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Del Bayer Munich al Bayer de Pep

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A mis hijos,
sus gestos, miradas,
reflexiones y preguntas,
la razón por la que descubrí
mi ignorancia,
el bien más significativo
de cualquier ser humano.
Primera edición: mayo de 2015
© Óscar Cano
© Fútbol Táctico
© Fotografías: Getty Images
Diseño de portada: Jorge Lawerta
Maquetación: María Fernández
Impresión y encuadernación: BERCOM. Impresión Dixital (Carballo - A Coruña)
Depósito Legal:ISBN: 978-84-606-7596-9
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta
obra diríjase a: www.futbol-tactico.com (981 734 296).
PRÓLOGO
Sentí la ausencia de Guardiola durante su temporada alejado de los focos. Los cuatro años anteriores, con cinco o seis días
de antelación ya buscaba el horario de sus partidos, sacándome los demás compromisos. Asistía a una cátedra, al placer
semanal de ver a su equipo.
Con Pep, lo de la pelota parada, la intensidad, el esfuerzo, dejó de ser trascendente. Rompió con el doble cinco y con el
cúmulo de mentiras que rodeaban al fútbol.
Al Barça le dio un toque que ningún equipo tenía. Los jugadores no eran así antes de su llegada, a nadie se le hubiese
ocurrido dar las riendas del juego a Busquets e Iniesta, ni brindar la trascendencia para salir de atrás a Gerard Piqué.
Había una idea dibujada, pero sus pinceladas, ese plus de capacidad y genialidad le pertenecen.
En enero de 2013, Guardiola se comprometía con el Bayern de Múnich para empezar a dirigirlo seis meses más tarde.
Durante ese tiempo, y de forma sorprendente, el conjunto dirigido por Jupp Heynckes salió campeón de todas las
competiciones.
Por momentos pensé que a pesar del compromiso contractual, el club e incluso Pep iban a romper con el acuerdo ante la
magnitud del rendimiento del equipo.
Después recapacité, profundicé, maduré mi análisis y llegué a la conclusión de que lo que querían los dirigentes era
cautivar, que más allá de ganar perseguían el sello Guardiola.
Todos pueden ganar, cualquier estilo ha cosechado victorias. Recordemos a la Grecia de la Eurocopa de 2004, el Liverpool
de Rafa Benítez, el Inter de Mourinho o el Atlético de Madrid del “Cholo” Simeone. Pero deslumbrar únicamente está al
alcance de unos pocos.
Tocaba pues percibir las diferencias entre lo que se iba a encontrar y lo que quería implementar. Ver si el entorno, incluidos
los propios jugadores iban a estar receptivos a los ideales de Pep. ¿Qué iba a hacer Guardiola para conjugar el pragmatismo
con la brillantez en un equipo ganador?
En definitiva, ¿qué iba a hacer Guardiola para introducirse en el planeta Bayern?
Sabía que no iba a traicionarse, y quería ver cómo iba a negociar con lo que ya había construido. Conocer cómo iba a
transformar a jugadores que tenían la necesidad de correr, contemplar la forma en que iba a convencerlos para abandonar sus
zonas de confort empezaba a ser de gran interés.
El relato cronológico que Óscar imprime en estas páginas va en esa dirección, en la de profundizar en la labor de un técnico
capaz de agrupar a jugadores talentosos sin perder el sentido colectivo, un entrenador que utiliza los obstáculos para que sus
equipos jueguen mejor, que rompe rutinas e incentiva al futbolista para mantener el espíritu competitivo siempre en alza.
Pep otorga versatilidad al juego sin modificar ideas, sino ampliando las soluciones creativas, siempre persigue lo utópico
encontrando en el trayecto esos elementos estéticos innegociables en sus equipos.
En la búsqueda de la perfección constante, de la excelencia, su carisma y capacidad de penetración se convierten en una
vitamina imprescindible para sus jugadores.
Más allá de la sabiduría estricta, Guardiola es un comunicador virtuoso, un entrenador que elige con sutileza los cómos y los
cuándos en la información que emite. Mantiene el control y la calma emocional en los jugadores, en un contexto muy fértil para
la expresión de los egos.
Hay una generación de técnicos excesivamente analíticos pero sin sentimiento por el juego. Por ello, la aparición del catalán
llenó de nuevos estímulos a todos aquellos que amamos la capacidad de sorpresa.
Guardiola escucha, asimila, necesita y busca el crecimiento de sus equipos, siente la necesidad de perfección continua, de
buscar la exquisitez táctica, forma parte de su vida el hecho de evolucionar.
Es un entrenador único, un inspirador. Con él nos preguntamos el porqué de las cosas, e incluso al indiferente lo introdujo en
el mundo del curioso.
Al introducirse en la obra que tienen en sus manos, convivirán con esa pasión que define a los mejores, y lo harán a través
del análisis del juego del Bayern de Múnich, un club que ha decidido poner sus recursos en manos de alguien que les
devolverá con creces semejante regalo.
Diego Latorre, ex futbolista y actual comentarista en Fox Sports y Fútbol para Todos. Columnista en
Diario Olé (Argentina).
“Lo de Guardiola fue un huracán devastador.Arrasó con toda la trampa y la mentira,las aniquiló de tal
manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar.El único que cada día juega peor es
Brasil”.
César Luis Menotti
INTRODUCCIÓN
“El individuo no tiene que encajar con el modelo, el modelo tiene que encajar con el individuo”. Osho
“El centro del campo es la parte esencial de un equipo. Los centrocampistas son inteligentes, jugadores que
tienen que pensar en todo el equipo. Tienen capacidad de sacrificio, y son quienes deben entender más el
juego”.� Pep Guardiola
“Todos los entrenadores hablan sobre movimiento, sobre correr mucho. Yo digo que no es necesario correr
tanto. El fútbol es un juego que se juega con el cerebro. Debes estar en el lugar adecuado, en el momento
adecuado, ni demasiado pronto ni demasiado tarde”. � Johan Cruyff
Agosto de dos mil catorce. El viento aún no ha desintegrado esas partículas del ritmo de samba originadas en las calles,
favelas o gradas de los estadios cariocas, y esparcidas al ambiente. En el aire, todavía se respira el Mundial de Brasil. Un
acontecimiento de este tamaño, dado cada cuatro años, deja siempre un aroma intenso y perdurable.
Se extrañarán los lectores de los preliminares de esta obra. Dirán ustedes que cómo se puede comenzar a escribir un libro en
julio de dos mil trece y que la entrada del volumen recoja momentos relativos al evento deportivo de mayor envergadura
disputado un año más tarde.
La razón es simple. El que escribe no soporta los caminos cerrados, los circuitos excesivamente preestablecidos. Prefiero ir
redactando lo que pienso y dejar para el final la parte introductoria, es decir, aquella que anuncia lo que ha sido el proceso de
manuscribir mis especulaciones.
La Copa del Mundo es un escaparate de tendencias, un espacio en el que cada selección, en base a los jugadores alineados,
emite unas señales futbolísticas facilitadas, aunque no siempre, por las estructuras que sugiere el seleccionador.
En el país brasileño, los entrenadores, fieles al modelo social arraigado y consistente en precipitar los sucesos, olvidaron el
transito desarrollado desde los pies y el cerebro de los centrocampistas. Los mediocampistas se han convertido en elementos
intermedios, aunque no intermediarios, en sistemas y estrategias cuyo deseo supremo es ningunear lo que debe ocurrir entre
ambas líneas de gol.
El “seis” es, en la actualidad, un “cinco” doblado, mientras el “ocho” ahora se transforma en un “nueve” adaptado a las
particularidades del plan. Entre las dos comunidades, se imponen jugadores con poco tacto para detectar los tiempos que
necesitan las cosas.
La configuración de las relaciones elude, en gran medida, esa labor coordinadora del centrocampista, posibilitando
secuencias en las que los responsables del inicio de las jugadas únicamente venlos movimientos de los alejados a su
posición. Las zonas donde habitan los mediocentros sólo se pueblan para que en caso de pérdida de la pelota haya defensores
prestos a impedir transiciones peligrosas al rival.
La concepción de que las cosas trascendentales ocurren en las áreas, nos deja una atroz enseñanza: la búsqueda del producto
eliminando un proceso medianamente lógico para que la producción sea agradable y más abundante.
Como los centrocampistas fueron despojados de aquella misión consistente en trasladar con sentido común la pelota desde
los lugares en los que se estrena la posesión, el juego resultante consiste en huir cuanto antes, y en línea recta a poder ser, toda
vez que se recupera el balón.
Los agitadores, gente de buen regate y de estrecha relación con la finalización de las acciones, que se asientan entre los
opositores más cercanos al guardameta adversario, rara vez son habilitados por las ordenanzas de quienes otrora decretaban
cómo debía proceder cada cual ordenándolo todo desde el pase.
Dichos atacantes se sienten aislados y tienen la difícil misión de ganar la pelota, en circunstancias incómodas, y llevar
peligro al marco en aventuras solitarias o con escasa compañía.
La cultura de la urgencia y del miedo a que la pérdida te sorprenda desprotegido sitúa en el candelero a futbolistas como el
holandés Nigel de Jong, el brasileño Luiz Gustavo o el argentino Javier Mascherano como paradigma del equilibrio.
Por el contrario, Andrea Pirlo, Modric, Valbuena, Moutinho o, a veces, Xavi Hernández quedan rodeados de compañeros,
que disfrutan jugando a otros ritmos, a los que es complicado localizar en los espacios pertinentes y en los momentos
oportunos cuando la jugada necesitó de varios pases más y de apoyo cercano.
En resumen, la novedad consiste en construir equipos de gran espacio para el ego y poco para el juego, en los que los
solistas se exhiben a ráfagas, mientras la inmensa mayoría que queda tras el balón se amontona para prestigiar eso que llaman
disciplina táctica o se pierden en pases intrascendentes y superficiales.
Estimo que, afortunadamente y sin la desatinada pretensión de convertirme en abanderado de alguna cultura de juego, la
campeona del mundo desdeñó lo común y construyó su proyecto tomando como núcleo fundamental la coalición de muchos
jugadores de buen pie, distribuidos de tal forma que se consiguieran tres objetivos claros:
1. Articularse sin poner en riesgo la continuidad de la jugada.
2. Llegar correctamente organizados a aquellos lugares desde donde se suelen acabar las acciones.
3. Sentir y hacer sentir al adversario la sensación de superioridad real.
Todos estos fines se hicieron un lugar en la historia del fútbol, materializándose en los noventa minutos de la semifinal frente
al país organizador.
Joachim Löw dibujó en su papel una red cuyos nudos estrangularon a Brasil. Puso sabiamente los nombres en la pizarra
antes que las flechitas, para que desde sus hombres pudiesen pasar las cosas que naturalmente debían pasar. Visualizó el
encuentro considerando que el equipo defensor iba a ser el contrincante. Se imaginó un partido desde el balón y con una
sentencia cristalina: que el receptor sea una solución para el pasador en la medida que el pasador le da la solución a él.
Hummels y Boateng jugaban siempre con la ventaja de dos laterales bien ubicados y la movilidad racional de tres jugadores
interiores que sabían prestarse presentándose allí donde la conveniencia dictaminaba. Özil y Müller se trasladaban a los
espacios vacíos, mientras Klose entretenía a los zagueros amarillos.
Pase, pase y más pase, que atravesaba el paredón de Scolari hasta llevar al marcador siete goles, muchos de ellos dignos del
fútbol sala. El recital teutón hizo llorar a un país pero obtuvo la admiración del resto del mundo.
Maicon, David Luiz, Fernandinho, Luiz Gustavo, Fred o Hulk, entre otros, padecieron en sus carnes los más excelsos
conceptos de ese juego de posición que tantas alegrías les ha dado a quienes supieron jugarlo de forma correcta.
En el Mundial de la negación del centrocampista, irrumpía de manera desgarradora el bisturí del juego que a través del pase
gana aliados a la causa de ser mejores que el otro equipo.
Los jugadores y las líneas no quedaban unidas por el simplismo de establecerse próximos a alguien, sino que se
flexibilizaban en un armónico acomodamiento milimétrico y multiforme a las circunstancias generadas.
Era un guiño a entrenadores como Cruyff, Juanma Lillo, Wenger, Luis Enrique o Pep Guardiola, extremados defensores de
esta concepción futbolística, y el anuncio de que la propuesta de cada equipo es única e intransferible porque depende de a
quiénes podamos relacionar y a partir de qué recursos lo hacemos.
Sirvan estas líneas introductorias para homenajear a ese tipo de fútbol, en el que todos los que participan prosperan al
unísono, y a sus protectores, como es el entrenador que nos ocupa a continuación.
El libro que tienen entre sus manos pretende describir, desde el único fundamento de la observación y las evidentes
limitaciones del observador, la experiencia de Guardiola en sus primeros dieciséis meses al frente del Bayern de Múnich.
Desde su llegada allá por el mes de julio de dos mil trece hasta octubre de dos mil catorce, no sólo para analizar su primera
temporada sino para examinar los primeros cambios que se han producido con la inclusión de los nuevos componentes de la
plantilla y la inevitable coadaptación entre Pep y sus futbolistas.
El entrenador, frente al conjunto de jugadores y sus características inherentes, en ese debate interno e inacabado entre cómo
quiere que sean las cosas y cómo pueden ser realmente. Litigio íntimo expresado en alineaciones, en innovación conceptual, en
múltiples experimentos para intentar no malgastar el potencial existente y, simultáneamente, seguir creciendo en esa ambición
de reconocerse como autor de una obra futbolística que parte de ellos sin obviar la propia sensibilidad. La persona, y sus
imprescindibles contradicciones, preguntándose permanentemente si lo exigido al jugador es lo correcto, y por tanto útil, o si
por el contrario esos requerimientos sólo sirven para una sobreactuación de sus cualidades.
Con el soporte visual de todos y cada uno de los partidos del campeón alemán, reflejaremos los intentos de transformación
de un equipo ganador por antonomasia, y que no ha necesitado de los conceptos que domina Pep para ser considerado, por su
extenso palmarés, como uno de los mejores clubes de la historia del fútbol.
Peregrinaremos desde el legado que dejaron sus años en el F. C. Barcelona, para familiarizarnos con sus gustos, hasta las
últimas decisiones tomadas en pos de incrementar el nivel competitivo de su equipo, evidenciando en cada capítulo la audacia
de una persona que no contempla el abandono de sus principios, que admite la complejidad como ingrediente renovador, y que
no quiere caer en ese fundamentalismo que reduzca las capacidades de los suyos y empequeñezca sus posibilidades de éxito.
Escribiremos, y añadirán sus opiniones acreditados personajes muy vinculados a estas ideas, sobre lo que ha provocado la
irrupción de Guardiola en la Bundesliga, el impacto de sus formas de proceder al contacto con la cultura bávara, la
trascendencia social y futbolística de sus creencias.
Ahondaremos en las transformaciones contextuales planificadas, en sus enormes consecuencias, en sus formas de liderar tan
cercanas al jugador y a su riqueza para relacionarse con el resto de compañeros durante el juego.
Nos detendremos en esa labor descubridora de recursos que debe poseer todo técnico, tan notoria en Guardiola, que quiere
ver más allá de lo dado hasta el momento, que cree ciegamente en la versatilidad del futbolista como alimento del orden en el
juego y del aumento de los recursos de la organización. Entenderemos también que no es un entrenador que parte de cuidar los
detalles, sino que es su obsesión por “el todo” lo que precisamente le hace detallista.
Caminaremos hasta llegara intuir las preocupaciones del catalán respecto a la consecución de un equipo que se parezca a lo
que él cree. Conjeturaremos sobre la contribución de los nuevos rostros de cara a la temporada 2014 – 2015, el segundo
ejercicio bajo su ideario. Analizaremos qué aspectos del juego que él sueña se han podido implementar con lo existente y qué
pretensiones únicamente pueden alcanzarse mediante fichajes concretos. Sus frustraciones, sus logros, los partidos donde el
Bayern de Pep se difuminaba en el Bayern de Múnich y viceversa, sus intentos por armonizar lo que aparentemente resultaba
disonante.
El de Santpedor sabe que se debe ser constante pero jamás terco, de ahí que desde su llegada supo de la imposibilidad de
trasladar la ortodoxia del juego de posición a su nueva ciudad deportiva.
El juego exhibido por los de Múnich ha revelado todas esas tensiones desarrolladas en el cerebro de un entrenador que no se
conforma con ganar del mismo modo que lo hacen los demás, sino que ambiciona que el mundo del fútbol comprenda que todo
está por hacer, que nada está escrito de manera definitiva, que somos mucho más de lo que parecemos ser, y que inquirir esas
aptitudes ocultas nos hace seres libres.
Se equivoca, como todos los demás entrenadores, puesto que seducirse a sí mismo suele adulterar lo que se observa, o te
amplía la distancia entre lo que se propone en función de lo que se dispone, pero son errores que dignifican su profesión
porque representan un divorcio del inmovilismo. Definitivamente, Pep Guardiola es un desertor de todo aquello que paraliza
el acto de repensar.
El intruso en un mundo de tópicos
“Una innovación es algo diferente de lo que se ha hecho antes… pero no basta: no puede ser simplemente
extravagante o excéntrico. Debe funcionar. Para ser creativo, de algún modo debe ser apropiado, útil, valioso,
significativo”.
Daniel Goleman
“El pecado nacional no es la envidia, es el desprecio,incluso el desprecio a la excelencia”.
Fernando Fernán Gómez
“La razón es muy simple, son cuatro años. El tiempo desgasta todo y yo me siento desgastado. Me he vaciado y necesito
llenarme. El entrenador necesita estar fuerte. Necesita tener aquella vida, aquella pasión, aquella energía necesaria para
contagiar tantísimas cosas, sobre todo a los jugadores para que puedan demostrar que tienen la capacidad para seguir
disfrutando”.
Así se despedía Josep Guardiola Sala de los incondicionales azulgranas, en una sala de prensa que tenía en sus primeras
butacas a esos futbolistas junto con los que había construido posiblemente el equipo más atrayente de la últimas décadas. Con
sencillez, mostrando la necesidad de rehacerse, tras haberse rendido al cansancio lógico de quien jornada tras jornada entrega
su alma y su intelecto al hecho de custodiar una filosofía de juego, y de vida, hasta hacerla perdurar de forma indefinida. Se
apaciguaba momentáneamente un volcán que arrojaba un magma fértil en lo conceptual y en lo relacionado con las formas de
concertar la abundancia de talento.
Profundizar codiciando lo oculto, hacia lo posible enclaustrado, otorgar visibilidad al hecho de que el jugador, y en
consecuencia los equipos, son mucho más de lo que aparentemente evidencian; trascender los límites de lo que se halla
extendido y generalizado, alumbrando un hecho irrefutable: que la organización permanece siempre abierta, permeable a
nuevos contenidos con los cuales intervenir en el juego y su complejidad.
Contenidos que emergen de las cualidades características de cada organización, de apreciar las múltiples formas de
relación, de variarlas, para lograr “liberar al razonamiento de la inercia cultural y teórica acumulada”.1 Tener puestos los
cinco sentidos a la proposición de las más eficaces mezclas de jugadores para tratar de exteriorizar aquello que mejor se
adapta a lo circunstancial. No dejar de insistir en que se comporten como son.
1. Zemelman, H. (1998). “Sujeto: existencia y potencia”. Anthropos. Barcelona.
Eso representó Pep Guardiola en sus cuatro años de blaugrana. Un advenedizo que renunció al empobrecimiento de una
maravillosa idea, instaurada fundamentalmente por Johan Cruyff, realzando su valor a través de conceder que los mejores y
más complementarios jugadores siempre estuvieran en el terreno de juego para jugar a lo que mejor saben jugar.
Propiciar que el talento coordinado entendiera que los valores ancestrales más nobles, aquellos relacionados con la
formación de las más exitosas sociedades, eran fundamentales para la máxima expresión del virtuosismo de cada cual.
Les dijo que la pelota les haría permanecer siempre juntos, pero que hacía falta la activación de la voluntad para que, en
caso de perderla, esa distribución alcanzada por el excelente uso del balón sirviese para ganarlo de nuevo rápidamente.
Les convenció de lo resolutivas que eran sus capacidades futbolísticas, le puso nombre a lo que sus jugadores sabían
elaborar, palabra al conocimiento procedimental, y generó contextos formidables para desencadenar que todas esas cualidades
colectivas sirvieran para ganar y dejar grabados en la historia los nombres de Iniesta, Xavi, Messi, Piqué, Valdés o Busquets.
Ahí otra novedosa enseñanza: somos libres en la medida en la que somos capaces de colectivizarnos. Que para lograr
determinados fines, el jugador no puede ser entendido sin tener en cuenta su dimensión social.
Nadie se había atrevido a adelantar a los dos laterales simultáneamente, y menos cuando al balón le quedaba un tiempo para
llegar a dichos espacios o sencillamente a veces nunca pasaba por ellos.
El portero, que sabíamos que también tenía pies porque le adivinábamos unas botas con tacos, pasó de intentar detener los
lanzamientos recibidos por parte del adversario, a proponer los cuándos, los dóndes y con quiénes había que relacionarse
para que el ataque fuese certero.
Los centrales comenzaron a cambiar el rol respecto a sus temidos enemigos goleadores, y eran quienes iban en busca de los
delanteros para eliminarlos y así generar ventajas numéricas y/o posicionales a los integrantes de la siguiente línea. Hilar
desde la propia mitad de cancha era un hecho innegociable.
No se trataba de alejar la pelota de nuestra portería, sino alejarla de los rivales, en ocasiones acercándosela para hacerlos
creer que podían poseerla e hipnotizados quedaran fuera de combate.
Quién iba a imaginar que el término “movilidad” mezclaría magistralmente con el de aguardar pacientemente y a distancia
eficaz detrás de la línea que se predisponía a acosar al poseedor del balón. Unos rotaban mientras otros moraban en espacios
estratégicos para facilitar la circulación del balón.
Los partidos se afrontaban con la misma gama de colores, pero siempre con alguna tonalidad novedosa. Matices que
convertían cada encuentro del Barça en un propulsor del mejor de los estados de ánimo para quienes gozamos con este
basculante deporte. La estrategia destinada a imponerse al rival se transformaba de una semana a otra sin perder jamás la
esencia natural de las relaciones de mayor nivel dentro del equipo. Eran planes planeados desde la extracción del material
neuronal de unos jugadores extraordinarios. Se construían nuevas realidades como consecuencia de modificar determinadas
relaciones. Así, los rivales podrían adivinar, como mucho, algunas tendencias pero jamás recabar certezas.
Unos días salía con dos, otros con tres. A la siguiente jornada los de fuera por dentro y los de atrás más adelantados.
Asimetrías cargadas de reequilibrios que agitaban y desarreglaban cualquier proyecto esbozado desde el otro banquillo.
Finales de prestigiosos campeonatos donde todos los centrocampistas del mismo perfil se hermanaban desde el pase haciendo
creer al planeta fútbol que los demás equipos eran comparsas que quedaban emparedados entre las inmediaciones de su área y
su propia portería.
Quién iba a decirnos que jugar en exceso sobre algunos espacios, acumulando jugadores y pases, iba a ser un medio
determinante para que otros compañeros, alejados de dichas zonas,se aprovecharan de la atracción de opositores que se
generaba con dicho hecho. Juntarse para juntar y así deformar cualquier configuración destinada a cerrar los pasillos de
acceso al gol.
Todos cuantos pertenecemos al fútbol sabemos que no hacían falta dichas transformaciones, dispuestas prácticamente cada
tres días, si el objetivo era simplemente la victoria. Los mejores futbolistas de una generación, en su mejor momento, habían
coincidido con la misma camisola. Con eso, aunque no siempre, suele bastar.
Sin embargo, la actividad cerebral de los que compiten se entusiasma precisamente por la sugerencia de desafíos
interminables que tienen que ver con mostrar al mundo entero que los recursos dominados son inacabables. Así, el futbolista
se siente capaz de todo, percibe que su potencial es ilimitado y que su aptitud no queda entregada al hábito que minusvalora y
restringe su realidad. Brotan los bienes colectivos, ser hombre libre no consiste, tal y como ocurre en la época post Guardiola,
en jugar para la ovación personal, sino pensando en que cada manifestación creativa nace de compartir espacio, tiempo y
convicciones con el resto de los protagonistas del juego. Mejorar individualmente no tenía relación alguna con ser
individualista.
Les parecerá un contrasentido, pero la despersonalización del sujeto precisamente guarda relación con el abandono de las
relaciones. Todo proceso constructivo intencionado requiere de mutua influencia.
En un juego donde lo insustancial imperaba, apareció el de Santpedor y puso patas arriba los lugares comunes donde
descansaba ese asumido fútbol cerrado a la innovación e indispuesto a ser retocado.
La sociedad balompédica aceptó a regañadientes a este técnico y sus “indiscretos” criterios únicamente porque el peso de
las victorias impedía emitir juicios mediocres, además de la coartada que le otorgaba el hecho de haber sido un
centrocampista de renombre internacional.
La vulgaridad es así. Espera resguardada hasta que la derrota le genera ese falso fundamento para censurar lo que jamás
podrá comprender.
No se trataba de excluir otras maneras de proceder, sino más bien notificar que hay juego y resultados más allá de lo
heredado por quienes nunca quisieron hacer el esfuerzo de observar el verdadero potencial inherente a todo equipo, ignorando
que la inteligencia más sublime está en saber que todo está por hacer donde aparentemente está todo hecho.
Y está por hacer porque el ser humano, el jugador que juega, es mucho más de lo que nuestros prejuicios dictan, ya que
ningún prejuicio tiene más autenticidad que las dinámicas interactivas a las que debemos prestar atención como técnicos para
esbozar la intencionalidad de nuestro juego.
La marca “Barça” como paradigma a emular
“El estilo viene determinado por la historia de este club y vamos a ser fieles a ella. Cuando tengamos el balón, no
lo podemos perder. Cuando eso suceda, hay que correr y recuperarlo. Eso es todo, básicamente”.
Pep Guardiola, en la excelente publicación biográfica de Guillem Balagué
“Vamos a intentar no atentar contra lo que ellos son, a ver si conseguimos una forma de jugar que sea su forma de
jugar”. Juanma Lillo
Para insatisfacción de muchos y alborozo de otros, el juego del F. C. Barcelona no era únicamente distinto, sino también
distante en rendimiento respecto al de los demás competidores.
Fueron cayendo progresivamente los títulos, hasta catorce en cuatro años, produciéndose un cambio generalizado de
mentalidad, una orientación de los gustos hacia ese fútbol singular e innovador.
Como súbditos de la victoria, todos se adhirieron a la emotividad gestada en el cerebro de jugadores que tenían como
denominador común la facilidad para mejorar las condiciones al compañero al que pasaban el balón.
El estilo, tan sugestivo y original en sus formas, volvía a dejar en el centro de los focos a la figura del técnico. Casi se
publicaba que el entrenador catalán atesoraba una pócima mediante la cual sus deportistas eran vaciados de sus pertenencias
motrices y decisionales para ser reprogramados hábilmente.
Tal es así, que algunos jugadores del club enunciaban haber sido reinventados por el “mago” Pep. Craso error, pues la
revelación de determinadas capacidades “dormidas” tienen su origen en la configuración de relaciones propuestas. Esas
habilidades no pueden ser añadidas por nadie. Emergen de las interacciones y de su puesta en escena en un contexto concreto.
Ningún ser humano disfruta del poder de agregar a un semejante nada que éste no posea. Somos, como mucho, estimuladores
de lo disponible.
El escudo del F. C. Barcelona era el reclamo más deseado por aquellos dirigentes que creyeron que contratando a un
entrenador que hubiese trabajado en la casa culé se podría imitar el modelo de La Masia.
Tanto en la elite como en las categorías más modestas, proliferaban los equipos con técnicos interesadamente sensibles a
esos ideales y cuya única intención era hacer parecer que la implementación de determinados conceptos tenía que ver con la fe
de quienes los nombran y tratan de entrenarlos.
La fisonomía de muchos clubes mutaba, algunos consiguieron mejorar puesto que entre sus jugadores encontraron semejanzas
respecto a algunos propósitos del juego de posición, pero en la mayoría de los casos esa vana aspiración emuladora degradó
el rendimiento natural.
La posesión comenzó a ser más importante que los objetivos que se persiguen con ella. Se pasaban un balón hueco, vacío de
intencionalidad. La distracción acababa distrayendo a los que tenían la pelota y el jugar separados, sin la posterior
determinación por conquistar juntos determinadas zonas, acababa exponiendo y ridiculizando a los jugadores que quedaban
detrás del balón cuando se malograba su tenencia.
El reajuste entre lo que se podía realizar y el cómo se debía efectuar era inexistente y lo quijotesco se propagó a un sinfín de
estadios y ciudades deportivas de todo el globo terráqueo.
El juego es de los jugadores. Tal es así que los nuevos conocimientos surgen de las relaciones entre ellos. El entrenador, en
su voluntad de construir, debe enunciar lo que percibe que destaca en determinadas interacciones, reflexionar sobre las
posibles consecuencias que pueden generarse, sabiendo del mismo modo que “todo conocimiento es una aproximación
incierta”.2
2. Pozo Municio, I. (2002). “Aprendices y maestros. La nueva cultura del aprendizaje”. Alianza editorial. Madrid
La “etiqueta Barça” es intransferible no solo al exterior. Internamente siempre habrá conceptos coincidentes de una a otra
generación, de uno a otro equipo, básicamente porque la elección de los jugadores tiene como denominador común el parecido
con sus antecesores, pero hay que atender a quienes van conformando las plantillas para no desdeñar lo que realmente son. Las
semejanzas no deben crearnos la falsa ilusión de haber clonado los guiones, fundamentalmente porque con ese espejismo
queda apresada riqueza y, con ello, oportunidades de crecimiento global y, evidentemente, particular.
Los conceptos son comunicables cuando el jugador siente de alguna forma que forman parte de él. Aunque existan cosas que
nunca haya realizado, debe verse seguro al contacto con esos nuevos estímulos.
Esa seguridad está fundamentada en la garantía de realización, y dicho respaldo tiene que ver con la pertenencia de las
cualidades precisas para manifestarlo.
¿Creen que si dependiese exclusivamente del entrenador, el Bayern de Múnich actual no jugaría igual que el Barcelona de
los últimos años?
¿Por qué no ocurren las mismas cosas cuando interactuaban Piqué, Iniesta y Jordi Alba, que cuando combinan Dante, Ribery
y Alaba, si el entrenador en ambos casos es el mismo?
Alemania, por ejemplo, pudo transitar determinadas veredas del camino del juego de posición porque Hummels, Lahm, Özil,
Gündogan, Götze y Reus coexisten en el mismo contexto, y no porque Joachim Löw estuviera analizando los métodos del
Barça. Y aún así, su juego nunca será igual al de la selección española.
Otros grandes conjuntos loprobaron con algunos principios relativos a esta concepción. Fueron actualizándose a medida que
comprobaban lo que era posible realizar, creciendo de manera notoria. A algunos equipos da gusto verlos jugar. En ellos se
distingue la utilización del pase pensado, se advierte la conciencia de cadencia al juntar en el campo a los apropiados.
La mayoría deambulan parodiando la figura de esos enormes futbolistas que se pasaban en el Nou Camp la pelota con la
imponente pretensión de dividirles el juego a los contrincantes. Parodia que expone a unos jugadores al mayor de los ridículos
en infinidad de terrenos de juego. Los entrenadores se defienden apelando a la valentía de la propuesta, ensimismados en la
irrealizable labor de calcar atributos conductuales.
Para parecerse a alguien o a algo, se deben poseer características semejantes al elemento original. No se puede jugar como
el Barça si los que empiezan las jugadas no son mejores que los que tratan de impedirlo, si no se sabe pasar dando ventajas al
nuevo receptor, si no se puede proteger la pelota en espacios minúsculos plagados de opositores para que los adversarios
terminen desprotegiéndose.
Es inviable comportarse como si se llevase encima la elástica azulgrana sin “que los centrales definan el juego como
centrocampistas añadidos”,3 sin dominar el balón como si se tratase de una parte más de las extremidades inferiores, sin la
inteligencia para desbaratar trayectorias de acoso conduciendo o pasando, o desprovisto del talento para saber pausar y
manejar los ritmos en el momento oportuno, entre otras muchas cosas.
3. Torquemada, R. (2012). “Fórmula Barça”. Lectio Ediciones. Tarragona
Tampoco se puede jugar a defender espacios, empleando una actitud marcial, recuperar el balón y lanzarlo hacia el vacío si
no se disponen de jugadores apropiados para tal fin.
En la actualidad, ante la supuesta decadencia del modelo basado en posesiones duraderas, seguramente observaremos a
muchos conjuntos aferrados en repliegues intensivos y transiciones incontroladas. Dortmund, Atlético de Madrid o Chelsea
suscitan apegos, y a partir de ahí todos creeremos tener en nuestras plantillas a Lewandosky, Inmobile, Aubameyang, Reus,
Hazard o Diego Costa.
De hecho, algunos probaremos a un central como centrocampista, tal y como David Luiz ha actuado con Mourinho, y
expresaremos lo acertado de la decisión tomada. O estructuraremos al equipo en una línea dispuesta alrededor del área de
penalti para mostrar las sucesivas ayudas al oponente que lleva la pelota y así merecer el galardón de técnico estudioso y
detallista.
Habrá rebelión de quienes no toleran que el fútbol se piense desde el que lo juega, todo conspirará para que se hable de la
perspicacia de los que habitan en las áreas técnicas, y se pondrán de relieve los méritos en la supuesta dirección del partido.
Bajo mi punto de vista, el descenso de productividad de las últimas temporadas en can Barça, precisamente tiene su origen
en el abandono progresivo de las propias formas.
Es una renuncia a mostrar correctamente lo que se posee para tratar de llevar a cabo otro fútbol impropio, si tenemos en
cuenta las inherentes peculiaridades de los jugadores que conforman la plantilla.
Es una especie de dejación de funciones, de cambio en las condiciones, que ha descompuesto el orden sustancial de la
organización.
Es antinatural, teniendo en cuenta los jugadores que conforman la nómina azulgrana, observar a Messi invadiendo los lugares
de los que manejaban el juego, los de arriba buscando, una y otra vez, sin las condiciones precisas el movimiento definitivo
sin valorar al resto. Lo fingido ha hecho del Barça un equipo largo, sin juego acorde a los protagonistas, característica que
influye negativamente en su rendimiento. Parecen otros porque las relaciones no se parecen y nadie les “exige” que vuelvan a
ser consecuentes con sus formas más íntimas.
Pierden la pelota en circunstancias que impiden exhibir fortaleza alguna para volver a ganarla. Descubren pasillos ante unos
adversarios que no tuvieron que plegarse en exceso y que quedaron organizados para atacar con evidentes garantías.
Ojalá la llegada de Luis Enrique devuelva todo a su lugar, se reconquisten las formas y se puedan seguir integrando los
matices necesarios para reverdecer ese fútbol llamativo que conquistó el globo terráqueo.
No será un fácil cometido puesto que desde la salida de Pep todo se ha ido desgastando de manera progresiva. Claudio
Bravo desde la portería, y Mathieu o Thomas Vermaelen desde su posición deberán emprender la búsqueda de los
centrocampistas mejor situados. Rakitic, Sergi Roberto, Samper y Rafinha serán los responsables de que simultáneamente se
reúnan pases y compañeros para desplazarse articuladamente, mientras que Neymar y el uruguayo Luis Suárez tendrán una
doble misión: permitir que jueguen confortablemente los que más veces deben tocar la pelota y predisponerse para
protagonizar las acciones de desmarque de penetración, regate y remate.
EL ENTRENAMIENTO A TRAVÉS DE JUEGOS DE
POSICIÓN
por Xavi Hernández (jugador del F. C. Barcelona)
Hablar de fútbol se hace complejo ya que es un tema muy amplio, pero desde estas líneas, y aprovechando la oportunidad
que Óscar me brinda, voy a intentar, desde mi experiencia, explicar el sentido de los juegos de posición y el porqué de su uso
en los sistemas de entrenamiento del F. C. Barcelona.
El juego asociativo es fundamental para entender nuestra idea de juego, esa filosofía que inició Johan Cruyff hace casi treinta
años, y que posteriormente siguieron entrenadores como Van Gaal, Rijkaard, y sobre todo Pep Guardiola, quién acabó
revolucionando los sistemas implantados por Cruyff.
Para potenciar este juego asociativo no hay tarea más importante, no hay trabajo más fundamental que el juego de posición.
Desde que tengo conciencia futbolística, llevo en el F. C. Barcelona desde los diez años, he entrenado este ejercicio tan
sencillo pero a la vez tan completo, con múltiples variables que permiten al entrenador, y principalmente al jugador, preparar
las diversas situaciones que te encuentras en la competición. Todos sabemos que en un partido jamás se repiten las mismas
situaciones, pueden ser parecidas pero jamás idénticas, y gracias a este ejercicio es posible anticipar todos aquellos
conceptos futbolísticos que has de ejecutar, porque además de ser ejercicios formativos y competitivos, son también
agradecidos y muy amenos, por lo que no hay mejor fórmula de llegar al jugador.
El concepto de entrenar a buen nivel y con exigencia es garantía de éxito deportivo, o al lo menos de aumentar las
posibilidades de ganar, y para ello disfrutar del entrenamiento es básico y fundamental.
En el fútbol moderno, si hay un concepto que destaca por encima del resto es la velocidad, no me refiero tan sólo a la
velocidad física, me refiero a la velocidad mental, al saber qué acción debo hacer antes de recibir el balón, al posicionar bien
mi cuerpo facilitando mi siguiente acción teniendo un campo amplio de visión.
Estos conceptos tan importantes en la competición son por supuesto entrenables, y con los juegos de posición la mejora es
notable. Estos ejercicios son muy ricos en contenido, puedes trabajar principios importantísimos en el fútbol como pueden ser
el último pase, el giro, el cambio de orientación, los cambios de ritmo y, sobre todo, la visión de juego.
A nivel técnico son básicos el uso del control orientado, jugar a pocos contactos para facilitar la velocidad de balón, y a su
vez evitar la presión rival, levantar la cabeza para saber quién me presiona y por lo tanto qué compañero mío queda libre para
poder jugar con él y seguir con la posesión.
La posesión es un aspecto vital en la filosofía de juego de nuestro sistema, posesión para protegerse con la pelota,
entendemos el juego a partir del balón. Si tienes el balón eres el dueño del juego, eres protagonista y a su vez te defiendes, por
lo que el objetivo es tener el mayor dominio de la pelota.
Además, por defecto, no trabajamos en excesoel sistema defensivo, defendemos teniendo el balón, y es a partir de estas
posesiones cuando aparecen aspectos como los triángulos, las opciones de pase, el movimiento al espacio o al pie, es decir,
aparece algo tan importante como es la toma de decisiones, que el jugador piense rápidamente y además decida bien todas
aquellas opciones que se le presentan.
En definitiva, los juegos de posición fomentan el talento del jugador, algo que a la postre es fundamental en los éxitos de este
modelo tan exportado y tan exitoso durante muchos años. Ni que decir tiene que estos trabajos se emplean desde la etapa
benjamín, convirtiéndose en uno de los grandes secretos de que este club sea una fuente inagotable de talento.
Otro aspecto que no podemos olvidar es la calidad de esta posesión, es decir, el movimiento de los jugadores que no tienen
el esférico. Durante el juego los centrocampistas son muy importantes, son protagonistas en el desarrollo del juego, y para que
estos puedan jugar con seguridad y efectividad, el desplazamiento de los jugadores sin balón es vital. En el fútbol ha de haber
movimientos de apoyo y de ruptura constantes para poder generar opciones de pase a los centrocampistas y, en definitiva,
mover a los defensores rivales para generar espacios a través de los cuales poder generar peligro.
Por último, no podemos olvidar que el juego de posición es una tarea globalizada, y cuando hablo de ello me refiero a que
se interrelacionan aspectos técnicos, tácticos, físicos e incluso motivacionales, por lo que se convierte en un trabajo
completísimo. Si a ello, además, añadimos que las variantes que hay son inacabables seguro que estamos de acuerdo en que
este tipo de tareas son de las más completas que existen.
El Bayern como elección. Atendiendo a la emergencia exitosa
“Cuando te llama el Bayern, hay que ponerse, firmes. Por su historia, por sus jugadores, por lo que representa. Hay
pocos clubes tan especiales. Ahora lo que necesito es un poco de tiempo. Hay que ir paso a paso”. Pep Guardiola
“Es uno de los mejores entrenadores del mundo y todos están muy contentos, pero tenemos que pensar en el
presente. En el primer partido después de que se anunciara su fichaje se notó que estábamos en una burbuja y eso
no se puede volver a repetir”. Javi Martínez
El poder de persuasión de alguien que colecciona títulos y que abanderó la liberación de un juego tan eficaz como artístico
es enorme. La etiqueta ya seduce sin esfuerzo extra alguno.
No se requiere de suplemento periodístico cuando sobre el rectángulo de juego se diseñaron formas fabulosas de conquistar
la conmoción del respetable. La eterna huella dejada ya expande los elogios sin necesidad de sacrificio.
En Alemania comparaban a Guardiola con Albert Einstein sabedores de que en la Bundesliga aterrizaba un técnico que
genera expectativas desmedidas fruto de sus éxitos y, ante todo, del estilo elegido para alcanzarlos.
Desde su primera comparecencia, ofrecida en alemán ante las atónitas caras de los presentes, se propagó el deseo de medios
de comunicación, aficionados y diversos especialistas en fútbol por conocer de primera mano sus secretos en la dirección de
grupos, metodología de entrenamiento, planificación de partidos o gestión de gloria y fracasos puntuales.
Los jugadores de la plantilla, ya percibían el contacto con lo original aún sin haber coincidido con el de Santpedor sobre la
hierba o rodeados de taquillas en algún vestuario, pues ya se concebían como dominadores de los encuentros pase a pase.
Querían someterse a esa mal llamada “reinvención”, metamorfosis ideada desde las cualidades intactas de jugadores que se
habían forjado en la costumbre redundante, y que entendían que había llegado la hora de descorchar el recipiente contenedor
de nuevas señales futbolísticas. En definitiva, con siete meses de antelación ya querían jugar para él.
El propio capitán del equipo, Phillip Lahm, manifestaba que esperaba a Pep con los brazos abiertos, signo inequívoco de
que el grupo empezaba a estar ávido de esas esperadas experiencias distintas a las habituales.
Después de unos meses recluido en New York, desligado del estrés que supone ganar y agradar cada tres días, quizá
reconociendo que el indispensable cambio de ciclo en el Barça no debía pasar por su toma de decisiones, Pep se decidía por
el Bayern de Múnich como equipo a dirigir desde julio de 2013.
Las especulaciones previas lo situaban en Inglaterra, concretamente en clubes gobernados por magnates como el City o el
Chelsea, proyectos de gran ambición, envergadura financiera para contratar futbolistas de máximo nivel, pero sin el peso
histórico y la extraordinaria organización del conjunto alemán.
Sinceramente, no me imagino a Guardiola tomando un café y conversando de fútbol con el dueño de ninguno de esos
equipos, a pesar de que Ferrán Soriano y Beguiristain, ex compañeros durante una espléndida etapa, ostenten cargo en los de
Manchester.
En Stamford Bridge adoran a José Mourinho. El director espiritual de los `blues´ es el mayor antagonista conceptual de Pep
Guardiola, así que tratar de atraer la emotividad de Frank Lampard, Petr Cech o John Terry, verdaderos caudillos del
vestuario inglés, se antojaba misión imposible.
Los aficionados del Chelsea fueron educados en la cultura del dominio de los espacios, de las transiciones fugaces, del
delirio incitado en la coordinación del robo de balón y la velocidad para ganar metros, en el juego de ritmo alto, o en la
protección de la pelota de Drogba, que hacía digno cualquier pase largo y aéreo.
El entrenador catalán les hubiese propuesto otras emociones, sin taquicardias permanentes, con sosiegos previos a la
manifestación de egos dinámicos, con quietudes anteriores a la vibración definitiva.
Habría promovido que Ivanovic o Cahill tomasen conciencia de que cerca de ellos hay centrocampistas a los que entregar
posibilidades de progresión limpia, David Luiz jamás hubiese sido el encargado de hacer posible ese codiciado fútbol
dictatorial desde la pelota, o Fernando Torres y André Schürrle difícilmente interiorizarían esa obligada alternancia entre
fijación y desmarque tan ineludible en el juego de posición.
El olor a juego afín a Guardiola es mucho más intenso, a priori, en Múnich y con Matías Sammer, Uli Hoeness, Rummenigge
o Franz Beckenbauer debe ser más enriquecedor relacionarse aunque sea para discutir confrontando opiniones.
Ya hemos comentado que la selección germana lleva optando varios años por un manual donde los jugadores de buen pie
son prioritarios. Este cambio, reconocido y aceptado, ayuda igualmente para inclinarse, puesto que el terreno es mucho más
fértil de cara a implementar pensamientos fundamentados en la pelota y su complejidad comunicativa.
Evidentemente, no es tarea sencilla traspasar fórmulas desde Sant Joan Despí a München-Giesing sin clonar a Iniesta o Xavi,
pero de los grandes campeonatos continentales quizá el alemán sea el más próspero para desarrollarlo.
La estabilidad es otro de los aspectos determinantes en la elección, ya que, a pesar de haberlo ganado todo durante la
temporada 2012-2013, el Bayern de Múnich cuenta con un equipo donde es más factible construir contextos de rendimiento
continuado.
Jugadores complementarios y una mezcla interesante entre futbolistas emergentes como Boateng, Kroos, Alaba, Thiago, Javi
Martínez, Götze o Thomas Müller, junto a los experimentados que no pasan de la treintena como Manuel Neuer, Ribery, Lahm,
Robben o Bastian Schweinsteiger hacen fácil la elección.
El listón de Jupp Heynckes.¿El fútbol va mucho más allá de
los títulos?
“No hay que confundir, no hay que caer en la tentación de confundir la grandeza con lo grandote. A veces la
grandeza está escondida en las cosas chiquitas, en esos movimientos minúsculos”. Eduardo Galeano
“Es el mejor técnico y el más popular de la historia del Bayern. Me fascina totalmente su meticulosidad. Tras el
triplete todos creyeron que bajaríamos uno o dos peldaños. Pero Pep ha conseguido que subamos dos escalones”.Rummenigge
No se trata únicamente de cumplir propósitos, sino de seguir persiguiendo sueños de gran envergadura. En lo trazado no se
incluye exclusivamente la imposición de ganar, puesto que los grandes proyectos deben tener en consideración que lo tangible
no distorsione lo posible.
Jupp Heynckes entendió perfectamente la coherencia que debe haber entre la riqueza disponible y los objetivos marcados.
Utilizó a favor de su propia naturaleza las relaciones existentes entre los futbolistas del Bayern.
Creó un equipo de transiciones rotundas, que vivía del dinamismo de sus jugadores de ataque y de la esencial estructura que
formaban los que quedaban por detrás de la pelota en cualquier proceso emprendido. Legitimó la relevancia de las
intervenciones en saques de córner y faltas laterales.
El súmmum de dicha expresión futbolística llegó el veintitrés de abril de dos mil trece en el Allianz Arena, cuando en
semifinales de Champions el Barça de Tito Vilanova sufría una de las derrotas más dolorosas de la historia reciente azulgrana.
Aquella noche, Mario Gómez metía en el área a los centrales catalanes; Müller surgía de la nada para invadir el área;
mientras que Ribery y Robben, secundados por Alaba y Lahm en oleadas sucesivas, vencían una y otra vez los duelos
exteriores. Dani Alves y David Alba no podían frenar semejante avalancha y las oportunidades se sucedían ante el asombro de
unos centrocampistas que tampoco eran capaces de aplacar los ritmos y serenar los procesos.
El estado del encuentro desnudaba los déficit de los dos centrales alineados, Pique y Bartra, poco preparados para defender
los numerosos envíos laterales realizados por los bávaros.
Javi Martínez y Bastian Schweinsteiger se compenetraban porque la complejidad de lo exigido nunca comprometía su
condición, mientras que los centrales, en ningún caso, tenían que acertar proponiendo seguir acertando.
Lo ganaron todo, volvieron a recuperar la hegemonía local, en manos del Dortmund, y avasallaron en Europa con
eliminatorias brillantísimas.
Sin embargo, los capos del club advertían más allá de lo obvio y construían en la intimidad un futuro distinto. Debieron no
complacerse con lo que había, congratularse de lo que se obtiene con el éxito circunstancial, y buscaron en Pep ese impulso
transformador que creara una visión distinta de futuro. Era hora de volver a mirar hacia adelante y hacerlo además con otras
lentes.
La evolución partió siempre de los visionarios, de los que se niegan a ellos mismos el bienestar del éxito cosechado y ponen
dirección al presente imaginando un futuro diferente. Elevar las aspiraciones en un contexto tan laureado, tratar de patentar
nuevos estilos de significado compartido, alejados del convencionalismo, sólo puede hacerlo quien está capacitado para fijar
límites y transgredirlos incesantemente.
Guardiola siente una inagotable necesidad de establecer pasarelas para recorrer el camino que va de lo real al ideal
pretendido. Sabe que una organización inmutable es una organización que camina directamente al fracaso. Cree en ese perenne
“estar haciéndose”.
El fútbol que queda grabado a fuego es aquel que va mucho más allá de los títulos. La Holanda del setenta y cuatro o del
setenta y ocho será siempre un referente a pesar de no haber logrado salir campeona del mundo.
Neeskens, Krol, Resenbrink, Van de Kerkhof, Jansen o Johan Cruyff, son nombres cuya pronunciación nos traslada al mejor
de los recuerdos casi sin importar el resultado material de su fútbol.
Por supuesto que este es un deporte de guarismos, no conozco a ningún entrenador que salte al campo con la intención de
perder, pero hay técnicos que cuando cuentan con la fortuna de dirigir a equipos colmados de talentos excelsos no se
conforman con la mitad del potencial habido, sino que buscan la máxima expresión y versatilidad del mismo. Aunque los
errores sean mayúsculos, más allá de levantar más o menos trofeos, está el empeño por querer que trasciendan características
grupales que se alojan entre sus jugadores y que aún están por exteriorizarse.
Ganar gustando es la obsesión del nuevo míster del Bayern de Múnich, situándose siempre en ese diálogo imprescindible
entre lo que ofrecen sus jugadores y lo que pueden ir ofreciendo, detectando esas coyunturas relacionales para destapar
potencial intacto hasta ese momento.
Es evidente que hay días en los que lo propuesto desata condiciones inferiores a lo frecuente, partidos en los que
determinadas estructuras degradan las opciones de construir un fútbol más afinado, pero Guardiola no para de retocar cosas,
no abdica de sus creencias para reparar lo que para él son imperfecciones, y así también evitar que su juego tenga señales
excesivamente predecibles para los diferentes rivales.
El inicio del trayecto. La declaración de principios... los de los
jugadores
“A los jugadores sólo les tengo
que aportar pequeñas pautas,pero tengo que conseguir que se liberen,que jueguen como ya saben”. Guardiola
“Casi todo lo absurdo de nuestra conducta es resultado de imitar a aquellos a los que no podemos parecernos”.
Samuel Johnson
Pep es consciente de que, en última instancia, son los futbolistas los que, a través de su lucidez, determinan el rendimiento
del equipo en las distintas competiciones. No es posible alcanzar y mantener un estado glorioso sin que existan participantes
de alto nivel. Las cosas no suceden porque se juega de una manera determinada, sino por quienes lo realizan.
Por eso, en un momento de su inicial discurso ante la prensa dijo que “la gente no va al campo a verme a mí, y sé muy bien
que los jugadores del Bayern son diferentes a los del Barcelona”, algo que servía de aviso para aquellos que pudieran
obviar que sin buenos jugadores pocas cosas buenas pueden suceder, y para anticipar que en ninguno de los casos su Bayern
podía jugar como el Barça.
Él sabe de la importancia de permitir la circulación de ideas entre jugadores y entrenador para así discernir los signos
constitutivos del fútbol del equipo.
Reconocer el potencial único de cada uno de ellos y crear las condiciones cooperativas para no mermarlo, y poder lograr
que se sientan valiosos en la consecución de los retos, es tarea artesanal, imprescindible y compleja.
Con tanta metodología aparecida últimamente y vinculada a la excelencia del cerebro del entrenador, hemos olvidado que
esos “sub-principios”, mencionados para especificar las propuestas colectivas del juego pretendido, no tienen sentido si no
proceden de “sus principios”, es decir, de lo que contienen entre sí los que se concilian jugando.
Vivimos en la era de la magnificación de las ocurrencias de los técnicos, nos hemos convertido en militantes de la victoria y
le inventamos capacidades a los hombres que supuestamente preparan partidos importantes y acaban ganándolos.
El conjunto al que “digo” que preparo, el filial del Real Betis Balompié, acaba de ganar el campeonato de liga 2013-2014.
Entre las felicitaciones, me llega una que me llama especialmente la atención por ingeniosa. En ella, un gran amigo me
comenta: “Enhorabuena. Ya puedes decir lo que sea que será cierto”.
No existe mejor forma de explicar que, lamentablemente, quienes se coronan con los trofeos son los que más y mejor
trabajaron según la masa social. Menuda memez.
Ese ego corrosivo, fundamentado en querer abarcar lo inabarcable, cerrar lo que permanece abierto o detectar lo
indetectable, está clasificando a los distintos profesionales. Quedar encasillado es insensato, pero lo peor es que dicha
catalogación se va actualizando en función de los partidos que gana o pierde tu equipo.
Los que hoy son agasajados, mañana son subestimados sin otra razón que una presunta ausencia de perspicacia competitiva.
Se pasa con pasmosa fluidez de ser ganador nato a perdedor neto.
Afortunadamente, las proclamas iniciales de Guardiola resultaron reveladoras y situaron al jugador en primera plana, y
como lo que es: el gran protagonista del juego.
El futbolista debe sentir que carece de sentido pensar que pueden pensarpor él. Los dueños del juego son los que lo juegan,
por lo que los entrenadores debemos proponer lo que ya está escrito en las posibilidades de los jugadores sabiendo que con
cada mezcla aparecerán conceptos distintos, y que la extensión intelectual del futbolista es extraordinaria.
Una vez más, Guardiola fija su observación en las posibilidades del ser humano que dirige, en los estados cambiantes que
puede asimilar la organización producto de la avenencia de distintas relaciones. Apuesta por un equipo cuyo juego tiene un
evidente apego al balón, al pase corto, pero que se renueva en función de los contextos que se pueden generar, llenándose de
matices que tienen su origen en las cualidades de sus jugadores y en las de los adversarios.
Sirviéndome de la amistad, voy a tomar prestada una pieza de Rosa Coba, coautora del libro “Fútbol: El jugador es lo
importante”, para dar por saldado este apartado. La elección de dicho artículo ayudará a tomar conciencia de la apasionante
tarea que tiene ante sí un entrenador en ese necesario compromiso inherente a su responsabilidad: organizar los contenidos que
genera la interactividad, favoreciendo procesos y estructuras que consolidan lo existente sin eliminar la proyección de
variabilidad. Favorecer para poder usar la complejidad infinita contenida por quienes deben emitir y valorar sus decisiones
en contextos donde impera la inconstancia.
¿De quién es el fútbol? 1
1. En Perarnau Magazine. www.martiperarnau.com. Publicado el 03 de Julio de 2013.
“Me tendré que adaptar yo al cien por cien, la gente viene a ver los jugadores, no a mí. El fútbol le pertenece a los
jugadores”. Pep Guardiola
De todos los titulares que he leído recientemente a raíz de la presentación de Pep Guardiola como entrenador del
Bayern München, me quedo con el que encabeza este texto. A mi entender es un titular. ¿Por qué? Pues porque encierra lo
que algunos entendemos como la verdad. Pese a no gustarme el término entrecomillado, con ese artículo incluido, que
fíjense lo manido e incluso vulgar que resulta cuando lo unimos a ciertos sustantivos, encumbra a la mayor grandeza
gramatical otros, a los que dota de un significado superlativo y aunque me recuerda los totalitarismos tan alejados de lo
que entiendo somos los seres humanos, ya que parecer, podemos parecer muchas cosas, pero ser, ya es otra, no alcanzo a
encontrar otra palabra que me evoque el sentimiento que despierta en mí este titular. Y tomo como base para hacer tal
reflexión que somos por encima de todo, y pese al empeño que parecen ponerle algunos en lo contrario, seres dúctiles,
poseemos el maravilloso don de la plasticidad y nuestro cerebro y su funcionamiento son una buena prueba de ello.
Nos pasamos constantemente la vida adaptándonos a muchísimos estímulos que modelan y moldean nuestra particular
realidad, muchas veces de forma consciente y otras no tanto, pero nuestro cerebro siempre está predispuesto a tal
prodigio.�El fútbol tampoco escapa de ese sustrato. Porque el fútbol son los futbolistas.
Del binomio plasticidad cerebral-fútbol se encarga la neuropsicología, que estudia la relación entre la función cerebral
y la conducta, pero no olvidemos que siempre hablamos de un continuo y no de segmentos que suman. El jugador
interactúa en torno a un conjunto de reacciones musculares y biomecánicas como consecuencia del funcionamiento de un
complejo sistema de recogida y descodificación de información que le permite activar diferentes procesos cognitivos
(pensamiento), emocionales y de valores. Todo ello se da en cada una de las acciones que se desarrollan sobre el terreno
de juego y sobre el tapiz que conforma el modelo de juego.
Por ello debemos contemplar la actividad cerebral y el rendimiento deportivo como un todo: un sistema de elaboración
en el que el jugador debe constantemente elegir, decidir.
¿No les parece apasionante el reto que ante sí tiene el cuerpo técnico? Adaptarse y facilitar a los jugadores el
aprendizaje con dichos parámetros cual sombra que les cobija ofreciendo la sana estabilidad que las necesarias
relaciones inestables del juego proporcionan, al tiempo que les permite crecer y ser mejores. El cuerpo técnico tiene ante
sí un reto formidable: poseen la herramienta de la plasticidad como principal resorte para, a través de su modelo de
juego, mostrar al jugador la capacidad de aprendizaje, de aprender a leer e interpretar el juego.
No podemos aprender si no sometemos a nuestro cerebro a cambios. Las pizarras son limitadas, sólo muestran, pero no
demuestran las posibilidades de interacción y aprendizaje. En apariencia puede resultar más fácil quedarnos en la actitud
demostradora, mecanizando táctica y situaciones de juego de forma aislada, ¿pero qué tiene esto que ver con la doble
realidad? La del diseño de nuestro cerebro y la de la constante interacción del juego.
El fútbol es interacción, que no anarquía.
Mostremos al jugador el camino para que crezca aprendiendo. Maravilloso trabajo el del cuerpo técnico que observa y
no sólo mira, complejo proceso el de conocer la materia prima con la que cuenta, la personalidad de sus jugadores y, por
tanto, estilos de respuesta y valores socioculturales que interactúan con el esférico a la par que trabajan con la seguridad
en torno a una filosofía y un modelo de juego que lejos de limitar les aporta el marco de referencia para la optimización
en al búsqueda de la excelencia.
Con su permiso, Sr. Guardiola, hago mías sus palabras: el fútbol le pertenece a los jugadores… porque el jugador es lo
importante, y ejercer en esa compleja línea, es un ejercicio sublime de inteligencia.
LA SACUDIDA SOCIAL Y ECONÓMICA DEL
MATRIMONIO PEP-BAYERN
por Miguel Gutiérrez Experto en fútbol alemán, comentarista de la Bundesliga en Canal Plus.
Cuando el Bayern fichó a Pep Guardiola acababa de ganar su quinta Copa de Europa.
Sin embargo, las pretensiones alemanas no se contentaban con tener una Champions más en sus vitrinas, sino que la idea en
Múnich era marcar una época en la preciada competición continental, ser el número uno.
Por eso, tras la retirada de Jupp Heynckes el club bávaro creyó que para cumplir tan complejo objetivo lo más sensato era
fichar al hombre que, en los últimos años, más éxitos había obtenido en Europa. Además, en la lista había algunos requisitos
complementarios al anterior que, sin duda, el de Santpedor también cumplía a la perfección: querían un entrenador con
renombre, que conociera la victoria más allá de la frontera nacional, y que tuviera más peso dentro del club que los propios
jugadores, de forma que pudiera manejar eficazmente el vestuario y, sobre todo, tener convencidos a los pesos pesados que
todo gran club tiene. En definitiva, alguien a quien los futbolistas tuvieran el máximo respeto.
Por todo ello, a pesar de que históricamente el Bayern se ha decantado por entrenadores alemanes y que, a excepción de
Trappattoni, han sido muy pocos los técnicos extranjeros que han cosechado grandes éxitos, la decisión estaba tomada. Pep
era el escogido.
Se dice que Lucien Favren también pudo optar al banquillo muniqués. De hecho entraba en las quinielas de muchos medios
de comunicación, pues a pesar de no ser alemán tenía bastante experiencia en la Bundesliga. Su admirable trabajo en el
Borussia Mönchengladbach, metiendo al club en competición europea, perdiendo incluso a muchas de sus grandes figuras
(Marcos Reus, Dante…) le hicieron ganar enteros entre la prensa teutona.
Aún así, Guardiola era el que más y mejor cumplía los ambiciosos requerimientos de la directiva bávara. Requerimientos
que no se centraban sólo en lo deportivo (donde sabían que muchas cosas iban a cambiar pues Guardiola es un hombre con
ideas claras y muy concretas), sino también en lo económico, a nivel de marketing y también en comunicación.
La llegada de Pep a Alemania cumplió las expectativas, pues fue un impacto mayúsculo que lo revolucionó todo. No sólo en
tierras germánicas sino también dentro de España donde, exceptuando a Óscar Corrochano, un hijo de inmigrantesque logró
entrenar en las categorías inferiores del Franckfourt, a la sub 21 alemana y al Regensburg (en aquel momento en segunda
división); ningún otro español había conseguido sentarse en un banquillo alemán.
El plan era expandir la marca ‘Bayern München’, globalizarla. Y para esa misión Guardiola era el perfecto candidato. La
prueba está en que cuando se anunció su fichaje el país vivió un auténtico colapso. Por poner un ejemplo, la cuenta oficial de
Twitter @FCBayern subió ese día más de diez mil seguidores, cuando la media mensual oscilaba entre los setecientos y el
millar. Una auténtica locura que convirtió al de Santpedor en el fichaje más espectacular en la historia del fútbol alemán.
Pero el desembarco del ex barcelonista no sólo ha potenciado el relato 2.0 del Bayern, sino que a nivel mediático el interés
que despiertan los muniqueses fuera de sus fronteras se ha multiplicado considerablemente y eso, obviamente, se traduce en
más ingresos.
En España, por ejemplo, el Bayern sólo interesaba cuando se enfrentaba al Barça y al Real Madrid, o en casos
excepcionales como el año en que diputó los famosos cuartos de final de la Copa de la UEFA contra el Getafe. El resto de la
temporada el club aparecía en los medios con cuentagotas.
Sin embargo, tras la llegada de Guardiola, el Bayern es noticia absolutamente todas las semanas (interés también
incrementado por los fichajes de marcado carácter español que ha traído consigo).
Además, por la estrecha cercanía cultural esta nueva atracción se ha hecho extensible al mercado sudamericano. Y no acaba
aquí la cosa, ya que gracias a una completa estrategia de marketing el club está ganando gran popularidad incluso en Estados
Unidos, donde este verano el equipo realizó una gira en la que jugaron un amistoso contra ‘Chivas’, inauguraron una
dependencia en Nueva York, aprovecharon para vender centenares de camisetas, y continuaron con la ansiada globalización en
un lugar sumamente estratégico, ya que allí el fútbol lleva unos años en plena expansión y existe un gran número de ciudadanos
norteamericanos con orígenes y antepasados alemanes.
En definitiva, es evidente que gracias a Guardiola al Bayern se le han abierto muchas puertas que, a nivel económico y de
marketing, innegablemente le ha favorecido muchísimo. Por eso, se podría decir que su contratación dependió no sólo del
aspecto deportivo, donde los alemanes cara a la competencia internacional en Champions dieron un golpe sobre la mesa,
asegurándose una carta ganadora y demostrando a sus rivales directos que había un gran proyecto. Un proyecto que, por otro
lado, también le ha dado mucho a Guardiola y que sedujo al de Santpedor por varios motivos:
1. La alemana es una competición que ha crecido muchísimo en los últimos años, no sólo la Bundesliga y la selección
absoluta, sino también en lo que a categorías inferiores se refiere donde se están ganando muchas cosas.
2. Alemania es un lugar donde se puede trabajar bien y con cierta tranquilidad. Hay prensa, pero el paisaje mediático es
bastante diferente al de España. Hay más información que opinión.
3. Pep ha podido llevarse consigo al cuerpo técnico que ha querido: Manuel Estiarte, Doménech Torrent, Carlos
Planchart, Pedro Buenaventura…
4. El Bayern es un club que cumple los fichajes que el entrenador desea. Han llegado Pepe Reina, Bernat, Xabi
Alonso… Es un club familiar, donde hay pocas personas que deciden y eso facilita la política de contrataciones y
también el camino que debe de seguir el club.
Por su parte, la sociedad alemana ha recibido con simpatía al catalán, pues desde allí tienen la sensación que no es de esos
entrenadores que ha ido a Múnich sólo a ganar dinero, sino que se está esforzando desde el principio por hablar su idioma,
integrarse en el club e incluso en la cultura y filosofía del país. Luego, como es lógico, también se le ha criticado mucho por
caer 0-4 en semifinales contra el Real Madrid. Aún así el balance general después de su primer año no está nada mal si
tenemos en cuenta que ha ganado el doblete, el Mundialito y la Supercopa europea.
La clave está en saber qué pasará a partir de ahora. Los dirigentes no han hecho experimentos y le han traído fichajes
contrastados. Se han reforzado invirtiendo mucho dinero y eso puede ser un arma de doble filo para Pep. Él va a intentar ser
fiel a su estilo, aunque de vez en cuando se ven esbozos de un juego más directo, con menos pases en el centro del campo…
Sea como sea, lo que parece claro es que en su segundo año Guardiola tiene unos objetivos que, después de una temporada
de aclimatación, se le van a exigir con más ímpetu para asegurar que el binomio Bayern-Pep sea lo más largo y exitoso
posible.
La procedencia y la desconocida esencia
“La señal de una inteligencia de primer orden es la capacidad de tener dos ideas opuestas presentes en el espíritu
al mismo tiempo y, a pesar de ello, no dejar de funcionar”.
F. Scott Fitzgerald
“Guardiola no ha clonado al Barça en el Bayern”.
Thiago Alcántara
Ir a favor de lo natural sigue siendo un arte extraño, en primer lugar porque habría que preguntarse qué es lo natural.
Confundimos con frecuencia la naturalidad con lo repetitivo. Parece incluso que la originalidad es una característica que
impide el progreso, puesto que crecimos adoctrinados en la creencia de que la repetición de un mismo acto, sin lugar a las
alternativas de intervención, dará lugar al codiciado desarrollo.
Cada circunstancia nos reubica en la realidad porque la transforma, así que tampoco debemos aceptar lo natural como algo
definitivo. No se puede entender en clave de rigidez lo que es flexible per se.
Pep Guardiola se encontró ante ese dilema cuando tomó contacto con el campo de entrenamiento y sus muchachos. Por una
parte, había un equipo con unos rasgos definidos, unas relaciones específicas, mientras por otra, una insaciable necesidad de
cambiar para reafirmar lo que son y, simultáneamente, proyectar contextos de aprendizaje inexplorados.
Conservando la identidad y superando paralelamente los prejuicios, en base a ir introduciendo pequeños cambios, se podía
ir suscitando la expansión de lo posible, ya que él es una persona que siente la sedienta obstinación de crecer fortaleciendo lo
incuestionable y proponiendo lo factible.
El fútbol de los bávaros no admitía ambigüedades durante el último año. Salida simplificada con la intención de jugar
rápido en campo contrario y vigor para asediar e irrumpir, desde una perspectiva cuantitativa, no exenta de calidad por los
hombres que perpetraban los hechos, el área opuesta.
Eso trajo consigo títulos para la entidad y prestigio individual para los protagonistas, pero la apuesta de Pep ante lo real, el
equipo y sus propensiones, es posicionarse de lado de lo que aún está inédito.
Guardiola había vivenciado en sus propias carnes como los sueños habían sido claramente superados por la realidad en el
Barça. Ni en las mejores predicciones podía haber sospechado lo que ese equipo ganó y transmitió.
Toda persona exitosa necesita tiempo para desprenderse de esa sensación tan cautivante que deja la excelencia.
Es difícil despojarse del recuerdo que deja lo exquisito o renunciar a uno mismo. Es hasta humano considerar que aquellos
momentos de máximo esplendor dependieron del pensamiento del director del grupo, pero es imprescindible reconocer que
los futbolistas no pueden simbolizar lo que se esboza en mente ajena si lo ideado no parte de ellos. Todo lo que se distancia
de ellos acaba siendo intrascendente.
Hay que valorar minuciosamente el efecto que originan los nuevos procesos implementados, entendiendo que la aparición de
divergencias va a desencadenar reajustes que gestaran posibilidades de crecimiento. Saber que ese caos aparente no es
patológico para la organización sino que se trata de un desconcierto necesario para articularse mejor.
Para que esto ocurra sin conflictos que descompongan la concordancia entre las capacidades de los jugadores, debe existir
la obligatoriedad de que el entrenadorsopese detenidamente la forma en que se comunican los futbolistas, la calidad de los
movimientos de los mismos, sabiendo del mismo modo que cada modificación en las relaciones supondrá un cambio en las
condiciones contextuales.
El estudio de las posibilidades de la plantilla, la identificación de recursos y del potencial por liberar, no puede motivar que
los futbolistas, al sentir la persuasión de los propósitos del entrenador, extravíen su personalidad. La distancia entre lo que se
quiere poder y lo que se puede querer debe ser estrechísima.
Apostaban los teorizadores del porvenir que Guardiola, fuera del entorno que supuestamente lo domesticó, tendría serios
problemas para trabajar por la consecución de nuevos éxitos.
Dichas predicciones se alimentaron durante pretemporada y en la disputa del primer título del año, la Supercopa alemana.
Fue la primera prueba evidente de que todo estaba por hacer, de que el ideario se escribiría a partir de múltiples y variados
desacuerdos consigo mismo, que la necesidad de creer en las ideas y en sus posibilidades no debía postrarlo cercano al
dogmatismo.
Es hermoso vivir esa contradicción interna que todo técnico apasionado de este deporte tiene. Esculpir un estilo de fútbol
alejándose de la propia sensibilidad es tan utópico como querer alojar en el cerebro de los nuestros lo que nosotros creemos
saber. Si encima has triunfado de una forma determinada se dificulta doblemente el hecho de privarse de los principios
subjetivos.
La coadaptación, armonizar las ideas de unos y otros, hace posible el poder cambiar y caminar juntos. El jugador necesita
observar que a través de pequeños desafíos su competencia aumenta, mientras el entrenador también precisa ver que lo
tramado tiene validez y colma su sed.
El entrenador de Santpedor estaba ante una estimulante encrucijada. Su nuevo club, las facultades idiosincrásicas, y su
personal carácter emprendedor, posibilitador de flexibilidad organizativa, de patrimonio inexistente hasta esa fecha.
Del “estar” con el balón…
“El entrenador nos anima a pedir más el balón, a no tener miedo así la presión sea muy grande, en los
entrenamientos jugamos 3 contra 1 o 3 contra 2 en espacios muy pequeños de tres, cuatro metros, mientras en un
partido de verdad tenemos siempre 20 metros. Entonces todo se facilita. El entrenador siempre dice: si lo logras en
un espacio de tres metros, lo logras también en 20 metros. ¡no hay que tener miedo! ¡Sean valientes!”. Van Buyten
“No soy el mejor entrenador del mundo. Fui el entrenador de uno de los mejores equipos del mundo, pero lo más
importante para mí es ver que los jugadores pueden seguirme, que pueden entenderme, que puedo transmitirles mis
ideas. Por esto ésta es una gran experiencia para mí”. Pep Guardiola
“Primer rasguño para el entrenador maravilla”. Con esta inscripción tan sensacionalista amanecía el periódico dominical de
mayor venta en Alemania después de que el Bayern cayera en el estreno oficial de Pep Guardiola.
La portada del Bild am Sonntag magnificaba el primer revés del conjunto muniqués ante los indomables chicos del
Dortmund de Klopp.
La sacudida conceptual, la inmersión de los jugadores en un juego distinto al que venían desarrollando, se saldaba con una
dolorosa derrota por cuatro goles a dos.
El entrenador catalán enterró el doble pivote y, ante todo, sus funciones, separó en el inicio de la jugada a los centrales
respecto de los laterales y ubicó como medio de cierre a Thiago Alcántara. Les quitó elementos de seguridad para asegurarse
de que sus hombres estaban dispuestos a comprometerse con las nuevas experiencias.
Por delante de él, Kroos y Müller tenían quehaceres dispares. Mientras el primero oscilaba para ser el ayudante de Thiago
en la labor de conectar a los zagueros con los atacantes y poder juntarlos a todos en campo contrario, el segundo se escondía
detrás de los centrocampistas adversarios para que la salida de la presión fuese eficiente y encontrara receptores bien
situados.
Robben y Shaqiri ensanchaban el campo como extremos, y Mandzukic era alineado como delantero centro.
Formación frente al Dortmund en final de Supercopa alemana.
Los centrales se veían incómodos teniendo que reflexionar, como poseedores, sobre los trayectos más idóneos para asegurar
la evolución de la jugada. Thiago y Kroos se hacían evidentes ante el campo visual de Van Buyten y Boateng, mientras los
extremos y laterales, habituados a moverse constantemente, se les hacía compleja la labor de fijar a sus pares y esperar su
momento de intervención en base a lo construido desde el fondo.
Thomas Müller se trasladaba con inteligencia sobre los espacios libres, pero no se perfilaba correctamente para que sus
contactos proporcionaran el efecto deseado. Recibiendo de espaldas, se sucedían las pérdidas y el equipo quedaba expuesto
de manera muy significativa.
Era un encuentro de ida y vuelta con un claro favorito, el Borussia Dortmund, equipo construido para explotar cualquier
carencia espacio-temporal derivada de un uso incorrecto del balón.
Los contraataques de los propietarios del estadio Signal Iduna Park se han ganado la fama de contundentes por su
extraordinaria coordinación, velocidad y eficiencia, y en esta final Bender, Kehl, Gündogan, Blaszczykowsky, Sahin, Reus y
Lewandowski mostraron al mundo entero los criterios a seguir toda vez que se recupera la pelota y comienza con inminencia
el asalto al área opuesta.
Disuadían las líneas de pase sobre Thiago, saltaban la presión sobre Kroos, y la continuaban ante cualquier pase atrás que
comprometía a los centrales, convirtiendo en peligrosa cada relación confusa.
Starke, guardameta elegido para la ocasión, contribuyó a que el primer gol subiera al marcador, mientras Robben, en una
acción muy del Bayern anterior, anotaba el empate a uno tras cabecear un envío matemático de Lahm.
Los aurinegros se lucraban porque los de Múnich no eran capaces de ordenarse con el balón. Cuando la circulación de
pelota y de jugadores no se ejerce con maestría, los intentos de presionar, toda vez que se malogra la jugada de ataque, se
transforman en una invitación a descolocarse y permitir situaciones de gol al contrario.
El esférico no rodaba por donde debía, ni a los ritmos pertinentes, no se posaba en los pies adecuados, y el partido se
convertía en un contexto inhabitable para algunos jugadores. Muchos de los futbolistas no se encontraban a sí mismos, no
entendían cómo debían interaccionar ante las nuevas distancias de relación establecidas, parecían no comprender el porqué de
tantos compañeros por delante del poseedor desde la salida. Ellos estaban más familiarizados con ir constituyendo oleadas en
función de lo que los atacantes iban realizando, no tenían ningún reparo en sentirse falsamente dominados y aguardar el
momento de asestar los golpes.
Realmente, en estos inicios de temporada, estaban con el balón, lo trataban de poseer, pero no descifraban aún para qué
servía el cúmulo de pases, el detenerse sobre determinados lugares, lo que descubren las conducciones, el llegar juntos a
derribar la fortaleza hostil.
La mente de los jugadores del Bayern de Múnich había recibido mucha información, sus esquemas de conocimiento yacían
desorientados. Ante sus ojos, esperaba un nuevo aprendizaje, un supuesto salto cualitativo y, en consecuencia, un esfuerzo
intelectual importante para hallar dentro de sí sapiencia sepultada.
Guardiola a su vez, afrontaba con determinación el poder conocer el material humano que tenía ante sí para garantizar la
reconstrucción de los conocimientos, la reorganización de lo evidente para la extensión del potencial de su equipo, y de ese
modo cubrir las nuevas necesidades sin que con ello se debilitara el rendimiento.
No se trata de cambiar al jugador, sino de ampliar las posibilidades del equipo estimulando el despliegue de las facultades
del futbolista que cuestiona sus límites.
... al “ser” con el balón
“El carácter mutable de las cosas es lo único que no cambia”. Miguel Ángel Violán
“Hagan lo que

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