones que la sociedad establece con su pasado, también son influidos por aquello que los historiadores tienen para contarnos sobre los tiempos acaecidos. En el presente libro abordaremos un tema que no fue profusamente investigado por los historiadores en estos últimos años. De algún modo, también ha sido postergado como centro de interés por parte de la sociedad. Hacemos referen- cia al unitarismo argentino, del cual Bernardino Rivadavia fue su figura más emblemática. El tiempo borra el interés por las cosas y sólo en algunos casos se lo devuelve. Los unitarios hace mucho que dejaron de exis- tir. Cuando las anécdotas familiares, los relatos orales, los viejos refranes y canciones populares se desgastan, van perdiendo su magia por el paso de los años, la historia y lo que interesa de ella se vuelve, de algún modo, un poco más caprichosa. Se comienza a leer y saber de nuestro pasado sólo a través de los libros o de los manuales escolares cuyos contenidos fueron diseñados desde un gabinete. Se aprende así lo que políticos e historiadores de- signan como importante. No se trata de una crítica sino de una constatación. Todavía a principios del siglo XX existían muchas familias que dividían sus preferencias entre unitarios y federales. Esas dife- rencias políticas eran a su vez la base de discusiones, polémicas yacalorados debates que seguían teniendo lugar de forma cotidia- na. Algunas familias, incluso, siguieron distanciadas o mantuvie- ron resentimientos anacrónicos muchos años después de sucedi- dos los más cruentos enfrentamientos entre unitarios y federales. Por citar un ejemplo conocido, el palacio Miró, una gran mansión de la familia Dorrego que se encontraba en el centro porteño, introducción 11 estaba ubicado frente a una plaza. Una ordenanza municipal, a fines del siglo XIX, la bautizó como “Plaza Lavalle”, haciendo homenaje al antiguo militar unitario. Golpeados en su orgullo, los miembros de la familia Dorrego, descendientes directos del líder federal Manuel Dorrego —fusilado por orden de Juan Lavalle en 1828—, decidieron tapiar las ventanas que daban a la plaza. Por muchos años esas ventanas no ofrecieron sino penumbras a sus moradores, proyectando la oscuridad de las heridas que parecían no haber cicatrizado aún. Otras familias, sin llegar a ese extremo, mantuvieron vivas sus tradiciones y preferencias por una de las agrupaciones políticas recién aludidas. Extraído de la literatura, un buen ejemplo de ello lo representa la idolatría e idealización por el pasado unitario de la familia de Alejandra, la protagonista de Sobre héroes y tumbas, considerada por muchos como la mejor novela escrita por Ernesto Sabato. Pero con el devenir del tiempo, aquellos testigos —directos e indirectos— que tenían algo para decir acerca de ese pasado violento y particular que experimentó nuestro país durante las guerras entre unitarios y federales, fueron dejando lentamente de existir. Sumado a ello, los traumáticos años vividos durante la segunda mitad de la centuria pasada, obligaron a priorizar el presente, relegando la atención hacia el pasado y concentrando la discusión en las apremiantes cuestiones políticas y económicas del momento. De esa manera, unitarios y federales se volvieron viejas entelequias que ya sólo podían alimentar los debates de amantes de la historia, de estudiantes en humanidades o de al- gunas personas que por cierta inclinación familiar conservaron la memoria de ese pasado desvanecido. Ello no significó, sin em- bargo, un absoluto desconocimiento de la sociedad por los hechos que transcurrieron en ese tiempo pretérito. La historia argentina se siguió enseñando en las escuelas; muy pocas personas pueden desconocer lo elemental en la materia. Pero las interpretaciones históricas por ellas recibidas, cargadas en su mayor parte de con- notaciones ideológicas, colaboraron a fortalecer un relato mani- queo, antitético, en el cual unitarios y federales encarnaron lo más 12 historia de los unitarios 1820-1852 sublime o lo más execrable que podía imaginarse del pasado. El transcurrir de los años no dio, desafortunadamente, lugar a una interpretación moderada, distante e integradora de los aconte- cimientos. Recién en las últimas décadas los historiadores han podido hacer una relectura sobre ese periodo de un modo más neutral y profesional. La intención del presente libro radica en presentar una histo- ria sobre el unitarismo desde la perspectiva recién aludida (neu- tral y profesional), e introduciendo a su vez nuevas miradas y di- versos aportes. Considero que colaborar a una mejor comprensión (y difusión) de nuestro rico pasado puede contribuir a generar una sociedad más interesada por ese legado y más tolerante de las di- vergencias culturales y políticas de sus integrantes. Pero también, pretendo favorecer una mirada de la historia que cumpla con la doble (y nada sencilla) tarea de simplificar mientras confronta la complejidad de los fenómenos que se analizan. Es decir, brindar explicaciones claras de fenómenos complejos y que llevaron años de investigación para promover así interpretaciones sobre nuestro pasado asequibles a un vasto público pero sin que por ello pequen de reduccionistas o maniqueas. Los unitarios son una presencia insoslayable de nuestro pa- sado. Marcaron, desde el poder como fuera de él, con aciertos y desaciertos, una larga época. Sus políticas sirvieron de modelo a los hombres que transformaron el país en la segunda mitad del siglo XIX. Están siempre presentes en los libros que se han ocupado de la historia nacional y, además, forman parte de las visiones del pasado arraigadas en las representaciones colectivas de los argentinos hasta nuestros días. Por todos esos motivos, ameritaban un espacio que pudiese reflejar su historia con mayor profundidad. La obra que pronto comienza es, principalmente, una historia política del unitarismo. Ella refleja el esfuerzo de muchos años de trabajo, desde mi tesis doctoral hasta el presente. Quisiera, en las páginas que la componen, rastrear cómo pensaban sus in- tegrantes, por qué actuaron como lo hicieron, qué los motivó a introducción 13 mantenerse unidos y qué los llevó a enfrentarse de forma tan violenta con otras agrupaciones de su tipo. El libro se divide en capítulos y entreactos. Los capítulos son cinco, y se caracterizan por respetar siempre un sentido cronológico. El primero de ellos comienza con el inicio del unitarismo, allá por 1820, mientras que el último refleja la caída definitiva del régimen de Juan Manuel de Rosas y el regreso de los exiliados unitarios al país (1852). Los entreactos, que son cuatro en total, se encuentran intercalados entre los capítulos y tienen por finalidad dar un descanso a la narración cronológica mientras permiten brindarle un lugar a ciertos aspectos específi- cos sobre el unitarismo que no podrían ser desarrollados de otra manera. De este modo, el libro ofrece dos alternativas a los lectores. Si uno quisiera, podría leer los cinco capítulos de corrido y, así, no perder el hilo sucesivo de los acontecimientos. Y luego, en otro momento, introducirse en las páginas de los entreactos, pues al tratar temáticas diferenciadas pueden ser leídos como pequeños ensayos independientes. Pero también es posible encarar la obra respetando el orden continuo de páginas leyendo consecutivamen- te capítulos y entreactos puesto que estos últimos fueron escritos y ordenados de modo tal que permiten ser comprendidos sin la necesidad de haber leído previamente todos los capítulos. Antes de dar lugar al inicio de nuestra historia, creo conve- niente presentar el telón de fondo donde se desarrollará la mis- ma. Dicho en otras palabras y en el lenguaje propio de los his- toriadores, introduciré un breve contexto histórico de los hechos fundamentales que antecedieron (y en buena medida explican) al surgimiento del unitarismo. En el año 1810, Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, se sublevaba contra el dominio español. Aunque inicialmente esa ruptura no fue absoluta —pues se continuó ju- rando fidelidad al rey Fernando VII, cautivo de Napoleón— un grupo de criollos que tenía el control del Cabildo logró destituir al virrey Cisneros y crear un gobierno autónomo. Ese osado paso, 14 historia de los unitarios 1820-1852 meramente local, es conocido hoy como Revolución de Mayo. Es interesante recordar que uno de los principales problemas que el primer gobierno patrio debió afrontar se vincula al rol de los pueblos del interior —luego denominados provincias— en ese mismo gobierno que acababa de conformarse. Desde ese mo- mento inicial, dos tendencias comenzaron a diferenciarse: una proclive a permitir una activa participación de los pueblos del interior y otra que defendía la soberanía que Buenos Aires había ejercido como capital virreinal pretendiendo dominar desde ella y sin disputa el nuevo escenario político. Los protagonistas de las dos tendencias opuestas no serían aún bautizados como fe- derales y unitarios. Las facciones políticas que por ese entonces surgieron en el área rioplatense fueron conocidas como “more- nistas” y “saavedristas”. La primera, porteñocéntrica, seguía al abogado Mariano Moreno, de tendencia jacobina. La segunda, más conciliadora con los interesesdel interior, al presidente de la Primera Junta y líder militar Cornelio Saavedra. Ambas agrupaciones fueron efímeras, extremadamente personalistas y jamás gozaron de la envergadura que tendrían luego las de unitarios y federales. Los primeros diez años que siguieron a la Revolución de Mayo dejaron como corolario la caída de los dos proyectos po- líticos más ambiciosos de la región rioplatense: el Directorio Supremo de las Provincias Unidas y su antagonista, la Liga de los Pueblos Libres. El primero, centralista y con sede en Buenos Aires pero con apoyo en algunos pueblos del interior. El segun- do, de mayor influencia en la región del Litoral y liderada por el oriental José Gervasio Artigas. En los tiempos en que tuvo lugar el Directorio (desde 1814 hasta 1820), este régimen apoyó táctica y materialmente a las principales campañas libertadoras (recordemos, por ejemplo, el incondicional respaldo del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón a José de San Martín). Pero también, persiguió a los opositores porteños (Manuel Dorrego, Feliciano Chiclana, entre otros) y combatió encarnizadamente a los ejércitos acaudillados por Artigas. introducción 15 En 1819 el Directorio promulgó una Constitución unitaria (es decir, que impulsaba un sistema de gobierno centralizado en Buenos Aires) despertando el rechazo de la mayoría de los pueblos del interior. Finalmente, las cruentas guerras que enfrentaron a directoriales y federalistas —más otras cuestiones que alar- garían demasiado nuestro relato— los debilitarían al punto de llevarlos a su desaparición. Unitarios y federales, como se verá mejor en el caso de los primeros, fueron y no fueron una continua- ción de las propuestas políticas recién expuestas. Pero lo concreto es que a partir de 1820 los distintos pueblos que habían constitui- do las Provincias Unidas y la Liga Federal de Artigas quedaron en plena autonomía de sus funciones político-administrativas, cada uno de ellos regido por un gobernador. De esa forma nacían las provincias. Buenos Aires había proclamado a la cabeza de su gobierno al militar y hacendado Martín Rodríguez, quien en 1821 nombró como ministro a Bernardino Rivadavia, un liberal y admirador de la cultura europea que comenzó una profunda serie de reformas. CapÍtulo 1 El momENto rIvaDavIaNo (1820-1824) En 1820, como consecuencia de la disolución del Directorio, se iniciaba una renovación política que llevó al poder de la provincia de Buenos Aires al denominado “grupo rivadaviano” o “partido del Orden”. Aunque nunca actuaron bajo esas denominaciones, entre 1820 y 1822 se fue conformando gradualmente un elenco de actores algo indefinido que acompañó las medidas del ministro de gobierno Bernardino Rivadavia y al que sus contemporáneos tildarían de “ministeriales”. La base de ese movimiento, origi- nalmente de exclusiva raigambre porteña, sería poco después la plataforma del futuro unitarismo. En este primer capítulo trata- remos de comprender cómo pensaba y actuaba dicha agrupación, pero también el rol de sus protagonistas, las condiciones históri- cas que lo generaron y el proceso en el que se iría transformando en la posterior facción unitaria. Juan Manuel Beruti, un testigo de época, nos brinda un deta- llado panorama de la situación en la que se encontraba Buenos Aires en 1820, luego de haber caído el Directorio y de ser ocupada por las tropas milicianas de Estanislao López y Francisco Ramírez: La gran ciudad (…) después de tantas glorias y nombre inmortal que adquirió, ha venido a quedar reducida a un gobierno de pro- vincia, perdiendo la preeminencia que obtenía de capital y corte de 18 historia de los unitarios 1820-1852 las provincias de la Unión; llegando a tal su infelicidad, que un ejér- cito que se nombra federado, compuesto de mil y más hombres mal armados, de un triste pueblo como Santa Fe, lo haya hecho ceder, y entrar por cuanto ha pedido, reduciéndolo a ceder en mucha parte con deshonor y bajeza, que se vio precisado a deponer al supremo director, disolver el soberano Congreso, admitir el gobierno federal y finalmente con desaire del pueblo.1 Así, observamos que existía un terreno propicio para el sur- gimiento de un nuevo y vigoroso movimiento político que res- taurase el orden social y político de Buenos Aires. Éste nacería de una coalición entre algunos pocos antiguos directoriales y un grupo de jóvenes completamente nuevos en la arena polí- tica porteña. Entre éstos, podemos mencionar los nombres de Bonifacio Gallardo, Juan Gil, Ramón Díaz, Juan Cruz, Jacobo y José Varela; Fortunato Lemyone y Juan C. Lafinur. Destacando el origen social tanto de sus integrantes como de muchos de sus simpatizantes, Vicente Fidel López aseguraba que con esta renovación política “venían los ricos, los propietarios, el gremio comercial, los abogados, los estudiantes, los tenderos, los hijos de familia, y todo ese potente conjunto de fuerzas sociales en- gendradas por la tradición de mayo, agrupadas en la ciudad, y esencialmente centralistas y directoriales”.2 Los líderes de este movimiento se fueron incorporando al proyecto que encarnaba el flamante gobernador Martín Rodríguez, quien había sido ele- gido por la recientemente creada Sala de Representantes. Poco tiempo antes, en marzo de 1820, durante el inestable gobierno de Martín de Sarratea se había inaugurado esta última institución, que con carácter deliberativo y legislativo venía a reemplazar al tradicional pero algo desprestigiado Cabildo. El objetivo del 1. Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas. Buenos Aires: Emecé, 2001, p. 307. 2. López, Vicente Fidel. Historia de la República Argentina: su origen, su re- volución y su desarrollo político hasta 1852, tomo IV. Buenos Aires: Carlos Casavalle, 1883, p. 444. el momento rivadaviano (1820-1824) 19 nuevo cuerpo representativo no difería, en ciertos aspectos, de su antecesor, puesto que buscaba reflejar las inquietudes e in- tereses de los vecinos notables de la ciudad. Pero la novedad radicaba en que se incorporaban representantes del ámbito rural y sus integrantes debían ser elegidos por el sufragio de todos los varones mayores libres, tal como lo establecía la nueva ley electoral implementada en 1821. La agrupación política que algunos comenzaban a denominar como “partido de los principios”, “partido ministerial” o “partido liberal” tomó mayor impulso con la incorporación de quienes ocu- parían respectivamente los ministerios de Gobierno y Hacienda. Nos referimos a Bernardino Rivadavia y Manuel J. García. Al haber vivido ambos en el exterior —el primero como enviado ex- traordinario en Francia e Inglaterra y el segundo con cargo si- milar en Río de Janeiro—, fueron vistos por sus contemporáneos como personas independientes de las viejas facciones e ideales para ocupar sus respectivos cargos. A pesar de las amistades y relaciones que se fueron estrechando dentro del grupo gobernan- te, sus integrantes no desarrollaron, en una primera etapa, una verdadera conciencia de pertenencia a un movimiento o partido. Recién lograrían identificarse con un proyecto político más defini- do cuando se comenzaron a debatir en la Sala de Representantes las medidas modernizadoras que arraigaron en la historia como las “reformas rivadavianas”. En su primera aparición pública en el recinto parlamenta rio, Bernardino Rivadavia agradeció el honor de haber sido elegido para ese cargo, pero también señaló la importancia de aper- sonarse con frecuencia en la Sala y la necesidad de que am- bos poderes —ejecutivo y legislativo— trabajaran de manera conjunta para restablecer el orden de la provincia en todos los ramos. Su primera iniciativa, de resonancia extra-provincial, se orientó a desalentar el congreso que se realizaba por ese en- tonces en Córdoba, bajo los auspicios de su gobernador Juan Bautista Bustos. Poco después, el nuevo gobierno bonaerense lograba desarticular los Cabildos de Buenos Aires y de Luján. Si 20 historiade los unitarios 1820-1852 bien la primera apuesta fuerte de Rivadavia, es decir, debilitar los alcances del congreso cordobés, tuvo razonable aceptación parlamentaria, no sucedió lo mismo con su segunda propuesta, la ley del indulto. Esta exoneraba a los participantes de los varios levantamientos sucedidos en 1820, pero luego de haber sido debatida intensamente fue rechazada por mayoría y recién volvería a ser objeto de debate algún tiempo después. De ese modo, y como se observa a través de las diferentes iniciativas que surgieron de los ministros de Martín Rodríguez, la construc- ción del poder simbólico y político se lograría de forma gradual. El peso de la oratoria, la potencia argumentativa y la capacidad de convencimiento hacia el auditorio resultaron determinantes a la hora de hacerse de los votos necesarios para materializar las propuestas, en un momento en que, como se advirtió, aún no había delimitaciones facciosas precisas. Durante esos años, la política no era percibida como un asunto que involucrara gru- pos o facciones determinadas, sino individuos independientes, racionales y preferentemente ilustrados. La Sala se vio colmada de abogados, de juristas y de aquellos que habían recorrido la movediza “carrera de la revolución”. No obstante, hacendados y comerciantes tanto de la ciudad como de la campaña también se contaban entre los nuevos representantes, aunque sus inter- venciones eran algo esporádicas dejando la iniciativa de la “cosa pública” a los hombres de la pluma y la palabra. Las reformas rivadavianas Las reformas que impulsó la administración rivadaviana consti- tuyeron un conjunto de medidas tendientes a un tipo de regula- ción social. No sólo abarcaban la idea de regular las relaciones sociales, sino también aquellas que se daban en el interior del Estado, viéndose reflejado esto último en la división de funciones en sus cuadros directivos. Una audaz reforma eclesiástica y la supresión de los cabildos significaron pasos importantes hacia el momento rivadaviano (1820-1824) 21 la concentración del poder político. Otra ley de reforma, aplicada al ámbito militar, pretendía no sólo dar forma a un ejército más reducido y menos peligroso para el orden público, sino y sobre todo más decididamente sometido a la administración civil. Esto último se logró mediante cambios como la reducción en el número de oficiales y la prescindencia de hombres que guardaban pres- tigio y autonomía. Por otro lado, con el objetivo de lograr mayor estabilidad política y, debido a la estrecha relación entre los fre- cuentes alzamientos y los líderes castrenses, se optó por alejar a las tropas permanentes de la ciudad de Buenos Aires. De esta forma, el grueso de la estructura marcial fue desplazado hacia las fronteras para extenderlas y resguardarlas de las tribus pampas y araucanas. Así, Rodríguez ensanchaba “los límites de la provincia [con el consecuente] deseo de emplear los capitales en un negocio el más lucrativo, [mientras] dio fomento a la industria de la cría de ganados, que hasta entonces se había mirado en poco a pesar de la feracidad del suelo”.3 Las reformas que emprendió la administración bonaerense bajo influencia de Rivadavia dieron resultados muy pronto: “Los ingresos al tesoro eran más cuantiosos, los empleados civiles y militares, el clero reformado, eran escrupulosamente pagados; se construyó el mercado público. Se mejoró el servicio del hos- pital de caridad pública. Se fundó una sociedad denominada de Beneficencia; surgieron como por encanto nuevas poblaciones [ha- biendo también] estimables garantías públicas: las del derecho de propiedad, la individual, la de la prensa libre”.4 Este panorama legado por un testigo de época puede ser complementado por re- ferencias sobre la eficacia de las reformas en otros ramos, como en el de la educación: 3. Iriarte, Tomas. Memorias. Rivadavia, Monroe y la guerra Argentino-Brasileña. Buenos Aires: Ediciones Argentinas, 1944, p. 35. 4. Ibídem, pp. 52-53. 22 historia de los unitarios 1820-1852 La instrucción pública ha recibido un considerable incremento: en cada distrito de la Campaña, que por lo general se compone de dos a cuatro mil almas, el erario ha dotado una escuela de primeras letras: en la ciudad ha formado más de veinte para jóvenes de ambos sexos, sin incluir ni en una ni en otra multitud de escuelas particulares. Se ha erigido una universidad y establecido un colegio de ciencias morales, otro de ciencias naturales, y otro de estudios eclesiásticos…5 El centro académico aludido era la Universidad de Buenos Aires. A pesar de que la ciudad homónima había crecido conside- rablemente, y que incluso había llegado a ser capital virreinal, hasta la fundación de dicha casa de estudios en 1821 los porteños debían trasladarse a Santiago de Chile, Chuquisaca o Córdoba para instruirse. Las reformas también afectaron el rubro de la justicia. Se estableció para el ámbito urbano un régimen judicial de primera instancia, letrado y rentado. Se dividió la campaña en departa- mentos asignando a cada jurisdicción un juez de paz, cargo de carácter lego y ad honorem. En el ámbito de la economía se creó el Banco de Descuentos, entidad que estaba autorizada a emitir moneda. También se fundó la Bolsa Mercantil buscando dinami- zar el comercio luego de tantos años de guerras y estancamiento económico. Se entablaron negociaciones para lograr un emprés- tito con la casa británica Baring Brothers al objeto de realizar obras públicas. Se instituyó el Departamento Topográfico, fiel indicador del repunte del sector rural y de la importancia de contar con registros catastrales más precisos de una tierra que, gracias a los avances de las milicias, se extendía cada día más hacia el sur y el oeste. Con ello, el proyecto rivadaviano buscaba promover la posesión de esas tierras por parte de los hacendados y establecer así nuevos derechos de propiedad que terminarían 5. Núñez, Benito Ignacio. Noticias históricas, políticas y estadísticas de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Londres: Ackermann, 1825, p. 30. el momento rivadaviano (1820-1824) 23 afectando los intereses de numerosos pobladores rurales con an- tiguos derechos de posesión. En relación a las políticas de la tierra, el rivadavianismo tam- bién pretendió impulsar la inmigración europea para fomentar las tareas agrícolas. A mediados de la década de 1820 una colonia escocesa se asentaría en Santa Catalina y se dedicaría principal- mente a la elaboración de productos lácteos. Otras colonias con contingentes de diversas latitudes, principalmente de Francia, fueron por entonces planificadas pero fracasarían como conse- cuencia de la inestabilidad generada por las posteriores guerras civiles. Las reformas clericales fueron sin duda las más proble- máticas entre aquellas que encaró la gestión de Rodríguez. Inspiradas por las ideas de la Ilustración y en la constitución ci- vil del clero implementada en Francia poco después de iniciada la Revolución (1790), a través de ellas se suprimieron algunas órdenes religiosas y el Estado se apropió de sus bienes. También se pusieron en práctica una serie de reglamentaciones que di- ficultaban el ingreso a la vida conventual y se suprimieron los diezmos. Los impulsores de las reformas entendían que den- tro del giro modernizador que querían implementar, la Iglesia representaba, en varios aspectos, una institución retrógrada que además había gozado de mucho influjo político. A través de estas medidas se buscaba reforzar al Estado y escindir con mayor claridad la esfera religiosa de la civil, fortaleciendo la última. Aunque las medidas no eran propiamente anti eclesiás- ticas, pues con ellas se pretendía priorizar y sostener al clero secular en desmedro del regular, despertaron resistencia entre un amplio sector de la Iglesia. A su vez, provocarían desconten- to entre sectores conservadores y subalternos. Pero, por sobre todo, brindaban fundamentos alos disconformes, que con cada reforma iban en aumento, para amalgamarlos bajo un mismo estandarte. A través de la prensa, clérigos como Cayetano José Rodríguez o Francisco de Paula Castañeda criticaban con iro- nía la política eclesiástica impulsada por Rivadavia y todo el 24 historia de los unitarios 1820-1852 basamento ideológico que servía como sustento para la gene- ralidad de las reformas. La voz de Castañeda resonaba en las páginas de sus periódicos alertando al “pueblo soberano” sobre la existencia de “una facción numerosa de Sanculotes y ateístas que aborrecen al Venerable Clero”.6 A partir de esta coyuntura, fueron tomando forma “uno y otro partido, de los que querían sostener el gobierno y el de los que querían subsistiese las comunidades religiosas”.7 Finalmente, como consecuencia del malestar generado por las reformas, en 1823 estalló un motín dirigido por el ex directorial Gregorio Tagle. Sostenido por ciertos oficiales reformados, sumado a hombres cer- canos a la Iglesia, el movimiento, sin apoyo masivo, terminó en un fracaso. Si bien pudo ser reprimido por un reducido cuerpo de soldados que estaba apostado en el Fuerte y que se mantuvo leal, el motín desnudó las primeras fisuras de las políticas rivadavia- nas. A su vez, demostró la imprudencia que había significado la parcial desmilitarización de la ciudad. En una entrevista que por ese entonces había mantenido Rivadavia con John M. Forbes —representante norteamericano en Buenos Aires— el ministro porteño le habría confesado que “el Gobierno ha tomado medidas para prevenir la posibilidad de ser derrocado por la fuerza, pero sus miembros están resueltos a retirarse de la función pública si llega a establecerse que no cuentan con el apoyo de la opinión pública”.8 La afirmación de Rivadavia refleja el sistema de ideas que él y su entorno cultivaban y defendían. La forma de gobierno que intentaban solidificar debía apoyarse siempre en la opinión pública. En otras palabras, pretendían prescindir del apoyo de 6. De Paula Castañeda, Francisco. “Prospecto de un nuevo periódico intitulado La Guardia vendida por el centinela y la traición descubierta por el oficial del día”, miércoles 28 de agosto de 1822. 7. Beruti, Juan Manuel. Memorias curiosas, op. cit., p. 344. 8. Forbes, John Murray. Once años en Buenos Aires, 1820-1831. Buenos Aires: Emecé, 1956, p. 200. el momento rivadaviano (1820-1824) 25 las fuerzas militares diferenciándose de todas las experiencias políticas que los habían precedido. De este modo, “lo que hasta entonces había sido el asunto exclusivo de la espada, pasó a ser el principal negocio de gabinete…”,9 dando lugar al predominio del elemento civil por sobre el militar. Estas ideas eran compar- tidas por gran parte de la intelectualidad de la época, la que se convocaba en los cafés cercanos a la plaza de la Victoria —ac- tual Plaza de Mayo—, o la que se reunía en tertulias como la de Esteban de Luca. En esos encuentros se leían y comentaban las obras de moda del abad de Pradt, Benjamin Constant, Antoine Destutt de Tracy, Jeremy Bentham y otros autores. Dicho círculo apoyaba al gobierno y era frecuentado por hombres como Miguel Darregueira, Avelino Díaz, Aimé Bonpland, Juan Lafinur y Juan Cruz Varela. Muchos miembros de ese grupo formaban parte de la vida asociativa de entonces, dividiendo sus ocupaciones entre la reciente enseñanza universitaria, la actividad científica, la li- teraria y el periodismo. También participaban activamente en las flamantes academias de Jurisprudencia, Física, Matemática, Música, Medicina, además de hacerlo en otras agrupaciones hu- manistas como la Sociedad Literaria o la logia Valeper. Dado que recientemente remarcamos que Rivadavia asegu- raba que gobernaría sólo con el consentimiento de la opinión pú- blica, vale la pena indagar brevemente qué entendían los actores de ese tiempo por aquel concepto. Para el grupo rivadaviano, la voz “opinión pública”, a primera vista, constituiría el dictamen de las mayorías o del “pueblo”. Pero no justamente de las mayorías incultas, ya que podían degenerar en “tiranía de opinión”, y eso sucedía cuando eran manipuladas por un “caudillo” o líder de una “facción”. Es por ello que la opinión pública, para los adeptos de Rivadavia, debía gestarse, ilustrarse, pulirse, siendo tarea del gobierno la de instaurarse en pedagogo del pueblo. Con este 9. Núñez, Benito Ignacio. Noticias históricas, políticas y estadísticas de las Provincias Unidas del Río de la Plata, op. cit., p. 30. 26 historia de los unitarios 1820-1852 sentido, se afirmaba “la opinión pública no es una cosa que se merca, o que se encuentra en el medio de la calle: es menester crearla, organizarla”.10 De allí, como vimos, el gran impulso dado a la educación y a la divulgación de la prensa. Los rivadavianos invitaban a sus compatriotas “en sus diferentes condiciones y ap- titudes, a que se ocupen atentamente de la cuestión que se agita en los periódicos: a que la miren con un espíritu de investigación, a que se empapen en ella, y formen por resultado el buen juicio”.11 A su vez, pretendían que los ciudadanos “aprendan a obrar por sí mismos, a saber lo que quieren”.12 Esta exhortación al acceso de información y a la participación ciudadana estaba relacionada con la vida política que se pretendía promover en Buenos Aires. Ignacio Núñez, tal vez el más estrecho colaborador de Rivadavia, aseguraba que se había refrendado un decreto por el cual el go- bierno “proscribió como una obligación la publicidad en sus actos; y su ejecución llevada hasta el término de haberse asegurado […] que no existe en todos los departamentos un solo documento reser- vado, ha puesto al alcance del pueblo las leyes, los decretos, y las órdenes que ha producido…”.13 De aquí se desprende la manifiesta intención de transmitir transparencia en el manejo de lo público por parte de los mandatarios hacia sus gobernados. Se buscaba difundir las medidas gubernamentales, pero también los debates de la Sala de Representantes. Para esto último se construyó el recinto parlamentario con una configuración arquitectónica que permitía la concurrencia de los ciudadanos facilitándoles la fisca- 10. El Centinela, 14 de septiembre de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la Historia Argentina, tomos I-III. Buenos Aires: Senado de la Nación, 1960. 11. El Centinela, 30 de noviembre de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la Historia Argentina, op. cit. 12. El Porteño, 6 de agosto de 1826, Biblioteca Nacional, Sala del Tesoro. 13. Núñez, Benito Ignacio. Noticias históricas, políticas y estadísticas de las Provincias Unidas del Río de la Plata, op. cit., p. 30. el momento rivadaviano (1820-1824) 27 lización de la actividad política de sus representantes. Así, mitad realidad, mitad deseo, el periódico filo-rivadaviano El Centinela aseguraba en noviembre de 1822: “Aquel mismo pueblo retraído en unas épocas; mudo en muchas, escasamente expresivo en la sesión del 21, en la de este año se ha desplegado de tal modo que ha tomado el carácter no de un espectador atento, sino de un rígido fiscal en muchos casos”. La particular forma con que se había diseñado la Sala de Representantes había tenido como fuente de inspiración los escri- tos del filósofo británico Jeremy Bentham. Una relación epistolar y de amistad unía a este último pensador con Rivadavia. El fruto de ese diálogo permitía a ambos imaginar la instauración de una nueva ingeniería social que facilitara maximizar la felicidad y sa- tisfacción de los ciudadanos reduciendo su sufrimiento, según las máximas de la filosofía utilitarista en boga por ese tiempo. Si el encorsetado contexto político europeo luego de la Restauración im- pedía aplicar muchas de esas innovadoras propuestas, la América recién emancipada resultaba un campo virgen y permeable a los idearios benthamianos. Así, algunas de las reformas emprendidaspor Rivadavia llevan la clara impronta del pensador británico. Por dar un ejemplo, el reglamento de la Sala de Representantes que regulaba el comportamiento de sus integrantes está basado por entero en su obra “Táctica de las Asambleas Legislativas”. Sin embargo, no todas las reformas rivadavianas fueron incentivadas por la doctrina de Bentham. Muchas de ellas nacieron como una réplica de las medidas impulsadas por Carlos III en España du- rante la segunda mitad del siglo XVIII. Detrás del reformismo his- pánico, se encontraba el activo Conde de Floridablanca, máximo exponente del despotismo ilustrado peninsular. Desde un papel similar al que a Rivadavia le tocó ocupar en relación a su gober- nador, Floridablanca, en tanto Secretario del Estado, modernizó, centralizó y fortaleció a la monarquía española. Lo pudo lograr promoviendo la educación y robusteciendo la enseñanza secun- daria y universitaria. Pero también, debilitando la autonomía de la Iglesia (fue uno de los mayores artífices de la expulsión de los 28 historia de los unitarios 1820-1852 jesuitas en América). A su vez, fomentó la agricultura y creó las sociedades literarias y de beneficencia. Demasiadas casualidades. Rivadavia parece, en muchos aspectos, haber obrado siguiendo la traza legada por Floridablanca. El objetivo principal de las reformas impulsadas en Buenos Aires se sostuvo en un basamento ideológico muy marcado. Sus promotores estaban convencidos de que los cambios llevados a cabo eran en beneficio de la sociedad. Pero también eran conscien- tes de que emprendían una aventura inédita en muchos aspectos y que, para llevar a buen puerto ese conjunto de medidas, se debía pagar un importante costo político. Rivadavia y García, en mayo de 1823, presentando un balance en la Sala de Representantes de todo lo que se había realizado hasta ese momento, señalaban que no se habían: “Podido plantificarse las nuevas instituciones, sin romper y arrancar con violencia antiguos cimientos, sobre los que el curso de los años había amontonado memorias venerables, y dejando arraigar intereses de todo género. Esta ardua obra ha sido ordenada con valentía por las dos legislaturas precedentes, y el gobierno, para ejecutarlas, ha debido vencer resistencias, y chocar con sentimientos personales y preocupaciones comunes”.14 Comienzo de las divisiones políticas y primeros proyectos de unión El 15 de junio de 1822, Manuel Moreno, hermano del ilustre y mal aventurado Mariano, iniciaba sus funciones como representante. Esta figura emblemática, culta, federal por doctrina pero, según sus contemporáneos, de carácter complejo, colaboró tal vez como ningún otro en iniciar una completa ruptura dentro de la Sala de Representantes. Si las reformas eclesiásticas tuvieron opositores 14. La Abeja Argentina, 15 de mayo de 1823, en: Biblioteca de Mayo. Colección de obras y documentos para la Historia Argentina, op. cit. el momento rivadaviano (1820-1824) 29 ocasionales, Moreno inauguró una tendencia política que sería ad- versa a la gestión rivadaviana por definición, por sistema y de la que no se apartaría jamás. Esta situación colaboró a que algunos de los principales referentes de la Junta provincial, quienes an- tes se mostraban dubitativos frente al ministro Rivadavia, luego cerraran filas por su causa. Durante el año 1823 se comenzaban a distinguir dentro del recinto deliberativo dos frentes más deli- mitados, con algunos diputados que si bien se resistían a ciertas medidas del Ejecutivo —incluso con acalorados discur sos—, por lo general tendían a favorecerlo. De ese modo se conformó un grupo inte grado por quienes entonces fueron denominados “opo- sitores”, entre los que ya encontramos a Manuel Dorrego, Manuel Moreno, José M. Díaz Vélez, Pedro Medrano y Esteban Gascón; frente a otro más cercano a Rivadavia, en el que se ubicaban Diego Zavaleta, Julián S. de Agüero, Juan M. Fernández de Agüero y Valentín Gómez, entre otros. Estas crecientes tensiones políticas entre los sectores diri- gentes deben ser contextualizadas en un escenario que excede el mero marco bonaerense. Aunque sea cierto que desde la caída del Directorio cada provincia había emprendido el camino de la autonomía, no lo era menos que aquello que sucedía en la vieja capital virreinal no resultaba indiferente para ninguna de ellas. Por dar un ejemplo, el modelo de la Sala de Representantes im- plantado en Buenos Aires durante 1820 fue luego introducido con entusiasmo en el resto de las provincias. Algunas noticias de la prensa porteña, y otras que eran recopiladas y reproducidas en las escasas publicaciones existentes en el Interior, permitían estar al corriente de las reformas implementadas en la ciudad-puerto, las que repercutieron entre curiosos, entusiastas y detractores. Sin lugar a dudas, aquellas que se efectuaron en el ámbito religioso fueron las que también más pasiones despertaron en todo el país. Paralelamente, lo que sucedía en el exterior, como veremos acto seguido, comenzaba a tener un peso cada vez más decisivo, acele- rando los procesos que ayudarían a definir la situación de un con- junto de soberanías regionales que no parecían ponerse de acuerdo 30 historia de los unitarios 1820-1852 para integrarse bajo una sola. Buenos Aires tomaría la iniciativa de acercamiento con el resto de las provincias justificando sus maniobras en cuatro cuestiones que pasaremos a detallar. La primera, en los numerosos antecedentes de organización nacional: desde la Asamblea del año 1813 hasta el infructuoso congreso cordobés anteriormente mencionado, se buscó repetidas veces organizar un nuevo Estado regido bajo una carta consti- tucional. Si bien esos intentos habían fracasado rotundamente, no es menos cierto que reflejaban una cierta inclinación por la unidad. Incluso las propuestas políticas más opuestas a las del centralista gobierno directorial habían promovido la existencia de un gobierno general regido por una ciudad capital. Una se- gunda cuestión que también colaboró a un acercamiento entre las provincias surgió de la necesidad de dar una respuesta con- sensuada a los representantes que España envió a Buenos Aires para negociar una salida a sus diferencias diplomáticas. Mientras tanto Rivadavia buscaba cerrar un acuerdo con Gran Bretaña para que esta potencia reconociera la independencia. Lo que no parecía claro era la jurisdicción en la que dicha independencia debía ser reconocida. Por esa razón un entendimiento entre las provincias resultaba vital. Un tercer motivo que incentivaba a renovar los antiguos vínculos entre los pueblos del extinto virreinato lo constituyó el interés que existía en ciertas provin- cias por conformar un Estado general a imagen y semejanza de la experiencia bonaerense. En pequeño y según sus modestas posibilidades, ciertas administraciones del interior (San Juan, Salta, Mendoza) habían reproducido algunas instituciones ri- vadavianas con diverso grado de éxito. Existían muchos otros motivos que, a criterio de las elites provincianas, justificaban un Estado centralizado: el temor a la influencia desbordante de los caudillos que dominaban —formalmente como de facto— diver- sas regiones del país. Existía, finalmente, una cuarta motiva- ción aún más acuciante —y que ahora profundizaremos— para tratar de unificar las provincias: el emergente conflicto con el Imperio del Brasil por la cuestión de la Banda Oriental. Resulta el momento rivadaviano (1820-1824) 31 evidente que, para este caso, se pensaba que la unión hacía la fuerza. El temor a la agresión de un enemigo externo podría ace- lerar y motivar lo que de otro modo llevaría años. Brasil, Argentina y Uruguay no eran ni remotamente las na- ciones que hoy día conocemos; ni sus sistemas políticos, ni sus go- biernos, ni sus alcances geográficos estaban claramente definidos ni se corresponden con los actuales. Argentina era un conjunto de provincias fragmentadas que tenían como antecedenteinmediato el hecho de haber formado parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Años antes, habían sido parte de una misma admi- nistración virreinal con cabeza en Buenos Aires, junto a lo que hoy son Bolivia, Paraguay y Uruguay. Este último territorio —por ese tiempo denominado Banda Oriental—, había sido permanen- te motivo de disputa entre las coronas de España y de Portugal, logrando sus habitantes una brevísima autonomía entre 1815 y 1816. Antes y después de ese lapso ese territorio estuvo bajo influ- jo del dominio español, luego fue dependiente de la supremacía del Directorio porteño; más tarde estuvo bajo soberanía portuguesa, para finalmente constituir la más austral de las provincias del flamante Imperio del Brasil: la Cisplatina. En cambio, el Imperio brasileño había nacido como fruto de la desobediencia de Pedro, hijo del rey de Portugal hacia su padre, Juan VI. Actuando como regente de su progenitor en Brasil, a través del célebre Grito de Ipiranga —“Independencia o muerte”—, Pedro optó por plegarse a los nacionalistas brasileños que buscaban independizarse de la metrópoli nombrándolo su emperador. El nuevo Imperio, a pesar de su enorme extensión, tenía límites inciertos. Adoleció de una gran inestabilidad política durante sus primeros años de vida y debió afrontar una sucesiva serie de conflictos militares contra fuerzas leales a Portugal, insurrecciones de los rebeldes orientales y finalmente haciendo frente al ejército republicano rioplatense. Como dijimos, la Banda Oriental había sido motivo constante de disputa entre España y Portugal. Por eso, resulta lógico que los problemas no resueltos anteriormente hayan persistido en los nuevos estados que surgieron como herederos de las antiguas 32 historia de los unitarios 1820-1852 jurisdicciones coloniales. Las tierras que cubrían el este del río Uruguay y el norte del Río de la Plata hasta el afluente del Ibicuy formaban, para fines del siglo XVIII, parte del virreinato del Río de la Plata. Si sólo a partir de 1815 el territorio oriental logró una fugaz autonomía, un año más tarde sería nuevamente invadido por las tropas lusas al mando de Carlos Lecor. Recién en 1820 es- tas últimas fuerzas lograron derrotar definitivamente a los orien- tales que habían resistido la ocupación siguiendo las directivas de Artigas. Así, la situación siempre inestable del territorio conquis- tado se agitó cuando en 1822 Brasil se independizó de Portugal. Aprovechando la coyuntura, fuerzas locales intentaron sublevarse y pidieron ayuda a sus vecinos rioplatenses, quienes no estaban convencidos de colaborar por temor a enfrentarse con un enemi- go algo aturdido pero aún muy poderoso. Buenos Aires, luego de muchos años, gozaba de una paz general y de una prosperidad que no tenía intención de abandonar para aventurarse en una senda tan riesgosa como imprevisible. Desde que se había disuelto el Directorio, la élite porteña había podido al fin dedicarse a sanar sus heridas y administrar las riquezas de su provincia y aquellas que llegaban a través de su próspero puerto. Pero esa tranquilidad no estaba destinada a durar mucho tiempo. A pesar de que los pedidos orientales de colaboración recibieron una respuesta poco entusiasta de los gobernantes bonaerenses, los opositores políticos de estos últimos y amplios sectores de la opinión pública porteña se volcarían fervorosamente en su favor. Auxiliar al pueblo inva- dido no implicaba sólo una cuestión moral sino también recuperar la soberanía sobre un territorio que, creían, nunca se debía haber perdido. La causa oriental se volvió pronto muy popular. En Buenos Aires, durante el emergente conflicto contra el Imperio del Brasil, las facciones tendieron a diferenciar aún más sus propuestas transformándolas en disputas verbales y tensiones que se manifestaban en la prensa diaria. Los embates pro belicis- tas de los “opositores” chocaban una y otra vez contra la tendencia pacifista de los ministeriales. Cuando Rivadavia —quien también se ocupaba del manejo de las relaciones internacionales— inició el momento rivadaviano (1820-1824) 33 negociaciones con Río de Janeiro por la causa oriental, al entrar éstas poco después en punto muerto, pidió la colaboración de la Sala para que legitimara su política diplomática. Los “opositores” juzgaron conveniente darle la espalda. En cambio, para los ahora ya más nítidamente ministeriales las funciones del órgano legisla- tivo no podían ser otras que las de la colaboración efectiva e inme- diata con el Ejecutivo. Esa cooperación entre poderes, promovida antes por Rivadavia, se comenzaba a implementar mientras las discusiones iban aumentando su tenor. Luego de la caída del Directorio se habían constituido go- biernos de provincia con administraciones “filo-unitarias”. Para aprovechar esa afinidad interprovincial se decidió mandar des- de Buenos Aires un representante al interior, Diego Estanislao Zavaleta, con el objetivo explícito de tratar la firma de la “Convención Preliminar de Paz” con España. Pero también, para tantear las posibilidades de realizar, en un futuro cercano, un congreso constituyente en aras de unificar el país. Desde tiempo atrás Rivadavia se encontraba entusiasmado con esa posibilidad y por ello había reanudado los lazos con las provincias a través de un intercambio epistolar con sus res pectivas autoridades. Es preciso dejar constancia que la “irradiación de las luces” impul- sada por la gestión porteña también se desplegaba en el interior a través de los envíos de periódicos como El Argos o El Correo de las Provincias. De este modo, los intercambios epistolares y la admiración por una administración “feliz” lograron las simpatías que sirvieron de aliciente para el futuro establecimiento de una facción con alcance na cional. A lo largo del año 1824 irían llegan- do representantes de las provincias para acometer la tarea de unificar al país. La experiencia rivadaviana constituye un antecedente directo de la posterior conformación del unitarismo. Muy pronto veremos a sus principales protagonistas actuando en un nuevo escenario y dentro de un movimiento político que, a diferencia de su ante- cesor, lograría generar consenso entre sectores de las elites de varias provincias y extendería sus propuestas mucho más allá 34 historia de los unitarios 1820-1852 de la provincia de Buenos Aires. Todo lo que se logró en la etapa que acabamos de ver, desde el plano de las ideas al mucho más concreto de las prácticas, sirvió de basamento para la etapa con- secutiva. Delimitó el contorno de los reformistas y seguidores del ministro de Martín Rodríguez; pero además, en dicho proceso, la construcción de las identidades políticas diferenció cada vez más a los rivadavianos de sus “opositores”. Así, en el periodo recién analizado se advierten muchas de las causas que llevarían a una y otra agrupación a romper lanzas y luchar en la arena que con- formarían las guerras fratricidas entre unitarios y federales. EntrEacto I ¿BuEnos o malos? la hIstorIografía y la construccIón dE la ImagEn dE los unItarIos La imagen que tenemos sobre nuestra historia es una construc- ción labrada por diversos actores que han escrito acerca del pasa- do, entremezclada con relatos orales que pasan de generación en generación y aceptada —hasta cierto punto— como suya por una sociedad dada. Pero aquello que sabemos de los tiempos que nos preceden también es el fruto de un proceso de instrucción en el que han intervenido tanto nuestros padres, familiares y amigos, como la escuela. En torno a esta última institución educativa, el Estado nacional se ha ocupado —y se ocupa actualmente— de la narración del pasado que los estudiantes aprenden a través de currículos y manuales escolares. En años recientes, los canales de televisión (History Channel, Encuentro, etc.), pero principal- mente internet (Wikipedia y otras fuentes de información virtual) se destacan como alternativas masivasde acceso al conocimiento histórico antes reservado a los libros tanto académicos como de divulgación. Dentro de este torbellino de opciones, de interpre- taciones y de fuentes, tan divergentes entre sí, es lógico que se hayan consolidado algunas imágenes que parecen arraigadas en el imaginario social sobre los hechos pasados. Pero escarbando un poco más profundo, descubrimos pronto que existen opiniones diferentes sobre lo ocurrido en la historia, la valoración de los procesos y la actuación de sus protagonistas. Así, las variables 36 historia de los unitarios 1820-1852 interpretativas de lo que ocurrió en la historia van continuamente mutando a través del tiempo, sin lograr por ello conformar relatos uniformes compartidos por toda una sociedad. Cabe señalar que esas divergencias tienen a su vez raigambres ideológicas e idiosin- cráticas sumamente complejas cuyo análisis excede los objetivos de esta obra. En el entreacto que aquí comienza intentaremos responder las siguientes preguntas: ¿qué imagen nos ha legado la historiografía sobre los unitarios? ¿Cómo se fue transformando la misma a través del tiempo? La historiografía liberal y la revisionista han sido, durante la mayor parte del siglo XX, las dos corrientes predominantes y de mayor producción e influencia en nuestro país. Para la primera de ellas, los unitarios representaron una generación desafor- tunada pero imprescindible, pues colaboraron en cimentar las bases institucionales (previo paso por el “oscurantismo rosista”) del Estado-nación de orden liberal que se instauraría a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En cambio, para los revisionis- tas, personificaban todos los males imaginables, al haber abierto el comercio y los créditos con el Imperio Británico fomentando paralelamente la inmigración. Siguiendo al revisionismo, fueron los unitarios quienes exaltaron el valor de la cultura europea por sobre la vernácula, mancillando una supuesta identidad nacional. De esta forma, posicionándose una corriente historio- gráfica en las antípodas de la otra, colaboraron ambas a fortale- cer la idea de la existencia pasada de dos facciones sumamente acabadas, una el reverso perfecto de la otra. Las dos posturas construyeron un relato sesgado de la realidad, en el cual cada una de las facciones encarnaba todas las características posi- tivas imaginables, mientras la otra adolecía sólo de defectos. Dichas tendencias se plasmaron y se corporizaron principalmente en los líderes o máximos exponentes de cada agrupación política: Bernardino Rivadavia para el caso unitario y Juan Manuel de Rosas en relación al federalismo. entreacto i. ¿Buenos o malos? 37 La historiografía liberal y un legado favorable Las primeras interpretaciones que surgieron sobre la actuación política de los unitarios se las debemos a la pluma de los miem- bros de la Generación del 37. Este grupo de intelectuales asomó a la escena política porteña con la creación del Salón Literario, en la librería de Marcos Sastre, un día de junio de 1837. Liderados por Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, sus integrantes se dedicaron a la lectura y análisis de las últimas corrientes que llegaban de Europa, principalmente el romanticismo y el socia- lismo. Con el correr de los meses, y como veremos más adelan- te, incursionaron en política intentando despegarse de las dos facciones predominantes de ese entonces (unitarios y federales) para proponer una vía alternativa. A pesar de sus intenciones de reformismo político, los jóvenes románticos debieron abandonar el país pues Rosas no estaba dispuesto a concederles el espacio que pretendían para materializar su programa. Desde el exilio y en clave literaria surgieron las primeras reflexiones y representa- ciones sobre los unitarios, en obras célebres como “El Matadero”, de Esteban Echeverría, Amalia, de José Mármol, Bases, de Juan Bautista Alberdi y Facundo, de Domingo F. Sarmiento. Dada la potencia narrativa y la trascendencia en la cultura ar- gentina que ha logrado este último libro, nos adentraremos por un momento en su relato, pues ha colaborado tal vez como ningún otro a plasmar dicotómicamente las características de unitarios y fede- rales. Dentro del marco de su visión de la realidad nacional, para Sarmiento los unitarios encarnaron los valores de urbanismo y civi- lización contraponiéndose a los que representaba la barbarie agreste del federalismo. Siguiendo esta lógica, Rivadavia personificaba “la civilización europea en sus más nobles inspiraciones”, transformán- dose en la antítesis de Rosas, quien reflejaba “la barbarie ame- ricana en sus formas más odiosas y repugnantes”.15 La propuesta 15. Sarmiento, Domingo F. Facundo. Buenos Aires: Altamira, 2001, p. 104. 38 historia de los unitarios 1820-1852 sarmientina se podría sintetizar de este modo: las divisiones y di- ferencias que debilitaban la salud del país eran de raigambre cultu- ral. El trinomio barbarie-federalismo-campo se contraponía así al de civilización-unitarismo-ciudad. Otro de los jóvenes de la Generación del 37, Juan Bautista Alberdi, hacía una lectura distinta a la de Sarmiento. Pensaba que las diferencias entre unitarios y federales eran la consecuen- cia de la lucha constante entre el Interior y Buenos Aires por el predominio del país. Se posicionaba en las antípodas del pensador sanjuanino cuando sostenía que: La división en hombre de la ciudad y hombre de las campañas es falsa, no existe […] Rosas no ha dominado con gauchos, sino con la ciudad. Los principales unitarios fueron hombres de campo, tales como Martín Rodríguez, los Ramos, los Miguens, los Díaz Vélez; por el contrario, los hombres de Rosas, los Anchorenas, los Medranos, los Dorregos, los Arana, fueron educados en las ciudades […] La única subdivisión que admite el hombre americano español es un hombre del litoral y hombre de tierra adentro o mediterráneo. Esta división es real y profunda.16 Alberdi consideraba que con Rosas Buenos Aires había logrado imponer la unidad de las provincias “disfrazándola” bajo el título de federación. Mediante el criterio de unidad, Buenos Aires ejer- cía efectivamente el control de todo el territorio nacional, pero detrás del ropaje federal, guardaba la soberanía de su jurisdicción evitando compartir el tesoro y los grandes beneficios que obtenía de su privilegiado puerto.17 Por ende, a Alberdi poco le importaban las distinciones entre unitarios y federales, las creía irreales: más bien prefería centrar el eje del conflicto en los intereses divergen- tes de las provincias desde un aspecto principalmente económico. 16. Alberdi, Juan Bautista. Bases. Buenos Aires: Plus Ultra, 2001, p. 83. 17. Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata. Buenos Aires: Plus Ultra, 1979, p. 107. entreacto i. ¿Buenos o malos? 39 Esta postura notablemente anti-porteña lo llevaría a reivindicar modalidades como el caudillismo, fenómeno que habría surgido, siempre siguiendo su pensamiento, como una reacción lógica del interior ante los constantes intentos porteños por dominarlo. Si Alberdi no es considerado por esto último como un iniciador del revisionismo histórico, eso se debe a lo poco asimilable que resul- taron a esa corriente historiográfica varias de sus otras ideas. Es importante aclarar, en todo caso, que todas estas discusiones e interpretaciones recién esbozadas se hicieron al calor de los acon- tecimientos que se vivían en el exilio y sobre personas con las que se interactuaba. Por ese motivo, y por la manera de analizar el pa- sado sin la verificación de fuentes que avalaran sus afirmaciones, es que no podemos incluir al legado de Sarmiento y Alberdi como de índole estrictamente historiográfica. No obstante, las ideas circulantes de ese entonces resultan vitales para comprender las interpretaciones sobre el unitarismo que comenzaban a consoli- darse por esos años y perduran, en varios aspectos, hasta hoy. La historiografía liberal propiamentedicha nace en la segunda mitad del siglo XIX gracias a las obras de Bartolomé Mitre. En su doble perfil de político e historiador, Mitre se mos- tró prudente a la hora de reivindicar al unitarismo. Líder del partido Liberal durante la década de 1850, gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1860 y 1862 y presidente de la República desde este último año hasta 1868, sus obligaciones políticas lo invitaban a opinar con cautela. El definitivo triun- fo de un proyecto político asentado en los valores federales de la Constitución nacional de 1853 incomodaba cualquier mirada cordial hacia la vieja facción centralista. Por otro lado, el lega- do unitario presente en las instituciones liberales incitaba a reconocer todo lo positivo que para la generación que los había sucedido, de corte netamente antirrosista, había representado. Muchos de los miembros de la Generación del 37, gravitantes en la política nacional posterior a Caseros, se habían instruido en las instituciones educativas rivadavianas. Esa tensión manifiesta entre evitar reivindicarlos abiertamente sin mostrarse ingratos 40 historia de los unitarios 1820-1852 con su memoria la resolvió Mitre de forma elegante. Optaría por valorar no a la facción en su conjunto sino a figuras puntuales del unitarismo, en especial la de Bernardino Rivadavia. En él, creía ver al “más grande hombre civil de la tierra de los argenti- nos, padre de las instituciones libres”.18 A diferencia de Alberdi, para Mitre el peso del regionalismo como factor causante de disputas facciosas se diluía en la responsabilidad puntual de ciertos individuos. Así como hombres de la talla de Rivadavia habían podido torcer el destino para bien, otros como Rosas lo habían hecho con nefastos resultados. Rivadavia representaba el fiel reflejo histórico en el que Mitre quería verse retratado, con la convicción de que el fracaso de la experiencia unitaria no había sido en vano. Por ello exclamaba: “¡Han sido necesarios treinta y cinco años de dolorosas luchas y veinte de bárbara tiranía para volver al punto de partida!”.19 Los años rosistas, suerte de “edad media argentina”, sólo habían servido como dolorosa ligazón entre dos momentos. No por casua- lidad, aquellos aspectos que Mitre rescataba con mayor firmeza de la gestión rivadaviana, representaban las políticas en que más había puesto empeño por hacer prosperar durante su presidencia (1862-1868): la inmigración europea y el progreso material del país. Su visión sobre el rosismo era muy diferente a la ensayada por Sarmiento. En lugar de considerar que Rosas había surgido como un fiel reflejo de la sociedad de ese momento, adoptó una postura más liberal y menos determinista que lo llevó a afirmar: “La tiranía de Rosas fue un hecho aislado, y ese hecho anormal ha sido vencido y sólo queda de él una terrible lección que debemos 18. Mitre, Bartolomé. Centenario de Rivadavia. Oración pronunciada en la Pla- za de la Victoria de Buenos Aires el 20 de mayo de 1880. Al presentar la plan- cha y distribuir la medalla conmemorativa del centenario de Rivadavia. Buenos Aires: Institución Mitre, 1945, p. 11. 19. Ibídem, p. 37. entreacto i. ¿Buenos o malos? 41 estudiar”.20 Es decir, entendía al rosismo como el fruto poco fortui- to de un conjunto de sucesos azarosos, que sólo se prestaban con posterioridad al frío análisis histórico. Aunque Mitre no escribió obras que específicamente retrataran a los unitarios, y aun cuan- do su pensamiento al respecto debamos extraerlo de proclamas y oraciones públicas, la huella historiográfica legada por tan pro- lífico autor sentaría las bases de lo que luego sería denominada como historiografía liberal. A diferencia de otros miembros de la Generación del 37, Vicente Fidel López, destacado político e historiador, fue el úni- co que tuvo una opinión crítica de Rivadavia. Puede que esa vi- sión sobre el pasado, reflejada en su monumental obra Historia de la República Argentina, se haya debido a viejas ojerizas per- sonales que le imposibilitaron una mirada imparcial hacia los hechos que en ella analiza. Esa antipatía con el líder unitario y su círculo era tanto producto de su propia experiencia, como he- redada de las opiniones políticas de su padre, Alejandro Vicente López y Planes (autor de la letra del himno nacional y figura pú- blica de primer orden desde la Independencia hasta mediados del siglo XIX). Entre las caracterizaciones con que descalifica a los viejos centralistas destacan los términos “conservadores” y “oligarcas”, ampliamente utilizados por el posterior revisio- nismo histórico. Hacia un paulatino viraje interpretativo A fines del siglo XIX el liberalismo comenzaba a ser cuestiona- do. Esa situación facilitó los espacios necesarios para que sur- gieran reflexiones históricas desde perspectivas novedosas. De ese modo, el revisionismo histórico posterior se toparía con un 20. Mitre, Bartolomé. Columna aparecida en el periódico Los Debates, 15 de mayo de 1857. En: Halperín Donghi, Tulio. Proyecto y construcción de una nación, 1846-1880. Buenos Aires: Ariel, 1995, p. 307. 42 historia de los unitarios 1820-1852 liberalismo que había sido no sólo revisado previamente, sino también, profundamente cuestionado. Entre esas corrientes crí- ticas se destaca el positivismo.21 Este movimiento intelectual originario de Europa aseveraba que el único conocimiento au- téntico era el producido por el método científico (predominando el de la física) y que tanto el individuo como la sociedad debían ser objeto de estudio siguiendo las rígidas leyes que establecía dicho sistema. En ese marco, la sociología despertaba como una nueva y prometedora ciencia. En nuestro país, dos exponentes significativos de este pensamiento introdujeron destacados apor- tes historiográficos. Se trata de José María Ramos Mejía y José Ingenieros. Gracias a ellos el pasado se interpretaba desde una mirada que pretendía ser más distante de los fenómenos —y los actores— que estudiaba. Además, se incorporaban al análisis, en clave evolucionista, las tensiones de clase, el comportamiento de los sectores sociales populares (o las masas), al tiempo que se bus- caba también dar respuesta a fenómenos complejos e inexplorados como el caudillismo. Durante la época del positivismo también surgieron otras vi- siones del pasado argentino que no siguieron las mismas lógicas. Adolfo Saldías (1849-1914), discípulo de Bartolomé Mitre, de una familia filo-unitaria y empapado de un mundo liberal y antirrosis- ta, se interesó por explorar al periodo bajo una mirada diferente. Aprovechando los inexplorados archivos del propio Restaurador, en poder de su hija Manuelita y ubicados en los suburbios londi- nenses, comenzó una obra de largo aliento que en 1881 vería la luz bajo el título Historia de Rosas. Si su profundo estudio sobre la vida y obra de esta personalidad lo llevó a la incómoda situación de reivindicar a su biografiado, no por ello dejó un instante de elogiar también la figura de quien para Sarmiento o Mitre fue su antítesis, Bernardino Rivadavia. Lo curioso de este autor radica 21. Para una mirada sobre el positivismo en Argentina y sus principales pro- motores, ver: Terán, Oscar. Historia de las ideas en la Argentina, diez lecciones iniciales, 1810.1980. Buenos Aires: Siglo XXI, 2009. entreacto i. ¿Buenos o malos? 43 en que, sin criticar lo que luego con total libertad y frecuencia reprobarían los revisionistas, equilibró —en una suerte de re- lato acrítico— las principales figuras de las distintas facciones analizadas. Pero se debe destacar que Saldías tuvo el coraje para expresar una opinión para la cual la mayor parte de la sociedad de su tiempo no estaba preparada. Incluso el propio Mitre terminó desilusionado con su joven aprendiz. Mucho más lejos por la senda reivindicatoria del rosismo iría Ernesto Quesada (1858-1934). El privilegio de haber podido acceder por motivos familiares a los archivos no sólo de su padreVicente (diputado y diplomático de la Confederación Argentina), sino y sobre todo del general rosista Ángel Pacheco —por vía conyugal—, le permitió publicar su más célebre obra, La época de Rosas, en 1898. A diferencia de Saldías, Quesada se animó abiertamente a enaltecer la figura de Rosas incorporando en su relato críticas sobre los unitarios que luego el revisionismo haría propias. Con respecto al propósito de sus investigacio- nes, afirmó que era “exclusivamente buscar la verdad —per- teneciendo a una generación que es ya posterior para la época estudiada”.22 Asimismo, aseguró que no era posible “sostener la candorosa ingenuidad de que con Rosas estaban todos los pillos, y con los unitarios todos los virtuosos”.23 Puede que su desen- canto por los unitarios, y también su simpatía por el rosismo, se debieran a una disconformidad con la sociedad liberal de su tiempo, que comenzaba a ser, como anticipábamos, severamen- te cuestionada desde distintas perspectivas. Las críticas a un presente demasiado materialista y cosmopolita serían moneda corriente a principios del siglo XX. Esa visión era estimulada principalmente por las clases altas y generada por situaciones concretas: el proceso de masificación. Las grandes corrientes 22. Quesada, Ernesto. Lamadrid y la Coalición del Norte. Buenos Aires: Artes y Letras, 1926, p. 12. 23. Ibídem, p. 21. 44 historia de los unitarios 1820-1852 migratorias arribadas a las costas del Plata llevaban a reivin- dicar un hipotético pasado criollo como medio de fortalecer un sentimiento de identidad nacional. En esa construcción también colaboraron algunas corrientes de pensamiento como el moder- nismo, con su descrédito hacia el progreso. La reivindicación del universo rosista llegó de la mano de un impulso más amplio pero gradual de revitalización y admiración de la cultura rural por autores como José Hernández, Manuel Gálvez, José Sixto Álvarez (Fray Mocho), Ricardo Güiraldes y Leopoldo Lugones. Esta corriente, que era vitalista, anti-intelectualista, criollista, de algún modo conservadora y nacionalista, no podía simpati- zar con todo aquello que representaba la generación precedente —liberal y filoeuropea—; y, por consecuencia lógica, tampoco con el unitarismo. Sin embargo, un poco antes de que el revisionismo viviera su época dorada, nació en la década de 1920 la “Nueva Escuela Histórica”, que se constituyó en un movimiento historiográfico de gran trascendencia. Impulsó nuevas maneras de trabajar la historia, afianzando procedimientos científicos y metodológicos más análogos con los que proponían en Francia los historiadores Charles Seignobos y Charles Victor Langlois. Sus principales exponentes fueron Ricardo Levene y Emilio Ravignani, quienes a su vez encabezaron las dos principales instituciones historio- gráficas de la Argentina: la Junta de Historia y Numismática Americana —años después devenida en Academia Nacional de la Historia—, y el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras (hoy denominado Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”). Si algunos de sus miembros tuvieron una mirada bastante favora- ble sobre el unitarismo, como Ricardo Levene, otros, en cambio, fueron más proclives a criticarlo, adoptando una postura más filorrosista. Así sucedió con Emilio Ravignani o Diego Molinari, quienes a su vez integraban el partido radical. Por lo tanto, los miembros de la “Nueva Escuela Histórica” compartían ciertos presupuestos metodológicos pero tenían divergencias de inter- entreacto i. ¿Buenos o malos? 45 pretación significativas. Esto nos habla de una diversidad muy distante de lo que comúnmente se entiende por el restringido término de “historia oficial”, mote con la que fue calificada por parte de los revisionistas la principal obra colectiva de este grupo: Historia de la Nación Argentina.24 El revisionismo histórico y su mirada mordaz La corriente positivista, con su remanente historiográfico, perdió mucho de su influencia con el avance de otros movimientos luego de la Primera Guerra Mundial, brindando espacio a la herme- néutica, en el caso las ciencias; al modernismo en las letras; y en relación con la historia argentina, al revisionismo. Vamos a detenernos por un momento en esta última corriente historiográ- fica. Su nombre se lo debe a su temprana vocación por “revisar” la historia en aras de encontrar una verdad “oculta” o “distor- sionada” elaborada desde la “historiografía oficial” o “liberal”. Si hasta ese momento la figura de Rivadavia había sido enaltecida hasta el encomio, el revisionismo, por el contrario, rehabilitaría la imagen de Rosas hasta ubicarlo en lo más alto del panteón na- cional. Ese proceso de revitalizar su memoria llevaría por inercia a una gradual crítica al unitarismo, que in crescendo llegaría a transfigurarse en la causa inicial de todos los males que experi- mentó con posterioridad el país. Hacia fines de la década de 1920 el revisionismo alineó a un grupo de autores que, aunque luego irían transitando caminos no siempre convergentes, se encontraban unidos por afinidades, dentro de las cuales la atracción por la figura de Rosas fue la 24. Levene, Ricardo (dir.). Historia de la Nación Argentina, desde los orígenes hasta la organización definitiva en 1862. Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 1942. 46 historia de los unitarios 1820-1852 principal.25 Sus más representativos exponentes fueron Julio Irazusta, Carlos Ibarguren, Ernesto Palacio y Raúl Scalabrini Ortiz. De este nutrido grupo, razones de espacio nos obligan a detenernos solamente en Julio Irazusta, y ello por haber sido tal vez el más brillante de su generación. Influido por las ideas nacionalistas del francés Charles Maurras, Irazusta se serviría de la historia para denunciar los males de su presente al verse desencantado por la frustrada presidencia del fascistoide José Félix Uriburu y, aún más, por la política filo-británica de su sucesor, Agustín P. Justo. Pero fue en particular el llamado pac- to Roca-Runciman (1933) a través del cual Argentina quedaba subordinada económicamente a las necesidades de Inglaterra, lo que más rechazo le generó. En tanto historiador, Irazusta bus- caba rastrear el origen de una política económica que juzgaba —como todo su grupo— errada y demasiado dependiente de las potencias extranjeras. Y, según su interpretación, los unitarios eran los responsables de ese pecado original. Estos últimos no sólo habían abierto las puertas al capital británico —lo que podía leerse desde un enfoque nacionalista como una acción desafortu- nada pero no necesariamente malintencionada—, sino que lo ha- bían hecho porque eran moralmente reprochables. El empréstito con la Baring Brothers, un préstamo pedido por el gobierno porteño a la banca británica en 1824, era considerado como el elemento 25. Fue, sin dudas, en la década de 1930 que lograrían su auge. “Hacia 1930, Carlos Ibar guren publicaba y vendía con notable éxito su Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo; cuatro años más tarde, Julio y Rodolfo Irazusta presentaban Argentina y el imperialismo británico, un estudio en el que el tramo dedicado a la historia era breve, pero que ofrecía algunos de los enfoques que los revi sionistas harían suyos; ese mismo año se organizaba la Comisión por la Repa tria ción de los Restos de Rosas. En 1936, a su vez, Julio Irazusta publicaba, con el sello de la editorial Tor, su Ensayo sobre Rosas; las insti tuciones revisio- nistas que serían las más duraderas se fundaron dos años después: el Institu- to Juan Manuel de Rosas de Inves tiga ciones Históricas fue creado así en 1938, subsu miendo a un grupo santafecino similar”. En: Cataruzza, Alejandro y Euje- nian, Alejandro. Políticas de la Historia Argentina. Buenos Aires: Alianza, 2003. entreacto i. ¿Buenos o malos? 47 inicial de una política de “dependencia” económica hacia ese país insular. Obras como Influencia
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