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Estudios sobre la historia de los usos gráficos en español, 155-165. 
 
 
 
 
 
 
Algunos apuntes para la historia de la acentuación gráfica en español: 
el caso de Nicaragua en el siglo XVIII 
 
José Luis RAMÍREZ LUENGO 
Universidad Autónoma de Querétaro 
 
 
1. De todos los huecos en blanco a los que se enfrenta actualmente el investigador 
interesado en la evolución diacrónica del español de América, probablemente sea el mayor 
de todos el análisis de los usos gráficos que se emplean en los textos generados en este con-
tinente a lo largo de los siglos XVI , XVII , XVIII y XIX , esto es, hasta que se impone ―en un 
proceso que todavía está por estudiar― una ortografía única y común a todo el mundo his-
pánico; tal situación, con todo, no es exclusiva de América, pues también en España los es-
tudios dedicados al tema son notablemente escasos, y los trabajos de carácter no historio-
gráfico que existen por ahora prácticamente se reducen a señalar el proceso de estandariza-
ción gráfica que tiene lugar a partir del siglo XVIII ―debido, en opinión de sus autores 
(Lapesa 1985: 421-2, Arnal Purroy 2000: 117), a la obra de la Academia1― y el manteni-
miento, aún a lo largo de este misma centuria, de cierto caos ortográfico propio de mo-
mentos anteriores (Rosenblat 1951: 130, Zamora Vicente 1999: 378). 
 Sin embargo, frente a la tan generalizada idea del caos ―y dejando aparte, natural-
mente, visiones simplistas y, por ello, profundamente erróneas que hablan de una «ortogra-
fía normativa que llegó tras la Edad Media al siglo XVI » (Sánchez Méndez 2012: 143)―, 
Frago Gracia (2002: 158) se inclina por describir la situación de los textos auriseculares 
como el resultado de la «ausencia de una norma uniforme y efectiva», lo que conlleva la 
«coexistencia de viejas tendencias, coincidentes en aspectos fundamentales y divergentes 
 
1 A propósito de esta cuestión, parece necesario relativizar el peso que tradicionalmente se ha con-
cedido a la Academia en la labor de generalización de la ortografía: como bien señala Sánchez-Prieto 
(2008: 395), «es un error habitual pensar que con la publicación de las obras académicas (como el Dic-
cionario de 1726, con una exposición y aplicación de reglas) resolvió todos los problemas ortográficos […]. 
Solo la publicación en 1844 de una real orden de Isabel II obligando a que se enseñara en las escuelas pú-
blicas la ortografía académica condujo a la larga a la regularidad ortográfica»; nótese, por tanto, que es la 
escuela ―y a la larga― quien, muy probablemente con la ayuda fundamental de la imprenta, termina por 
generalizar una ortografía única, y no tanto la labor de la Academia, cuya importancia queda reducida 
simplemente a seleccionar y establecer un conjunto de reglas entre las posibilidades ya existentes en su 
época. 
José Luis Ramírez Luengo 
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en otros usos accesorios por lo común», en una nueva interpretación que no solo parece 
más ajustada a la realidad que los mismos textos ofrecen, sino que resulta también intere-
sante por sugerir nuevas posibilidades en el análisis de los usos gráficos de la época mo-
derna. 
 Partiendo, pues, de lo planteado en el párrafo anterior, y a tenor de lo que muestran 
trabajos muy recientes (Ramírez Luengo 2013: 26-48), es posible mantener que en el siglo 
XVIII los textos manifiestan aún la convivencia de distintas tendencias gráficas, ―esto es, 
de diversos «conjuntos de soluciones gráficas aceptadas socialmente en un momento 
concreto» (Ramírez Luengo 2012: 168)―, las cuales, por medio de un proceso de expan-
sión o abandono, van a experimentar con un paso del tiempo «un proceso de decantación 
que terminará por dar preponderancia a una de ellas y, por consiguiente, a transformarla 
―una vez se imponga sobre las demás― en norma ortográfica» (Ramírez Luengo 2013: 
27)2; se descubre en ellos, por tanto, no tanto una estandarización como una estandariza-
ción en proceso, que se debe entender como el empleo de unos usos gráficos «que, si bien 
no coinciden con los actuales y no son constantes en todos los casos, resultan más o menos 
coherentes dentro de su contexto» (Ramírez Luengo 2012: 169), y que presenta, entre otras, 
las siguientes características: (a) la general convivencia de soluciones gráficas distintas en 
los mismos elementos léxicos, si bien con importantes diferencias porcentuales de uso; (b) 
la clara preferencia en ocasiones de una determinada solución en una voz o un conjunto de 
voces concretas (fosilización gráfica), y (c) como consecuencia de lo anterior, una laxitud 
notablemente superior a la actual en la aplicación de las diversas normas que rigen el sis-
tema descrito anteriormente, muy especialmente en el caso de los textos manuscritos3. 
 Es preciso, con todo, seguir acercándose a los documentos para demostrar que es-
tas ideas generales inmediatamente descritas se corresponden con la realidad de muestran 
los textos de la Centuria Ilustrada, y en este sentido ―y sin negar el interés de los estudios 
historiográficos ni, por supuesto, olvidar la ayuda fundamental que pueden prestar al inves-
tigador de estas cuestiones4―, resulta absolutamente necesario seguir desarrollando análisis 
que, basados en corpus filológicamente fiables, se caractericen «por ofrecer descripciones 
 
2 Esta norma ortográfica ―cargada desde el mismo momento en que se generalizada de valores 
sociales, y que da lugar a la aparición del concepto falta de ortografía― se configura a partir de la interac-
ción de tres polos como son las tradiciones gráficas heredadas del pasado, la tarea de preceptistas y educa-
dores (no solo de la Academia) y los usos adoptados por la imprenta, que ofrece un modelo prestigiado 
socialmente y disponible para los lectores; tres polos, por tanto, que interactúan y se influyen mutuamente, 
y cuya importancia mayor o menor, tal y como se dijo en Ramírez Luengo (2013: 27), es cuestión que aún 
no se ha estudiado con la profundidad necesaria. 
3 Como se ha indicado ya anteriormente, la imprenta constituye uno de los tres polos de estandari-
zación que contribuyen a la creación y/o generalización de la norma ortográfica, de manera que resulta ab-
solutamente lógico ―y en ningún caso puede sorprender― que los impresos muestren una mayor regulari-
dad gráfica que los textos manuscritos. 
4 Desde este punto de vista, resulta fundamental recordar algunos trabajos básicos que abordan las 
discusiones de los preceptistas dieciochescos en el proceso de gestación de una ortografía normativa, tales 
como Martínez Alcalde (1999), García Santos (2011) y Maquieira (2011). 
Algunos apuntes para la historia de la acentuación gráfica en español: 
el caso de Nicaragua en el siglo XVIII 
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completas de los usos gráficos presentes en los textos hispánicos de la época señalada, con 
el propósito de comprender, así, los procesos de cambio que han llevado al establecimiento 
y la generalización de la moderna ortografía del español» (Ramírez Luengo 2012: 168). 
 
2. En línea con todo lo anterior, el presente estudio se propone describir el sistema de 
acentuación gráfica que ofrece un corpus de textos nicaragüenses del siglo XVIII , por ser 
este un aspecto especialmente descuidado en las investigaciones diacrónicas del español, y 
de cuyo abandono ―que no se circunscribe a América, y ni siquiera a la Centuria Ilustrada, 
pues atañe prácticamente a todas las regiones del mundo hispánico y a toda la historia de la 
configuración (orto)gráfica del español― se sorprendía hace ya muchos años Frago Gracia 
(2002: 147) al indicar que «resulta verdaderamente sorprendente que estas dos cuestiones 
[= acentuación y puntuación de la <i>] no hayan merecido la suficiente atención en la 
filología española, dada la importancia que sin duda tienen»5. 
 De este modo, los propósitos de este trabajo son varios: por un lado, analizar la 
marca gráfica que aparece empleada a la hora de tildar los textos―acento grave, agudo o 
circunflejo― y su distribución de acuerdo con criterios de muy diversa índole; por otro, es-
tudiar los principios ―prosódicos, pero no solo― que se emplean para acentuar las diver-
sas voces del corpus, así como el tipo de palabra que preferentemente presenta esta marca 
gráfica; por último, comprobar el grado de regularidad que la acentuación muestra en la 
documentación considerada y, en relación con este punto, las posibles preferencias léxicas 
que se descubren en los textos a la hora de aplicar esta marca gráfica. Se trata, en definitiva, 
de ofrecer una descripción lo más sistemática posible del sistema ―o sistemas― de tilda-
ción que se emplean en estos textos del siglo XVIII , no solo con la intención de aportar datos 
que sirvan como punto de comparación para posteriores estudios que, sobre esta cuestión, 
se puedan llevar a cabo acerca de diatopías o diacronías diferentes, sino también ―y muy 
especialmente― con el propósito de comprender mejor las reglas que rigen el empleo de 
estos elementos en la escritura del Siglo de las Luces, todo lo cual ha de redundar sin duda 
en el establecimiento ―con una base eminentemente empírica― de los criterios más ade-
cuados que, en este punto concreto de la norma gráfica, se deben adoptar a la hora de llevar 
a cabo la edición de documentos de esta centuria. 
 Por lo que toca al corpus de estudio, este se compone de 22 documentos de ex-
tensión variada que se redactan en los centros coloniales más importantes del país (especial-
mente León, pero también Granada o Estelí) durante la primera mitad del siglo XVIII ―más 
concretamente, entre 1704 y 1756― y que actualmente se encuentran depositados en el Ar-
 
5 De hecho, una parte importante de las escasas noticias que se tienen acerca de este tema proceden 
de los trabajos del profesor de Zaragoza; vid., a este respecto, Frago Gracia (1998: 117-8, 2002: 147-51), así 
como también Villa Navia (2010: 189-91) y Ramírez Luengo (2012: 174-5, 2013: 37-9). 
José Luis Ramírez Luengo 
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chivo General de Indias, en Sevilla6; es importante señalar, a este respecto, que, aunque los 
riquísimos fondos de tal archivo se caracterizan, por lo que se refiere al siglo XVII y espe-
cialmente al XVIII , por su notable formalidad y por tanto no resultan, en general, de de-
masiado interés para el estudio, por ejemplo, de la evolución del nivel fónico en estas cen-
turias ―de manera que su empleo exclusivo frente a los fondos de repositorios americanos 
parece responder en muchos casos a cierta indolencia de escasa o nula justificación cienti-
fica–, lo cierto es que el análisis del nivel (orto)gráfico, por algunas de sus propias caracte-
rísticas7, no solo no se ve dificultado por este hecho, sino que tiene precisamente en estos 
documentos altamente formales su campo de estudio más adecuado y fructífero. En este 
caso concreto, el grado de formalidad inmediatamente mencionado se hace evidente en la 
descripción tipológica de los documentos que conforman el corpus, los cuales pertenecen 
en su práctica a lo que se ha dado en llamar el «universo de los discursos jurídico-adminis-
trativos» (Oesterreicher 2004: 738) y, en concreto, a tipos específicos como los memoriales 
y cartas oficiales, los certificados de muy diverso tipo o, ya en una tipología textual dife-
rente, un pequeño conjunto de cartas privadas. 
 En resumen, se puede decir que el corpus de estudio se compone de 22 pequeños y 
medianos documentos ―equivalentes a 6720 palabras― redactados en diversas poblacio-
nes de la parte occidental de la Nicaragua colonial durante la primera mitad del siglo XVIII ; 
documentos, además, que se caracterizan por cierto carácter formal que se revela tanto en 
su tipología textual (el discurso jurídico-administrativo) como en otros factores, tales como 
el receptor del texto o la temática que tratan. Se trata, por tanto, de un corpus que se puede 
considerar representativo de (buena parte de) lo que se escribe en esa región y en ese mo-
mento por parte de sus grupos privilegiados, y es precisamente esto lo que demuestra bien a 
las claras su interés para el estudio de los usos (orto)gráficos que se emplean en la Nica-
ragua dieciochesca. 
 
3. Es probable que los primeros aspectos que de manera más marcada llamen la aten-
ción en lo que se refiere a la tildación en el corpus ya descrito sean dos: por un lado, su es-
casez frente a la situación actual; por otro, la existencia y el empleo combinado de diversas 
marcas que se encargan de esta función, en concreto los acentos agudo (´), grave (`) y cir-
cunflejo (^). 
 
6 Para la localización exacta de los documentos, así como para su edición completa, vid. Ramírez 
Luengo (2011). 
7 Tales como su determinación netamente cultural ―o al menos, si se quiere, fuertemente alejada 
de la propia evolución del sistema― o su limitada, o inexistente, especificidad diatópica. En este sentido, 
sorprende leer ―sin explicación de ningún tipo, y sin ningún dato que lo avale― acerca de una «especial 
complejidad que posiblemente adquirió la ortografía en América, lo que la dota de unas características 
propias durante la época colonial» (Sánchez Méndez 2012: 144); tales características propias ―de más está 
decirlo― no aparecen especificadas en el trabajo inmediatamente citado, ni los textos las registran por 
ningún lado. 
Algunos apuntes para la historia de la acentuación gráfica en español: 
el caso de Nicaragua en el siglo XVIII 
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 Por lo que se refiere a la primera de las cuestiones mencionadas, la documentación 
seleccionada arroja un total de 122 marcas gráficas, lo que representa un número notable-
mente escaso en comparación con la situación que muestra el español actual: en efecto, los 
datos de un corpus de referencia actual8 ofrecen un 10,42% de sus voces acentuadas gráfi-
camente, equivalentes a una tilde cada 9,59 palabras, mientras que los textos dieciochescos 
aquí analizados presentan números muy inferiores, de un 1,81% de vocablos con tilde y una 
de estas marcas cada 55,08 palabras; salta a la vista, por tanto, el escaso empleo de la tilda-
ción del que se hace uso en la Centuria Ilustrada, algo que se había indicado ya para otros 
textos de la época (Ramírez Luengo 2013: 37)9 y que parece ser una de las grandes dife-
rencias ―aunque no la única, ni siquiera la más importante― respecto al momento actual. 
En cuanto al porqué de este escaso empleo de la marca gráfica de acentuación, son varias 
las causas que se pueden proponer y que se deberán investigar con más calma en posterio-
res trabajos, entre las que destacan, sin duda, los diferentes criterios con que se emplean 
estos elementos en la época, o las preferencias léxicas que se descubren en los documentos, 
tal y como se verá más adelante. 
 Junto a lo anterior, es también destacable la aparición conjunta en los textos de los 
tres signos de acentuación que tradicionalmente se han empleado en la historia del español, 
en concreto los ya mencionados acentos agudo (´), grave (`) y circunflejo (^); conviene se-
ñalar, sin embargo, que su frecuencia de empleo no es semejante, sino que, por el contrario, 
muestra diferencias más que notables, según se descubre en la tabla 1: 
Tipo de Acento Casos Porcentaje 
Agudo (´) 44 36,06 % 
Grave (`) 7 5,73 % 
Circunflejo (^) 71 58,19 % 
Total 122 100 % 
Tabla 1: Signos de acentuación presentes en el corpus 
 A la luz de estos datos, es evidente la clarísima preferencia que se registra en el 
corpus por el acento circunflejo, que aparece prácticamente en un 60% de las ocasiones, así 
como el uso puramente marginal del grave, presente únicamente en siete casos y equiva-
lente a un mero 5,73% del total; el acento agudo, por su parte, presenta también porcentajes 
notables, al equivaler al 36,06% del total de las marcas gráficas de acentuación del corpus, 
 
8Al igual que se indicó en Ramírez Luengo (2013: 37), este corpus actual de referencia 
―levemente diferente al empleado en ese trabajo― se compone de un total de 10530 palabras, y está for-
mado por una serie de ensayos de diferentes informantes españoles e hispanoamericanos de nivel socioedu-
cacional alto. 
9 A este respecto, es interesante señalar la disparidad geográfica y tipológica que se descubre entre 
este corpus ―textos notariales americanos― y el que se emplea en Ramírez Luengo (2013) ―cartas fami-
liares peninsulares― y, sin embargo, la semejanza en los resultados que ofrecen los datos, algo que refuerza 
la idea, ya mencionada anteriormente en la nota 6, de la escasa especificidad diatópica que tiene la tildación 
―ampliable, además, a otros usos gráficos― en el siglo XVIII . 
José Luis Ramírez Luengo 
160 
si bien sigue estando todavía muy por detrás del circunflejo. Una vez más, la comparación 
de estos datos con los que se ofrecen en Ramírez Luengo (2013: 37) pone de manifiesto 
coincidencias de gran interés: por un lado, coincidencia en cuanto al uso conjunto de los 
tres elementos; por otro, coincidencia también en cuanto a la preferencia clara por el circun-
flejo. Así pues, a partir de aquí ―y suponiendo, quizá de forma un tanto precipitada, que 
esta situación resulta normal en la documentación de la época―, se hace necesario respon-
der a varias preguntas entrelazadas, a saber: cuáles son los criterios que rigen el empleo de 
cada una de las marcas de acentuación; cuáles son los motivos que llevan a la imposición 
posterior del acento agudo; y, por último, cuál es el momento en que tal decantación por 
una marca única tiene lugar10. 
 En relación parcial con la primera de las cuestiones, resulta interesante analizar las 
funciones que poseen estos elementos en el corpus que se está estudiando; de este modo, 
frente a su actual valor diacrítico o de marca de tonicidad (RAE 1999: 41, 47), parece que 
las tildes ofrecen en el siglo XVIII tres empleos diferentes, que son los siguientes: marca de 
abreviatura ―que, con una única aparición, constituye el empleo más escaso, un bajísimo 
0,81% del total (ejemplo 1)―; marca de tonicidad, el uso cuantitativamente más abundante 
―en concreto, 79 casos, el 64,75% (ejemplo 2)―, y, por último, mera marca gráfica sin va-
lor aparente, que se registra en el 34,42% restante y en 42 de los ejemplos (ejemplo 3). 
 (1) Dios Gû<arde> a V.ss.a mu<chos> an<os> (doc. 17) 
 (2) En cuio exersicio, pondrè Todo esmero (doc. 16) 
 (3) [El] Juvilo tan general, que há, ócassionado (doc. 10). 
 Se descubre, por tanto, que a pesar de su parcial coincidencia con los criterios de 
empleo actuales ―en concreto, con el criterio de tonicidad, básico hoy en el español (RAE 
1999 :41) y ya muy habitual en el siglo XVIII (Ramírez Luengo 2013: 38)―, son otros, y 
muy variados, los que determinan el empleo de estos elementos en la escritura de la Cen-
turia Ilustrada11; y, en este sentido, cabe señalar además que parece existir cierta relación 
entre los tipos de acento y la función que desempeñan en el texto: así ―y como se verá más 
adelante―, mientras que los acentos grave y agudo presentan una especial tendencia a 
emplearse para marcar la tonicidad (siempre en el caso del grave y en el 79,54% de los 
ejemplos del agudo), el acento circunflejo se emplea no solo con este valor ―que se 
descubre en la mitad de los casos, en concreto en el 52,11% del total―, sino también de 
forma muy frecuente como mera marca gráfica (33 ejemplos; el 46,47%) y, ocasional-
mente, como marca de abreviatura12. 
 
10 Desde el punto de vista historiográfico, parece que la respuesta a tales cuestiones se encuentra en 
la Ortografía académica de 1741, que «frente a las tres señales latinas, mantiene solamente el acento agudo» 
(Maquieira 2011: 530). 
11 O, al menos, del corpus aquí considerado y del empleado en Ramírez Luengo (2013: 37-9), con 
el que coincide en la práctica totalidad de usos y preferencias. 
12 Pese a su escasez en este corpus, el empleo del acento circunflejo como marca de abreviatura 
aparece con muchísima frecuencia en la documentación del Siglo Ilustrado, tal y como se pone de mani-
Algunos apuntes para la historia de la acentuación gráfica en español: 
el caso de Nicaragua en el siglo XVIII 
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 Por lo que se refiere al empleo de la tilde como marca de tonicidad13, cabe decir 
que, además de ser ―como se dijo ya anteriormente― el valor más general de estos ele-
mentos, se trata de la única función para la cual se utilizan los tres tipos gráficos de acento 
ya indicados, según se descubre en ânte (doc. 4), executtó (doc. 10), pondrè (doc. 16), 
práctica (doc. 19) u ôrdenes (doc. 22); es interesante señalar, además, que también en este 
corpus ―y al igual que se registraba en otros dieciochescos (Ramírez Luengo 2013: 38) o 
de los primeros años del siglo XIX (Ramírez Luengo 2012: 174)― parece existir una clara 
preferencia por acentuar las voces monosílabas, habida cuenta de que el 70,88% de todas 
las que se engloban dentro de este apartado lo son, con ejemplos como ó (doc. 10), èl (doc. 
16), âl (doc. 16), ô (doc. 17), á (doc. 19), o hà (doc. 21). 
 Dentro ya de los escasos términos polisílabos, un primer repaso a estos elementos 
parece demostrar que el empleo de la tilde en ellos es independiente tanto de la posición de 
la sílaba tónica en la palabra como de la última letra de esta, algo que ya se había señalado 
en otras ocasiones (Ramírez Luengo 2013: 38) y que Frago Gracia (1998: 118) considera 
una tendencia propia del siglo XVIII ; ahora bien, sin negar validez a esa idea, los análisis 
porcentuales ponen de manifiesto que existe una tendencia mayor o menor a acentuar grá-
ficamente una palabra dependiendo del tipo de voz que sea: 
Tipo de Palabra Casos Voces tildadas/total 
Oxítona 16 (69,56%) 16/671 (2,38%) 
Paroxítona 5 (21,73%) 5/2382 (0,20%) 
Proparoxítona 2 (8,69%) 2/117 (1,70%) 
Total 23 (100%) 23/3170 (0,72%) 
Tabla 2: Tipos de palabras acentuadas gráficamente en el corpus 
 De este modo, los datos absolutos demuestran una preferencia clara por la aplica-
ción de acentos gráficos a las voces oxítonas ―que equivalen prácticamente al 70% de las 
polisílabas tildadas―, seguidas a enorme distancia por las paroxítonas ―un 21,73% del 
total― y muy especialmente por las proparoxítonas, con un escaso 8,69%. Sin embargo, 
mucho más interesante que lo anterior son los datos relativos ―esto es, los obtenidos en 
relación con el total de palabras de cada tipo que ofrece el corpus―, pues en este caso lo 
que se descubre es que son las palabras oxítonas y proparoxítonas las que se acentúan de 
forma más habitual ―un 2,38% y un 1,70% respectivamente―, mientras que las paroxí-
 
fiesto en Ramírez Luengo (2013: 38); es probable, además, que este circunflejo abreviativo no sea en reali-
dad sino la continuación histórica del uso de la lineta que de forma muy habitual aparece como marca de 
abreviación en los documentos de momentos anteriores (Díaz Moreno 2004: 61, Gancedo 2006: 102). 
13 Como se verá inmediatamente, se han considerado dentro de este grupo los monosílabos acentua-
dos que ofrece el corpus; si bien tal decisión puede ser discutible y su carácter tónico en ocasiones más que 
problemático, lo cierto es que, dentro de los tres grupos que se han señalado más arriba, tal ubicación parece 
ser la más adecuada para estos vocablos. 
José Luis Ramírez Luengo 
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tonas muestran una proporción de acentuación mucho más escasa, en coincidencia con la 
situación que ofrece el español actual14. 
 En cuanto a los usos que se han denominado más arriba de «mera marca gráfica 
sin valor aparente», se trata en todas las ocasiones de vocales en sílaba átona que aparecen 
tildadas con un acento agudo o circunflejo que ni se puede explicarpor la tonicidad, natu-
ralmente, ni se justifica como marca diacrítica que identifique y desambigüe la palabra en 
cuestión, según se pone de manifiesto en voces como Nicaraguâ (doc. 6), átropellando 
(doc. 10), óbejas (doc. 10), o âdornan (doc. 22). 
 Conviene indicar, a este respecto, la clara preferencia que se registra por el acento 
circunflejo (^) para esta función, al aparecer en 33 de las 42 ocasiones en que se descubre 
este uso en el corpus, esto es, en un 78,57% de los casos; además, el empleo preferente del 
circunflejo con este valor se muestra también desde otro punto de vista complementario al 
anterior, pues, si en el caso del acento agudo su utilización como mera marca gráfica se da 
apenas en un 20,45% de sus apariciones ―en el casi 80% restante marca tonicidad―, tal 
porcentaje aumenta para el acento circunflejo a un 46,47%, es decir, prácticamente la mitad 
de estos acentos se emplean de la manera descrita para marcar una sílaba átona. 
 Junto a lo anterior, el corpus demuestra también claramente la existencia de otro 
tipo de preferencia en este tipo de tildación, que tiene que ver con la posición de la sílaba 
marcada gráficamente: en efecto, en la práctica totalidad de los ejemplos ―40 de 42, el 
95,23% del total― la sílaba tildada no solo es la inicial, sino que, además, comienza por 
esa vocal que presenta la marca gráfica (Ângulo, ‘Angulo’ doc. 2; álivio, doc. 10; éfecttos, 
doc. 1; ócassionado, doc. 10; ôbispo, doc. 17; etc.15), en lo que parece ser un uso demasiado 
regular para ser una mera casualidad16, y cuyas causas y motivaciones ―que probable-
mente haya que buscar en alguno de los polos de estandarización ya señalados― se de-
berán analizar en futuras investigaciones. 
 
14 Al igual que el tipo de palabra, también la vocal parece favorecer o dificultar la presencia de la 
acentuación gráfica: así, de acuerdo con los datos de este corpus, la <a> (2,33%; 79 sobre 3389) y la <o> 
(1,14%; 32 sobre 2800) parecen ser los grafemas vocálicos más proclives a presentar estos elementos, mien-
tras que la <u> (0,13%; un caso sobre 717) y muy especialmente la <i> ―ningún caso acentuado― se 
muestran especialmente reacias. Naturalmente, será necesario llevar a cabo mayores estudios para compro-
bar si esta situación inmediatamente descrita es propia exclusivamente de estos documentos o, por el con-
trario, existe una preferencia en la época por acentuar determinadas vocales. 
15 Los dos ejemplos restantes son Nicaraguâ (doc. 6) y persuádiendoles (doc. 10), y respecto a este 
último cabe decir que la tendencia americana a pronunciar tónicamente la última sílaba en las formas no 
personales que se acompañan de un pronombre enclítico quizá permita interpretar la tilde del ejemplo men-
cionado como una forma de representar el acento secundario sobre la /a/ (persuàdiendolés) que tal pronun-
ciación exige; en este caso, la relación entre la tildación meramente gráfica y la sílaba inicial se vería refor-
zada, habida cuenta de que las excepciones quedarían reducidas al ejemplo único de Nicaraguâ. 
16 De hecho, es fácilmente registrable en documentación dieciochesca de otras zonas del mundo his-
pánico, por más que, por el momento, no haya estudios sistemáticos sobre la cuestión. 
Algunos apuntes para la historia de la acentuación gráfica en español: 
el caso de Nicaragua en el siglo XVIII 
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 Por otro lado, el análisis de la documentación pone también de manifiesto lo que 
constituye otra de las características de la tildación en el Siglo de las Luces: su carácter cla-
ramente asistemático. En efecto, al igual que ocurre en otros textos de la época (Frago 
Gracia 1998: 112, Ramírez Luengo 2013: 38), el corpus aquí considerado ofrece ejemplos 
tildados y no tildados de los mismos elementos léxicos, según demuestran los casos si-
guientes (ejemplos 4-6): 
 (4a) Tomo pocecion de este Obispado (doc. 8) 
(4b) Desde que tomó posession del Govierno de su Cathedral (doc. 10) 
 (5a) Sala Capitular de nuestro Ayuntamiento (doc. 21) 
(5b) Sala Capitular de n<uest>ro Âyuntamiento (doc. 22) 
 (6a) Rinde las gracias a V<uestra> M<agestad> (doc. 8) 
(6b) Dio quenta este Cauildo â V<uestra> M<agestad> (doc. 12). 
 Se descubre, por tanto, cierta asistematicidad que ciertamente está muy lejos del 
sistema de tildación actual, pero que, sin embargo, encaja perfectamente dentro de esa es-
tándarización en proceso y convivencia de soluciones gráficas que, según se ha dicho más 
arriba, identifica desde el punto de vista gráfico a los textos dieciochescos. En esta línea, 
además, es interesante señalar cómo los porcentajes parecen demostrar cierta preferencia 
hacia la tildación de algunas voces concretas: así, y a manera de ejemplo, mientras que 
obispo aparece con una marca gráfica en el 21,42% de las ocasiones (3/11), obispado se 
muestra mucho más reacia a aceptarla, apenas en el 8,33% de sus apariciones (2/22); del 
mismo modo, si el futuro de indicativo la presenta en un mero 6,77% de los casos (4/59), en 
el pretérito de este mismo modo el empleo de la tilde se eleva hasta el 28,12% (9/23), con 
más de un 20% de diferencia17. Es necesario preguntarse ahora, naturalmente, cuáles son 
las causas que explican tales preferencias léxicas y, un paso más allá, su grado de generali-
dad dentro de los textos redactados en el mundo hispánico, cuestiones que ―como tantas 
otras― por el momento tienen que conformarse con quedar planteadas en estas páginas, a 
la espera de posteriores y más profundos estudios. 
 
4. A partir de todo lo anterior ―y con la provisionalidad que exige un análisis pun-
tual como el presente―, es posible extraer una serie de conclusiones acerca de la acen-
tuación gráfica que se utiliza en los textos de la Nicaragua dieciochesca. 
 De este modo, se puede decir que el sistema de tildación empleado en estos textos 
se caracteriza, en primer lugar, por el escaso uso que hace de la marca gráfica de acentua-
ción en comparación con la situación actual, habida cuenta de que, frente al 10,41% de 
voces que de promedio aparecen tildadas en estos momentos, el corpus arroja porcentajes 
 
17 Dada la especial preferencia por la acentuación gráfica de las voces agudas, se han tenido en 
cuenta para estos porcentajes únicamente la primera y tercera persona del singular de ambos tiempos ver-
bales, así como exclusivamente los verbos regulares en el caso del pretérito. 
José Luis Ramírez Luengo 
164 
mucho más bajos, de apenas el 1,81%; junto a lo anterior, otra característica de la época pa-
rece ser el empleo combinado ―aunque con diferencias porcentuales en cuanto a sus fun-
ciones― de distintos signos acentuales, en concreto los acentos agudo (´), grave (`) y cir-
cunflejo (^), con una especial preferencia por este último tanto desde lo cuantitativo como 
desde el punto de vista de los valores que cumple en los textos. 
 A este respecto, y en lo que tiene que ver con los criterios de empleo de estos ele-
mentos, cabe destacar que, frente a las funciones actuales ―marca diacrítica y de tonici-
dad―, la tildación en el corpus presenta unos valores en parte diferentes: se emplea, por su-
puesto, para indicar la tonicidad de las voces que la presentan, pero también como signo de 
abreviación y ―de forma mucho más frecuente― como mera marca gráfica que no parece 
tener ninguna función específica más allá de destacar en el texto la vocal inicial átona de la 
palabra. 
 Por último, es también necesario señalar como una de las características de este 
sistema de acentuación la asistematicidad que se descubre en el empleo de las tildes, y que 
tiene su muestra más clara en la presencia en el corpus de una misma voz con y sin acento 
gráfico (ayuntamiento/âyuntamiento; mandó/mandò/mandô/mando), sin que exista ―o pa-
rezca existir― ninguna razón para tal diferencia; con todo, y sin negar lo anterior, es de jus-
ticia indicar que tal asistematicidad no es absoluta, sino quese pueden señalar ciertas prefe-
rencias tendenciales en cuanto al empleo de estos elementos, tales como el tipo de palabra 
(oxítonas frente a paroxítonas) o el elemento léxico en sí (obispo frente a obispado). 
 De este modo, son cuatro las características que identifican el sistema de tildación 
que se descubre en este corpus, coincidentes ―dicho sea de paso― con lo que ya se ha des-
crito para otros textos del siglo XVIII (Ramírez Luengo 2013: 38-9): escaso respecto al ac-
tual, eminentemente ―pero no totalmente― prosódico, asistemático y variado desde el 
punto de vista formal. Aceptados tales asertos, las tareas ahora se multiplican, pues se hace 
necesario comprobar si esta caracterización general es aplicable a otros corpus del mundo 
hispánico, analizar el grado de coincidencia que se da entre tales corpus y, sobre todo, inte-
rrogarse acerca de las causas que explican estos usos, así como describir su evolución hacia 
el sistema actual. Por el momento, en vista de la ingente tarea que está por delante y a la 
espera de contar con estudios que aclaren todos estos puntos, lo que parece posible afirmar 
es que los textos dieciochescos muestran, en lo que tiene que ver con la tildación, un sis-
tema que se rige por unas reglas concretas y específicas, muy lejano, por tanto, de la situa-
ción caótica o carente de sentido que, en numerosas ocasiones, los investigadores han dado 
por sentado. 
 
 
 
Algunos apuntes para la historia de la acentuación gráfica en español: 
el caso de Nicaragua en el siglo XVIII 
165 
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