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El lenguaje de las ciencias económicas 
 
José Mateo Martínez 
Universidad de Alicante 
 
 
En Enrique Alcaraz, José Mateo y Francisco Yus eds. (2007): Las lenguas profesionales y 
académicas. Ariel: Barcelona, págs: 191-203 
 
1. Introducción. 
 
El lenguaje de las ciencias económicas se ha constituido en una de las variedades del lenguaje 
más dinámicas y creativas de este nuevo siglo, caracterizado por la mundialización o 
globalización del saber. El mundo actual ha roto las barreras comerciales tradicionales y 
gracias, por ejemplo, a los avances tecnológicos es posible establecer y llevar a buen puerto 
relaciones de negocios sin necesidad de moverse del país ni, prácticamente, del hogar. Esta 
facilidad de interactuar con cualquiera en cualquier sitio hace que el conocimiento de esta 
variedad especializada del lenguaje sea una necesidad ineludible de la sociedad moderna. 
 El presente capítulo consta de cuatro secciones. La primera, de carácter introductorio, 
pasa revista a los aspectos principales que caracterizan el lenguaje de las ciencias económicas 
en este contexto de la denominada sociedad del conocimiento y de la información. La segunda 
sitúa el lenguaje económico dentro del ámbito de los lenguajes profesionales y académicos, 
señalando su extensión y límites desde las diversas disciplinas que lo estudian: terminología y 
terminografía, neología o didáctica de los lenguajes especializados. La tercera trata de resumir 
el estado de la cuestión con relación a la concepción e investigación del lenguaje de la 
economía en sus vertientes teóricas y aplicadas (negocios y finanzas) desde una perspectiva 
lingüística y cultural. El capítulo se cierra con la sección cuarta en la que se detallan las 
posibles vías de investigación futura, partiendo de la realidad actual. 
 
 
2. El lenguaje de la economía en el ámbito de los lenguajes profesionales y de 
especialidad. 
 
¿Existe en realidad un lenguaje económico distinto de otro médico, jurídico, coloquial o del 
amor? Distinto en el sentido lingüístico, es decir, de tener una gramática y un léxico específico 
que lo diferencie y lo haga exclusivo. Por un lado, podríamos pensar, por ejemplo, que lo que 
normalmente denominamos lengua inglesa, española, rusa, etc., en realidad se trata de una 
etiqueta que acoge una pléyade de variedades de usos, registros o campos del discurso, como 
quiera llamarse, que reflejan distintas necesidades comunicativas, con léxicos distintos y 
soluciones lingüísticas específicas que presentan la lengua fragmentada en una multiplicidad 
distinta e independiente de lenguajes autónomos. Pero, por otro lado, podríamos también 
considerar que, el hecho de que empleemos unos términos y no otros de manera específica 
para un uso profesional, no es más que el ejercicio de esa capacidad de dar vida a las ideas 
mediante el lenguaje, qué, por lo demás no es nada extraordinaria ya que se aplica a ‘todas’ las 
ideas y no solamente a las profesionales y académicas. Esta dicotomía encierra dos visiones 
diferentes pero no necesariamente antagónicas de entender la lengua: (a) como un conjunto de 
sublenguajes determinados por su contexto comunicativo y (b) como una única lengua que 
responde de manera diferente a las necesidades sociocognitivas de sus usuarios. 
 La existencia de variedades o usos separados dentro de la misma lengua es el objeto de 
estudio de diversas disciplinas en el ámbito de la lingüística aplicada. Así, en el campo de la 
enseñanza de idiomas dichas variedades o hablas separadas dentro de la misma lengua reciben 
en el caso del inglés, por ejemplo, la denominación de IPA o inglés profesional y académico 
(ESP en esa lengua), mientras que en terminología se describen como lenguajes de 
especialidad, caracterizados por poseer un número limitado de usuarios, una función 
restringida a su marco de actuación, un aprendizaje voluntario y un carácter no fundamental 
para la sociedad (Felber y Pitch, 1984). Dentro de esta acepción, Cabré (1993) distingue entre 
la terminología como la disciplina que estudia y analiza el léxico y los términos especializados 
de una disciplina (en nuestro caso, la terminología económica) y los tecnolectos, de carácter 
comunicativo, propios de los lenguajes de especialidad, que pueden tener un componente muy 
especializado, semitécnico e incluso divulgativo y de uso frecuente (más propio, en nuestra 
área de estudio, del lenguaje del comercio y las finanzas). Nos hallamos, como vemos, en un 
ámbito que desborda lo estrictamente gramatical: las palabras, el sistema, las reglas y normas, 
etc., y se adentra en lo comunicativo y lo social, porque, en el fondo, el lenguaje tiene su razón 
de ser cuando lo necesitamos como vehículo para transmitir a unos interlocutores un 
determinado mensaje, reflejo de nuestra actividad cognitiva. 
 En esta línea argumental, Hyland (1997) explica que, dado que lo científico habita 
fuera del lenguaje, éste debe esforzarse en describirlo con la mayor fidelidad posible. La 
capacidad de las palabras para hacerlo reclama un esfuerzo cognitivo exigente que se nutre de 
prácticas y creencias de tipo cultural. La explicación del mundo científico crea un complejo 
sistema de códigos, usos y creencias que se transmiten a los restantes miembros de la 
comunidad científica por medio de un tipo de discurso lingüístico muy mediatizado por dichas 
creencias. En la mayoría de los lenguajes especializados, como el de las ciencias económicas, 
los autores que escriben sobre economía o bioquímica, derecho o medicina desean favorecer 
una situación comunicativa cuyos interlocutores son, como decimos, especialistas y miembros 
de la misma comunidad, tienen un propósito informativo y tratan de producir un tipo de 
discurso que aleje de sus textos cualquier ambigüedad o confusión informativa. Sin entrar en el 
debate esbozado al principio de si los lenguajes de especialidad constituyen códigos separados 
de la lengua general (Hoffman, 1976); son parte de la misma aunque posean un léxico propio 
(Rondeau, 1983) o se consideran la manifestación pragmática en una situación comunicativa 
específica (profesional o académica) de una superestructura global abstracta que denominamos 
lenguaje (Sager, et al., 1980), los textos científicos acostumbran a ser ejemplos canónicos de 
la llamada en pragmática ‘felicidad comunicativa’ y tratan de cumplir de la manera más fiel 
posible las exigencias de las máximas conversacionales de H. P. Grice y su principio 
cooperativo de la comunicación. No son esos textos lugar apropiado para los significados 
ocultos, implícitos o sugeridos y su objetivo final es alcanzar el ideal: una palabra, un 
concepto. Lo que se lee es aquello que el autor del texto ha querido decir y nada más. 
 Por otro lado, en los tecnolectos de carácter comunicativo con un componente 
semitécnico o divulgativo los fines son distintos. A modo de ilustración, podemos describir de 
forma visual las diferencias que existen entre los diversos tipos de lenguajes profesionales y de 
especialidad, en el sentido de que no todos ellos cumplen los criterios que hemos mencionado 
con el mismo rigor (Alcaraz, 2000; Barber, 1988). De hecho, es el contenido del discurso lo 
que caracteriza su mayor o menor grado de especialidad y no el título o tema del mismo y 
dependerá de cómo se trate ese contenido (de forma técnica, semitécnica o divulgativa) su 
consideración o no de discurso especializado. Existen notables diferencias entre ellos que 
podremos entender mejor si imaginamos una línea o escala en la que, mediante unos sencillos 
parámetros situemos los diversos lenguajes de especialidad. De este modo, si colocamos en un 
extremo el lenguaje más especializado, es decir, el de las ciencias puras (descriptivo, 
normativo, prescriptivo, que suele ser escrito; claramente denotativo, de sintaxis menos 
compleja, muy transparente) y en el otro extremo el menos especializado (el lenguaje natural 
en su doble faceta coloquial y literaria), podremos establecer una gradaciónen razón de la 
mayor o menor cercanía y distancia entre ambos extremos de los diversos lenguajes 
especializados (el médico, el jurídico, el de las ciencias naturales, el tecnológico, etc.). El 
gráfico siguiente muestra de manera clara el grado de aproximación y separación de los 
diversos lenguajes profesionales y especializados, medido en razón de los elementos 
funcionales (gramaticales, sintácticos y semánticos) y sociopragmáticos (interacción 
comunicativa) de cada uno de ellos. 
 
 
En el gráfico se muestran, por centrarnos en nuestro objeto de estudio, las diferencias que se 
dan entre el lenguaje de la economía (mucho más técnico y teórico, propio, por ejemplo, de 
un tratado sobre indicadores económicos o macroeconomía) y el del comercio y las finanzas 
(con un carácter semitécnico y en ocasiones con determinadas propiedades del lenguaje 
divulgativo y natural). 
 Así pues, observamos que el lenguaje de la economía y de los negocios cumple, sin 
duda, esa caracterización de lenguaje profesional y especializado de la que hablamos; es decir, 
realiza una función determinada y posee un ámbito comunicativo menor al del lenguaje 
general. Sin embargo, parece también que satisface sólo en parte las condiciones propias de 
este tipo de lenguajes según se trate del lenguaje puramente de la economía o del comercio y 
las finanzas. Podemos decir que, sobre todo en su vertiente comercial y financiera, el lenguaje 
de la economía crea textos que pertenecen a un ámbito a caballo entre lo humanístico y lo 
técnico (Mateo, 1993) y, a menudo, bastante coloquiales en sus aspectos formales que llegan a 
imitar el habla ordinaria. Su presentación y formato es, por un lado, el propio del lenguaje 
técnico y profesional, especialmente cuando se refiere al lenguaje de la teoría económica y por 
otro, en sus vertientes comercial y financiera se suele mostrar revestido de las características 
propias del lenguaje ‘real’, investido de una estructura intencional similar (ambiguo, irónico, 
presuposicional, metafórico, etc.) al habla coloquial y al discurso literario. 
 Teniendo en cuenta ese carácter diferenciador, podemos hablar de dos macrogéneros 
dentro del lenguaje de la economía: el de la economía teórica, de carácter muy técnico y 
propio de un grupo de interlocutores expertos reducido; y el de los negocios que, a su vez, se 
divide en dos géneros subsidiarios: el lenguaje del comercio y el de las finanzas. Estos 
últimos se caracterizan por su carácter semitécnico e incluso divulgativo que, 
comunicativamente, se desarrollan en una amplia gama de géneros profesionales (Alcaraz, 
2000:134) y por ser sus usuarios tanto economistas teóricos, como especialistas del mundo del 
comercio y de las finanzas, periodistas expertos en estos tipos de discursos e incluso personas 
que, sin tener una especialización académica o profesional, se interesan en estas cuestiones. 
 El macrogénero de los negocios en sus modalidades comercial y financiera presenta 
unas características propias. Así, el lenguaje del comercio más tradicional, aquél que implica 
el intercambio de bienes, al estar más unido a una actividad cotidiana del ser humano refleja, 
en cualquier lengua, una larga tradición comercial que se manifiesta en un lenguaje muy 
enraizado en la cultura popular. Sin embargo, la incorporación de modalidades de comercio 
inéditas da lugar a la acuñación de nuevos términos que las describen y, es ahí, donde la 
influencia de unas lenguas sobre otras y la adopción de préstamos, calcos y neologismos juega 
un papel enorme. En este sentido, como lengua impulsora y dominante del comercio mundial 
en la actualidad, el inglés es la mayor proveedora de neologismos comerciales a las restantes 
lenguas del mundo entre ellas el español, aunque no dude de tomarlos prestados si es el caso. 
 El lenguaje financiero entendido en el sentido más amplio posible, es decir, aquél que 
incluye el empleo de dinero en todas sus formas (moneda, divisas, acciones, seguros, 
préstamos, créditos, etc.) responde a un ámbito de actividad tremendamente dinámico. En este 
entorno, el inglés vuelve a influir de manera notoria en las restantes lenguas del mundo. 
Aunque el español ocupa un lugar secundario en este orden mundial y es completamente 
subsidiario del inglés, las diferencias entre el lenguaje de las finanzas en inglés y en español son 
bastante notorias. El carácter práctico y utilitarista que da el mundo anglosajón a todo, 
incluido el mundo de la ciencia o de las más complicadas prácticas comerciales o financieras, 
hace que se utilicen todo tipo de recursos gramaticales, semánticos y pragmáticos para hacerse 
entender entre un mayor número de ciudadanos. Es por ello, que el lenguaje financiero inglés 
tiene, llamémosle así, un cierto componente coloquial, es decir, trata de hacer más 
transparentes para el público en general los complejos conceptos y procedimientos que 
subyacen en las finanzas gracias al esfuerzo de determinados especialistas quienes, al utilizar 
los recursos lingüísticos que, en ese sentido aporta la lengua, han conseguido que el canal 
comunicativo se abra a aquéllos no especialistas pero que participan en el juego financiero. 
 El español, por el contrario, aparte de la presión terminológica a la que se ve sometido 
por parte del inglés, mantiene en el discurso financiero un carácter excesivamente técnico. En 
español, los textos financieros siguen siendo oscuros y complejos; las páginas de economía de 
los diarios son densas y sólo al alcance de unos pocos. El español de la economía en 
cualquiera de sus vertientes peca, en general, de ser poco transparente para el receptor no 
especializado. Dado que la mayoría de países sigue una deriva similar, no es de extrañar que se 
acabe empleando el inglés para la comunicación comercial y financiera internacional, dejando 
unos su lengua propia para usos internos; mientras que otros, sobre todo los países europeos 
de mayor peso histórico y cultural, intenten adaptarse, con un lógico retraso, a lo que les llega 
y traten de asimilarlo y aplicarlo a su cultura lingüística con mayor o menor éxito. 
 No es de extrañar, a la luz de todo lo dicho, que el lenguaje de los negocios en su 
doble vertiente del comercio y las finanzas sea la modalidad de lenguaje especializado más 
demandada, tras la estándar, por los estudiantes y profesionales de las diversas lenguas. 
Tampoco olvidemos desde un plano más académico que se trata de un discurso 
multidisciplinar, objeto de estudio no sólo de la lingüística (terminología, pragmática, 
gramática, enseñanza o estudio de géneros) sino también de la sociología, la informática e 
incluso de la propia economía en su vertiente aplicada (márketing, técnicas empresariales, 
etc.), entre otras. 
 
3. La investigación del lenguaje de la economía y los negocios. Estado de la cuestión. 
 
Con el fin de trazar una breve panorámica de la situación actual de la investigación en este 
lenguaje de especialidad, partiremos de los dos niveles comunes de análisis y estudio del 
lenguaje de la economía y de los negocios: el lingüístico y el pragmático-comunicativo. Los 
estudios de base estrictamente lingüística (morfología, sintaxis y semántica) han sido 
tradicionalmente los más tratados, en especial desde la lexicología y la terminología. Así, se 
han hecho estudios sobre la presencia estadística o la importancia de determinados elementos 
morfológicos como el sustantivo, el verbo y el adjetivo (Hoffman, 1988; Alcaraz, 2000; Sager, 
1980) o sobre la importancia de determinadas estructuras sintácticas, como el sintagma 
nominal (Banks, 2005), en los textos económicos. También tienen bastante interés los 
estudios, a caballo entre sintaxis y pragmática, en torno a la etiqueta de los escritos científicos 
expresada mediante la ‘mitigación’ o hedging propia de las oraciones restrictivas (Hyland, 
1998; Varttala, 1998; Markkanen R. & H. Schröder, 1997). 
 Es en el nivel léxico donde se han hecho y se están haciendo las aportaciones más 
abundantese innovadoras, tanto en el contexto de cada lengua (inglés, español, francés, 
alemán, etc.), como en el plano contrastivo, básicamente entre el inglés y las restantes lenguas. 
En este sentido, la neología, centrada en los procesos de creación de nuevos términos, 
constituye una de las disciplinas terminológicas más interesantes y prometedoras. Vemos, en 
este tenor, cómo las nuevas especialidades comerciales crean un verdadero aluvión neológico 
con una serie de léxicos que Gómez de Enterría y Gallardo (2004) sitúan dentro de los léxicos 
semitécnicos ya que proceden de ámbitos de aplicación, no de estudios teóricos, y se divulgan 
en medios periodísticos y divulgativos. En inglés, se han realizado estudios interesantes sobre 
las denominadas jergas profesionales (K. Odean, 1990*; Davis, 2005). Éste último menciona, 
a modo de ejemplo, cómo en la Bolsa de Londres se ha generado un tipo de habla muy poco 
transparente con términos como: anchoring, saliency, cognitive dissonance, feedback loops o 
bottom-up stock pickers, cuyo significado está al alcance de unos pocos ‘iniciados’ 
 Otro de los aspectos léxicos estudiados con profusión es el de la metáfora 
terminológica, caracterizada por su recurrencia y transparencia al no precisar de grandes 
esfuerzos mentales ya que trata de reflejar el sentido y precisión del término del cual procede 
(Oliveira, 2005). El fin último de la metáfora terminológica es el de simplificar el significado 
del término técnico, observar la misma realidad desde otro prisma, es decir, desde otra 
realidad, con la intención de ofrecer una visión más holística del concepto nombrado. Como 
apunta Oliveira (ibid) la metáfora permite “desmenuzar el significado en sus elementos 
particulares” y entenderlo de otro modo, al recibir unos estímulos cognitivos nuevos que 
aumentan la capacidad de inferencia del lector y le permiten precisar sus hipótesis de 
significado. Además, es posible añadir elementos emotivos e incluso lúdicos que acercan el 
significado al lector y le impactan de una manera, a menudo, más efectiva que el propio 
término técnico. 
 El carácter metafórico del lenguaje de la economía, en especial del discurso comercial y 
financiero, ha sido muy tratado sobre todo en inglés, aunque también hay buenos ejemplos en 
español (Henderson, 1982, 2000; Koller, 2004; McCloskey, 1983; Mason, 1990; Smith, 1995; 
White, 1996, 2003; Boers, 2000; Charteris-Black, 2000; Charteris-Black & Ennis, 2001; 
Fuertes Olivera y Pizarro Sánchez, 2002; Hanna Skorczynska y Jordi Piqué-Angordans, 2005, 
entre otros muchos). En estos estudios podemos ver, entre otras cosas, cómo estas metáforas 
suelen abarcar una amplia gama de áreas semánticas: mecanismos y máquinas, animales, 
plantas y jardinería, salud y forma física, guerra y milicia, barcos, deportes, etc. (Boers, 2000; 
White, 2003). No olvidemos que el empleo de la metáfora se da prácticamente en todas las 
modalidades discursivas del lenguaje de la economía y de los negocios; incluso en contextos 
profesionales y académicos teóricos puros también son corrientes como elementos 
diferenciadores y característicos de esa jerga profesional. Las metáforas son también uno de 
los recursos más utilizados por la prensa financiera en inglés con el propósito de ilustrar sus 
análisis técnicos lo que, para algunos (Henderson, 2000), rebaja su nivel de rigor y formalismo. 
La prensa económica y otros medios de difusión son los mayores responsables de ese carácter 
innovador y polisémico del lenguaje financiero actual en inglés ya que, como género 
divulgativo que es, tratan de abrir la opacidad de los mecanismos financieros a la mayoría de 
usuarios semiexpertos e incluso legos y hacerles conocedores de unos procedimientos en sí 
mismos bastante abstractos y complejos. En este sentido, podríamos contrastar la ‘ligereza’ de 
la prensa económica en inglés, de un marcado carácter divulgativo que incluye un cierto tono 
‘sensacionalista’ (Henderson, ibid), con la ‘seriedad académica’ propia de la prensa económica 
en español. 
No podemos olvidar, por otro lado, que la revolución de internet ha creado una 
metodología y manera novedosas de entender el comercio. La venta directa y las nuevas 
modalidades de facturación y pago han agilizado tanto los procedimientos comerciales como 
ha endurecido la competencia. Internet ha modificado las normas del comercio tradicional y ha 
incorporado toda una serie de términos con unas reglas nuevas de formación de neologismos 
que están afectado los procedimientos tradicionales de creación morfológica de muchas 
lenguas y contraviniendo su normativa gramatical (Gallardo, Gómez de Enterría, Martí, 2003; 
Katic, M & K. Pušara, 2005). La implantación y auge de internet y de las llamadas 
Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) ha favorecido un nuevo léxico 
que se mueve entre lo especializado y lo divulgativo. En esta dirección, el léxico especializado 
del comercio electrónico y las finanzas posee un carácter innovador y evolutivo singular; su 
capacidad de generar nuevos significados lo convierten en uno de los léxicos de especialidad 
más dinámicos en cualquier lengua. 
 En español, se están llevando a cabo estudios interesantes sobre el lenguaje de lo que 
se denomina Nueva Economía (Gallardo, Gómez de Enterría, Martí, 2003) y que está recogido 
en ESLEE (Estudio de los lenguajes especializados en español), vocabulario terminológico 
recopilado por Gómez de Enterría y Martí al que se puede acceder en la siguiente dirección de 
internet: www.eslee.org/nuevaecon.php?glosario=nuevaecon. En estos estudios, vemos que la 
influencia del inglés da lugar a que cada vez sea más común el uso de extranjerismos que se 
incorporan en su forma original; por ejemplo, los sustantivos ingleses en -ing se adoptan por el 
español sin traducir: márketing, leasing, renting, branding, phishing, etc. Los sustantivos 
ingleses en -ty que suelen indicar un modo o manera de hacer o pensar son adaptados al 
español mediante el sufijo -idad: ‘portabilidad’, ‘comparatibilidad’, ‘conectividad’, 
‘operatibilidad’, etc., dando lugar a una construcción neológica que, por su singularidad con 
respecto al uso ordinario de la lengua, ‘suena’ a más científico. 
 En nuestro idioma se calca, a menudo, el término inglés empleando construcciones 
nominales, verbales, adjetivales o prefijales bastante discutibles pero que ahí están: nombres a 
partir de adjetivos (‘comerciabilidad’, ‘portabilidad’, ‘bancarización’, ‘emocionabilidad’); 
sustantivos y adjetivos prefijados (‘desaprendizaje’, ‘autoempleado’, ‘interoperable’, 
‘desregulación’); o se crean verbos a partir de sustantivos y adjetivos (‘fidelizar’, ‘posicionar’, 
‘externalizar’, ‘inflacionar’, ‘transaccionar’). En otras ocasiones se crean compuestos a la 
manera del inglés (‘plataforma de colaboración’, ‘tienda de descuento duro’, ‘consultor de 
negocios’) e incluso de término en inglés más término en español (‘lobby de presión’, 
‘mercado online’, ‘broker financiero’) o término en inglés adaptado morfológicamente al 
español (‘customizar’, ‘customizado’, ‘esponsorizar’, ‘marketizar’) y finalmente, términos que 
se dejan en inglés (branding, renting, outsourcing). El problema del calco y del préstamo del 
inglés ha sido bastante estudiado en español (Castro Roig, 2001; Gimeno, F. 2001; Rodríguez, 
F. 2002; Deferrari, D. 2002; Russo, 2002, etc., por citar algunos estudios recientes) y en otras 
lenguas europeas como el francés, holandés o alemán (Phillips, 2003). La diferencia entre 
ambos se encuentra en que mientras el préstamo conserva su forma originaria (márketing, 
leasing, cash-flow) y, por tanto, delata su origen extranjero, el calco es una traducción literal a 
la lengua meta y da la impresión de ser una palabra genuina de dicha lengua (‘consumidor a 
http://www.eslee.org/nuevaecon.php?glosario=nuevaecon).
consumidor’, ‘empresa punto com’, ‘futuros’) (Cabré, 1993:191). Los préstamos pueden ser 
necesarios o superfluos. Los primeros resuelven un problema terminológicoal no existir en la 
lengua meta un término equivalente, mientras que los segundos obedecen a razones de 
prestigio, aunque también de ignorancia o papanatismo (Ainciburu, 2003:169). A veces, se 
justifica la inclusión de préstamos en los lenguajes más teóricos y restrictivos como una 
manera de mantener la ciencia en su estado puro, en cualquier contexto de lengua y 
comunicación y como un modo de mantener todo el sentido y significación del término 
original, mientras que a la hora de emplearlos en discursos semitécnicos o divulgativos, debería 
limitarse su uso al mínimo. 
 El español de los negocios emplea sentidos calcados literalmente de otras lenguas, en 
especial del inglés, con el consiguiente y, a menudo imparable, auge de los extranjerismos; 
adapta los sistemas de creación de palabras del inglés en el que prima el sincretismo; se 
generaliza, como hemos visto, la afijación y sufijación para formar sustantivos cuando lo 
normal sería el empleo de otros mecanismos morfológicos más acordes con los usos 
gramaticales del español (‘conectividad’, ‘internalización’, ‘tangibilidad’, ‘fidelizar’), se crean 
nuevas unidades léxicas a imagen del inglés (‘certificado digital’, ‘intercambio electrónico de 
datos’) que si son excesivamente largos se reducen a una sigla, tal y como ocurre en inglés, 
que a veces refleja el término en castellano (TAE, IPC), pero que en muchas otras ocasiones, 
la sigla se corresponde con el término inglés (SMS, DVD, B2B). 
 Las siglas son otro tema favorito de estudio lexicológico. Por ejemplo, Gómez de 
Enterría (1992), en su estudio sobre las siglas en español, afirma que la función principal de la 
sigla es la de aportar claridad, rapidez y concisión semántica y las juzga más propias del 
lenguaje semitécnico, que en nuestro caso, correspondería a las modalidades comercial y 
financiera del lenguaje de los negocios. En español, las siglas se consideran como palabras y se 
leen como tales, como muestran los denominados sigloides (Gómez de Enterría, ibid) en los 
que se toman y suprimen letras del sintagma nominal e incluso se añaden palabras funcionales 
con el fin de que puedan pronunciarse como una palabra: PYME (pequeña y mediana 
empresa), aunque se tenga que deletrear aquellas siglas que no contienen vocales: BBVA, IPC. 
En ocasiones la sigla, entendida como nombre, deriva y forma verbos, adjetivos, etc.: OPA; 
‘opar, opado, opable’. En inglés, la sigla, por ese valor añadido que comentamos de rapidez y 
concisión tiene un uso y alcance muy superior al español, siendo el deletreo lo más usual, ya 
que se trata de una lengua en la que, por razones fonológicas, es muy común deletrear las 
palabras para fijar su significado. 
 Tras el asentamiento de los paradigmas comunicativos y discursivos englobados en la 
pragmática, los estudios sobre los lenguajes académicos y especializados (entre ellos el 
lenguaje de la economía y de los negocios) se han centrado en los aspectos sociales y 
culturales, además de los lingüísticos, que intervienen en todo proceso de comunicación 
humana. Es en este contexto donde se están realizando los avances más fructíferos en el 
análisis de estos lenguajes técnicos. Ciencias tan claramente lingüísticas en sus orígenes como 
la lexicología y la terminología (Cabré, 1993, 1999, Sager et al, 1980) aceptan la necesidad de 
incluir los diferentes repertorios terminológicos en los diversos contextos de comunicación 
profesional para alcanzar el pleno conocimiento de sus significados. 
 En la relación comunicativa que normalmente se establece entre autor, texto y 
receptor, la fuerza del discurso técnico reside en el efecto que el texto produce en el lector (I. 
Pinchuck, 1977:150). Es decir, si en otros tipos de texto el poder comunicativo recae bien en 
las ideas o en el mensaje en sí (intención del emisor), en la literatura técnica el énfasis depende 
del fin, del efecto que el mensaje logra del receptor. Un nuevo procedimiento financiero, por 
ejemplo, debe ser entendido en toda su complejidad y trascendencia por el analista que lo va a 
aplicar. Si no es así o algo falla en el proceso, el objetivo primario de información y 
comunicación no se consigue con los consiguientes malentendidos y fracaso en la recepción 
que pueden tener unas consecuencias difícilmente evaluables. La importancia que da el 
emisor/autor del texto técnico a que su mensaje produzca el efecto deseado en el 
receptor/lector le obliga a adaptar sus conceptos al contexto socio-cultural de sus 
interlocutores con los consiguientes reajustes lingüísticos necesarios para conseguir la eficacia 
comunicativa que se pretende. 
 Es en los aspectos comunicativos de los lenguajes de especialidad donde podemos 
apreciar mejor las diferencias que existen entre el lenguaje académico y el profesional. El 
primero, en nuestro caso sería el lenguaje económico teórico, se mueve en un contexto de 
especialistas dedicados a labores académicas como la investigación y profundización del saber. 
En este ámbito, la comunicación se establece entre expertos que comparten un discurso 
bastante opaco debido al universo conceptual que utilizan, el cual se plasma en una gran 
especialización terminológica que condiciona la pertenencia de todos sus usuarios a una misma 
comunidad científica, con un nivel de competencia más o menos homogéneo entre ellos. Por 
otro lado, en los lenguajes profesionales, en nuestro caso, el lenguaje de los negocios 
(comercial y financiero) las diferencias son mucho más apreciables, tanto en la terminología 
empleada, como en las situaciones y contextos comunicativos donde tienen lugar. En este 
entorno, la estructura y configuración de estos lenguajes, así como su empleo por los diversos 
usuarios dista de ser universal y generalizable. Cada sujeto, sea experto, semiexperto o lego, 
tiene una competencia individual del discurso en cuestión; competencia regida por sus 
conocimientos de la materia, grado de formación y especialización, experiencia personal, etc. 
que es posible que no coincida con la de los restantes miembros de su grupo de usuarios, sin 
olvidar, además, las matizaciones y condiciones externas de carácter social (educación, 
creencias, protocolos, etc.) que también intervienen en todo este proceso. De este modo, 
aunque el lenguaje de la economía sigue unos parámetros discursivos más estables y 
predecibles al tratarse de un discurso técnico que debe ceñirse a los requisitos y etiqueta 
discursiva propia de su área de especialización y de un grupo de usuarios restringido, no 
podemos hablar de tipos de discurso homogéneos dentro del lenguaje del comercio y de las 
finanzas. Por ejemplo, Cassany (2003) apunta que muchas organizaciones han desarrollado 
tipos de discursos exclusivos y pone como muestra el libro de estilo de ‘La Caixa’ o señala que 
los informes de auditoría interna del BBVA y La Caixa tienen muchas más diferencias que 
semejanzas entre sí, aunque cumplan la misma finalidad comunicativa. Así, continúa Cassany 
(ibid), se observa que muchas empresas se comportan como si fueran comunidades de habla 
propias y separadas de otras similares, con rasgos discursivos idiosincrásicos (argot, usos 
aconsejados y prohibidos e incluso ‘manuales de procedimiento’ ad hoc para cada empresa). A 
veces a contracorriente de la norma general aceptada. En otro orden de cosas, como sigue 
observando el propio Cassany (ibid), en España, muchas organizaciones y empresas siguen 
manteniendo usos lingüísticos anticuados en una actitud conservadora cuya razón, en palabras 
de este autor estriba en “hacer las cosas como se han estado haciendo hasta ahora” (op. cit.: 
44). Cita en este sentido, el uso abusivo del gerundio motivado por la influencia del lenguaje 
jurídico que obligaba, a partir de las leyes de enjuiciamiento civil de 1881 y criminal de 1885, a 
escribir las sentencias sobre varios ‘resultandos’ introductorios de cada hecho y 
‘considerandos’ o fundamentos de derecho, vinculados a una única oración principal que 
especificaba la sentencia.En un esfuerzo por poner un cierto orden o sentido en este variado panorama 
discursivo se ha ido abriendo camino la concepción de los géneros académicos y profesionales 
(Swales, 1990; Bathia, 1993, 1997, 2002; Hyland, 2000, 2003 o Alcaraz, 2000, entre muchos 
otros y que se trata extensamente en otros capítulos de este libro). El género se define como 
“The study of situated linguistic behaviour in institutionalized academic or professional 
settings” (Bathia, 1997:181) y se caracteriza por compartir unas formas gramaticales estables y 
los recursos lexicogramaticales necesarios para expresarlas (Swales, 1990). Alcaraz 
(2000:133-4) escribe que para que un conjunto de textos o discursos se incluyan en un 
determinado género se deben cumplir las condiciones siguientes: una misma función 
comunicativa, una organización o macroestructura similar, una modalidad discursiva semejante 
(carta, informe, artículo de investigación, etc.), un nivel léxico-semántico análogo, y 
finalmente, unas convenciones sociopragmáticas comunes (cortesía, formalismos, valores, 
creencias, etc.) 
 Se reconoce hoy día, sin embargo, que los géneros no forman bloques estancos 
aislados entre sí, sino que la mezcla de géneros de la misma o diferente especialidad es cada 
vez más común. La interdisciplinariedad de las ciencias y su aplicación es imparable e 
imprescindible para entender la ciencia misma y para abordar las complejas situaciones 
comunicativas profesionales que se dan en el mundo globalizado actual. No es de extrañar que 
los géneros no sólo se mezclen sino que también se solapen formando lo que Bathia (2002) 
denomina ‘colonias de géneros’, como ocurre, por ejemplo, en las nuevas modalidades de 
comercio electrónico en las que interactúan aspectos propios de los géneros del lenguaje de los 
negocios (facturación, ofertas, productos, etc.) con el nuevo envoltorio informático de los 
hipertextos, descargas de ficheros o cifrados de seguridad que combinan lo oral con lo escrito 
en un incesante proceso de innovación lingüística (Crystal, 2001) y comunicativa que nos 
conduce a nuevas generaciones de géneros profesionales. 
 El lenguaje de los negocios se apoya en cinco pilares (Bargiela-Chiappini & Nickerson, 
2002:277): La cultura nacional, la cultura empresarial, la interacción comunicativa, los 
tipos de discurso o géneros y las lenguas de los interlocutores. Para dichas autoras, un análisis 
o estudio exhaustivo de esta modalidad discursiva profesional se compondría de tres niveles: 
‘Macro’, que contemplaría los aspectos lingüísticos y culturales de carácter nacional y 
regional; ‘meso’, que incluiría aspectos de cultura empresarial y modalidades de relación 
comercial; y ‘micro’, con expresión de los perfiles psico-sociológicos e interactivos de los 
participantes, manifestados en sus actuaciones pragmalingüísticas. Es en el nivel macro donde 
se halla el lenguaje técnico con su capacidad de crear nuevos términos y tecnolectos que se 
expresan en los diversos géneros (entrevistas, reuniones, redacción de informes, cartas, etc.) 
propios de la actuación pragmática del nivel micro. Los tres niveles ya están siendo objeto de 
numerosos estudios (Hofstende (1980, 1991), Jenkins & Hinds (1987), Thomas (1998), Voros 
& Schermerbarn (1993) sobre cultura nacional; Nickerson (2005), Niemeier, S. et al. (1998), 
Charles & Marschan-Piekkari (2002), Bilbow (2002), Akar (2002) sobre cultura empresarial y 
géneros; Hagge & Kostelnick (1989), Graham & David (1996) sobre interacción comunicativa 
entre interlocutores de nacionalidades y culturas diferentes, entre otros muchos) y, es de 
esperar que sea el camino seguido en estos tiempos de vocación por el conocimiento de los 
procesos que intervienen en la comunicación humana en todos sus ámbitos. 
 Es, como vemos, dentro del lenguaje de los negocios (comercio y finanzas) donde se 
desarrolla una mayor actividad comunicativa y donde se producen las relaciones e 
interferencias de orden lingüístico y cultural más notables sobre todo cuando los interlocutores 
tienen lenguas maternas distintas. En este sentido se han publicado estudios interesantes que 
demuestran cómo los malentendidos, sean lingüísticos y/o culturales, en una negociación 
suelen solucionarse sobre la marcha y raramente llegan a la ruptura (Ulichny, 1999; Poncini, 
2002; Bargiela Chiappini & Kickerson, 1999) en especial en los tiempos actuales en los que el 
uso extendido de las TIC e internet minimizan este tipo de problemas. Otros estudios 
describen la buena convivencia que se da en el seno de las empresas multinacionales entre las 
diversas lenguas, culturas, religiones o razas. (Hofstede, 1991). Para determinados autores 
(Sarangi, 1994; Meewins, 1994; Asante & Gudykunst, 1989; Poncini, 2002), se ha puesto 
demasiado énfasis en el estudio de los aspectos culturales (cortesía, respeto a las creencias y la 
etiqueta social) como causa principal de los problemas de comunicación en el mundo de los 
negocios cuando, según estos autores, las razones habría que buscarlas también en los niveles 
institucionales (organización empresarial), educativos (nivel de experiencia y conocimiento) e 
incluso individuales y organizativos (capacidad de los negociadores y el rango o lugar 
jerárquico que ocupan dentro de la empresa) que juegan un papel fundamental en toda 
negociación. Sin embargo, el análisis empírico de este tipo de discurso en su contexto 
profesional empresarial presenta grandes problemas debido al carácter confidencial de gran 
parte de los actos comunicativos que acontecen en el seno de las empresas y de las 
negociaciones comerciales. 
 Los lenguajes del comercio y las finanzas suelen adaptarse, sobre todo en la prensa 
económica como hemos visto, a un tipo de receptor semiexperto mediante una serie de 
estrategias léxicas y comunicativas como el uso de términos más generales (hiperónimos), 
expresiones metafóricas, perífrasis y paráfrasis, frases explicativas y aclarativas, 
reformulaciones y recursos tipográficos (negritas, cursivas, paréntesis, comillas, etc.). A 
menudo, el tecnicismo se sustituye por un hiperónimo más generalizador o se le da un sentido 
metafórico. De este modo, empresas y actividades se humanizan y ‘sobreviven’ a las crisis, se 
ven sometidas a avatares climáticos (‘torbellinos, chaparrones o turbulencias’) o se convierten 
en seres vivos (bulls, bears, tigers, ducks, turkeys). Como se ha dicho, las metáforas, debido a 
su elevada carga simbólica y conceptual, tienen un enorme poder cognitivo para quien las 
emplea o las escucha. Se acomodan fácilmente a las características de cualquier idioma y se 
trasladan de unos a otros, a veces mediante la metáfora correspondiente o similar, a veces 
mediante un calco. Suele tratarse de metáforas convencionales cuyo significado no es 
necesario explicar ya que su finalidad es, precisamente, la de ilustrar y aclarar el término 
técnico a un destinatario semiexperto o lego. 
 La tecnología ofrece, por otro lado, nuevas posibilidades comunicativas mediante lo 
que se denomina comercio electrónico y todas las actividades comunicativas accesorias como 
el correo electrónico, los pedidos y facturación electrónica, etc. En el caso del correo 
electrónico, se crea un nuevo híbrido comunicativo que podríamos titular ‘escritura hablada’ o 
como lo denominó The Economist (1996): “The written conversation”. La sintaxis de este tipo 
de comunicación es más propia del lenguaje oral que del escrito en el sentido de que abundan 
las oraciones coordinadas y tienen menos presencia las subordinadas (Gimenez, 2000: 241), 
asimismo posee un cierto carácter informal. En resumen, se ha demostrado que un pedido por 
correo electrónico tiene un grado de formalidad comunicativa mucho menor que una carta 
comercial de igual contenido, tanto en la elaboración sintáctica como en la selección léxica. Sin 
embargo, parece constatarse que, a efectos comunicativos, las empresas a menudo inician una 
relación comercial por escrito para pasar al correo electrónico,no sólo por su inmediatez sino 
también por su carácter más personal, familiar y similar al intercambio conversacional. En este 
sentido, Crystal (2001) opina que internet y las nuevas tecnologías pueden tener unas 
consecuencias lingüísticas imprevisibles que darán lugar a nuevas manifestaciones lingüísticas y 
comunicativas de alcance mundial. 
 Una vez asentado el inglés como ‘lengua franca’ (Mair, 2003; Nickerson, 2005; 
Rogers, 1998), con especial incidencia en el lenguaje de la economía y de los negocios, se 
constata cómo su expansión global ha dado lugar a un nueva variedad de inglés de carácter 
internacional con una especificidad fonético-gramatical, léxica y pragmática distinta a la 
estándar que está mereciendo el estudio de numerosos lingüistas y sociólogos (Crystal, 1997, 
2001; Burt, 2005; Modiano, 1999; Jenkins, 2002; Mauranen, 2003; Seidlhofer, 2004) y que ha 
impulsado la creación de córporas específicos como VOICE (Vienna-Oxford International 
Corpus of English) o ELFA (The Corpus of English as a Lingua Franca in Academic 
Settings) que recogen el auge de este ‘nuevo’ inglés. ¿Llevará todo este proceso a la creación 
de una lengua de comunicación comercial global tomando al inglés como idioma de referencia 
al que se añadirán elementos lingüísticos y culturales pertenecientes a las demás lenguas? ¿Será 
el inglés de la economía global una especie de lenguaje criollo capaz de ser entendido y 
utilizado por todos? Estas son preguntas que ya están planteadas y cuya respuesta no está muy 
lejana. 
 En resumen, podríamos sintetizar en dos las tendencias actuales dedicadas al estudio 
del lenguaje de los negocios (Nickerson, 2005). La primera muestra una evolución que parte 
del estudio del lenguaje empleado en discursos orales y textos escritos para centrarse en el 
análisis de los géneros comunicativos profesionales en su contexto, con un especial interés por 
los factores de tipo cultural y organizativo. La segunda tendencia trata el lenguaje como 
discurso, es decir, como una serie de estrategias efectivas que se utilizan en las situaciones 
comunicativas propias del lenguaje de los negocios (comercio y finanzas), sin que se tenga en 
cuenta, por ejemplo, si los interlocutores son hablantes nativos o no. En esta segunda 
tendencia se dan posturas enfrentadas sobre el papel del inglés como lengua franca de los 
negocios; para unos no es más que un medio neutro de comunicación ajeno a cualquier cultura 
dominante (Crystal, 2001; Charles and Marschan-Piekkari, 2002; Jenkins, 2002; Akar, 2002; 
Modiano, 1999; Bilbow, 2002), mientras que para otros, el empleo de esa lengua marca unas 
posiciones de ventaja y poder para los que la dominan y de inferioridad para aquéllos que han 
de aprenderla si desean negociar lejos de sus países. Estos autores opinan que, en todo caso, 
debe huirse de un inglés universal y estandarizado para adaptarlo al fin y a los interlocutores 
que lo emplean (Rogers, 1998; Phan Le Ha, 2005; Mauranen, 2003; Kubota, 2001). 
 En un plano más práctico, Seidlhofer (2004:220) escribe que los típicos errores 
gramaticales como la omisión de la -s en tercera persona, la confusión de pronombres, la 
omisión de artículos, el abuso de hiperónimos, etc., no llegan a interrumpir, como hemos visto, 
la comunicación aunque a veces la entorpezca. Existe un proceso cognitivo y automático de 
rectificación que permite a los interlocutores que dominan la lengua interpretar correctamente 
gran parte de los errores tanto fonéticos, como gramaticales y léxicos cometidos por los 
interlocutores menos preparados en esa lengua y continuar el intercambio sin mayores 
problemas. 
 Como podemos ver, son muchas las áreas de estudio de esta modalidad de lenguaje de 
especialidad que cubren en la práctica todos los ‘puntos calientes’ y abren un amplio abanico 
de posibilidades investigadoras. Algunas son de carácter multidisciplinar, como los estudios de 
géneros, de cultura empresarial o de los nuevos entornos comunicativos como internet; otras 
de vocación más lingüística continúan la tradición terminológica de los lenguajes de 
especialidad, prestando especial atención a los tecnolectos y nuevas acuñaciones neológicas, 
dentro de las cuales, como hemos visto, son innumerables los estudios contrastivos entre el 
inglés y las restantes lenguas. La clara dependencia de éstas les lleva, como se ha explicado, no 
sólo a adoptar los términos del inglés sea mediante préstamos o calcos, sino también a 
modificar los procedimientos lingüísticos usuales de creación morfológica con el empleo de 
usos prefijales, sufijales, sintácticos o semánticos no muy ortodoxos pero que se van abriendo 
camino de manera inexorable. 
 
 
4. Vías de investigación futura en el lenguaje de la economía. 
 
A tenor de lo expuesto en las páginas anteriores y como continuación del resumen que 
acabamos de leer, si retomamos los cinco pilares en los que, según Bargiela-Chiappini & 
Nickerson (2002), se apoya el lenguaje de los negocios: La cultura nacional, la cultura 
empresarial, la interacción comunicativa, los tipos de discurso o géneros y las lenguas de los 
interlocutores, a los que añadiremos aspectos más integradores de carácter lingüístico, 
terminológico y didáctico, podríamos establecer una serie de posibles líneas investigadoras que 
no harían sino continuar y ampliar las existentes: 
 (a) En el ámbito de las lenguas de los interlocutores, en su acepción más lingüística, se 
seguirán analizando los diferentes procedimientos de creación neológica, en especial, los 
problemas que producen los préstamos y los calcos procedentes, sobre todo, del inglés en las 
restantes lenguas y, en nuestro caso especial, en el español. ¿Es suficiente que el terminólogo 
se limite a recoger y dar fe de los nuevos términos que se van incorporando al español? o ¿se 
requerirá algún tipo de acción que ponga coto a los evidentes desmanes lingüísticos que se 
están produciendo con la invasión terminológica del inglés? Es ésta una cuestión de debate que 
quizás se intensifique en los años venideros y que desborda los límites académicos. En otra 
dirección, deben destacarse los trabajos lexicológicos de confección de diccionarios bilingües 
especializados de economía y negocios, de los que son buena muestra los realizados por el 
IULMA hasta la fecha que recogen información no sólo lingüística sino también pragmática de 
gran valor tanto para el especialista como para el usuario semiexperto. 
 (b) Sin duda se continuará profundizando en el estudio de los géneros del lenguaje de 
la economía y de los negocios, en especial dentro de un tipo de lenguaje de especialidad que se 
caracteriza por la innovación constante, la adaptación y el mestizaje. El concepto de colonia 
de géneros es, a nuestro entender, el más idóneo para explicar y contextualizar una serie de 
géneros discursivos que la tecnología y la globalización económica están modificando 
constantemente. 
 (c) Los estudios realizados en el seno de la propia actividad empresarial chocan, como 
hemos visto, con la incomprensión de muchos organismos y su resistencia a dejarse investigar 
en lo referente a sus prácticas comunicativas tanto internas como internas. Es necesario, 
vencer esa resistencia y convencer al empresario de los beneficios que puede obtener de esta 
vía investigadora. Entendemos que es un camino aún por hollar pero con buenas perspectivas 
en un futuro no muy lejano. 
 (d) La pragmática (cf. el capítulo La comunicación en las lenguas de especialidad), 
sobre todo, en sus vertientes del análisis del discurso, interacción comunicativa según el 
modelo de Grice y sus revisiones posteriores (análisis y reglas de la conversación, etiqueta y 
cortesía, implicaturas, presuposiciones, malentendidos de raíz cultural, etc.) y el conocimiento 
de los procesos cognitivos que intervienen en la interacción comercial (lingüística cognitiva y 
teoría de la relevancia), ofrece al investigador unas herramientas de gran valor en su búsqueda 
de las claves y pautas que intervienenen todo proceso de comunicación económica y que 
pueden facilitar o interrumpir dicho proceso. 
 (d) Finalmente, los aspectos de interculturalidad son un tema favorito en la 
investigación moderna dedicada al lenguaje de los negocios como podemos ver con mayor 
detalle en otros capítulos de este volumen. Es esta una vía de investigación joven, pero que ya 
ha tenido unos logros apreciables y ha abierto uno de los caminos de cooperación 
interdisciplinar más interesantes. El indudable dominio del inglés como lengua franca de los 
negocios ha creado, como hemos mencionado, una reacción doble entre los investigadores. 
Los hay que ven este proceso imparable y no lo rechazan, considerándolo como positivo para 
el entendimiento global y los hay, también, que lo interpretan como una agresión a sus culturas 
nacionales e idiosincrasias. Se trata, pues, de una vía de investigación muy atractiva y con 
múltiples enfoques que, sin duda, contribuirá al conocimiento transnacional y a facilitar los 
intercambios entre las diversas economías del planeta. 
 Para concluir, digamos que en estos tiempos donde las ideologías parecen haber 
muerto, con un inquietante renacer de los nacionalismos políticos y los fanatismos religiosos 
que abogan por la separación de naciones y culturas con el consiguiente aumento de la 
incomprensión y el enfrentamiento, la economía parece ser uno de los pocos vínculos de unión 
entre los pueblos. Si nos esforzamos por entender a los demás, en nuestro caso concreto, su 
manera de entender el comercio, y facilitamos el encuentro proporcionando las herramientas 
lingüísticas que allanen el camino de la comunicación entre culturas, habremos aportado 
nuestro pequeño grano de arena en aras de un mundo mejor. 
 
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